miércoles, 4 de marzo de 2009

EL CAMINO A LOS ESTADOS UNIDOS DE SUD AMERICA

JOSE CARLOS MARIATEGUI




EL CAMINO A LOS
ESTADOS UNIDOS DE SUD AMERICA



Ediciones “POR UN PERU NUEVO”
Febrero de 2006

LA UNIDAD DE LA AMERICA INDO-ESPAÑOLA
(6 de diciembre de 1924)
por José Carlos Mariátegui

Los pueblos de la América española se mueven, en una misma dirección. La solidaridad de sus destinos históricos no es una ilusión de la literatura americanista. Estos pueblos, realmente, no sólo son hermanos en la retórica sino también en la historia. Proceden de una matriz única. La conquista española, destruyendo las culturas y las agrupaciones autóctonas, uniformó la fisonomía étnica, política y moral de la América Hispana. Los métodos de colonización de los españoles solidarizaron la suerte de sus colonias. Los conquistadores impusieron a las poblaciones indígenas su religión y su feudalidad. La sangre española se mezcló con la sangre india. Se crearon, así, núcleos de población criolla, gérmenes de futuras nacionalidades. Luego, idénticas ideas y emociones agitaron a las colonias contra España. El proceso de formación de los pueblos indo-españoles tuvo, en suma, una trayectoria uniforme.
La generación libertadora sintió intensamente la unidad sudamericana. Opuso a España un frente único continental. Sus caudillos obedecieron no un ideal nacionalista, sino un ideal americanista. Esta actitud correspondía a una necesidad histórica. Además, no podía haber nacionalismo donde no había aún nacionalidades. La revolución no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revolución Francesa habían generado un humos revolucionario.
Mas las generaciones siguientes no continuaron por la misma vía. Emancipadas de España, las antiguas colonias quedaron bajo la presión de las necesidades de un trabajo de formación nacional. El ideal americanista, superior a la realidad contingente, fue abandonado. La revolución de la independencia había sido un gran acto romántico; sus conductores y animadores, hombres de excepción. El idealismo de esa gesta y de esos hombres había podido elevarse a una altura inasequible a gentes y hombres menos románticos. Pleitos absurdos y guerras criminales desgarraron la unidad de la América Indo-Española. Acontecía, al mismo tiempo, que unos pueblos se desarrollaban con más seguridad y velocidad que otros. Los más próximos a Europa fueron fecundados por sus inmigraciones. Se beneficiaron de un mayor contacto con la civilización occidental. Los países hispano-americanos empezaron así a diferenciarse.
Presentemente, mientras unas naciones han liquidado sus problemas elementales, otras no han progresado mucho en su solución. Mientras unas naciones han llegado a una regular organización democrática, en otras subsisten hasta ahora densos residuos de feudalidad. El proceso de desarrollo de todas estas naciones sigue la misma dirección; pero en unas se cumple más rápidamente que en otras.
Pero lo que separa y aísla a los países hispano-americanos, no es esta diversidad de horario político. Es la imposibilidad de que entre naciones incompletamente formadas, entre naciones apenas bosquejadas en su mayoría, se concentre y articule un sistema o un conglomerado internacional. En la historia, la comuna precede a la nación. La nación precede a toda sociedad de naciones.
Aparece como una causa específica de dispersión la insignificancia de vínculos económicos hispano-americanos. Entre estos países no existe casi comercio, no existe casi intercambio. Todos ellos son, mas o menos, productores de materias primas y de géneros alimenticios que envían a Europa y Estados Unidos, de donde reciben, en cambio, máquinas, manufacturas, etc. Todos tienen una economía parecida, un tráfico análogo. Son países agrícolas. Comercian, por tanto, con países industriales. Entre los pueblos hispanoamericanos no hay cooperación; algunas veces, por el contrario, hay concurrencia. No se necesitan, no se complementan, no se buscan unos a otros. Funcionan económicamente como colonias de la industria y la finanza europea y norteamericana.
Por muy escaso crédito que se conceda a la concepción materialista de la historia, no se puede desconocer que las relaciones económicas son el principal agente de la comunicación y la articulación de los pueblos. Puede ser que el hecho económico no sea anterior ni superior al hecho político. Pero, al menos, ambos son consustanciales y solidarios. La historia moderna lo enseña a cada paso. ( A la unidad germana se llegó a través del zollverein [acuerdo aduanero]. El sistema aduanero, que canceló los confines entre los Estados alemanes, fue el motor de esa unidad que la derrota, la post-guerra y las maniobras del poincarismo no han conseguido fracturar. Austria-Hungría, no obstante la heterogeneidad de su contenido étnico, constituía, también, en sus últimos años, un organismo económico. Las naciones que el tratado de paz ha dividido de Austria-Hungría resultan un poco artificiales, malgrado la evidente autonomía de sus raíces étnicas e históricas. Dentro del imperio austro-húngaro la convivencia había concluido por soldarlas económicamente. El tratado de paz les ha dado autonomía política pero no ha podido darles autonomía económica. Esas naciones han tenido que buscar, mediante pactos aduaneros, una restauración parcial de su funcionamiento unitario. Finalmente, la política de cooperación y asistencia internacionales, que se intenta actuar en Europa, nace de la constatación de la interdependencia económica de las naciones europeas. No propulsa esa política un abstracto ideal pacifista sino un concreto interés económico. Los problemas de la paz han demostrado la unidad económica de Europa. La unidad moral, la unidad cultural de Europa no son menos evidentes; pero si menos válidas para inducir a Europa a pacificarse).
Es cierto que estas jóvenes formaciones nacionales se encuentran desparramadas en un continente inmenso. Pero, la economía es, en nuestro tiempo, más poderosa que el espacio. Sus hilos, sus nervios, suprimen o anulan las distancias. La exigüidad de las comunicaciones y los transportes es, en América indo-española, una consecuencia de la exigüidad de las relaciones económicas. No se tiende un ferrocarril para satisfacer una necesidad del espíritu y de la cultura.
La América española se presenta prácticamente fraccionada, escindida, balcanizada. Sin embargo, su unidad no es una utopía, no es una abstracción. Los hombres que hacen la historia hispano-americana no son diversos. Entre el criollo del Perú y el criollo argentino no existe diferencia sensible. El argentino es más optimista, más afirmativo que el peruano, pero uno y otro son irreligiosos y sensuales. Hay, entre uno y otro, diferencias de matiz más que de color.
De una comarca de la América española a otra comarca varían las cosas, varía el paisaje; pero casi no varía el hombre. Y el sujeto de la historia es, ante todo el hombre. La economía, la política, la religión, son formas de la realidad humana. Su historia es, en su esencia, la historia del hombre.
La identidad del hombre hispano-americano encuentra una expresión en la vida intelectual. Las mismas ideas, los mismos sentimientos circulan por toda la América indo-española. Toda fuerte personalidad intelectual influye en la cultura continental. Sarmiento, Marti, Montalvo no pertenecen exclusivamente a sus respectivas patrias; pertenecen a Hispano-América. Lo mismo que de estos pensadores se puede decir de Darío, Lugones, Silva, Nervo, Chocano y otros poetas. Rubén Dario está presente en toda la literatura hispano-americana. Actualmente, el pensamiento de Vasconcelos y de Ingenieros tiene una repercusión continental. Vasconcelos e Ingenieros son los maestros de una entera generación de nuestra América. Son dos directores de su mentalidad.
Es absurdo y presuntuoso hablar de una cultura propia y genuinamente americana en germinación, en elaboración. Lo único evidente es que una literatura vigorosa refleja ya la mentalidad y el humor hispano-americanos. Esta literatura –poesía, novela, crítica, sociología, historia, filosofía- no vincula todavía a los pueblos; pero vincula, aunque no sea sino parcial y débilmente, a las categorías intelectuales.
Nuestro tiempo, finalmente, ha creado una comunicación más viva y más extensa: la que ha establecido entre las juventudes hispano-americanas la emoción revolucionaria. Más bien espiritual que intelectual, esta comunicación recuerda la que concertó a la generación de la independencia. Ahora como entonces, la emoción revolucionaria da unidad a la América indo-española. Los intereses burgueses son concurrentes o rivales; los intereses de las masas no. Con la Revolución Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se sienten solidarios todos los hombres nuevos de América. Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a estos pueblos. Los unirán, en el porvenir, los votos históricos de las muchedumbres.

(*) Artículo escrito por José Carlos Mariátegui, publicado en la revista “Variedades”, el 6 de diciembre de 1924, en las vísperas del Centenario de la Batalla de Ayacucho. La celebración del centenario fue motivo de grandes ceremonias, promovidas por el régimen de Augusto Leguía, con generosos “brindis pacatos” de la diplomacia burguesa. Hoy, como ayer, la historia se repite.





EL CAMINO A LOS ESTADOS UNIDOS DE SUD-AMERICA
(marzo de 1929)
Reportaje a José Carlos Mariátegui
Por el periodista chileno Rafael Maluenda
de “El Mercurio” de Santiago de Chile

José Carlos Mariátegui es un pensador de honda síntesis, un visionario vigoroso.
Me fue presentado una tarde, en una exposición de pinturas, por el pintor José Sabogal. En torno suyo hacía rueda una decena de muchachos, escritores y artistas.
Apenas si entonces pudimos cambiar algunas palabras, aludiendo a los escritores chilenos que conocía, o con los cuales mantenía correspondencia. Más tarde fui a verlo a su casa, en momentos en que ese poeta maravilloso, poeta puro, antena vibrante de más sutiles emociones, que se llama José María Eguren, le mostraba unas acuarelas, verdaderas sugerencias de iluminado.
Al recoger el pensamiento de la juventud peruana que estudia, que trabaja y que se prepara para asumir las responsabilidades patrias que el destino le tiene deparadas, hube de acercarme a Mariátegui. Y conversamos. Yo le había obsequiado La Fonda Aristocrática, de Edwards. Acababa de leerla. Me dijo:
- Es interesante, se lee con agrado; pero no siento en sus páginas la independencia fría del crítico. Advierto en este libro la sensación de una “demostración”. Además, hablar de la evolución política de un país y de un país americano, sin referirse a su evolución económica, es especular un poco en el aire; lo económico va siempre animado, y palpitando en la médula de los acontecimientos históricos que designamos con el nombre de “políticos”.
Entonces lo he interrogado.
- ¿Cómo ve e interpreta usted el desenvolvimiento económico del Perú?
- El Perú está en una etapa de crecimiento capitalista. La guerra europea nos hizo pasar de la moratoria y el retorno al billete, a la capitalización y las sobre-utilidades. La burguesía nacional, que ha carecido siempre, por lo menos en su categoría dominante de latifundistas y gamonales, de un verdadero espíritu capitalista, desperdició esta oportunidad de emplear inesperados recursos en asegurarse, frente a los prestamistas extranjeros, una situación más independiente, y frente a las eventuales depresiones de los precios de los productos de exportación, una posición más segura. Fue incapaz de coordinar y dirigir sus esfuerzos en un sentido nacionalista. Se imaginó que las sobre-utilidades no se acabarían. Gaudente, sensual por naturaleza, imprevisora por hábito, en vez de aplicarse a la creación de nuevas fuentes de riqueza, se dedicó al dispendio. Cuando los precios del azúcar y del algodón, después de la guerra, cayeron bruscamente, los hacendados de la costa se vieron en la imposibilidad de hacer frente a los créditos que habían contraído ensanchando incontroladamente sus cultivos y cuadruplicando su lujo. Un gran número de ellos quedó desde entonces en manos de sus acreedores: las casas exportadoras que financian nuestra agricultura costeña y que se deprimen regulando su producción según el ritmo de los mercados extranjeros, una fisonomía característicamente colonial. Las lluvias y desbordes de 1925 vinieron a agravar esta situación.
El volumen de nuestras exportaciones de algodón y azúcar ha aumentado ciertamente; pero la baja de los precios repercute deprimentemente en la economía del país. Muchas haciendas de la costa han pasado a ser propiedad de las grandes firmas exportadoras, no pocos latifundistas han quedado reducidos a la condición de administradores o fiduciarios de estos. Y en el valle de Chicama se ha operado un proceso de absorción de las negociaciones agrícolas nacionales –y aún del comercio de la ciudad de Trujillo- por la poderosa empresa azucarera alemana, propietaria de la hacienda y la central de Casa Grande.
La explotación de las minas de cobre y de sus yacimientos petrolíferos, ha crecido enormemente; pero sus utilidades enriquecen a compañías extranjeras que no dejan en el país sino lo que pagan en salarios, sueldos e impuestos. La industria es todavía exigua. Sus posibilidades de desarrollo son naturalmente limitadas; pero las limita más aún la dependencia de nuestro movimiento económico al capitalismo extranjero. El capital europeo y norteamericano no toma interés en que estos países sean otra cosa que depósitos de materias primas y mercado de consumo de la industria de Europa o Norte América.
Tenemos así que resolver un problema de nacionalización de nuestra economía.
- ¿Es posible esta nacionalización, dentro de los intereses y necesidades del régimen capitalista?
- He aquí una pregunta a la que cada uno responderá con un criterio siempre más subjetivo que objetivo. Yo no pretendo escapar a esta regla; pero creo de todos modos que la crítica de un intelectual que, aunque obedezca a una filiación doctrinal, no puede dejar de tomar en cuenta los datos de la realidad, es más libre, más desinteresada que la del negociante o la del abogado ligado absolutamente por sus conveniencias al régimen capitalista.
Me parece evidente que el grado a que ha llegado el capitalismo mundial, en su organización industrial y financiera y en su distribución de los mercados o su concurrencia en ellos, excluye la posibilidad de que puedan desarrollarse con autonomía nacional, nuevos capitalismos. Estamos en una época de imperialismo y de colonización inexorables. El Perú, como los demás países latino-americanos en análogo estado de su evolución económica, no puede sustraerse a esta ley.
Las consecuencias de la baja de los precios de nuestra agricultura costeña, se habrían dejado sentir más marcadamente en la situación económica y financiera general del país, si la política de empréstitos que se invierten en parte en trabajos políticos y en el resto se aplican a cubrir los déficit de los ejercicios fiscales, no disminuyeran su efecto.
Esta política, de otro lado, se refleja en la formación de una categoría de profiteurs, que compensa a la clase capitalista nacional de la baja de sus latifundistas algodoneros y azucareros.
- Que papel y que significación han tenido las clases sociales en la historia y formación de la nacionalidad peruana?
- Sin duda, hay mucho que hablar sobre este tópico. Pero no cabe dentro de los límites de un reportaje. Me limitaré a algunas observaciones. La primera es que la población indígena ha vivido en un casi completo ostracismo de la nacionalidad. La vida social de la Colonia nos legó un sistema de castas más que de clases. La revolución de la Independencia no llenó su función de revolución liberal por la falta de una burguesía que realizara sus ideales. Si en esa época el Perú hubiese tenido un campesinado apto para apropiarse de estos ideales, el feudalismo latifundista no habría pesado, como pesa hasta hoy, en la evolución política, social y económica de la República.
El caudillaje militar fue, en nuestro proceso republicano, un fenómeno característico de una sociedad falta de una compacta y activa clase dirigente. Una clase capitalista, y anexamente el gobierno civilista, aparecen en ese proceso sólo cuando, sumados a la antigua aristocracia terrateniente, los especuladores del guano y otros negocios fiscales y sus abogados, el poder económico restablece el poder político de esta aristocracia, suficientemente fuerte para prescindir de intermediarios inseguros. El pueblo está visible en las luchas de la República; pero como pueblo, es decir, como suma o conjunto, no como clase; y no tiene una élite propia a su vanguardia. La pequeña burguesía ha jugado el rol a que ya me he referido en la formación del régimen leguiista. Y el hecho más grávido de promesas de nuestra historia social de estos tiempos es, evidentemente, la aparición del proletariado, su maduración como clase que se siente destinada a la creación de un orden nuevo.
- ¿Hay ideales unitivos entre los intelectuales y los obreros peruanos?
- Los intelectuales de las nuevas generaciones no han podido sustraerse, precisamente a la influencia de este hecho. Es tarde, además, para que aspiren a ser la conciencia de una burguesía progresiva y robusta. Esa burguesía no ha existido nunca en el Perú; y no depende de los intelectuales darle existencia. El prestigio de los ideales burgueses o liberales ha envejecido. Los intelectuales que no se dirigen al socialismo, caen en lo que podría llamarse un diletantismo de la reacción: curiosidad simpatizante, más que adhesión por las teorizaciones fascistas y tomistas. La juventud de las universidades, después de la agitación de la Reforma, no ha cesado de interesarse por la cuestión social.
También de este lado ha habido no poco diletantismo pasajero; pero algunas inteligencias honradas han encontrado una vida definitiva.
La tendencia ideológica más afirmativa y definida de la actualidad nacional es la tendencia socialista; las otras, si existen, están todavía por precisar o son simples resurrecciones de viejas tendencias, débil y confusamente retocadas.
De la solidaridad de los intelectuales de vanguardia con el proletariado y el campesinado, saldrá la fuerza política de mañana. En potencia, esa fuerza existe ya. Muchos factores favorecen la formación de un partido socialista, que de un programa y un rumbo a las masas obreras y campesinas. Con la liquidación de los viejos y febles partidos, se ha producido una sustitución de los antiguos temas políticos por los temas económicos. En este terreno, ninguna doctrina se mueve con más seguridad que el socialismo.
Se dirá, por algunos, que quienes trabajamos en el Perú por el socialismo, no tenemos reivindicaciones inmediatas y, por consiguiente, nos alejamos de las necesidades presentes, concretas, de las masas. Pero esto no es exacto. Reivindicamos el derecho de las masas obreras y campesinas a la libertad de asociación, a la organización sindical. Reivindicamos para las comunidades y para los campesinos el derecho a la tierra. Los indios saben que estamos contra la conscripción vial, contra todas las formas de servidumbre subsistentes, contra la feudalidad latifundista.
- ¿Cómo juzga Ud. frente a la realidad peruana, el problema de Tacna y Arica? ¿Qué porvenir le asigna Ud. en el futuro americano a la unidad material y moral de nuestros países?
- Tengo para opinar sobre esta cuestión, lejos de todo motivo circunstancial u oportunista, el título de ser en el Perú uno de los escritores que no ha atizado la hoguera del revanchismo. Una distinguida escritora mexicana amiga mía me escribía recientemente de Santiago, invitándome a contribuir a la reanudación de las relaciones entre los intelectuales de los dos pueblos. Personalmente no tengo que reanudarlas sino que acrecentarlas y mantenerlas, porque no las había interrumpido.
Para la generación que siguió a la de la guerra, el problema de Tacna y Arica era, sentimental y moralmente, el problema dominante de la reorganización nacional. Esta generación tuvo un magnífico e inmaculado portavoz: González Prada. Pero la idealización de Tacna y Arica irredentas dio su más puro fruto en la Junta Patriótica y el Apostolado de Figueredo. La generación [actual] ha descubierto el problema de cuatro millones de indios irredentos y no ha podido ya pensar como la de González Prada. La reivindicación de Tacna y Arica ha sido explotada por la política del feudalismo, heredero y continuador de la Colonia, precisamente para descartar otras reivindicaciones. La juventud, el proletariado del Perú de hoy han respondido fraternalmente, por esto, a las palabras de la juventud y el proletariado de Chile. Muchos problemas comunes nos unen, para que pueda separarnos el de Tacna y Arica, que en un ambiente de amistad y comprensión tendrá la mejor garantía de una solución justiciera.
Si la solución es hoy posible, se debe en parte a que, pese a los chauvinismos recalcitrantes, se ha hecho ya un trabajo preparatorio en la opinión de ambos pueblos. Los demás factores del acercamiento son bien conocidos. No es necesario que me refiera a ellos. Económica, prácticamente, Chile y el Perú son dos países que, como productores, se complementan. Histórica, espiritualmente, su más glorioso patrimonio es el de las comunes, fraternas jornadas de la Revolución de la Independencia.
Y en cuanto al porvenir de la unión material y moral de nuestros dos países, mi esperanza y mi augurio son: que una confederación peruano-chileno-boliviana, u otra más amplia aún, pero en la que entrarán nuestros dos países, constituirá la primera Unión de Repúblicas Socialistas de la América Latina. ¿Utopía excesiva? Los mayores estadistas de Europa capitalista –desgarrada por ardorosos nacionalismos, dividida por lenguas, pueblos y tradiciones distintas-, declara su adhesión a una idea que, en ellos si, tiene el carácter de una utopía: los Estados Unidos de Europa. ¿Por qué la juventud del Perú y de Chile no ha de confesar su ideal que no sería sino una estación del camino a los Estados Unidos de Sud-América?

(*) Reportaje para ser publicado en “El Mercurio” de Santiago de Chile. Reproducido en la revista “Repertorio Americano”, Costa Rica, el 24 de mayo de 1930. Valioso documento rescatado en el Boletín “Mariátegui Cien Años”, Nº 9, mayo de 1994. El reportaje va precedido por un comentario de Rafael Maluenda.
EL ARREGLO PERUANO-CHILENO
(Mayo de 1929)

Si ha habido en el Perú, en los últimos años, una tendencia que ha tenido, frente a la cuestión de Tacna y Arica, una posición neta y realista, ha sido la de izquierda. Desafiando el chovinismo del ambiente, cultivado por la política burguesa, la juventud y el proletariado de vanguardia del Perú, han tendido la mano, en más de una oportunidad, a la juventud y el proletariado de vanguardia de Chile, que antes había dado prueba explícita de su repudio de la chilenización y detentación de Tacna y Arica. Gómez Rojas, Vicuña Fuentes, son nombres que recordarán siempre esta protesta, dictada por un noble espíritu de justicia a la vez que de fraternidad y reconciliación.
La burguesía y el gamonalismo, por el contrario, no han renunciado nunca a la especulación política, frente a esta cuestión, de la que se han servido, explotando el sentimiento popular, para distraer a las masas de sus reivindicaciones de clase y, en veces, casi para prohibírselas. Los partidos y los políticos, han competido en la tarea de excitar un reivindicacionismo intransigente en la opinión pública: reivindicacionismo que degeneraba con frecuencia en frenético clamor revanchista. La plutocracia azucarera que hasta 1919, retuvo en sus manos el poder, y que obtenía una parte de sus ganancias de la exportación de azúcar a Chile, se esmeró en una declamación que, afirmando a ultranza la reivindicación de Tacna y Arica como una cuestión de honor y sentimiento, resulta su obra maestra de simulación e hipocresía. Los bandos políticos se bloqueaban y vigilaban unos a otros para impedirse toda tentativa de liquidación. Cuando un gobernante de visión progresista y práctica como el señor Billinghurst se atrevía al replanteamiento de la cuestión, se le vituperaba por este acto como un traidor, cobrándole en la crítica de su gestión internacional el rencor por sus tendencias radicales y anti-oligárquicas en la política interna. Y, en 1919, al abatir a la oligarquía azucarera, aunque para vencerla bastaba un programa populista que satisfaciese las exigencias de la pequeña burguesía, se recurrió de nuevo, sin la reserva que la situación aconsejaba, a la plataforma revanchista.
De un lado, la especulación, de otro lado el romanticismo y la retórica, han estorbado la formación de un juicio exacto sobre este problema internacional. Los hombres del movimiento radical o gonzales-pradista pertenecían a una generación sobre la cual actuaban demasiado imperiosa e inmediatamente las reacciones sentimentales de la derrota. El movimiento izquierdista de la juventud intelectual, que a medida que madura ideológica e históricamente se define y concreta como movimiento socialista, falto de precursores para adoptar un gesto nuevo, no contaba sino con el instinto de clase del proletariado. La lucha con los sentimientos mantenidos por la demagogia burguesa y pequeño burguesa era muy desigual y difícil. En esta atmósfera se propagó, en los primeros instantes de la paz wilsoniana, la ilusión de la justicia de la Sociedad de las Naciones; y, más tarde, sustituido el método de Wilson por el de Hughes en los negocios de Washington, la ilusión de la justicia de los Estados Unidos.
El Perú ha llegado así a la hora de hacer las cuentas con la realidad ¿Qué de extraño tiene que, frente al acuerdo, el sentimiento revanchista estimulado sistemáticamente por la política burguesa, haya hecho, sin extenderse esta vez a la clase obrera, y con escaso eco en las mismas clases medias, su última exacerbada reaparición? El tratado que ha auspiciado Norteamérica, fracasado su arbitraje, es al mismo tiempo que la liquidación de la derrota del 83 la liquidación de aquella política.
Somos de los pocos que no tienen en esto que cambiar de actitud ni ensayar un razonamiento nuevo. Hace dos meses declaraba el director de esta revista al redactor de “El Mercurio”, señor Maluenda, en un reportaje que ha quedado inédito hasta hoy, según parece por razones de diplomacia periodística: “Mi esperanza y mi augurio son: que una confederación peruano-chilena-boliviana, u otra más amplia aún, pero en la que entrarán nuestros dos países, constituirá la primera unión de Repúblicas Socialistas de la América Latina”. (**)
“Amauta” representa el único sector exento de responsabilidad en las especulaciones chovinistas. Tribuna del socialismo peruano, dirige su atención a los problemas que el de Tacna y Arica sirvió de razón para posponer y olvidar. En sus páginas, han colaborado escritores y artistas chilenos sinceramente deseosos de la reconciliación de ambos pueblos.
Hoy su solidaridad fraterna acompaña a los obreros, intelectuales y maestros que, representantes de la misma causa histórica, luchan en Chile contra el régimen reaccionario del general Ibáñez. Al partido y los sindicatos de la clase obrera, a los grupos de intelectuales revolucionarios que ese régimen fascista pretende aniquilar con sus persecuciones encarnizadas, va el saludo de “Amauta”. Este saludo es, también, nuestro voto.

Notas.-
(*) Artículo publicado, sin nombre del autor, en Amauta Nº 22, mayo de 1929. Probablemente escrito por José Carlos Mariátegui.
El año 1929 se firmó el Tratado Peruano-chileno, por el cual retornaba Tacna a la soberanía peruana, y Arica definitivamente se integraba a Chile.
(**)Ver artículo anterior. El reportaje parece que nunca fue publicado en el Mercurio de Santiago de Chile, pero fue difundido, un año después, a la muerte de Mariátegui, en la revista Repertorio Americano de Cosa Rica. Lo hemos difundido por correo electrónico en diciembre de 2004, con el nombre de “El Camino a los Estados Unidos de Sud América”
Notas del Editor.









Pedidos y consultas al correo:
perunuevo2020@yahoo.com.mx

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

PLANETA PERU

PlanetaPeru: buscador del Perú

Seguidores

Archivo del Blog