lunes, 15 de junio de 2009

Fwd: TESIS PARA NUEVO PROYECTO SOCIALISTA -Bases de discusión-



---------- Mensaje reenviado ----------
De: Roberto Jaime Bustamante Dawson <rbustamanted@hotmail.com>
Fecha: 15 de junio de 2009 9:39
Asunto: TESIS PARA NUEVO PROYECTO SOCIALISTA -Bases de discusión-
Para:



 creo que es un documento que vale la pena discutirlo

To: BLOQUE_POPULAR@gruposyahoo.com
From: pueblounido@peru.com
Date: Mon, 15 Jun 2009 04:20:24 -0500
Subject: [BLOQUE_POPULAR] TESIS PARA NUEVO PROYECTO SOCIALISTA -Bases de discusión-



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TESIS PARA NUEVO PROYECTO SOCIALISTA

-Bases de discusión- (*)


"El poeta Cavafis escribió que Itaca no existe,
lo que existe es el viaje hacia Itaca.
Lo mismo se podría decir del socialismo.
Y también se podría decir que a pesar
de los naufragios, el viaje vale la pena"
Eduardo Galeano


I

El año 2008 será recordado en la historia del capitalismo como su segundo gran "crack", el que puso punto final a la borrachera neoliberal empezada a inicios de la década de 1980, cuando los neoconservadores de Washington impusieron su llamado "consenso". Por nuestra parte aspiramos a que sea recordado, también, como el momento de quiebre en el que las fuerzas populares y revolucionarias recuperamos la iniciativa política, intelectual y moral, en el proceso de construir un mundo mejor. Tenemos la convicción de que las fuerzas capaces de superar la crisis surgirán de la propia crisis.

Durante dos décadas y media, y particularmente desde el derrumbe del colectivismo burocrático de la ex-URSS en 1990, los poderosos de planeta vendieron como paradigma un mundo globalizado, gobernado por el capital financiero y la economía casino, una sociedad de consumo desenfrenado, que incrementó vertiginosamente las desigualdades dentro de las sociedades y a nivel planetario, desarrollando fenómenos masivos de exclusión social y un proceso de saqueo y destrucción de la naturaleza sin precedentes. Nunca en la historia los ricos fueron tan desvergonzadamente ricos ni los pobres más pobres (pudiendo dejar de serlo).

Durante un cuarto de siglo asistimos a las más grandes manifestaciones de la arrogancia imperial y a la imposición de mundo unipolar y pensamiento único. El mercado se volvió el fetiche todopoderoso: supuesto asignador "eficiente" de los recursos, mecanismo ideal para la generación de riqueza, clasificador del lugar de las personas, países y pueblos. El neoliberalismo pretendió, y hasta cierto punto logró, disgregar las fuerzas sociales y atomizarlas. Reinó el individualismo desprovisto de lazos de solidaridad y pertenencia social y cultural. Las naciones y los Estados (muy especialmente los frágiles Estados tercermundistas) devinieron en piezas de museo. Nada debía impedir la libre circulación de los capitales, no había sectores económicos estratégicos que defender, ni soberanía nacional que reivindicar, importaban sólo las inversiones, vinieran de donde vinieran. Y en nombre de estas inversiones se precarizó el empleo, se destruyó toda forma de estabilidad laboral, y se redujo la inversión social en los presupuestos públicos. Los llamados paraísos fiscales fueron los paradigmas del modelo neoliberal.

La crisis asiática de 1997 dio la primera campanada de alerta respecto a que no todo era tan bello como lo anunciaban los defensores del oprobio. Pero a pesar del remezón sufrido por el conjunto de la economía mundial, no llegó a golpear el corazón del sistema, sino que afectó principalmente a su la periferia. La economía mundial se recuperó rápidamente y reinició un ciclo expansivo, catapultado por el enorme crecimiento de las economías de China y la India y sobre el cual se construyó una aún más temible burbuja especulativa.

Pero no sólo fue el crecimiento de China y de la India y lo que jaló la economía mundial, sino también lo hizo el enorme consumo de los Estados Unidos, convertido en la más gigantesca economía del desperdicio. Las últimas décadas, mientras a través de los organismos financieros internacionales, Estados Unidos imponía disciplina fiscal a los países más pobres, mantenía un creciente déficit fiscal, producto sobre todo de su política belicista e imperial, que se cierne como amenaza sobre el conjunto del planeta. Gracias a su poder, financiaban su déficit llenando impunemente el mundo de una gigantesca masa de dólares crecientemente devaluados.

Wall Street tuvo sus momentos estelares, como los años previos a 1929. Miles de millones de dólares circularon por el mundo en busca de ganancias fáciles y prontas, lo que fue facilitado por las supermodernas tecnologías de la información. Surgió un próspero mercado de "derivados", de documentos "basura" que alegremente se negociaban en las bolsas del mundo, creando una economía ficticia pero capaz de chupar los recursos de la esfera productiva. El crédito se expandió vertiginosamente, particularmente en el sector inmobiliario. Pero esta burbuja no podía crecer indefinidamente y finalmente estalló. El coloso construido con pies de barro tenía que derrumbarse, y no por culpa de unos cuantos sinvergüenzas e inescrupulosos (que ciertamente los hubo), sino como consecuencia de un sistema diseñado sobre la maximización de las ganancias y las ventajas del corto plazo sobre las necesidades de los seres humanos y el largo plazo. Vale la pena puntualizar que la historia del capitalismo es la historia de sus crisis (y de sus guerras).

Pero contra el criterio de quienes afirman que las causas de la crisis son financieras, las evidencias muestran que el problema central fue el de la caída permanente de los ingresos de las clases trabajadoras de los países desarrollados en beneficio del capital. Esto, sumado a una implacable incitación al consumismo, las empujó a un sobre-endeudamiento que creció como bola de nieve hasta que no pudo sostenerse más tiempo y terminó explotando. Así, el endeudamiento de los hogares estadounidenses que era en 1998 del 63% del PBI, pasó el 2007 al 100% del PBI, lo cual corrió paralelo al hecho de que la remuneración del trabajo en el ingreso nacional cayó del 54.9% en el 2000 a 51.6% en el 2006 (el nivel más bajo desde 1929).

Estupefacto, el mundo asiste hoy no sólo a la debacle de empresas y bancos hasta hace poco todopoderosos, sino que ve como los campeones del libre-mercado corren presurosos donde papá-Estado para que los proteja del desastre producido por ellos mismos. Los codiciosos edificadores de fortunas multimillonarias ven como éstas se esfuman de la noche a la mañana. Sin embargo, al recibir los subsidios estatales, lo primero que han hecho estos constructores del naufragio, es indemnizarse a si mismos con decenas y hasta cientos de millones de dólares, como si el estropicio causado mereciera no el castigo sino el premio.

La crisis no sólo es económica, sino también moral. La pandilla que asoló el mundo, que convirtió al continente africano en un amasijo de ruinas, que hizo pagar a los pobres de América Latina sangre sudor y lágrimas, que sembró de guerras el planeta, esa pandilla que debería ser juzgada por tribunales internacionales como los de la Ex-Yugoslavia o los de Ruanda-Burundi, pretende replegarse ordenadamente a sus cuarteles de invierno al acecho de una nueva oportunidad para hacer de las suyas. Es inmoral que los dineros de los contribuyentes sean usados para cubrir a los saqueadores. Es más inmoral aún que no se ponga como primer punto de la agenda la defensa de los pobres y vulnerables del planeta, y que en todos los foros, desde el G-7 a "Davos", se debata fundamentalmente como salvar al capital financiero y sus parásitos.

Ha llegado el momento de cuestionamientos de fondo. Es el momento de pedirle cuentas a las sanguijuelas que nos han conducido a la catástrofe. Es ya tiempo de ir a los cambios profundos del sistema y no contentarnos con meros cataplasmas. Lo que está en cuestión no son las malas políticas de malos funcionarios y las malas inversiones de malos empresarios, está en cuestión el sistema capitalista mismo.


II

Los socialistas hemos vivido la situación más crítica de nuestra historia. La última década del siglo XX fue escenario de una sucesión de derrotas y fracasos que cambiaron la faz del mundo y pusieron en crisis ideologías y paradigmas, al mismo tiempo que sometieron a prueba la entereza moral de una generación. Sobre las ruinas del colectivismo soviético, muchos ex-comunistas se abocaron a la reconstrucción del capitalismo con la convicción y entusiasmo característica de los conversos. En América Latina y especialmente en el Perú, ciertos intelectuales y políticos provenientes de la izquierda marxista se pasaron al bando contrario, convirtiéndose en entusiastas liberales o en vulgares oportunistas a la búsqueda del mejor postor.

Tampoco fue mejor la actitud de quienes congelados en el pasado repitieron, con ligeros retoques, los discursos barridos por la historia, y lo que es más grave, mantuvieron y mantienen las mismas prácticas sectarias, hegemonistas y demagógicas que nos llevaron al despeñadero, como si nada hubiera pasado.

Sin embargo, hay también mucha gente que supo mantener durante estos años difíciles una firmeza de principios, a la par que una actitud crítica, reflexionando seriamente sobre la experiencia habida y mirando de manera serena y objetiva los cambios producidos en el mundo, condiciones imprescindibles ambas para encontrar nuestros propios rumbos hacia una patria socialista.

El capitalismo global y el mundo unificado unipolar, no tuvo mucho tiempo para celebrar su victoria sobre su rival de siete décadas: el comunismo. Paradójicamente nos encontramos en un contexto de mayores ansiedades e incertidumbres, producto de la lógica perversa del sistema. Y es que los poderosos de la tierra no pudieron sentirse seguros ni respirar satisfechos de su victoria, pues viven rodeados de un mar humano de miseria y descontento en el cual fermentan las más diversas reacciones y pasiones enfrentadas, con razón, a un sistema injusto y excluyente.

Los atentados del 11 de Septiembre del 2001, en el corazón mismo del imperio, con toda su carga de brutalidad y horror, pusieron de manifiesto el mundo en que vivíamos, y en el que había pocas razones para sentirse optimistas, mientras la riqueza y el poder estuviesen distribuidos de manera tan injusta e inequitativa.

Para quienes se regocijaron por la crisis del marxismo, esa antigua corriente ideológica y política contrapuesta al capitalismo, se encontraron ante adversarios no previstos y de características más complejas: los fundamentalismos religiosos y/o étnicos.

Aunque en los medios de comunicación los atentados terroristas aparecen todo el tiempo, como una forma de intoxicarnos y justificar todas las acciones del imperio, no es de esta manera cómo los pobres del mundo enfrentan un sistema que les excluye y pretende condenarlos a la irrelevancia.

Una de las formas más sencillas y trascendentes es la del anónimo, persistente e infinitesimal proceso migratorio del Sur al Norte del planeta. Fenómeno de largo alcance y enormes consecuencias, tanto en las metrópolis como en la periferia. Así, mientras en los países del Norte crecen el racismo, la xenofobia y se intenta restringir la indetenible oleada de migración; en los Estados Unidos, millones de ilegales han producido gigantescas movilizaciones en defensa de su derecho a una vida digna y cuestionando la paradoja de imponer la libre circulación de capitales y pretender impedir la circulación de las personas [1]. Para los países del Sur, las remesas que los millones de emigrantes envían a sus familias constituyen una de las principales fuentes de divisas. Pero hay más que eso: estos hijos ilegítimos de la globalización son la punta de lanza de un activo movimiento económico, social y cultural, característico de la sociedad de la información, que está re-dibujando el mundo y nuestras sociedades.

Otro acontecimiento crucial es que, en diversos lugares del planeta, incluidos los propios países metropolitanos, se han venido produciendo movimientos anti-globalización, así como multitudinarias manifestaciones de rechazo a la política de gendarme mundial de los EE.UU. Corrientes contestatarias se despliegan, aunque ciertamente, de manera dispersa e intermitente, pero dando cuenta de una voluntad de resistencia. Las Cumbres de los Pueblos, el Foro Social Mundial y las grandes y combativas movilizaciones producidas en respuesta a las Cumbres del G-7 o de la OMC (de Seattle en adelante) son algunas de estas expresiones. En cada una de sus "grandes cumbres", los poderosos están intranquilos, aprisionados en sus hoteles de lujo, en tanto que en los exteriores miles de policías se enfrentan ferozmente a otros miles de ciudadanos que rechazan la globalización neoliberal.

En América Latina desde la segunda mitad de los noventa, y como respuesta de los pueblos al fracaso neoliberal, surgieron diversos regímenes con propuestas de cambio, de raigambre popular y perspectiva socialista. Derrotando en las urnas a los representantes de la derecha, la izquierda latinoamericana ha ido extendiendo su influencia, y sus más recientes triunfos en Paraguay y El Salvador muestran su consolidación, a pesar de todas las maniobras de los poderosos y de una derecha que, en su desesperación no vacilan en recurrir al fraude descarado (como en México), a la asonada golpista (como en Venezuela), o intentan fragmentar el país escindiendo a sus provincias más ricas (como en Bolivia).

Claro está que no se trata de un proyecto homogéneo. Es evidente que entre la Venezuela de Hugo Chávez y Chile de Michael Bachelet hay divergencias notables, pero también es indiscutible que existe una común sensibilidad respecto a las reivindicaciones económicas, políticas sociales y culturales de las mayorías, así como su claro propósito de afirmar su soberanía nacional frente a los poderes imperiales, recuperando su capacidad de decidir sus destino con proyectos inclusivos.

La victoria electoral de Barack Obama en los Estados Unidos, aún cuando no cambiará la naturaleza imperial de este país, es una clara señal de que en aquella tierra hay fuerzas sanas y capaces de cuestionar el rol de su patria en el mundo, al mismo tiempo que pone de manifiesto que en esta metrópoli hubo una toma de conciencia respecto a los desvaríos producidos por el neoliberalismo y la política guerrerista de Bush y los halcones del Pentágono. El gobierno de Obama intenta recuperar a los EEUU de la crisis, al mismo tiempo que adecuarlo a la nueva realidad de un mundo multipolar, y donde los EEUU dejaron de ser la superpotencia incontestada.

Sin duda que esta crisis va a cambiar el panorama mundial, y uno de los resultados más notables será la impugnación de la hegemonía de los EEUU. El mundo tiene claro que ellos son los principales responsables de la crisis, y que nos la están lanzando encima. También los arrogantes tecnócratas de los organismos financieros internacionales, cuya intransigencia y tiranía debimos soportar durante tanto tiempo, han quedado despresti-giados, y salvo gobiernos lacayos como los del Perú y Colombia, nadie está más dispuesto a la sumisión a quienes solo trajeron desgracias.

Pero hay más que eso, cada vez hay mayor conciencia de que esta será una crisis de larga duración y que tendrá que servir de base para el desarrollo de un nuevo tipo de economía, más equitativa y sustentable, que acabe con el consumismo desenfrenado de las metrópolis y de las elites de los países dependientes, que implique una redistribución de la riqueza mundial, una menor producción de armamento y de automóviles y menos consumo de combustibles fósiles, y que en cambio, además, propicie el uso de energías renovables, el desarrollo de la agricultura orgánica y mayor uso de bicicletas.


III

Somos herederos de una historia de lucha y resistencia que es la savia vital de la cual nos nutrimos. Es en la mirada lúcida y fecunda de las diversas vertientes populares de donde extraeremos los elementos para la edificación del porvenir. Para los socialistas ha llegado la hora de rescatar lo mejor de nuestras tradiciones y de lanzarnos de nuevo a la batalla. Es cierto que carecimos de la madurez y la perspectiva necesaria para dar continuidad al gran movimiento social y político que desde los años 60 nos convirtió en una fuerza gravitante en la vida nacional. El exceso de ideología nos hizo extraviar los caminos, ya sea por que unos redujimos la democracia a elecciones cayendo en el caudillismo y el usufructo personal del cargo público en lugar del bien común, mientras que otros en la tentación violentista.

La tradición marxista colocó sobre el proletariado la función de vanguardia del cambio y la transición hacia una nueva sociedad. La realidad de un mundo post-industrial se ha encargado de relativizar esta premisa. En el conflicto capital-trabajo el capital obtuvo una victoria estratégica, de la mano de una tecnología avanzada y nuevos métodos de administración, que le permiten ahorrar mano de obra, desconcentrar y descentralizar su producción en el mundo, de modo tal que pueden trasladarse rápidamente hacia donde hay salarios más bajos y los trabajadores tienen menor capacidad de resistencia.

Hoy cobran relevancia movimientos identitarios. Las luchas de género en que las mujeres aspiran a ocupar su lugar como la mitad del mundo que son, cuestionando la sociedad patriarcal, en particular sus formas más perversas como son la violencia doméstica y la violación sexual. La toma de conciencia de los pueblos indígenas quienes exigen la revaloración de su lengua y su cultura y nos dicen que es posible relacionarse con el cosmos desde otros fundamentos éticos que impliquen la solidaridad entre los hombres y mujeres y la reconciliación con la naturaleza. Las luchas de movimientos ecologistas de intelectuales urbanos y comunidades campesinas y nativas de la sierra y selva opuestas a la depredación y la contaminación producida por la gran minería, las petroleras, los madereros y los narcotraficantes.

Ahora tenemos claro que socialismo y democracia no son elementos contrapuestos o excluyentes, sino aspectos de un mismo proceso. El socialismo, así, significa la realización radical de la democracia. En esta democracia, la sociedad como un todo, y no sólo las elites, se hacen sujetos de la acción política. Democracia participativa y no solo representativa y delegativa. Democracia vivida en la familia, la escuela, la comunidad, la producción, las organizaciones sociales y en la construcción del Estado. Lo que interesa a todos debe ser discutido y decidido por todos. El socialismo no será otra cosa que llevar la democracia hasta sus últimas consecuencias, lo que significa:

  • Combinar imaginativamente la democracia directa y la representativa;
  • Democracia desarrollada también en el proceso productivo, llevada al principal bastión de la dictadura del capital: la empresa, cuya propiedad de los medios de producción (que hoy incluye el conocimiento) y gestión autoritaria impugnamos. Para el capitalista la democracia termina en la puerta de su empresa, adentro la tiranía de dueños, gerentes y técnicos. Los trabajadores deben participar en las decisiones sobre la producción, sus métodos, y la prevalencia de los fines sociales y ecológicos, sobre los del valor de cambio y la ganancia;
  • La política, para ser tal, requiere reencontrarse con la vida cotidiana, siendo el cuestionamiento de las distintas formas de opresión un elemento central que nos obliga a estar vigilantes de nuestras prácticas para no construir nuevas opresiones en nombre de la liberación y la aspiración de justicia.

Se ha hecho evidente que la democracia política y la libertad individual no sólo son derechos inalienables, sino también potencias económicas de primer orden, especialmente en la sociedad de la información, cuya materia prima fundamental es el conocimiento y la creatividad de las personas, su subjetividad liberada y autónoma.

Tenemos que poner puno final a la oscura época de la "república sin ciudadanos" de la que nos hablara Alberto Flores Galindo. Acabar con las ciudadanías de distinta clase, diferenciadas por el dinero o el color de la piel, es una tarea pendiente. Que todos y todas puedan sentir que son iguales frente a la ley, que la autoridad se sienta efectivamente comprometida con sus electores y todos sus compatriotas, que a cada niño nacido le sean concedidas iguales oportunidades, y que todos ejerzamos libre y voluntariamente nuestros derechos y nuestras obligaciones, es decir, ser ciudadanos autónomos, es un eslabón clave en el proceso de liberación de nuestra patria.

La historia nos ha demostrado que la fusión Partido-Estado, la absorción de la sociedad civil por el Estado y el Partido Único detentador del poder, generan efectos perversos, porque anulan la iniciativa y la autonomía de los individuos, y no permite el despliegue de la diversidad que es una de las mayores riquezas de la humanidad.


IV

"El socialismo ecológico sería una sociedad ecológicamente racional, fundada sobre el control democrático, en la igualdad social y el predominio del valor de uso: tal sociedad supone la propiedad colectiva de los medios de producción, una planificación democrática que permita a la sociedad definir los objetivos de la producción y las inversiones y una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas."
Michael Lowy

El socialismo marxista fue hijo del industrialismo y de la modernidad. Se sostuvo sobre dos premisas que la historia ha desmentido: que la naturaleza era una fuente inagotable (o casi) de recursos a ser explotados, y que era posible construir una sociedad de la abundancia en la que la apropiación privada de los bienes dejaría de tener sentido.

Hoy sabemos que el industrialismo, tanto en sus versión capitalista y como en la "socialista", fue depredador y contaminante. Fue recién en la segunda mitad del siglo XX que las mentes más lúcidas que venían desde el campo de las ciencias naturales empezaron a dar las clarinadas de alerta respecto a las gravísimas consecuencias que estaba trayendo para el planeta tierra y para la vida humana el modelo de desarrollo imperante. Fue entonces que surgió la ecología como disciplina científica y luego las diversas corrientes que constituyen el ecologismo, que es un movimiento plural. Así, mientras que para algunos sectores es casi una moda con la que pretenden maquillar y frenar el desastre, aplicando políticas ambientales moderadas que solo patean adelante la crisis mundial; para otros, por el contrario, se trata de cuestionar el conjunto del modo de producción y consumo imperante, esta corriente, a la que adscribimos, la llamamos eco-socialismo.

El eco-socialismo es colocar la sociedad y el "nosotros" en el centro de las preocupaciones humanas, lo que significa que el proyecto económico debe estar al servicio del proyecto social y del proyecto ecológico. Recordemos que la intuición básica del socialismo es la concebir la sociedad como el sustento de la vida y de la humanidad del hombre.

La economía debe someterse a la política, y la política a la ética de la solidaridad y de la participación del mayor número de personas en la determinación del rumbo de sus sociedades, que son las que marcan la orientación de sus vidas.

El eco-socialismo postula el uso de energías renovables, perennes y no contaminantes, como el sol, el viento, las mareas. Especialmente la energía solar, despreciada por el capitalismo por no poderse hacer negocios con ella, ya que es gratuita.

El eco-socialismo propone soluciones que nacen de las bases, que ahorran recursos naturales y reducen la polución atmosférica, como el impulso de los sistemas de transporte publico masivo y el uso de las bicicletas, retirando de las calles millones de automóviles que arrojan CO2 y están entre las principales causas del efecto invernadero y del calentamiento global que traen funestas consecuencias. El reciclaje pasará a ser uno de los componentes claves del desarrollo económico de nuevo tipo.

El eco-socialismo requiere de instancias de gobierno supranacionales que, en nombre de la población del planeta, administre los recursos naturales de tierra, aire y agua, en términos justos y equitativos. Llama la atención sobre las consecuencias funestas que el calentamiento global para la provisión de agua del planeta. El agua es un derecho humano como el aire, y su defensa y suministro equitativo una de las prioridades estratégicas para un mundo vivible.

La tierra no puede sostener la voracidad consumista del capitalismo. O nos hacemos socialistas por razones ético-políticas y ecológicas, o pagaremos las consecuencias del desastre que se nos viene.

Apostamos así por un socialismo verde, por un eco-socialismo. La banderas roja de la revolución social tendrán que enlazarse con la bandera "arco iris" de la wifala andina, que coincide con la bandera del ecologismo militante. Es evidente que el socialismo no puede ser la prolongación de la dinámica productivista y depredadora del capitalismo, sino que tendrá que reconciliarse con la naturaleza y promover estrategias de desarrollo sustentable. Está en juego la supervivencia de la vida sobre la tierra. El más urgente de los problemas —aunque no en único— es el del calentamiento global, producto de las masivas emisiones de CO2, que exige un cambio radical de los paradigmas de producción y consumo.

Hay que combatir la idea de que el problema principal en la lucha contra la pobreza es aumentar la producción. En el mundo actual hay riqueza más que suficiente para satisfacer las necesidades de la humanidad. La producción más bien tendría que ralentizarse, que reorganizarse a partir de nuevas prioridades. Nuestro país no puede apostar su futuro a ser furgón de cola del capitalismo del desperdicio. El problema clave de la economía y la política actual es como organizar la distribución de los bienes y una vida digna para las mayorías en una época en que crecientes masas de seres humanos son excluidos de la tierra y del trabajo.

La modernidad tuvo como centro de su vida las ciudades. Estas crecieron primero en los países desarrollados, en los que la urbanización acompañó el proceso de industriali-zación. Sin embargo, la segunda mitad del siglo XX empezó en los países atrasados un gigantesco proceso de urbanización sin industrialización. A esto se sumó un espectacular crecimiento demográfico. Las áreas rurales fueron abandonadas a su suerte, sus habitantes se convirtieron en los más pobres entre los pobres. Aparecieron abarrotadas ciudades, en las que pequeños barrios opulentos son rodeados de cinturones de miseria. Estas macro-ciudades en las que se sembró cemento en lugar de campos de cultivo, son fuentes de contaminación de primer orden, amén de generadoras de otros gravísimos problemas para la convivencia humana (delincuencia, caos vehicular, etc.).

Hoy el campo tiene que ser mirado desde una nueva perspectiva: espacio de vida saludable, fuente de seguridad alimentaria, lugar de reencuentro con la pachamama y con la diversidad cultural. El bosque no debe se más mirado como recurso explotable, sino como fuente de vida, productor de diversidad ecológica y de oxígeno [2].

Hoy más que nunca la irracionalidad del capitalismo se muestra en su plenitud. Los esfuerzos de países como Rusia y más recientemente de China e India por imponer una modernización industrial a marchas forzadas, han traído consigo tan enormes costos ambientales que, desde la perspectiva global de la humanidad, no podemos sino cuestionar esas opciones como deseables.

Hay la necesidad impostergable por nuevos valores y nuevos paradigmas.


V

Y así como hay diversos retos habrá diversos socialismos y no un modelo único. Si bien la aspiración al tránsito "del reino de la necesidad al reino de la libertad" es universal, las formas específicas que adquirirán los regímenes políticos y la manera como organizarán su economía se ajustarán a las realidades concretas. Así como no existe el "capitalismo" en abstracto sino capitalismos diferentes (estadounidense, japonés, alemán, etc.), tampoco habrá el "el socialismo", sino socialismos históricamente determinados, que se abrirán paso a ritmos desiguales, con marchas y contramarchas.

Hemos aprendido, a fuerza de golpearnos de la realidad, que los caminos de la emancipación humana se hacen al andar, que no hay recetas preestablecidas, que cada pueblo, como cada hombre y mujer, tendrá que afrontar sus retos, desde su singularidad histórica y cultural

De las luchas actuales de nuestros pueblos, y del fracaso soviético, extraemos lecciones que consideramos vitales de asimilar para quienes perseveramos en la aspiración a un mundo nuevo, hecho a la medida del hombre. Siendo las más significativas:
  • Que es imprescindible la recuperar la capacidad de gestión y planificación del Estado, que en representación de la comunidad política de hombres libres, establezca las prioridades nacionales y coordine los esfuerzos en función del bien común.
  • Frente al capitalismo que globaliza y centraliza el poder, afirmamos la necesidad de la desconcentración del poder y la fuerza de las localidades, de la construcción de redes sociales autoorganizadas, de la asociación libre de los productores.
  • Frente a la lógica perversa de la inclusión-exclusión que produce la globalización, aspiramos la construcción de una sociedad en la que quepamos todos y nadie sobre.
  • Pretendemos una democracia que no sea solamente una forma de gobernar, sino también, y sobre todo, una forma de vida, que parte de la aceptación de la diversidad y del reconocimiento respetuoso del otro. Asumimos que lo privado también es político.
  • En lugar de que primen la lógica de la ganancia y del poder, buscamos fomentar la lógica contra-hegemónica de la satisfacción de las necesidades sociales, de un desarrollo dirigido al máximo despliegue de todas las potencialidades humanas en su integridad y en su diversidad.
Pero del fracaso soviético también aprendimos que el mercado no puede ser abolido por decreto, que las complejas relaciones entre la economía socialista y el mercado abarcarán el largo proceso de la transición. La ecuación de socialismo=estatismo ha quedado demolida. El manejo autoritario y burocrático de la economía fue, además de injusto, ineficiente.

El mundo y las sociedades tienden a la diversidad y no a la homogeneidad. Por lo tanto, la pluralidad será una característica de la existencia humana, y el respeto a esta pluralidad la condición de una convivencia civilizada. Hay que pensar el mundo, y el Perú en él, desde la diversidad. Los afanes homogenizadores de la modernidad occidental devinieron en racismo, etnocidio y homofobia, y con ello, en empobreci-miento general de la humanidad.

Hemos iniciado el siglo XXI en un mundo que exhala violencia por todos sus poros. Guerras, terrorismo político y violencia social constituyen un explosivo cóctel que hace cada día más peligrosa, insegura y en muchos casos angustiante, la vida de los seres humanos. Nos corresponde una gran batalla por la pacificación de la existencia. La experiencia histórica nos ha mostrado que la prédica violentista y el ejercicio de la misma, suele producir efectos perversos, absolutamente ajenos a los deseados, y en las condiciones actuales, de sociedades fragmentadas y diversas, puede conducir a conflagraciones múltiples. La violencia al servicio de una ideología suele conducir al fundamentalismo, generando una lógica perversa de de acciones y reacciones que hacen aflorar las áreas más oscuras y destructivas de la sociedad y de los individuos. Por lo mismo, la violencia política sólo es admisible como recurso extremo en situaciones extremas, cuando las otras vías han sido cerradas [3]. Excepción y nunca componente esencial o privilegiado de una estrategia que tiene de protagonista a las masas movilizadas y conscientes de su propio destino.

Nos corresponde a los socialistas peruanos, en la actual circunstancia histórica, una compleja e impostergable tarea: la de reconstruir el proyecto socialista que, fundado por José Carlos Mariátegui, se desplegó con fuerza entre las décadas del 60 y el 80, entrando a partir de los 90 en una crisis de la que aún no logra salir. Una crisis en todos los órdenes, producto de una derrota de vastas proporciones y de la que nos estamos recuperando.

Pero los momentos más desfavorables están quedando atrás. Hay en marcha un lento y molecular proceso de reversión de la tendencia a la dispersión, estimulada, entre otras razones, por una reactivación de los movimientos sociales y por la constatación del agotamiento del proyecto neoliberal contrainsurgente.

Nuestra principal tarea es de reagrupar fuerzas en un camino unitario que permita la convergencia de quienes supieron mantenerse firmes en los tiempos duros de la represión, que no abdicaron oportunistamente de los principios ni renegaron de sus banderas. Pero no basta unir a los antiguos comparsas, tenemos que estar abiertos a lo nuevo que se ha ido gestando y que es resultado de la actual realidad histórica. En realidad lo más importante es tener la capacidad de despertar las ilusiones y entusiasmos de las nuevas generaciones juveniles que con mente y corazón limpio, puedan emprender nuevos caminos.

Unidad de lo diverso, unidad contradictoria y con tensiones, pero unidad indispensable. Unidad para aquello que anunciara Túpac Amaru cuando dijo: "Volveré y seré millones". Saquemos lecciones del pasado reciente. Dejemos atrás sectarismos y hegemonismos hicieron demasiado daño. El despliegue de nuevos movimientos sociales plantea retos novedosos. La gente demanda una nueva relación entre los políticos y sus organizaciones, entre la política y la vida cotidiana, entre la ética y la política. La afirmación de la autonomía, la vocación profundamente crítica y transformadora de los movimientos sociales, obligan a repensar las nociones de representación, de participación, de la acción colectiva y el bien común frente al respeto de la diversidad y la multiplicidad, de la interacción de lo público y lo privado.


VI

En el complejo panorama mundial han consolidado sus posiciones las empresas transnacionales, que son las que realmente gobiernan la economía global, en tanto monopolizan la vanguardia tecnológica y lo más rentable de los negocios internacionales. Las nuevas tecnologías les permiten la descolocalización y descentralización de sus actividades en el escenario regional y mundial para escapar a las restricciones ambientales y a doblegar a sus trabajadores imponiéndoles menores salarios. Es cada día más difícil para los propios Estados de los países desarrollados controlarlas y ceden a sus chantajes, por su lado, los Estados tercermundistas se someten a sus dictados. En las épocas de bonanza económica, estas empresas eran campeonas del libre mercado y del anti-estatismo, hoy mueven sus resortes para que el Estado las salve, de acuerdo al célebre principio de "privatización de las ganancias y privatización de las pérdidas",

La globalización, sí mismo, ha convertido al mundo e un conjunto de bloques económicos regionales que tejen sus alianzas, establecen sus puntos de encuentro y desencadenan sus guerras por la hegemonía.

El más audaz y exitoso de los proyectos de esta ingeniería social ha sido la constitución de la Unión Europea iniciada los años 50, con la perspectiva política de buscar un entrelazamiento entre Francia y Alemania que sofrenara las posibilidades de una nueva guerra, y desde la perspectiva económica, como un acuerdo sobre el carbón y el acero. Pero lo que llevó a los países europeos a dar pasos audaces en su integración fue la toma de conciencia de sus elites de que, frente al poderío norteamericano y a la emergencia del extremo oriente como potencia económica, solo la unificación decisiva de sus economías y sus políticas evitaría ser condenados a la irrelevancia.

La evidencia del fracaso en esta búsqueda de fortalecimiento regional es lo sucedido con el ex-bloque soviético que, tras el derrumbe de la URSS, dejó de ser una de las dos superpotencias mundiales de la guerra fría, para convertirse en un estado de segundo orden (detrás de China, con Brasil y la India) tratando de maniobrar en los intersticios de la política global y sin gravitar en ella, debido a su precariedad económica y a sus conflictos internos.

En el extremo oriente, la ruta iniciada por Japón tras la segunda posguerra, fue continuada por los llamados "tigres asiáticos" a partir de los años 60, quienes avanzaron hacia un re-posicionamiento mundial del Asia oriental, proceso de se consolidó y dio un salto cualitativo cuando la China, a partir de lo 80, dio curso a su proceso de modernización y su integración plena a los circuitos económicos internacionales. El epicentro de la economía mundial ha pasado del Atlántico al Pacífico y China es un actor económico y político de primer orden, llamado a disputarle el liderazgo y la hegemonía mundial a los EEUU en algunas décadas.

Los EE.UU., que emergió como la gran potencia económica política y militar de Occidente, tras la segunda guerra mundial pudo, finalmente, vencer también la "guerra fría" desatada con la URSS, y emergió los años 90 como la única superpotencia hegemónica. Con su enorme potencial innovador y creativo, los EEUU fueron el epicentro de la formidable revolución científico-tecnológica y la vanguardia en el proceso de constitución de la sociedad de la información. Pero como es sabido, es más fácil sobreponerse a las derrotas que a las victorias, y los desvaríos imperiales de los halcones del Pentágono así como las nefastas secuelas del neoliberalismo, que vendió como progreso lo que no era más que un formidable ilusionismo digno de Las Vegas o Hollywood, condujo a una gigantesca reconcentración de la riqueza y la imposición de la exclusión de pueblos y naciones enteras. La tecnología al servicio de diminutas oligarquías del dinero degradó a los seres humanos en lugar de liberarlos. La consecuencia fue una sociedad cargada de violencia y adicciones, que ha hecho de la lucha contra los narcóticos una de sus obsesiones.

África es la conciencia desgarrada de la humanidad. Es el atormentado fruto del colonialismo y de la guerra fría, sazonado con políticas neoliberales de los ochenta que terminaron de destruir los precarios fundamentos económicos, desencadenando conflic-tos militares y pandemias (como el SIDA) que han convertido al África Sub-sahariana en un trágico amasijo de estado fallidos (salvo contadas excepciones, como Sudáfrica). Este es un espejo en el que América Latina tiene que mirarse, pues estamos menos lejos de lo que creemos, y la historia nos ha mostrado que los retrocesos son siempre posibles.

América Latina tiene que unirse. Esta es una vieja aspiración bolivariana, pero también, como no, tahuantinsuyana. Esta no es una opción entre otras, es la única que existe en este mundo globalizado y de poderosos bloques regionales. En este sentido la política de los TLC promovido por los EEUU y los neoliberales para anexarse uno a uno paisitos sin capacidad de negociación, ha sido nefasta. Estamos siendo enganchados como furgón de cola de las políticas de las grandes potencias, que nos integran segmentadamente en función de sus propios intereses, como proveedores de materias primas y de unos pocos productos de manufactura simple y de agroindustria. Esta integración segmentada a la economía mundial se hace al precio de la desintegración interna, dejando amplias franjas sociales y regiones en el universo de los excluidos de la modernidad.

El neoliberalismo produjo un daño enorme al debilitar no sólo la capacidad de gestión del Estado, sino también y sobre todo al cuestionar su legitimidad. Así, privatizada la política, las transnacionales y los grandes monopolios nativos impusieron sus nefastas reglas de juego a lo largo de la década de lo ochenta y parte de los noventa, en que empezaron a producirse las reacciones. En países como Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador, las fuerzas populares derrotaron a la derecha entreguista e iniciaron el largo y complejo camino de construir economías y sociedades integradas internamente, con Estados más sólidos que les permitan tratar en condiciones soberanas con las fuerzas del capitalismo global, intentando producir procesos de integración regional (como el MERCOSUR) con los que afrontar los retos del mundo de hoy.

A la inversa, en el Perú el neoliberalismo ha logrado mantener las riendas del poder vendiéndose al imperio como aplicado y confiable pupilo, ajeno a las veleidades nacionalistas de sus vecinos. A contrapelo del resto del continente, en el Perú se mantuvo un proyecto sostenido en el boon de los precios de los minerales y en las exportaciones agrarias y que apuesta a ser plataforma del capital transnacional y eventual soporte de la política regional de los EEUU. Perú (y Colombia) son escollos de la integración regional. Corresponde a las fuerzas populares peruanas poner a nuestro país a la altura de los desafíos actuales, convertidos en perentorios por la crisis.


VII

Uno de los cambios trascendentales producidos desde fines del siglo XX es el tránsito a la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Estamos ante un nuevo paradigma que cambia completamente no solamente las formas de producir, sino la propia subjetividad humana.

La riqueza y el poder dependen hoy menos que nunca de los recursos naturales o incluso de la industrialización, sino que esta en función directa del conocimiento, la investigación y la capacidad de desarrollar y aplicar nuevas tecnologías (el ritmo de innovación).

Las distancias entre los países ricos y los pobres se acrecientan día a día en este terreno. La inversión en la formación de técnicos y científicos de primer nivel, en países como el Perú, es mínima. El esfuerzo de desarrollar investigación científica e innovación tecnológica es prácticamente nulo por parte del Estado y las empresas. Sólo existen esfuerzos aislados e inconexos de unas pocas Instituciones y Universidades, a los cuales los gobernantes suelen darles poca o ninguna importancia.

La riqueza mayor que nos expropian hoy las metrópolis imperiales es el talento de nuestros mejores profesionales en todas las áreas. Año a año miles de jóvenes, muchos de ellos brillantes profesionales, migran hacia el primer mundo en busca de mejores horizontes, despojándonos de lo más valioso de un país: su "capital humano".

El Estado, las Universidades, las empresas, las ONGs, las Regiones, las Municipali-dades, los Sindicatos, los Partidos Políticos y todos los entes pensantes del país tenemos que hacer un esfuerzo gigantesco por la educación peruana y el desarrollo científico y tecnológico. Estamos ante un asunto de vida o muerte. Esta es la gran prioridad nacional.

Tenemos que promover la excelencia en todos los ámbitos de la vida desterrando la cultura del conformismo y la mediocridad.


VIII

El derrumbe de los colectivismos burocráticos llevó a los defensores del capitalismo a proferir exclamaciones de júbilo y a anunciar "el fin de la historia"; es decir, que por fin la humanidad habría encontrado en la democracia liberal y el capitalismo económico las formas definitivas y más racionales de organizar la vida en común. Y aunque el capitalismo mundial demostró una potencia y vitalidad mayores de la que se creía, cuando hace unas décadas los socialistas anunciaban su derrumbe inminente, y produjo una formidable revolución científico-tecnológica, llevando su capacidad de producir riquezas a niveles inimaginables, lo ha hecho a precio de acrecentar las desigualdades sociales a un punto nunca antes visto, al tiempo que ha roto los frágiles equilibrios de la naturaleza, depredándola a niveles insostenibles y en muchos casos irreversibles. Mientras las minorías opulentas de los países desarrollados nadan en una abundancia sin precedentes y sus sociedades entran en lo que se ha dado en llamar "postmodernidad", las grandes masas de pobres y desposeídos (especialmente en el llamado "tercer mundo"), sobreviven a duras penas e incluso en muchos países del continente africano hay un proceso de involución hacia épocas primitivas, con la agravante de que las antiguas formas de organización tribal y comunal se han disgregado dejando en el más completo desamparo a cientos de millones de seres humanos, especialmente a los más frágiles y vulnerables: ancianos, mujeres y niños.

Pero el narcisismo de los poderosos del planeta, con sus millones, su tecnología y sus armas inteligentes no puede ocultar la irracionalidad profunda de una sociedad victima de una abundancia mal repartida, que idolatra sus pasiones, en su consumismo feroz, y donde el capital financiero (rentista y especulativo) ávido de ganancias rápidas y fáciles impone su lógica global al planeta entero manteniéndolo en la incertidumbre y la inestabilidad.

A lo largo de milenios los hombres y las mujeres construyeron un formidable potencial cultural e intelectual que, traducido en la ciencia y tecnología, está revolucionando en todos los órdenes de la existencia humana. Sin embargo, la apropiación privada de estos inmensos logros, convertidos en instrumentos para amasar más y más fortunas, castra sus extraordinarias potencialidades liberadoras, democratizadoras e igualitarias. Se ha llegado al extremo de pretender privatizar el genoma humano.

Si el capitalismo imperialista se apropió del planeta creando un mundo global y unipolar, fue en gran medida, por el fracaso de la promesa del proyecto socialista de construir una sociedad económica, social, política y culturalmente superior. Las revoluciones populares triunfantes en la periferia del capitalismo (Rusia, China, Cuba, Vietnam, etc.), en países atrasados y predominantemente agrarios, que debieron desarrollar su proceso de acumulación originaria de capital y de industrialización en condiciones sumamente desventajosas, siendo uno de los más importantes el cerco imperialista que impuso el aislamiento y la autarquía.

El extraordinario esfuerzo por industrializar y modernizar sociedades atrasadas condujo a surgimiento de regímenes autoritarios y burocráticos, que a través de políticas de planificación económica centralizada y vertical, lograron relativo éxito en crear industrialismo y resolver algunas de las necesidades básicas de la población (alimentación, salud, educación y empleo), lo hicieron al precio de coartar la libertad y la autonomía de los individuos libres. La prioridad exagerada a la llamada "industria pesada" (en especial la dedicada al material bélico), en detrimento de los bienes de consumo no solo distorsionó la estructura productiva, sino que impidió la mejora sustancial de la calidad de vida de la población. La desconexión del mercado mundial impuesta por el cerco imperialista implicó que el proceso de acumulación originaria fuera mucho mas costoso, y la falta de competencia llevó a la ineficiencia.

Con todas sus limitaciones el colectivismo burocrático (que se dio en llamar "socialismo real"), obtuvo logros importantes en el terreno económico (dotarse de una base industrial significativa), social (satisfacción de las necesidades primarias del conjunto de sus poblaciones) y militar (constituir una superpotencia cuyo logro más importante fue el triunfo sobre el fascismo), a lo largo de los primeros cincuenta años de su existencia. Uno de sus roles importantes fue el de servir de contrapeso al imperialismo capitalista, ofreciendo otras opciones potenciales a los pueblos atrasados del mundo.

Sin embargo, cuando a partir de los años setenta el capitalismo inició su extraordinaria revolución científico-tecnológica que llevó a lo que se ha denominado la "sociedad del conocimiento", los socialismos reales carecieron de aptitudes para dar el salto a esta nueva etapa.

Mientras que países como Estados Unidos y Japón se pusieron a la vanguardia de la producción de computadoras, software, microelectrónica y biotecnología, la Unión Soviética exportó petróleo (su principal fuente de divisas, como un pais tercermundista). El sistema económico y social del colectivismo burocrático se mostró incapaz de dar el salto a la nueva etapa tecnológica, que exigían otros marcos institucionales y de mayor iniciativa, libertad y autonomía de los individuos.

Los intentos de Gorbachov, a través del Glasnot y la Perestroika, de reformar a la URSS, abriendo el mercado, haciéndola competitiva, y evitando el retraso cada vez mayor en el terreno militar, llevaron a un choque entre el liberalismo político y economía planificada, que terminó despedazando esta última, lo cual dejó al país a la deriva y al derrumbe de una de las superpotencias mundiales, de manera tan súbita y calamitosa, que sorprendió a propios y extraños.

No hay aún suficiente perspectiva histórica ni objetividad para hacer el enjuiciamiento de la Revolución de Octubre de 1917 y sus consecuencias, pero cuando esto pueda darse podrán rescatarse valiosas lecciones de una titánica epopeya que emergió de las entrañas del pueblo y que durante casi un siglo angustió a los poderosos del capitalismo.

En ese contexto, la dimensión programática es un espacio a construir. Los programas, no serán un texto frío emanado de la lucidez de algunos. Deberá ser expresión de una voluntad construida colectivamente, la fusión de demandas y aspiraciones de las mayorías. Un aspecto fundamental a discutir en este terreno, son las rutas para el bienestar de las mayorías.

La crisis del capitalismo no es sólo una crisis de redistribución. Está en cuestión el conjunto de la lógica de un modelo de acumulación depredador. ¿Nos interesa repetir un proceso de crecimiento urbano-industrial basado en la sobre-explotación de recursos fósiles y metales? ¿Es el desarrollo entendido como el despliegue de las fuerzas de la modernización, el incremento ilimitado de la productividad, el único camino? ¿La voracidad pavorosa de la sociedad de consumo y sus gigantescos aparatos publicitarios que nos convierten en dóciles compradores compulsivos de modas y bagatelas debe seguir siendo el paradigma de sociedad humana?

La agenda modernizadora tiñe nuestras expectativas, se convierte en referencia central incluso de las demandas que movilizan a la gente. Requerimos evaluar detenidamente su pertinencia. Necesitamos encontrar en las resistencias, que no son sólo políticas y culturales, sino también económicas, las pistas de la construcción de los nuevos caminos. Ello exige rediscutir las relaciones entre la economía y el Estado, entre la iniciativa individual y los controles colectivos, entre la expansión tecnológica y las necesidades del espíritu. No solamente combatimos la explotación sino todas las formas de alienación humana.

Requerimos reencontrarnos con nuestra tradición cultural. Somos herederos de una cultura antigua, y encontrar en esa herencia las pistas para el futuro requiere más que la reivindicación ritual de algunos íconos y de discursos colectivistas vacíos de contenido. En nuestros pueblos existe una tradición organizativa que permite enfrentar las tensiones entre lo individual y lo colectivo. Sus soluciones no son perfectas, pero nos marcan una ruta de indagación. La potencia de las formas de organización del trabajo y de la vida, heredadas de nuestra historia, han permitido crear las ciudades en que hoy vivimos y enfrentar las crisis.

Proponemos pues que la discusión programática sea el espacio fundamental de construcción de consensos, de expresión de intereses comunes, de reencuentro y recreación de nuestra historia. No es una fórmula ni un listado de las medidas a tomar. Tenemos claridad de la crítica al estado de cosas existente. Apenas vislumbramos atisbos del porvenir. He ahí nuestro reto.


IX
"Permítame decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el
revolucionario verdadero esta guiado por grandes
sentimientos de amor. Es imposible concebir
un revolucionario privado de esta cualidad."
Ernesto "Che" Guevara

Cerramos el círculo con quien es el fundamento y el motor del proyecto socialista: el militante. Esta es una empresa colectiva de hombres y mujeres hermanados no sólo por un ideario común, sino también por valores y principios inclaudicables.

Tenemos que rescatar la consecuencia generosa y desinteresada de nuestros viejos luchadores anarquistas de principios de siglo XX. Gentes como Manuel Caracciolo y Delfín Lévano, como Adalberto Fonkén, quienes no sólo editaron con gran esfuerzo y sacrificio periódicos memorables como "La Protesta", y fueron generadores de las más diversas manifestaciones culturales, sino también dieron testimonio de vida austera, de entrega generosa y desinteresada de quien no pretende cargo o puesto público sino el servicio a sus ideales y a su pueblo.

Tenemos que hacer nuestro el ejemplo de Mariátegui, estudioso disciplinado e infatigable, con una infinita curiosidad frente a lo nuevo, atreviéndose a andar por rutas heterodoxas. Ejemplo de compromiso, de humildad y sencillez. Postrado en una silla de ruedas supo hacer de su pequeño "rincón rojo" del Jr. Washington el epicentro de un formidable despliegue de ideas que no deja de enriquecernos aún hoy.

Como no recordar aquí a Luís de la Puente y a Guillermo Lobatón. Hombres de su tiempo, acudiendo puntualmente a su cita con la historia. De la Puente fue el heredero de los insurgentes de l932. Lobatón, expresión del proletariado que aspira a romper las cadenas no sólo de la explotación sino también las de la ignorancia.

Tenemos que ser capaces de romper con la cosificación mercantil que impone la sociedad capitalista a todas las dimensiones de la vida. Para ella los valores sólo son aquellos que se cotizan en la bolsa. No combatimos sólo la explotación, también aspiramos a erradicar todas las formas de alienación. Solo en esta batalla será posible enfrentar uno de los grandes males de nuestro tiempo: la corrupción, que nace del fetichismo de la mercancía y del dinero, convertidos en totems sagrados por la sociedad burguesa.

Mariátegui en su artículo sobre la película "Tiempos Modernos" de Charles Chaplín decía que su personaje, Charlot, era la típica expresión del anti-burgués, del espíritu aventurero, siempre listo para la partida y a quien nadie nunca imaginaría con una cuenta de ahorros en el banco. El "Che" en la carta de despedida a sus padres les decía "me llaman aventurero, y lo soy, pero de un tipo diferente, de los que pone el pellejo para defender sus verdades".

Es aquí donde tenemos que rastrear la ética del militante socialista, que recoja el espíritu de los primeros cristianos, de vida comunitaria y solidaria; el de San Francisco de Asís, en comunión con el hermano sol, el hermano lobo y el hermano hombre, como expresiones de una reconciliación profunda con el cosmos.

La ética del militante socialista asume la diversidad, el respeto profundo por el otro y la otra. Somos feministas, varones y mujeres lo somos, pues es solo sobre el respeto a la dignidad plena del otro más cercano podremos hombres y mujeres hacernos plenamente humanos.

Los militantes socialistas somos indios, cholos, negros y blancs, hombres y mujeres de todas las razas y las sangres, respetuosos de las identidades y las diferencias, batalladores irreductibles por la dignidad humana.

29 -05-09

(*) Estas tesis se nutren de muchas fuentes que sería largo enumerar por la naturaleza del documento. Son varias voces que desde aquí hablan y que probablemente se reconocerán; no menciono ninguna pues sería imposible mencionar a todas. Éste aspira a ser un documento escrito con muchas manos y generador de un debate colectivo. Al final he anexado un conjunto de reflexiones propias y ajenas que abundan sobre el tema. Quienes gusten pueden incorporar sus propios comentarios y/u observaciones. El valor de una idea está en el debate que suscita, decía el Amauta José Carlos Mariátegui. Ojala que estas tesis sean el punto de partida de una discusión fructífera.
[1] "Aquí estamos/estos somos/y de aquí no nos vamos" gritaron millones de latinoamericanos en las calles de Nueva York, Los Ángeles y de las principales ciudades de los EEUU, en las históricas movilizaciones del 2007. Pese a todo, se calcula que son dos millones los emigrantes ilegales expulsados de los EEUU durante la segunda administración Bush.
[2] Al respecto vale la pena anotar que hay países como Arabia Saudita, China y Corea del Sur, y grandes empresarios como George Soros, quienes con visión estratégica, se han lanzado a la compra de enormes extensiones de tierra en diversas regiones del mundo.
[3] Tal y como lo reconoce la propia Constitución peruana.

 

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