Correo de Salem Por Eduardo González Viaña (*) Oviedo: la memoria bajo tierra Este primero de noviembre, en Oviedo, pregunté por Fernando Muñiz, pero nadie lo había visto. Calle arriba por el barrio de San Lázaro, pregunté después por Manuel Fernández, por Joaquín Pérez, por José Álvarez García, por Jesús y José Mejido Gutiérrez, por Paco Llamas, y también por Raúl Domingo Toledano. Sin embargo, nadie me dio razón alguna de ellos. Subí luego por la empinada colina que va al panteón de San Salvador, pero tomé alguna calle equivocada y me perdí. Tuve que recurrir a una pareja que venía tras de mí para saber si ese camino también me llevaba al cementerio. -Todos vamos para allá- me respondió un anciano de boina ploma. Su mujer añadió: -A veces, llegamos sin darnos cuenta. Avancé y recordé que, desde el triunfo de Franco y durante muchos años de su dictadura criminal, hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron obligados a caminar por esas rutas zigzagueantes hasta la parte trasera del cementerio. Allí los esperaba la boca abierta de la gigantesca fosa común. Se calcula que hay enterrados allí mil seiscientos cuerpos. Cerca, los fascistas hacían el simulacro de un consejo de guerra y, después de ejecutar a sus víctimas, arrojaban los cadáveres a la fosa. Quienes tenían la desgracia de sobrevivir a los balazos del fusilamiento eran enterrados moribundos, sin tiro de gracia y cubiertos de cal viva. Los gritos de dolor de los desgraciados que aún no habían muerto podían ser escuchados por quienes vivían en los alrededores. No todos eran fusilados. Muchos "desaparecían". Al igual que mucho tiempo después en la Argentina, Chile o el Perú de las últimas décadas, los arrancaban de sus hogares, los secuestraban, los torturaban, los paseaban en un camión sanguinolento, y por fin, los asesinaban. Muchos dicen que hay más muertos fuera que dentro del cementerio. Además, a muchos de los condenados se les ofreció una opción perversa. Si aceptaban confesar y comulgar, serían asesinados pero sus cuerpos no serían arrojados a la fosa. A cambio, se les daría un nicho en el cementerio católico. E incluso para hacer interminable el dolor de sus parientes, se alzó un muro de piedra que separaba como al cielo del infierno, los dos lados del cementerio. En medio de estos recuerdos, por fin llegué al cementerio de Oviedo. Atravesé la parte antigua y arribé al lugar que buscaba, la fosa común. Durante los años de la democracia, se ha derribado el muro infame que la separaba del cementerio católico y se ha erigido cuatro paredes. Ellas están cubiertas por placas que dan los nombres de Fernando Muñiz, Joaquín Pérez, José Álvarez García, Jesús y José Mejido Gutiérrez, y Paco Llamas junto a los de otros mil seiscientos españoles cuyo delito fue oponer resistencia a la invasión nazi-franquista y mantener hasta lo último sus ideales de izquierda y su apuesta por una humanidad solidaria. Hay muros como el de Oviedo en toda España. Son monumentos levantados a la memoria. Esta generación y las que vengan deben recordar que el fascismo es intrínsecamente perverso. Los desaparecidos de Argentina, las masacres de Pinochet o las ejecuciones sin juicio del Perú no son casualidades ni un exceso lamentable de la guerra. Son la única expresión del fascismo, tan igual como lo son las tumbas de España, la destrucción de Guernica o los judíos, gitanos y comunistas incinerados en los hornos crematorios de Hitler. Los profesores de lenguas clásicas piensan que la enseñanza obligatoria del latín transformará a la humanidad. Los carniceros y los derechistas están seguros de que un baño de sangre cambiará al mundo y detendrá a los pueblos que irremediablemente caminan hacia la comunidad socialista. Eso es normal porque el fascismo es un intento demencial de contener la historia y de aplastar la marcha de los seres humanos hacia el cambio social. Es, además, su único camino lógico porque se basa en la primacía de una nacionalidad, una religión, una raza y de un arcaico orden social constituido. En consecuencia de ello, todo y todos los que se opongan a cualquiera de estos principios serán, para el fascista, infrahumanos, paganos y terroristas, dignos tan sólo del suplicio, la prisión perpetua o la extirpación. España y Alemania tienen monumentos a la memoria. Argentina ha convertido en museo la casa de torturas de la Escuela de Mecánica. Por su parte, en Chile, el anciano criminal fingió y babeó cobardía hasta el fin. En el Perú, por desgracia, el gobierno conservador de Alan García ha decidido abogar por los genocidas. Felizmente, la excepción no hace la regla. Se necesitarán varios decenios para comprender que el genocidio no constituye únicamente una etapa pasada del fascismo, sino su única expresión. El fascismo es, solamente, una ruptura con la civilización humana. Una auténtica cultura de la memoria sólo será posible una vez que los jóvenes exijan a la generación anterior la confrontación crítica y reflexiva con el pasado. Es decir, cuando les hagan ver que el pasado no es pasado ni es historia sino padecimiento y conciencia presentes. O sea, cuando entiendan que Hitler y Franco sobreviven a través de Pinochet y de los criminales que aún caminan impunes y condecorados en diversos países del planeta. El siglo XX dejó tras de sí una pila alta e interminable de calaveras y un foso donde se entierra la memoria. Pero, en el siglo XXI, hay que desenterrarla. La memoria es un imperativo moral que nos obliga no sólo a recordar los crímenes del pasado, sino, fundamentalmente, a recordarlos en las desapariciones, las ejecuciones sin juicio, las cárceles perpetuas y demás bestialidades del presente. La barbarie no es una excepción, sino la regla perpetua de los que quieren que se detenga la historia. Por eso fue que el primero de noviembre, pregunté por Fernando Muñiz en Oviedo, y también por hermanos presentes como Raúl Domingo Toledano. Y por eso fue también que, al regresar del cementerio, volví a encontrar a la pareja de ancianos que me dio información de cómo llegar hasta allí. Y les pregunté: -¿Saben ustedes dónde está Fernando Muñiz? Marco Zerzen, 85 años, católico, panadero y comunista, nacido en Gijón, no me respondió. Le bastó con alzar la mano derecha. Se la puso sobre el corazón. Para ver las fosas y rendir homenaje a los caídos, hacer clic en: http://humano.ya.com/fosaoviedo/placas.htm#up Invitación para mis amigos en Sevilla Alfaqueque Ediciones y la Universidad de Sevilla presentan: Viernes, 14 de Noviembre, 19.30 h. Vallejo en los infiernos de Eduardo González Viaña Presentación en Casa del Libro C/ Velázquez, 8 SEVILLA Carlos Alberto González Sánchez, UNIVERSIDAD DE SEVILLA José Manuel Camacho Delgado, UNIVERSIDAD DE SEVILLA Humberto Urteaga, CÓNSUL GENERAL DE PERÚ Eduardo González Viaña, AUTOR DE LA OBRA Fernando Fernández Villa, EDITOR PRESENTAN: Viernes, 14 de Noviembre, 14.00 h. Vallejo en los infiernos de Eduardo González Viaña Presentación en Aula Magna Universidad de SEVILLA José Manuel Camacho Delgado, UNIVERSIDAD DE SEVILLA Rocío Parada, UNIVERSIDAD DE SEVILLA Eduardo González Viaña, AUTOR DE LA OBRA |
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