sábado, 4 de julio de 2015

MAGDALENA CHOCANO : LA MEMORIA TRANSFUGA: MEDICIACIONES Y GUERRA FRIA EN EL TESTIMONIO DE EUDOCIO RAVINES

LA MEMORIA TRÁNSFUGA: MEDIACIONES ESTÉTICAS Y GUERRA FRÍA EN EL TESTIMONIO DE EUDOCIO RAVINES /

Magdalena Chocano
EN HUESO HUMERO
I


Las memorias o autobiografías escritas en función de una opción política pocas veces alientan a reflexionar sobre la visión estética que ocasionalmente satura ciertos ámbitos de su discurso. Antes bien inducen al lector a centrarse en los datos fehacientes que sirvan para aclarar el sentido del proceso político, la presencia de la emoción social, o la existencia de vínculos partidarios e ideológicos.

Las elusivas vivencias estéticas plasmadas o invocadas en estos textos cobran la apariencia de elementos marginales, si no prescindibles, cuando en realidad analizar su yuxtaposición y/o fricción con una determinada visión política puede producir resultados interesantes. Más recientemente, el hábito de la subalternidad en la lectura de testi¬monios generados en el llamado tercer mundo ha ahondado el empobrecimiento de las lecturas posibles, con su tendencia a sacralizar el testimonio del oprimido, idealmente no contaminado por la política, aunque a la vez se le atribuya una estrategia instintiva contraria a la dominación social. Esto ha llevado a ejercer una especie de populismo académico al desterrar los testimonios declaradamente políticos, con lo cual muchos problemas de la formación de la subjetividad política en el Perú corren el riesgo de quedar en la oscuridad. Aquí intentamos auscultar par¬cialmente la obra autobiográfica de Eudocio Ravines Pérez, militante comunista y tránsfuga derechista. Nos centramos principalmente en
la narración de la infancia aunque para ello es necesario aclarar las condiciones más amplias en que ese testimonio fue generado.

II
Eudocio Ravines (Cajamarca, 1897-México, 1984) fue un político profesional: “Nunca estuvo en la base; siempre en los aparatos burocráticos. Profesión: secretario general”1 . Partiendo de una primera experiencia de organización sindical con los empleados limeños bajo el gobierno de Leguía, los cuales no resultaron tan radicales como hubiera deseado (1919-1921)2 , Ravines se acercó a Haya de la Torre y luego pasó al círculo de José Carlos Mariátegui. Viajó a Europa en 1927 y trabó relación con Henri Barbusse (1873-1935), intelectual pacifista francés, que lo puso en contacto con la Internacional Comunista (Comintern), organismo fun¬¬dado en 1919 para fomentar la revolución a nivel internacional, pero que acabó convertido en un instrumento de la política exterior soviética hasta su desaparición en 1943. A la muerte de Mariátegui, en 1930, Ravines fue nombrado secretario general del Partido Comunista del Perú.
A raíz de la represión desatada por el gobierno de Benavides, Ravines regresó nuevamente a la Unión Soviética y asegura haber asistido a las "conferencias secretas" de la Comintern sobre Asia y América3 ; es probable que también participara en la 7ª conferencia de la Comintern en Moscú de 1935. Después partió hacia Buenos Aires con destino a Santiago de Chile. Ravines no indica claramente su puesto en la jerarquía de la Comintern, aunque haber sido nombrado "instructor" para Chile. En un momento dice: "Los expertos de la brigada comunista internacional, que debían trabajar bajo mi comando, llegaban uno a uno"; pero en el párrafo siguiente señala a uno de sus presuntos subordinados, el tipógrafo italiano Marcucci (alias de Davide Maggioni), miembro de la Juventud del Comintern, como "verdadero comisario político de la delegación"4 . En todo caso, Ravines no permaneció en Chile mucho tiempo, pues, en 1937, le fue ordenado (junto con otros miembros de esa brigada) trasladarse a España, ya en plena guerra civil.
En España pasó la mayor parte del tiempo en Valencia, capital de la asediada república española entre noviembre de 1937 y octubre de1937, donde quedó integrado en el equipo de redacción del diario Frente Rojo5 . Este diario era el órgano de prensa del diminuto partido comunista de filiación stalinista en España, que actuaba como brazo de la Comintern. Apenas salió a la luz desató una delirante campaña contra el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), blandiendo la acusación de trotskismo. Los comunistas stalinianos procuraban bloquear los avances de la colectivización y del control obrero bajo la república, con el fin de no estorbar la política de alianzas internacionales que Stalin quería establecer. La vitriólica denuncia de Frente Rojo y otros periódicos afines legitimó la violenta represión contra los sectores revolucionarios españoles realizada por los comisarios del Komintern y demás aparatos soviéticos que se habían ido infiltrando en España.
El asesinato de Andreu Nin, uno de los principales dirigentes del POUM, en Alcalá de Henares, marcó un hito en esta sanguinaria campaña.
Posteriormente Ravines recordaría con indignación el comportamiento de sus entonces camaradas. No sabemos la fecha precisa de la llegada de Ravines a España, pero probablemente fue a inicios de la primavera boreal de 1937. Cuando la sede de este diario se trasladó a Barcelona, en noviembre de 1937, parece que Ravines se trasladó también a esa ciudad. El tipógrafo "Marcucci", de la Juventud de la Comintern, con quien Ravines mantenía un estrecho vínculo se suicidó en el transcurso del año 1938, y Ravines recibió la orden de presentarse en Moscú. Ravines atribuye el suicidio de este camarada a sus fuertes contradicciones con la cúpula dirigente staliniana (el controvertido Codovilla, el siniestro Stepánov, etc.); pero otras fuentes señalan que el suicidio se debió a
que Lebedova, esposa de Marcucci, lo abandonó por Palmiro Togliatti, entonces también en España6 .
Como quiera que sea este hecho debió de dejar a Ravines en una situación comprometida, y es probable que ello explique porqué fue llamado a Moscú de modo perentorio, sin que se le permitiera viajar con su esposa, quien quedó en España a punto de dar a luz. Ravines no explica con detalle qué medios le permitieron evadir la letal purga moscovita (el no tener nacionalidad soviética no era tampoco una garantía de sobrevivencia); en todo caso logró reivindicarse, y fue enviado nuevamente a Chile donde trabajó para el aparato de prensa del Partido Comunista Chileno bajo el nombre de Jorge Montero7 . Desencantado definitivamente de la militancia, volvió al Perú e intentó durante un breve tiempo formular una alternativa de izquierda no comunista ni aprista, pero terminó por enrolarse en La Prensa, diario limeño, propiedad del
acaudalado hacendado y financiero Pedro Beltrán Espantoso (1897-1979), desde donde se lanzó a una ferviente campaña anti comunista y anti aprista. Tras el golpe de Odría en 1948, fue de¬portado en 1951, y se refugió en México, donde dio publicidad a sus memorias. Regresó al Perú repetidas veces, siempre dedicándose al periodismo e incursionando incluso en la televisión. Finalmente, a raíz del golpe de estado de 1968, se exilió a México donde vivió hasta su muerte. Tal como se ha dicho, “Ravines fue un cuadro de la Internacional y del comunismo peruano, aunque esto no sea fácil de aceptar por quienes condenan toda su biografía desde un hecho: la salida del par¬tido y su posterior anticomunismo...”8 . La cuestión no se limita a la pasión de condenar o aprobar moralmente, pues el texto de las memorias de Eudocio Ravines, La gran estafa: la penetración del Kremlin en Iberoamérica (México, 1952) nos pone ante un complejo problema histórico y humano: ¿hasta qué punto la verdad subjetiva de un momento se puede realmente representar a la luz de la verdad subjetiva de otro momento? En ese texto, Ravines emprendió la tarea casi imposible de representarse como el comunista que fue desde el anticomunismo que había abrazado.

III
Ravines declara en la introducción a La gran estafa: "Este libro no es un alegato: sólo quiere ser un testimonio", testimonio que tiene como objetivo expreso alertar a los lectores de la penetración comunista en los países latinoamericanos y denunciar la intención de los comunistas de valerse de las políticas de frente. En buena medida, esto significó condenar también a los "compañeros de ruta", es decir, a la izquierda no comunista o reformista, que, según Ravines, simplemente estarían haciendo el juego a los comunistas orquestados por Moscú. Esta posición no estuvo carente de consecuencias para los movimientos sociales y políticos de América Latina: los intentos reformistas debieron afrontar la represión sistemática más sanguinaria apoyada por Estados Unidos en nombre del anticomunismo. Precisamente un nuevo ciclo de esta represión comenzó con el derrocamiento de Arbenz en Guatemala en 1954. A diferencia de lo que ocurrió en Europa, donde –tal como ha mostrado la estudiosa F. S. Saunders–, la izquierda no comunista fue vista por los organismos de inteligencia estadounidense como una posible aliada para contrarrestar el influjo comunista de obediencia soviética, en América Latina se optó por aplastar incluso las alternativas reformistas, apoyando cruentas dictaduras que sumieron a sus países en un oscurantismo y una miseria tales que hasta hoy no se vislumbra una segura recuperación de esos males9 . Ravines, al equiparar a la izquierda no comunista a una obediente oveja de los dictados soviéticos, justificó y condonó dicha represión.

IV
El testimonio de Ravines no surgió gratuitamente de una pura necesidad subjetiva más o menos coincidente con el momento histórico. Existe un informe confidencial anónimo escrito en inglés que se le envió al editor Joseph G. E. Hopkins, de la casa editorial Scribner’s de Nueva York, una de las más antiguas de Estados Unidos, dando como referencias personales dos nombres: John Adams Truslow, del Banco Mundial10 , y Pedro Beltrán, el director del periódico La Prensa (1934-1974), importante empresario, quien además había sido embajador en Estados Unidos (1944-1946). Dicho informe está redactado de modo impersonal pero en un caso adopta la primera persona: “No hay otro ejemplo de comunista converso en América Latina que yo sepa”. En el informe se dice también que la obra era de interés en función del
programa de defensa inter-hemisférico y a causa de la intensa actividad comunista en el Perú, Argentina, Chile, Colombia y Venezuela. A juicio del anónimo informante, la obra de Ravines sacaría a la luz la “conspiración roja” en América Latina y esto daría un gran golpe a Stalin.
También se dice que si al editor le interesara el libro debe telefonear en el acto a Truslow, ya que para publicarlo existen fondos “por encima de toda sospecha”11 . Truslow parece ser el intermediario fundamental en esta empresa, pues posteriormente el editor J. G. E. Hopkins le escribió enviándole un capítulo traducido que había sido revisado con gran
cuidado por él mismo y otros editores, y le pide su opinión sobre detalles muy precisos sobre la traducción y que le permita tener contacto
directo con la traductora, Sue Vaillant12 .
La autoría de la traducción es otro punto oscuro en la génesis de la obra de Ravines. Wendell Minnick en su enciclopedia sobre espías y agentes provocadores dice que la CIA destacó a uno de sus agentes, William Buckley, Jr., a México, D.F. para que ayudara a Ravines, que se encontraba allí expulsado por el régimen de Odría, en la edición13 . Minnick afirma que Buckley también tradujo la obra al inglés. Esto no coincide con la correspondencia del editor, pues la persona que le escribe en calidad de traductora firma con el nombre de Sue o Suzannah Vaillant. He intentado, sin éxito, encontrar otras traducciones hechas por esta persona14 . El texto de Ravines fue publicado primero en inglés con el título de The Way to Yenan (Nueva York: Scribner’s, 1951). En los créditos de dicha edición no figura en absoluto el nombre de la traductora. Es posible que el objeto de esta omisión fuera crear la impresión de que la obra había sido escrita directamente en inglés por su autor, lo cual fuera de EE. UU. podría haberle dado un cierto lustre intelectual.
Sin embargo, esto puede haberse debido a otras razones. Inicialmente se pensó en dotar al texto en inglés de una presentación. Según la traductora, Ravines deseaba que Norman Thomas, socialista estadounidense, seis veces candidato por el Partido Socialista a la presidencia de EEUU, escribiera el prólogo, porque esto daría gran prestigio a su obra en Sudamérica “entre los liberales”. Pero Thomas no lo escribió o si lo hizo, no fue publicado, porque el texto vio la luz sin prólogo alguno15 . Según explica la traductora, Ravines había insistido en que se incluyera un párrafo que dijera que estaba fuera del país por su postura democrática, pues no aceptaba el juego sucio tan común en América Latina de llamar democráticos a regímenes que perpetraban los peores ataques a los derechos ciudadanos. También deseaba que Thomas dijera que nunca se convencería a los pueblos latinoamericanos de la buena fe de Estados Unidos ni de la bondad de su estilo de vida, si por una parte se condenaba las farsas democráticas soviéticas, pero Estados Unidos a través de sus embajadores toleraba e incluso aplaudía regímenes como el del general Manuel Odría en el Perú (1948-1956), para no mencionar los de Rafael Leonidas Trujillo en la República Dominicana (1930-1961), Anastasio Somoza en Nicaragua (1937-1956) y Hugo Ballivián Rojas en Bolivia (1951-1952). La traductora decía que esta era una crítica a la política exterior de Estados Unidos en América Latina que le había
planteado todo latinoamericano decente que había conocido. Ravines
quería que Thomas, sin mencionar estos dictadores, señalara por lo menos que el apoyo del Departamento de Estado a los susodichos no permitía a los latinoamericanos optar de un modo razonable entre Estados Unidos y Rusia16 . Vaillant consideraba inoportunas las sugerencias de “Chico” (Ravines) a Thomas, pues dice “Quisiera que el viejo imbécil hubiera pensado incluir algo así al final del último capítulo...”17 . Vaillant parece haber simpatizado con la izquierda no comunista, ya que agrega una postdata manuscrita pidiéndole al editor que le diga a Thomas que votó por él en las elecciones de 1948 en Estados Unidos. Al final, quizá no lograron ponerse de acuerdo en estos puntos, y hasta es probable que por ello Vaillant no figure como traductora.
Cuando la obra apareció un problema que había sido detectado por el editor y otros redactores se hizo evidente: la datación de los episodios. En el texto en inglés se dan las fechas de algunos episodios claves, mientras que en el texto castellano brillan por su ausencia: por ejemplo, en The Way to Yenan Ravines indica su fecha de nacimiento, pero no en
La gran estafa. El punto más problemático fue el relativo a los comunistas chinos en la URSS. Un tal John E. Reinecke escribió a la editorial Scribner’s para cuestionar el mismo título de The Yenan Way, pues ba¬sándose en un estudio de Edgar Snow, Red Star Over China (1938),
concluía que Mao no podía haber estado en Moscú en otoño de 1934, como decía Ravines, y que para entonces la marcha sobre Yenan no había ocurrido todavía18 . El profesor Robert C. North, de la Institución Hoover19 , respondió a Reinecke (con copia a Scribner’s) diciéndole que efectivamente la historia era muy compleja y que el testimonio de Ravines era difícil de sustentar con los datos conocidos hasta el momento y le recomendaba la lectura de su trabajo Kuomintang and Chinese Communist Elites20 . Finalmente, J. G. E. Hopkins agradeció al profesor North sus explicaciones, comentándole las dificultades de establecer los hechos “porque los dos bandos en el campo chino eran [tan] fanáticos” y se¬ñalando que el título elegido por Ravines no había sido muy apropiado. Decía también que había recibido muchas cartas de “exaltados iz¬quierdistas” desde la publicación del libro21 . La primera edición en castellano se publicó en México en 1952 con el título de La gran estafa: la penetración del Kremlin en Iberoamérica (el pie de imprenta rezaba
“Libros y Revistas”, nombre muy poco distintivo para una editorial) y de ahí en adelante se siguieron sucesivas ediciones por diversas editoriales del mundo hispanoamericano: en Santiago de Chile (Editorial del
Pacífico) en 1954, y en Madrid (Antorcha) en 1953 y 1958, y en Buenos Aires en 1974 (edición ampliada). Asimismo se publicó en Miami una edición castellana en 1961 con anotaciones sobre Cuba.

V
El texto de Ravines, por tanto, no es una simple “fuente” para estudiar el movimiento comunista. Es un artefacto de la guerra fría. Por ello una lectura paralela del texto en inglés y en castellano ofrece interesantes contrastes. Además de la cuestión de las fechas ya señalada, lo más saltante es que en el primero se suprimen muchas conversaciones y episodios relativos a la infancia. La supresión de los episodios de la niñez se debe a que a juicio de los consejeros editoriales no era verosímil que un niño recordara conversaciones tan complejas22 . Probablemente dar una versión literal de estos episodios en inglés habría obrado en contra del efecto de identificación a través del cual la obra podía captar la atención del lector promedio en Estados Unidos. Por ejemplo, las referencias de Ravines a la gran biblioteca de su tío, a sus lecturas de Nietzsche (que, como veremos aparecen en el texto en castellano) no hubieran producido en este teórico lector ninguna empatía, sino extrañeza y hasta dudas sobre su fiabilidad, tal como apuntaban los examinadores del texto.
No siempre el impulso autobiográfico de Ravines parece haber coincidido con los intereses programáticos, ni con la disciplina edi¬to¬rial de sus mecenas, razón por la que dentro de una escritura ya estrechamente condicionada por la misión de predicar contra el comunismo, hay nuevas supresiones y censuras en aras de adaptarse al pretendido lector de lengua inglesa. En la correspondencia del editor Hopkins hay algunas referencias críticas a los aires de “autor” de Ravines y a sus pretensiones literarias y poéticas. Un elemento de la tensión, sin duda, tiene que ver con la distinta política editorial tal como se practica en
la lengua inglesa en Estados Unidos. Lo que se entiende por edición de
un texto supone una intervención mucho mayor del corrector, hasta el punto que los originales sufren un cambio radical en función de parámetros muy fijos, en cambio en la edición castellana la intervención del corrector es mucho más circunscrita y el texto original tiende a ser preservado en su integridad, con lo cual la idiosincrasia del estilo del autor resulta mucho más perceptible. Al suprimirse en la versión inglesa episodios enteros de la niñez tal como Ravines los había expuesto originalmente se adelgaza en grado sumo la materialidad de la ex¬periencia que intenta transmitir, ya que se consideró que unos pocos elementos bastaban para establecer ante el lector la evolución del narrador, de modo que aquel se adentrara cuanto antes en la esencia de
la “conspiración roja” en Sudamérica, que era el tema que realmente importaba. No era lo que Ravines hubiera deseado, pues dedicó bastante espacio a explicar su niñez a los lectores en lengua castellana, ante quienes presentar dramáticamente las experiencias que caracterizaron su infancia era esencial para establecer su credibilidad y hasta se podría decir su respetabilidad cultural, de un modo que habría resultado innecesario ante el lector de Estados Unidos. La versión castellana, curiosamente, le permitió una mayor libertad a la hora de plasmar en el texto una serie de experiencias que desde el punto del servicio de inteligencia estadounidense serían superfluas para los fines que debía cumplir esta obra. A continuación examinaremos cómo Ravines retrata su infancia basándonos en la versión castellana, señalando los aspectos diferenciados o contradictorios respecto a la versión inglesa.

VI
Ravines inicia sus memorias evocando la “vida estancada” de Cajamarca, su ciudad natal, donde “cambiaban las cosas no las personas”: indios descalzos arreando sempiternamente recuas cargadas de alfalfa
y grandes latifundistas apareciendo de vez en cuando para alterar apenas el letargo de la urbe provinciana. Cajamarca es la mera representación de un sueño milenario y estático cuyo referente esencial es haber sido el escenario del aprisionamiento de Atahualpa por Pizarro. Efectivamente, un examen de corte socioeconómico indica que el mundo rural caja¬marquino experimentaba inversamente los dinámicos flujos capitalistas de la costa norte desde fines del siglo XIX, dando lugar a una mayor presión de la feudalidad sobre los recursos y los trabajadores23 . El medio urbano se veía sofocado probablemente por esta misma tendencia.
En el relato de Ravines, el episodio que rompe esta teórica monotonía secular son las elecciones presidenciales de 1904, en que se midieron Nicolás de Piérola (1839-1911), el jefe del Partido Demócrata, y José Pardo (1864-1947), candidato del Partido Civil. Los demócratas representaban a un grupo burgués menos afortunado, al que se sumaban las clases medias provincianas y sectores populares, mientras que los civilistas convocaban principalmente a los burgueses de las ciudades costeñas y a la mayoría de latifundistas y notables de provincias24 . De
un inicial auge, los demócratas, gracias a la estrambótica política de abstención, habían ido perdiendo posiciones en el limitado aparato
parlamentario y eleccionario que precariamente daba una fachada de política representativa al país. En Cajamarca, la ciudad, las familias y
los barrios se dividen en bandos para apoyar a su respectivo candidato. Ravines nos sumerge en la situación mediante un montaje de dos
planos que se superponen y a la vez se explican: el de la casa familiar y el de la calle. Tres personas conversan en la casona desde cuyo balcón observan el transcurrir de una manifestación pierolista. Uno de ellos
es el abuelo de Ravines, patriarca de la familia, antiguo pierolista; otro es el Coronel Belisario, hijo del anterior, de mediana edad y hermano mayor del padre de Ravines (al que le lleva 25 años), que mantiene también la adhesión a Piérola; y por último, el tercero es el juez de
paz cuya filiación no se especifica y que la mayor parte del tiempo permanece en silencio.
En la calle hay gran algazara de manifestantes demócratas, encabezados por el padre de Ravines, que pasan gritando: “¡Viva el Califa! ¡Viva Piérola! ¡Por Cocharcas otra vez!”. Mientras tanto, en la biblioteca de la casa, el Coronel Belisario Ravines (que parece tener conocimientos de impresor y encuadernador) acaricia el lomo de un libro de Nietzsche: Así hablaba Zaratrusta (¡se trataría de uno de los primeros ejemplares en haber llegado a la provincia!). El abuelo lamenta la actitud contemplativa del Coronel, y señala al hijo menor, el padre de Ravines, que ya vuelve cansado y alegre de la calle, como un verdadero pierolista. El Coronel responde que los tiempos no son propicios al pierolismo: “Estas son elecciones con Prefectos, Subprefectos, Alcaldes y presidentes de mesa civilistas y mayores contribuyentes civilistas. Quizá los demócratas vamos a ganar en una u otra parte; pero me parece que Piérola va a ser barrido” (p. 10). Esta confrontación de tres generaciones de pierolistas es interrumpida por la sirvienta que anuncia la hora de la merienda por encargo de la madre del pequeño Eudocio. La conversación entonces deriva en una crítica acerba de los latifundistas. El padre de Ravines
y sus contertulios mencionan con acritud a Paula Iturbe, al “viejo Revoredo” y al “cholo Simón”, aunque aceptan que entre estos representantes del atraso y el estancamiento hay también pierolistas como los Puga25 . La política no se divide en campos claros y definidos en
que los Ravines, partidarios del progreso, puedan sentirse totalmente cómodos con sus correligionarios pierolistas.
Piérola, cuyo retrato preside el salón de la casa, y Nietzsche, cuya obra aprecia el Coronel, sugieren un inédito ángulo en la historia política provinciana. En realidad poco sabemos de la recepción del filósofo de la “voluntad de poder” en el medio peruano académico y no académico. Sabemos que las más antiguas traducciones de Así hablaba Zaratrusta al castellano las publicaron la casa valenciana F. Sampere y La España Moderna a fines del siglo XIX. ¿Es posible que algún ejemplar ya hubiera llegado a la remota Cajamarca y acabado en las manos del Coronel Ravines? No es necesario por ahora dilucidar este detalle erudito que ameritaría quizá una tesis, lo que importa es que con estos nombres evoca Ravines un sorprendente clima familiar en que la política queda extrañamente sometida a la irradiación conjunta de Piérola y Nietzche.
No son esas empero las únicas fuerzas que dominan el ambiente hogareño de Ravines. A su regreso de la manifestación, el padre encuentra los agrios reproches de la madre que enfrenta a toda la familia del esposo: “ni el Califa, ni sus montoneros, ni sus manifestaciones van a alimentar a sus hijos, ni les van a dar educación, ni les van a regalar una carrera” (p. 9). Pero el discurso materno no se funda en el pragmatismo; el conformismo defendido por la madre se nutre de una religiosidad fanática que postula la mortificación como el verdadero medio para alcanzar el favor divino.
La pasión religiosa de la madre y el fervor político de la familia paterna crean en Ravines un remolino de vivencias que evoca a través de los estados de fascinación sensorial en que queda inmerso:
“A través de la ventana entraba la fiesta luminosa del poniente.
De rodillas ante las imágenes repetía sin pensar en las palabras que pronunciaba, los padrenuestros, las avemarías, las jaculatorias. Mi alma estaba ebria de aquel maravilloso crepúsculo que imaginaba una montonera comandada por el Califa en persona. Me encantaba, hasta la voluptuosidad física, la palabra Califa, y aquel crepúsculo encelajado y moribundo” (p. 14)
Las palabras devotas pronunciadas mecánicamente se asocian a una visión sublime que tiene su vértice en un líder que encarna la emoción política de la familia y fija el episodio en la memoria textual de Ravines. Si, como el anónimo lector de la casa Scribner’s señalaba, todas estas conversaciones y polémicas no podían haber sido nunca captadas por un niño siete u ocho años, no tiene la menor importancia, pues
lo que interesa es que a través de esta figuración construida probablemente a posteriori, Ravines intentó retratar las fuerzas esenciales que marcaron su formación.

VII
La niñez de Ravines aparece dominada de modo hegemónico por las figuras paterna y materna. Ninguna relación horizontal, sea con hermanos o primos, hace cesar esa atención casi obsesiva que presta a sus progenitores y que, al parecer, ellos se encargaron de fomentar de modo muy concreto: “Jamás fui a la escuela primaria y mi madre fue mi primer maestro, por decisión irrevocable y pertinaz que mi padre no pudo, ni supo contrarrestar. Siendo niño no tuve otros amigos que mis numerosos primos y sobrinos de mi edad” (p. 15)26 . Estos compañeros de juegos no vuelven a ser mencionados y Ravines no señala de entre ellos ninguna individualidad que exija o imponga algún vínculo emocional particular. Al no tener que ir a la escuela, el rechazo a una sociabilidad más amplia queda inscrito en la misma forma en que recibe la educación elemental; la familia y la religiosidad lo aíslan en abierta negación del estado, negación que no tiene nada de anarquista sino que refleja el deseo de un orden monacal-señorial que la madre quiere instaurar para impulsar calladamente la vocación religiosa de su hijo. El recurso del padre para introducir algún contenido secular en la formación del niño no puede ser más endeble: “traía libros laicos que se empeñaba en que yo leyera: los Episodios Nacionales de la Guerra del Pacífico, la Historia de la Conquista del Perú que culminaba con la ejecución del inca en Cajamarca; un libro de Geografía donde se afirmaba que la tierra es redonda y que ella giraba alrededor del Sol; decía también el libro que por haber afirmado estas verdades, la Iglesia había quemado a Giordano Bruno y había forzado a una retractación humillante a Galileo” (pp. 15-16). Ante esto la madre reacciona con súplicas por la inocencia del niño y con amenazas de quemar el libro “hereje”.
“Mis padres tenían sentidos antagónicos de la vida, no obstante que se querían y se llevaban muy bien”, confirma Ravines. Curiosamente en la versión inglesa, el contrapunto entre la madre y el padre se presenta en estos términos: “My mother came of an old civilista family, which had very much deplored her marriage to my father, whose family were democrats, to a man [...] who had actually fought for Piérola in 1895 when he defeated Cáceres...” (The Yenan Way, p. 2)27 , mientras que en el original castellano Ravines evita cuidadosamente explicar las contradicciones entre el padre y la madre en función de una distinta filiación política. Antes bien, Ravines señala que ella se ocupaba de hacerle aprender de memoria los discursos de Piérola:
“por un anhelo inequívoco de ostentación y con sigiloso propósito de convertirme en el centro de los comentarios familiares, me torturaba largas horas obligándome a aprender de memoria, sin que faltase una palabra, los discursos de don Nicolás de Piérola, que luego repetía en el salón del Coronel, ante una entusiasmada concurrencia de fervorosos demócratas quienes después de Dios, creían en la santidad milagrera y en el talento genial del Califa.” (p. 16)
Aunque efectivamente parece haber existido cierta tirantez entre las familias paterna y materna28 , el rechazo de la madre a Piérola en todo caso no es absoluto, habida cuenta de que la devoción del caudillo que en su juventud quiso ser sacerdote era cosa conocida. Ravines, que previamente ha admitido que Piérola en tanto figura caudillesca lo fascinaba, no concede en cambio a la palabra de este caudillo mayor importancia en su formación intelectual, pese a haber memorizado y repetido sus discursos. Enfatiza que su mentalidad estuvo moldeada inicialmente por el puro adoctrinamiento religioso: “Hubo escasa
fantasía en mi infancia, o quizás sea mejor decir que ella tuvo esencia y aparecer místicos: fue ascética, teológica, poblada por trascendencias que se movían en catacumbas y tebaidas” (p. 16).
Algunas observaciones del historiador Jorge Basadre sobre los usos verbales de Piérola, sugieren otra perspectiva, que matizan y pro¬fundizan esta vertiente devota. Piérola poseía una estilística y un tono propios claramente diferenciados de otros políticos de la hora: “el estilo sentencioso, donde las ideas generales y los grandes conceptos directivos de patria y civismo arrollan casi siempre al comentario o a la alusión
del instante; estilo enfático y breve, que desconcierta a quienes no pueden prescindir de los libros y las citas, pero que llegó al pueblo con acento de profecía”. Y el Califa conservó de su inicial vocación sacerdotal “el tono dogmático”29 . ¿Cabría sugerir que esta actitud dogmática y profética
vertida en un molde laico, habría así llegado sutilmente a quien sería uno de los promotores del comunismo peruano posterior a Mariátegui?
En sus padres Ravines percibió casi arquetípicamente dos actitudes contrapuestas ante las cuestiones vitales de su infancia, y confiesa que el estilo desenfadado del padre le suscitaba rechazo: “En las controversias domésticas ganaba siempre mi madre ante mí, por la carga de emoción y de pasión que ponía en todo. Mi padre perdía porque se burlaba, no daba importancia a lo que la tenía para mí” (p. 16). La indefinición del padre respecto a la noción esencial de “pecado” le causa desazón. El padre lo lleva al circo, donde el niño vive fuertes emociones, pero a su regreso acepta que la madre obligue al niño a hacer penitencia por ello: debe rezar incontables credos y mea culpas, y memorizar textos devotos.
Retrospectivamente, Ravines desnuda –quizá con la mirada
aguzada por su posterior vida política– la utilización de la experiencia estética como arma de la política devota de su madre. Recuerda así su primera comunión: “El altar mayor estaba engalanado y en los cande¬labros ardían docenas de gruesos cirios; el retablo estaba asimismo
pletórico de velas que ardían con sus llamas inmóviles, como si fuesen plegarias llenas de angustia, transfundidas en un pesar inacabable: tal era su elevación en punta y su inmovilidad hierática. [...] Aquella misa cantada tenía, sin duda, un embrujo que atraía, que seducía, que invitaba al sacrificio y a la entrega, que convocaba a hacerse fraile de San Francisco. Y mi madre gozaba infinitamente asistiendo a esta sutil y encantadora captación” (pp. 17-18). Al memoriógrafo Ravines, pese a aceptar la preponderancia materna, no se le oculta que el goce sensorial que la devoción le ofrece no es gratuito, ni libre, sino que está hipotecado al designio de la madre de que se haga fraile.

VIII
La derrota electoral del Partido Demócrata dirigido por Piérola parece haber tenido consecuencias funestas para la familia. Al menos, eso es lo que Ravines recuerda: el padre de Ravines debió abandonar toda esperanza de ser incorporado al ejército con el grado de sargento mayor y asegurar con ello el porvenir de su familia. Se hace artesano, pero sus ingresos son miserables. No explica qué pasó con el resto de familiares, aunque no es imposible que corrieran mejor suerte. Los padres de Ravines rematan sus objetos de plata, la capa de pieles de la madre y “la gran cama de metal de dos plazas, con su alta y labrada corona de bronce, que había presidido nuestros nacimientos y nuestra primera infancia” (p. 19). Ravines contempla cómo se desbarata su hogar a través de los ojos de su padre, desolado por no tener medios para mantener la dignidad de la familia. Esto posiblemente conspiró para que en la evocación del ambiente de su infancia no exista ningún
momento colectivo (que trascienda el medio familiar) asociado a la experiencia de plenitud sensorial. La belleza natural es engañosa y está asociada a la muerte:
“La tierra de aquella comarca era fértil pero el sistema era estéril;
era una tierra encrespada, hirsuta en su aislamiento, sin caminos, sin amarras con el mundo cuyo movimiento pasaba de largo por el mar y por la costa. Tierra encantada y maravillosa, madre de un ambiente de pesadumbre que aplastaba al hombre, que se adhería a él como una mortaja de cuero mojado constriñéndole los mús¬culos, la piel, los huesos, hasta volverlo polvo y lodo del polvo...
El milagro gayo y reverberante de la naturaleza acentuaba con
áspera rudeza el contraste con la miseria, el abatimiento y la opacidad de las gentes. Era una naturaleza brillante, dentro de la cual se movían seres opacos; era un mundo alegre en el que chapoteaban individuos desaristados y tristes”. (p. 20)
Para superar esta situación, el padre decide emigrar en busca de fortuna, pero no a la costa donde probablemente sólo podría haber
trabajado en las haciendas, sino a la selva, animado por historias de riquezas fabulosas que habrían obtenido algunos vecinos de la ciudad. La partida del padre es un acontecimiento desgarrador para Ravines, adquiriendo su figura una intensidad descollante que opaca la de cualquier otro personaje masculino de los muchos presentados en sus memorias (exceptuando quizá a Haya de la Torre). En los pocos episodios que hasta aquí han dado constancia de la presencia paterna (su participación en la marcha pierolista, la conversación familiar), ésta es más ligera y suave que la de la madre, pero la partida le da una mayor hondura en su narración: a través de él vive la historia de las entradas españolas al Amazonas, se identifica con los valientes Orellana, Aguirre, y otros conquistadores (elementos expurgados en la versión inglesa). La par¬tida del padre trastorna todo el universo del niño y le hace conocer el miedo en estado puro: “Por la noche mi padre hizo ingresar al patio, atravesando la habitación que nos servía de dormitorio, la mula en que debía partir. Desde mi cama... contemplé los ojos verdosos, relucientes, del animal un tanto asustado al atravesar la pieza a oscuras. Los cascos herrados sobre los ladrillos y aquellas pisadas golpeaban sobre mi corazón. Tenía pavor... sí, era de miedo a que aquel hombre no regresara nunca más.”
Ravines intenta captar lo aterrador de esta experiencia refiriéndose reiteradamente al olor de la chaqueta de cuero del padre y a los ojos de la mula, elementos con que asocia el presentimiento de la muerte y la desolación. El padre en los momentos previos a su salida hacia la selva es descrito como si fuera ya un ser fantasmal: “Y él estaba allí, de pie, calzado de grandes botas, inmenso, blanco como la cal de la pared, con los labios resecos y los ojos enrojecidos y tumescentes. Su chaqueta de cuero olía a piel curtida” (p. 24). Cuando el padre desaparece de la escena, y el pequeño Ravines con sus cuatro hermanos y su madre van a rezar por el viajero, se repiten los mismos motivos: “En la calzada de piedras muy burdas, muy cerca de la puerta, quedaba un montón de estiércol de la mula. Volví a encontrarme con aquellos ojos verdes, enormes, fascinantes, y al ingresar a la habitación de la despedida me sobrecogió la olfacción de la piel curtida.” (p. 26). De este modo, este clima premonitorio da a la figura del padre un carácter inasible y a la vez opresivo, ya que su partida se relata desde una soledad abrumadora y desde la total desesperanza. Y a la vez debemos apuntar que el abundar en el presentimiento de la orfandad, ya anunciado al inicio de este acápite al hablar de la tierra como “una mortaja de cuero mojado”, y la reiteración de ciertas sensaciones y objetos en el texto que permiten construir estéticamente la experiencia de esta pérdida, suponen una demora que políticamente puede resultar superflua.
IX
La ausencia del padre sume a la madre y los cuatro hermanos en la miseria. La madre se gana la vida planchando ayudada por el pequeño Eudocio. Es una actividad agotadora que realizan con desesperación
y amargura. El trabajo físico es una auténtica maldición, el cuerpo trabajador se descompone, se disloca y la tarea del planchado que realiza
su madre evoca en la memoria de Ravines una desfiguración cubista: “Horas después miraba a aquella mujer que parecía el cansancio resignado... a veces juntaba una mano sobre la otra para dar mayor presión,
y los brazos se ponían tensos. Ante mis ojos sobresalía uno de sus hombros; puntiagudo, anguloso, deforme. El brazo tenso...” (p. 29). La interrupción de la faena recompone la lacerante expresividad geométrica de la figura materna: “A veces ella se detenía, colocaba la plancha sobre un ladrillo, aspiraba con fuerza, sonreía y se secaba el sudor.... Y ante mis ojos se difuminaba como en una pesadilla, aquel hombro en triángulo que se alzaba agudamente por sobre todo el cuerpo, como un puntiagudo montículo de carne destrozada, macerada, exangüe, que se estaba ofreciendo en silencioso sacrificio al Señor” (p. 30). Estas descripciones, pese a su carga emocional, suponen una cierta distancia.
La atmósfera de sacrificio y martirio envuelve el hogar no sólo en términos físicos, sino también mentales, pues la madre se ha apoderado completamente de la lectura, ahora el pequeño Ravines está obligado a leer sólo libros religiosos: la Ciudad de Dios, la Suma teológica, además de textos de los profetas y la Biblia traídos de la biblioteca del Coronel. Como resultado su mente era un “hervidero teológico”:
“Cuando las planchas estaban calientes, me hacía leer la hagiografía del santo del día...en unos libros impresos en tipo menudo y de estilo monótono y afectadamente devoto... El enfriamiento de las planchas proporcionaba un momentáneo descanso y me permitía suspender la lectura, a veces en el episodio en que el mártir iba a beber plomo hirviendo, o en el que pedía le diesen vuelta en la parrilla donde se tostaba, o en el que la santa iba a ser trozada en dos por una sierra.” (p. 30)
X
Esta etapa de estragada religiosidad llega a su fin cuando su madre recibe un nombramiento de maestra para el pueblo de Matara (actual capital de distrito, al sureste de Cajamarca), que le proporciona el Coronel, tío paterno de Ravines. Matara –dice Ravines– es un pueblo mestizo de arrendatarios sometidos a la gran propiedad, cuyo único horizonte de mejora es migrar a la costa a ganar un jornal. Haciéndose eco de las palabras que escuchara a sus parientes por línea paterna, dice también que los patrones eran atrasados e inútiles.
En teoría, la profesora era la madre de Ravines, pero quien enseña realmente es el pequeño Eudocio que con apenas diez años se convierte en el encargado de impartir las lecciones de ciencias y letras preparándolas con los libros que han traído en el equipaje. En la remota aldea nadie parece haber considerado esto una irregularidad, lo ampara el concepto patrimonial de cargo público prevaleciente por largo tiempo en el país, parte del mismo atraso tan criticado por el propio Ravines. Debe enseñar a niñas y jóvenes de seis a veinte años:
“Aprendí así, solo, a explicar las fases de la luna, el proceso de las estaciones, los secretos de la división de los números enteros y de
la decimalización de los quebrados; penetré de asombro en asombro,
en un verdadero país de las maravillas. Y poco tiempo después la escuela funcionaba con gran progreso de las chicas, sin que fuese obs¬táculo que las alumnas me llevasen muchos años en edad.” (p. 37)
Es pues una etapa de afirmación personal sui generis y Ravines corrobora que el traslado con su familia a Matará significó un cambio importante en su vida:
“Fue así que mi ingreso en aquel pueblecillo luminoso y rural,
constituyó en realidad mi ingreso al mundo, mi paso colectivo con la vida; en su ambiente salí del estrecho contorno familiar y empecé a aprender, a conocer y a entrar a la vida de las gentes” (p. 36)
Sin embargo, cuando leemos el relato de este “paso colectivo” observamos que no aparece en él ningún momento de felicidad compartida. Ravines se retrata como un espectador de las actividades de los pueblerinos. Incluso la ocasión más festiva, la fiesta anual del patrono San Lorenzo, la describe de un modo distante y convencional, como si la anacrónica autoridad de profesor de la que se hallaba investido por sus curiosas circunstancias hubiera dificultado la posibilidad de sumarse a la alegría colectiva. No sabemos si participó en la fiesta, si se involucró en ella, pues no se aprecia la implicación emotiva que observamos en
sus visiones crepusculares de Piérola o en las que rodean la partida de su padre. Al comentar la alegría de sus estudiantes con las fiestas dice: “La tierra era como una piedra inmaculada sobre la cual danzaba, ebria de dicha, la fantasía de una cincuentena de almas que se abrían a la vida”, pero la promesa de esta felicidad no parece haber penetrado profundamente en él o en todo caso puede haber quedado truncada con la noticia de la muerte del padre en la selva que ahonda esta enajenación:
“Y comencé a encarar la vida como un enemigo... No se trataba de disfrutar ni de pasar: se trataba de luchar... Y sin que mis diez años se diesen cuenta de ello, sin que lo presintiese siquiera, sobre mi vida tronaba lo esencial de Darwin y lo vital de Nietzsche.” (p. 41)
En suma, para Ravines la fatalidad de su orfandad impone la necesidad de una extrema competitividad para sobrevivir que lo lleva a Darwin y el imperativo de confiar sólo en sí mismo que lleva a Nietzsche. Es muy posible que Ravines considerara su impulso autobiográfico análogo al del filósofo alemán30 . Nietzsche opuso el orgullo aristocrático al hábito burgués de la modestia y esta actitud puede haber resultado atractiva para algunos hombres jóvenes de origen patricio o semi patricio marginados del acceso al poder y la riqueza en sociedades arcaicas súbitamente acosadas por las fuerzas de la modernización, como era el caso de Ravines. Pero es probable que como tantos otros, también viera en Nietzsche ante todo una fuente de aforismos impactantes y prestara poca atención a su crítica de la modernidad y de la noción de progreso.
X
La colectividad imposible es el hallazgo que cierra la primera infancia de Ravines. El choque con la estructura de la gran propiedad cumple en ello un papel crucial. Para completar los ingresos del sueldo de maestra en Matara, la madre de Ravines cría ovejas. En uno de los habituales rodeos del hacendado del lugar las ovejas le fueron expropiadas. La madre envió al pequeño Eudocio –que ya quizá tenía once o doce años– a recuperarlas. Acompañado por el padre de una estudiante, don Venancio, un campesino no tanto pobre como ignorante y escéptico, que también ha perdido unas cuantas ovejas, Ravines se encamina a
la hacienda. Durante el trayecto, don Venancio le hace saber que consi¬deraba la educación prácticamente inútil, lo cual suscita el disgusto de Ravines. Una vez en la hacienda, la madre del hacendado, enterada de que Ravines sabe de memoria episodios de la Biblia y textos devotos, le pide que los recite y después, conmovida, le ofrece leche y pan. El hacendado conversa con él y averigua que es sobrino del Coronel Ravines.
Ello allana el camino para que recupere las ovejas, de lo cual también se beneficia don Venancio que puede recuperar las suyas.
Durante el camino de regreso la conversación con don Venancio hace patente el abismo de percepciones que distancia a Ravines de su entorno. Las ovejas han sido recobradas, pero previamente han sido trasquiladas. Don Venancio le explica al niño Ravines que se trata de una práctica común de los hacendados. El agravio compartido no se convierte en un motivo solidaridad, pues cuando Ravines replica que debían ir a quejarse a la justicia, el campesino hace ostentación de su propia sabiduría: “¡Justicia! ¡No muchacho cállate! Lo único que los pobres queremos, después de nuestra mama, es no andar metidos en justicias ... Los jueces y las autoridades serán muy buenos caballeros, yo no digo nada pa’ qué... pero no hay peor cosa que la justicia... y más peor todavía andar en justicias. ¡Ya serás mayor... ya aprenderás! ¿No ves que estas no son cosas de la escuela”. La actitud de don Venancio suscita revulsión en Ravines: “Me disgustaba su socarronería taimada; palpaba que este hombre había perdido toda capacidad de indignarse y que en
su espíritu estaba abolida toda insurgencia, toda idea de protesta o de cólera”. Y este sentimiento de rechazo se mantuvo sin atenuantes; aunque no explícitamente, quizá pueda leerse en su perduración un resabio de la actitud nietzscheana que rechaza la “moral del esclavo”. En todo caso, idealmente Ravines llegó en este punto de su vida a pensar en rebelarse y cuestionar el dominio del latifundista, pero en ese pen¬samiento se afirma sobre todo su individualidad. De modo que esta
experiencia apunta nuevamente a una imposibilidad de encontrar un ámbito común con los que lo rodean, incluso aunque circunstancialmente fueran compañeros de agravios.
Al llegar a casa, Ravines encuentra de nuevo el conformismo de su madre, quien ante el relato de los abusos del hacendado exalta la voluntad de Dios. El niño opta por el silencio: “yo pensaba que mi padre tenía mayor cantidad y calidad de razón: todo aquello tenía necesidad de un cambio” (p. 50). La duda lo acosa y cuestiona sus parámetros religiosos: “¿Dónde está el Señor...? ¿Qué se han hecho sus Profetas?”. La experiencia de viaje a la hacienda hace que Ravines deje de acatar
la visión materna del mundo. Podemos decir que a partir de ahí la
me¬moria de Ravines sobre su niñez se centra fundamentalmente en racionalizar su militancia y su posterior desencanto. Este tránsito se vuelve definitivo cuando ingresa al Colegio San Ramón, gracias a la influencia de un tío materno. A la cultura libresca religiosa fomentada por su madre puede oponer la cultura libresca laica: “Después de Renán, llegó Federico Nietzsche. Su prosa abstrusa y lancinante, sus frases buriladas y terribles, su filosofía agresiva y orgullosa, entraron en mi espíritu como elefante en bazar de porcelanas. Renán y Nietzsche, junto con dos o tres profesores de San Ramón, terminaron con la obra per¬tinaz y laboriosa de mi madre” (p. 58).

XI
La ausencia de una colectividad estéticamente comprendida resulta notable en los recuerdos de una persona que dedicó buena parte de su vida a forjar precisamente una alternativa colectivista frente al orden burgués. Antes bien, Ravines enfatiza los elementos de confrontación negativa entre el individuo y el medio. La vida es un “enemigo” afirma al evocar la noticia de la muerte de su padre. Ya antes la sombra de Nietzsche se había proyectado (quizá retrospectivamente) hasta el momento en que según el saber tradicional un niño adquiere “uso de razón” (los siete años). La memoria textual de Ravines no evoca ninguna visión de armonía compartida ni siquiera imaginativamente como parte de sus vivencias infantiles. Esto no quiere decir que no existieran en su infancia, lo interesante es que en su autobiografía no las recogió. Puede suponerse que la propia opción inicial de Ravines, es decir,
su fervorosa adhesión al comunismo, se fundara en una percepción
hondamente negativa de las instancias colectivas más allá de la familia, es decir, la vida local urbana o rural (probablemente justificada dadas las opresivas condiciones impuestas por la gran propiedad). Sin embargo, la precisa circunstancia de que La gran estafa sea una obra programada para convencer al público de la no validez de una alternativa (de cualquier tipo) frente al capitalismo indudablemente era congruente con la imagen nietzscheana-darwiniana de una predestinación vital que negaba toda huella de vivencias colectivas satisfactorias y que permitieran asomarse aunque fuera efímeramente al potencial del universo popular. En esto contrasta con las memorias de otros militantes más o menos contemporáneos.. Por ejemplo, Julio Portocarrero al evocar el callejón donde transcurrió su niñez y juventud, recuerda la capacidad de los residentes e incluso del dueño para solucionar sus problemas colectivos. Es posible que se trate de una idealización, pero lo interesante es que en su narración la vida de esta colectividad, pese a todas sus difi¬cultades, contiene un potencial alternativo que para Portocarrero es valioso31 .
El “combate imposible contra los fantasmas de su juventud” que Ravines emprendió al escribir su biografía fue una cruzada no
meramente librada en la interioridad de su individualidad, sino que puede considerarse como una de las campañas que la guerra fría libró
en América Latina. Con esto llegamos otra vez al siempre alarmante hallazgo de que como en otros momentos históricos los entes de vigilancia política buscan modelar el recuerdo, la percepción de la memoria como parte esencial de su modelo de dominación total. Por tanto, el testimonio político exige una hermenéutica peculiar que dé cuenta de las paradojas y aporías en que se encuentra inscrito, y que no se limite a la noción de autenticidad. La adicción a modelar el recuerdo según los grandes paradigmas a que circunstancialmente las personas puedan adherirse es un problema cada vez más importante en la ciencia histórica. En el fragor de la lucha política del siglo XX peruano, Ravines se convirtió en la encarnación del traidor, aquí hemos preferido utilizar la palabra más precisa de tránsfuga. Esa condición no se limitó a un simple cambio de camisa, sino que lo implicó de manera total. Al sumarse
al bando anticomunista no le fue posible rescatar nada de su pasado
de militante comunista, tampoco hubo ninguna experiencia colectiva de su niñez que mereciera ser recobrada para el proyecto burgués que había adoptado. Sólo le fue posible destacar situaciones presentadas como desafíos que superaba por la fuerza de su individualidad y talento personal, dándoles así un barniz nietzscheano, a la vez que contradictoriamente avalaba su postura con los grandes nombres de la democracia y el progreso.



Notas

1 Alberto Flores Galindo, “Eudocio Ravines o el militante”, Tiempo de plagas (Lima: Ediciones El Caballo Rojo, 1987), pp. 107-122
2 Geoffrey Parker, The idea of the middle class: White-Collar Workers and Peruvian Society,
1900-1950 (University Park, Pa.: Pennsylvania University Press, 1998) pp. 91-95. Parker considera que en esa frustración se origina el rechazo maniático de Ravines a la “pequeña burguesía”.
3 En octubre de 1934 se habría realizado una Conferencia de Partidos Comunistas en Montevideo, pero se cree que esta se realizó realmente en Moscú y que Ravines se refiere a ella al mencionar las "conferencias secretas" (Manuel Caballero, La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana [Caracas: Editorial Nueva Sociedad, 1987], p. 99).
4 La gran estafa (México, 1952), p. 277.
5 Este diario se publicó en Valencia desde 21 de enero de 1937 hasta 20 de noviembre de 1937, fecha en que se trasladó a Barcelona (Albert Girona Albuixech, "Premsa i propaganda a València (1936-1939)", Valencia, capital de la república (Valencia: Ayuntamiento de Valencia, 1986), pp. 57-61.
6 Pierre Broué, Histoire de l’Internationale Communiste, 1919-1943 (París: Fayard, 1997),
p. 1042. Agradezco al profesor Pelai Pagés sus valiosas orientaciones sobre el intrincado panorama de la Comintern en España.
7 Hasta el punto que en Wendell Minnick en Spies and Provocateurs: A Worldwide Encyclopedia of Persons Conducting Espionage and Covert Action, 1946-1991 (Jefferson, N.C. McFarland and Co. Inc. Publishers, 1992), p. 26, se le llama “intelectual chileno ex marxista” (aunque probablemente dada la nacionalidad chilena de su esposa, también tuviera Ravines esa nacionalidad). Ravines es el único peruano que figura en el Biographical Dictionary of the Comintern, edición corregida y aumentada por Branko Lezitch con la colaboración de Milorad M. Drachkovitch (Stanford, California: The Hoover Institution Press, Stanford University, 1986), p. 388. En el índice de Broué, sin embargo, también se incluye a Julio Portocarrero (Broue, Histoire, p. 1067).
8 Alberto Flores Galindo, “Eudocio Ravines o el militante”, p. 106. Tiempo de plagas, Lima: Ediciones El Caballo Rojo, 1987, pp. 107-122.
9 Frances Stonor Saunders, La guerra fría cultural y la CIA (Madrid: Debate, 2001) originalmente publicado en el Reino Unido con el título Who paid the Piper? [Granta Publications, 1999]); Leslie Bethell y Ian Roxborough, “The impact of the Cold War on Latin American”, en Origins of the Cold War. An International History, Melvyn P. Leffler y David S. Painter, comps. (Londres, Nueva York: Routledge, 1994), pp. 293-322.
10 Presidió una misión del Banco de Reconstrucción y Fomento en Cuba en 1950 que propuso el denominado Plan Truslow para alentar la inversión extranjera, principalmente de Estados Unidos.
11 Hoja titulada “Confidential”, Papeles de J. G. Hopkins, caja 1, carpeta 108, preservados en la sección de libros raros y manuscritos de la Biblioteca Lauinger de la Universidad de Georgetown, Washington, Estados Unidos. De aquí en adelante citaremos esta colección con el nombre de Papeles. Todos los textos citados son mecanografiados, excepto cuando se especifica otra cosa.
12 Carta de J. G. E. Hopkins a Francis Adams Truslow, Nueva York, 15 de enero de 1951 (Papeles, caja 1, carpeta 108).
13 Saunders, La guerra fría cultural y la CIA, p. 343. La noticia sobre la redacción de La gran estafa de la enciclopedia de Wendell Minnick, es un poco confusa porque sugiere que Ravines habría escrito la versión castellana con ayuda de Buckley, que tenía un buen conocimiento del castellano, el cual podría incluir la habilidad para escribirlo, pues estudió en México, donde su familia tenía inversiones en el sector petrolero (Chris Weinkopf, “Buckley off the firing line”, en Frontpagemagazine.com, setiembre, 1999), pero no es creíble que dado el amplio oficio periodístico de Ravines, se hiciera cargo de la redacción en castellano de la obra de este. Además en las cartas del editor J.G. Hopkins, se habla claramente de problemas de traducción del castellano al inglés.
14 Existe una Suzannah Vaillant, arqueóloga, esposa del arqueólogo George C. Vaillant, especialista en ls civilización azteca. Podría tratarse de ella, pues existe una carta de J. G. E. Hopkins se dirigió a Sue Vaillant bajo el nombre de su esposo “Mrs. G. C. Vaillant” en Littleton, New Hampshire (carta de J.G.E. Hopkins a Mrs. G. C. Vaillant, Nueva York, 28 de mayo de 1951, Papeles, caja 2, carpeta 20). En esta carta se dice que el título de la obra debe ser The Yenan Way, escogido frente a otras opciones tan pintorescas como “Llama meets Bear” o “Inca and Komintern” (carta de Sue Vaillant a J. G. E. Hopkins, sin fecha, Papeles, caja 1, carpeta 109). Otra posibilidad es que Sue Vaillant fuera un pseudónimo utilizado por Buckley.
15 Norman Thomas, según escribe J. G. E. Hopkins, se entusiasmó con el libro (leyó la traducción inglesa) después de leer el texto en pruebas de galera, pero deseaba saber más del autor (carta de J.G.E. Hopkins a Mrs. [Sue] G. C. Vaillant, Nueva York, 8 de junio de 1951, Papeles, caja 2, carpeta 20). No es claro si finalmente escribió dicho prólogo, aunque en una carta sin fecha de Vaillant ella dice que “Chico” (Ravines) desea que sea ella quien lo traduzca, después de que él lo haya corregido (carta de Sue Vaillant a J. G. E. Hopkins,sin fecha, con membrete de Stronghold, Littleton, N H., Papeles, caja 2, carpeta 20). Es posible que esta condición no fuera aceptada por N. Thomas, si es que escribió efectivamente el prólogo.
16 Carta de Sue Vaillant a J. G. Hopkins, [México?] 23 de mayo de [1951?], Papeles, caja 1, carpeta 109. En la postdata, Vaillant anotó a mano: “Dígale a N[orman] T[homas] que yo voté por él en el 48".
17 En efecto, Ravines incluyó unos párrafos sobre este tema en la versión inglesa (The Way to Yenan, p. 306-307).
18 Carta de John E. Reinecke a Charles Scribner’s Sons, Honolulu, 8 de junio de 1952. Papeles, caja 2, carpeta 21.
19 Organismo de investigación de la política nacional e internacional, vinculado a la Universidad de Stanford, fundado en 1919. Sus fines son defender la propiedad privada y
el estilo de vida estadounidense [“American way of life”], así como promover el gobierno representativo y limitar la intervención gubernamental en la vida de los individuos. Véase su página web: www-hoover.stanford.edu
20 Carta de Robert C. North a John E. Reinecke, Stanford, 20 de agosto de 1952. Papeles, caja 2, carpeta 21.
21 Carta de J. G. E. Hopkins a Robert C. North, [Nueva York], 28 de agosto de 1952. Papeles, caja 2, carpeta 21.
22 Un informe de un lector anónimo para la editorial señala sobre esta parte de la obra: “Bien para una novela histórica larga tal como Anthony Adverse [novela del escritor Hervey Allen, ambientada en la época napoleónica, publicada en 1933] ¿es necesaria para un libro de este tipo?... el escritor era muy niño en ese momento para recordar estas conversaciones; por consiguiente el lector podría tener la sensación de que son más bien artificiales que autobiográficas...” (Papeles, caja 2, carpeta 20) Trad. M. Ch.
23 Carmen Diana Deere, Familia y relaciones de clase. El campesinado y los terratenientes en la sierra norte del Perú, 1900-1980 (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1992), pp. 41-79; véase igualmente Cambios capitalistas en las haciendas cajamarquinas, 1900-1935 (Cambridge: Centre of Latin American Studies, 1983).
24 Jorge Basadre, Elecciones y centralismo en el Perú (Apuntes para un esquema histórico) (Lima: Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico, 1980), p. 56.
25 Algunos mencionados en Deere, Familias y relaciones de clase, pp. 50-56.
26 En la versión inglesa menciona los nombres de sus hermanos: José Manuel, Leonor y Ana María (The Yenan Way, p. 6).
27 “Mi madre provenía de una vieja familia civilista, que había lamentado mucho su matrimonio con mi padre, cuya familia era demócrata, un hombre...que por cierto había luchado con Piérola en 1895 en que derrotó a Cáceres.” (trad. M. Ch.).
28 Al referirse a sus años en el Colegio San Ramón, cuyo rector era hermano mayor de su madre, Ravines dice que pasó cuatro años segregado de la familia paterna. Sólo pudo volverlos a ver cuando “el azar político” hizo que el Coronel Belisario Ravines, su tío paterno, fue nombrado prefecto de la provincia y el rector salió de la ciudad (La gran estafa, p. 57).
29 Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, 1822-1933, 16 tomos (8ª ed. corregida y aumentada; Lima: La República, Universidad Ricardo Palma, 1999), tomo 9, p. 2237.
30 Enrique López Castellón, “La autobiografía como nueva forma de filosofar”, en Friedrich Nietzsche, Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es, Madrid: M.E. Editores, 1993, pp. 5-31.
31 Julio Portocarrero, Sindicalismo peruano. Primera etapa. 1911-1930 (Lima: Editorial Gráfica Labor. 1ª ed. Agosto, 1987); recopilación, investigación documental y cuidado de la edición de Rafael Rojas. Trabajo fotográfico Jervacio Thissen.

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