martes, 28 de julio de 2015

RAMON GARCIA RODRIGUEZ : NUESTRA AMÉRICA NATIVA


---------- Mensaje reenviado ----------
De: Colectivo Perú Integral <cperuintegral@gmail.com>
Fecha: 28 de julio de 2015, 7:49
Asunto: NUESTRA AMÉRICA NATIVA
Para:


Estimados lectores:
Como adjunto pueden leer Nuestra América Nativa, folleto virtual de 38 páginas (A4), preparado por Ramón García R., y cuya presentación es:
Contenido:
CINCO ARTÍCULOS
1.- Cómo se descubrió el Nuevo Mundo. Garcilaso de la Vega Inca          1609
2.- Carta de Jamaica. Simón Bolívar                                                            1815
3.- Una Carta de Indias. Ricardo Palma                                                       1872
4.- Nuestra América. José Martí                                                                   1891
5.- Divagaciones sobre el tema de la latinidad. José Carlos Mariátegui       1928
TRES COMENTARIOS
6.- Mariátegui y el Descubrimiento                                                              1992
7.- Indio-Indígena.                                                                                        1998
8.- Desenmascarando una falsedad histórica                                                2015

Gracias adelantadas por los comentarios y sugerencias que deseen expresar.


                                                                                 Colectivo Perú Integral
   28 de julio de 2015

NUESTRA AMÉRICA NATIVA

Contenido:
CINCO ARTÍCULOS
1.- Cómo se descubrió el Nuevo Mundo. Garcilaso de la Vega Inca          1609
2.- Carta de Jamaica. Simón Bolívar                                                            1815
3.- Una Carta de Indias. Ricardo Palma                                                      1872
4.- Nuestra América. José Martí                                                                   1891
5.- Divagaciones sobre el tema de la latinidad. José Carlos Mariátegui       1928
TRES COMENTARIOS
6.- Mariátegui y el Descubrimiento                                                              1992
7.- Indio-Indígena.                                                                                       1998
8.- Desenmascarando una falsedad histórica                                                           2015

Desarrollo:
CINCO ARTÍCULOS

1.- 1609 CÓMO SE DESCUBRIÓ EL NUEVO MUNDO
Cerca del año de mil y cuatrocientos y ochenta y cuatro, uno más o menos, un piloto natural de la villa de Huelva, en el Condado de Niebla, llamado Alonso Sánchez de Huelva, tenía un navío pequeño, con el cual contrataba por la mar, y llevaba de España a las Canarias algunas mercaderías que allí se le vendían bien, y de las Canarias cargaba de los frutos de aquellas islas y las llevaba a la isla de la Madera, y de allí se volvía a España cargado de azúcar y conservas. Andando en esta su triangular contratación, atravesando de las Canarias a la isla de la Madera, le dio un temporal tan recio y tempestuoso que no pudiendo resistirle, se dejó llevar de la tormenta y corrió veinte y ocho o veinte y nueve días sin saber por dónde ni adónde, porque en todo ese tiempo no pudo tomar el altura por el sol ni por el Norte.
            Padecieron los del navío grandísimo trabajo en la tormenta, porque ni les dejaba comer ni dormir. Al cabo de ese largo tiempo se aplacó el viento y se hallaron cerca de una isla; no se sabe de cierto cuál fue, mas de que se sospecha que fue la que ahora llaman Santo Domingo; y es de mucha consideración que el viento que con tanta violencia y tormenta llevó aquel navío no pudo ser otro que el solano, que llaman leste, porque la isla de Santo domingo está al poniente de las Canarias, el cual viento, en aquel viaje, antes aplaca las tormentas. Mas el Señor Todopoderoso, cuando quiere hacer misericordia, saca las más necesarias de causas contrarias, como sacó el agua del pedernal y la vista del ciego del lodo que le opuso en los ojos, para que notoriamente se muestren ser obras de la miseración y bondad divina, que también usó de esta su piedad para enviar su Evangelio y luz verdadera a todo el Nuevo Mundo, que tanta necesidad tenía de ella, pues vivían, o, por decir mejor, perecían en las tinieblas de la gentilidad e idolatría tan bárbara y bestial como en el discurso de la historia veremos.
            El piloto saltó en tierra, tomó el altura y escribió por menudo todo lo que vio y lo que le sucedió por la mar a ida y vuelta, y, habiendo tomado agua y leña, se volvió a tiento, sin saber el viaje a la venida como a la ida, por lo cual gastó más tiempo del que le convenía. Y por la dilación del camino les faltó el agua y el bastimento, de cuya causa, y por el mucho trabajo que a ida y venían habían padecido, empezaron a enfermar y morir de tal manera que de diez y siete hombres que salieron de España no llegaron a la Tercera más de cinco, y entre ellos el piloto Alonso Sánchez de Huelva. Fueron a parar a la casa del famoso Cristóbal Colón, genovés, porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía cartas de marear, el cual los recibió con mucho amor y les hizo todo regalo por saber cosas acaecidas en tan extraño y largo naufragio como el que decían haber padecido. Y como llegaron tan descaecidos del trabajo pasado, por mucho que Cristóbal Colón les regaló no pudieron volver en sí y murieron todos en su casa, dejándole en herencia los trabajos que le causaron la muerte, los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerzo que, habiendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron más tiempo), salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo puso por blasón en sus armas diciendo: “A Castilla y a León, Nuevo Mundo dio Colón”
            Quien quisiere ver las grandes hazañas de este varón, vea la Historia General de las Indias que Francisco López de Gómara escribió que allí las hallará, aunque abreviadas, pero lo que más loa y engrandece a este famoso sobre los famosos es la misma obra de esta conquista y descubrimiento. Yo quise añadir esto poco que faltó de la relación de aquel antiguo historiador, que, como escribió lejos de donde acaecieron estas cosas y la relación se la daban yentes y vinientes, le dijeron muchas cosas de las que pasaron, pero imperfectas, y yo las oí en mi tierra a mi padre y a sus contemporáneos, que en aquellos tiempos la mayor y más ordinaria conversación que tenían era repetir las cosas más hazañosas y notables que en sus conquistan habían acaecido, donde contaban la que hemos dicho y otras que adelante diremos, que, como alcanzaron a muchos de los primeros descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, hubieron de ellos la entera relación de semejantes cosas, y yo, como digo, las oí a mis mayores, aunque (como muchacho) con poca atención, que si entonces la tuviera pudiese ahora escribir otras muchas cosas de grande admiración, necesarias en esta historia. Diré las que hubiere guardado la memoria, con dolor de las que he perdido.
            El muy reverendo Padre Joseph de Acosta toca también esta historia del descubrimiento del Nuevo Mundo con pena de no poderla dar entera, que también faltó a Su Paternidad parte de la relación en este paso, como en otros más modernos, porque se habían acabado ya los conquistadores antiguos cuando Su Paternidad pasó a aquellas partes, sobre lo cual dice estas palabras, Libro primero, capítulo diez y nueve: “Habiendo mostrado que no lleva camino pensar que los primeros moradores de Indias hayan venido a ellas con navegación hecha para ese fin, bien se sigue que si vinieron por mar haya sido acaso y por fuerza de tormentas el haber llegado a Indias, lo cual, por inmenso que sea el Mar Océano,  no es cosa increíble. Porque pues así sucedió en el descubrimiento de nuestros tiempos cuando aquel marinero (cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio tan grande no se atribuya a otro sino a Dios), habiendo por un terrible e importuno temporal reconocido el Nuevo Mundo, dejó por paga del buen hospedaje a Cristóbal Colón la noticia de cosa tan grande. Así pudo ser”, etc. Hasta aquí es del Padre Maestro Acosta, sacado a la letra, donde muestra haber hallado su Paternidad en el Perú parte de nuestra Relación, y aunque no toda, pero lo más esencial de ella.
            Este fue el primer principio y origen del descubrimiento del Nuevo Mundo, de la cual grandeza podía loarse la pequeña villa de Huelva, que tal hijo crió, de cuya relación, certificado Cristóbal Colón, insistió tanto en su demanda, prometiendo cosas nunca vistas ni oídas, guardando como hombre prudente el secreto de ellas, aunque debajo de confianza dio cuenta de ellas a algunas personas de mucha autoridad cerca de los Reyes Católicos, que le ayudaron a salir con su empresa, que si no fuera por esta noticia que Alonso Sánchez de Huelva le dio, no pudiera de sola su imaginación de cosmografía prometer tanto y tan certificado como prometió ni salir tan presto con la empresa del descubrimiento, pues, según aquel autor, no tardó Colón más de sesenta  ocho días en el viaje hasta la isla de Guanatianico, con detenerse algunos días en la Gomera a tomar refresco que, si no supiese por la relación de Alonso Sánchez qué rumbos había de tomar en un mar tan grande, era casi milagro haber ido allá en tan breve tiempo.
Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616)
Comentarios Reales
Primera Parte Capítulo III
Cómo se descubrió el Nuevo Mundo
1609, Lisboa, casa de Pedro Craasbeck
Biblioteca Ayacucho Volumen 5
1976, Caracas, Venezuela
15.5 x 23 cms. 332 págs
Págs. 12-14

2.- 1815 CARTA DE JAMAICA
Kingston, septiembre 6 de 1815
Muy señor mío:
Me apresuro a contestar la carta de 29 del mes pasado que usted me hizo el honor de dirigirme, y yo recibí con la mayor satisfacción.
Sensible como debo, al interés que usted ha querido tomar por la suerte de mi patria, afligiéndose con ella por los tormentos que padece, desde su descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de sus destructores los españoles, no siento menos el comprometimiento en que me ponen las solícitas demandas que usted me hace, sobre los objetos más importantes de la política americana. Así, me encuentro en un conflicto, entre el deseo de corresponder a la confianza con que usted me favorece, y el impedimento de satisfacerle, tanto por la falta de documentos y de libros, cuanto por los limitados conocimientos que poseo de un país tan inmenso, variado y desconocido como el Nuevo Mundo.
En mi opinión es imposible responder a las preguntas con que usted me ha honrado. El mismo barón de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud, porque aunque una parte de la estadística y revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de tinieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o menos aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura, y a los verdaderos proyectos de los americanos; pues cuantas combinaciones suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por sus posiciones físicas, por las vicisitudes de la guerra, y por los cálculos de la política.
Como me conceptúo obligado a prestar atención a la apreciable carta de usted, no menos que a sus filantrópicas miras, me animo a dirigir estas líneas, en las cuales ciertamente no hallará usted las ideas luminosas que desea, mas sí las ingenuas expresiones de mis pensamientos.
«Tres siglos ha -dice usted- que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón». Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapa, el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractada de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí: como consta por los más sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.
Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de usted en que me dice «que espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas, acompañen ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales». Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos; porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente: el lazo que la unía a España está cortado; la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España. De aquí nacía un principio de adhesión que parecía eterno; no obstante que la inconducta de nuestros dominadores relajaba esta simpatía; o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la dominación. Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos: todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra. El velo se ha rasgado y hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria.
Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de este hemisferio.
El belicoso estado de las provincias del Río de la Plata ha purgado su territorio y conducido sus armas vencedoras al Alto Perú, conmoviendo a Arequipa, e inquietado a los realistas de Lima. Cerca de un millón de habitantes disfruta allí de su libertad.
El reino de Chile, poblado de ochocientas mil almas, está lidiando contra sus enemigos que pretenden dominarlo; pero en vano, porque los que antes pusieron un término a sus conquistas, los indómitos y libres araucanos, son sus vecinos y compatriotas; y su ejemplo sublime es suficiente para probarles, que el pueblo que ama su independencia, por fin la logra.
El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es, sin duda, el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del rey, y bien que sean vanas las relaciones concernientes a aquella porción de América, es indubitable que ni está tranquila, ni es capaz de oponerse al torrente que amenaza a las más de sus provincias.
La Nueva Granada que es, por decirlo así, el corazón de la América, obedece a un gobierno general, exceptuando el reino de Quito que con la mayor dificultad contienen sus enemigos, por ser fuertemente adictos a la causa de su patria; y las provincias de Panamá y Santa Marta que sufren, no sin dolor, la tiranía de sus señores. Dos millones y medio de habitantes están esparcidos en aquel territorio que actualmente defienden contra el ejército español bajo el general Morillo, que es verosímil sucumba delante de la inexpugnable plaza de Cartagena. Mas si la tomare será a costa de grandes pérdidas, y desde luego carecerá de fuerzas bastantes para subyugar a los morigeros y bravos moradores del interior.
En cuanto a la heroica y desdichada Venezuela sus acontecimientos han sido tan rápidos y sus devastaciones tales, que casi la han reducido a una absoluta indigencia, a una soledad espantosa; no obstante que era uno de los más bellos países de cuantos hacían el orgullo de América. Sus tiranos gobiernan un desierto, y sólo oprimen a tristes restos que, escapados de la muerte, alimentan una precaria existencia; algunas mujeres, niños y ancianos son los que quedan. Los más de los hombres han perecido por no ser esclavos, y los que viven, combaten con furor, en los campos y en los pueblos internos hasta expirar o arrojar al mar a los que insaciables de sangre y de crímenes, rivalizan con los primeros monstruos que hicieron desaparecer de la América a su raza primitiva. Cerca de un millón de habitantes se contaba en Venezuela y sin exageración se puede conjeturar que una cuarta parte ha sido sacrificada por la tierra, la espada, el hambre, la peste, las peregrinaciones; excepto el terremoto, todos resultados de la guerra.
En Nueva España había en 1808, según nos refiere el barón de Humboldt, siete millones ochocientas mil almas con inclusión de Guatemala. Desde aquella época, la insurrección que ha agitado a casi todas sus provincias, ha hecho disminuir sensiblemente aquel cómputo que parece exacto; pues más de un millón de hombres han perecido, como lo podrá usted ver en la exposición de Mr. Walton que describe con fidelidad los sanguinarios crímenes cometidos en aquel opulento imperio. Allí la lucha se mantiene a fuerza de sacrificios humanos y de todas especies, pues nada ahorran los españoles con tal que logren someter a los que han tenido la desgracia de nacer en este suelo, que parece destinado a empaparse con la sangre de sus hijos. A pesar de todo, los mejicanos serán libres, porque han abrazado el partido de la patria, con la resolución de vengar a sus pasados, o seguirlos al sepulcro. Ya ellos dicen con Reynal: llegó el tiempo en fin, de pagar a los españoles suplicios con suplicios y de ahogar a esa raza de exterminadores en su sangre o en el mar.
Las islas de Puerto Rico y Cuba, que entre ambas pueden formar una población de setecientas a ochocientas mil almas, son las que más tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del contacto de los independientes. Mas ¿no son americanos estos insulares? ¿No son vejados? ¿No desearán su bienestar?
Este cuadro representa una escala militar de dos mil leguas de longitud y novecientas de latitud en su mayor extensión en que dieciséis millones de americanos defienden sus derechos, o están comprimidos por la nación española que aunque fue en algún tiempo el más vasto imperio del mundo, sus restos son ahora impotentes para dominar el nuevo hemisferio y hasta para mantenerse en el antiguo. ¿Y~~ y amante de la libertad permite que una vieja serpiente por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más bella parte de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está Europa sorda al clamor de su propio interés? ¿No tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido para ser de este modo insensible? Estas cuestiones cuanto más las medito, más me confunden; llego a pensar que se aspira a que desaparezca la América, pero es imposible porque toda Europa no es España. ¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender reconquistar América, sin marina, sin tesoros y casi sin soldados! Pues los que tiene, apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia, y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del mundo sin manufacturas. Sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política? Lograda que fuese esta loca empresa, y suponiendo más, aun lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos únicos con los de los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo?
Europa haría un bien a España en disuadirla de su obstinada temeridad, porque a lo menos le ahorrará los gastos que expende, y la sangre que derrama; a fin de que fijando su atención en sus propios recintos, fundase su prosperidad y poder sobre bases más sólidas que las de inciertas conquistas, un comercio precario y exacciones violentas en pueblos remotos, enemigos y poderosos. Europa misma por miras de sana política debería haber preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana, no sólo porque el equilibrio del mundo así lo exige, sino porque éste es el medio legítimo y seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio. Europa que no se halla agitada por las violentas pasiones de la venganza, ambición y codicia, como España, parece que estaba autorizada por todas las leyes de la equidad a ilustrarla sobre sus bien entendidos intereses.
Cuantos escritores han tratado la materia se acordaban en esta parte. En consecuencia, nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del Norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, ¿porque hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad en el hemisferio de Colón?
«La felonía con que Bonaparte "dice usted" prendió a Carlos IV y a Fernando VII, reyes de esta nación, que tres siglos la aprisionó con traición a dos monarcas de la América meridional, es un acto manifiesto de retribución divina y, al mismo tiempo, una prueba de que Dios sostiene la justa causa de los americanos, y les concederá su independencia».
Parece que usted quiere aludir al monarca de Méjico Moctezuma, preso por Cortés y muerto, según Herrera, por el mismo, aunque Solís dice que por el pueblo, y a Atahualpa, inca del Perú, destruido por Francisco Pizarro y Diego Almagro. Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y los reyes americanos, que no admiten comparación; los primeros son tratados con dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los últimos sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos. Si a Guatimozín sucesor de Moctezuma, se le trata como emperador, y le ponen la corona, fue por irrisión y no por respeto, para que experimentase este escarnio antes que las torturas. Iguales a la suerte de este monarca fueron las del rey de Michoacán, Catzontzin; el Zipa de Bogotá, y cuantos Toquis, Imas, Zipas, Ulmenes, Caciques y demás dignidades indianas sucumbieron al poder español. El suceso de Fernando VII es más semejante al que tuvo lugar en Chile en 1535 con el Ulmén de Copiapó, entonces reinante en aquella comarca. El español Almagro pretextó, como Bonaparte, tomar partido por la causa del legítimo soberano y, en consecuencia, llama al usurpador, como Fernando lo era en España; aparenta restituir al legítimo a sus estados y termina por encadenar y echar a las llamas al infeliz Ulmén, sin querer ni aún oír su defensa. Este es el ejemplo de Fernando VII con su usurpador; los reyes europeos sólo padecen destierros, el Ulmén de Chile termina su vida de un modo atroz.
«Después de algunos meses "añade usted" he hecho muchas reflexiones sobre la situación de los americanos y sus esperanzas futuras; tomo grande interés en sus sucesos; pero me faltan muchos informes relativos a su estado actual y a lo que ellos aspiran; deseo infinitamente saber la política de cada provincia como también su población; si desean repúblicas o monarquías, si formarán una gran república o una gran monarquía. Toda noticia de esta especie que usted pueda darme o indicarme las fuentes a que debo ocurrir, la estimaré como un favor muy particular».
Siempre las almas generosas se interesan en la suerte de un pueblo que se esmera por recobrar los derechos con que el Creador y la naturaleza le han dotado; y es necesario estar bien fascinado por el error o por las pasiones para no abrigar esta noble sensación; usted ha pensado en mi país, y se interesa por él, este acto de benevolencia me inspira el más vivo reconocimiento.
He dicho la población que se calcula por datos más o menos exactos, que mil circunstancias hacen fallidos, sin que sea fácil remediar esta inexactitud, porque los más de los moradores tienen habitaciones campestres, y muchas veces errantes; siendo labradores, pastores, nómadas, perdidos en medio de espesos e inmensos bosques, llanuras solitarias, y aislados entre lagos y ríos caudalosos. ¿Quién será capaz de formar una estadística completa de semejantes comarcas? Además, los tributos que pagan los indígenas; las penalidades de los esclavos; las primicias, diezmos y derechos que pesan sobre los labradores, y otros accidentes alejan de sus hogares a los pobres americanos. Esto sin hacer mención de la guerra de exterminio que ya ha segado cerca de un octavo de la población, y ha ahuyentado una gran parte; pues entonces las dificultades son insuperables y el empadronamiento vendrá a reducirse a la mitad del verdadero censo.
Todavía es más difícil presentir la suerte futura del Nuevo Mundo, establecer principios sobre su política, y casi profetizar la naturaleza del gobierno que llegará a adoptar. Toda idea relativa al porvenir de este país me parece aventurada. ¿Se puede prever cuando el género humano se hallaba en su infancia rodeado de tanta incertidumbre, ignorancia y error, cuál sería el régimen que abrazaría para su conservación? ¿Quién se habría atrevido a decir tal nación será república o monarquía, ésta será pequeña, aquélla grande? En mi concepto, esta es la imagen de nuestra situación. Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo viejos en los usos de la sociedad civil. Yo considero el estado actual de América, como cuando desplomado el imperio romano cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación, o siguiendo la ambición particular de algunos jefes, familias o corporaciones, con esta notable diferencia, que aquellos miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las cosas o los sucesos; mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte no somos indios, ni europeos, sino una especie mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar a éstos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallemos en el caso más extraordinario y complicado. No obstante que es una especie de adivinación indicar cuál será el resultado de la línea de política que América siga, me atrevo aventurar algunas conjeturas que, desde luego, caracterizo de arbitrarias, dictadas por un deseo racional, y no por un raciocinio probable.
La posición de los moradores del hemisferio americano, ha sido por siglos puramente pasiva; su existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más abajo de la servidumbre y, por lo mismo, con más dificultad para elevarnos al goce de la libertad. Permítame usted estas consideraciones para elevar la cuestión. Los Estados son esclavos por la naturaleza de su constitución o por el abuso de ella; luego un pueblo es esclavo, cuando el gobierno por su esencia o por sus vicios, holla y usurpa los derechos del ciudadano o súbdito. Aplicando estos principios, hallaremos que América no solamente estaba privada de su libertad, sino también de la tiranía activa y dominante. Me explicaré. En las administraciones absolutas no se reconocen límites en el ejercicio de las facultades gubernativas: la voluntad del gran sultán, Kan, Bey y demás soberanos despóticos, es la ley suprema, y ésta, es casi arbitrariamente ejecutada por los bajáes, kanes y sátrapas subalternos de Turquía y Persia, que tienen organizada una opresión de que participan los súbditos en razón de la autoridad que se les confía. A ellos está encargada la administración civil, militar, política, de rentas, y la religión. Pero al fin son persas los jefes de Ispahán, son turcos los visires del gran señor, son tártaros los sultanes de la Tartaria. China no envía a buscar mandarines, militares y letrados al país de Gengis Kan que la conquistó, a pesar de que los actuales chinos son descendientes directos de los subyugados por los ascendientes de los presentes tártaros.
¡Cuán diferente entre nosotros! Se nos vejaba con una conducta que, además de privarnos de los derechos que nos correspondían, nos dejaba en una especie de infancia permanente, con respecto a las transacciones públicas. Si hubiésemos siquiera manejado nuestros asuntos domésticos en nuestra administración interior, conoceríamos el curso de los negocios públicos y su mecanismo, moraríamos también de la consideración personal que impone a los ojos del pueblo cierto respeto maquinal que es tan necesario conservar en las revoluciones. He aquí por qué he dicho que estábamos privados hasta de la tiranía activa, pues que no nos está permitido ejercer sus funciones.
Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y, cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin, ¿quiere usted saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.
Tan negativo era nuestro estado que no encuentro semejante en ninguna otra asociación civilizada, por más que recorro la serie de las edades y la política de todas las naciones. Pretender que un país tan felizmente constituido, extenso, rico y populoso sea meramente pasivo, ¿no es un ultraje y una violación de los derechos de la humanidad?
Estábamos, como acabo de exponer, abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones.
El emperador Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América que, como dice Guerra, es nuestro contrato social. Los reyes de España convinieron solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo, prohibiéndoles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejerciesen la judicatura en apelación; con otras muchas exenciones y privilegios que sería prolijo detallar. El rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no tocaba otra jurisdicción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes. Al mismo tiempo existen leyes expresas que favorecen casi exclusivamente a los naturales del país, originarios de España, en cuanto a los empleos civiles, eclesiásticos y de rentas. Por manera que con una violación manifiesta de las leyes y de los pactos subsistentes, se han visto despojar aquellos naturales de la autoridad constitucional que les daba su código.
De cuanto he referido, será fácil colegir que América no estaba preparada, para desprenderse de la metrópoli, como súbitamente sucedió por el efecto de las ilegítimas cesiones de Bayona, y por la inicua guerra que la regencia nos declaró sin derecho alguno para ello no sólo por la falta de justicia, sino también de legitimidad. Sobre la naturaleza de los gobiernos españoles, sus decretos conminatorios y hostiles, y el curso entero de su desesperada conducta, hay escritos del mayor mérito en el periódico El Español, cuyo autor es el señor Blanco; y estando allí esta parte de nuestra historia muy bien tratada, me limito a indicarlo.
Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos y, lo que es más sensible, sin la práctica de los negocios públicos a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados, administradores del erario, diplomáticos, generales, y cuantas autoridades supremas y subalternas forman la jerarquía de un Estado organizado con regularidad.
Cuando las águilas francesas sólo respetaron los muros de la ciudad de Cádiz, y con su vuelo arrollaron a los frágiles gobiernos de la Península, entonces quedamos en la orfandad. Ya antes habíamos sido entregados a la merced de un usurpador extranjero. Después, lisonjeados con la justicia que se nos debía, con esperanzas halagüeñas siempre burladas; por último, inciertos sobre nuestro destino futuro, y amenazados por la anarquía, a causa de la falta de un gobierno legítimo, justo y liberal, nos precipitamos en el caos de la revolución. En el primer momento sólo se cuidó de proveer a la seguridad interior, contra los enemigos que encerraba nuestro seno. Luego se extendió a la seguridad exterior; se establecieron autoridades que sustituimos a las que acabábamos de deponer encargadas de dirigir el curso de nuestra revolución y de aprovechar la coyuntura feliz en que nos fuese posible fundar un gobierno constitucional digno del presente siglo y adecuado a nuestra situación.
Todos los nuevos gobiernos marcaron sus primeros pasos con el establecimiento de juntas populares. Estas formaron en seguida reglamentos para la convocación de congresos que produjeron alteraciones importantes. Venezuela erigió un gobierno democrático y federal, declarando previamente los derechos del hombre, manteniendo el equilibrio de los poderes y estatuyendo leyes generales en favor de la libertad civil, de imprenta y otras; finalmente, se constituyó un gobierno independiente. La Nueva Granada siguió con uniformidad los establecimientos políticos y cuantas reformas hizo Venezuela, poniendo por base fundamental de su Constitución el sistema federal más exagerado que jamás existió; recientemente se ha mejorado con respecto al poder ejecutivo general, que ha obtenido cuantas atribuciones le corresponden. Según entiendo, Buenos Aires y Chile han seguido esta misma línea de operaciones; pero como nos hallamos a tanta distancia, los documentos son tan raros, y las noticias tan inexactas, no me animaré ni aun a bosquejar el cuadro de sus transacciones.
Los sucesos de México han sido demasiado varios, complicados, rápidos y desgraciados para que se puedan seguir en el curso de la revolución. Carecemos, además, de documentos bastante instructivos, que nos hagan capaces de juzgarlos. Los independientes de México, por lo que sabemos, dieron principio a su insurrección en septiembre de 1810, y un año después, ya tenían centralizado su gobierno en Zitácuaro, instalado allí una junta nacional bajo los auspicios de Fernando VII, en cuyo nombre se ejercían las funciones gubernativas. Por los acontecimientos de la guerra, esta junta se trasladó a diferentes lugares, y es verosímil que se haya conservado hasta estos últimos momentos, con las modificaciones que los sucesos hayan exigido. Se dice que ha creado un generalísimo o dictador que lo es el ilustre general Morelos; otros hablan del célebre general Rayón; lo cierto es que uno de estos dos grandes hombres o ambos separadamente ejercen la autoridad suprema en aquel país; y recientemente ha aparecido una constitución para el régimen del Estado. En marzo de 1812 el gobierno residente en Zultepec, presentó un plan de paz y guerra al virrey de México concebido con la más profunda sabiduría. En él se reclamó el derecho de gentes estableciendo principios de una exactitud incontestable. Propuso la junta que la guerra se hiciese como entre hermanos y conciudadanos; pues que no debía ser más cruel que entre naciones extranjeras; que los derechos de gentes y de guerra, inviolables para los mismos infieles y bárbaros, debían serlo más para cristianos, sujetos a un soberano y a unas mismas leyes; que los prisioneros no fuesen tratados como reos de lesa majestad, ni se degollasen los que rendían las armas, sino que se mantuviesen en rehenes para canjearlos; que no se entrase a sangre y fuego en las poblaciones pacíficas, no las diezmasen ni quitasen para sacrificarlas y, concluye, que en caso de no admitirse este plan, se observarían rigurosamente las represalias. Esta negociación se trató con el más alto desprecio; no se dio respuesta a la junta nacional; las comunicaciones originales se quemaron públicamente en la plaza de México, por mano del verdugo; y la guerra de exterminio continuó por parte de los españoles con su furor acostumbrado, mientras que los mexicanos y las otras naciones americanas no la hacían, ni aun a muerte con los prisioneros de guerra que fuesen españoles. Aquí se observa que por causas de conveniencia se conservó la apariencia de sumisión al rey y aun a la constitución de la monarquía. Parece que la junta nacional es absoluta en el ejercicio de las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, y el número de sus miembros muy limitado.
Los acontecimientos de la tierra firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales. En Caracas el espíritu de partido tomó su origen en las sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos partidos nos tornaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma demócrata y federal para nuestros nacientes Estados. En Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos provinciales y la falta de centralización en el general han conducido aquel precioso país al estado a que se ve reducido en el día. Por esta razón sus débiles enemigos se han conservado contra todas las probabilidades. En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente, estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.
Es más difícil, dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre. Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de este convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales, y aun perfectas; sin duda, por efecto del instinto que tienen todos los hombres de aspirar a su mejor felicidad posible; la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad y de la igualdad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una República? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado, se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Ícaro, se le deshagan las alas, y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio verosímil, que nos halague con esta esperanza.
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me atrevo a desearlo; y menos deseo aún una monarquía universal de América, porque este proyecto sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente existen no se reformarían, y nuestra regeneración sería infructuosa. Los Estados americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli. Supongamos que fuese el istmo de Panamá punto céntrico para todos los extremos de este vasto continente, ¿no continuarían éstos en la languidez, y aún en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo sería necesario que tuviese las facultades de un Dios y, cuando menos, las luces y virtudes de todos los hombres.
El espíritu de partido que al presente agita a nuestros Estados, se encendería entonces con mayor encono, hallándose ausente la fuente del poder, que únicamente puede reprimirlo. Además, los magnates de las capitales no sufrirían la preponderancia de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos; sus celos llegarían hasta el punto de comparar a éstos con los odiosos españoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso deforme, que su propio peso desplomaría a la menor convulsión.
Mr. de Pradt ha dividido sabiamente a la América en quince o diecisiete Estados independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto a lo primero, pues la América comporta la creación de diecisiete naciones; en cuanto a lo segundo, aunque es más fácil conseguirla, es menos útil; y así no soy de la opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones. El interés bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de su conservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque es precisamente su opuesto, ningún estímulo excita a los republicanos a extender los términos de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único objeto de hacer participar a sus vecinos de una Constitución liberal. Ningún derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos, a menos que los reduzcan a colonias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma. Máximas y ejemplos tales están en oposición directa con los principios de justicia de los sistemas republicanos, y aún diré más, en oposición manifiesta con los intereses de sus ciudadanos; porque un Estado demasiado extenso en sí mismo o por sus dependencias, al cabo viene en decadencia, y convierte su forma libre en otra tiránica; relaja los principios que deben conservarla, y ocurre por último al despotismo. El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia; el de las grandes es vario, pero siempre se inclina al imperio. Casi todas las primeras han tenido una larga duración; de las segundas sólo Roma se mantuvo algunos siglos, pero fue porque era república la capital y no lo era el resto de sus dominios que se gobernaban por leyes e instituciones diferentes.
Muy contraria es la política de un rey, cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas y facultades; con razón, porque su autoridad crece con estas adquisiciones, tanto con respecto a sus vecinos, como a sus propios vasallos que temen en él un poder tan formidable cuanto es su imperio que se conserva por medio de la guerra y de las conquistas. Por estas razones pienso que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conforman con las miras de Europa.
No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehuso la monarquía mixta de aristocracia y democracia que tanta fortuna y esplendor ha procurado a Inglaterra. No siéndonos posible lograr entre las repúblicas y monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos caer en anarquías demagógicas, o en tiranías monócratas. Busquemos un medio entre extremos opuestos que nos conducirán a los mismos escollos, a la infelicidad y al deshonor. Voy a arriesgar el resultado de mis cavilaciones sobre la suerte futura de América; no la mejor, sino la que sea más asequible.
Por la naturaleza de las localidades, riquezas, población y carácter de los mexicanos, imagino que intentarán al principio establecer una república representativa, en la cual tenga grandes atribuciones el poder Ejecutivo, concentrándolo en un individuo que, si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar una autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, ese mismo poder ejecutivo quizás se difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía que al principio será limitada y constitucional, y después inevitablemente declinará en absoluta; pues debemos convenir en que nada hay más difícil en el orden político que la conservación de una monarquía mixta; y también es preciso convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey, y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona.
Los Estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares, podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo: estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra! Como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.
Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que con el nombre de Las Casas (en honor de este héroe de la filantropía), se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía Honda. Esta posición aunque desconocida, es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganados, y una gran de abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la habitan serían civilizados, y nuestras posesiones se aumentarían con la adquisición de la Guajira. Esta nación se llamaría Colombia como tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio. Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia de que en lugar de un rey habrá un poder ejecutivo, electivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario si se quiere república, una cámara o senado legislativo hereditario, que en las tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un cuerpo legislativo de libre elección, sin otras restricciones que las de la Cámara Baja de Inglaterra. Esta constitución participaría de todas las formas y yo deseo que no participe de todos los vicios. Como esta es mi patria, tengo un derecho incontestable para desearla lo que en mi opinión es mejor. Es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central, porque es en extremo adicta a la federación; y entonces formará por sí sola un Estado que, si subsiste, podrá ser muy dichoso por sus grandes recursos de todos géneros.
Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires, Chile y el Perú; juzgando por lo que se trasluce y por las apariencias, en Buenos Aires habrá un gobierno central en que los militares se lleven la primacía por consecuencia de sus divisiones intestinas y guerras externas. Esta constitución degenerará necesariamente en una oligarquía, o una monocracia, con más o menos restricciones, y cuya denominación nadie puede adivinar. Sería doloroso que tal caso sucediese, porque aquellos habitantes son acreedores a la más espléndida gloria.
El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república. Si alguna permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad; los vicios de Europa y Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre.
El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos, o se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serían aplicables a toda la América, creo que con más justicia las merece Lima por los conceptos que he expuesto, y por la cooperación que ha prestado a sus señores contra sus propios hermanos los ilustres hijos de Quito, Chile y Buenos Aires. Es constante que el que aspira a obtener la libertad, a lo menos lo intenta. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia, ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia; los primeros preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones tumultuarias, y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará si concibe recobrar su independencia.
De todo lo expuesto, podemos deducir estas consecuencias: las provincias americanas se hallan lidiando por emanciparse, al fin obtendrán el suceso; algunas se constituirán de un modo regular en repúblicas federales y centrales; se fundarán monarquías casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras revoluciones, que una gran monarquía no será fácil consolidar; una gran república imposible.
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración, otra esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un Congreso europeo, para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.
«Mutuaciones importantes y felices, continuas pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales». Los americanos meridionales tienen una tradición que dice: que cuando Quetzalcoatl, el Hermes, o Buda de la América del Sur resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él restablecería su gobierno, y renovaría su felicidad. ¿Esta tradición, no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¡Concibe usted cuál será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetzalcoatl, el Buda de bosque, o Mercurio, del cual han hablado tanto las otras naciones? ¿No cree usted que esto inclinaría todas las partes? ¿No es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas, y los partidarios de la corrompida España, para hacerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre y leyes benévolas?
Pienso como usted que causas individuales pueden producir resultados generales, sobre todo en las revoluciones. Pero no es el héroe, gran profeta, o dios del Anáhuac, Quetzalcoatl, el que es capaz de operar los prodigiosos beneficios que usted propone. Este personaje es apenas conocido del pueblo mexicano y no ventajosamente; porque tal es la suerte de los vencidos aunque sean dioses. Sólo los historiadores y literatos se han ocupado cuidadosamente en investigar su origen, verdadera o falsa misión, sus profecías y el término de su carrera. Se disputa si fue un apóstol de Cristo o bien pagano. Unos suponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra Emplumajada; y otros dicen que es el famoso profeta de Yucatán, Chilan-Cambal. En una palabra, los más de los autores mexicanos, polémicos e historiadores profanos, han tratado con más o menos extensión la cuestión sobre el verdadero carácter de Quetzalcoatl. El hecho es, según dice Acosta, que él establece una religión, cuyos ritos, dogmas y misterios tenían una admirable afinidad con la de Jesús, y que quizás es la más semejante a ella. No obstante esto, muchos escritores católicos han procurado alejar la idea de que este profeta fuese verdadero, sin querer reconocer en él a un Santo Tomás como lo afirman otros célebres autores. La opinión general es que Quetzalcoatl es un legislador divino entre los pueblos paganos de Anáhuac, del cual era lugarteniente el gran Moctezuma, derivando de él su autoridad. De aquí que se infiere que nuestros mexicanos no seguirían al gentil Quetzalcoatl, aunque apareciese bajo las formas más idénticas y favorables, pues que profesan una religión la más intolerante y exclusiva de las otras.
Felizmente los directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con el mejor acierto proclamando a la famosa Virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas. Con esto, el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión que ha producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que pudiera inspirar el más diestro profeta.
Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia.
Yo diré a usted lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles, y de fundar un gobierno libre. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares y combatida por España que posee más elementos para la guerra, que cuantos furtivamente podemos adquirir.
Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones se dividen, las pasiones las agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo.
Tales son, señor, las observaciones y pensamientos que tengo el honor de someter a usted para que los rectifique o deseche según su mérito; suplicándole se persuada que me he atrevido a exponerlos, más por no ser descortés, que porque me crea capaz de ilustrar a usted en la materia.
Soy de usted, etc., etc.
Simón Bolívar
Kingston, 6 de septiembre de 1815
Simón Bolívar (1783-1830)
Simón Bolívar por José Gil de Castro.
La Carta de Jamaica es un texto escrito por Simón Bolívar el 6 de septiembre de 1815 en Kingston, capital de la colonia británica de Jamaica, en respuesta a una misiva de Henry Cullen, un comerciante jamaiquino de origen inglés residente en Falmouth, cerca de Montego Bay, donde pone las razones que provocaron la caída de la Segunda República en el contexto de la independencia de Venezuela. La carta, cuyo título era Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta Isla, pretendía atraer a Gran Bretaña y al resto de potencias europeas hacia la causa de los patriotas independentistas americanos.
La edición en inglés de la carta tuvo el título de A friend y en castellano, Un caballero de esta isla. El original más antiguo que se conocía es el manuscrito borrador de la versión inglesa conservado en el Archivo Nacional de Colombia (Bogotá), en el fondo Secretaría de Guerra y Marina, volumen 323. La primera publicación conocida de la Carta en castellano apareció impresa en 1833, en el volumen XXI, Apéndice, de la Colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador, compilada por Francisco Javier Yánez y Cristóbal Mendoza.
No se había podido localizar el manuscrito original castellano, ni se conocía copia alguna entre 1815 y 1883, salvo las dos publicadas en inglés, de 1818 y 1825, hasta que, recientemente, se informó del hallazgo, en un archivo ubicado en Ecuador, del manuscrito original del documento.
Gbleon@cantv.net Abril de 2015
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3.- 1872 UNA CARTA DE INDIAS (de 1542)
(A don Manuel Tamayo y Baus, de la Academia Española)
El licenciado Vaca de Castro, nacido en Mayorga en 1492, hallábase en 1540 ejerciendo el cargo de Oidor en la Audiencia de Valladolid, cuando llegó a España la nueva del triste fin de don Diego de Almagro el Viejo y de las turbulencias habidas en el nuevo reino de Granada entre Benalcázar y Andagoya. El emperador, después de investir a Vaca de Castro con el hábito de Santiago, lo comisionó para venir a poner orden en estos sus reinos del Perú y Nueva Granada, y examinar las acusaciones levantadas contra Pizarro y el adelantado Benalcázar. A su llegada a Popayán, recibió el juez pesquisidor la noticia del asesinato del marqués y consiguiente revolución de Almagro el Mozo; y dando de mano a todo otro encargo, púsose el licenciado en camino para Quito, levantando bandera por el rey.
Preciso es confesar que Carlos V anduvo desacertado en la elección, pues el nombrado no poseía la entereza y bríos, sagacidad y pureza de Gasca. En la batalla de Chupas, donde se batió recio el cobre, estuvo el señor licenciado asustadizo y a punto de huir el bulto; y después del triunfo no pensó más que en méritos y granjerías, rellenado la hucha, sin temor a dios ni al rey. (…)
Entre col y col, lechuga; y a propósito de las Cartas de Indias recientemente publicadas, vamos a dedicar un párrafo a una cuestión interesantísima y que la aparición de aquella importante obra ha puesto sobre el tapete. Trátase de probar que la voz América es exclusivamente americana, y no un derivado del prenombre del piloto mayor de Indias Albérico Vespuccio. De varias preciosas y eruditas disquisiciones que sobre tan curioso tema hemos leído, sacamos en síntesis que América o Americ es nombre de lugar en Nicaragua, y que designa una cadena de montañas en la provincia de Chontales. La terminación ic (ica, ique, ico, castellanizada) se encuentra frecuentemente en los nombres de lugares, en las lenguas y dialectos indígenas de Centro América y aun de las Antillas. Parece que significa grande, elevado, prominente, y se aplica a las cumbres montañosas en que no hay volcanes. Aun cuando Colón, en su lettera rarissima describiendo su cuarto viaje (1502), no menciona el nombre de América, es más que probable que verbalmente lo hubiera transmitido él o sus compañeros, tomándolo como que el oro provenía de la región llamada América por los nicaragüenses. De presumir es también que este nombre América fue esparciéndose poco a poco hasta generalizarse en Europa, y que no conociéndose otra relación impresa, descriptiva de esas regiones, que la de Albericus Vespuccius, publicada en latín en 1505 y en alemán en 1506 y 1508, creyesen ver en el prenombre Albericus el origen, un tanto alterado, del nombre América. Cuando, en 1522, se publicó en Bale la primera carta marítima con el nombre de América provincia, Colón y sus principales compañeros habían ya muerto, y no hubo quien parara mientes en el nombre. Por otra parte, en toda Europa no era América nombre de pila que se aplicara a hombre o mujer, y llamándose Vespuccio Albérico, claro es que si él hubiera dado nombre al Nuevo Mundo, debió éste llamarse Albericia, por ejemplo, y no América. Otra consideración: sólo las testas coronadas bautizaron países con su nombre: verbigracia, Georgia, Luisana, Carolina, Maryland, Filipinas, etc.; mientras que los descubridores les daban su apellido, tales como Magallanes, Vancouver, Diemen, Cook, etc. El mismo Colón no ha dado Cristofonia o Cristofia, sino Colombia y Colón. Es evidente, pues, que el autor del plano de 1522 oyó antes pronunciar el nombre indígena de América a alguno de los que acompañaron a Colón en 1503, y tomó el rábano por las hojas. Cuando apareció la carta de Bale, ya Vespuccio había muerto, sin sospechar, por cierto, la paternidad histórica que se le preparaba.
Según el historiador vizconde de Santarem, el florentino Vespuccio (que murió en Sevilla el 22 de febrero de 1512) vino por primera vez al Nuevo Mundo a fines de 1499, en la expedición de Cabral, y la descripción que escribió de estas regiones fue publicada por Waldseemuller, en Lorena, en 1508. Fue Waldseemuller quien tuvo entonces la injustificable ocurrencia de sobreponer el nombre del descriptor al del descubridor.
En conclusión: por su origen, por las noticias de Colón en su cuarto viaje, por su valor filológico y demás consideraciones someramente apuntadas, puede sin gran esfuerzo deducirse que la voz América, exclusivamente indígena, nada tiene que ver con el nombre del piloto Vespuccio.
Ricardo Palma (1833-1919)
TRADICIONES PERUANAS (1872)
AGUILAR MADRID 1964
1783 págs. 14 x 18 cms.
Págs. 65-68

4.- 1891 NUESTRA AMÉRICA
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos "increíbles" del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres!
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.
Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Guando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen-, por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos.
Pero "estos países se salvarán", como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide "a que le hagan emperador al rubio". Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real.
Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no va a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. E1 tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio.
De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!
José Martí (1853-1895)
(La Revista Ilustrada de Nueva York, 10 de enero de l891

De: Carlos Pino
Fecha: 14 de junio de 2015, 7:05
Asunto: 1891-- Nuestra América Escrito por José Martí

5.- 1928 DIVAGACIONES SOBRE EL TEMA DE LA LATINIDAD
1.- José Vasconcelos, en un artículo de su revista La Antorcha, nos propone que reneguemos del latinismo. Mi pensamiento sobre este tópico coincide casi completamente con el del maestro mexicano. Más de uno de mis artículos bosqueja mi oposición a la tesis de la latinidad de nuestra América. Vasconcelos no enfoca esta tesis. Prefiere, en su artículo, repudiar netamente todo el espíritu de la civilización y del mundo latinos. Pero quizá habría servido mejor su idea si hubiese empezado por desnudar la ficción de nuestra latinidad. Lo primero que conviene esclarecer y precisar es que no somos latinos ni tenemos ningún parentesco histórico con Roma. Los “supuestos países latinos” de América, como los llama Vasconcelos, necesitan saberse diferentes del mundo latino, para quererlo y estimarlo un poco menos.
            Nos suponemos latinos porque hablamos un idioma latino. España no nos inyectó sangre latina. Y las corrientes europeas que hemos recibido durante el último siglo tampoco nos la han traído. Existe algún porcentaje de latinidad en la Argentina y el Uruguay; mas ese magro porcentaje no nos autoriza a declarar latina a toda nuestra América. Y, sobre todo, ni en la psicología ni en la mentalidad del hombre hispano-americano se descubren los rasgos de la mentalidad y la psicología del hombre del Latium.
            He sentido, en tierra latina, toda la fragilidad de la mentira que nos anexa espiritualmente a Roma. El cielo azul del Latium, los dulces racimos de los Castillos Romanos, la miel de las abejas de oro de Frascati, la poesía sensual del paisaje de la égloga, embriagaron dionisiacamente mis sentidos; pero mi espíritu se reconoció distante de la euforia y de la claridad de la gens latina. Italia, la maravillosa Italia, me italianizaba un poco; pero no me latinizaba, no me romanizaba. Y un día en que entre las ruinas de las termas de Paolo Emilio, los representantes de todas las sedicentes naciones latinas celebraban en un banquete el Natale de Roma, comprendí cuán extranjeros éramos en esa fiesta los hispano-americanos. Percibí nítida y precisamente la artificiosidad del arbitrario y endeble mito de nuestro parentesco con Roma. Roma conmemoraba en esa fecha su fundación, su navidad, su nacimiento. Y en el banquete de las Termas de Paolo Emilio los representantes de doce o quince pueblos hispano-americanos declarábamos nuestra esa fecha. Estos pueblos aparecían, en este cuadro vivo, como descendientes del viejo tronco romano. Remo, Rómulo, la loba nodriza, las águilas imperiales y los gansos del Capitolio resultaban formalmente incorporados en nuestra historia. Hispano-América adoptaba la Navidad de Roma como el prólogo de la historia hispano-americana. Roma nos consentía sentirnos y decirnos herederos de una parte de su gloria. La prosa de Marco Tulio Cicerón, la poesía de Horacio y el genio político y militar de César quedaban insertos en nuestra genealogía. Mi alma, mi conciencia, súbitamente iluminados, se rebelaron desde entonces contra la ficción de nuestra latinidad.
            En Hispano América se combinan varias sangres, varias razas. El elemento latino es, acaso el más exiguo. La literatura francesa es insuficiente para latinizarnos. El “claro genio latino” no está en nosotros. Roma no ha sido, no es, no será nuestra. Y la gente de este flanco de la América Española no sólo no es latina. Es, más bien, oriental, un poco asiática.
2.- Espiritual, ideológicamente, los espíritus de vanguardia no pueden, por otra parte, simpatizar con el viejo mundo latino. A las vehementes razones de Vasconcelos se debe agregar otras más actuales.
            El fenómeno reaccionario se alimenta de tradición latina. La Reacción busca las armas espirituales e ideológicas en el arsenal de la civilización romana. El fascismo pretende restaurar el Imperio. Mussolini y sus camisas negras han resucitado en Italia el hacha del lictor, los decuriones, los centuriones, los cónsules, etc. El léxico fascista está totalmente impregnado de nostalgia imperial. El símbolo del fascismo es el “fasciolitorio” Los fascistas saludan romanamente a su César.
            Las divagaciones de los teóricos del fascismo, cuando atribuyen a esta acción una mentalidad medioeval y católica, podrían extraviarnos o desorientarnos un poco si, al manifestarnos su odio a la Reforma, el Renacimiento y el liberalismo, no nos condujesen, después de un especioso rodeo, a la constatación de que el alma anticristiana del fascismo se siente filocatólica porque encuentra en la Iglesia Católica rasgos evidentes y profundos del romanismo. El Renacimiento es responsable, ante los teóricos fascistas, de haber engendrado la idea liberal, calificada por ellos de idea disolvente. La idea liberal ha destruido el antiguo poder de la jerarquía y de la autoridad, consideradas por los teóricos fascistas como bases perennes del orden social. Y el fascismo se propone la reconstrucción de la jerarquía y la autoridad. Por esto, halla en Roma, en la civilización latina, sus raíces espirituales.
            El fascismo, en cuya mentalidad flotaba el principio el anticlericalismo de los manifiestos futuristas, se ha aproximado luego a la Iglesia Católica, no por lo que tiene de cristiana sino de romana. La Iglesia Católica no sólo es para el fascismo, una ciudad, la del principio de jerarquía y del principio de autoridad. Es, además, una organización conquistadora e imperialista que mantiene y difunde en el mundo, a través de su doctrina, el poder de Roma.
3.- Pero no es éste el único hecho que acredita la tendencia de la reacción a refugiarse en la ideología de la civilización latina. Otro hecho del mismo sentido histórico es el esfuerzo de la reacción por restablecer en la instrucción las normas y los estudios clásicos.
            La Reforma Gentile, que ha reorganizado en Italia la enseñanza sobre estas bases, ha sido llamada por Mussolini “la más fascista de todas las reformas fascistas”. El fascismo, por medio de esa reforma y de otros actos de su política educacional, quiere restaurar en la enseñanza la influencia de la Iglesia Católica y el espíritu el Imperio Romano. El latinismo tiene hoy en la escuela una función netamente conservadora. La reacción lo ha comprendido así no sólo en Italia sino también en Francia. La reforma Berard se inspiró en los mismos intereses políticos que la reforma Gentile. Disfrazados de humanistas, los filósofos y literatos de la reacción trabajan, en verdad, por resucitar el decaído prestigio de la jerarquía y la autoridad y atiborrar de latín y de clásicos la inteligencia de las generaciones jóvenes. Se vuelve a los estudios clásicos con fines reaccionarios. Este rumbo de la política burguesa no es totalmente nuevo. Ya Jorge Sorel, en su libro La ruina del mundo antiguo, denunciaba la inclinación de la política burguesa a “limitar la búsqueda científica y preservar del socialismo la nueva generación” mediante la educación clásica.
4.- La aserción de Vasconcelos de que “directamente de Roma procede el capitalismo moderno”, me parece una aserción demasiado absoluta. El imperialismo romano y el imperialismo moderno son dos fenómenos equivalentes. Nada más. El desarrollo del capitalismo no se ha nutrido de la ideología del Imperio. Todo lo contrario. La levadura espiritual del movimiento capitalista han sido la Reforma y el liberalismo. Lo prueba, entre otras cosas, el hecho de que los países donde ambas ideas tienen más antiguo y definido arraigo -Inglaterra, Alemania y Estados Unidos-, sean los países donde el capitalismo ha alcanzado su plenitud. La libre concurrencia, el libre tráfico, etc., han sido indispensables para el desarrollo capitalista. Todas las reivindicaciones humanas formuladas en nombre de la Libertad, que han libertado al individuo de las coacciones del Estado, la Iglesia, etc., han representado, concreta y prácticamente, un interés de la clase burguesa, dueña del dinero y de los instrumentos de producción. El crecimiento del capitalismo y del industrialismo requiere un ambiente de libertad. La jerarquía y la autoridad, fundadas en la fuerza o en la fe, le resultan intolerables. Dentro del régimen capitalista, no caben sino la jerarquía y la autoridad del dinero. Por consiguiente, al renegar el liberalismo y la democracia, la burguesía reniega sus propias raíces espirituales e históricas. La restauración del condottierismo y del cesarismo, que conserva todo el poder en manos de jefes fanáticos subordina la economía a la política, contrariando los fundamentos del orden capitalista, dentro del cual la política se encuentra subordinada a la economía. Igualmente, la adopción en la enseñanza secundaria y superior de una orientación clásica, es opuesta al interés de la civilización capitalista, cuya potencia no puede ser mantenida sino por generaciones educadas técnica y profesionalmente. La crisis capitalista no encontrará, por cierto, su remedio en el estudio de las Humanidades.
            El capitalismo moderno, en suma, no procede del Imperio Romano. Se ha alimentado durante su crecimiento, de una ideología distinta. La resurrección de las normas y los principios de la civilización latina marcan en la historia del capitalismo un período de decadencia. La reacción -desconociendo que la democracia es la forma política del capitalismo-, pugna por revivir una forma política caduca que no puede contenerlo. (La experiencia fascista ilustra ampliamente este concepto). La política reaccionaria y la economía capitalista, en una palabra, se contradicen. En esta contradicción se debaten los Estados occidentales. No resulta, por ende, que la sociedad capitalista provenga del romanismo sino, más bien que muere del romanismo que la ha invadido en su decadencia.
5.- ¿Qué elementos vitales podemos buscar, pues, en la latinidad? Nuestros orígenes históricos no están en el Imperio. No nos pertenece la herencia de César; nos pertenece, más bien, la herencia de Espartaco. El método y las máquinas del capitalismo nos vienen, principalmente, de los países sajones. Y el socialismo no lo aprenderemos en los textos latinos.
El III Congreso Científico Pan-Americano nos ha recomendado el estudio obligatorio del latín en la enseñanza secundaria. Este voto de un congreso al mismo tiempo científico y pan-americano engendrará probablemente en nuestra América más de una tropical caricatura de la reforma Berard o de la reforma Gentile que, indigestándonos de humanidades estimulará la reproducción de la copiosa fauna de charlatanes y retores que encuentra, en nuestro continente, climas tan favorables y propicios. Pero ni el idioma latino ni la fiesta de la raza conseguirán latinizarnos. Y los hombres nuevos de nuestra América sentirán cada vez más, la necesidad de desertar las paradas oficiales del latinismo.
José Carlos Mariátegui (1894-930)
Mundial, 20 de febrero de 1925
COC. T.3, págs. 121-126
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Aunque una convención literaria y ridícula nos anexe a la raza latina -¡Latinos, nosotros!- nuestra alma amarilla o cetrina no fraternizará jamás con el alma blonda de los occidentales.
Poetas nuevos y poseía vieja
Mundial, 24 de diciembre de 1924
COC. T.11, pág. 17
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En el Perú, como en toda la América española, se habla con frecuencia de nuestra latinidad. Ya he dicho, en más de un artículo, lo que pienso de esta latinidad postiza. No es ésta una ocasión de insistir sobre el tema. Quiero únicamente remarcar que el latinismo de uso corriente en la retórica criolla no nos ha servido siquiera para reconocer en la cultura italiana una cultura netamente latina y, por tanto, una cultura de nuestra supuesta estirpe.
Valores de la cultura italiana moderna
Lima, marzo de 1925
COC. T.3 pág. 90
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Teórica y prácticamente el conservador criollo se presenta como un heredero de la colonia y como un descendiente de la conquista. Lo nacional, para todos nuestros pasadistas, comienza en lo colonial. Lo indígena es en su sentimiento, aunque no lo sea en su tesis, lo pre-nacional. El conservantismo no puede concebir ni admitir sino una peruanidad: la formada en los moldes de España y Roma. Este sentimiento de la peruanidad tiene graves consecuencias para la teoría y la práctica del propio nacionalismo que inspira y engendra. La primera consiste en que limita a cuatro siglos la historia de la patria peruana. Y cuatro siglos de tradición tienen que parecerle muy poca cosa a cualquier nacionalismo, aun al más modesto e iluso. Ningún nacionalismo sólido aparece en nuestro tiempo como una elaboración de sólo cuatro siglos de historia.
            Para sentir a sus espaldas una antigüedad más respetable e ilustre, el nacionalismo reaccionario recurre invariablemente al artificio de anexarse no sólo todo el pasado y toda la gloria de España sino también todo el pasado y la gloria de la latinidad. Las raíces de la nacionalidad resultan ser hispánicas y latinas. El Perú, como se lo representa esta gente, no desciende del Inkario autóctono; desciende del imperio extranjero que le impuso hace cuatro siglos su ley, su confesión y su idioma.
            Maurice Barrés, en una frase que vale sin duda como artículo de fe para nuestros reaccionarios, decía que la patria son la tierra y los muertos. Ningún nacionalismo puede prescindir de la tierra. Este es el drama del que en el Perú, además de acogerse a una ideología importada, representa el espíritu y los intereses de la conquista y la colonia.
Nacionalismo y Vanguardismo
Mundial, 27.11.25
COC. T.11, págs. 73-74
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Que conste que no hablo en homenaje a la Fiesta de la Raza. No me adhiero a celebraciones municipales ni al concepto mismo de nuestra latinidad. ¡Latinos, nosotros!
En el Día de la Raza
Lima, 12 de octubre de 1928
COC. T.4, pág. 164

TRES COMENTARIOS

6.- 1992 MARIÁTEGUI Y EL DESCUBRIMIENTO
            En octubre de 1928, José Carlos Mariátegui culminaba una etapa de su titánica labor por peruanizar el Perú. Publica su medular obra 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana y constituye el Partido Socialista del Perú. En este marco de peruanidad, en cuatro luminosos párrafos contesta una encuesta de la revista Variedades acerca de la figura de Colón. El significado del descubrimiento de América, los ideales de la raza y los medios más eficaces para vincular a los pueblos hispanoamericanos (13.10.28) Esta respuesta tiene plena vigencia ahora, cuando llegamos al Mesomilenio del Descubrimiento de América (12 de octubre de 1992)
            Es muy cierto que “El Descubrimiento de América es el principio de la modernidad” y que “todo el pensamiento de la modernidad está influido por este acontecimiento” Este es el punto clave para la interpretación del descubrimiento, que no hay cómo minimizar y mucho menos ignorar. Ni el Nuevo Mundo ni el Viejo Mundo siguieron iguales después de este acontecimiento. Para todos sus efectos, por primera vez el planeta Tierra se hizo esférico, reivindicando a antiguos pensadores y desechando viejas supersticiones. Bien señaló JCM: “¡Como si pudiese importar que antes que Colón otros navegantes hubiesen ya conocido el Continente! América ingresó en la historia mundial, cuando Colón la reveló a Europa”
            Por supuesto, que sean Colón y España protagonistas fortuitos del descubrimiento no les resta mérito alguno. En 1898 Plejanov, analizando las causas generales y la casualidad en la historia, señala que “La casualidad es algo relativo. No aparece más que en los puntos de intersección de los procesos necesarios. La aparición de los europeos en América fue para los habitantes de México y Perú una casualidad sólo en el sentido de que no emanaba del desarrollo social de esos países. Pero no era una casualidad la pasión por la navegación que se había apoderado de los europeos del Occidente a fines de la Edad Media; ni fue casual el hecho de que la fuerza de los europeos venciera fácilmente la resistencia de los indígenas. Las consecuencias de la conquista de México y Perú por los europeos no eran tampoco fruto de la casualidad; en fin de cuentas estas consecuencias eran la resultante de dos fuerzas: la situación económica de los conquistados, por un lado, y la situación económica de los conquistadores, por el otro. Y estas fuerzas, así como su resultante, pueden ser objeto de un estudio riguroso” (El papel del individuo en la Historia) Lo único que hay que cuestionar aquí es lo de “fácilmente”, pues ahora está demostrado lo contrario.
            El análisis del descubrimiento tiene dos aspectos. Si se centra en el viaje, pues no cabe duda que toca hacer “la apología del aventurero” Últimamente un español, Luis Miguel Coín, profesor de la Escuela Naval de Cádiz, reconstruyendo minuciosamente el primer viaje descifró el enigma de la Capitación de Santa Fe, que firmaron previamente Colón y los Reyes Católicos (17 de abril de 1492), donde Colón reclama beneficios “en alguna satisfacción de lo que ha descubierto en las mares océanas” (sic!) Es decir, Colón sabía a lo que iba. Y por eso el término Descubrimiento no puede ser sustituido por Hallazgo, Encuentro o cualquier otro aleatorio. Colón no viajó a explorar sino a explotar nuevas tierras, de las que ya tenía noticias ciertas.
            Para JCM, Colón es “el tipo del gran aventurero, pionner de pionners; América es una gran creación suya” En verdad, sin ser aventurero, y gran aventurero, por esos tiempos no había cómo arriesgarse a tal viaje no yendo sobre seguro. Bien comenta JCM: “Pienso en él cada vez que me visita la idea de escribir una apología del aventurero”
            Si se centra en lo que siguió después, entonces toca analizar “la más grande y fructuosa de las cruzadas” JCM fue reiterativo en este aspecto, que muchas veces se soslaya. Primero había señalado que “La conquista fue, ante todo, una tremenda carnicería” (IX-1927) En sus 7 Ensayos reitera que “He dicho ya que la conquista fue la última cruzada y que con los conquistadores tramontó la grandeza de España” Y explica que “Su carácter de cruzada define a la Conquista como empresa esencialmente militar y religiosa. La hicieron en comandita soldados y misioneros”
            No hay, pues, cómo ignorar la crueldad de esta empresa. Ya en 1872 el célebre tradicionista Ricardo Palma había escrito: “Fecundísimo en crímenes y en malvados fue para el Perú el siglo XVI. No parece sino que España hubiera abierto las puertas de los presidios y que, escapados sus moradores, se dieran cita para estas regiones. Los horrores de la conquista, las guerras entre pizarristas y almagristas y las vilezas de Godínez, en las revueltas de Potosí, reflejan, sobre los tres siglos que han pasado, como creaciones de una fantasía calenturienta. El espíritu se resiste a aceptar el testimonio de la Historia” (Lope de Aguirre el Traidor) Y es que toda religión tiene su “guerra santa” Yahveh Sebaot es Dios de los Ejércitos. Y el cristianismo inició su expansión inscribiendo en su estandarte el fiero lema “Con este signo vencerás” La conquista de la Tierra Prometida y la conquista de América se parecen así como dos gotas de agua. Tienen por común denominador la “extirpación de idolatrías”, diezmando población nativa y ocupando territorio ajeno. El móvil económico es evidente de por sí.
            Desde 1492, cuando a sangre y fuego fue incorporado a la “civilización occidental y cristiana”, el continente americano ha experimentado grandes cambios en su población, cultura y civilización. Después de tres siglos de dominio colonial, las nuevas formaciones nacionales lograron romper el yugo y empezaron la creación de una nueva realidad. En 1776, la Independencia de EUA marcó el surgimiento de las naciones modernas en el mundo entero. En otras palabras, marcó el fin de la hegemonía del feudalismo y el comienzo de la hegemonía del capitalismo. En 50 años más, prácticamente toda América logró su independencia, saldando cuentas con las metrópolis colonialistas. Entonces, lo que ocurre en estos dos últimos siglos en América ya es responsabilidad de nuestros propios países. En este marco, ¿cuál es la posición de JCM ante España y la Iglesia Católica?
            JCM pregunta: “¿Existe hoy unas ciencia, una filosofía, una democracia, un arte; existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanas? ¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un producto de la gente peruana?” (28.11.24) Luego señala que “El Virreinato aparece menos culpable que la República” respecto a la situación de la población nativa, pues “Mientras el Virreinato era un régimen medieval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene por consiguiente, la Republica, deberes que no tenía el Virreinato” (09.12.24) Después explica que “La Conquista, mala y todo, ha sido un hecho histórico. La República, tal como existe, es otro hecho histórico. Contra los hechos históricos poco o nada pueden las especulaciones abstractas de la inteligencia ni las concepciones puras del espíritu. La historia del Perú no es sino una parcela de la historia humana. En cuatro siglos se ha formado una realidad nueva. La han creado los aluviones de Occidente. Es una realidad débil. Pero es, de todos modos, una realidad. Sería excesivamente romántico decidirse hoy a ignorarla” (11.09.25) Por eso JCM planteó que el Perú se nutre de tres tradiciones: incaica, española, republicana. Y por eso declaró en sus 7 Ensayos que “No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia feudal”
            Igualmente, en sus 7 Ensayos trató en profundidad el problema religioso. Señaló que “Han tramontado definitivamente los tiempos de apriorismo anticlerical, en que la crítica ‘librepensadora’ se contentaba con una estéril y sumaria ejecución de todos los dogmas e iglesias, a favor del dogma e iglesia de un ‘librepensamiento’ ortodoxamente ateo, laico y racionalista” Afirmó que “la crítica revolucionaria no regatea ni contesta ya a las religiones, y ni siquiera a las iglesias, sus servicios a la humanidad ni su lugar en la historia” y que “El socialismo, conforme a las conclusiones del materialismo histórico -que conviene no confundir con el materialismo filosófico-, considera a las formas eclesiásticas y doctrinas religiosas, peculiares e inherentes al régimen económico-social que las sostiene y produce. Y se preocupa, por tanto, de cambiar éste y no aquellas. La mera agitación anticlerical es estimada por el socialismo como un diversivo liberal burgués” No es otra la posición de Marx al respecto: “El reflejo religioso del mundo real sólo podrá desaparecer para siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, represente para los hombres relaciones claras y racionales entre sí y respeto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida o, lo que es lo mismo, del proceso social de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones materiales de existencia, que son, a su vez, fruto material de una larga y penosa evolución” (El Capital, t.1-416)
            Tras dos siglos de vida propia, la realidad del continente ha experimentado nuevamente grandes cambios en su población, cultura y civilización. Ahora no predomina el sur o el centro sino notoriamente el norte de América. No predomina la influencia española, portuguesa o francesa sino notoriamente la influencia inglesa. En otras palabras, económicamente predomina la herencia capitalista, no la herencia feudal. Para este nuevo cambio, si en el norte la influencia inglesa comenzó con la integración, el centro y el sur de influencia española comenzaron con la desintegración. Las trece colonias inglesas, federadas dieron origen a EUA. En cambio las colonias españolas, desintegradas dieron origen a diversos países. Y si antes sobresalían la cultura azteca y la cultura inca, el virreinato de México y el virreinato del Perú, ahora sobresalen EUA y Brasil, que surgieron no por desintegración sino por integración de antiguos territorios coloniales.
            La influencia europea, principalmente como herencia feudal o capitalista, gravitó al comienzo casi omnímodamente en los nuevos países de América. Pero con la Independencia comenzó también la valoración de otras influencias, la aborigen del propio continente en particular, y la de otros continentes en general (africana, asiana) Esta es la valoración o revaloración que va logrando resultados concretos, resultados que se reflejan hasta en el debate acerca del nombre y apellidos del Nuevo Continente.
            En una de sus célebres Tradiciones Peruanas, Una Carta de Indias, Ricardo Palma plantea que la voz América es exclusivamente americana, y no un derivado de Albérico Vespucci. Relata que de sus estudios concluye que América o Americ es nombre de lugar en Nicaragua, y que designa una cadena de montañas en la provincia de Chontales. Agrega que la terminación ic (ica, ique, ico, castellanizada) se encuentra frecuentemente en los nombres de lugares en las lenguas y dialectos indígenas de Centro América y aún de las Antillas. Opina que significa grande, elevado, prominente, y que es posible que Colón o sus compañeros hubieran trasmitido verbalmente el término, tomándolo como que el oro provenía de la región llamada América por los nicaragüenses. Este nombre se esparció y generalizó poco a poco en Europa.
            Como América no era nombre de persona en Europa, si Vespucci hubiera dado su nombre al Nuevo Mundo, de Albérico habría derivado Albericia, v.g., y no América. Por otro lado, sólo los reyes o emperadores bautizaban países con sus nombres: Georgia, Luisiana, Carolina, Maryland, Filipinas; mientras que los descubridores les daban su apellido: Magallanes, Vancouver, Diemen, Cook. Agrega Ricardo Palma que el mismo Cristóbal Colón no ha dado Cristofonia o Cristofia sino Colombia y Colón.
            AlbéricoVespucci (Alberigus Vespuccius, 1451-1512), navegante italiano, fue encargado de equipar las naves preparadas para el tercer viaje de Colón. Realizó dos viajes al Nuevo Mundo. En el primero exploró las desembocaduras del Orinoco y del Amazonas. En el segundo descubrió la bahía de Rio de Janeiro, y llegó por el sur hasta Patagonia. Así comprobó que las tierras descubiertas no eran del extremo de Asia sino un nuevo continente.
            Martín Waldseemüller (1480-1518), geógrafo y cartógrafo alemán, en su Cosmographiae Introductio (1508), que acompañaba la edición del Atlante, de Tolomeo, escribió seguidos los nombres Americi Vespuci. De ahí se supuso después que América derivaba de Albérico, haciendo carrera esta versión. Pero de todos modos, como América es nombre mundialmente reconocido y nadie lo cuestiona, el problema de su origen es más que todo asunto de precisión histórica y etimológica; precisión en la que, por lo visto, Ricardo Palma está más cerca de la verdad que la versión oficialmente aceptada.
            Desde 1492 todos los apellidos de América, que han predominado en una u otra etapa de su desarrollo, tienen por característica ser exclusivos y excluyentes. Para España sólo contaba Hispano América. Y como Sur América fue repartida entre España y Portugal, países de la Península Ibérica, su única concesión fue usar indistintamente el apellido Hispano o Ibero. Así, durante todo el período colonial, América fue predominantemente conocida como Hispano América o Ibero América. Pero desde 1776 comenzó el predominio de EUA, y así surgió un nuevo apellido, Anglo América o Saxo América, América Inglesa o América Sajona. Evidentemente, Ibero América y Anglo América, América Hispana o América Sajona eran apellidos exclusivos de las metrópolis europeas que se excluían mutuamente en sus pretensiones hegemónicas.
            Con el desarrollo del capitalismo estadounidense se hizo presente una nueva demarcación. Ante el expansionismo del monroísmo, que acuñó el apellido Pan América, el defensismo del bolivarismo no supo acuñar mejor término que Indo América. Pero como aparte de Bolívar existieron San Martín, Artigas, Petion, Hidalgo, Martí y otros libertadores, tanto el bolivarismo como el indoamericanismo nacieron minusválidos ante el monroísmo y panamericanismo. Entonces, aquí el término exclusivo es Pan América, que considera toda América bajo la batuta del capitalismo estadounidense. Y el término excluyente resulta ser Indo América, que ignora que en América no hay únicamente aborígenes precolombinos. Esto no ocurre ni siquiera en sus estratos inferiores, pues hay países de mayoritaria población negra; hay regiones de mayoritaria población china, india, nipona; y la población inmigrante europea de países distintos a las metrópolis conquistadoras es numerosa y compacta en más de una localidad.
            En este cuadro aparece el apellido Latino, que ha hecho fortuna no obstante su origen espurio y su evidente carga discriminatoria. Pero le sirve tanto a las clases dominantes, que prácticamente ha desplazado a los demás apellidos, con el resultado que ahora la población estadounidense es la mayoritariamente conocida como americana, mientras que la “otra” población es conocida globalmente como “latina” Y así, los no estadounidenses ya no somos americanos sino simplemente “latinos” Hasta la agencia de noticias cubana se llama Prensa Latina. ¡Hemos perdido nuestro gentilicio!
            El problema es, pues, grave, muy grave y de ninguna manera baladí, porque somos americanos y no “latinos”, o somos “latinos” y no americanos. Pero, ¿habrá un término que no siendo exclusivo ni excluyente, nos permita recuperar nuestro gentilicio primigenio? ¿Podrá este nuevo término desplazar el espurio y reaccionario apellido Latino, y con él a todos los anteriores discriminatorios? Obviamente se necesita un nuevo término, pero para llegar a él primero es necesario abordar el problema del panamericanismo, el problema del indigenismo y el problema del latinismo.
            Respecto al panamericanismo, JCM señaló que “la nueva generación hispanoamericana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del Imperio de Dawes y de Morgan, no del pueblo ni del hombre norteamericanos” (08.05.25) En EUA aún hay aborígenes, cercados en las “reservaciones” y como objeto de exhibición turística; hay negros confinados en los ghettos, pues no obstante la abolición de la esclavitud aún pervive la discriminación racial; hay chinos, que mantienen su hábitat en sus china-towns; hay barrios de inmigrantes de casi todos los rincones del mundo; y, por supuesto, también hay barrios de “latinos” El panamericanismo, pues, no es de ellos sino del capitalismo monopolista estadounidense, que día a día pierde posiciones en el mundo entero. Por eso, el rechazo al panamericanismo no puede ser rechazo al pueblo estadounidense. Nítidamente es rechazo al imperialismo yanqui.
            Respecto al indigenismo, JCM señaló que “este indigenismo no sueña con utópicas restauraciones. Siente el pasado como una raíz, pero no como un programa. Su concepción de la historia y de sus fenómenos es realista y moderna. No ignora ni olvida ninguno de los hechos históricos que, en estos cuatro siglos, han modificado, con la realidad del Perú, la realidad del mundo” (27.11.25) Por mucho que la población aborigen sea anterior al descubrimiento, en su tiempo también fue inmigrante; y le ha dado una parte de su fisonomía a América así como los descendientes de los nuevos aluviones humanos también le dan su cuota de cultura y civilización. Es decir, tan imposible es negar al aborigen como a los nuevos pobladores. Aquí radica, en última instancia, el fracaso de Túpac Amaru. Al pretender restaurar el Tawantinsuyu se dio de bruces con que ya no podía prescindir del aporte hispánico. Es imposible hacer volver atrás la rueda de la historia.
            Respecto al latinismo, hay dos aspectos que tratar. En cuanto a su origen espurio, JCM protestó porque “una convención literaria y ridícula nos anexe a la raza latina -¡latinos, nosotros!-” (24.10.24) Después señala que “lo primero que conviene esclarecer y precisar es que no somos latinos ni tenemos ningún parentesco histórico con Roma” (20.02.25) Efectivamente, España, Portugal o Francia, así como otras corrientes europeas, estaban ya totalmente diferenciadas del antiguo Imperio Romano antes de llegar a América. Sicológica y mentalmente sus rasgos eran distintos del hombre del Latium, singularizado ya en el italiano. Pero incluso si hubiera alguna afinidad, ¿acaso aparte del “latino” no hay aborígenes, negros, chinos, indios, nipones y toda la variedad de mestizaje que se pueda imaginar? ¿Cuánto de “latino” tienen el azteca, quechua, congolés, cantonés, bombayés, okinawense, etc.? En verdad, más que la arbitrariedad ajena, es nuestra propia indolencia y pusilanimidad lo que permite que circule libremente el apelativo de “latino”, y con toda su carga despectiva.
            Y en cuanto a su fondo reaccionario. JCM señala que “teórica y prácticamente el conservador criollo se comporta como el heredero de la colonia y como un descendiente de la conquista. Lo nacional, para todos nuestros pasadistas, comienza con lo colonial. Lo indígena es en su sentimiento, aunque no lo sea en su tesis, lo pre-nacional” (27.11.25) Esta es la verdadera esencia del problema. El colonialismo mental no es sino el otro lado de la moneda de la discriminación racial. Y como este nacionalismo conservador tampoco puede contentarse con una historia de pocos siglos, “Para sentir a sus espaldas una autoridad más respetable e ilustre, el nacionalismo reaccionario recurre invariablemente al artificio de anexionarse no sólo todo el pasado y toda la gloria de España sino también todo el pasado y toda la gloria de la latinidad” (Ibídem)
            Para todo conservador, las raíces de la nacionalidad resultan ser tan hispánicas y latinas, que jamás acepta la raíz aborigen y mucho menos la negra. Para la reacción no cuenta la sentencia popular de que “en el Perú, quien no tiene de inga tiene de mandinga” (quien ni tiene de inca tiene de negro) En lo que jamás podrá pensar el reaccionario es que “No nos pertenece la herencia de César; nos pertenece, más bien, la herencia de Espartaco” (20.02.25)
            Entonces, si panamericanismo. Indigenismo, latinismo, por exclusivos y excluyentes como los anteriores apellidos, lo único que logran es desintegrar las fuerzas del hombre americano, aborigen precolombino o integrante de los aluviones poscolombinos, ¿habrá un término que rompa estas barreras y que, en lugar de desintegrar, integre? Precisamente, en el concepto de integración puede estar la clave de la solución.
            Durante un tiempo bastaron los términos norteamericano, centroamericano, antillano, sudamericano. Con el surgimiento del capitalismo monopolista y el evidente retraso de los países del sur de Río Grande, se oficializó la discriminante separación entre americanos por un lado y “latinos” por otro lado. Pero ahora, cuando ingresamos en una evidente nueva etapa mundial, los pueblos que luchan por un nuevo orden social rechazan la explotación económica, opresión política, dominación ideológica. Rechazan todo tipo de discriminación, y por eso son los más aptos para la integración.
            El término Integración expresa este sentimiento. No es un término exclusivo, no es un concepto excluyente, es un concepto continente. La integración no es exclusiva para los países del sur del Río Grande. Contiene, en primer lugar, a los aborígenes precolombinos y a los aluviones poscolombinos en cada país. Tan integramericano puede ser un indígena o un criollo, un negro o un mestizo, o cualquier otro componente étnico. En cambio, ¿puede un indígena ser latino?, ¿puede un negro ser indoamericano?
            La integración contiene, en segundo lugar, a los pueblos tanto del sur como del norte del Río Grande. El Río Grande es la barrera discriminatoria impuesta por el capitalismo monopolista. Borrar esta barrera es la tarea de integración de los pueblos que luchan por una nueva vida. ¿Y acaso no luchan por un nuevo orden social el pueblo canadiense y el pueblo estadounidense, al igual que los otros pueblos de América? Tan integramericano puede ser un canadiense como un estadounidense, un mexicano como un cubano, un peruano como un brasileño. Pero, ¿puede ser hispano-americano un canadiense de origen francés?, ¿puede ser indo-americano un estadounidense de origen inglés?, ¿puede ser anglo-americano un brasileño de origen portugués? ¿Aceptarán conscientemente ser “latinos”?
            Porque se apoyan en las multitudes que trabajan por crear un orden nuevo, el término integramericano bien puede ser el que desahucie el espurio y discriminatorio apellido Latino, tan anacrónico y estúpido como los anteriores apellidos exclusivos y excluyentes. Y abolido el apellido Latino, no sólo quedarán abolidos los anteriores apellidos desintegradores sino que incluso el término integramericano habrá creado las premisas para su propia extinción. Un clavo saca otro clavo, dice el aforismo popular. América es una sola, y su población no necesita mayor distinción que la geográfica: norteamericana, centroamericana, antillana, sudamericana, si es que no es suficiente su propio gentilicio nacional.
            Somos americanos todos los que, por nacimiento o adopción nos realizamos en este continente. Por eso, para recuperar nuestro nombre primigenio, no hay mejor camino que el rechazo resuelto al espurio y discriminatorio apellido “latino” Esta puede ser una manera trascendente de recordar el Mesomilenio del Descubrimiento de América. Bien decía JCM en su célebre respuesta: “Que conste que no hablo en homenaje a la Fiesta de la Raza. No me adhiero a celebraciones municipales ni al concepto mismo de nuestra latinidad. ¡Latinos, nosotros!”
            Evidentemente José Carlos Mariátegui, marxista convicto y confeso como él se definiera, está presente con voz propia en la celebración de octubre.
Ragarro
12.10.92
Publicado en
JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI Y EUROPA
El otro aspecto del Descubrimiento
Empresa Editora Amauta
Lima – Perú 1993
15 x 21 cms. 383 págs.
Págs. 59-69

7.- 1998 INDIO – INDÍGENA
            Tanto indio como indígena tienen en nuestro medio connotación hasta despectiva, tipo “apartheid”; sin embargo, en su origen no tuvieron carga racista, y tampoco provienen de una misma etimología. Es necesario, entonces, actualizar y difundir estas peculiaridades, para así poder saber a qué atenernos en la realidad nacional.
- Natural, nativo, provienen del latín nasci = nacer; natus = nacido; nativum = perteneciente al lugar donde ha nacido.
- Aborigen proviene del latín ab = desde, originis = origen, originario del país donde habita.
- Indígena proviene del latín inde = allí; genitum = engendrar, engendrado en el lugar determinado.
            Natural, nativo, aborigen, indígena son, pues, palabras sinónimas y genéricas. Se es natural, nativo, aborigen indígena de tal o cual lugar, es decir de donde se ha nacido. Un español es nativo, aborigen, indígena de España. Un portugués es nativo, aborigen, indígena de Portugal. Un inglés es nativo, aborigen, indígena de Inglaterra. Un chino es nativo, aborigen, indígena de China. Un africano es nativo, aborigen, indígena de África.
            Estos términos no tienen por qué tener carga peyorativa, pues todo ser humano es natural, nativo, aborigen, indígena de tal o cual país, región, continente.
            Se supone que indio proviene de India. Pero ¿de dónde proviene la palabra India? El país conocido como India se llama oficialmente Bharat, y como tal es reconocido por la ONU. En Bharat hay un río, el Indo, y una región llamada Indostán; pero estas palabras provienen del idioma sánscrito Sindhu; así que éste no es, pues, el origen de la palabra India.
            La cultura “occidental y cristiana”, que se expandió por el mundo con el Renacimiento europeo, tiene un origen geográfico muy preciso. Grecia y Roma están entre los paralelos 35° y 45° del hemisferio norte, mientras que las culturas surgidas antes están al sur de ellas. Mesopotamia, al sur del paralelo 35°; Egipto, al sur del paralelo 30°; Bharat, al sur del paralelo 30°. En América, México está al sur del paralelo 30°, y Perú en el paralelo 15° del hemisferio sur.
            Por la inclinación del eje terrestre respecto al eje de la eclíptica, la parte que se ilumina primero y que se ilumina más en el día es siempre el sur; siendo el norte la parte que se oscurece primero o que se oscurece más. Por eso, cuando los europeos viajaban a esas antiguas culturas lo hacían siempre yendo hacia el sur, hacia la parte más iluminada, hacia “el día” Por eso existe hasta ahora la palabra meridiano (mediodía), doce del día, cuando el sol está en la parte más alta de su elevación sobre el horizonte, y que en el hemisferio norte designa el sur como punto cardinal; y existe la palabra meridional, perteneciente o relativo al mediodía, al sur. Así, Italia, España, Portugal son países “meridionales” respecto a Alemania, Francia, Inglaterra, p.e.
            Éste es el origen de la palabra India, del latín in = en, dies = día, en el día, en el sur. Las Indias eran el Cercano oriente, Medio Oriente, Extremo Oriente. Sólo después se diferenciaron; p.e. Persia (Irán), Catay (China), Cipango (Japón), quedando limitado el término India para Bharat. Y con el descubrimiento de América, se diferenció Indias Orientales de Indias Occidentales.
            Esto lo sabía perfectamente el cronista Huaman Poma Curi Ocllo, Felipe Huaman Poma de Ayala. En su magistral obra Nueva Crónica y Buen Gobierno (1615) lo explica así, en las siguientes palabras:
“42 / 43 PONTIFICAL MUNDO / las Yndias del Pirú en lo alto de España / Cuzco / Castilla en lo auajo de las Yndias / Castilla /
43 / 45 Cilla / En este tiempo se descubrió las Yndias del Pirú, y ubo nueua en toda Castilla y Roma de cómo era tierra en el día, yndia, más alto grado que toda Castilla y Roma y Turquía. Y ací fue llamado tierra en el día, yndia, tierra de rriquiesa de oro, plata.
            Nota al pie de página / Los filósofos, astrólogos, puetas lo sauían la tierra y la altura y la rriquiesa del mundo, que no hay otro en el mundo que aya criado Dios de tanta rriquiesa porque está en más alto grado del sol. Y así senifica por la astrología que quiso llamarse hijo del sol y llamalle padre al sol. Y ací con rrasón puede alauarse el rrey de decir que es muy rrico.
368 / 370 PRIMER CONQUISTA DESTE REYNO
Conquista que se hizo deste rreyno y descubrimiento y primer español de Castilla:
Y auido nueva en toda Castilla y Roma de cómo se auía hallado el mundo Nuebo, que aci lo llamaron los hombres antiguos de Castilla.
Estaua esta tierra en más alto grado, ací lo llamaron Yndias. Quiere decir tierra en el día, como le pucieron el nombre tierra en el día, Yndias, no porque se llamase los naturales yndios. De Yndias rrodearon yndios el cual esta tierra está en más alto que todo Castilla y las demás tierras del mundo. El primer bocablo fue el Mundo Nuebo; este título y uerdadero nombre tiene y se llama naturales. Y ací los chapetones les llama yndios y se llama hasta oy y hierran. Como a los españoles le llama en común españoles uira cocha ací yndios, cada parcialidad se tiene sus nombres, Castilla, Roma.”
            Lo que entendió muy a la letra Guaman Poma fue el sentido de alto y bajo, que aún se usaba por tradición. Geográficamente, alto significa sur, y bajo significa norte. Cuando el cálculo astronómico pasó de la observación lunar a la observación solar, los términos se invirtieron, y ahora -para nosotros- norte es arriba y sur es abajo. En el Tawantinsuyu, Urin Cusco fue la dinastía del norte (urin = abajo), y Anan Cusco fue la dinastía del sur (anan = arriba) En Lima aún se conserva los nombres Abajo el Puente (en la ribera norte del río Rímac) y Barrios Altos (en la ribera sur del mismo río) Y cuando los españoles llegaron, nombraron Alto Perú a lo que ahora es Bolivia, no porque estuviera “más arriba” sino porque era “el sur” del Perú.
            En la misma Biblia se conserva esta antigua denominación. Así, en Lucas 2:4 se lee: “José subió de Galilea a la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belen” Para nosotros, Belen queda al sur de Nazaret.
            En Juan 2:1 se lee: “Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea. (...) fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. 2:12 Después de esto bajó a Cafarnaún. 2:13 Estaba próxima la pascua de los judíos, y subió a Jerusalen” Para nosotros, Cafarnaún queda al norte de Caná, y Jerusalen queda al sur de Caná y Cafarnaún. Y en más referencias, “bajar” es ir al norte y “subir” es ir al sur.
            Indias, pues, es “en el día”, “en más alto grado”, pero no más arriba sino más al sur.
            En fin, sólo por la actual situación socio-económica del pueblo trabajador, en particular de los campesinos (mayoritariamente descendientes de los primeros nativos, aborígenes, indígenas) los términos indio, indígena tienen connotación peyorativa y hasta racista. Pero, como recuerda Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas (1872-1919), “en el Perú, quien no tiene de Inga tiene de Mandinga” (quien no tiene de inca, de indígena, tiene de negro) Y ya Garcilaso de la Vega Inca reivindicaba orgullosamente su doble origen: “A los hijos de español e india o hijos de indio y española nos llaman mestizos, lo que quiere decir que somos mezcla de ambos pueblos; y por lo que él significa, yo a plena voz me llamo con este nombre, y me enorgullezco de ello” (Historia General del Perú, Libro VIII, Capítulo XVII, 1617)
            Depende, pues, de nosotros, que estos términos sean aceptados o usados peyorativamente o no.
Ragarro
18.03.98
En la revista EL LUNAREJO,
de Mollebamba, Apurímac
Año III, n° 6
Lima, Julio 1998, pág. 11

8.- 2015 DESENMASCARANDO UNA FALSEDAD HISTÓRICA
Con el título LLANKAY, YACHAY, SONKOY, VALORES HISTÓRICOS DEL PUEBLO, EN EL TAWANTINSUYO, el 04.02.15 fue difundido el trabajo investigativo de Manuel Góngora Prado, doctor en Filosofía y Psicología, catedrático de la UNMSM. En 23 páginas resume su libro homónimo escrito para el IIPPLA -Instituto de Investigaciones del Pensamiento Peruano y Latinoamericano-, de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM, año 2014
El eje de esta valiosa investigación es que los “principios” de ama suwa, ama llulla, ama qella “son burdas patrañas inventadas por los colonizadores españoles para destruir y tergiversar nuestra moral, valores y cultura, garantizando de este modo la ‘perpetua’ dominación económica y política” Y en el curso de su investigación muestra y demuestra que, en verdad, este triálogo quechua se basa en el decálogo bíblico.
De tiempo atrás, solventes estudiosos habían cuestionado esta tríada “moral”, pero sin realizar investigación completa y pormenorizada, centrada en sus antecedentes y consecuentes, utilizando el método científico. Ahora esta labor es incontestable.
Simplificando, la investigación consta de cinco partes temáticas:
-I    (1.- Resumen; 2.- Introducción; 3.- Objetivos)
-II  (4.- Marco Teórico; 5.- Hipótesis demostrada; 6.- La moral cotidiana del runa y el testamento de Ondegardo)
-III (7.- Origen y desarrollo del Tawantinsuyo; 8.- La Chakana: Síntesis racional de la sociedad Inca. Es el gran ordenador cósmico; 9.- Universalidad de la Filosofía, aplicada a la Moral y la Axiología)
-IV (10.- Fundamentos filosóficos del Pensamiento Andino; 11.- La Educación y las Ciencias en el Tawantinsuyo; 12.- Llankay, Yachay, Sonkoy: Valores del mundo Quechua)
-V  (13.- Los falsos valores del ama suhua, ama llulla, ama kella; 14.- ¿Cómo continúa en la “modernidad” el ama suhua, ama kella, ama llulla?; 15.- CONCLUSIONES)
-VI  (16.- Recomendaciones)
En I, el autor se enfrenta primero a nuestra realidad superficial que acepta y difunde la falsedad histórica, señalando que así “la historia ha servido como mecanismo de alienación en lugar de servir de sustento a nuestras auténticas raíces culturales e históricas” Y luego plantea que “en los principios de Llankay, Yachay, Sonkoy, se basa la auténtica moral y valores del Tawantinsuyo”, y respalda esta afirmación “en innumerables hechos de la vida cotidiana, así como cuando se interpreta con la teoría del conocimiento diversos relatos y testimonios de la tradición oral andina y en trabajos antropológicos, etnohistóricos, históricos y filosóficos que ahora se estudia con conciencia crítica, permitiendo rescatar la auténtica cultura de nuestra nacionalidad y del mundo andino”, tomando así en cuenta la realidad profunda de nuestro país.
Reitera que los “principios” de ama suwa, ama llulla, ama qella “son burdas patrañas inventadas por los colonizadores españoles para destruir y tergiversar nuestra moral, valores y cultura, garantizando de este modo la ‘perpetua’ dominación económica y política” Por supuesto, el factor ideológico clerical tuvo mucho que ver en este “lavado cerebral” Y así, “la dominación no fue sólo económica y política, sino espiritual, en especial moral, educativa y cultural, para garantizar por siglos su ‘total’ e invariable dominación” Es que todo agresor persigue el dominio físico y mental con el fin de “apropiarse de la riqueza material, los recursos naturales y la fuerza del trabajo humano, con el exclusivo fin de dominar y explotar”
Y declara que “La investigación se realizó donde se desenvuelven estos hechos, en el pasado y presente del sistema político social de la nación peruana; se logró la correspondencia entre el análisis y síntesis; se cumplieron los objetivos; se resolvió las preguntas; se demostró la hipótesis; la metodología utilizada está basada en los fundamentos epistemológicos del materialismo dialéctico con la categoría lógico-histórica, las conclusiones se corresponden con todo el análisis y síntesis del trabajo” En verdad, usar la concepción materialista de la historia y sus instrumentos epistemológicos es ya garantía de poder llegar a correctos resultados en la investigación y análisis.
En II, con estos instrumentos de trabajo señala que “Mecánicamente se traslada la racionalidad europea y sus valores culturales para luego maniqueamente endilgar a los pobladores del mundo andino una filosofía idealista, metafísica, clerical, maniquea, fantasiosa y subjetiva, como si fuera la moral y los valores del Tawantisuyo” Y en esta labor de descombramiento llega a mostrar que “el fin político que buscaban era justificar que el español venía a realizar una obra de salvación de estos ‘animales sin conciencia’, llamados indios o salvajes, justificar la evangelización como un camino a la imposición de la racionalidad occidental y, para que se arrepientan ante Dios de todo lo malo que se les atribuía” En los tres siglos de colonialismo y en los dos siglos de independencia esto es lo que ha ocurrido y viene ocurriendo.
El estudio teórico, metódicamente realizado, le permite sacar a la luz y corroborar “el concepto de la moral y los valores que se practican en el Tawantinsuyo, consistente en el trabajo, la educación y el amor al ser humano, la sociedad y la naturaleza” En esta encomiable investigación ha utilizado “la filosofía, antropología, etnohistoria, sociología, educación y economía, con el objetivo de tener una visión de la totalidad del sistema político social en que se desarrolla la moral y los valores del poblador común de la sociedad Inca”
Así saca a la luz dos antípodas. Una, que “los principios axiológicos y morales de ama llulla, ama kella y ama suhua, atribuidos a la cultura de los Quechuas, son burdas patrañas inventadas por los colonizadores españoles y continuada por criollos en la época republicana” Y otra, que “los principios de Llankay, Yachay y Sonkoy se volverán a practicar plenamente en nuestra sociedad ahora y en el futuro, porque son valores auténticos que forman parte de nuestra cultura”
Pero, ¿por qué fue derrotada esta moral trascendental? Porque “el Tawantinsuyo se encontraba en plena guerra civil entre los orejones, entre los Hurin y los Hanan, entre el clero solar y el ejército, cuya derivación fue la lucha fratricida entre las principales panakas imperiales” Triunfó una vez más el divide et impera. Es la desgracia de la lucha interna ante la agresión externa. (Urin: de abajo; hanan: de arriba; panaka: familia)
En III, el autor analiza el marco social en que se desarrollan los principios morales que rescata. En su contradictorio crecimiento-desarrollo-progreso, el ser humano ha pasado de la recolección-caza-pesca a la agricultura-ganadería-artesanía, y con ello a la formación de familias, pueblos, naciones. Nuestra realidad precolombina llegó a la familia sindiásmica y a constituir el Tawantinsuyu, único Estado del que se tiene noticias en el Hemisferio Sur. En esta realidad, “el ayllu fue la célula económica y social fundamental en tanto servía para que los miembros de la clase dominante se apropiaran colectivamente, por intermedio del Estado, de los medios de producción como la tierra, el ganado, los talleres artesanales y de los hombres” Entonces, este Estado era expresión de que “el modo de producción que comenzó a cimentarse y a consolidarse fue el asiático. Al interior de esta formación económica eran fuertes los lazos de la economía colectivista, debido a la subsistencia del ayllu”
En el Tawantinsuyu el modo de producción primitivo llegaba a su etapa superior. Como en Europa estaba terminando el predominio del feudalismo absolutista y se iniciaba el capitalismo, los invasores se sorprendieron con esta doble realidad, de trabajo colectivo por los ayllus en la base y apropiación estatal en la superestructura, donde de todo lo producido un tercio quedaba en el ayllu (población), un tercio era para el Sol (religión), un tercio era para el Inca (su familia) Es el llamado despotismo, cuya etimología tiene dos acepciones: despotía y señorío. Es la esencia del modo de producción asiático. Por eso surgió una literatura nueva, acerca de la Utopía.
Es decir, el modo de producción primitivo estaba llegando a su etapa superior, despotismo, así como el modo esclavista de producción llegó a su etapa superior, imperialismo, el modo feudal al absolutismo, y el modo capitalista está ahora en su tapa superior, financierismo. Y todo modo de producción culmina cuando su Estado cesa su función de servicio impulsando la producción y sólo le queda su función de dominio sobre la población, vía represión y usufructo de la renta parasitaria.
El Tawantinsuyu mostraba cómo el animal humano se había humanizado por el trabajo en el ayllu, aunque comenzaba a deshumanizarse con el Estado, así como en el mundo los siguientes modos de producción mostraban cómo se había deshumanizado por el trabajo. Como sabemos, el trabajo que impuso el colonizador era de otro tipo, hasta por su etimología: de tripaliari = torturar, y éste de tripalium = instrumento de tortura. Este tipo laboral se dio en el esclavismo, feudalismo, y se sigue dando en el capitalismo. Pero el socialismo es rehumanización y rescatará esta humanización que aún persistía en el Tawantinsuyu. El mundo se orienta hacia el Socialismo Humanista.
Por eso en el ayllu no cabía, no cabe ni cabrá la burda patraña del “ama suwa, ama llulla, ama qella” Sólo podía funcionar el Llankaj, Yachay, Sonkoy.
Desarrollando el esquema de la Chakana, el autor señala que “la vida moral y axiológica de los Incas, que se demuestra en esta investigación, se orientó en tres máximas fundamentales: Llankay o Allin Ruray (trabaja, trabaja bien); Yachay o Allin Yachay (edúcate, edúcate bien); Sonkoy o Allin Munay (practica el amor, a la Madre Tierra, a los dioses, al Inca, al prójimo; quiere bien)” Y por eso concluye que “el debate consiste en definir si es factible o no utilizar leyes objetivas reales del desenvolvimiento de la moral y los valores, o si es cierto defender el criterio de que el origen y las fuentes de las normas morales son frutos del espíritu independiente de los objetos, o ‘celestiales y eternos’. En esto consiste el análisis de la racionalidad europea y la racionalidad del mundo del Tawantinsuyo”
En IV, advierte que “esta investigación, utiliza la filosofía como la ciencia que investiga los problemas del pensamiento humano, para articularlos con las leyes del desarrollo histórico social” Y por eso “producto de este análisis, corresponde estudiar la sociedad Inca en el contexto de la época que se produjo; esto nos permite sacar conclusiones, al margen de sentimentalismos autoctonistas, de un nacionalismo a ultranza, o inventos idealistas o metafísicos, cuando no meramente hermenéuticos y analizar con claridad la búsqueda de la verdad, y respondernos ¿cómo realmente ha sido la moral que practicaban, los valores que reprodujo esta sociedad?” Es lo que se muestra a lo largo de toda la investigación.
Así aborda el análisis del pensamiento quechua, que “no se limita a la época histórica de los Incas, sino que sigue existiendo, en forma más o menos sincrética y clandestina, desde los orígenes del Tawantinsuyo, la dominación colonial y ahora continúa en la vida republicana” Analiza sus elementos de relacionalidad, correspondencia, complementariedad, reciprocidad, ciclicidad. Señala que “en la filosofía andina, la realidad está presente en forma simbólica y no tanto en forma representativa o conceptual, así el runa andino busca la inserción mítica en el mundo real” Y lo comprueba en la educación: “el proceso de enseñanza-aprendizaje era eminentemente práctico, se educaba no para ‘conocer’, sino para la práctica cotidiana; el que no conocía no podía entender su realidad, ni trabajar. Los ancianos quechuas afirman que ‘empezamos a conocer desde el momento en que nacemos’. ‘Yachakuika Pachami kan’, el conocimiento es interminable. ‘Shimirimakun, makishinakun’, escuchar, mirar, hacer, aprender” No es, pues, la escolástica sino la Escuela del Trabajo lo que había en el Tawantinsuyu, y es lo que debemos rescatar como deber y derecho.
Y concluye afirmando que “cuando Llankay, Yachay y Sonkoy están en un equilibrio adecuado y mutua relación se entiende que no somos solamente conciencia individual, somos mucho más, somos conciencia colectiva”
En V, con toda la exposición multifacética y pormenorizada anterior ya puede concluir tajantemente que “el ladrón, el mentiroso y el ocioso, son conceptos creados con la lógica del colonialista para destruir la cultura milenaria del Tawantinsuyo, para hacer creer que éramos una cultura degenerada” Y reitera que “las palabras de ‘ama suhua’, ‘ama kella’ y ‘ama llulla’, nunca han pertenecido a la cultura del Tawantinsuyo, eran normas morales que pertenecen a sociedades donde predomina la propiedad privada sobre los medios de producción” Entonces, la propiedad colectiva, la propiedad privada, forman normas de conducta diferentes. Y en el Tawantinsuyu primaba la propiedad comunal con su actividad laboral recíproca, actividad laboral colectiva, actividad laboral individual, en plena armonía mutua (ayni, minga, llankay)
Por eso señala, entre otros puntos, que “los intelectuales, especialmente profesores y trabajadores de las ciencias sociales en el Perú, América Latina y el mundo en general, tienen el deber de volver a estudiar y replantear críticamente los orígenes de nuestras identidades, para lograr descubrir la auténtica moral y valores que forman parte de nuestras culturas ancestrales”; que “cuando se trabajan las abstracciones teóricas en la conciencia humana, todos partimos de una base filosófica, cualquiera que ella sea” Y que “en el caso de esta investigación, partimos de la filosofía del materialismo dialéctico, las abstracciones teóricas de la base y la superestructura mantienen una completa unidad en el sistema político social, de donde resulta que, la moral y los valores defendidos son fruto real del Mundo del Tawantinsuyo”
En VI, el autor finalmente recomienda “volver a enseñar el curso de filosofía, como parte de la reflexión y uso del pensamiento crítico” Evidentemente, ahora más que nunca se requiere de pensamiento crítico. El pensamiento tiene cuatro facetas: mito, religión, filosofía, ciencia. No hay religión que no tenga su parte de mito, y no hay ciencia que no tenga su parte de filosofía. Con el desarrollo de las ciencias, la filosofía clásica dejó de ser ciencia de las ciencias y se concretizó como ciencia del pensamiento puro: ontología, gnoseología, lógica, dialéctica de la contradicción, y sus ramas afines.
En nuestro pasado precolombino se llegó a dos conceptos: Pachamama, madre naturaleza, la materia como lo primario, y Pachakamaq, creador del universo, la idea como lo primario. O sea, el pensamiento indígena primero fue materialista (materiista, de materia) y luego comenzó el pensamiento idealista (ideista, de idea)
El movimiento contradictorio se da en la naturaleza, la sociedad, el pensamiento. Y en la teoría de la contradicción se está rescatando su superación. En nuestro país existe la dualidad básica quechua-español. De acuerdo a tesis-antítesis-síntesis, el autoctonismo rechaza el criollismo y el criollismo rechaza el indigenismo. Pero si entendemos la síntesis como superación, surge el concepto de Perú Integral, Perú de Todas las Sangres. Queda atrás el concepto cíclico (el eterno retorno) y se abre paso el concepto espiral (el progreso paso a paso y siempre a un nivel superior al anterior)
Es muy necesario, entonces, el estudio de la filosofía (amor al saber, munay yachay) y su aplicación a la problemática cotidiana, como lo muestra y demuestra el importante documento Llankay, Yachay, Sonkoy.
Ragarro
20.03.15
-.o0o.-
A manera de resumen
Es necesario repetir y repetir que somos americanos todos los que, por nacimiento o adopción nos realizamos en este continente.
También es necesario repetir y repetir que por eso, para recuperar nuestro nombre primigenio, no hay mejor camino que el rechazo resuelto al espurio y discriminatorio apellido “latino”
            Entonces, a seis años del Bicentenario de la Independencia, nos corresponde repetir y repetir que


No somos “latinoamericanos”
Y mucho menos “latinos”
En NUESTRA AMÉRICA NATIVA,
Indígenas, Negros, Blancos, Criollos, Mestizos,
Todos somos
¡NATIVOAMERICANOS!


Ragarro

28.07.15

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