Reportaje
LLEGA GERALDINE CHAPLIN ENVUELTA como un garbancito en un plumífero de pies a cabeza, engullida hasta la frente en un enorme echarpe color lila. Mañana gélida. Madrid de los Austrias. Nos encontramos en un local próximo a su residencia madrileña. Llega acompañada de su amadísimo Patricio, fotógrafo de cine, compañero y padre de su segundo hijo, la niña Oona. Se besan y él se va. Desde que se separara del realizador Carlos Saura (1979), Geraldine nunca ha dejado de pasear, anónima, las calles de este Madrid pétreo y levemente aristócrata, acompañada siempre de un bull-terrier blanco y feúcho. Pero resulta ahora que la Chaplin ha perdido el anonimato y verán porqué: está rejuvenecida. "Es por las zapatillas". ¿Cómo? "Son el mejor lifting que te puedas imaginar: ya nadie me mira a la cara, toda la atención se dirige a mis pies". Deportivas Nike acolchadas de un naranja gritón con vetas atigradas. "Las conseguí en un mall (centro comercial) de Miami donde sólo compran los negros". Ahí estuvo ella pasando las navidades junto a su hijo Shane y fue la envidia de toda la negritud. "Hey madam, where did you get those shoes?" (eh, señora, ¿dónde consiguió esos zapatos?). Fue lo que más oyó en Miami Geraldine. Simpática. Zapatos con mucho humor.
Costó conseguirla. No crean que esta entrevista fue ocurrencia de un día. ¿Quién podría olvidar a Geraldine Chaplin, olvidada a su vez por el cine español? Sucede con los tímidos: se reservan; pero una vez que se sientan a hablar, no tienen parada. Cuando la cinta había corrido su hora, Geraldine siguió conversando largo, cercana, natural, abiertísima. Contó cosas sobre sus siete hermanos, su mala relación con ellos y el legado de su padre. La mayor de los Chaplin (Santa Mónica, California, 1944) ha desistido en su lucha: "Que hagan con la herencia de mi padre lo que quieran". Ella desearía que Charlot fuera eternamente universal. "Si entro en unos grandes almacenes y veo la figura de mi padre estampada en unos calzoncillos me pongo contentísima". Bienvenidos sean los calzoncillos, vayan por la universalidad. "A ellos en cambio todo les escandaliza". Dice que guardan sus obras en una urna y que ni siquiera han querido ver la película que Richard Attenborough realizó sobre la biografía del mejor cómico de todos los tiempos. Geraldine, al contrario, asumió en el filme el papel de su abuela paterna: loca. Cuenta también cosas curiosísimas sobre su madre, Oona O'Neill, hija del dramaturgo Nobel Eugene O'Neill. Pero para saberlas han de leer hasta las últimas preguntas. Comienza la actriz hablando de su experiencia a las órdenes de Carlos Saura Medrano (primogénito de su ex marido) en su opera prima.
Reportaje
PREGUNTA.-Le habrá hecho sentirse como una madre.
RESPUESTA.-Al contrario, yo estaba a las órdenes, sumisa y llena de admiración. Los papeles se cambiaron: cuando yo era su madre, eran ellos (Carlos Saura, director, y Antonio Saura, productor) los que me obedecían.
P.-Ellos explican, también con mucha admiración, que Gerarda, que así la llaman, es parte de su familia.
R.-Es que a estos dos los he criado yo. Incluso después de la separación de Carlos, ellos seguían viviendo conmigo, hemos convivido tantos años...
P.-Cuentan que tuvieron que reescribir un personaje masculino de la novela a su medida de madre, ¿por qué cree que inspira estos papeles maternales?
R.-No sé, me gusta, porque toda la vida me han identificado con gente rara, no convencional, solteronas extrañas... El papel de madre puede ser precioso.
P.-Madre, en ambos casos, en medio de un drama familiar.
R.-Sí es un drama, pero contiene un elemento que nunca antes he visto en este tipo de historias: tiene momentos de ternura, agradables, no todo es negro. Cuando se quiere ser estrictamente negativo se pierde el realismo: en todas las vidas hay algo esperanzador, si uno se empeña en mostrar sólo lo negro termina por ser paternalista, moralista. Carlitos se empeñó en una especie de cuento mágico aunque sórdido.
P.-¿Hay en la película de Saura Medrano algo del cine de su padre?
R.-Él ha sido ayudante de su padre muchos años (20) y ha aprendido, pero es absolutamente original. Creo que son muy distintos. Carlitos es de una gentileza... Tal vez tenga de su padre la maestría aprendida sobre la fotografía, pero filma mucho más con el corazón.
P.-¿No encontró entonces reminiscencias de su época dorada como actriz, musa, mujer de Carlos Saura?
R.-No. Fue bonito encontrarme con la siguiente generación, me sentí, si no robusta, al menos sí duradera. Estaban tres hijos de Saura, mi hijo Shane, los hijos de los maquilladores de todas las películas de Saura, los hijos de todo el mundo.
"Si veo la figura de mi padre en unos calzoncillos me pongo muy contenta"
P.-Geraldine (o Gerarda), ¿esta buena relación que mantiene con el clan Saura, incluye también al patriarca?
R.-No, al padre nunca más lo he visto, hace ya 20 años. Bueno, creo que estaba en la boda de su hijo Toño, pero no lo vi.
P.-¿Guarda mal recuerdo?
R.-Al contrario, hicimos un trabajo estupendo juntos. Pero no soy muy civilizada en este sentido: tuvimos una relación muy íntima, ¿cómo voy ahora a verlo y tomar el té con él? No soy tan moderna. No es por rencor, es por vergüenza. ¿Qué le voy a decir?, ¿hola?
P.-Cuando se separaron tuvo usted la sensación de que el cine español la olvidaba...
R.-Y continúa olvidándome. Mi última película aquí fue Mamá cumple 100 años (79), y estuve sin aparecer hasta Finisterre (99). Yo también me marché, no hice nada por buscar un nuevo hueco.
P.-...¿no fue también que se la identificaba con un cine de oposición que por entonces dejó de tener razón de ser?
R.-Claro, coincidió con esto. Y también es que yo no hacía cine español, hacía exclusivamente cine de Carlos Saura.
P.-¿Y eso por qué era así?
R.-No lo sé, hacía una película aquí con él y saltaba al otro lado del Atlántico a hacer otra con Altman, que no tenía nada que ver. Y en el medio hice mucho cine francés.
P.-¿Pero fue usted quien eligió ser actriz musa?
R.-He repetido con casi todos los directores con los que he trabajado, cosa que me llena de orgullo.
P.-Geraldine, volviendo a la oposición, una mujer de izquierdas y comprometida como es usted, ¿sabe dónde está hoy la progresía, la línea de batalla?
R.-No tengo ni idea, yo he perdido el norte. No entiendo ni la terminología: qué es la derecha, qué es la izquierda.
P.-Y ante esto, ¿qué se hace, se baja la guardia?
R.-No, yo mantengo mi posición, que puede parecer ridícula, pero es que no sé cómo se lucha ahora por la justicia. Tengo la triste intuición de que la batalla está perdida, tal vez sea porque soy vieja. ¿Quién puede hacer algo aquí?, cualquier dirigente decente que salte al escenario será inmediatamente engullido por la globalización. Estamos gobernados por el big-business.
P.-Geraldine, otro asunto suyo que llama la atención es esa inclinación hacia lo sórdido. ¿Herencia de un cómico?
R.-No sé, yo creo que es más una cuestión física: tengo un físico muy frágil, poco sensual, entonces buscan mi lado perverso, neurasténico, sórdido. ¿Sabes qué?, que cada vez me pasa menos esto, ahora me llaman más para papeles divertidos, de vieja excéntrica.
P.-¿Por qué se llama continuamente vieja?
R.-Porque soy vieja, a mis 55 años.
P.-Cuando tenía 35 ya se creía mayorcísima.
R.-Es que vivimos en un mundo hecho para los jóvenes.
P.-¿Las familias grandes como la suya son necesariamente trágicas?
R.-Supongo que sí, la mía personal lo es: somos ocho, con mucho amor y mucho odio por medio. Por mi parte se ha acabado: mis hermanos no me interesan en absoluto. Sólo me llevo bien con una hermana. Los he querido mucho a todos, es extraño, pero así ha sucedido después de la muerte de mis padres: me son absolutamente indiferentes, hace años que no los veo.
P.-¿Ni siquiera cuando está en Suiza?
R.-Sí, cuando voy, subo a la casa familiar, que está a diez minutos de la mía, pero sólo para decir "estoy aquí". Siempre me ha ocurrido que veo en mis hermanos mis propios defectos. Somos como clones, y al mismo tiempo tengo que constatar que carecen absolutamente de interés. Ah, hubiera preferido ser hija única. De pequeños era distinto, había alegría, nunca nos aburríamos, pero se acabó: tras la muerte de mi madre no tuvimos más que decirnos.
P.-Supongo que tuvo una infancia de cuento: debutó con su padre en cine a los ocho años, luego el ballet y...
"Antes buscaban mi lado sórdido; ahora me llaman más para papeles divertidos, de vieja excéntrica"
R.-Mi infancia fue increíble, absolutamente privilegiada. Pero lo del ballet fue muy duro, llegué a ser solista, y luego todo terminó como una historia de amor triste: el ballet me dejó, porque mi cuerpo no podía ir más allá.
P.-...entonces vino lo del circo, ¿qué hacía en el circo?
R.-Empezó con una gala de caridad que una vez al año ofrecen los artistas en París. Cada uno hace un número de circo, yo trabajé unos meses con los elefantes. Mientras, la compañía de ballet en la que yo estaba quebró, así que como no me iba a volver a casa les pedí trabajo y me lo dieron: en las cuadras, limpiándolos, durmiendo con ellos y domesticándolos. Me parecía romántico, hasta que lo hice. Resistí seis meses.
P.-En casa era usted la mayor, la rebelde y creo que también la favorita...
R.-Sí, la que abrió el camino a todas esas nulidades de hermanos. Mis padres eran tan geniales que nos hacían sentirnos a todos el favorito: lo descubrimos después, hablando entre nosotros.
P.-...pero fue la única que llegó a ser actriz pese a la voluntad paterna, ¿fue un capricho o el destino ineludible?
R.-Lo que creo es que he tenido muchísima suerte. Esta profesión tiene mucho que ver con la suerte, hay tantos actores maravillosos que no llegan nunca...
P.-¿Se considera una artista a la altura de su legado familiar?
R.-No me lo planteo nunca: mi padre fue absolutamente único, mucho más que un actor; era músico, director de escena: un creador completo. Yo no soy más que una arcilla que los otros moldean. Quizá me lo plantearía si fuera hija de Henry Fonda, la Jane, y diría sí, yo soy más que mi padre. Pero si eres hija de Charlot no hay comparación.
P.-Tuvo después una juventud de estrella, pero una estrella muy real. ¿Nació curada contra la fama?
R.-Yo nunca he sido estrella, sólo actriz. Pero ya mi nacimiento lo recogieron los periódicos, yendo con mi padre se hacía historia, entonces cuando empecé a actuar no tuve que acostumbrarme a nada. También es cierto que yo siempre he podido caminar por la calle e ir al mercado sin apuros, no soy Madonna, ni siquiera Banderas. La fama sólo molesta cuando estás haciendo algo que no debes.
P.-¿No le parece que hay una actitud personal hacia la fama, que es molesta cuando uno la hace molesta?
R.-Mira, yo si veo un paparazzi en la calle me paro y le dejo tomar sus fotos. Si quieres de verdad salir en la prensa tienes que huir, esconderte, dar un puñetazo... Ahora, no hay nada más perfectamente aburrido que pararse y mirar a la cámara y sonreír: esto nadie lo publica.
P.-Geraldine, ¿cree que le consideran una rara?
R.-Ojalá, me encantaría tener esta etiqueta: extraña. Pero no, soy una buena trabajadora y nunca causo problemas en un rodaje y procuro llevarme bien con todo el mundo.
P.-¿Llega a la madurez cansada o dispuesta a lo que sea?
R.-Me gusta mi trabajo con locura, me canso cuando no lo tengo: los días se hacen largos y asoma la desesperación. Ahora, gracias a Dios tengo mucho trabajo, vengo de rodar en Alemania, me voy a México a hacer un papel cómico y luego en abril tengo otra película en Francia.
P.-Paradójicamente, parece que en su mayoría de edad vuelve usted a ser reclamada como "la hija de Charlot".
R.-Sí, el círculo se completa y me parece genial porque significa que a mi padre no se le olvida, que él sí que es eterno.
P.-¿De niña era usted plenamente consciente de su genialidad o tuvo que contárselo la historia?
R.-Siempre fui consciente, el primero que lo contaba era él. Nos enseñaba sus películas, y allí a donde fuéramos le hacían reverencias, despertaba pasiones.
P.-¿Y esto eclipsaba la relación con su madre?
R.-Mi madre era igual de fuerte y de genial que él. Era una persona impresionante, me llevaba mucho mejor con ella. Con 17 años se casó con este viejo verde, de 53, escandaloso. Pero ella tenía una madurez impresionante. Dedicó toda su vida a él, y la suya era la única opinión que a él le importaba: escribía una película y se la enseñaba a ella; si no le gustaba, portazos, rabia, cabreo, pero la reescribía. Ella fue un gran talento que nunca desarrolló para el público, lo había heredado de su padre.
P.-Si la historia sucediese hoy, ¿habría reservado su talento para la familia o sería una gran escritora?
R.-Mi madre escribió muchísimo, diarios y cartas, y todo lo destruyó: era una escritora increíble. Quedan cartas, pero ha pedido en su testamento que todo lo que escribió se queme y nunca se publique.
P.-¿Y ustedes le han hecho caso?
R.-En ello estamos, cada año lo hablamos y dejamos la decisión aparcada: las guardamos un poquito más. La gente nos dice que también Kafka tuvo esa última voluntad.
P.-¿Qué cree que le movió a ello?
R.-Quizá era consciente del misterio que despertaba, ella también era una especie de icono. Le molestó mucho que se publicaran las cartas de Greta Garbo después de su muerte: la Garbo, que cuidaba su intimidad de forma casi enfermiza.
P.-¿Es verdad que su padre era un puritano con ustedes mientras a él le encantaba acostarse con niñas?
R.-Sí, es cierto. Mi madre fue la más vieja de sus mujeres, la anterior creo que tenía 15. Al menos se enamoraba y se casaba con ellas.
P.-¿Y luego era fiel?
R.-Sí, sí, se separaron sólo un día a lo largo de toda su vida. Con nosotras sus hijas era terrible, nos daba duro, porque seguro que nos miraba y se acordaba de sus apetencias. A los 14 empezaban los problemas; a mí me echaron de casa con 17 años y no volví hasta que empecé a hacer cine y tuve mi vida.
P.-Muchos freudianos le habrán preguntado ya si ha logrado matarlo, a su padre.
R.-Ojalá nunca lo mate: no quiero superar a mi padre. Es mi gran protección: ¡no me maten, no me maten, soy hija de Charlot!
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LLEGA GERALDINE CHAPLIN ENVUELTA como un garbancito en un plumífero de pies a cabeza, engullida hasta la frente en un enorme echarpe color lila. Mañana gélida. Madrid de los Austrias. Nos encontramos en un local próximo a su residencia madrileña. Llega acompañada de su amadísimo Patricio, fotógrafo de cine, compañero y padre de su segundo hijo, la niña Oona. Se besan y él se va. Desde que se separara del realizador Carlos Saura (1979), Geraldine nunca ha dejado de pasear, anónima, las calles de este Madrid pétreo y levemente aristócrata, acompañada siempre de un bull-terrier blanco y feúcho. Pero resulta ahora que la Chaplin ha perdido el anonimato y verán porqué: está rejuvenecida. "Es por las zapatillas". ¿Cómo? "Son el mejor lifting que te puedas imaginar: ya nadie me mira a la cara, toda la atención se dirige a mis pies". Deportivas Nike acolchadas de un naranja gritón con vetas atigradas. "Las conseguí en un mall (centro comercial) de Miami donde sólo compran los negros". Ahí estuvo ella pasando las navidades junto a su hijo Shane y fue la envidia de toda la negritud. "Hey madam, where did you get those shoes?" (eh, señora, ¿dónde consiguió esos zapatos?). Fue lo que más oyó en Miami Geraldine. Simpática. Zapatos con mucho humor.
Costó conseguirla. No crean que esta entrevista fue ocurrencia de un día. ¿Quién podría olvidar a Geraldine Chaplin, olvidada a su vez por el cine español? Sucede con los tímidos: se reservan; pero una vez que se sientan a hablar, no tienen parada. Cuando la cinta había corrido su hora, Geraldine siguió conversando largo, cercana, natural, abiertísima. Contó cosas sobre sus siete hermanos, su mala relación con ellos y el legado de su padre. La mayor de los Chaplin (Santa Mónica, California, 1944) ha desistido en su lucha: "Que hagan con la herencia de mi padre lo que quieran". Ella desearía que Charlot fuera eternamente universal. "Si entro en unos grandes almacenes y veo la figura de mi padre estampada en unos calzoncillos me pongo contentísima". Bienvenidos sean los calzoncillos, vayan por la universalidad. "A ellos en cambio todo les escandaliza". Dice que guardan sus obras en una urna y que ni siquiera han querido ver la película que Richard Attenborough realizó sobre la biografía del mejor cómico de todos los tiempos. Geraldine, al contrario, asumió en el filme el papel de su abuela paterna: loca. Cuenta también cosas curiosísimas sobre su madre, Oona O'Neill, hija del dramaturgo Nobel Eugene O'Neill. Pero para saberlas han de leer hasta las últimas preguntas. Comienza la actriz hablando de su experiencia a las órdenes de Carlos Saura Medrano (primogénito de su ex marido) en su opera prima.
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PREGUNTA.-Le habrá hecho sentirse como una madre.
RESPUESTA.-Al contrario, yo estaba a las órdenes, sumisa y llena de admiración. Los papeles se cambiaron: cuando yo era su madre, eran ellos (Carlos Saura, director, y Antonio Saura, productor) los que me obedecían.
P.-Ellos explican, también con mucha admiración, que Gerarda, que así la llaman, es parte de su familia.
R.-Es que a estos dos los he criado yo. Incluso después de la separación de Carlos, ellos seguían viviendo conmigo, hemos convivido tantos años...
P.-Cuentan que tuvieron que reescribir un personaje masculino de la novela a su medida de madre, ¿por qué cree que inspira estos papeles maternales?
R.-No sé, me gusta, porque toda la vida me han identificado con gente rara, no convencional, solteronas extrañas... El papel de madre puede ser precioso.
P.-Madre, en ambos casos, en medio de un drama familiar.
R.-Sí es un drama, pero contiene un elemento que nunca antes he visto en este tipo de historias: tiene momentos de ternura, agradables, no todo es negro. Cuando se quiere ser estrictamente negativo se pierde el realismo: en todas las vidas hay algo esperanzador, si uno se empeña en mostrar sólo lo negro termina por ser paternalista, moralista. Carlitos se empeñó en una especie de cuento mágico aunque sórdido.
P.-¿Hay en la película de Saura Medrano algo del cine de su padre?
R.-Él ha sido ayudante de su padre muchos años (20) y ha aprendido, pero es absolutamente original. Creo que son muy distintos. Carlitos es de una gentileza... Tal vez tenga de su padre la maestría aprendida sobre la fotografía, pero filma mucho más con el corazón.
P.-¿No encontró entonces reminiscencias de su época dorada como actriz, musa, mujer de Carlos Saura?
R.-No. Fue bonito encontrarme con la siguiente generación, me sentí, si no robusta, al menos sí duradera. Estaban tres hijos de Saura, mi hijo Shane, los hijos de los maquilladores de todas las películas de Saura, los hijos de todo el mundo.
"Si veo la figura de mi padre en unos calzoncillos me pongo muy contenta"
P.-Geraldine (o Gerarda), ¿esta buena relación que mantiene con el clan Saura, incluye también al patriarca?
R.-No, al padre nunca más lo he visto, hace ya 20 años. Bueno, creo que estaba en la boda de su hijo Toño, pero no lo vi.
P.-¿Guarda mal recuerdo?
R.-Al contrario, hicimos un trabajo estupendo juntos. Pero no soy muy civilizada en este sentido: tuvimos una relación muy íntima, ¿cómo voy ahora a verlo y tomar el té con él? No soy tan moderna. No es por rencor, es por vergüenza. ¿Qué le voy a decir?, ¿hola?
P.-Cuando se separaron tuvo usted la sensación de que el cine español la olvidaba...
R.-Y continúa olvidándome. Mi última película aquí fue Mamá cumple 100 años (79), y estuve sin aparecer hasta Finisterre (99). Yo también me marché, no hice nada por buscar un nuevo hueco.
P.-...¿no fue también que se la identificaba con un cine de oposición que por entonces dejó de tener razón de ser?
R.-Claro, coincidió con esto. Y también es que yo no hacía cine español, hacía exclusivamente cine de Carlos Saura.
P.-¿Y eso por qué era así?
R.-No lo sé, hacía una película aquí con él y saltaba al otro lado del Atlántico a hacer otra con Altman, que no tenía nada que ver. Y en el medio hice mucho cine francés.
P.-¿Pero fue usted quien eligió ser actriz musa?
R.-He repetido con casi todos los directores con los que he trabajado, cosa que me llena de orgullo.
P.-Geraldine, volviendo a la oposición, una mujer de izquierdas y comprometida como es usted, ¿sabe dónde está hoy la progresía, la línea de batalla?
R.-No tengo ni idea, yo he perdido el norte. No entiendo ni la terminología: qué es la derecha, qué es la izquierda.
P.-Y ante esto, ¿qué se hace, se baja la guardia?
R.-No, yo mantengo mi posición, que puede parecer ridícula, pero es que no sé cómo se lucha ahora por la justicia. Tengo la triste intuición de que la batalla está perdida, tal vez sea porque soy vieja. ¿Quién puede hacer algo aquí?, cualquier dirigente decente que salte al escenario será inmediatamente engullido por la globalización. Estamos gobernados por el big-business.
P.-Geraldine, otro asunto suyo que llama la atención es esa inclinación hacia lo sórdido. ¿Herencia de un cómico?
R.-No sé, yo creo que es más una cuestión física: tengo un físico muy frágil, poco sensual, entonces buscan mi lado perverso, neurasténico, sórdido. ¿Sabes qué?, que cada vez me pasa menos esto, ahora me llaman más para papeles divertidos, de vieja excéntrica.
P.-¿Por qué se llama continuamente vieja?
R.-Porque soy vieja, a mis 55 años.
P.-Cuando tenía 35 ya se creía mayorcísima.
R.-Es que vivimos en un mundo hecho para los jóvenes.
P.-¿Las familias grandes como la suya son necesariamente trágicas?
R.-Supongo que sí, la mía personal lo es: somos ocho, con mucho amor y mucho odio por medio. Por mi parte se ha acabado: mis hermanos no me interesan en absoluto. Sólo me llevo bien con una hermana. Los he querido mucho a todos, es extraño, pero así ha sucedido después de la muerte de mis padres: me son absolutamente indiferentes, hace años que no los veo.
P.-¿Ni siquiera cuando está en Suiza?
R.-Sí, cuando voy, subo a la casa familiar, que está a diez minutos de la mía, pero sólo para decir "estoy aquí". Siempre me ha ocurrido que veo en mis hermanos mis propios defectos. Somos como clones, y al mismo tiempo tengo que constatar que carecen absolutamente de interés. Ah, hubiera preferido ser hija única. De pequeños era distinto, había alegría, nunca nos aburríamos, pero se acabó: tras la muerte de mi madre no tuvimos más que decirnos.
P.-Supongo que tuvo una infancia de cuento: debutó con su padre en cine a los ocho años, luego el ballet y...
"Antes buscaban mi lado sórdido; ahora me llaman más para papeles divertidos, de vieja excéntrica"
R.-Mi infancia fue increíble, absolutamente privilegiada. Pero lo del ballet fue muy duro, llegué a ser solista, y luego todo terminó como una historia de amor triste: el ballet me dejó, porque mi cuerpo no podía ir más allá.
P.-...entonces vino lo del circo, ¿qué hacía en el circo?
R.-Empezó con una gala de caridad que una vez al año ofrecen los artistas en París. Cada uno hace un número de circo, yo trabajé unos meses con los elefantes. Mientras, la compañía de ballet en la que yo estaba quebró, así que como no me iba a volver a casa les pedí trabajo y me lo dieron: en las cuadras, limpiándolos, durmiendo con ellos y domesticándolos. Me parecía romántico, hasta que lo hice. Resistí seis meses.
P.-En casa era usted la mayor, la rebelde y creo que también la favorita...
R.-Sí, la que abrió el camino a todas esas nulidades de hermanos. Mis padres eran tan geniales que nos hacían sentirnos a todos el favorito: lo descubrimos después, hablando entre nosotros.
P.-...pero fue la única que llegó a ser actriz pese a la voluntad paterna, ¿fue un capricho o el destino ineludible?
R.-Lo que creo es que he tenido muchísima suerte. Esta profesión tiene mucho que ver con la suerte, hay tantos actores maravillosos que no llegan nunca...
P.-¿Se considera una artista a la altura de su legado familiar?
R.-No me lo planteo nunca: mi padre fue absolutamente único, mucho más que un actor; era músico, director de escena: un creador completo. Yo no soy más que una arcilla que los otros moldean. Quizá me lo plantearía si fuera hija de Henry Fonda, la Jane, y diría sí, yo soy más que mi padre. Pero si eres hija de Charlot no hay comparación.
P.-Tuvo después una juventud de estrella, pero una estrella muy real. ¿Nació curada contra la fama?
R.-Yo nunca he sido estrella, sólo actriz. Pero ya mi nacimiento lo recogieron los periódicos, yendo con mi padre se hacía historia, entonces cuando empecé a actuar no tuve que acostumbrarme a nada. También es cierto que yo siempre he podido caminar por la calle e ir al mercado sin apuros, no soy Madonna, ni siquiera Banderas. La fama sólo molesta cuando estás haciendo algo que no debes.
P.-¿No le parece que hay una actitud personal hacia la fama, que es molesta cuando uno la hace molesta?
R.-Mira, yo si veo un paparazzi en la calle me paro y le dejo tomar sus fotos. Si quieres de verdad salir en la prensa tienes que huir, esconderte, dar un puñetazo... Ahora, no hay nada más perfectamente aburrido que pararse y mirar a la cámara y sonreír: esto nadie lo publica.
P.-Geraldine, ¿cree que le consideran una rara?
R.-Ojalá, me encantaría tener esta etiqueta: extraña. Pero no, soy una buena trabajadora y nunca causo problemas en un rodaje y procuro llevarme bien con todo el mundo.
P.-¿Llega a la madurez cansada o dispuesta a lo que sea?
R.-Me gusta mi trabajo con locura, me canso cuando no lo tengo: los días se hacen largos y asoma la desesperación. Ahora, gracias a Dios tengo mucho trabajo, vengo de rodar en Alemania, me voy a México a hacer un papel cómico y luego en abril tengo otra película en Francia.
P.-Paradójicamente, parece que en su mayoría de edad vuelve usted a ser reclamada como "la hija de Charlot".
R.-Sí, el círculo se completa y me parece genial porque significa que a mi padre no se le olvida, que él sí que es eterno.
P.-¿De niña era usted plenamente consciente de su genialidad o tuvo que contárselo la historia?
R.-Siempre fui consciente, el primero que lo contaba era él. Nos enseñaba sus películas, y allí a donde fuéramos le hacían reverencias, despertaba pasiones.
P.-¿Y esto eclipsaba la relación con su madre?
R.-Mi madre era igual de fuerte y de genial que él. Era una persona impresionante, me llevaba mucho mejor con ella. Con 17 años se casó con este viejo verde, de 53, escandaloso. Pero ella tenía una madurez impresionante. Dedicó toda su vida a él, y la suya era la única opinión que a él le importaba: escribía una película y se la enseñaba a ella; si no le gustaba, portazos, rabia, cabreo, pero la reescribía. Ella fue un gran talento que nunca desarrolló para el público, lo había heredado de su padre.
P.-Si la historia sucediese hoy, ¿habría reservado su talento para la familia o sería una gran escritora?
R.-Mi madre escribió muchísimo, diarios y cartas, y todo lo destruyó: era una escritora increíble. Quedan cartas, pero ha pedido en su testamento que todo lo que escribió se queme y nunca se publique.
P.-¿Y ustedes le han hecho caso?
R.-En ello estamos, cada año lo hablamos y dejamos la decisión aparcada: las guardamos un poquito más. La gente nos dice que también Kafka tuvo esa última voluntad.
P.-¿Qué cree que le movió a ello?
R.-Quizá era consciente del misterio que despertaba, ella también era una especie de icono. Le molestó mucho que se publicaran las cartas de Greta Garbo después de su muerte: la Garbo, que cuidaba su intimidad de forma casi enfermiza.
P.-¿Es verdad que su padre era un puritano con ustedes mientras a él le encantaba acostarse con niñas?
R.-Sí, es cierto. Mi madre fue la más vieja de sus mujeres, la anterior creo que tenía 15. Al menos se enamoraba y se casaba con ellas.
P.-¿Y luego era fiel?
R.-Sí, sí, se separaron sólo un día a lo largo de toda su vida. Con nosotras sus hijas era terrible, nos daba duro, porque seguro que nos miraba y se acordaba de sus apetencias. A los 14 empezaban los problemas; a mí me echaron de casa con 17 años y no volví hasta que empecé a hacer cine y tuve mi vida.
P.-Muchos freudianos le habrán preguntado ya si ha logrado matarlo, a su padre.
R.-Ojalá nunca lo mate: no quiero superar a mi padre. Es mi gran protección: ¡no me maten, no me maten, soy hija de Charlot!
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