jueves, 8 de septiembre de 2011

A diez años del crimen, 11 de Setiembre



---------- Mensaje reenviado ----------
De: Eduardo Gonzalez-Viana <egonzalezviana@yahoo.com>
Fecha: 8 de septiembre de 2011 08:32
Asunto: [Correo-de-Salem] A diez años del crimen, 11 de Setiembre
Para: Correo de Salem <salem@elistas.net>



 

Leer en:  http://www.elcorreodesalem.com/archives/571

A diez años del crimen

11 de Septiembre: Thiago vuela con las hojas

Por Eduardo González Viaña

 

De regreso a casa, un domingo por la tarde, sabía que me iban a estar esperando, tendidas en el jardín como una baraja, las hojas que en estos días el otoño está dispersando por el mundo, y así fue.

 

Lo único que rompía el conjunto y acaso el paisaje y el poema- era una prosaica pero brillante y motorizada cortadora de césped, de esas que usan los jardineros profesionales o los más avezados amos de casa. Se me ocurrió que pertenecía a alguno de mis vecinos, pero no era así.

 

Por la noche, me fui a dormir pensando que el misterio se resolvería durante el fin de semana o acaso a la primera hora de trabajo del lunes en que un vendedor muy cortés me llamaría para preguntarme si ya la había probado, e indagar qué me parecía hacerme dueño de ella por una módica suma mensual que empezaría a cobrarse a partir de octubre del próximo año.

 

La verdad es que, por momentos, me entraron ganas de acabar con mi renuencia a esos trabajos, típicos del "American life style", aceptar la oferta y convertirme en propietario de una de esas máquinas que hacen el delirio de los niños y el de los adultos que, como yo acaso, no terminan por completo de serlo.

 

Muchas veces a través de casi una década, Thiago Joseph Miranda de Melo, el jardinero brasilero, había insistido en que yo debía cortar el césped y dejarle a él los trabajos más especializados. No sé cómo recuerdo ahora su nombre completo porque generalmente lo llamaba Pepe o simplemente, amigo, pensando en Pepe Carioca o en el "amigo de la onza", dos personajes de ficción que siempre me evocan la inagotable simpatía de mis amigos del Brasil.

 

"En silencio es cuando crecen las plantas", me había explicado en portugués y empleando una de las numerosas metáforas vegetales de las que estaba poblada su sabiduría. Inmigrante pobre y casi analfabeto, Thiago había hecho muchos progresos y tenía una empresa propia, pero nunca abandonó los proverbios que había aprendido en la universidad de la vida y del jardín: "El invierno llega rápido a los jardineros perezosos", "La confianza es una planta de crecimiento lento", "Las manzanas ajenas son las más dulces", "La fe nos hace sembrar, no la vista" "Nuestros cuerpos son jardines, nuestras obsesiones son los jardineros" "Las hojas llegan antes que la tormenta, pero la tormenta se lleva las hojas"

 

De esas frases estaban compuestos nuestros diálogos, y debo confesar que más de una vez me sirvieron para afrontar un problema, desechar alguna preocupación o iniciar con alegría una semana de trabajo. Nuestro aprecio era mutuo porque, en una ocasión, yo había escrito una carta de recomendación para que su hijo Thiago pudiera ingresar a una universidad en Nueva York, y es justamente allí donde se encuentra Pepe desde hace un mes, o por lo menos eso es lo que yo creía.

 

En agosto de este año, al cumplir los 70, Thiago Miranda se jubiló, y decidió que su vida se repartiría cada año en visitar a su hija Karina Aparecida que es abogada de inmigración en Miami, a Thiago que pronto terminaría sus estudios de ingeniería de cómputo y por fin a María Elena que ejerce la medicina en Oregón. Sería la primera vez que tendría vacaciones "porque las plantas no las tienen" y también la primera vez que haría tantos viajes, ya que solamente se había subido en un avión tres o cuatro veces en toda su existencia porque, según él, "los árboles no se mueven y las hojas no viajan en avión"

 

¿Qué andaría haciendo Thiago, allá en la isla de Manhattan, en estos días difíciles? Y ¿de quién será la podadora de césped?: son las dos preguntas con que me desperté este sábado. A las 8 de la mañana, tuve la respuesta.

 

El 11 de septiembre, muy temprano, Thiago y su hijo salieron de Queens y fueron al centro de la isla, a las Torres Gemelas que el muchacho quería hacerle conocer las torres al mismo tiempo que invitarle un desayuno en la cafetería de uno de esos edificios en la que trabajaba para financiar sus estudios universitarios.

 

María Elena me acaba de llamar para decirme que el aparato que brilla en mi jardín es mío. Al jubilarse su padre, vendió la maquinaria, pero reservó algunas de las herramientas para obsequiarlas a los clientes que más estimaba.

 

Iba a dármela a su regreso de Nueva York, pero no va a regresar de allí porque "las hojas no viajan en aviones" y porque Thiago y su hijo se han transformado en hojas y en recuerdos que darán vueltas, vueltas y vueltas por el universo, y tan solo habrán de regresar cuando la muerte sea derrotada, y otra vez esté aquí la primavera.

 

 

 





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