sábado, 30 de enero de 2010

HERMANITA QUERIDA

CESAR HILDEBRANDT


La doctora Martha Hildebrandt Pérez Treviño –es decir una de las

hijas con que mi prolífico y algo distraído padre aderezó

el mundo– se ha sentido ofendida por lo que escribí de

ella en este diario acogedor que me aguanta y que encima me

paga.



No veo por qué ofenderse, hermanita, cuasi hermana, sacha

hermana, semi frattella, half sister.



Sólo dije lo que de ti piensa todo el mundo: que eres una oportunista

de siete suelas, una rabona que va mudando de paisaje pero

no de oficio a medida que las tropas avanzan y cambian los

generales pero no tu arrastradera.



Y que, además, eres la única parlamentaria virgen en cuanto a

proyectos de ley presentados –has tenido el morro de no

presentar ninguno– y una de las más recalcitrantes

cobradoras del bono de escolaridad cuando lo cierto es que

tu única hija limita ya con la menopausia.



Fuiste la amante reseca del general Velasco mientras te dio trabajo.

Cuando fue derrocado te olvidaste de él y merodeaste por la

casa de Morales Bermúdez, que tenía órdenes de no darte

bola.



Durante el segundo belaundismo te recluiste en casa a ver telenovelas y

a botar sirvientas. Fue en esa época que le dijiste a tu

hija que la solución para el Perú era “la bomba cholónica,

el equivalente nacional de la bomba neutrónica”.



Matibel, tu única hija felizmente, lo contaba muy divertida, así como

contaba lo maravillosa madre que fuiste al enterarte de que

ella estaba en cinta la mismísima noche en que dio a luz a

Nadiana allá en París.



–Mi madre dice que habría que poner a un millón de indios en el

zanjón y lanzar una bomba atómica. Sería la bomba

cholónica –contaba Matibel doblándose de la risa.



No se doblaba de la risa sino que se le abrían los ojos cuando

contaba lo afortunada que eras teniendo una cuenta off shore

en un paraíso fiscal para no pagar impuestos en el Perú.



Y se le abrían más los ojos cuando contaba cómo el banco tonto

que recibía tu guardado (jerga vieja) se equivocó un día

y te abonó electrónicamente cincuenta mil dólares, jugoso

error que tú no comunicaste a tu sectorista tropical y que

terminó engrosando tu patrimonio. Porque hasta cajoneadora

has sido, hermanita. ¡Y luego dices que a ti nadie puede

hablarte de faltas éticas!



Lo que hiciste, en esa oportunidad, fue robar, dear almost sister.

Y le acabas de robar ya no a un banco caribeño sino al

Estado cobrando tus 16 mil soles de gastos de instalación

cuando hace rato que estás instalada en la casa de 28 de

Julio y en el reino de la conchudez insolente.



Esa platita de los 50 mil dólares te llegó porque así eres de

suertuda, además. Bueno, para algunas cosas. Tienes la

suerte, por ejemplo, de que la gente te tema por tu boquita

de paltera arequipeña con prurito en el poto.



Y tienes la suerte de que los periodistas te tengan terror porque ellos

hablan mal y tú bien. Porque ellos son cholos y tú blanca.

Porque ellos no gritan y tú sí. Porque a ellos les asusta

tu facha de ekeka de mala leche y peor uva, en suma.



Bueno, aquí hay un periodista que, más allá de las sangres en

curso o derramadas, jamás te tuvo miedo. Y por eso te puedo

responder como lo que –más allá de las buenas formas

hasta ahora guardadas por mí– eres de modo militante e

inocultable: una lingüista formidable y una persona

despreciable, una filóloga eminente y una sobreviviente

rastrera, una intelectual sanmarquina y una lombriz de la

moral pública. Alguien tenía que decírtelo en este país

de periodistas que gallinean en el corral.



Llamaste Simón Bolívar a Alan García cuando coqueteabas con el

aprismo a ver si algo te ligaba. Y a Fujimori no necesitaste

llamarlo Yamamoto –que se lo merecía por traidor

intrínseco y gemelo de tu alma– para trepar su higuera y

salir por el techo como una buganvilia maquillada al estilo

noche con turistas en el Moulin Rouge.



En el muladar de Fujimori fuiste, querida Martha, barchilona con

tu bacín atento, dadora de coartadas, escurridora de mocos,

limpiadora de plastas, inspectora de cagarrutas perpetradas

por el cholo Siura (aj), sirvienta con cama adentro para lo

que mande, justificadora de los asesinatos de La Cantuta,

rentada defensora de lo más zafio de la basura con galones

que te pensionaba, cobardemente altiva desde el poder,

calladita a la hora de perderlo aquella tarde en que te

quitaron el cetro del Congreso y tú perdiste el celular que

te dio el Chino (no fuera a llamar ahora que no servía para

nada).



Si el apellido Hildebrandt –los apellidos los adquiere uno sin

proponérselo, son etiquetas banales– vale algo, no es por

ti, Marthita querida. Valdrá algo por tu hermana Esther,

ser humano delicado y feliz, o sea el envés de tus reveses

de bailarina andrófoba.



O valdrá algo por algunos de tus parientes, que de ti nada tienen y

que deben haber sentido vergüenza –supongo yo– por lo

que has hecho en estos años para conservar el chofer y las

regalías, que eso es lo único que te importa.



O valdrá por mi hermana Ana María, cuya tenaz decencia va a

contramarcha de tu indecoro intelectual. O, más tarde

quizás, por mi hijo, un Hildebrandt Chávez buenmozo y

mestizo, de esos que a ti te asquean porque te crees aria y

discípula mental de Gobineau.



O por algún otro vástago que por allí saque la cara por este

apellido que vino ileso de Hannover y que tú insistes en

escupir diciendo que la seguridad social es para los que

tengan que padecerla y que no aceptarás que te quiten el

seguro privado que deberías pagar con tu sueldo.



¿Qué te has creído? ¿Es el Perú tu chacra de Paramonga, el

establo que te trae recuerdos, la acequia con pichi que te

parecía idílica? ¿Hasta dónde va a llegar tu talento

para hacer el ridículo? ¿Tiene límites la procacidad?



Hace meses fuiste a mi programa y antes de sentarte me agradeciste por

haber contratado a tu hija Matibel como productora. Siento

que, al poco tiempo, tuviera Matibel que irse por una orden

mía: la inteligencia, como sabrás, no se hereda inexorablemente.



En todo caso, yo ya no puedo volver a contratarla, lo siento mucho.

No estoy en la tele porque la tele me echó y yo eché a la

tele de mi vida.



Como te echó a ti de la suya el pobre señor Altuve, tan fino y

embajador él, tan venezolano y caballero él, soportando

tus berrinches de maldita a bordo y tus groserías de

contralto de cocina mientras lanzabas completa la vajilla y

todo lo punzocortante que encontraras a tu paso, que eso era

para ti el orgasmo supremo del carácter.



Se salvó el señor Altuve. Vivió feliz lejos de ese hígado que a

veces pensaba en que te habías convertido, hermanita. Por

esa huida fue que necesitaste de la política. El pobre

señor Altuve ya no estaba para bancarte las demasías.

Altuve debe haber muerto feliz.



Tan feliz como vivo plenamente yo, hermanita, al lado de una

maravillosa mujer espléndidamente joven que suma a su

inteligencia su integridad, a su talento su generosidad, a

su belleza su capacidad de ser siempre coherente con sus

ideas progresistas.



O sea todo lo opuesto a ti, hermanita Brujilda, escoba casi póstuma de

todas las malías, Hermelinda linda, hada madrina y

consejera de Dennis Falvy, marida de Lord Vader, hermanita

querida, histórico mojón de la frontera con Tiwinza.

1 comentario:

  1. ¡Cuánta vulgaridad de hermanos!
    Tener talento para escribir y malgastarlo en insultos y groserías. La ordinariez y bajeza de este hombre rabioso y lleno de complejos supera incluso a la de doña Martha.

    ResponderBorrar

PLANETA PERU

PlanetaPeru: buscador del Perú

Seguidores

Archivo del Blog