EL TRABAJO HA VUELTO
la Ley Pulpín lo trae
la Ley Pulpín lo trae
“Considerando que existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de
injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el
descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales…”
Preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, 1919
“La fiesta de los ricos es la miseria de los pobres” Pinta en un mural del
Centro de Lima luego de las movilizaciones juveniles
Diego Motta. Partido Pueblo Unido - Frente Amplio
PUBLICADO: 2015-01-08
El trabajo no ha muerto. Las últimas movilizaciones protagonizadas por un germinal movimiento juvenil no solo han demostrado una inusitada potencia en este sector etario. Superada la emoción con que algunos “pulpinólogos” se impresionan -hablaré sobre eso en otra ocasión-, queda poner atención en la maduración paulatina de las reivindicaciones. No solo se trata del régimen laboral juvenil, es la política laboral del país la que empieza a ser cuestionada. El trabajo ha vuelto.
La tesis del fin del trabajo que penetró de una u otra manera en todos los rincones de la sociedad -incluyendo sectores de la izquierda- a través de los medios era sencilla. Ante el desarrollo tecnológico de los nuevos procesos productivos impulsados por la competitividad en un mundo globalizado, ocurrirá una inevitable reducción estructural del empleo (Jeremy Rifkin). Eso -sobre todo en sociedades dependientes como la nuestra- se expresa en una deshumanizante pelea por un puesto de empleo que apela al individualismo más amoral, azuzado por el “afuera hay una cola de personas esperando por tu puesto”. No obstante, lo que no decían los teóricos del fin del trabajo y de la clase obrera, es que actualmente se trabaja más horas y en condiciones más precarias. ¿Dónde está el fin del trabajo?, ¿dónde el fin de la contradicción capital-trabajo? La cuestión del trabajo sigue siendo vigente.
¿ALGUNA VEZ SE FUE EL TRABAJO?
No. Sin embargo la pérdida de su centralidad a nivel de las manifestaciones clásicas de la acción sindical en los años de neoliberalismo, era asumido así por muchos intelectuales post modernos y no pocas veces por el sindicalismo post clasista que abandonó cualquier vieja expectativa de vocación de poder y se dedicó, en el mejor de los casos, a reclamar por salarios. Sindicalismo ventral guiado por viejas dirigencias especializadas en asegurar su propia supervivencia y contemplar el lento pero sostenido avance de sus vientres, conformaba solo el coro monótono de la tragedia: la cuestión del trabajo era una postal de viejas épocas, las luchas laborales y el sindicalismo una cuestión de hombres mayores de 50 años.
Ahora, así de rápido como fue abandonada la tesis de la contradicción principal entre trabajo y capital, hoy eso parece revertirse como por acto de magia. Todos quieren ser dirigentes obreros -o mejor, sus voceros-, pugnan por ser entrevistados en RPP y hasta los columnistas de La República desempolvan a Marx y pontifican sobre lo determinante que es la condición de trabajador para el comportamiento político del ciudadano. Y ciertamente lo es, a tal punto que el desastre de la política en nuestro país está también determinado por el desastre del mundo laboral y el abandono de este por buena parte de la izquierda.
LA IZQUIERDA Y EL TRABAJO
La incapacidad de la izquierda tradicional de forjar una alternativa al neoliberalismo, tiene su origen en su insolvencia para pensar con cabeza propia y su falta de amor propio. En buena medida en el abandono patético del asunto del trabajo -así como antes se le absolutizó-, para abrazar otros tópicos (ecología, pueblos originarios, género, democracia) no por un proceso reflexivo válido y necesario, si no por mero agasajo a lo que está en boga, a lo que recibe financiamiento. La bancarrota de la vieja izquierda radica también en la indiferencia ante la cuestión del trabajo, la sumisión de su política a los imperativos de la gobernabilidad (en palabras de Antonio Baylos citando a Bruno Trentin respecto a la izquierda europea).
Y no se trata aquí de pretender desandar en el tiempo y negar la impronta de las luchas por la defensa del territorio, los recursos naturales, el medio ambiente, etc., y subordinarlas a la cuestión del trabajo. No. Solo pretendemos anotar: Primero, la vigencia de la cuestión laboral, más allá de la coyuntura de la Ley N° 30288. Segundo, la infertilidad teórica de la vieja izquierda (vejez no en sentido etario, si no como lo caduco) que la hace girar hacia donde sopla el viento y su incapacidad para poder ser dirección de algo más que de sus ansias. Tercero, la responsabilidad histórica de los nuevos liderazgos por comportarse como tales.
EL TRABAJO Y EL FUTURO
Es el momento para exigir la revisión y derogatoria de todos los regímenes laborales especiales violatorios de los derechos laborales, así como la elaboración y aprobación de una Nueva Ley General del Trabajo, expresión de un amplio debate con participación de la sociedad civil, incluidas las organizaciones sociales movilizadas: sindicatos, estudiantes y organizaciones territoriales (las zonas). Es la oportunidad para el surgimiento de una nueva alternativa que surja del pueblo que está a la izquierda y que no se siente identificado por la vieja izquierda y menos por la derecha. Hacia esto último toda nuestra atención.
Carabayllo 07.01.15
Diego Motta. Partido Pueblo Unido - Frente Amplio
PUBLICADO: 2015-01-08
El trabajo no ha muerto. Las últimas movilizaciones protagonizadas por un germinal movimiento juvenil no solo han demostrado una inusitada potencia en este sector etario. Superada la emoción con que algunos “pulpinólogos” se impresionan -hablaré sobre eso en otra ocasión-, queda poner atención en la maduración paulatina de las reivindicaciones. No solo se trata del régimen laboral juvenil, es la política laboral del país la que empieza a ser cuestionada. El trabajo ha vuelto.
La tesis del fin del trabajo que penetró de una u otra manera en todos los rincones de la sociedad -incluyendo sectores de la izquierda- a través de los medios era sencilla. Ante el desarrollo tecnológico de los nuevos procesos productivos impulsados por la competitividad en un mundo globalizado, ocurrirá una inevitable reducción estructural del empleo (Jeremy Rifkin). Eso -sobre todo en sociedades dependientes como la nuestra- se expresa en una deshumanizante pelea por un puesto de empleo que apela al individualismo más amoral, azuzado por el “afuera hay una cola de personas esperando por tu puesto”. No obstante, lo que no decían los teóricos del fin del trabajo y de la clase obrera, es que actualmente se trabaja más horas y en condiciones más precarias. ¿Dónde está el fin del trabajo?, ¿dónde el fin de la contradicción capital-trabajo? La cuestión del trabajo sigue siendo vigente.
¿ALGUNA VEZ SE FUE EL TRABAJO?
No. Sin embargo la pérdida de su centralidad a nivel de las manifestaciones clásicas de la acción sindical en los años de neoliberalismo, era asumido así por muchos intelectuales post modernos y no pocas veces por el sindicalismo post clasista que abandonó cualquier vieja expectativa de vocación de poder y se dedicó, en el mejor de los casos, a reclamar por salarios. Sindicalismo ventral guiado por viejas dirigencias especializadas en asegurar su propia supervivencia y contemplar el lento pero sostenido avance de sus vientres, conformaba solo el coro monótono de la tragedia: la cuestión del trabajo era una postal de viejas épocas, las luchas laborales y el sindicalismo una cuestión de hombres mayores de 50 años.
Ahora, así de rápido como fue abandonada la tesis de la contradicción principal entre trabajo y capital, hoy eso parece revertirse como por acto de magia. Todos quieren ser dirigentes obreros -o mejor, sus voceros-, pugnan por ser entrevistados en RPP y hasta los columnistas de La República desempolvan a Marx y pontifican sobre lo determinante que es la condición de trabajador para el comportamiento político del ciudadano. Y ciertamente lo es, a tal punto que el desastre de la política en nuestro país está también determinado por el desastre del mundo laboral y el abandono de este por buena parte de la izquierda.
LA IZQUIERDA Y EL TRABAJO
La incapacidad de la izquierda tradicional de forjar una alternativa al neoliberalismo, tiene su origen en su insolvencia para pensar con cabeza propia y su falta de amor propio. En buena medida en el abandono patético del asunto del trabajo -así como antes se le absolutizó-, para abrazar otros tópicos (ecología, pueblos originarios, género, democracia) no por un proceso reflexivo válido y necesario, si no por mero agasajo a lo que está en boga, a lo que recibe financiamiento. La bancarrota de la vieja izquierda radica también en la indiferencia ante la cuestión del trabajo, la sumisión de su política a los imperativos de la gobernabilidad (en palabras de Antonio Baylos citando a Bruno Trentin respecto a la izquierda europea).
Y no se trata aquí de pretender desandar en el tiempo y negar la impronta de las luchas por la defensa del territorio, los recursos naturales, el medio ambiente, etc., y subordinarlas a la cuestión del trabajo. No. Solo pretendemos anotar: Primero, la vigencia de la cuestión laboral, más allá de la coyuntura de la Ley N° 30288. Segundo, la infertilidad teórica de la vieja izquierda (vejez no en sentido etario, si no como lo caduco) que la hace girar hacia donde sopla el viento y su incapacidad para poder ser dirección de algo más que de sus ansias. Tercero, la responsabilidad histórica de los nuevos liderazgos por comportarse como tales.
EL TRABAJO Y EL FUTURO
Es el momento para exigir la revisión y derogatoria de todos los regímenes laborales especiales violatorios de los derechos laborales, así como la elaboración y aprobación de una Nueva Ley General del Trabajo, expresión de un amplio debate con participación de la sociedad civil, incluidas las organizaciones sociales movilizadas: sindicatos, estudiantes y organizaciones territoriales (las zonas). Es la oportunidad para el surgimiento de una nueva alternativa que surja del pueblo que está a la izquierda y que no se siente identificado por la vieja izquierda y menos por la derecha. Hacia esto último toda nuestra atención.
Carabayllo 07.01.15
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