martes, 13 de enero de 2015

DOMINGO TAMARIZ LUCAR : GEORGETTE VALLEJO : EL ANGEL DEL POETA

Martes, 13 de enero de 2015. Año de la Diversificación Productiva y del Fortalecimiento de la Educación
 
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GEORGETTE DE VALLEJO
El ángel del poeta
Domingo Tamariz Lúcar. Periodista

De vuelta en París, el poeta enfermó gravemente. Treinta y tres días después –el 15 de abril de 1938– partió a la eternidad. Georgette le cedió su tumba en Montrouge, que su madre le había comprado antes de morir. La conmovió tanto la muerte del poeta, que estuvo al borde de la locura y ciega durante cuatro horas.
Georgette Philippart Travers nació en París el 7 de enero de 1908. Hija de Alexander Jean Baptiste Philippart –combatiente de la Segunda Guerra Mundial– y Marie Travers, cursó sus estudios de primaria y secundaria en Bretaña, adonde la envío para protegerla de la guerra.
Al terminar sus estudios, volvió a París para trabajar al lado de su madre como costurera. En la Ciudad Luz, años más tarde, conocería a César Vallejo, con quien protagonizaría uno de los romances más bellos de la historia.
Aún joven y hermosa, Georgette bien pudo rehacer su vida luego del deceso del poeta. Pero no lo hizo. Secó sus últimas lágrimas y ordenó los manuscritos que dejó el poeta. Ahí estaban los textos de poemas, cuentos y novelas que, años después, iban a maravillar al mundo gracias a esta mujer tantas veces incomprendida.
Al año siguiente, con la colaboración de Raúl Porras Barrenechea, publicó –para sorpresa de muchos– Poemas humanos, acaso la obra cumbre del poeta. Iniciaba así una de las etapas más importantes de su existencia: la divulgación de la obra de Vallejo.
Doce años después, con un boleto de tercera en la mano, se embarcó rumbo al Callao, y al año siguiente a Santiago de Chuco, la tierra del poeta. Una vez ante la puerta de la casa diría, muy entristecida: “Llego a la casa de Vallejo, pero sin Vallejo”. En esa coyuntura, el gobierno le concedió una pensión y Georgette decidió quedarse a vivir en el Perú.
En 1958, cuando se trató de repatriar los restos del poeta, Georgette se opuso tajantemente. El 5 de diciembre de ese año escribió: “Esta tumba me pertenece y nadie puede abrirla en mi ausencia y sin mi autorización”. Tiempo después, tras muchos desvelos y sacrificios, hizo trasladar los restos de su esposo al cementerio de Montparnasse. Escribiría después en la tumba el estremecedor epitafio: “He nevado tanto para que duermas”.
Georgette defendió furiosamente y sin tregua la obra de Vallejo, pero en más de una circunstancia exageró la nota.
Se escriben tantas calumnias, tantas tonterías sobre él –solía decir–, que lo mostraban como deudor de todo el mundo y borracho. Nada más falso, replicaba. “No había uno más asceta que él, y, como no bebía nunca, medio vaso de cerveza lo mareaba.”
En la década de 1950, se peleó con medio Lima por defender la memoria y la obra del poeta, y en ese afán tropezó con figuras consagradas de la literatura peruana. Yo dirigía entonces la revista Vistazo. Recuerdo que una vez le pedí a Sonia Luz Carrillo –destacada poeta y periodista– que la entrevistara. El día anterior, Georgette había protagonizado un episodio muy desagradable en la puerta del Teatro Alzedo, donde el actor Hudson Valdivia iba a recitar versos de Vallejo, cosa que a Georgette no le pareció bien, por lo que la emprendió malamente contra el actor.
En esa entrevista, Sonia Luz le hizo una pregunta que resultaba obvia. Se le acusaba de entorpecer cualquier intento de divulgación de la obra de Vallejo. ¿Qué puede aclararnos sobre este punto? Preguntó Sonia Luz.
–No me preocupa ni de qué me acusan. Desde aquel año de 1938, en que murió, no sé de quien se haya acercado con actitud adecuada a la personalidad y a la obra de Vallejo [...] Formular que he entorpecido cualquier intento de divulgación… es, hasta en el terreno de la malevolencia y de la mala fe, un cínico abuso de expresión, que anulan las innumerables ediciones piratas, plagadas de erratas y errores, de la edición original que publiqué en París en julio de 1939.
Vivió sus últimos años en su departamento de la cuadra 51 de la avenida Arequipa. Sola, sin recursos, evocando tiempos vividos al lado del poeta. Fue así hasta que una mañana cayó y rodó algunas gradas de la escalera de su departamento. Perdió el sentido. Estuvo tres horas inconsciente sin que nadie la auxiliara. La caída le causó una lesión en el cerebro de la cual no se recuperó jamás.
Se trató durante cinco años en la clínica Maison de Santé, donde ocupó el departamento 329. Y en esa suerte, triste suerte, falleció el 1 de diciembre de 1984, hace 30 años.
¿Alguien la recordará? Le debemos el habernos brindado un Vallejo en su verdadera magnitud y tersura. Y eso, creo, es bastante.

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