---------- Mensaje reenviado ----------
De: Rebeca Montes Sanchez <rebecamontes2000@yahoo.es>
Fecha: 29 de julio de 2009 18:50
Asunto: Un Tema de actualidad (3-3) El Color del Poder 290709
Para: perunuevo2020@yahoo.com.mx, josfeldam@gmail.com, melgarr@gmail.com, luismiguel1952@gmail.com, germanvilcarino@yahoo.com, freddyalca@gmail.com, chutororeal@yahoo.es, perunuevo2025@yahoo.es, graulguevara@yhoo.com.mx, serbryan@gmail.com, edboma2@yahoo.com, jaild2@yahoo.com, maguinae@yahoo.com, eduardovargas01@aol.com, omarmenesesv@yahoo.es, malimba2@yahoo.com, sagicentaux@gmail.com, santiagoibarra05@yahoo.com, duliocastillo@hotmail.com, rillach7@hotmail.com, gscastro27@hotmail.com, tlolzin_atl@yahoo.com.mx, mf73sc@hotmail.com
De: Rebeca Montes Sanchez <rebecamontes2000@yahoo.es>
Fecha: 29 de julio de 2009 18:50
Asunto: Un Tema de actualidad (3-3) El Color del Poder 290709
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Un Tema de Actualidad (1-3) EL COLOR DEL PODER ¿Un resurgimiento panandino? (…) En Perú, cuando solamente la forma "federación étnica" ponía abiertamente en circulación un discurso indianista en una Amazonia muy alejada de los grandes centros de actividad económica y política del país, desde el año 2000 ha empezado a surgir un movimiento nacionalista impulsado por militares de clase media (entre los cuales se encuentra un antiguo alumno del Liceo Francés de Lima), los hermanos Humala, que defienden la causa de la "raza cobriza". En un principio, el movimiento "etnocacerista", fundado por el patriarca de la familia, Isaac Humala, hace referencia a la figura del general Andrés Avelino Cáceres, héroe de la lucha contra el ocupante chileno a finales del siglo XIX. Tras la caída de Lima, Cáceres se refugió en las tierras altas andinas y organizó durante dos años una guerrilla integrada esencialmente por campesinos quechuas que no hablaban español y probablemente ni siquiera sabían que eran "peruanos". Isaac Humala invoca así una figura clásica del imaginario latinoamericano: el patriotismo heroico y espontáneo del humilde pueblo autóctono frente a una oligarquía "vendepatria", afeminada y europeizante. Como explica la historiadora peruana Cecilia Méndez, el nacionalismo de los hermanos Humala descansa también en "un 'indigenismo' 'telurista' e 'incaísta', al estilo del que propugnaba el intelectual cusqueño Luís E. Valcárcel en los años veinte. Valcárcel exaltaba a la 'raza indígena' y preconizaba su 'resurgimiento' a través de la vuelta a los valores del Tawantinsuyu o imperio inca, del cual tenía una visión totalmente idealizada". De hecho, Antauro Humala no dirige un movimiento "indio" sino una organización extremadamente jerarquizada que se apoya esencialmente en un pequeño ejército de reservistas, es verdad que casi siempre de origen plebeyo y andino. Su hermano Ollanta, hoy políticamente enemistado con el resto de la familia por su estrategia más "moderada", moviliza más a los mestizos urbanos que a las comunidades de la lengua quechua o aymara. Ninguna organización social de las que se autodefinen como "indígenas" en Perú apoyó oficialmente su candidatura a la presidencia de la República en abril 2006. En busca de los indios "verdaderos" ( …) En regiones como las de Cusco o Ayacucho, los sindicalistas rurales de la Confederación Campesina del Perú (CCP) hablan casi exclusivamente quechua en sus reuniones, en las que sus esposas militantes participan ataviadas con el traje tradicional. Ahora bien, ni se os ocurra decirles que son "indios", pues se lo tomarían muy mal: son peruanos, patriotas y muy orgullosos de serlo. Sin embargo, son muy conscientes de que pertenecen a una cultura autóctona milenaria y reivindican también casi con una insistencia recelosa su identidad "andina" frente a lo que perciben como el centralismo depredador de Lima. Esto no impediría a algunos de ellos, si mañana tuviesen que emigrar a la capital, como millones de sus compatriotas, fundirse con el universo irremediablemente mestizo de los cholos urbanos, llegando incluso al cabo de unos años a adoptar la actitud despectiva o guasona de los "urbanitas" hacia los serranos (de montaña) toscos y sin afinar cuando acaban de llegar de su pueblo. (…) Los indios, la izquierda y el color del poder Todas esas formas de indianidad fluidas, opcionales, intermitentes o "de geometría variable" probablemente conciernen a la mayoría de sujetos indígenas "reales" o supuestos. A veces enojan sobremanera a los militantes que se sienten tentados por el fundamentalismo étnico, que son a menudo indios urbanizados formados en las universidades, y sorprenden a los amantes de la autenticidad y de los "buenos salvajes" incontaminados. De manera que el prestigio de la indianidad "política" no debe disimular la diversidad y la maleabilidad de la indianidad "social". El hábito no hace al monje, como tampoco el traje, el idioma ni las costumbres tradicionales convierten necesariamente a un nativo americano en indígena consciente y militante. El auge de los movimientos indígenas no es, por lo tanto, un reflejo automático de la presencia de los indios "verdaderos"; más bien se explica por la eventual convergencia de horizontes políticos de las tres formas de organización que mencioné anteriormente. Esta convergencia está a su vez ligada a la feliz confluencia cronológica -entre finales de la década del 1980 y principios de la de 1990- de varios fenómenos concomitantes: el efecto de varias reformas agrarias de las dos décadas anteriores, que repartieron poco o mal la tierra, avivando la frustración de los campesinos pero al mismo tiempo debilitando considerablemente la influencia de los grandes hacendados tradicionales -sustituidos por modernos capitalistas agrarios- sobre poblaciones indígenas; el ascenso social de la primera generación numéricamente significativa de profesionales e intelectuales indios -abogados, ingenieros, médicos, antropólogos-, cuadros e ideólogos naturales de esos movimientos al lado de los dirigentes campesinos; el final de las dictaduras militares y la democratización, que han provocado un descenso del coste de la movilización social y política; las reformas institucionales descentralizadoras, que han facilitado el acceso al poder local; la coincidencia digna de destacar de esos procesos con la celebración del quinto centenario del "descubrimiento" de América en 1992, un acontecimiento con enorme repercusión simbólica y política en la región. (…) El razonamiento era, en efecto, tan sencillo como seductor: América Latina tiene la suerte de poseer un sustrato antropológico comunitario que sencillamente hay que recuperar y revitalizar para definir los rasgos de un socialismo autóctono o de un desarrollo alternativo solidario. (…) Contamos, por lo tanto, con un conjunto de factores especialmente favorables. Sin embargo, como demuestra no solamente el caso peruano sino también el pragmatismo y versatilidad de los indios "verdaderos" en la práctica, la indignidad no es el único desenlace posible de los procesos que acabamos de describir. No solamente no podemos hablar de "resurgir indígena" salvo en plural y con muchas adjetivaciones, sino que además conviene inscribir este fenómeno en una dinámica más amplia, la de la crisis de lo que el sociólogo peruano Aníbal Quijano llama la "colonialidad del poder": la alienación cultural fomentada por las elites que se viven como blancas y "civilizadas" y cuya capital imaginaria está en otras orillas. (…) Conviene, por lo tanto, remitir todos estos fenómenos a su marco global y captar bien sus matices, contrastes y jerarquías. Más allá de los símbolos y de los clichés más ostensibles, o incluso de la "autofolklorización" sentimental o interesada de los protagonistas -eventualmente estimulada, como hemos visto, por ciertas ONG, y por numerosos programas del PNUD o del Banco Mundial que financian ahora el "desarrollo con identidad"-, el regreso de los indígenas al primer plano del escenario andino participa de un movimiento que es a la vez más profundo y más complejo y que afecta prácticamente a todo el continente. Más allá de la diversidad de las identificaciones etnorraciales y de las estrategias de movilización política o social, lo que hoy está en juego en América del Sur, con una intensidad y expresiones muy distintas, es el color del poder. La excepción peruana En medio de esta oleada de resurgimiento indígena, la "excepción peruana" suscita desde hace años la perplejidad de los antropólogos y de los activistas. Los especialistas han planteado diversas hipótesis sin que ninguna haya resultado convincente. Para explicar la relativa ausencia de movimientos indígenas en Perú (fuera de la Amazonia) suelen hablar de factores u obstáculos históricos o sociales supuestamente "específicos" pero que prácticamente se encuentran con la misma forma en los vecinos Bolivia y Ecuador, países donde, en cambio, el indianismo ha arraigado con fuerza. Así, suele invocarse la potencia del discurso marxista dentro del movimiento campesino de los Andes peruanos a partir de la década de 1960. Éste es un hecho innegable, aunque no estaba ausente de los movimientos ecuatorianos y bolivianos, lo cual no les impidió indianizarse ulteriormente. El antropólogo Xavier Albó señala como más convincentes dos explicaciones parciales. Por una parte, en Perú el peso de la emigración hacia las aglomeraciones mestizas de la costa, en particular Lima, no tiene comparación con el de las migraciones internas ecuatorianas hacia el puerto de Guayaquil o bolivianas hacia las tierras bajas de Santa Cruz (es decir, fuera del territorio andino tradicional). En 1988 se calculaba ya que en los 1.800 barrios populares de construcción y de ocupación recientes de Lima y de otras grandes ciudades costeras, residían once millones de de inmigrantes andinos -es decir, el doble de los que seguían viviendo en las 4.885 comunidades campesinas censadas-. "Parece ser que en el Perú –observa Albó- la mayoría de esos emigrantes serranos entran en un ambiente urbano costeño (o sea de la costa, pero también implícitamente mestizo) mucho más hostil que el que encuentran los quichuas ecuatorianos en Quito o los aymaras y los quechuas bolivianos en La Paz y en Cochabamba. Lima no es sólo una metrópoli mucho más grande (ahora con 8 millones), generadora permanente de nuevas mezclas sociales y culturales, sino que además está físicamente mucho más distante del ambiente de origen de esos inmigrantes de la Sierra, igual que Arequipa y otros centros urbanos de la costa". No existe, efectivamente, en Perú un fenómeno equivalente al de El Alto, el gran municipio vecino y gemelo de La Paz, donde casi la totalidad de sus 800.000 habitantes se consideran explícitamente indios urbanos y mantienen vínculos muy densos con las tierras del interior aymara muy próximas. Emigración masiva y descentramiento territorial tienen sin duda un papel importante en la desindianización y en la "cholificación" de las masas andinas peruanas. Se puede incluso estimar que el factor territorial constituye una victoria póstuma del conquistador Pizarro quien, al elegir levantar su capital en un desierto costero despoblado e inhóspito, ponía conscientemente en marcha una especie de decapitación simbólica del Imperio inca y de su centro político y religioso, Cusco. Una de las paradojas de esta destitución simbólica es que a partir de la independencia, el nacionalismo de las elites peruanas no ha vacilado en apelar regularmente a la simbología precolombina, aunque de forma que contrapone la grandeza y la nobleza del pasado inca a la abyecta decadencia de las masas indígenas contemporáneas. Una "degeneración" denunciada a menudo con gran refuerzo de explicaciones extraídas del más brutal darwinismo social y racial. "Incas sí, indios no", ésa era la consigna implícita de las elites blancas locales. La estrategia de reafirmación cultural y simbólica de las clases medias mestizas urbanas de Cusco frente a la hegemonía de Lima resulta específicamente interesante desde este punto de vista. Son estas clases medias mestizas y no los campesinos indios de las zonas rurales, las que se han encargado de reinventar la tradición local recreando con todo detalle a partir de 1940 la fiesta del sol inca, el Inti Raymi, en forma de gigantesco espectáculo de factura esencialmente turística. Es la misma burguesía y pequeña burguesía mestiza de provincias la que ha fundado una Academia Mayor de de la Lengua Quechua, un idioma alabado como "perfecto" y cuya morfología es a menudo un calco bastante ingenuo de determinados rasgos del español. Repleto de arcaísmos y de neologismos puristas, esta especie de quechua de escaparate es bastante extraño a la lengua que hablan los indígenas de la región. Marc Saint Upéry, El Sueño de Bolívar. El desafío de las izquierdas sudamericanas. Editorial PAIDÓS, 2008 Barcelona. 402 págs., 13 x 22 cms. Contiene: Introducción (11-32); 1. Calvario y resurrección de Lula da Silva (33-90); 3. Chávez, el brujo magnánimo (91-144); 4- El doble juego del señor K (Kirchner, 145-206); 4. El color del poder (207-268); 5. Entre el imperio y el alta mar (269-334); Posfacio, Fuentes, Agradecimientos. El autor ha vivido varios años en Ecuador. De este capítulo se han suprimido párrafos por no corresponder mayormente a referencias y comentarios acerca de nuestra propia realidad. Ragarro 15.07.09 Un Tema de Actualidad (2-3) EL COLOR DEL PODER No hay "indios", pero sí hay racismo anti-indio La "estrategia del disimulo" practicada por los emigrantes andinos que tratan de integrarse en el seno de las grandes masas cholas de la costa peruana no consigue inhibir la expresión de un racismo cotidiano que alcanza cotas de extrema agresividad. Con un talento y una capacidad de indignación infatigables, Wilfredo Ardito Vega, militante de la Asociación Peruana Pro Derechos Humanos (APRODEH), lleva años redactando la crítica despiadada de esta situación. Sus informes muestran que la lógica de la discriminación por la fisonomía impera no solamente en relación a la gente humilde, sino también para los miembros de la clase media de fenotipo demasiado andino, lo cual explicaría indudablemente el aumento de las denuncias por racismo. (…) El ejemplo más clásico es, según el psicoanalista Jorge Bruce, la traba mental que a lo largo de la década de 1980 ha impedido a los habitantes de Lima tomar conciencia de la magnitud del genocidio que tenía lugar en la región andina: cerca de 70.000 personas asesinadas a partes prácticamente iguales por el ejército y por la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso -es decir, alrededor de veinte veces más que las víctimas de Pinochet y dos veces más que los desaparecidos argentinos. "Me atrevo a señalar -añade Bruce-, que mucha gente en Lima no sentía sólo indiferencia. En el fondo, existía una fantasía de muerte, el deseo no aceptado que todos los serranos se murieran, se mataran entre ellos, y así seríamos un país mejor" Solamente al cabo de unos quince años, en 2003, la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), instituida bajo el mandato de Alejandro Toledo, sacó a la luz la magnitud de la matanza perpetrada sobre las poblaciones andinas: "Hemos encontrado al cabo de nuestras investigaciones que de cada cuatro víctimas, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua. Se trata, como sabemos los peruanos, de un sector de la población históricamente ignorado por el Estado y por la sociedad urbana, aquella que sí disfruta de los beneficios de nuestra comunidad política. […] La Comisión no ha encontrado bases para afirmar, como alguna vez se ha hecho, que éste fue un conflicto étnico. Pero sí tiene fundamento para aseverar que estas dos décadas de destrucción y muerte no habrían sido posibles sin el profundo desprecio a la población más desposeída del país, evidenciado por los miembros del PC-Sendero Luminoso y agentes del Estado por igual, ese desprecio que se encuentra entretejido en cada momento de la vida cotidiana de los peruanos". La práctica de la violación colectiva y organizada es otra faceta de la "guerra sucia" peruana: "La comisión identificó sesenta bases antisubversivas donde sistemáticamente se violaba a mujeres andinas y estos crímenes están en total impunidad. Nadie ha sido condenado y ningún militar ha aparecido siquiera a pedir perdón a las víctimas" (…) Lucha antirracista y estratagemas de la exclusión El combate contra esta discriminación profundamente arraigada pasa por varios frentes. Así, se empieza a observar en el medio televisivo tentativas dignas de alabanza, como son los guiones de telenovela de Michael Gómez y Eduardo Adrianzén, que intentan presentar a campesinos indígenas y afroperuanos interpretando roles distintos de los de criados o delincuentes. (…) En el campo estrictamente económico, las campañas de denuncia y boicot empiezan a tener un cierto éxito pues, en un país mayoritariamente cholo, el racismo tiene efectos contraproducentes en términos de marketing. (…) Existen, sin embargo, nichos de mercado donde el racismo sigue siendo por definición un buen negocio, porque es precisamente exclusividad y segregación lo que se ofrece al cliente. (…) Los nuevos vates de la "raza cobriza" A falta de un auténtico movimiento indígena, sin duda era inevitable que una corriente política organizada se apropiara de la temática etnorracial en Perú. A principios de su mandato, en 2001, el presidente Alejandro Toledo, economista formado en Stanford (California), pero originario de una ciudad miserable de la provincia andina de Ancash, hizo algún que otro gesto en el sentido de reconocer la dimensión indígena del país. Contando con su pasado de humilde limpiabotas y vendedor ambulante, así como con su fenotipo claramente indígena, durante su campaña se presentó como la reencarnación simbólica del emperador inca Pachacutec (1438-1471) y organizó su ceremonia de investidura en las ruinas de Machu Picchu, con gran despliegue de atavíos y objetos rituales. Pero fue sobre todo su esposa, Eliane Karp, una antropóloga belga especializada en el mundo quechua, la que desplegó una actividad ostensible a favor de los pueblos indígenas. Su principal iniciativa, la creación de la comisión Nacional de Pueblos Andinos, amazónicos y Afroperuanos (CONAPA), no tardó en sucumbir a la rutina burocrática y tuvo que hacer frente acusaciones en buena medida justificadas de cooptación gubernamental, nepotismo y malversación de fondos. Frente a estas veleidades sin demasiada continuidad, la reivindicación de autenticidad étnica de la familia Humala, que surgió en la misma época, constituye un fenómeno mucho más significativo. No llega a sorprendernos que sea el resultado de un movimiento político de origen militar. En un estudio sobre la "cholificación" del ejército de tierra peruano (la marina y las fuerzas aéreas continúan siendo mucho más elitistas), la antropóloga Lourdes Hurtado Meza relata su experiencia como profesora de inglés en la Escuela Militar de Chorrillos entre 1992 y 1996. Pudo entonces constatar que muchos de sus alumnos llevaban apellidos típicamente andinos: Ancco, Condori, Choquehuanca, Huaqui, Huamán, Mamani, Sulca, etc. En cambio, habían casi desaparecido los apellidos aristocráticos y/o de origen extranjero, todavía típicos de las promociones de las décadas de 1970 y 1980, como Graham., Candiot-Bellmont, Debernardi, Harbauer y Bamberger. Al hacerse cada vez más plebeyo, el ejército refleja mejor en la actualidad al país real y su composición étnica. Pero, además de esta evolución sociológica, hay que recordar las raíces propiamente ideológicas de cierto indigenismo militar. Cecilia Méndez recuerda que durante su infancia, bajo la dictadura nacionalista y con veleidades socialistas del general Velasco Alvarado (1968-1975), oyó por primera vez hablar quechua en la radio y en la televisión: "Con ese gesto el gobierno buscaba sembrar orgullo y borrar el estigma que se cierne (aún hoy) sobre esta lengua y, sobre todo, sobre quienes la hablan. (…) Ahora bien, al lado de la referencia a la guerrilla antichilena del general Cáceres, la apreciación globalmente positiva del "gobierno revolucionario de las fuerzas armadas" instaurado por Velasco Alvarado es uno de los principales marcadores identitarios del movimiento iniciado en los albores del siglo XXI por los hermanos Humala. Para el patriarca del clan, Isaac Humala, antiguo militante comunista fascinado por el pasado imperial inca (de ahí los nombres de sus hijos Pachacutec, Ima Sumac, Cusicollor, Antauro y Ollanta) y la disciplina militar, "la especie humana tiene cuatro razas, una de las cuales está prácticamente apartada. La blanca domina al mundo, la amarilla tiene dos potencias: China y Japón, y la negra, pese a no estar también como las anteriores, al menos domina su continente. En cambio, la cobriza no gobierna en ningún lado. Los blancos son el 3%, por lo tanto, en un gobierno verdaderamente justo, participarían en el 3% del poder, de la economía, de todo, […] No puede ser que el 3% domine por quinientos años al 97% de la población" Esta aritmética racial puede parecernos bastante sumaria, e incluso inquietante en su brutal biologismo, sobre todo cuando se añade al obsesivo antisemitismo destilado por la prensa etnocacerista. Pero, como señala Cecilia Méndez, los Humala son los primeros dirigentes políticos -más allá de los gestos veleidosos de la pareja presidencial Toledo- en reivindicar abierta y políticamente "[el] orgullo por los componentes 'cholos' y por los rasgos físicos y apellidos de origen quechua o aymara en un país donde instituciones, publicidad y políticos no hacen sino denigrar estos elementos (ya sea activamente o con su silencio). Ningún partido político parece considerar la discriminación racial o la exclusión lingüística como un tema central. Este asunto es usualmente dejado a las ONG y organizaciones de derechos humanos. (…)" Marc Saint Upéry, El Sueño de Bolívar. El desafío de las izquierdas sudamericanas. Ragarro 22.07.09 Un Tema de Actualidad (3-3) EL COLOR DEL PODER "La contraparte de esta prédica es un virulento discurso anti-'blanco' y anti-'pituco' (que es como se designa en el Perú a los individuos de clase alta o media-alta y rasgos blancos), una especie de racismo al revés, que constituye otro blanco del etnocentrismo. Estos sentimientos 'antiblancos' han estado presentes por largo tiempo en el Perú. Pero se expresan más velada que frontalmente; se 'actúan' y se sugieren, pero no suelen verbalizarse. La verbalización de esta agresividad 'antiblanca' y su traslado al territorio político marca un punto de ruptura" En octubre de 2000 los hermanos Humala salen del anonimato, en plena crisis terminal del gobierno Fujimori, sacudido por el escándalo de los vídeos sobre el gigantesco sistema de corrupción organizado por el Rasputín peruano, Vladimiro Montesinos. En un movimiento paralelo las protestas ciudadanas que sacudieron entonces el país, el teniente-coronel Ollanta Humala dirige durante algunos días en una región desértica del sur del país una rebelión fundamentalmente simbólica a la cabeza de unos cincuenta soldados, exigiendo la dimisión del presidente de la República y de los jefes militares implicados en el escándalo. Amnistiado después de la caída de Fujimori, este agitador con ambiciones políticas inquietantes es alejado del país por el presidente Alejandro Toledo, que lo nombra agregado militar en las embajadas peruanas de París y luego de Seúl. Ollanta, que es titular de una maestría en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Lima, aprovecha su estancia en Francia para obtener un título en Derecho Internacional en la Sorbona. Regresa al Perú en 2005, y perfila su estrategia de respetabilidad política tomando distancia con el levantamiento organizado en enero de ese mismo año por su hermano, el mayor retirado Antauro, que tomó por asalto la comisaría de la pequeña ciudad andina de Andahuaylas a la cabeza de un puñado de reservistas. Después de condenar con la boca pequeña esta aventura sangrienta, que se saldó con la muerte de cuatro policías y dos insurgentes, Ollanta lanza en octubre de 2005 su propio movimiento, el Partido Nacionalista Peruano (PNP), y anuncia su candidatura oficial a las elecciones de abril de 2006 sobre una plataforma política que recuerda en gran medida las ideas de Hugo Chávez. ¿Es Ollanta de izquierda? Según el historiador Nelson Manrique, "en tanto se declara contra el sistema, Humala se pone del lado de la izquierda; es una opción de izquierda, aunque ciertamente no es la izquierda clásica. Si bien es cierto que los planteamientos de Humala son muy vagos, lo real es que está ocupando el espacio de la izquierda". Sin embargo, al contrario de otros analistas más escépticos, Manrique coincide con Reyna en que Humala representa "un nacionalismo militarista, con un componente autoritario", y subraya que, por más que declare su admiración hacia Evo Morales y reivindique a su vez el cultivo de la hoja de coca, "en el Perú no existen partidos o movimientos indígenas organizados, como hay en Bolivia, y su asociación de Humala con lo indígena es más declarativa que orgánica" Hugo Blanco, mítico dirigente trotskista peruano, veterano de las luchas campesinas de la década de 1960 y hoy partidario del auge de un movimiento indígena en el Perú, se pronuncia en el mismo sentido: "Carlos Marx dijo que cuando la historia no encuentra su hombre lo inventa. La Historia no permite vacíos; como la izquierda abandonó la actitud confrontacional con el sistema del que la población está harta, ese vacío tenía que ser llenado por alguien; ese alguien fue Ollanta Humala. Cuando inició su campaña electoral decía algunas frases correctas contra el sistema junto a exabruptos como obligar a Estados Unidos a comprar toda la coca o declaraciones antichilenas. Luego, probablemente influenciado por Chávez y Morales, fue izquierdizándose verbalmente tomando varias reivindicaciones clásicas nuestras. Por ejemplo, durante bastante tiempo la izquierda y extensos sectores de la agricultura y defensores de la salud combatimos contra el TLC. Con mucho trabajo recolectamos la cantidad de firmas exigidas por la Constitución para lograr que haya referéndum sobre ese tema. En esa larga campaña no colaboraron ni Humala ni el humalismo. Ahora uno de los temas de su campaña es 'contra el TLC'. Javier Diez Canseco combatió duramente en el Parlamento para lograr que las grandes empresas multinacionales mineras pagaran regalías; ahora ese es uno de los puntos enarbolados por Humala" "Nos parece muy bien que tome esas banderas; sin embargo, como sólo hay promesas electorales sin un historial de lucha que lo respalde, con toda razón desconfiamos. Humala está contra la democracia interna en su movimiento. Los dirigentes elegidos por sus bases fueron desconocidos por él; impuso verticalmente, al estilo militar, las direcciones locales y nacionales. Ese método fue usado en mayor medida en la elección de candidatos. Es cierto que entre ellos hubo dirigentes populares reconocidos que él sabía que iban a atraer votos, como Elsa Malpartida y Nancy Obregón, dirigentes cocaleras, y la excelente campesina ayacuchana Juana Huancahuari. Sin embargo, junto a ellas hay miembros de la corrupta mafia fujimorista y otros, cuyo mérito fue su colaboración económica" [para financiar el PNP]" Lo que Hugo Blanco olvida mencionar es que la izquierda peruana ya no estaba en condiciones de "afrontar el sistema". En la década de 1980 la coalición marxista de Izquierda Unida gobernó durante cierto tiempo la capital y pudo representar hasta un tercio del electorado, pero las feroces y estériles luchas internas acabaron con ella. Simultáneamente, el terror que imponían los guerrilleros polpotianos de Sendero Luminoso, y más tarde la influencia del régimen de Fujimori entre las capas populares terminaron laminando la credibilidad ideológica de todo proyecto que oliera a socialismo o a comunismo. El resultado: los herederos de Izquierda Unida hace mucho que vegetan en torno al 1% del electorado, de manera que Ollanta Humala tenía el terreno despejado. En diciembre 2005, cuando estuvo claro que Fujimori, detenido en Chile mientras intentaba regresar a Perú para participar en las elecciones presidenciales, iba a pasar probablemente varios meses en la cárcel y no podría presentarse, las intenciones de voto al ex presidente de origen japonés descendieron desde el 30% al 5%, mientras que Humala subía en flecha del 4% al 27%. Un traslado de votos que el resultado de las elecciones confirmó: las regiones andinas del norte y del sur, la costa meridional y la región amazónica votaron por el militar nacionalista, mientras que las regiones más desarrolladas de Lima -que concentra cerca del 30% de la población y el 80% del PIB peruano- y la costa norte eligieron a Alan García. Son las mismas regiones que en 1990 votaron por Fujimori y en 2001 por el cholo Toledo, cuando éste, antes de decepcionar a su electorado con una gestión neoliberal mediocre, parecía representar también de alternativa a la dominación de la oligarquía blanca: "Cuando se mira con más detalle la información electoral –subraya el economista Óscar Ugarteche- salta a la vista que los votantes son los mismos que votaron por Barrantes en las presidenciales de 1985 y por las izquierdas variopintas en 1980. Es un voto anti-sistémico consistente. Esos votantes ahora no eligieron a ningún candidato de izquierda sino a un outsider, nuevamente, como fueran antes Toledo y Fujimori. Es un voto sobre todo anti-blanco" Sin embargo, al contrario que Fujimori y Toledo, Humala no era un completo desconocido. Tenía un pasado, una familia y unos aliados mucho más problemáticos, algo que los contrarios a su candidatura no perdieron la oportunidad de sacar a colación. Hubo primero una increíble escalada de insultos protagonizada por el presidente venezolano Hugo Chávez contra Alan García. El apoyo de Chávez, que Humala al principio recibió con entusiasmo, pronto se convirtió en un engorro hasta el punto que el jefe de campaña del candidato nacionalista, Carlos Tapia, llegó a suplicar públicamente al coronel venezolano que se fuera a freír espárragos (la expresión original que utilizó fue mucho más contundente). Simultáneamente, una serie de testigos y de padres de víctimas de la "guerra sucia" contra Sendero Luminoso acusaron a Ollanta Humala de haber participado en las atrocidades contra la población civil cuando combatía en el seno de una unidad responsable de la lucha antisubversiva en la región de Tingo María, en 1992. Por último, sus enérgicos esfuerzos por moderar su discurso y desmarcarse de las declaraciones estrepitosas de su hermano Antauro y de su padre Isaac -que no vacilaron en fusilar a los pitucos y a los homosexuales-, no lograron convencer a los medios de comunicación ni a buena parte de la opinión, espantada por el "fascismo andino" del clan familiar. Sin embargo, precisamente mientras la prensa etnocacerista vinculada a Antauro publicaba un sinfín de diatribas venenosas contra el sionismo internacional y la minúscula comunidad judía peruana, Ollanta Humala no escatimaba atenciones diplomáticas hacia esta última. Incluso logró ganarse la amistad del presidente de la Asociación Judía del Perú, Isaac Mekler, quien terminó presentándose como candidato al Congreso en la lista del PNP. Por su lado, el multimillonario de origen judío Isaac Galski, propietario de una importante flota pesquera y de gran parte de las conserveras de pescado peruanas (que es una industria clave), aportaba a la campaña nacionalista un apoyo económico considerable. Pero todo fue en vano, pues la noche de la segunda vuelta, el 4 de junio de 2006, Ollanta Humala no lograba aglutinar en torno a su nombre más que el 47,3% de los electores peruanos, contra el 52,6% de Alan García. Los sectores de la izquierda que habían rehusado aliarse con Humala no consiguieron siquiera un 1%. En el Congreso, la alianza humalista, organizada a toda prisa sobre la base de adhesiones a menudo muy oportunistas que incluían desde fujimoristas reciclados hasta maoístas, no tardó en fraccionarse. La alerta fue caliente para los ambientes conservadores y para la clase media de Lima, aunque es muy difícil saber qué habría dado un gobierno humalista. Así, el sociólogo Carlos Reyna cree que habría estado más cerca de Lucio Gutiérrez, el coronel ecuatoriano que pasó del status de rebelde plebeyo al de aliado oportunista de Estados Unidos, que de Hugo Chávez. Sea como fuere, y pese a la derrota del candidato autoproclamado de la mayoría chola e indígena, el resultado de las elecciones de 2006 confirma el diagnóstico de Ugarteche: hay dos Perú y la tarea de recomponer los vínculos entre ambos no será fácil para ningún gobierno. Marc Saint-Upéry, El Sueño de Bolívar. El desafío de las izquierdas sudamericanas. Nota.- Es muy cierto que la política, como la naturaleza, "tiene horror al vacío" Si este vacío no lo ocupa el Socialismo, que tiene o debe tener siempre un perfil definido, lo ocupará la izquierda, que apenas es la versión del liberalismo y su "Estado Social de Derecho" La izquierda no es sino liberalismo. El viejo nacionalismo burgués agotó su presencia en la escena política de nuestro país de manera por todos conocida. Si externamente no es más que un servil lacayo del capitalismo transnacional, internamente apenas es el masacrador de turno. En este mundo globalizado ¿puede ofrecer otro espectáculo su reemplazo, el neonacionalismo burgués? Si aún sobrevive el viejo nacionalismo es por la desorganización del pueblo trabajador, manipulado por los medios de comunicación y desde el presente siglo maniatado por la criminalización de la protesta popular. Esta política oficial neoliberal se extiende ahora por todo el mundo. (En Europa la lucha organizada ha sido reemplazada por la lucha espontánea de las masas populares) Y así no hay cómo continuar la lucha, y menos con desgatados esquemas de organización. Pero ahora no es difícil diferenciar izquierdismo de Socialismo. Aún más, es de perentoria necesidad deslindar los campos de modo resuelto y definido. Por causas conocidas, el Socialismo Peruano salió de escena por décadas enteras. Ha costado denodados esfuerzos, generación tras generación, desbrozar primero el Camino de Mariátegui para poder continuarlo después. Es el valor indiscutido del 7 de Octubre de 2008. Continuar es el gran reto actual en la organización del proletariado. El ciclo de los partidos comunistas, evidentemente ha llegado a su fin, y sólo resta hacer el balance de sus años de actividad y lucha, rescatar lo positivo, aprender de lo negativo y continuar con nuevas formas de organización. El tema del día, pues, es el trabajo orgánico. Lo que se ha hecho hasta el presente no es aún teoría. Pero la asimilación y defensa consecuentes del Camino de Mariátegui es la condición previa para poder desarrollar la teoría del Socialismo Peruano en las presentes circunstancias. Los actuales activistas tienen, pues, la oportunidad de desarrollar teoría, concretamente la teoría del Socialismo Peruano. El paso resuelto y definido de la crítica de ideas (empantanada en el "de qué se trata para oponerme") a la nueva etapa de preparación de la organización, (ligazón con las masas, utilización del proceso electoral) abre las puertas para centrar el desarrollo de la teoría en los acuciantes temas de organización. Visto así, El Color del Poder es un incentivo más para ello. Ragarro 29.07.09 |
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Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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