5 DE ABRIL. EL VERDADERO OBJETIVO
EL 5 DE ABRIL. EL VERDADERO OBJETIVO
Por GUSTAVO ESPINOZA M (*)
Hace algunos días, con motivo de recordarse los 20 años del golpe de
Alberto Fujimori, se ha escrito bastante en torno a aquel aciago
hecho. Analistas de uno u otro signo han tratado de explicar los
hechos, o interpretarlos. Desde mi punto de vista se han detenido, sin
embargo, en las acciones que tuvieron lugar aquel día -o en las que
las que ocurrieron poco antes- pero en lo fundamental, han eludido
referirse a la esencia del suceso. Ponerla en evidencia, nos ayudaría
a tener una idea más clara de lo ocurrido.
Nos dice la mitología que Jano tenía la virtud de mirar, al mismo
tiempo, en dos direcciones opuestas. Algunos políticos de nuestro
tiempo suelen usar el concepto para aconsejarlo a ciertos gobernantes.
Y les recomiendan, entonces, mirar un poco a la izquierda y otro poco
a la derecha, para tener "contentos" a estos dos segmentos de la
sociedad. Pero la leyenda no dice eso.
El mito nos asegura que Jano -uno de los dioses más antiguos del
Panteón Romano- tenía la virtud de mirar, al mismo tiempo, hacia
delante y hacia atrás. Es decir, podía otear el horizonte, rescatando,
al mismo tiempo, las lecciones del pasado. Y esto sí es válido cuando
lo que procuramos es recoger las lecciones de la historia.
Hay que admitir, por cierto, que los acontecimientos del 5 de abril de
1992 pueden interpretarse de diferente manera. Para unos, sintetizaron
la irrupción del orden constitucional concretado en un acto de fuerza
que concentró el Poder del Estado en una sola mano. Fue -ese- dicen,
el inicio de la dictadura. Para otros, fue el esfuerzo final de
alguien que tuvo conciencia de los límites de la democracia formal y
optó por rebasarlos para "acabar con la inflación y el terrorismo".
En esa ala se encuentran quienes hoy aseguran que esa, era "la única
alternativa viable". El tema es, sin embargo, más complejo. Y tiene
que ver con una esencia que suele pasar desapercibida para muchos
peruanos. Y es que para entender la naturaleza de los sucesos de abril
del 92, hay que mirar lo que ocurrió antes y lo que aconteció después,
como lo hizo Jano para explicar el sentido de sus augurios.
El derrocamiento de Belaúnde en octubre de 1968 marcó el colapso del
Poder Oligárquico y abrió paso a un orden social nuevo y distinto. Si
hoy la derecha más reaccionaria incuba odios profundos contra Juan
Velasco Alvarado, no ocurre eso por su condición de uniformado, ni por
su origen provinciano. Lo odian porque él planteó una realidad que
hizo carne en su momento: La sociedad peruana no podía seguir viviendo
como antes. Los de "arriba" no podían seguir manteniendo una situación
así, y "los de abajo" no la soportaban más. Los cambios eran no solo
indispensables, sino también inevitables.
Se puede discutir si el proceso de Velasco tuvo un "carácter
preventivo", o si él, y el núcleo militar que lo acompañó en esa
circunstancia, tuvo la habilidad suficiente para darse cuenta de las
necesidades del país. Pero esa, es hoy una discusión ociosa. Lo
importante, ahora, es reconocer que esos cambios pergeñaron un nuevo
rostro para la sociedad peruana.
Por un lado, caló muy hondo en nuestro pueblo el mensaje que simbolizó
la reforma agraria: "El patrón, ya no comerá más de tu pobreza". Por
otro, se afirmó la necesidad de un Estado que asumiera tareas de fondo
orientadas a encarar el drama que agobiaba a los peruanos: empleo,
salarios, salud, educación, vivienda; dejaron de ser formulaciones
abstractas para convertirse en requerimientos concretos y en
exigencias puntuales: la ciudadanía tomó conciencia que el Estado
debía jugar un rol protagónico para resolver las angustias de los
peruanos.
Por eso, cuando la crisis de agosto del 75 dio al traste con el rumbo
progresista impulsados hasta entonces, no significó eso el fin del
proceso ni, mucho menos, la restauración del Poder Oligárquico. Aunque
la clase históricamente dominante se dio maña para recuperar lo más
pronto que pudo algunos bastiones, no logró siquiera restablecer su
dominio en los medios de comunicación sino solo cinco años más tarde,
en 1980, con la restauración del belaundismo.
El segundo gobierno del arquitecto y el primero de García - entre 1985
y 1990-, avanzaron en el mismo derrotero, pero no pudieron tampoco
concretar sus propósitos. Quebraron muchos de los avances logrados,
como la participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de
las empresas a través de las Comunidades laborales; o liquidaron el
naciente segmento de empresas de Propiedad Social; modificaron en ruta
negativa la legislación laboral y, por supuesto, se apoderaron a la
mala de los resortes del Poder, pero no pudieron quebrar el esquema
impulsado al fragor de los cambios. Para eso, era indispensable un
gobierno neo nazi, capaz de imponer, a espaldas de los peruanos, un
"modelo" de dominación distinto, dictado por el Fondo Monetario y el
Banco Mundial. Para instaurar ese régimen, se dio el golpe del 5 de
abril.
Es rigurosamente falso que sólo "gracias al golpe" fuera posible
aprobar la legislación antiterrorista que tenían entre manos los
servicios de inteligencia de la época. O que el programa económico
resultara inaplicable. El primero, fue dictado antes gracias al
otorgamiento de "facultades delegadas" dispuesto por el Congreso en
beneficio del Ejecutivo. Eso dio lugar al alud de decretos que crearon
tribunales especiales, sentencias anónimas, jueces sin rostro, penas
draconianas, centros clandestinos de reclusión y otros. Pero también
rigió en el plano de la economía. El "paquete" salvaje que "terminó
con la inflación" no se impuso luego del 5 de abril, sino desde un
inicio. Fue el programa Hurtado Miller, del 8 de agosto de 1990. En
esos daños –lo dijo el diario El Comercio en su edición del domingo 17
de enero de 1993- "Todos los caminos llevan al FMI, y todos salen de
allí". El paraíso para el Gran Capital, por
cierto.
El 5 de abril sirvió entonces para otra cosa: para quebrar al pueblo
que, aunque debilitado por la división de IU, seguía incubando
posiciones contestatarias; destruir la estructura sindical dado que
los trabajadores constituían la resistencia más activa; y ganar la
conciencia ciudadana haciéndole concebir la idea de una "amenaza
mayor" que solo podría evitarse en base a "grandes sacrificios".
Sendero Luminoso era, para ese efecto, una carta que se venía
trabajando laboriosamente. La "inteligencia" -de aquí y de afuera-
había logrado convertir a una pequeña, minúscula e improductiva
estructura política en una descomunal organización terrorista capaz de
apagar ciudades, volar torres de alta tensión, matar autoridades,
colocar coches bomba, fraguar Paros Armados, promover líderes de talla
universal, hablar de un imaginario "equilibrio estratégico" que ponía
el Poder al borde del colapso. En tal esquema, -y ante una sociedad
simplemente aterrada- un 5 de abril era "la alternativa". Por eso se
dice que sus impulsores "salvaron al país". Y por eso, hoy hay quienes
los justifican y amparan. Por eso también, el Golpe encontró acogida
popular.
En diciembre de ese mismo año, el alevoso asesinato de Pedro Huilca
Tecse -hechura del régimen- fue el signo distintivo de esas
intenciones. Fue ciertamente un crimen simbólico, como el asesinato de
Giácomo Matteotti en la Italia fascista, en 1924. Y tuvo enorme
trascendencia. Por un lado, paralizó al cuerpo social. Por otro, abrió
la puerta para que se afirmaran las posiciones más conciliadoras y
oportunistas tanto en el plano político como sindical; pero, además,
sirvió para engañar a incautos con la misma monserga de siempre: "un
crimen senderista". Y hasta hubo una "edición clandestina" del diario
de Arce Borja para "confirmarlo".
Instaurado el Poder Neo Nazi tras el patibulario rostro de Alberto
Fujimori, vino el saqueo de la hacienda pública. Y es que quienes
actuaron a la sombra del Banco Mundial y del FMI no se resignaron a
que sólo los "más ricos" se llevaran "la suya". También se sintieron
en el derecho a "compartir el pastel" por lo que optaron por alzarse a
manos llenas todo lo que encontraron en su entorno.
Hay quienes dicen que "el error"" de Fujimori fue el haber "tentado"
una nueva reelección. Si se "hubiese quedado ahí" no habría pasado
nada, aseguran. Pero eso no era posible. Para la Mafia era
indispensable sumar tres periodos consecutivos de gestión gubernativa:
el primero, para insertarse en todos los resortes de la estructura del
Estado; el segundo, para robar a manos llenas; y el tercero, para
borrar toda huella a fin de garantizar su impunidad. Precisamente
porque no pudieron concretar ese "tercer periodo" fue posible
descubrirlos y desenmascararlos. Encontrarlos virtualmente, con "las
manos en la masa". Si -hipotéticamente- se hubiesen quedado cinco años
más en la conducción del Estado, habrían podido borrar el rastro de
sus delitos. Porque eso no fue posible, es que -mal que bien- Fujimori
y varios de sus colaboradores más inmediatos, están tras las rejas,
aunque gocen de privilegios inauditos. Se justifica
la ira de Ollanta Humala en Huaycán.
No es, entonces, ni "explicable", ni "justificable" el 5 de abril. Es
un acontecimiento oneroso e infausto en la historia del Perú. Puesto
en evidencia su más claro objetivo, merece el más categórico repudio
ciudadano. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera /
http://nuestrabandera.lamula.pe
--
EL 5 DE ABRIL. EL VERDADERO OBJETIVO
Por GUSTAVO ESPINOZA M (*)
Hace algunos días, con motivo de recordarse los 20 años del golpe de
Alberto Fujimori, se ha escrito bastante en torno a aquel aciago
hecho. Analistas de uno u otro signo han tratado de explicar los
hechos, o interpretarlos. Desde mi punto de vista se han detenido, sin
embargo, en las acciones que tuvieron lugar aquel día -o en las que
las que ocurrieron poco antes- pero en lo fundamental, han eludido
referirse a la esencia del suceso. Ponerla en evidencia, nos ayudaría
a tener una idea más clara de lo ocurrido.
Nos dice la mitología que Jano tenía la virtud de mirar, al mismo
tiempo, en dos direcciones opuestas. Algunos políticos de nuestro
tiempo suelen usar el concepto para aconsejarlo a ciertos gobernantes.
Y les recomiendan, entonces, mirar un poco a la izquierda y otro poco
a la derecha, para tener "contentos" a estos dos segmentos de la
sociedad. Pero la leyenda no dice eso.
El mito nos asegura que Jano -uno de los dioses más antiguos del
Panteón Romano- tenía la virtud de mirar, al mismo tiempo, hacia
delante y hacia atrás. Es decir, podía otear el horizonte, rescatando,
al mismo tiempo, las lecciones del pasado. Y esto sí es válido cuando
lo que procuramos es recoger las lecciones de la historia.
Hay que admitir, por cierto, que los acontecimientos del 5 de abril de
1992 pueden interpretarse de diferente manera. Para unos, sintetizaron
la irrupción del orden constitucional concretado en un acto de fuerza
que concentró el Poder del Estado en una sola mano. Fue -ese- dicen,
el inicio de la dictadura. Para otros, fue el esfuerzo final de
alguien que tuvo conciencia de los límites de la democracia formal y
optó por rebasarlos para "acabar con la inflación y el terrorismo".
En esa ala se encuentran quienes hoy aseguran que esa, era "la única
alternativa viable". El tema es, sin embargo, más complejo. Y tiene
que ver con una esencia que suele pasar desapercibida para muchos
peruanos. Y es que para entender la naturaleza de los sucesos de abril
del 92, hay que mirar lo que ocurrió antes y lo que aconteció después,
como lo hizo Jano para explicar el sentido de sus augurios.
El derrocamiento de Belaúnde en octubre de 1968 marcó el colapso del
Poder Oligárquico y abrió paso a un orden social nuevo y distinto. Si
hoy la derecha más reaccionaria incuba odios profundos contra Juan
Velasco Alvarado, no ocurre eso por su condición de uniformado, ni por
su origen provinciano. Lo odian porque él planteó una realidad que
hizo carne en su momento: La sociedad peruana no podía seguir viviendo
como antes. Los de "arriba" no podían seguir manteniendo una situación
así, y "los de abajo" no la soportaban más. Los cambios eran no solo
indispensables, sino también inevitables.
Se puede discutir si el proceso de Velasco tuvo un "carácter
preventivo", o si él, y el núcleo militar que lo acompañó en esa
circunstancia, tuvo la habilidad suficiente para darse cuenta de las
necesidades del país. Pero esa, es hoy una discusión ociosa. Lo
importante, ahora, es reconocer que esos cambios pergeñaron un nuevo
rostro para la sociedad peruana.
Por un lado, caló muy hondo en nuestro pueblo el mensaje que simbolizó
la reforma agraria: "El patrón, ya no comerá más de tu pobreza". Por
otro, se afirmó la necesidad de un Estado que asumiera tareas de fondo
orientadas a encarar el drama que agobiaba a los peruanos: empleo,
salarios, salud, educación, vivienda; dejaron de ser formulaciones
abstractas para convertirse en requerimientos concretos y en
exigencias puntuales: la ciudadanía tomó conciencia que el Estado
debía jugar un rol protagónico para resolver las angustias de los
peruanos.
Por eso, cuando la crisis de agosto del 75 dio al traste con el rumbo
progresista impulsados hasta entonces, no significó eso el fin del
proceso ni, mucho menos, la restauración del Poder Oligárquico. Aunque
la clase históricamente dominante se dio maña para recuperar lo más
pronto que pudo algunos bastiones, no logró siquiera restablecer su
dominio en los medios de comunicación sino solo cinco años más tarde,
en 1980, con la restauración del belaundismo.
El segundo gobierno del arquitecto y el primero de García - entre 1985
y 1990-, avanzaron en el mismo derrotero, pero no pudieron tampoco
concretar sus propósitos. Quebraron muchos de los avances logrados,
como la participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de
las empresas a través de las Comunidades laborales; o liquidaron el
naciente segmento de empresas de Propiedad Social; modificaron en ruta
negativa la legislación laboral y, por supuesto, se apoderaron a la
mala de los resortes del Poder, pero no pudieron quebrar el esquema
impulsado al fragor de los cambios. Para eso, era indispensable un
gobierno neo nazi, capaz de imponer, a espaldas de los peruanos, un
"modelo" de dominación distinto, dictado por el Fondo Monetario y el
Banco Mundial. Para instaurar ese régimen, se dio el golpe del 5 de
abril.
Es rigurosamente falso que sólo "gracias al golpe" fuera posible
aprobar la legislación antiterrorista que tenían entre manos los
servicios de inteligencia de la época. O que el programa económico
resultara inaplicable. El primero, fue dictado antes gracias al
otorgamiento de "facultades delegadas" dispuesto por el Congreso en
beneficio del Ejecutivo. Eso dio lugar al alud de decretos que crearon
tribunales especiales, sentencias anónimas, jueces sin rostro, penas
draconianas, centros clandestinos de reclusión y otros. Pero también
rigió en el plano de la economía. El "paquete" salvaje que "terminó
con la inflación" no se impuso luego del 5 de abril, sino desde un
inicio. Fue el programa Hurtado Miller, del 8 de agosto de 1990. En
esos daños –lo dijo el diario El Comercio en su edición del domingo 17
de enero de 1993- "Todos los caminos llevan al FMI, y todos salen de
allí". El paraíso para el Gran Capital, por
cierto.
El 5 de abril sirvió entonces para otra cosa: para quebrar al pueblo
que, aunque debilitado por la división de IU, seguía incubando
posiciones contestatarias; destruir la estructura sindical dado que
los trabajadores constituían la resistencia más activa; y ganar la
conciencia ciudadana haciéndole concebir la idea de una "amenaza
mayor" que solo podría evitarse en base a "grandes sacrificios".
Sendero Luminoso era, para ese efecto, una carta que se venía
trabajando laboriosamente. La "inteligencia" -de aquí y de afuera-
había logrado convertir a una pequeña, minúscula e improductiva
estructura política en una descomunal organización terrorista capaz de
apagar ciudades, volar torres de alta tensión, matar autoridades,
colocar coches bomba, fraguar Paros Armados, promover líderes de talla
universal, hablar de un imaginario "equilibrio estratégico" que ponía
el Poder al borde del colapso. En tal esquema, -y ante una sociedad
simplemente aterrada- un 5 de abril era "la alternativa". Por eso se
dice que sus impulsores "salvaron al país". Y por eso, hoy hay quienes
los justifican y amparan. Por eso también, el Golpe encontró acogida
popular.
En diciembre de ese mismo año, el alevoso asesinato de Pedro Huilca
Tecse -hechura del régimen- fue el signo distintivo de esas
intenciones. Fue ciertamente un crimen simbólico, como el asesinato de
Giácomo Matteotti en la Italia fascista, en 1924. Y tuvo enorme
trascendencia. Por un lado, paralizó al cuerpo social. Por otro, abrió
la puerta para que se afirmaran las posiciones más conciliadoras y
oportunistas tanto en el plano político como sindical; pero, además,
sirvió para engañar a incautos con la misma monserga de siempre: "un
crimen senderista". Y hasta hubo una "edición clandestina" del diario
de Arce Borja para "confirmarlo".
Instaurado el Poder Neo Nazi tras el patibulario rostro de Alberto
Fujimori, vino el saqueo de la hacienda pública. Y es que quienes
actuaron a la sombra del Banco Mundial y del FMI no se resignaron a
que sólo los "más ricos" se llevaran "la suya". También se sintieron
en el derecho a "compartir el pastel" por lo que optaron por alzarse a
manos llenas todo lo que encontraron en su entorno.
Hay quienes dicen que "el error"" de Fujimori fue el haber "tentado"
una nueva reelección. Si se "hubiese quedado ahí" no habría pasado
nada, aseguran. Pero eso no era posible. Para la Mafia era
indispensable sumar tres periodos consecutivos de gestión gubernativa:
el primero, para insertarse en todos los resortes de la estructura del
Estado; el segundo, para robar a manos llenas; y el tercero, para
borrar toda huella a fin de garantizar su impunidad. Precisamente
porque no pudieron concretar ese "tercer periodo" fue posible
descubrirlos y desenmascararlos. Encontrarlos virtualmente, con "las
manos en la masa". Si -hipotéticamente- se hubiesen quedado cinco años
más en la conducción del Estado, habrían podido borrar el rastro de
sus delitos. Porque eso no fue posible, es que -mal que bien- Fujimori
y varios de sus colaboradores más inmediatos, están tras las rejas,
aunque gocen de privilegios inauditos. Se justifica
la ira de Ollanta Humala en Huaycán.
No es, entonces, ni "explicable", ni "justificable" el 5 de abril. Es
un acontecimiento oneroso e infausto en la historia del Perú. Puesto
en evidencia su más claro objetivo, merece el más categórico repudio
ciudadano. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera /
http://nuestrabandera.lamula.pe
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