Elecciones 2011 y Análisis de Clase
PALABRAS PROFÉTICAS
Hoy ya nadie cree en milagros, a Dios gracias. La profecía milagrosa no es más que una fábula. Pero, la profecía científica es un hecho. Y en nuestros días, cuando encontramos en derredor muy frecuentemente el abatimiento vergonzoso e incluso la desesperación, es útil recordar una profecía científica que se ha confirmado.
En 1887, Federico Engels, en el prólogo al folleto de Segismundo Borkheim: En memoria de los ultrapatriotas alemanes, 1806-1807(Zur Erinnerung für die deutschen Mordspatrioten, 1806-1807) (folleto que llevaba el número XXIV de la “Biblioteca socialdemócrata”, que se publicaba en 1888 en Göttingen-Zurich), tuvo la oportunidad de escribir sobre la futura guerra mundial.
He aquí cómo juzgaba Federico Engels la futura guerra mundial, hace ya más de 30 años:
“…Para Prusia-Alemania, en la actualidad no es posible ya ninguna otra guerra que la guerra mundial. Y ésta será una guerra mundial de escala y ferocidad sin precedente. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, al hacerlo, devastarán toda Europa, hasta tal punto como nunca lo han hecho las nubes de langosta. La devastación causada por la Guerra de los Treinta Años, comprimida en un plazo de tres a cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias y el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria, el desorden irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, en la industria y en el crédito; todo esto terminará con la bancarrota general; el derrumbamiento de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria, derrumbamiento tan grande que las coronas se verán tiradas por docenas a las calles y no habrá nadie que quiera recogerlas; es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto y quién será el vencedor en esta contienda; pero un solo resultado es: el agotamiento general y las creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera.
Tal es la perspectiva, si el sistema de la mutua competencia en los armamentos, llevado a su extremo, da, al fin, sus inevitables frutos. He aquí, señores reyes y estadistas, a dónde ha llevado a la vieja Europa vuestra sabiduría. Y si no les queda otro remedio que empezar la última gran danza guerrera, no vamos a afligirnos mucho (uns kann es recht sein) Puede ser que la guerra tal vez nos relegue temporalmente a un segundo plano, puede ser que nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas. Pero cuando hayan desatado las fuerzas que más tarde no seréis ya capaces de dominar, cualquiera que sea el curso de los acontecimientos, al final de la tragedia os convertiréis en ruinas y el triunfo del proletariado, o habrá sido conquistado ya, o será, a pesar de todo (doch), inevitable.”
Federico Engels
Londres, 15 de diciembre de 1887
¡Qué genial profecía! ¡Y cuán infinitamente rica en ideas es cada frase de este análisis científico de clase, exacto, claro, conciso! ¡Cuánto provecho para sí podrán sacar de él los que, en nuestros días, se entregan a la vergonzante pusilanimidad, al desaliento y a la desesperación, si…, si la gente acostumbrada a ser lacayo de la burguesía o los que se dejaron atemorizar por ella, supieran meditar, fuesen capaces de meditar!
Alguna que otra cosa prevista por Engels se realizó de un modo distinto, pues no podía esperase que el mundo y el capitalismo no sufrieran cambios en el transcurso de los treinta años de desarrollo imperialista vertiginosamente rápido. Pero lo más asombroso es que tantas de las cosas previstas por Engels se está cumpliendo “al pie de la letra” Esto se debe a que Engels hizo un análisis de clase irreprochablemente exacto y las clases y sus relaciones recíprocas siguen siendo las mismas.
“…Puede ser que la guerra tal vez nos relegue temporalmente a un segundo plano…” Las cosas transcurrieron, precisamente, por ese camino, pero fueron más lejos aún y en peor forma: una parte de los “relegados a un segundo plano”, los socialchovinistas y de sus “semiadversarios” faltos de carácter, los kautskianos, empezaron a cantar loas a su movimiento hacia atrás y se convirtieron en renegados y traidores directos del socialismo.
“…Puede ser que la guerra tal vez nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas”… Toda una serie de posiciones “legales” han sido arrebatadas a la clase obrera. En cambio, ésta se ha templado en las pruebas y recibe lecciones crueles, pero útiles, de organización clandestina, de lucha ilegal, de preparación de sus fuerzas para el asalto revolucionario.
“…Las coronas se verán tiradas por decenas”… Ya han caído unas cuantas coronas y, entre ellas, una que vale por una docena de coronas: la del autócrata de todas las Rusias, Nicolás Romanov.
“…Es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto”… Después de cuatro años de guerra esta imposibilidad absoluta, si se me permite la expresión, es aún más absoluta.
“…El desorden irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, en la industria y en el crédito”… Al finalizar el cuarto año de guerra, esto se puso de manifiesto totalmente en uno de los Estados más grandes y más atrasados, que fue arrastrado por los capitalistas a la guerra, en Rusia. ¿Pero, acaso el hambre creciente en Alemania y en Austria, la escasez de vestido y de materias primas y el desgaste de los medios de producción no son prueba de que una situación igual se avecina también, con enorme rapidez, en otros países?
Engels describe las consecuencias acarreadas únicamente por la guerra “exterior”, sin referirse a la guerra interior, es decir, a la guerra civil, sin la cual no ha ocurrido todavía ninguna revolución importante en la historia, sin la cual no se ha imaginado el tránsito del capitalismo al socialismo ningún marxista serio. Y si la guerra exterior puede continuar por cierto tiempo sin provocar el “desorden irremediable” en el “mecanismo artificial” del capitalismo, es evidente, que la guerra civil ya no es posible imaginársela sin semejantes consecuencias.
Qué estupidez, qué falta de carácter -sin referirnos al servilismo interesado de la burguesía- revelan los que siguiendo llamándose “socialistas”, como los de Nóvaia Zhisn”, los mencheviques, los eseristas de derecha, etc., destacan maliciosamente las manifestaciones de este “desorden irremediable, achacando la culpa de todo al proletariado revolucionario, al Poder soviético, a la “utopías” del tránsito al socialismo. El “desorden” -la ruina, según magnífica expresión rusa- es provocado por la guerra. No puede haber una guerra grave sin ruina. No puede haber guerra civil, esa condición indispensable y satélite de la revolución socialista, sin ruina. Renegar de la revolución y del socialismo “a causa” de la ruina, significa únicamente revelar la falta de principios y pasarse, de hecho, al lado de la burguesía.
“…El hambre, las epidemias, el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria…” ¡Con cuánta sencillez y claridad hace Engels esta conclusión irrefutable, evidente para todo el que sea capaz de meditar siquiera sea un poco, en las consecuencias objetivas de una guerra penosa, cruenta y de muchos años de duración! Y cuán asombrosamente estúpidos son los numerosos “socialdemócratas” y los “socialistas” de pega que no quieren o no pueden profundizar en esta idea tan sencilla.
¿Es posible una guerra de muchos años de duración sin el embrutecimiento de las tropas y de las masas populares? ¡Claro que no! Tales consecuencias de una guerra prolongada son indiscutiblemente inevitables para varios años, si no para toda una generación. Pero nuestros “hombres enfundados”, los filisteos de la intelectualidad burguesa que se llaman a sí mismos “socialdemócratas” y “socialistas”, haciendo coro a la burguesía, achacan a la revolución las manifestaciones de brutalidad o la inevitable dureza de las medidas de lucha contra los casos especialmente graves de brutalidad, aunque es tan claro como la luz del sol que aquella es originada por la guerra imperialista y que ninguna revolución es capaz de deshacerse de semejantes consecuencias y sin una serie de duras represiones.
Nuestros melosos escritores de Nóvaia Zhizn, de Vperiod o de Dielo Naroda están dispuestos a admitir “teóricamente” la revolución realizada por el proletariado y las demás clases oprimidas, pero sólo a condición de que esta revolución caiga del cielo, en vez de nacer y crecer en una tierra anegada de sangre por la matanza de los pueblos durante cuatro años de guerra imperialista, entre millones y millones de seres exhaustos, agotados y embrutecidos en el curso de esta matanza.
Ellos creyeron y admitieron “teóricamente” que la revolución debe ser comparada a un parto; pero, cuando se llegó a los hechos, se acobardaron miserablemente y el lloriqueo de sus inmundos espíritus se hizo eco de los malignos ataques de la burguesía contra la insurrección del proletariado. Consideremos la descripción de un parto en la literatura, donde la finalidad del autor es la reconstrucción veraz de toda la dureza, todo el martirio, todos los horrores de este acontecimiento, por ejemplo la descripción de Emile Zola en La joie de vivre (La alegría de vivir) o la de Veresáiev en Memorias de un médico. El nacimiento del ser humano va acompañado de un proceso que convierte a la mujer en un trozo de carne inanimada, torturada y desgarrada, enloquecida de dolor y bañada de sangre. ¿Pero habrá alguien que reconozca como hombre al “individuo” que vea en el amor, en sus consecuencias, en el hecho de convertirse la mujer en madre, únicamente este aspecto? ¿Quién renunciaría al amor y a la procreación por este motivo?
El alumbramiento es a veces fácil y otras penoso. Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, hablaron siempre de los largos sufrimientos del parto inevitablemente ligados al tránsito del capitalismo al socialismo. Y Engels, al analizar las consecuencias de una guerra mundial, describe, de modo sencillo y claro el hecho evidente e indiscutible de que la revolución que sigue a la guerra, que estalla en relación con la misma (y con mayor razón todavía -añadiremos por nuestra parte-, la revolución que estalló en el período de la guerra y que se ve obligada a desarrollarse y defenderse en medio de la guerra mundial que la rodea), semejante revolución es un caso de alumbramiento especialmente grave.
Al concebir claramente este hecho, Engels habla con particular cautela del nacimiento del socialismo, al que dará a luz la sociedad capitalista que se hunde en la guerra mundial. “Sólo el resultado (de la guerra mundial) -dice Engels- es absolutamente indudable: el agotamiento general y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera”
Y este mismo pensamiento está expresado con mayor claridad aún al final del prólogo que analizamos:
“…Al final de la tragedia os convertiréis (los capitalistas y terratenientes, los reyes y estadistas de la burguesía) en ruinas y el triunfo del proletariado, o habrá sido conquistado ya, o será, a pesar de todo, inevitable”
Los partos difíciles aumentan, multiplicándolo, el peligro de enfermedad mortal o de un fatal desenlace. Pero, si bien algunas personas mueren a causa del parto, la nueva sociedad surgida del seno de la formación antigua, no puede sucumbir y sólo será más torturante, más prolongado su nacimiento, más lentos su crecimiento y desarrollo.
Todavía no se ha llegado al final de la guerra. Pero sí ha llegado ya al agotamiento general. De los dos resultados inmediatos de la guerra previstos por Engels como probables (o el triunfo de la clase obrera ya conquistado, o la creación de las condiciones que lo hacen inevitable, a pesar de todas las dificultades), en la actualidad, a mediados del año 1918, estamos en presencia de ambos.
En uno de los países capitalistas, en el menos desarrollado, la victoria de la clase obrera ya ha sido conquistada. En los demás países, con el enorme esfuerzo de sufrimientos inauditos, se crean las condiciones que hacen esta victoria, “a pesar de todo, inevitable”
¡Que graznen los filisteos “socialistas”, que se irrite y se enfurezca la burguesía! Únicamente los que cierran los ojos para no ver y se tapan los oídos para no oír, pueden dejar de observar que, en todo el mundo, para la vieja sociedad capitalista, preñada de socialismo, han empezado los dolores del parto. A nuestro país, destacado temporalmente por el curso de los acontecimientos a la vanguardia de la revolución socialista, le han correspondido los sufrimientos, particularmente agudos, del primer período del alumbramiento que ha empezado ya. Tenemos todos los motivos para mirar con plena firmeza y absoluta seguridad el porvenir, que nos prepara nuevos aliados y nuevos triunfos de la revolución socialista en una serie de países más avanzados. Tenemos derecho a enorgullecernos y considerarnos felices por el hecho de que nos haya tocado en suerte ser los primeros en derribar, en un rincón de la Tierra, a la fiera salvaje, al capitalismo, que anegó al mundo en sangre y llevó a la humanidad hasta el hambre y el embrutecimiento y que, ineludiblemente, sucumbirá pronto, por monstruosamente feroces que sean las manifestaciones de su furia en la agonía.
Nicolás Lenin
29 de junio de 1918
Pravda, número 133, 2 de julio de 1918
(Obras completas, t. XXVII)
Nota.- Como señala Lenin, si la profecía milagrosa es una fábula, la profecía científica es un hecho. En la profecía milagrosa se adulteran las fechas, y se escribe un suceso como que “se producirá”, cuando en verdad ya se ha producido con anterioridad, impactando de esta manera en el creyente. Es tarea de adivinos y pitonisas
El pronóstico en el marxismo se basa en el análisis de clase. Y por eso hace un mes se pronosticó POR QUÉ YA GANO OLLANTA HUMALA (05.05.11)
Y es que estas elecciones de 2011 no son sino continuación de las elecciones de 2006. Ollanta Humala (PNP) tenía que hacer “turno” para reemplazar el falso y caduco nacionalismo (APRA), agotado en sus servicios al sistema dominante. ¡Y reconstituirlo!
Pero de ahora en adelante, con la Organización del Proletariado volverá a estar en primer plano el Socialismo Peruano, que lucha por un Perú Integral.
¡Así de simple!
Ragarro
06.06.11
PALABRAS PROFÉTICAS
Hoy ya nadie cree en milagros, a Dios gracias. La profecía milagrosa no es más que una fábula. Pero, la profecía científica es un hecho. Y en nuestros días, cuando encontramos en derredor muy frecuentemente el abatimiento vergonzoso e incluso la desesperación, es útil recordar una profecía científica que se ha confirmado.
En 1887, Federico Engels, en el prólogo al folleto de Segismundo Borkheim: En memoria de los ultrapatriotas alemanes, 1806-1807(Zur Erinnerung für die deutschen Mordspatrioten, 1806-1807) (folleto que llevaba el número XXIV de la “Biblioteca socialdemócrata”, que se publicaba en 1888 en Göttingen-Zurich), tuvo la oportunidad de escribir sobre la futura guerra mundial.
He aquí cómo juzgaba Federico Engels la futura guerra mundial, hace ya más de 30 años:
“…Para Prusia-Alemania, en la actualidad no es posible ya ninguna otra guerra que la guerra mundial. Y ésta será una guerra mundial de escala y ferocidad sin precedente. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, al hacerlo, devastarán toda Europa, hasta tal punto como nunca lo han hecho las nubes de langosta. La devastación causada por la Guerra de los Treinta Años, comprimida en un plazo de tres a cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias y el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria, el desorden irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, en la industria y en el crédito; todo esto terminará con la bancarrota general; el derrumbamiento de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria, derrumbamiento tan grande que las coronas se verán tiradas por docenas a las calles y no habrá nadie que quiera recogerlas; es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto y quién será el vencedor en esta contienda; pero un solo resultado es: el agotamiento general y las creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera.
Tal es la perspectiva, si el sistema de la mutua competencia en los armamentos, llevado a su extremo, da, al fin, sus inevitables frutos. He aquí, señores reyes y estadistas, a dónde ha llevado a la vieja Europa vuestra sabiduría. Y si no les queda otro remedio que empezar la última gran danza guerrera, no vamos a afligirnos mucho (uns kann es recht sein) Puede ser que la guerra tal vez nos relegue temporalmente a un segundo plano, puede ser que nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas. Pero cuando hayan desatado las fuerzas que más tarde no seréis ya capaces de dominar, cualquiera que sea el curso de los acontecimientos, al final de la tragedia os convertiréis en ruinas y el triunfo del proletariado, o habrá sido conquistado ya, o será, a pesar de todo (doch), inevitable.”
Federico Engels
Londres, 15 de diciembre de 1887
¡Qué genial profecía! ¡Y cuán infinitamente rica en ideas es cada frase de este análisis científico de clase, exacto, claro, conciso! ¡Cuánto provecho para sí podrán sacar de él los que, en nuestros días, se entregan a la vergonzante pusilanimidad, al desaliento y a la desesperación, si…, si la gente acostumbrada a ser lacayo de la burguesía o los que se dejaron atemorizar por ella, supieran meditar, fuesen capaces de meditar!
Alguna que otra cosa prevista por Engels se realizó de un modo distinto, pues no podía esperase que el mundo y el capitalismo no sufrieran cambios en el transcurso de los treinta años de desarrollo imperialista vertiginosamente rápido. Pero lo más asombroso es que tantas de las cosas previstas por Engels se está cumpliendo “al pie de la letra” Esto se debe a que Engels hizo un análisis de clase irreprochablemente exacto y las clases y sus relaciones recíprocas siguen siendo las mismas.
“…Puede ser que la guerra tal vez nos relegue temporalmente a un segundo plano…” Las cosas transcurrieron, precisamente, por ese camino, pero fueron más lejos aún y en peor forma: una parte de los “relegados a un segundo plano”, los socialchovinistas y de sus “semiadversarios” faltos de carácter, los kautskianos, empezaron a cantar loas a su movimiento hacia atrás y se convirtieron en renegados y traidores directos del socialismo.
“…Puede ser que la guerra tal vez nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas”… Toda una serie de posiciones “legales” han sido arrebatadas a la clase obrera. En cambio, ésta se ha templado en las pruebas y recibe lecciones crueles, pero útiles, de organización clandestina, de lucha ilegal, de preparación de sus fuerzas para el asalto revolucionario.
“…Las coronas se verán tiradas por decenas”… Ya han caído unas cuantas coronas y, entre ellas, una que vale por una docena de coronas: la del autócrata de todas las Rusias, Nicolás Romanov.
“…Es absolutamente imposible prever cómo terminará todo esto”… Después de cuatro años de guerra esta imposibilidad absoluta, si se me permite la expresión, es aún más absoluta.
“…El desorden irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, en la industria y en el crédito”… Al finalizar el cuarto año de guerra, esto se puso de manifiesto totalmente en uno de los Estados más grandes y más atrasados, que fue arrastrado por los capitalistas a la guerra, en Rusia. ¿Pero, acaso el hambre creciente en Alemania y en Austria, la escasez de vestido y de materias primas y el desgaste de los medios de producción no son prueba de que una situación igual se avecina también, con enorme rapidez, en otros países?
Engels describe las consecuencias acarreadas únicamente por la guerra “exterior”, sin referirse a la guerra interior, es decir, a la guerra civil, sin la cual no ha ocurrido todavía ninguna revolución importante en la historia, sin la cual no se ha imaginado el tránsito del capitalismo al socialismo ningún marxista serio. Y si la guerra exterior puede continuar por cierto tiempo sin provocar el “desorden irremediable” en el “mecanismo artificial” del capitalismo, es evidente, que la guerra civil ya no es posible imaginársela sin semejantes consecuencias.
Qué estupidez, qué falta de carácter -sin referirnos al servilismo interesado de la burguesía- revelan los que siguiendo llamándose “socialistas”, como los de Nóvaia Zhisn”, los mencheviques, los eseristas de derecha, etc., destacan maliciosamente las manifestaciones de este “desorden irremediable, achacando la culpa de todo al proletariado revolucionario, al Poder soviético, a la “utopías” del tránsito al socialismo. El “desorden” -la ruina, según magnífica expresión rusa- es provocado por la guerra. No puede haber una guerra grave sin ruina. No puede haber guerra civil, esa condición indispensable y satélite de la revolución socialista, sin ruina. Renegar de la revolución y del socialismo “a causa” de la ruina, significa únicamente revelar la falta de principios y pasarse, de hecho, al lado de la burguesía.
“…El hambre, las epidemias, el embrutecimiento general, tanto de las tropas como de las masas populares, provocado por la extrema miseria…” ¡Con cuánta sencillez y claridad hace Engels esta conclusión irrefutable, evidente para todo el que sea capaz de meditar siquiera sea un poco, en las consecuencias objetivas de una guerra penosa, cruenta y de muchos años de duración! Y cuán asombrosamente estúpidos son los numerosos “socialdemócratas” y los “socialistas” de pega que no quieren o no pueden profundizar en esta idea tan sencilla.
¿Es posible una guerra de muchos años de duración sin el embrutecimiento de las tropas y de las masas populares? ¡Claro que no! Tales consecuencias de una guerra prolongada son indiscutiblemente inevitables para varios años, si no para toda una generación. Pero nuestros “hombres enfundados”, los filisteos de la intelectualidad burguesa que se llaman a sí mismos “socialdemócratas” y “socialistas”, haciendo coro a la burguesía, achacan a la revolución las manifestaciones de brutalidad o la inevitable dureza de las medidas de lucha contra los casos especialmente graves de brutalidad, aunque es tan claro como la luz del sol que aquella es originada por la guerra imperialista y que ninguna revolución es capaz de deshacerse de semejantes consecuencias y sin una serie de duras represiones.
Nuestros melosos escritores de Nóvaia Zhizn, de Vperiod o de Dielo Naroda están dispuestos a admitir “teóricamente” la revolución realizada por el proletariado y las demás clases oprimidas, pero sólo a condición de que esta revolución caiga del cielo, en vez de nacer y crecer en una tierra anegada de sangre por la matanza de los pueblos durante cuatro años de guerra imperialista, entre millones y millones de seres exhaustos, agotados y embrutecidos en el curso de esta matanza.
Ellos creyeron y admitieron “teóricamente” que la revolución debe ser comparada a un parto; pero, cuando se llegó a los hechos, se acobardaron miserablemente y el lloriqueo de sus inmundos espíritus se hizo eco de los malignos ataques de la burguesía contra la insurrección del proletariado. Consideremos la descripción de un parto en la literatura, donde la finalidad del autor es la reconstrucción veraz de toda la dureza, todo el martirio, todos los horrores de este acontecimiento, por ejemplo la descripción de Emile Zola en La joie de vivre (La alegría de vivir) o la de Veresáiev en Memorias de un médico. El nacimiento del ser humano va acompañado de un proceso que convierte a la mujer en un trozo de carne inanimada, torturada y desgarrada, enloquecida de dolor y bañada de sangre. ¿Pero habrá alguien que reconozca como hombre al “individuo” que vea en el amor, en sus consecuencias, en el hecho de convertirse la mujer en madre, únicamente este aspecto? ¿Quién renunciaría al amor y a la procreación por este motivo?
El alumbramiento es a veces fácil y otras penoso. Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, hablaron siempre de los largos sufrimientos del parto inevitablemente ligados al tránsito del capitalismo al socialismo. Y Engels, al analizar las consecuencias de una guerra mundial, describe, de modo sencillo y claro el hecho evidente e indiscutible de que la revolución que sigue a la guerra, que estalla en relación con la misma (y con mayor razón todavía -añadiremos por nuestra parte-, la revolución que estalló en el período de la guerra y que se ve obligada a desarrollarse y defenderse en medio de la guerra mundial que la rodea), semejante revolución es un caso de alumbramiento especialmente grave.
Al concebir claramente este hecho, Engels habla con particular cautela del nacimiento del socialismo, al que dará a luz la sociedad capitalista que se hunde en la guerra mundial. “Sólo el resultado (de la guerra mundial) -dice Engels- es absolutamente indudable: el agotamiento general y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera”
Y este mismo pensamiento está expresado con mayor claridad aún al final del prólogo que analizamos:
“…Al final de la tragedia os convertiréis (los capitalistas y terratenientes, los reyes y estadistas de la burguesía) en ruinas y el triunfo del proletariado, o habrá sido conquistado ya, o será, a pesar de todo, inevitable”
Los partos difíciles aumentan, multiplicándolo, el peligro de enfermedad mortal o de un fatal desenlace. Pero, si bien algunas personas mueren a causa del parto, la nueva sociedad surgida del seno de la formación antigua, no puede sucumbir y sólo será más torturante, más prolongado su nacimiento, más lentos su crecimiento y desarrollo.
Todavía no se ha llegado al final de la guerra. Pero sí ha llegado ya al agotamiento general. De los dos resultados inmediatos de la guerra previstos por Engels como probables (o el triunfo de la clase obrera ya conquistado, o la creación de las condiciones que lo hacen inevitable, a pesar de todas las dificultades), en la actualidad, a mediados del año 1918, estamos en presencia de ambos.
En uno de los países capitalistas, en el menos desarrollado, la victoria de la clase obrera ya ha sido conquistada. En los demás países, con el enorme esfuerzo de sufrimientos inauditos, se crean las condiciones que hacen esta victoria, “a pesar de todo, inevitable”
¡Que graznen los filisteos “socialistas”, que se irrite y se enfurezca la burguesía! Únicamente los que cierran los ojos para no ver y se tapan los oídos para no oír, pueden dejar de observar que, en todo el mundo, para la vieja sociedad capitalista, preñada de socialismo, han empezado los dolores del parto. A nuestro país, destacado temporalmente por el curso de los acontecimientos a la vanguardia de la revolución socialista, le han correspondido los sufrimientos, particularmente agudos, del primer período del alumbramiento que ha empezado ya. Tenemos todos los motivos para mirar con plena firmeza y absoluta seguridad el porvenir, que nos prepara nuevos aliados y nuevos triunfos de la revolución socialista en una serie de países más avanzados. Tenemos derecho a enorgullecernos y considerarnos felices por el hecho de que nos haya tocado en suerte ser los primeros en derribar, en un rincón de la Tierra, a la fiera salvaje, al capitalismo, que anegó al mundo en sangre y llevó a la humanidad hasta el hambre y el embrutecimiento y que, ineludiblemente, sucumbirá pronto, por monstruosamente feroces que sean las manifestaciones de su furia en la agonía.
Nicolás Lenin
29 de junio de 1918
Pravda, número 133, 2 de julio de 1918
(Obras completas, t. XXVII)
Nota.- Como señala Lenin, si la profecía milagrosa es una fábula, la profecía científica es un hecho. En la profecía milagrosa se adulteran las fechas, y se escribe un suceso como que “se producirá”, cuando en verdad ya se ha producido con anterioridad, impactando de esta manera en el creyente. Es tarea de adivinos y pitonisas
El pronóstico en el marxismo se basa en el análisis de clase. Y por eso hace un mes se pronosticó POR QUÉ YA GANO OLLANTA HUMALA (05.05.11)
Y es que estas elecciones de 2011 no son sino continuación de las elecciones de 2006. Ollanta Humala (PNP) tenía que hacer “turno” para reemplazar el falso y caduco nacionalismo (APRA), agotado en sus servicios al sistema dominante. ¡Y reconstituirlo!
Pero de ahora en adelante, con la Organización del Proletariado volverá a estar en primer plano el Socialismo Peruano, que lucha por un Perú Integral.
¡Así de simple!
Ragarro
06.06.11
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