DEJA VU: LA “SUPERCONVIVENCIA” Y EL POSIBLE “NUBENAUTA” PPK
Prof. Alvaro Montaño Freire
13 de diciembre del 2016
Estuve anoche en la marcha convocada por colectivos de jóvenes para protestar contra la mayoría congresal con el lema “La educación se respeta”. No puedo afirmar cuántos éramos, pero de seguro que varios miles. Tal como se estila en la actualidad, no existía un mando central, se trataba más bien de agrupaciones diversas cada una con sus propias frases, algunos con tambores, otros con muñecos y muchos con carteles hechos mediante computadoras personales.
El mundo ha cambiado y la forma de protestar, también. Sin embargo, mientras conversaba sobre la inminente decapitación del ministro de educación con amigos que encontré, me pareció que el Perú asiste a un periodo político que tiene precedentes. La reminiscencia que viene a la mente tiene más de medio siglo, cuando era yo escolar y la superconvivencia entre el odriismo y el aprismo desde su mayoría en el parlamento hostigaba al presidente Belaunde. Durante varios años estuvo abierta la temporada de caza de ministros, o mejor dicho de censuras, siempre con alguna razón, que en el fondo era mero pretexto.
Recuerdo que el arquitecto Belaunde llegó al gobierno con un fuerte apoyo que fue perdiendo porque no demostró capacidad política para enfrentar a la prepotente mayoría parlamentaria. Cuando al final vino el golpe militar de Velasco Alvarado, nadie lo defendió, sus antagonistas se habían esmerado en debilitarlo y sus originales apoyos lo consideraban traidor. El arquitecto gustaba presentarse con un mapa del Perú en el cual mostraba las carreteras que pensaba construir, de “Caballococha a ….”; pero la población sentía que estos proyectos estaban lejos de la realidad política y no fue el genial Sofocleto quien lo dibujó viviendo en una nube, era el “nubenauta”.
La actual mayoría parlamentaria, constituida principalmente por el fujimorismo y secundariamente por el APRA, tiene una característica política muy clara: es un populismo autoritario de derecha, tal como fue en su tiempo la mayoría de la superconvivencia. A decir verdad, es una práctica política con mucha historia en nuestro país. Puede remontarse a los tiempos de don Nicolás de Piérola que combatió al gobierno del presidente Manuel Pardo y Lavalle entre 1872 y 1876. Don Nicolás supo ganarse un fuerte apoyo, reclamando que los beneficios clientelistas se extiendan a sus bases regionales más allá del grupo civilista principalmente limeño. En realidad, como denunció González Prada, la prédica pierolista tenía un contenido ultraconservador de alianza con los sectores más arcaicos del catolicismo.
Manuel Pardo, Fernando Belaunde en su primer mandato y quizás el actual Kuczynski, comparten una característica frente a sus opositores: un cierto hálito liberal, un interés por respetar las formas de la institucionalidad política basada en la competencia. El sistema de competencia política que tiene su centro en los derechos de organización y expresión orientados a la disputa electoral, no encorseta al populismo autoritario de derecha. Más bien, estos sectores procuran ganar respaldo en los estratos medios y pobres sobre la base de repartir prebendas y reconocer necesidades puntuales, sobrepasando la institucionalidad política cuando hace falta.
Se ha perdido, por el tiempo transcurrido, el recuerdo muchos años intenso de doña María Delgado de Odría visitando los entonces nuevos asentamientos de los migrantes rurales y se encuentra perfectamente vivo el recuerdo del señor Alberto Fujimori recorriendo los pueblos del interior para instalar pequeñas pero reales obras en su beneficio.
Hay muchas diferencias entre el asesor internacional de empresas transnacionales, ciudadano estadounidense hasta antes de las elecciones y el líder reformista que reclamó la nacionalización de la IPC y quiso hacer una reforma agraria; pero aun así, durante los últimos y decisivos días del reciente proceso electoral, donde denunció el peligro de un “narcoestado” y luego, en su discurso inaugural del 28 de julio, cuando ofreció nada menos que una “revolución social”, el señor Kuczynski ha tomado distancia del autoritarismo derechista. Eso es lo que tuvieron muy en cuenta los jóvenes estudiantes universitarios presentes en la marcha de ayer.
Quienes afirman que la mayoría congresista autoritaria se va a dar por satisfecha con los personajes que ya ha impuesto al gobierno y la cabeza de Saavedra, no toman en cuenta la experiencia histórica. Estos populismos de derecha tienen entre otras “virtudes” el gusto por imponerse que sus propias bases celebran y reclaman. Frente a ellos, los líderes con actitudes liberales suelen ser blandos y concesivos de lo que resulta gran ventaja para los enérgicos y agresivos populistas que hacen saber “con quién se meten” mientras los modositos tiemblan. De nada le sirvió a Saavedra saludar uno por uno a los congresistas incluyendo besos a las damas y mantenerse impasible frente a las furibundas frases de la mayoría.
Puede ser que el señor PPK termine como el “nubenauta” de hace décadas, incapaz de generar un acuerdo nacional que abarque la gran mayoría de los sectores políticos y sociales de manera que pueda contener el autoritarismo. Podrías ser por el contrario que encuentre el camino, manteniendo sus diferencias políticas, sus propuestas de tono liberal en cuanto a la conservación del sistema competitivo.
No estamos en condiciones de adivinar el porvenir, ni siquiera a corto plazo. Lo que sí podemos decir es que, en el sistema político competitivo, las formas son el contenido y por lo tanto, el cuestionamiento vale tanto para los populismos autoritarios de derecha, como para los de izquierda. Visto así, la tarea es construir perpetuamente y desde el sistema competitivo, una sociedad de ciudadanos, esto es, donde las personas tengan capacidad para hacer política ellas mismas, donde la necesidad de consumir no reemplace por completo la urgencia de vivir con los demás. En el caso peruano, la tarea incluye lidiar con nuestra profundísima tradición patrimonialista y clientelar, que va como anillo al dedo al populismo autoritario.
Prof. Alvaro Montaño Freire
13 de diciembre del 2016
Estuve anoche en la marcha convocada por colectivos de jóvenes para protestar contra la mayoría congresal con el lema “La educación se respeta”. No puedo afirmar cuántos éramos, pero de seguro que varios miles. Tal como se estila en la actualidad, no existía un mando central, se trataba más bien de agrupaciones diversas cada una con sus propias frases, algunos con tambores, otros con muñecos y muchos con carteles hechos mediante computadoras personales.
El mundo ha cambiado y la forma de protestar, también. Sin embargo, mientras conversaba sobre la inminente decapitación del ministro de educación con amigos que encontré, me pareció que el Perú asiste a un periodo político que tiene precedentes. La reminiscencia que viene a la mente tiene más de medio siglo, cuando era yo escolar y la superconvivencia entre el odriismo y el aprismo desde su mayoría en el parlamento hostigaba al presidente Belaunde. Durante varios años estuvo abierta la temporada de caza de ministros, o mejor dicho de censuras, siempre con alguna razón, que en el fondo era mero pretexto.
Recuerdo que el arquitecto Belaunde llegó al gobierno con un fuerte apoyo que fue perdiendo porque no demostró capacidad política para enfrentar a la prepotente mayoría parlamentaria. Cuando al final vino el golpe militar de Velasco Alvarado, nadie lo defendió, sus antagonistas se habían esmerado en debilitarlo y sus originales apoyos lo consideraban traidor. El arquitecto gustaba presentarse con un mapa del Perú en el cual mostraba las carreteras que pensaba construir, de “Caballococha a ….”; pero la población sentía que estos proyectos estaban lejos de la realidad política y no fue el genial Sofocleto quien lo dibujó viviendo en una nube, era el “nubenauta”.
La actual mayoría parlamentaria, constituida principalmente por el fujimorismo y secundariamente por el APRA, tiene una característica política muy clara: es un populismo autoritario de derecha, tal como fue en su tiempo la mayoría de la superconvivencia. A decir verdad, es una práctica política con mucha historia en nuestro país. Puede remontarse a los tiempos de don Nicolás de Piérola que combatió al gobierno del presidente Manuel Pardo y Lavalle entre 1872 y 1876. Don Nicolás supo ganarse un fuerte apoyo, reclamando que los beneficios clientelistas se extiendan a sus bases regionales más allá del grupo civilista principalmente limeño. En realidad, como denunció González Prada, la prédica pierolista tenía un contenido ultraconservador de alianza con los sectores más arcaicos del catolicismo.
Manuel Pardo, Fernando Belaunde en su primer mandato y quizás el actual Kuczynski, comparten una característica frente a sus opositores: un cierto hálito liberal, un interés por respetar las formas de la institucionalidad política basada en la competencia. El sistema de competencia política que tiene su centro en los derechos de organización y expresión orientados a la disputa electoral, no encorseta al populismo autoritario de derecha. Más bien, estos sectores procuran ganar respaldo en los estratos medios y pobres sobre la base de repartir prebendas y reconocer necesidades puntuales, sobrepasando la institucionalidad política cuando hace falta.
Se ha perdido, por el tiempo transcurrido, el recuerdo muchos años intenso de doña María Delgado de Odría visitando los entonces nuevos asentamientos de los migrantes rurales y se encuentra perfectamente vivo el recuerdo del señor Alberto Fujimori recorriendo los pueblos del interior para instalar pequeñas pero reales obras en su beneficio.
Hay muchas diferencias entre el asesor internacional de empresas transnacionales, ciudadano estadounidense hasta antes de las elecciones y el líder reformista que reclamó la nacionalización de la IPC y quiso hacer una reforma agraria; pero aun así, durante los últimos y decisivos días del reciente proceso electoral, donde denunció el peligro de un “narcoestado” y luego, en su discurso inaugural del 28 de julio, cuando ofreció nada menos que una “revolución social”, el señor Kuczynski ha tomado distancia del autoritarismo derechista. Eso es lo que tuvieron muy en cuenta los jóvenes estudiantes universitarios presentes en la marcha de ayer.
Quienes afirman que la mayoría congresista autoritaria se va a dar por satisfecha con los personajes que ya ha impuesto al gobierno y la cabeza de Saavedra, no toman en cuenta la experiencia histórica. Estos populismos de derecha tienen entre otras “virtudes” el gusto por imponerse que sus propias bases celebran y reclaman. Frente a ellos, los líderes con actitudes liberales suelen ser blandos y concesivos de lo que resulta gran ventaja para los enérgicos y agresivos populistas que hacen saber “con quién se meten” mientras los modositos tiemblan. De nada le sirvió a Saavedra saludar uno por uno a los congresistas incluyendo besos a las damas y mantenerse impasible frente a las furibundas frases de la mayoría.
Puede ser que el señor PPK termine como el “nubenauta” de hace décadas, incapaz de generar un acuerdo nacional que abarque la gran mayoría de los sectores políticos y sociales de manera que pueda contener el autoritarismo. Podrías ser por el contrario que encuentre el camino, manteniendo sus diferencias políticas, sus propuestas de tono liberal en cuanto a la conservación del sistema competitivo.
No estamos en condiciones de adivinar el porvenir, ni siquiera a corto plazo. Lo que sí podemos decir es que, en el sistema político competitivo, las formas son el contenido y por lo tanto, el cuestionamiento vale tanto para los populismos autoritarios de derecha, como para los de izquierda. Visto así, la tarea es construir perpetuamente y desde el sistema competitivo, una sociedad de ciudadanos, esto es, donde las personas tengan capacidad para hacer política ellas mismas, donde la necesidad de consumir no reemplace por completo la urgencia de vivir con los demás. En el caso peruano, la tarea incluye lidiar con nuestra profundísima tradición patrimonialista y clientelar, que va como anillo al dedo al populismo autoritario.
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