lunes, 30 de enero de 2012

CESAREO MARTINEZ (HOMENAJE) EN PROCESO : ROSINA VALCARCEL, JOSE LUIS AYALA


Nota del blog

Asistimos al reciente homenaje al poeta  Cesareo ( Chacho) Martinez, en la casona de San Marcos. Por razones de trabajo no se pudo llegar a tiempo por ende no se grabó   todas las intervenciones. En tal sentido queda abierto, en proceso  el presente homenaje. Contamos en primera instancia con las intervenciones de Josè Luis Ayala y Margot Palomino.

Si lo consideran conveniente, pueden remitirnos anecdotas, testimonios, poemas de alusivos del poeta Cesareo Martinez. Prometemos iguamente entrevistar amigos, y/o compañeros de nuestro poeta.
Un saludo cordial

BSPA

BREVE BIOGRAFIA


Cesáreo Martínez. Nació en Cotahuasi, Arequipa, en 1945. Murió en el 2002. Publicó, entre otros libros, Cinco razones puras para comprometerse (con la huelga), Donde mancó el árbol de la espada y arco iris (bando para que la dirigencia se alínee con las masas), Celebración de Sara Botticelli y El sordo cantar de Lima.


AMANECE


Es una bestia que bufa
Desde el amanecer bufa y dibuja
Habría que verlo cómo sufre
Demasiado limpio para vivir
Sufre y acontece



Lentamente arrastra su nombre
desde el pasado milenio
Demasiado torpe para gozar
Durante el día bufa y abre sus
ojos brujos



Palabras del blog;

La primera que acudio a nuestro llamado fue

Rosina Valcárcel / Mariátegui
29/01/12



Tu cantar nos conmueve en la Edad de Oro
La niebla envuelve tu novel estatua
El ojo de la noche cesa de volar
La lechuza desciende al bosque
Donde yacen tu aliento y el Sol milenario
Mi ira arrastra tu nombre y los tulipanes
Iniciemos la marcha
Con la alegría del maestro
¡Abajo el miedo! No duele la médula
Ni tu cuerpo desarraigado se estrella contra los árboles
Tu amor asiste a la hora de Giordano Bruno
Tu armadura no se oxida te viste fulgurante
Entre pájaros, hondas y fantasmas
El bardo de los ojos almendrados
ronronea sobre el tejado de Chosica
Tu insomnio es un tonel de vino tinto, Romeo
Y silbas desde balcones antiguos
Tu mujer es una ofrenda de los Apus
Sara Boticcelli sin cabello de Medusa
Y la disfrutas atravesando cordilleras
La amistad no se quiebra
Ni la patria se apaga
Como los espejos y las sombras

INTERVENCIÓN DE ESCRITOR JOSE LUIS AYALA






CHACHO EN EL HORIZONTE  
(27/1/ 2012)  
por Juan Cristóbal  
Se cumplen diez años de la desaparición de Cesáreo “Chacho” Martínez, poeta nacido en  en 1945 y desaparecido un 27 de enero, a mitad de la mañana, y parece que fuese ayer cuando conversábamos en la esquina del parque Fraternidad, en San Miguelito, donde vivió un buen tiempo, cerca de mi casa, donde me contaba que a los 19 años terminó sus estudios secundarios y que llegó a Lima en 1964, pensando que en las calles también crecían naranjas y palomas.  
Chacho, me pareció un ser permanentemente lanzado al infinito, por eso vivirá por siempre en el horizonte de nuestras vidas. Y motivos y razones no le faltan. Un hombre que vivió explosivamente y que murió de la misma manera, pensando, tal vez, en las cinco y múltiples esperanzas que tiene esta vida para entregarnos a ella a pesar de sus oscuridades y desgracias. Alguien que nació en Arequipa, en Cotahuasi, mirando los cóndores del Colca, y que fue y es a esa tierra lo que el viento es a la naturaleza y a la cultura de nuestra patria. Que le impacientaba las injusticias contra los más pobres y humillados de su patria, que apoyaba con su propia vida los paros y las huelgas de los trabajadores del país (y no de una manera coyuntural), que era un digno inmigrante y no un simple emergente (como lo demuestra su conmovedor y desgarrante libro “El sordo cantar de Lima”, tan poco comentado y que hoy debería ser una lectura obligatoria para los partidos o militantes de izquierda, que conocen tan poco este sector), que estaba atento a los latidos de la realidad y de la vida cotidiana y de sus amigos, alguien que cuando miraba de costado y se sonreía con una cierta carga de ironía era un peligro inminente, pues podía explotar volcánicamente para rebatir los argumentos que no consideraba dignos del adversario, alguien que no era un cantor, pero que cuando se le encendía el cielo de sus ojos y las nostalgias de los recuerdos nos podía entregar las melodías más tiernas y amorosas de alguna canción andina, no se puede olvidar tan fácilmente, porque su poesía y su vida no se callan.  
Nuestra amistad duró años, tuvimos muchas jornadas de lucha y de contradicciones (jamás de alejamientos), de lecturas de poemas, de hablarnos sobre nuestros proyectos literarios y personales, de nuestros amores escondidos y muchas veces rechazados, de beber eternamente algunas cervezas en el día o en la noche, en el mar o en algún pueblo joven o en alguna esquina clandestina o casi innombrable con las fieras más terribles del planeta, no puede desaparecer, así porque así, del sentimiento de nuestros días, del calor de nuestra memoria, de la realidad de nuestras entrañas. más aún, cuando alguna vez convenimos, después de una pequeña pero intensa duración, que morir era vivir más tiempo y mejor, a pesar del tiempo invisible de la desaparición. Era, tal vez por eso, que en la presencia inaugural de un Año Nuevo, a las 5 y media de la mañana, como diría el angelical García Lorca, en presencia de Hernán Alvarado y de un árbol frondoso y lleno de años arrugados, nos dimos un beso de amigos y la gente que nos vió (siempre tan mal pensada) creyó que estábamos actuando para una película norteamericana, cuando solamente era una escena para “Pasaron las grullas”.  
Como no recordar, antes de su partida, que presentó una antología mía y que me dio a leer su último libro (que nos costó tanto publicarlo por las tantas absurdidades de la burocracia del ministerio de educación y de algún otro organismo fantasmal), que, lastimosamente, los críticos o reseñadores culturales tampoco lo han comentado, que lo han ignorado de la manera más innoble posible no sabiendo lo que se pierden y lo que hacen perder a los lectores. Cómo olvidar las parodias que hacía del tío “frejolito” y de los líderes de la izquierda cuando no querían llegar a la toma del poder y cambiaban, en cada acto electoral, un nombre de la consigna central. Como recordamos, la consigna central de la Izquierda Unida en su primer momento era “Por el camino de Mariátegui, Luis de la Puente Uceda y Guillermo Lobatón”, para al final quedarse sólo con el nombre del Amauta.   
De Chacho se podrían contar innumerables anécdotas e historias, porque fue un hombre lleno de vida y de amistades, por ejemplo con el inolvidable Paco Bendezú, cuando viendo alguna película en el cine o en la TV o algún hecho de la vida callejera, hacían frases poéticas o irónicas que el otro terminaba y empezaba, para que el otro volviera a terminar y empezar. Como olvidar su amistad entrañable con Juan Ojeda, el mejor poeta del 60 para acá y para allá, con Alfredo Portal, el temible bucanero navegando permanentemente por los muelles de Lima con su querido Volks Wagen, con Rosina Válcarcel, la cual recibía infaltables llamadas cuando su recuerdo le llegaba con las estrellas de la noche, con Patricia del Valle, la del andar y hablar pausado como tratando que jamás termine el día y una de sus musas predilectas, con Walter Tinta, el geólogo de nombre imborrable. Como dejar de mencionar a su hijo, Agustín, a quien amaba como sólo un hombre parado en el corazón del horizonte puede amar al que lo va a proseguir, de alguna u otra manera, en este paraje duro de la existencia.   
En fin, también podríamos hablar de los fantasmas, de las dudas, interrogantes que le recorrían sus recuerdos y la piel maltratada de su patria, materia prima de su ardorosa poesía, pero eso será para un próximo homenaje, cuando el otoño, el glorioso otoño de siempre, nos haya hecho pisar el palito herrumbroso de sus días y estemos en el sinfín del paraíso de la buena o mala suerte, pero con generosas amistades, y no importa si con desenfrenadas y celestiales compañías.  
Juan Cristóbal  


LAS PALABRAS
Manuel Agustín Martínez Cáceres

De niño, la “palabra” serio evocaba para mí todo aquello concerniente a los adultos
y ajeno a cualquier concepto infantil. Evidentemente, como todo niño que tan solo quería crecer, discutir de los temas serios me hacía sentir importante y maduro. En ese contexto, era normal que considerara mi padre como una persona antipática, pues muy pocas veces me tomaba “en serio”. En sus conversaciones y observaciones, mi padre buscaba siempre la manera perfecta de burlarse de mí y tomarme el pelo. Siempre queriendo hacerme creer que las montañas deambulaban en procesión hacia el este, a las cinco de la tarde. Que si un pobre perrito no puede alcanzar su objetivo, “el perro unido jamás será vencido”. Siempre remarcándome que el peruano es una persona muy cuerda, porque a cada cuadra se leía unapancarta “SE VENDE RAZÓN AQUÍ”.

Fue una época muy difícil. Mi padre, dándose cuenta de que la violencia y la opresión
lo acompañarían aún durante algunos años más de su vida; y yo queriendo ser una persona adulta, “seria”, diciéndome que Martínez era un bonito apellido, pero que no había existido hasta ahora ningún presidente Martínez. Y dale con lo de ser serio. Al leer Cinco razones me levanté contra él y me dije a mí mismo “¿Por qué mi papá nunca me habló realmente de su lucha, tan seria?” Porque en realidad nunca lo hizo. Y anduve amargo con él durante algún tiempo.

Hace seis años, cuando él se convertía en el papá modelo que todo universitario
sueña tener, me llamaron para decirme que Cesáreo Martínez acababa de morir. Mi primera reacción, por supuesto, fue de ponerme a llorar como todo hijo que pierde a su padre. Luego me puse a recordar muchos de aquellos momentos pasados en su compañía. Cómo lo quería cuando, aún niño, me sacaba a pasear (y de paso me perdía el 50% de las veces) llevándome al parque central de Chosica, donde podía vengarme haciéndole pagar mis video-juegos. Cómo lo odiaba cuando se aparecía delante de mis amigos con su broche “Democracia Ya” que hacía reír a más de uno (en realidad teníamos ya 15 años y pensábamos, ingenuos y ciegos, que Fujimori no estaba tan mal en la presidencia del país). Reviviendo todo tipo de recuerdo comprendí al final que mi padre nunca se burló de mí, sino que participó activamente a mi formación. Si nunca quiso directamente darme clases de moral o de justicia, su modo de vida y sus acciones siempre estuvieron ahí, formándome indirectamente.

Creo que mi padre, imitando la naturaleza, era una persona amoral, demasiado libre
para poder tener una línea de acción que no fuera guíada por su “instinto” de ser humano. Sus textos lo demuestran. La lucha por la libertad, la justicia y la verdad que él emprende en muchos de sus escritos son para mí el resultado de un razonamiento instintivo y no el fruto de una educación cívica. Un hombre que se fiaba muchísimo a su instinto e intuición, confiando en sus amigos, aspirando a la libertad y sobretodo protegiendo la verdad.

Los que conocieron a “Chacho” Martínez (nunca lo llamé así, no me gusta ese
sobrenombre) saben que le encantaba jugar con las palabras. Y al decir “jugar con la palabra”, quiero decir que mi padre la antropoformizó y la convirtió en su compañera de juego. La palabra, ese conjunto de sonidos y fonemas que transmiten una idea, considerada por muchos eruditos como la herramienta principal que define al ser humano, no era la herramienta sino la compañera de juego de mi padre. ¡Cómo extraño esos delirios que tanto me enervaban! ¡Cuántas veces más deberé esperar escuchar aquellas frases torturadas y cambiadas, que tanto
lo hacían reír!

Hace seis años y medio entonces, mi padre se fue de este mundo. Se llevó consigo
su estruendosa carcajada y su profunda mirada. Contento y casi llorando se despidió de mí unas semanas antes. Instintivamente, se despidió también de algunos de sus amigos. Y si el Perú perdió un buen escritor y un soñador nato, yo perdí a mi padre (que honestamente, no era un padre nato). Se fue antes de que pudiera presentarle “la amiguita”, antes de que pudiese siquiera hablarle de ella, incluso antes de que pudiera invitarlo a comer a algún restaurante para festejar un cumpleaños más. Ni siquiera tuve la oportunidad de decir “Ya, ya” a sus sendos consejos una vez más.

No soy capaz de juzgar el valor literario de Sol de Ciegos. Mi formación y mi
ignorancia literaria me lo impiden. Sin embargo, amo ese manuscrito como si fuese la
resurrección de mi padre. De todas sus obras, Sol de Ciegos muestra un Cesáreo Martínez que se asemeja más a la imagen que guardo de mi padre. Un hombre que teme la soledad, la mentira, enamorado de su estilo de vida, de su instinto-convicción; un hombre con el que me gustaría identificarme. Un mejor amigo con problemas (como todos en realidad), humano, justo. Con muchos defectos que no enumeraré, pero señalaré su existencia, convirtiendo mi padre en un hombre normal y no en un héroe. Muy parcialmente, entonces, afirmo que Sol de Ciegos es la mejor de sus obras.

Con la adolescencia y la rebeldía, mi padre se convirtió rápidamente en un modelo
para mí. Sus ideales y sus convicciones sociales ayudaron a formar los míos. Su buen humor y su pasión por su trabajo me sirven hasta ahora para poder continuar con el mío. Su pasión por la literatura dejó en mí, pobre científico cartesiano, la manera perfecta para otorgar un poco de arte y belleza a mi mundo y a mi vida.

Hace poco, leí por la enésima vez Sol de Ciegos, y me hizo tanto bien. Y es
que es hermoso poder reír y llorar delante de una hoja escrita. Citaré un verso de este poemario ‘Mirando los cerros’: “Hijo, ¿qué te pasa? Tu padre volverá pronto”. Pero mi padre jamás volvió. Sólo las palabras de mi madre siguen sonando en la noche.

Manuel Agustín Martínez Cáceres

Texto enviado con ocasión de la presentación del libro póstumo Sol de Ciegos de Cesáreo Martínez
en la Casona de la UNMSM, en julio de 2008



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