AUTOR : JULIO ROLDAN
www.reportero24.comLas principales medidas del nuevo gobierno fueron paralizar las reformas y desactivar indirectamente las estatizaciones. No se habló más de la "Democracia Social de Participación Plena". Para entonces se dieron las primeras medidas económicas en función de "estabilizar la economía" y en medio de esta dura crisis económica se comenzó a reorientar, lentamente, la economía del país. En este proceso se comenzó a implementar el neo-liberalismo, desempeñando un rol importante el ministro de economía y finanzas de ese entonces, Javier Silva Ruete, y el presidente del Banco Central de Reserva, Manuel Moreyra. La respuesta de los sectores populares, orientados políticamente por la llamada "ultra izquierda" y los "velasquistas" marginados del gobierno, se manifestó con paros y huelgas.
http://letrasperuanasyuniversales.blogspot.comEl primer artículo que conocemos del escritor sobre el tema es de octubre de 1974 donde se limita, desde las filas de la "revolución", a exhortar a las autoridades militares contra su actitud de no permitir la libre circulación de las revistas Oiga y Caretas: "Su supervivencia es vital, escribe, no tanto para las fuerzas adversarias a la revolución, sino, más bien, para todos los peruanos beneficiados por los cambios y las reformas. Sólo ella puede mantener abierta, para todos, la posibilidad, el día de hoy o de mañana, de oponerse y decir no, y eso es lo único de que dependerá, en el futuro, que la revolución sea una realidad viva y operante o la palabra muerta tras la que se disimula la dictadura. Es en nombre de la propia revolución y de su futuro, por eso, que exhorto a las autoridades pertinentes a desautorizar a los cordiales funcionarios de la PIP y a garantizar explícitamente el derecho de las firmas comerciales a anunciar en Oiga y en Caretas, y a las imprentas a editarlas, sin que quede sobre ellas la amenaza de la represalia oficial". [15]
Se analiza el contexto peruano que dio origen al docenio dictatorial en el Perú y al controvertido papel político desempeñado por el escritor Mario Vargas Llosa.
Palabras clave: Vargas Llosa, dictadura, Velasco Alvarado, Morales Bermúdez
Con la candidatura de Vargas Llosa a la presidencia del Perú en 1990, se cierra el ciclo de los escritores candidatos o escritores presidentes en el siglo XX en América Latina. [3]
Vargas Llosa como jefe y fundador del Movimiento Libertad, en alianza con otros partidos, estimó agotado su papel de crítico o simpatizante político e intentó dar el salto de la fantasía a la realidad, o para decirlo en palabras del poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum: "De lo real maravilloso de la literatura a lo real espantoso de la política".
El sociólogo Jorge Castañeda, siguiendo a Nicolás Maquiavelo, escribió: "Por último, Mario Vargas Llosa interpretó el papel de vínculo entre el intelectual y el príncipe hasta el extremo de tratar de ser el príncipe, presentando su candidatura a la presidencia de Perú en 1990". [4]
En el Perú, entre los años 58 y 65, se vivió una serie de acciones que hacían presagiar grandes conflictos. La toma, por algunos días, de la ciudad del Cuzco en 1958; las ocupaciones de tierras en muchas zonas del país, particularmente en los departamentos de Cerro de Pasco y Cuzco; las huelgas en Lima y las principales ciudades, todo estos problemas continuaron con acciones guerrilleras como la de Jauja, Hucrachuco, Puerto Maldonado, Chaupimayo y otras formas de acciones armadas (asalto a bancos) en la capital de la república. Estas acciones militares alcanzaron su clímax político en el año 1965 cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) iniciaron la lucha armada en la región sur andina, la que terminó con la conocida derrota meses después. Con esta última acción culminaron 7 años de profunda agitación política en el país y de paso se evidenció la crisis de la democracia representativa y se preparó la atmósfera política para el golpe militar del 68.
El antropólogo Rodrigo Montoya, comentando las consecuencias de la experiencia guerrillera, escribió:
"... a pesar de su fragilidad y fugacidad la izquierda armada abrió un capítulo nuevo en la historia del Perú. El ejército victorioso en 1966 cerró su informe de guerra afirmando que había ganado una batalla pero que la guerra continuaba y que si no se producía un cambio sustancial en el campo, otras guerrillas con nuevos dirigentes volverían a aparecer, inevitablemente, en el futuro cercano. El general Velasco y sus compañeros golpistas de 1968 sacaron la lección política de esa amenaza: sin un arreglo de cuentas con los terratenientes 'la seguridad interna del país está en peligro'. Ese fue el argumento de estrategia militar decisivo que condujo al golpe de Estado de 1968". [5]
Por el lado del orden, desde los primeros años de la década de los 60, se dio una crisis de gobernabilidad. El presidente Manuel Prado no terminó su mandato oficial el año 62, fue depuesto por un golpe militar institucional de las Fuerzas Armadas que encabezó el general Ricardo Pérez Godoy; el mismo que fue sustituido, seis meses después, por el general Nicolás Lindley. En 1963 fue elegido presidente constitucional Fernando Belaúnde con la alianza bipartidista Acción Popular -Democracia Cristiana (cuatro presidentes en un año).
Este gobierno, que nació con muchas expectativas populares, se desgastó rápidamente y evidenció lo poco que podía hacer en el país. No cumplió casi nada de lo que ofreció y como consecuencia, entre los años 67-68, se debatió en una aguda crisis; se puede afirmar que siendo legal era ilegítimo. La inflación fue incontrolable, los partidos gobernantes se dividieron, el APRA encabezó la oposición legal en el parlamento y fue acusado de obstaculizar y desestabilizar al gobierno.
Vargas Llosa, como es conocido, a pesar de haber votado por Acción Popular en las elecciones del 56, 62 y 63, estuvo en contra del gobierno de la alianza AP-DC, principalmente porque con su accionar: "...ha desperdiciado en una palabra la ocasión de romper con nuestra tradición de gobernantes venales, entreguistas o irresolutos". [6]
Algunos estudiosos, como Henry Pease, sostienen que lo que ocurrió en el Perú de estos años no fue un problema que afectó solamente al gobierno presidido por el arquitecto Belaúnde; fue mucho más profundo, en la medida que: "Esta crisis, sin embargo, no se limita a un gobierno. Tiene en su base la crisis de hegemonía en el bloque en el poder, (...) Es toda una forma de dominación la que está en crisis: la dominación oligárquica".[7]
En estas condiciones, tomando como pretexto la pérdida de la llamada "página once"[8] de los contratos petroleros, las Fuerzas Armadas, encabezadas por el general Velasco Alvarado, materializaron el golpe de Estado el año 68 e iniciaron la "revolución ni comunista ni capitalista", la "revolución socialista, humanista y libertaria", que tenía como meta construir la "Democracia Social de Participación Plena". En función de esta sociedad, el Estado fue considerado como centro en el proceso económico-social y político-cultural de la "revolución".
El sociólogo Sinesio López, destacando el objetivo del plan de los militares, sostiene que la "revolución": "... del mismo modo cuestionó la democracia representativa y el sistema de intermediación partidaria para postular como alternativa la democracia de participación plena que no era sino una forma de corporativismo de Estado".[9]
El régimen militar, además de cancelar la democracia parlamentaria y convertir al Estado como eje de su accionar, inició una serie de reformas que estaban, en lo esencial, diseñadas en el programa de Alianza para el progreso. Sin embargo, con su matiz de prédica "antiimperialista, nacionalista y no alineada" y sus relaciones con los denominados países socialistas confundió a muchos sectores populares.
Es bueno recordar que el papel desempeñado por el Estado en la vida económica de este país no fue nuevo, sobre todo en la exploración y explotación de materias primas. Pease al respecto, escribe: " ... el Estado ha sido canal fundamental para la relación con el capital extranjero, como en el caso de la minería, el petróleo y el guano, dado que las clases dominantes no podían explotarlo directamente y las concesiones tenían que darse a través del Estado".[10]
En torno a la ideología que orientó a la "revolución" de los militares, los especialistas en el tema, hasta hoy, no se han puesto de acuerdo. El escritor Washington Delgado haciendo un balance, dos décadas después, escribió:
"Para muchos sectores derechistas, se trató de una revolución comunista empeñada en un proceso de colectivizaciones y nacionalizaciones y adversa al capitalismo peruano y extranjero. Para algunos izquierdistas fue un régimen fascista; para otros, un movimiento renovador que realizó algunos cambios laudables, como la reforma agraria o la nacionalización del petróleo y la industria pesquera".
Luego, examinando quiénes fueron los beneficiados de la "revolución", continuó:
"Ahora se ve claramente que la reforma agraria emprendida por el gobierno militar no benefició a los campesinos, más bien los pauperizó; así debió suceder en una reforma que decidió pagar las tierras expropiadas y descapitalizó al campo, al mismo tiempo que no dejó a los campesinos dirigir el cultivo de las tierras ni distribuir la producción, sino que impuso modelos colectivistas rígidos, administrados por una burocracia incapaz. La nacionalización del petróleo y de algunas minas parece muy discutible, pero no desde un punto de vista conservador, sino desde una mira progresista. Se nacionalizaron los pozos de Talara donde ya no había petróleo y las minas de Cerro de Pasco donde tampoco había cobre; pero no se tocaron las ricas minas de Toquepala. Algo similar ocurrió en el sector pesquero; pero, en este caso, las nacionalización sirvió para salvar a los capitalistas que estaban, prácticamente, quebrados".
Y sobre las estatizaciones y el crecimiento del Estado, Delgado escribió:
"Los partidos conservadores han clamado contra el sobredimensionamiento del Estado, insinuando que la nacionalización de industrias y empresas constituyó un intento de socializar al Perú; la verdad es lo contrario, las nacionalizaciones fueron precapitalistas: en los casos mencionados y en el anterior del Banco Popular, el Estado compró empresas que se hallaban en muy mal Estado, al borde de la quiebra. Así, lo mismo ocurrió con la reforma agraria, el agro peruano venía declinando en su producción y en su importancia económica, nacional e internacionalmente, tal como ocurría en otros países del Tercer Mundo, desde la posguerra; mediante la reforma se proporcionó capitales a los terratenientes para que los invirtieran en la industria y en las finanzas, principalmente en Lima, como ocurrió efectivamente". [11]
El régimen militar contó con el apoyo de la mayoría de los empresarios, tanto los antiguos como los nuevos que vieron a través de la empresa privada, mixta o autogestionaria y en su relación con el Estado, seguridad para sus ganancias. Otros sectores que fueron afectados por las estatizaciones y que no fueron recompensados cabalmente, se mantuvieron en la oposición, reclamando mayor participación de la empresa privada en la vida económica del país. Los partidos políticos (AP y PPC) como expresión de estos últimos sectores económico-sociales, de igual manera hicieron oposición y demandaron el "cese de la dictadura", "elecciones inmediatas" y "vuelta a la constitucionalidad". Mientras que el Apra hizo doble juego: oposición pública y apoyo encubierto, muchos dirigentes apristas trabajaron directamente para el régimen[12]. La Democracia Cristiana y el Partido Comunista, de orientación pro-soviética, participaban en la "revolución". La izquierda "clasista y revolucionaria", llamada por los voceros del régimen "ultra", hizo oposición.
En el plano represivo, la "revolución" desarrolló una fuerte ofensiva en contra de los sectores populares. En esa práctica no faltaron las masacres, siendo las más conocidas: Huanta y Ayacucho junio del 69, Cerro de Pazco y Cobriza en noviembre del 71, los detenidos y deportados, en especialmente maestros y estudiantes, en setiembre del mismo año, la masacre y detención de campesinos en agosto del 74 en Andahuaylas, hasta llegar a los sucesos del 5 de febrero de 1975 en Lima donde, como consecuencia de una huelga policial, cayeron muertas varias decenas de personas y cientos fueron detenidos, en respuesta a los saqueos y desmanes en la capital del país. Con excepción de los últimos acontecimientos que fueron vinculados al APRA, la dirección de las demás acciones fue atribuida a lo que el régimen denominó la "ultra izquierda".
Los sucesos del 5 de febrero (una huelga policial y su consecuente represión) fueron un síntoma inequívoco de que el programa económico y social del régimen, denominado El plan Inca, se había agotado y se iniciaba la primera crisis económica de la década, la que tenía sus causas principalmente, dice el economista Solimano, en: "... la inflación crónica y las crisis recurrentes de la balanza de pagos". [13]
Como consecuencia, las discrepancias al interior del régimen se hicieron evidentes. Otro elemento importante fue la presión internacional, la que a través de sus organismos intentó estimular en América Latina nuevas fórmulas de "acumulación y desarrollo". El neo-liberalismo desarrolló sus teorías, que fueron presentadas como nuevas fórmulas en contra de la crisis del modelo de desarrollo en el continente. En esta experiencia los "Chicago Boys" en Chile hicieron historia. En esas circunstancias sucedió el "relevo en la conducción de la revolución", el general Morales Bermúdez sustituyó al general Velasco Alvarado.
www.reportero24.comLas principales medidas del nuevo gobierno fueron paralizar las reformas y desactivar indirectamente las estatizaciones. No se habló más de la "Democracia Social de Participación Plena". Para entonces se dieron las primeras medidas económicas en función de "estabilizar la economía" y en medio de esta dura crisis económica se comenzó a reorientar, lentamente, la economía del país. En este proceso se comenzó a implementar el neo-liberalismo, desempeñando un rol importante el ministro de economía y finanzas de ese entonces, Javier Silva Ruete, y el presidente del Banco Central de Reserva, Manuel Moreyra. La respuesta de los sectores populares, orientados políticamente por la llamada "ultra izquierda" y los "velasquistas" marginados del gobierno, se manifestó con paros y huelgas.
La "revolución" militar, principalmente en su primera fase del 3 de octubre del 68 al 29 de agosto del 75, logró encandilar a muchos intelectuales. Algunos trabajaron directamente para el régimen y otros sin hacerlo se consideraron militantes de la "revolución". Vargas Llosa escribió en referencia a los primeros, muchos años después: "Pero la mayoría de ellos no estaban con la dictadura por ingenuidad ni por convicción, sino, como su conducta posterior demostró, por oportunismo. Habían sido llamados. Era la primera vez que un gobierno del Perú llamaba a los intelectuales y les ofrecía unas migajas del poder. Entonces, sin vacilar, se echaron en brazos de la dictadura, con un celo y una diligencia que a menudo iban más allá de lo que se les pedía. De ahí, sin duda, que el propio general Velasco, hombre sin sutilezas, hablara de los intelectuales del régimen como de los mastines que tenía para asustar a los burgueses. Y, en efecto, ése fue el papel a que el régimen los redujo: ladrar y morder desde los periódicos, radios, canales de televisión, ministerios y dependencias oficiales a quienes nos oponíamos a los desmanes. Lo sucedido con tantos intelectuales peruanos en esos años, a mí me produjo un verdadero trauma". [14]
Este Vargas Llosa "traumatizado" se olvidó fácilmente de los hechos. En el período que va de octubre de 1968 a marzo de 1974, si bien es cierto que él no trabajó para el régimen militar, como muchos "intelectuales baratos", sí se consideró amigo y militante de la "revolución". Algo sintomático: Vargas Llosa no ha dejado nada escrito sobre este período que comprende 5 años y 6 meses.
http://letrasperuanasyuniversales.blogspot.comEl primer artículo que conocemos del escritor sobre el tema es de octubre de 1974 donde se limita, desde las filas de la "revolución", a exhortar a las autoridades militares contra su actitud de no permitir la libre circulación de las revistas Oiga y Caretas: "Su supervivencia es vital, escribe, no tanto para las fuerzas adversarias a la revolución, sino, más bien, para todos los peruanos beneficiados por los cambios y las reformas. Sólo ella puede mantener abierta, para todos, la posibilidad, el día de hoy o de mañana, de oponerse y decir no, y eso es lo único de que dependerá, en el futuro, que la revolución sea una realidad viva y operante o la palabra muerta tras la que se disimula la dictadura. Es en nombre de la propia revolución y de su futuro, por eso, que exhorto a las autoridades pertinentes a desautorizar a los cordiales funcionarios de la PIP y a garantizar explícitamente el derecho de las firmas comerciales a anunciar en Oiga y en Caretas, y a las imprentas a editarlas, sin que quede sobre ellas la amenaza de la represalia oficial". [15]
El segundo artículo de protesta fue de noviembre del mismo año. El motivo fue la clausura de los semanarios Oiga y Opinión Libre. En esta oportunidad escribió:
"Es una lástima que una revolución que se ha mostrado audaz e imaginativa en el dominio de las reformas económicas y sociales, buscando soluciones propias para nuestros problemas, sea incapaz de consentir la discrepancia y la crítica y se acerque cada vez más, en lo que respecta a los medios de comunicación, al sombrío modelo de los países socialistas. (...) Con la misma claridad con que he declarado mi apoyo a la reforma agraria, a la política antiimperialista, a la ley de Propiedad social y a otras medidas progresistas del régimen, quiero dejar constancia de mi absoluto desacuerdo con los síntomas de autoritarismo creciente que se manifiestan en lo que respecta a la libertad de expresión". [16]
El tercer artículo fue con motivo de los desmanes ocurridos en Lima el 5 de febrero de 1975, Vargas Llosa sostuvo: "Somos un país de bárbaros y hambrientos, cuyas condiciones de vida son incompatibles con ciertos códigos morales, ..." y él cree " ... que hay que corregir, elevando el nivel de vida del país, distribuyendo más justamente la riqueza, eliminando las diferencias abismales que separan a los peruanos, desarrollando al mismo tiempo que esta política de progreso económico y de justicia social, una labor educativa y una promoción cultural que abarque a todos los sectores de la sociedad. Es porque esta tarea es impostergable, a menos de que se prefiera el Apocalipsis, que yo, como muchos, a pesar de sus errores, intolerancias y exclusivismos, apoyamos todavía este régimen. En las actuales circunstancias, no creo que haya otro capaz de llevar a cabo esa misión". [17]
Un mes después, desde México, envió una carta al general Velasco para exteriorizar su desacuerdo por el cierre de la revistaCaretas y la deportación de su director:
"Con la misma firmeza con que he aplaudido todas las reformas de la revolución quiero manifestar mi desacuerdo con esta política autoritaria, que ha ido agravándose de manera sistemática en los últimos meses (...) Quienes desde el primer momento criticamos esta ley de Prensa, no desde el punto de vista de los dueños de los diarios expropiados sino desde el punto de vista de la propia revolución, para la cual nada podría ser tan dañino como la eliminación de las voces independientes y los excesos inevitables de todo proceso revolucionario ...".[18]
Como se puede ver de lo transcrito Vargas Llosa "exhorta", "manifiesta su desacuerdo" o hace llegar su "protesta", solamente cuando hay problemas con la libertad de prensa; en otros niveles donde se materializaba la dura represión de los militares contra los sectores populares, por ejemplo, no escribe ni siquiera una línea. Algunos párrafos antes hemos mencionado las más conocidas acciones represivas de la "revolución", las que para Vargas Llosa parecen no haber ocurrido.
En los artículos y la carta hay una constante. Vargas Llosa habla como si él fuera un miembro más de la "revolución". Que él no haya tenido ninguna relación de trabajo con los militares es verdad, pero ideológica y políticamente él se siente, hasta marzo del 75, como parte de ella. De allí que cause sorpresa, por decir lo menos, que él en los últimos años haya sostenido que nunca apoyó a la "revolución de los militares" y se sintiera "traumatizado" porque algunos de sus colegas peruanos lo hicieran.
Por último, entre el 68 y el 75, Vargas Llosa concedió algunas entrevistas donde reitera su identificación con la "revolución", sobre ella y para terminar con este punto, transcribimos un fragmento de la entrevista publicada el mes de enero de 1975; ante la pregunta de si él sería enemigo de la "revolución", contestó: "... es falso que yo sea un enemigo de la revolución peruana. Me siento plenamente identificado con las reformas. Tengo absoluta solidaridad con ellas".[19]
El primer artículo donde Vargas Llosa tomó distancia y criticó a la "revolución" de los militares fue de agosto de 1976; ahí sostuvo:
"Pronto harán ocho años que las fuerzas armadas tomaron el poder en el Perú; pronto hará uno que el general Morales Bermúdez sustituyó, con un discreto golpe 'institucional', al general Velasco Alvarado en la jefatura del Estado. Su subida a la presidencia constituyó un alivio para los peruanos, que, en los últimos años, vivían en un ambiente asfixiante de represión, desinformación y demagogia". Posteriormente afirmó: "Queda un país más pobre y endeudado que antes, en el que es verdad que algunos antiguos latifundistas han perdido sus haciendas y algunos industriales han debido repartir utilidades entre sus trabajadores (...), pero a cambio de lo cual han surgido abundantes nuevos ricos por los métodos más turbios, y donde la división de la población entre pobres y millonarios, entre cultos e ignorantes, entre privilegiados y explotados, en vez de disminuir se ha agravado".[20]
En el plano político el régimen preparaba las condiciones para la "vuelta a la civilidad", es decir al sistema de democracia representativa. En esa dirección se convocó en 1978 a elecciones para redactar una nueva Constitución, las que fueron ganadas por el APRA. La Constitución se promulgó en 1979. En 1980 se llamó a elecciones generales, las que fueron ganadas por Acción Popular y Fernando Belaúnde, partido y candidato que habían sido derrocados por el golpe militar del 3 de octubre de 1968. El presidente Morales Bermúdez, a la par de promulgar la ley de Seguridad Nacional, en su discurso de entrega del mando presidencial, fue muy claro: "Las Fuerzas Armadas entregan el gobierno pero no el poder". Una frase que sintetizaba la importancia determinante de las Fuerzas Armadas en la vida política del país.
Vargas Llosa, desde agosto del 76, fecha de su último artículo sobre la "revolución" de los militares, reapareció en julio del 1978 dando una conferencia en el local del partido Acción Popular titulada "Libertad de información y derecho de crítica". Ahí centró su análisis en la importancia de la libertad de información, la misma basada en la libre empresa. Fue por ello que él exigió al nuevo régimen devolver por lo menos los logotipos de los diarios estatizados a sus antiguos dueños. Se percibe una simpatía con los puntos de vista que por ese entonces defendía Acción Popular. Años después el novelista escribió: "Yo había votado por Belaúnde todas las veces que fue candidato y, aunque consciente de sus deficiencias, defendí su segundo gobierno,...". [21]
Notas:
[1] Este artículo forma parte del Capítulo IV (pp.217-226) del libro Vargas Llosa entre el mito y realidad, Marburg: Tectum Verlag,(2009) de Julio Roldán, el cual cuenta- para efectos de su reproducción en la revista Pacarina del Sur- con la autorización expresa del autor.
[2] Julio Roldán (1952) es sociólogo y doctor en filosofía por la Universidad de Bremen. Roldán fue docente en varias universidades en el Perú, en la de Hamburgo, Bremen y en la actualidad en la de Potsdam-Alemania. Ha publicado trabajos de investigación de carácter histórico-político y filosófico como “Perú. Mito y realidad” (1986), “Gonzalo, el mito.” (1990), “Vargas Llosa entre el mito y la realidad” (2000), “Las dos caras del continente americano y otros ensayos” (2002), “América Latina. Democracia y transición a comienzos del tercer milenio” (2005), “Weimar. Tres momentos en el desarrollo político-filosófico en Alemania” (2007). “Latinoamérica. La mentalidad colonial y otros ensayos” (2010). Julio Roldán nació en el Perú y vive desde el año 1993 en Hamburgo-Alemania en condición de asilado político. Los que desean comunicarse pueden hacerlo a la siguiente dirección: roldana@web.de
[3] En América Latina hay muchos antecedentes en relación al tránsito del intelectual a la militancia política. Uno de éstos fue el venezolano Rómulo Gallegos: el novelista se presentó como candidato a la presidencia de la república en 1947, representando al Partido Acción Democrática, y como consecuencia fue elegido presidente de la república de su país. Nueve meses después de haber asumido el mando fue derrocado por un golpe militar, el mismo que lo obliga a marcharse al exilio. Luego tenemos la experiencia del cuentista y ensayista dominicano Juan Bosch, quien después de la muerte del dictador Trujillo ocurrida el año 1961 ganó las elecciones con el Partido Nacional de la Revolución y gobernó desde febrero hasta septiembre de 1963; luego fue derrocado y reemplazado por un triunvirato. El argumento esgrimido en contra de Bosch, principalmente por los EE. UU, fue el ser comunista. La tercera experiencia es la de Pablo Neruda, quien en 1970 fue pre-candidato del Partido Comunista de Chile a la presidencia de la república de su país; meses después renunció a tal designio para dar paso al médico Salvador Allende. Sus aspiraciones no pasaron más allá de una pre-candidatura.
[4] (Castañeda 1995: 232)
[5] (Montoya 1992: 57)
[6] (Vargas Llosa 1990: 91)
[7] (Pease 1986: 17)
[8] Cuando la International Petroleum Company firmó los nuevos contratos de exploración y explotación de los yacimientos petrolíferos con el Estado peruano, elaboraron un documento; y la página donde se especificaban los precios, la once, posteriormente se perdió.
[9] (López 1991: 90)
[10] (Pease 1986: 18)
[11] (Autores varios 1990: 63)
[12] Los más conocidos dirigentes apristas que trabajaron con el régimen militar fueron Luis Felipe de las Casas, Mercedes Cabanillas, Luis González Posada, Javier Tantaleán Arbulú y Roberto Ángeles Lazo.
[13] (Solimano 1996: 196)
[14] (Vargas Llosa 1993: 312)
[15] (Vargas Llosa 1990: 287)
[16] (Vargas Llosa 1990: 310)
[17] (Vargas Llosa 1990: 316)
[18] (Vargas Llosa 1990: 318)
[19] (Autores Varios 1975: 12)
[20] (Vargas Llosa 1990: 345 y 347)
[21] (Vargas Llosa 1993: 87)
Bibliografía:
Autores varios, “Entrevista a Vargas Llosa”, En: Ultima Hora (Lima) 17.01 1975.
Autores varios, En qué momento se jodió el Perú, Lima: Editorial Milla Batres, 1990.
López, Sinesio, El dios mortal, Lima: Instituto Democracia y Socialismo, 1991.
Montoya, Rodrigo, Al borde del naufragio: Democracia, Violencia y Problema Étnico en el Perú, Lima: SUR Casa de Estudios del Socialismo 1992.
Pease, Henry, El ocaso del poder oligárquico: Lucha política en la escena oficial, 1968-1975, Lima: Desco, 1986. (cuarta edición).
Solimano, Andrés, “Dirigismo estatal, reformas del mercado y crecimiento económico: La experiencia de América Latina”, En: El pensamiento iberoamericano (Madrid) núm. 29, 1996.
Vargas Llosa, Mario, Contra viento y marea V.I, Barcelona: Seix Barral, 1990.
__________, El pez en el agua, Barcelona: Seix Barral, 1993.
Cómo citar este artículo:
ROLDÁN, Julio, (2012) “Mario Vargas Llosa y la dictadura militar en el Perú (1968-1980)”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 10, enero-marzo, 2012. ISSN: 2007-2309. 23 de enero de 2012. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/home/oleajes/386-mario-vargas-llosa-y-la-dictadura-militar-en-el-peru-1968-1980
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