Jorge Fuentes falleció el 27 de diciembre de
2011, después de una agonía de 27 días, y hasta el día 30 fue sepultado por
cuestiones legaloides, las mismas que impidieron que su cuerpo fuese cremado.
Los suicidas deciden por su vida, pero las leyes, en su formalidad burocrática,
apelan a la vida de seres que ya no desean vivir. Los suicidas -y peor si son
creyentes- se enfrentan a la paradoja clerical que les impide la extremaunción,
el sacramento administrado por un sacerdote, por haber pecado. Por fortuna,
Jorge no era de ese clan.
El
30 de diciembre, en Mausoleos del Ángel, cerca
de la UNAM , a
las 11.15 am, despedimos a Jorge. Edur Velasco
ahí estaba, después de una prolongada huelga de
hambre de más de 40 días (motivada por la exigencia de un
mayor presupuesto a nuestra universidad, la UAM ). Habló de Jorge y su militancia en el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma
Metropolitana, el SITUAM, para, al final, leer el poema “Masa” de César
Vallejo. Tal vez Edur sabía o intuyó el vínculo que Jorge había establecido con
la cultura andina, más que con la peruana. Hoy, a nivel universal, se celebra a
Vallejo, pero en su época y con Trilce encontró un gran vacío, incomprensión
y maledicencia; fue escarnecido y descalificado en su propia tierra y llamado
cholo. Leer “Masa” era establecer vasos
comunicantes con el Vallejo internacionalista que cantó a los comunistas y
socialistas de la Guerra
Civil Española en 1937:
Al
fin de la batalla,
y
muerto el combatiente, vino hacia el un hombre
y
le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”
Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se
le acercaron dos y repitiéronle:
“¡No
nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron
a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando:
“¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!”
Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le
rodearon millones de individuos,
con
un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero
el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces
todos los hombres de la tierra
le
rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado:
incorporóse
lentamente,
abrazó
al primer hombre; echóse andar…
En
la ceremonia, un amigo de juventud reseñó la amistad y militancia de Jorge en
días aciagos y luminosos, antes y después del 68. Otro amigo, el doctor que lo
atendió de sus ojos, habló sobre la ceguera que mantenía en la oscuridad a
Jorge, lo cual no le impedía leer y ser un prolífico escritor. Un joven maestro
señaló la solidaridad de Jorge al asumir la defensa de varios estudiantes en la UAM Iztapalapa ,
frente a la arbitrariedad de las autoridades universitarias. También destacó el
trabajo monumental de Jorge en torno de José Revueltas y su obra, filosófica y
literaria y el aporte que realizó respecto del concepto enajenación y la
cultura mexicana. Ya antes Alberto Híjar, crítico de arte, había comentado en
“Muertes crueles”: “Su
investigación de la “edición perdida” de los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844, fundamental para
valorar la aportación de Revueltas al problema de la enajenación, es asombrosa
porque el texto de Marx circuló en México hasta los 60. Al fin descubrió la
traducción en los 40 de la comunista Alicia Gerstell refugiada en México con su
esposo Otto Rühle para salvarse de los nazis. De aquí o de una traducción
argentina, Revueltas obtuvo un ejemplar y le sacó el gran jugo novelístico y
crítico del comunismo. El estudio sobre Revueltas es ejemplar porque articula
con maestría narrativa en 477 páginas, las determinaciones políticas de la
difícil construcción del comunismo enfrentado con el trotskismo, el
espartaquismo y el Estado mexicano. Las notas y el apéndice del libro son muy
valiosos porque prueban el rigor de un investigador ejemplar”.
Además
del legado revueltiano, Jorge Fuentes estableció un nexo entre José Revueltas y
José María Arguedas, lo mexicano y lo andino, en su ensayo “Entre El sexto y El apando, los presidios de José María Arguedas y José Revueltas
(Para una lectura política)”. Ahí, ofrece claves que hermanan a estos ilustres
escritores: ambos fueron disidentes, criticaron y lucharon en contra de la
dominación existente proponiendo utopías; se preocuparon por el destino de sus
pueblos, con una tendencia nacionalista que difiere del nacionalismo burgués; escribieron sobre
la cuestión indígena con matices y diferencias notables.
Por ejemplo, la visión interna de Arguedas marcada por su formación y
experiencia cultural quechua. Las obras El sexto (1961) y El apando (1969) de Arguedas y Revueltas, respectivamente, como se
advierte en el texto de fuentes, fueron publicadas en la década del ascenso
teórico y político de los movimientos revolucionarios y de liberación en América Latina, alentados por el triunfo
de la Revolución
cubana; las vidas de estos autores quedaron entrelazadas de modo inesperado:
Revueltas conoció al peruano Jacobo Hurwitz en las Islas Marías y,
posiblemente, éste le dio a conocer a José Carlos Mariátegui, y luego, en 1944,
Revueltas viajó a Perú y conoció a
Arguedas. Ambos experimentaron la intolerancia del poder, su obra ensayística y
literaria se enfocó a favor de los “ninguneados”, de los ofendidos. Ambos eran un tanto cuanto marginales y mantenían
cierta heterodoxia frente a sus pares, y los dos mostraron inseguridad,
angustia y desesperación ante la recepción de sus obras literarias.
José María Arguedas, en medio de crisis
cíclicas ante la incertidumbre de su trabajo literario y su capacidad de
encarar su existencia, escribió: “Existe en el quechua chanka un término
sumamente expresivo y muy común: cuando un individuo quiere expresar que a
pesar de todo aún es, que existe todavía con todas las posibilidades de su
reintegración y crecimiento dice: ¡kachkaniraqmi!”, o, en otras palabras, sigo siendo, estoy en plenitud creativa,
el tono vital es alto. Sin embargo, en su última novela, El zorro de arriba y el zorro de abajo, inicia así su Primer
Diario: “En abril de 1966, hace más de dos años, intenté suicidarme. En mayo de
1944 hizo crisis una dolencia psíquica contraída
en la infancia y estuve casi cinco años neutralizado para escribir… En abril
del 66 esperé muchos días que llegara el momento oportuno para matarme… Hoy
tengo miedo, no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revolver
es seguro y rápido… ahora me devano los sesos buscando una forma de liquidarme
con decencia, molestando lo menos posible a quienes lamentarán mi
desaparición…” Valgan las dos citas para mostrar fortaleza y fragilidad de un gran escritor
ante una decisión final. Un escritor que Jorge Fuentes veneró y que fue un
vínculo primordial con la cultura andina.
Jorge Fuentes fue un animador de los
cinco Coloquios “Literatura y antropología José María Arguedas”, que promovió Paco Amezcua en la ENAH. Posteriormente ,
pasó la estafeta a los peruanos quienes organizaron el VI Coloquio, agosto del
2008, “Antropología y literatura José María Arguedas”,
en Huancayo, Perú. Ahí estuvo también Jorge. En agosto de 2011, el VII Coloquio conmemoró el Centenario del
natalicio de Arguedas (1911-2011), en el mismo Huancayo. Juan
José García Miranda y Manuel Perales nos atendieron de maravilla y, en conmovedora ceremonia, le fue entregada a
Jorge la vara de mando de Komayok. Jorge presentó una ponencia sobre Carlos
Montemayor. Creo haberle tomado varias
fotos durante su ponencia y otras cuando
respondió en forma exhaustiva inquietudes sobre nuestro país. Veré esas últimas
fotos y leeré el atractivo de su escritura conversacional. “Pero [dijo JEP en
referencia a R. Castellanos y lo retomo en referencia a Jorge] el tono, el
gesto, el brillo de sus ojos, la sonrisa, no hay página ni filmación que puedan
capturarlos y se han perdido irremediablemente”.
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