viernes, 5 de abril de 2013

MARCOS ROITMAN ROSENMAN . CAUDILLISMO, CAUDILLOS Y LIDERES POLITICOS EN AMERICA LATINA


*Un Tema de Actualidad*

*CAUDILLISMO, CAUDILLOS Y*

*LÍDERES POLÍTICOS EN AMÉRICA LATINA*

Marcos Roitman Rosenmann

Los caudillismos siempre han sido aborrecidos. Su aparición se vincula al
ejercicio autocrático del poder, en el que proliferan el miedo y la
represión. Su correlato, la figura del caudillo. Un personaje deleznable
como el régimen que preside. Los caudillos suelen ser considerados seres
enfermizos, con delirios de grandeza, sueños faraónicos y proyectos
imperiales. Sujetos que acumulan un poder desmesurado, sin control y al
margen de las instituciones. Algo parecido a un monarca absoluto. "El
Estado soy yo", al decir apócrifo de Luis XIV, el Rey sol francés.

Los caudillos nunca han gozado de buena prensa, sobre todo cuando su
definición se homologa a dictadores sin escrúpulos. Si echamos un vistazo
al siglo XIX latinoamericano, el apelativo se adjudicó a figuras como Juan
Manuel de Rosas en Argentina y Facundo Quiroga, tan bien descritos por
Domingo Sarmiento en *Facundo, civilización o barbarie*. En Paraguay, el
mote recayó en José Gaspar Rodríguez, de Francia, inmortalizado por Augusto
Roa Bastos en su novela *Yo, el Supremo*. Ningún país se libra de tenerlos.
En Bolivia, los focos se centran en Manuel Mariano Melgarejo, asesinado en
el exilio en 1871. Su personalidad ha sido objeto de múltiples
chascarrillos. Alcides Arguedas lo retrata en su obra *Los caudillos
bárbaros*. La lista es larga. Entre tantos, un caso singular, Chile, donde
el caudillo nunca ocupó la presidencia. Ahí se habla del "hombre fuerte"
que aglutinó a las "fuerzas vivas" del país para construir el Estado, Diego
Portales. Resulta significativo que en 1973, tras el golpe de Estado, la
junta militar, encabezada por Pinochet, adjetivara la sede de la dictadura
como "Edificio Diego Portales", antes llamado Gabriela Mistral.

Existe, al menos, en América Latina otra perspectiva de análisis que
vincula el caudillismo a las montoneras, llaneros o cimarrones,
identificándolo como un movimiento social cuasi espontáneo y popular. A
decir de Gastón Carvallo, uno de los grandes especialistas, el caudillismo
"es pues, en buena medida, la expresión más acabada del bochinche.
Individualista y anárquico, invertebrado, tiene en sus genes la grave
contradicción de esos sentimientos y aspiraciones que, paradójicamente, se
encuadran en una organización que aun cuando laxa tiende a crear jerarquías
que casi siempre caricaturizan la organización militar sin encontrar su
fundamento en un cuerpo doctrinario". En Venezuela, el movimiento de los
llaneros, durante la segunda república, 1813-1814, hace mérito a la
definición. La figura controvertida de su caudillo, José Tomás Boves,
apodado *El león de los llanos*, aglutinó a las clases populares y los
campesinos pobres. Déspota o un caudillo popular, según las versiones,
Simón Bolívar lo inmortalizó con el mote de *Azote de Dios*. En cualquier
caso, se enfrentó a la oligarquía criolla que lo detestaba. Si el
caudillismo es un movimiento social, los caudillos acaban negando su
esencia. Imponen su voluntad por medio de favores y privilegios, abriendo
una brecha infranqueable al reprimir el movimiento. Nuevamente cito a
Carvallo: "El caudillo tomó su condición real de autócrata despótico,
buscando con ello la estabilidad con base en métodos que muy poco o nada
tenían que ver con el carácter caudillista original. Es decir, el caudillo,
para perpetuarse, tuvo que enfrentar su propia base de apoyo".

Para la historiografía oficial y la sociología académica el caudillo se
asocia a grandes propietarios terratenientes. Oligarcas y caciques
regionales que mutaron disputando el poder del Estado. Como caudillos
aborrecieron y renegaron de las clases populares, descargando sobre ellas
una violencia extrema. Preocupados por mantener el poder, el caudillo,
siempre actuó en defensa de los intereses de las clases dominantes. Su
aparición, en algunos casos, estuvo motivada por una crisis de legitimidad
y un miedo hacia las revoluciones populares. El prototipo de caudillo en
América Latina lo tenemos en la figura de Rafael Leónidas Trujillo,
conocido como *El jefe*, cuyo poder omnímodo, en República Dominicana, lo
ejerció desde 1930 hasta el día del magnicidio, el 30 de mayo de 1961. Otro
ejemplo de caudillo fue el dictador español Francisco Franco. Las monedas
de curso legal en España, durante más de 40 años, traían su efigie con el
lema "Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios". Ambos se
hicieron nombrar "generalísimos" y se valieron de una supuesta personalidad
carismática para urdir sus redes de privilegio, exclusión y muerte.

En América Latina tenemos caudillos, dictadores y también
dictadores-caudillistas, estos últimos cobijados bajo el paraguas del poder
militar. Por ejemplo, Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua, Stroessner en
Paraguay, Pérez Jiménez en Venezuela, Estrada Cabrera en Guatemala,
Tiburcio Carías en Honduras y Fulgencio Batista en Cuba. Es verdad,
caudillos, dictadores y dictadores-caudillistas poseen rasgos comunes.
Todos se proclaman salvadores de la patria. Cuando ejercen el poder se
encuentran libres de ataduras éticas, morales y, sobre todo,
político-institucionales. Se consideran héroes librando una cruzada contra
el maligno, muchas veces representado, como no podía ser de otra manera, en
el siglo XX y XXI, por el marxismo, el socialismo, el comunismo o
ideologías disolventes de la civilización occidental, la familia, la patria
y Dios.

Nuestra América lleva dos siglos de vida independiente y aún destila
escritores, científicos sociales y publicistas que etiquetan cualquier
proceso político popular, antiimperialista y anticapitalista como el
resurgir de un populismo encabezado por un caudillo. El imaginario común,
Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Arnulfo Arias en
Panamá, José Figueres en Costa Rica, Paz Estenssoro en Bolivia o Velasco
Ibarra en Ecuador. Es posible que caigan en esta denominación Lázaro
Cárdenas o Plutarco Elías Calles. En esta dinámica, dejándose llevar por un
rechazo a los movimientos populares como motores del cambio social, se
descalifica, caricaturiza y declara obsceno a líderes políticos cuya
autoridad radica en la capacidad de convencimiento en las urnas y no en un
discurso populista o un quehacer caudillista. Lo nacional-popular incomoda.

Los publicistas del nuevo caudillo confunden, manipulan y pierden rigor
teórico y político en pro de una explicación sesgada. Con un tono
neutral-valorativo dicen mantener las distancias. Creo, confunden caciques,
caudillos y caudillos con líderes políticos y liderazgo social. En esta
dimensión el líder, a diferencia del caudillo, autócrata por excelencia,
sobresale por la capacidad de conducción, siendo sus cualidades a destacar
la rectitud, la moral, la virtud ética de poder y el respeto a sus
conciudadanos. El carisma y la personalidad influyen, pero en el líder se
disuelve y trasforma en legitimidad cotidiana. El líder no vive del carisma
político, a decir de Weber. Y lo más destacable: el líder no se limita a
administrar el poder, es precursor, tiene la capacidad de transformar el
orden constituido. Su liderazgo deviene autoridad participante. Es un
mandar obedeciendo lo que identifica el liderazgo. Así se complementa con
un papel activo de la ciudadanía, al contrario que el caudillo que disuelve
y reprime la participación popular.

Liderazgos políticos afincados en proyectos democráticos escasean en el
mundo y hay pocos en América Latina, de ahí su relevancia cuando surgen.
Los líderes se impregnan de la historia de sus países, recorren el
territorio, hablan con su gente, escuchan y saben interpretar los anhelos
de justicia social, las demandas de los trabajadores, las mujeres, la
juventud y los pueblos originarios. Por ello cuando se asocia a Hugo Chávez
con un movimiento caudillista y se le adjetiva como caudillo se está
cayendo en un despropósito. Hugo Chávez no ha sido caudillo ni "jefe" de un
movimiento caudillista. Apegado a la Constitución, respetuoso de las
libertades públicas, civiles e individuales, nunca estuvo por encima de las
leyes ni reprimió, torturo, exilió o mando asesinar a miembro alguno de la
oposición. Todos, rasgos inherentes a los caudillos y sus regímenes. Hugo
Chávez ha sido un líder, un estadista para su pueblo y América Latina. Así
se le recordará, muy a pesar de sus detractores.

01-04-2013 La Jornada

http://www.jornada.unam.mx/2013/03/31/opinion/018a1mun

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=166084

Publicado por Revista Libre Pensamiento

Etiquetas: Batalla de las ideas

*Nota*.- Antes del *Manifiesto Comunista*, muy poco circulaba
el término dictadura en sentido peyorativo, y menos dictador. Se usaba
términos como tirano, autócrata. Ahora está de moda llamar dictador,
caudillo a cualquier persona que resalte por su liderazgo.

El articulista usa el caso de Hugo Chávez como buen motivo para deslindar
los campos de modo resuelto y definido. Sigamos su ejemplo

Ragarro

05.04.13



--
Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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