domingo, 13 de diciembre de 2009

ROSAMEL DEL VALLE (POETA CHILENA)

de "País Blanco y Negro" (1929)



..... En primer lugar, qué sentido tienen mis ojos. Suponiendo que irremediablemente esto tuviera que suceder al ahogarse la tarde, yo tendría que hablar o contar todo desde la habitación del sentimiento. Pero, aunque no se ha agotado la producción universal de suspiros, me parece que puedo desertar fusil al hombro de tales vicios. Muerte al suspiro.



..... Mi habitación tiene altos muros y aquí no proclamo ninguna consistencia, ningún color especializado. Afuera el cielo corre velozmente. Me gusta ver pasar los peces que caen de los árboles. Pero la piel tibia de las palabras se estira con cuidado, pues la noción no aparece siempre en cada discurso. Y no es que yo tenga que hablar de hechos precisos, de sucesos de gran estatura. Vive en mí lo mágico. Ojo que no se sobresalta, ojo perdido. Mi sobresalto no tiene huella de lo pequeño o lo grandioso. Tiembla mi pupila. Tiembla mi pupila. Es cosa diferente. Y en todos los ojos una luz se ahoga.



..... Me rodean cosas y sucesos pequeños. Mis ojos transforman estas cosas y estos sucesos sin el sentido que representan.



..... Y es que mis ojos viven en su labor de sorpresa libre y sin derrota. A veces existe lo mágico vivo como una lengua. Es la realidad con escamas, la realidad bandolera con su piel distinta. Pero, retened las cosas con todo lo mágico que contengan, guardad la magia que palpite en sus venas. Sé que eso es inútil, porque este juego se alimenta de inesperadas transformaciones. No puedo permitir que la realidad permanezca frente a mí con su rostro de prisionera o de ahogada. Veo el fuego de su cuello, el vapor de su boca perpleja y poco dueña de sí misma. Veo la voz que le crece, lo maravilloso como un signo, el grito de su fallecimiento. Y la tomo en el acto. Y para qué existen entonces los elementos. Por qué a veces vive el arcoiris en los bosques del cielo. Para qué estalla el color de la rosa y tira de su rama. Para qué aparece la estrella suelta como una hoja. Para qué crece el corazón en el sueño. Y el viento de qué manera impone su presencia. Y para qué voy a gritar estas cosas que se transforman sin un ruido. Si la máquina estalla es porque respira demasiado fuerte. Ley de su necesidad. Pero el hombre que guarda su paciencia de transformador de elementos entre sus propias selvas, entre sus caminos vegetales, en el vasto país de su memoria, de qué modo justifica el ruido que ahogn sus palabras, sus poemas, el sonido de sus mejores gestos. De qué modo y para qué.



{...}



..... Y luego que el árbol, la nube, la lluvia, el océano, etc., no han sido nunca tristes. Nunca su presencia se asemejó a las cascadas que caen de los ojos del hombre. Él quiso adherirle su aliento de tristeza y desamparo para asemejarlo de alguna manera a la debilidad de su corazón envejecido. Imaginad la tristeza de esta clase de hombre adherida a la alegría del viento o de la ola, por ejemplo. O si existe el hombre que toma lo natural para inventarse una magia de acuerdo con su condición de artista, hablemos entonces de un nuevo mago que no se siente derrotado por los elementos, sino tan fuerte como ellos y como ellos lleno de maravilla.



{...}



..... Me parece que en alguna parte el agua corre con su vidrio líquido. La sigo sin gran esfuerzo porque el corazón se desinfla al borde del agua. El corazón: he ahí un enemigo, pequeño dragón para quién aún no ha aparecido el ángel. Dulce pez que se ahoga con el peso de sus innumerables escamas. Hacia este mito quiero arrastraros con mi mejor sentido. Lo toma en las manos y supongo que no hay otro relámpago más rápido. Yo lo he tenido otras veces tan vivo y no cantaba. Lo he visto florecer como la electricidad. Pero es del corazón que yo hablo y no de su aspecto de piedra filosofal que lo empequeñece o lo agranda, de tal modo que llega a ser un resorte fisiológico un poco olvidado. Entonces me acuerdo del corazón de Poe, del pálido corazón de Poe y del corazón demasiado inútil de Napoleón.



{...}



..... Pero yo amo los mitos. Amo el corazón, vuestro enemigo de Paraíso o de Infierno. Si su vida se agita, peor para él. Si danza en la alegría con su única ala, mejor. Los dos no somos una misma cosa, sino dos cosas paralelas. A ninguno de los dos pertenece el imán que nos atrae a cierta distancia, sino al mito. Yo veo el corazón que te fatiga. Lo veo con su corona de hombre demasiado grande o de ojo demasiado fijo. Lo oigo gritar como esos pobres Generales de las batallas.



{...}



..... Durante mucho tiempo nos veíamos día a día. A través de sus ojos entré de nuevo a la ciudad, por cuyas calles me aburría antes largamente. Me interesaban sus palabras, sus menores gestos, todo tan confundido entre la realidad y el sueño. A veces yo procuraba hablar mucho y seguido, por temor a que ella tomara la conversación por su cuenta. Otras veces me sentía obligado a enmudecer, tal era su voluntad a través de una mirada o un gesto. Puedo decir que esta mujer contaba con una rica memoria. Es decir, con un país de extraños hechos y de extrañas videncias, lo que le permitía evocar un suceso íntimo ante la presencia de cada cosa y aun ante cosas que no siempre tenían presencia. Siempre me pareció verla caminar con un pie en lo sucedido y otro en lo que acaso podría suceder o en lo que, más bien, tendría que suceder. Y todo dentro de un plano parecido a su memoria convulsa.



{...}



..... Un día me comunicó que se preparaba para un viaje. Imposible que yo pudiera notar en ella si eso le causaba un placer o un disgusto. "me voy a Valparaíso" me dijo: "Durante dos o tres noches la necesidad de ir a alguna parte no me deja. Quiero estar allá hoy mismo". Confieso que eso me causó cierta angustia. No sé qué clase de angustia. ¿Es que yo la amaba? El asunto es que su sombra se erguía de alguna manera junto a la mía. Creí ver hasta un mismo ritmo, un mismo deseo. Allí mismo adiviné los sueños subsiguientes, los que, desde esa misma noche, se cumplieron con fidelidad. Los días eran un poco extraños, poco parecidos a los de antes. Con frecuencia me invadía la angustia. Algo que ella había dejado tras su recuerdo o algo que obraba inconscientemente decapitaba mis mejores horas. Pasaron entre tanto tres o cuatro días. Al quinto tuve un sueño en que aparecía el mar y el agua era amarilla. Hacía frío. Yo tenía que partir hacia un puerto no muy lejano, creo que Colón, pero se apoderó de mí un gran miedo y me quedé en tierra. Al sexto día recibí carta de ella. Decía: "Son las once de la noche. No me siento bien. Usted, mi gran amigo R., está siempre a mi lado, pero creo que su rostro no es el mismo. Hace frío y me parece que el mar -que está echado ahí al frente- tiene un color amarillo".



{...}



..... Amo este rumor parecido al fuego o a la piedra. Amo la angustia parecida a la flor que sangra o a la hoja que se precipita. La angustia del hombre que se vade de sí mismo y que se desespera alrededor de una ausencia sin remedio. Pero apenas huye la sombra que rompe todas las amarras, es decir, mi propia sombra, en cada estrella, en cada árbol o en cada torre, brilla esta palabra que he conocido hace poco tiempo:



FUGA



..... Y luego el tropel de perseguidores, el acero vivo de las espadas y el viento un poco blando y un poco lleno de caminos cerrados. La Vía Láctea atraviesa desde los Andes hasta el Océano Pacífico y es como un puente de pequeñas llamas sobre un inmenso deseo, sobre una alegría o sobre una angustia.

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