lunes, 7 de marzo de 2016

HORTA, M.F

Horta, M. F. Tipógrafo, utopista saintsimoniano y columnista. Destacado colaborador del periódico El Obrero de Lima durante los años de 1875 y 1876, vocero de la Sociedad de Tipográfica que bajo el liderazgo de Manuel N. Heraud aglutinaba alrededor de medio millar de trabajadores de imprentas, la cual parcialmente se inclinaba a seguir formando parte del sistema clientelar del Partido Civil de Manuel Pardo. En sus páginas tuvo a su cargo la columna «De todo un pero», a partir del número 4. Publicó un ensayo pionero para la historia de las ideas socialistas en el Perú intitulado: «La clase obrera y el porvenir», el cual salió en tres entregas (1875). En la primera entrega llamó a favor de la unión y la educación obrera. Recomendó, la lectura de autores anarquistas como Proudhon, de socialistas utópicos como Hugues-Félicité Robert de  Lammenais, Louis Blanc, Charles Beranger, o románticos radicales protoanarquistas como Constantine François de Volney. También de un fisiócrata de primer orden, Adam Smith. Da indicios confiables de algunas de las ideas de estos autores que concitaban las preferencias de algunos de sus coetáneos  ilustrados y utopistas. Cabe recordar que Lammenais fue autor del Libro del pueblo (1837), Blanc de La organización del Trabajo (1845), Beranger de una serie de escritos publicados bajo el título general de  La Religión Saintsimoniana (1832), y Volney de Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios y las leyes naturales (1791). 
Destacó el papel benéfico de la educación popular: «Educados ya, estudiemos nuestra manera de ser, nuestra organización social, y dictemos leyes que en relación con nuestras necesidades, formen nuestra legislación, y derramen la paz y la abundancia en el seno de nuestras familias.» Criticó los prejuicios de los intelectuales y reformadores pertenecientes a la burguesía y pequeña burguesía liberal, que nutrían su vanidad aristocrática. Este lastre fue señalado como un obstáculo para pensar desde su misma clase hacia otras clases. «No miréis el hombre, fijaos en la idea», afirmó.
Su mirada sobre el escenario latinoamericano le permitió recuperar la lección de México bajo la reforma liberal de Benito Juárez. Aprobó entusiasta  la separación absoluta del Estado y la Iglesia. Criticó duramente la reacción del «partido ultramontano del Perú», expresada desde las páginas de su vocero La Época a principios de 1875, por el temor que el ala radical del Partido Liberal del Perú siguiese un cauce parecido al mexicano.
Consideró trascendental que el hombre en su desarrollo hubiese logrado explicarse el origen de la esclavitud, el de la explotación del hombre por el hombre, así como el papel opresor de la religión, en particular de la católica. Creía en la divinidad, en Dios, sin menoscabo de su concepción utopista acerca de Cristo y su legado cristiano no eclesial. En clave neosaintsimoniana sostuvo que los principios de la libertad, igualdad y fraternidad fueron traídos por Cristo, «un hombre de ideas avanzadas» y que sus discípulos y la religión institucionalizada al darle un origen divino, falsearon su doctrina para oprimir y gobernar al pueblo. Elogió la opción republicana del cristianismo radical y filosocialista. Se mostró ambivalente acerca de la idea de que Dios realmente hubiese creado al mundo. Insistió en acusar a los Apóstoles de Cristo de distorsionar sus enseñanzas y reprochó a la Iglesia el haber oprimido a la humanidad durante siglos. Según él, solamente la Revolución Francesa volvió a mostrar a los trabajadores la senda de la libertad y la razón.
El 5 de mayo de 1875 se retiró de la sociedad que editaba El Obrero, resintió  quizás los ataques que había suscitado su ensayo como contrarios a la religión y la moral, según deja constancia en su tercera y última entrega.  Sin embargo, en enero de 1876 volvió  publicar un artículo dedicado al director de El Obrero, Manuel Heraud, intitulado «Dios», refrendando su condición de creyente al estilo de los utopistas neosaintsimonianos, aparte de recusar algunas de las acusaciones que le fueron lanzadas.
En 1879 se alistó como combatiente en la Corbeta «Unión» en defensa de la agresión militar chilena. Dejó un relato de la difícil travesía de dicha embarcación para sortear el bloqueo que resentía el puerto de Arica, el 17 de marzo, en el cual escribió: « ¡Nuestra proa buscaba Arica! íbamos a romper el bloqueo, llevando nuevos elementos de defensa a nuestros hermanos del Sur. Esta empresa era superior a un combate de buque a buque. Los buques de guerra de la marina neutral iban una vez más a juzgar del valor de nuestros marinos. ¡Honor para los valientes que iban a llevar acabo la expedición!

¡Romper el bloqueo de Arica! Hé ahí una verdad que parecerá mentira; pero tal eran las instrucciones que tenía nuestro comandante, tal era la comisión que llevábamos, para poder dejaren ia plaza los elementos de guerra i las interesantes comunicaciones para el Contra-almirante Montero enviadas por el Jefe Supremo.». Destruida la «Unión» retornó a Lima y participó en la campaña de la Breña en la sierra central, de la cual publicó una crónica en El Eco de Junín del 26 de agosto de 1882 y otro intitulado: «La crónica periodística: la contraofensiva de Julio» reproducida por Luis Guzmán Palomino en su libro acerca de Cáceres.

[RMB/JLZ]






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