Horta,
M. F. Tipógrafo,
utopista saintsimoniano y columnista. Destacado colaborador del periódico El Obrero de Lima durante los años de
1875 y 1876, vocero de la Sociedad de Tipográfica que bajo el liderazgo de
Manuel N. Heraud aglutinaba alrededor de medio millar de trabajadores de
imprentas, la cual parcialmente se inclinaba a seguir formando parte del
sistema clientelar del Partido Civil de Manuel Pardo. En sus páginas tuvo a su
cargo la columna «De todo un pero», a partir del número 4. Publicó un ensayo pionero
para la historia de las ideas socialistas en el Perú intitulado: «La clase
obrera y el porvenir», el cual salió en tres entregas (1875). En la primera
entrega llamó a favor de la unión y la educación obrera. Recomendó, la lectura
de autores anarquistas como Proudhon, de socialistas utópicos como Hugues-Félicité Robert de Lammenais, Louis Blanc, Charles Beranger, o
románticos radicales protoanarquistas como Constantine François de Volney.
También de un fisiócrata de primer orden, Adam Smith. Da indicios confiables de
algunas de las ideas de estos autores que concitaban las preferencias de
algunos de sus coetáneos ilustrados y
utopistas. Cabe recordar que Lammenais fue autor del Libro del pueblo (1837), Blanc de La organización del Trabajo (1845), Beranger
de una serie de escritos publicados bajo el título general de La Religión Saintsimoniana (1832), y Volney de Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las
revoluciones de los imperios y las leyes naturales (1791).
Destacó el papel benéfico de la educación
popular: «Educados ya, estudiemos
nuestra manera de ser, nuestra organización social, y dictemos leyes que en
relación con nuestras necesidades, formen nuestra legislación, y derramen la
paz y la abundancia en el seno de nuestras familias.» Criticó los prejuicios de
los intelectuales y reformadores pertenecientes a la burguesía y pequeña
burguesía liberal, que nutrían su vanidad aristocrática. Este lastre fue
señalado como un obstáculo para pensar desde su misma clase hacia otras clases.
«No miréis el hombre, fijaos en la idea»,
afirmó.
Su mirada sobre el escenario
latinoamericano le permitió recuperar la lección de México bajo la reforma
liberal de Benito Juárez. Aprobó entusiasta la separación absoluta del Estado y la Iglesia. Criticó
duramente la reacción del «partido ultramontano del Perú», expresada desde las
páginas de su vocero La Época a
principios de 1875, por el temor que el ala radical del Partido Liberal del
Perú siguiese un cauce parecido al mexicano.
Consideró trascendental que el hombre en
su desarrollo hubiese logrado explicarse el origen de la esclavitud, el de la
explotación del hombre por el hombre, así como el papel opresor de la religión,
en particular de la católica. Creía en la divinidad, en Dios, sin menoscabo de
su concepción utopista acerca de Cristo y su legado cristiano no eclesial. En
clave neosaintsimoniana sostuvo que los principios de la libertad, igualdad y
fraternidad fueron traídos por Cristo, «un hombre de ideas avanzadas» y que sus
discípulos y la religión institucionalizada al darle un origen divino, falsearon
su doctrina para oprimir y gobernar al pueblo. Elogió la opción republicana del
cristianismo radical y filosocialista. Se mostró ambivalente acerca de la idea
de que Dios realmente hubiese creado al mundo. Insistió en acusar a los
Apóstoles de Cristo de distorsionar sus enseñanzas y reprochó a la Iglesia el
haber oprimido a la humanidad durante siglos. Según él, solamente la Revolución
Francesa volvió a mostrar a los trabajadores la senda de la libertad y la razón.
El 5 de mayo de 1875 se retiró de la
sociedad que editaba El Obrero, resintió
quizás los ataques que había suscitado
su ensayo como contrarios a la religión y la moral, según deja constancia en su
tercera y última entrega. Sin embargo,
en enero de 1876 volvió publicar un
artículo dedicado al director de El
Obrero, Manuel Heraud, intitulado «Dios», refrendando su condición de
creyente al estilo de los utopistas neosaintsimonianos, aparte de recusar
algunas de las acusaciones que le fueron lanzadas.
En 1879 se alistó como combatiente en la
Corbeta «Unión» en defensa de la agresión militar chilena. Dejó un relato de la
difícil travesía de dicha embarcación para sortear el bloqueo que resentía el
puerto de Arica, el 17 de marzo, en el cual escribió: « ¡Nuestra proa buscaba
Arica! íbamos a romper el bloqueo, llevando nuevos elementos de defensa a
nuestros hermanos del Sur. Esta empresa era superior a un combate de buque a
buque. Los buques de guerra de la marina neutral iban una vez más a juzgar del
valor de nuestros marinos. ¡Honor para los valientes que iban a llevar acabo la
expedición!
¡Romper el bloqueo de Arica! Hé ahí una
verdad que parecerá mentira; pero tal eran las instrucciones que tenía nuestro
comandante, tal era la comisión que llevábamos, para poder dejaren ia plaza los
elementos de guerra i las interesantes comunicaciones para el Contra-almirante
Montero enviadas por el Jefe Supremo.». Destruida la «Unión» retornó a Lima y
participó en la campaña de la Breña en la sierra central, de la cual publicó
una crónica en El Eco de Junín del 26
de agosto de 1882 y otro intitulado: «La crónica periodística: la
contraofensiva de Julio» reproducida por Luis Guzmán Palomino en su libro
acerca de Cáceres.
[RMB/JLZ]
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