Literatura y dialéctica
María Josefina Tejera
Publicado en El Nacional (Caracas), el 1 de septiembre de 1968{10}
Después de veinticinco años de escritor, es ahora cuando alcanza José Revueltas el reconocimiento de su valiosa obra literaria: en diciembre pasado se le otorgó el premio Villaurrutia, que mereció por sus novelas y cuentos. Además, Revueltas es un ideólogo del materialismo dialéctico y persigue, tanto en su actividad filosófica como en la literaria, alcanzar la dignidad ética e inducir a la superación individual y, por ende, a una mejor convivencia social. En las dificultades que la vida le ha planteado, ha sabido permanecer fiel a sus convicciones, y, con valor, se ha enfrentado a la crítica, a la hostilidad y al ataque violento de sus adversarios.
De sus obras literarias es El luto humano (1943) la más conocida, pues mereció el premio de la Unión Panamericana, pero sus dos colecciones de cuentos, Dios en la tierra (1944) y Dormir en tierra (1960), merecen una mayor difusión, porque se les puede comparar con los mejores de nuestra lengua. Recientemente acaba de aparecer en dos tomos una recopilación de su obra de ficción (Obra literaria, 1967), que permitirá releerla y ubicarla en su propio sitio.
La entrevista que hoy ofrecemos nos fue concedida en la cordialidad de una reunión de amigos, entre quienes se encontraban L. Sánchez Arreola, García Salgado y Canessi, el escultor. Ellos interrumpían para interrogarlo y completar sus frases, pero esa actitud, que era demostración de afecto y de respeto, limitó la claridad y la continuidad de la grabación que presentamos y que esperamos haber transcrito lo más exactamente posible.
—Amigo Revueltas, su nombre era casi desconocido hasta hace poco tiempo. ¿Cómo se inició usted en la literatura y cuándo comenzó a editar sus obras literarias? Si es usted principalmente un pensador o un filósofo, ¿por qué escribe novelas y cuentos? ¿Qué persigue con su obra de ficción?
—En la publicación de mis obras [los dos tomos de la Obra literaria] tuvo una influencia decisiva don Martín Luis Guzmán; si no hubiera sido por él, no se me hubiera editado sino después de muerto, cosa que no me hubiera satisfecho en modo alguno. Al principio, yo escribía pequeños cuentos en el periódico que teníamos para la propaganda de los soldados. La misión que el partido comunista me había encomendado consistía en vender chicles y chocolates en los cuarteles, donde yo establecía contacto con ellos, para entregarles propaganda. Esos cuentos, como después las novelas, tenían siempre un contenido ideológico. De modo que he escrito novelas porque es un medio de comunicación muy importante, así como he escrito cine. Pero el cine me idiotizaba por el comercialismo y el sentido utilitarista; me resultaba destrozante para el espíritu, por lo cual me pareció mejor dejarlo y no correr el riesgo de convertirme en una piedra.
—Comenzó usted a escribir literatura muy joven, pero sus actividades políticas fueron previas a la actividad creadora. ¿Cómo alcanzó esa firme convicción ideológica y cuál ha sido el proceso de su pensamiento y de su educación?
—Yo tenía problemas religiosos, que eran la duda de la existencia de Dios. Duda que asumí con honradez tratando de convertirlo en una duda racional, sólo que no aceptaba retirarme de la religión católica. Luego, me convencí rápidamente de que sus postulados eran contrarios a mis ideas, y comencé a estudiar otras religiones interesantes, pero no me satisfacía ninguna de ellas por su carácter metafísico y entonces me puse a estudiar filosofía e historia de la filosofía y de pronto caí, con una alegría extraordinaria, en el materialismo metafísico, que fue mi primera enseñanza. Casi me pasó lo que a un artista ruso que, cuando se convenció de que no existía Dios, salió a gritarlo a la calle: «Compañeros, ciudadanos los [curas]{11} nos han engañado. ¡Dios no existe!». Era para mí tan claro, que tuve la misma reacción y me daba mucha risa coincidir con ese deseo de ir a tocar las puertas para participar una cosa que era para mí tan elemental. De ahí al materialismo dialéctico no había más que un paso; empecé a estudiar a los marxistas italianos: Labriola, Mondolfo, y luego a los clásicos del marxismo; quise unirme al partido comunista, nada más que no lo encontraba porque estaba en la clandestinidad y no existían organizaciones abiertas sino la Confederación Sindical Unitaria [CSUM]. En una ferretería, donde yo era mozo, hice amistad con un compañero de trabajo que dirigía un sindicato de chóferes, pero sobre él recayeron sospechas fundadas de que era agente de la policía, sospechas que se extendieron a mi propia persona, puesto que yo trataba de unirme a las filas del partido. Entonces iba yo todos, todos los días, a ver si me hacían caso y me aceptaban en alguna organización del partido o de la juventud. Y un compañero de apellido Casado me hizo un examen teórico y me preguntó qué había yo leído, y le dije que el resumen de El capital; todavía no estaba editado el texto íntegro en castellano. Se puso a preguntarme de la plusvalía, de la fuerza de trabajo, el valor de uso, el valor de cambio; todo lo contesté muy bien y pensó que yo era un espía preparadísimo. Enseguida entré en relación con los emigrados cubanos y uno de ellos ya estaba siendo investigado por espía, precisamente el que rechazó mi solicitud de ingreso al partido, así que aquello era verdaderamente una pesadilla, pero yo lo atribuía a las circunstancias y no por eso renunciaba al comunismo.
En un mitin que hicimos en el Zócalo, el 7 de noviembre [de 1929], caí preso, y como me faltaban unos días para cumplir quince años, me llevaron a una correccional. Allí estuve abandonado de la mano de Dios porque ninguno de mis compañeros me hacía caso; me uní a una huelga de hambre sin que tampoco se supiera nada. Ya me había desmayado dos veces cuando tuvieron que inyectarme a la fuerza; rompí dos inyecciones y gané puesto entre los más rebeldes de la correccional.
La verdad es que ahí me puse a estudiar mucho porque se me permitía recibir libros. Yo he sido un autodidacta, sólo hice el primer año escolar y me salí porque consideré que el aprendizaje era muy lento. La preparatoria la hice en la Biblioteca Nacional, solo. Cuando salí de la correccional, me aceptaron en el Socorro Rojo Internacional y no en la Juventud, y cuando ya, después de pasar un periodo de prueba, debía pasar a la Juventud, no me aceptaron por una razón peregrina, pero típica: porque era yo demasiado «inteligente» para la Juventud Comunista y, por ende, muy peligroso, y me pasaron directamente al partido. Eso fue en el año treinta.
—Quienes hasta ahora no conocemos su pensamiento quisiéramos que usted mismo nos diera una guía para comprender mejor su obra literaria. Entendemos que es usted un marxista convencido, pero ¿en qué corriente debemos ubicar su obra?
—El prólogo a mi Obra literaria{12} es importante como presentación de mi pensamiento. Por desgracia nadie se ha referido a él. Allí está toda mi plataforma ideológica respecto a la libertad del arte y la novela. Desde le punto de vista literario, he sustentado el realismo dialéctico, no el realismo socialista. El realismo dialéctico consiste en la realidad del movimiento, pero no es un movimiento inmediatista, sino el movimiento interno, que es el movimiento real, porque lo inmediato siempre induce a error en política o en filosofía. El inmediatismo es una de las cosas en que la razón se equivoca, porque lo inmediato tiene un movimiento interno de conexión con los demás fenómenos, muy posteriores. Por ejemplo, la revolución es siempre sangrienta y de inmediato provoca una reacción humanista o humanitaria en algunas personas. (No me refiero a sus enemigos reales.) Esas personas tienen razón en lo inmediato sobre lo sangriento de la revolución, pero una vez que ven el resultado humano de la misma, a la larga regresan a ella. Así, muchos emigrados rusos que huyeron de los espantos de la revolución, luego vieron los buenos resultados que trajo y regresaron a su seno, como Gorki. Justamente estoy escribiendo un trabajo sobre la razón de lo inmediato y la libertad, en donde voy a expresarme en contra de la prisión de los escritores rusos y a favor de Bukovski que ha demostrado tanta valentía ante el jurado.
—¿Cómo debe utilizar el hombre esa libertad con respecto al prójimo? ¿Cree usted que debemos limitarnos a gozar de todas las posibilidades que la vida nos ofrece?
—Lo más importante es el pensamiento escueto que opone al ahora y aquí de la vida el ahora y aquí de la muerte, entendido de la siguiente forma: el burgués –por decir, por calificar a un individuo, porque burgués puede ser hasta un proletario– piensa el aquí de la vida como el gozar de la vida y el «después de mí el diluvio». Entonces se da todo lo que puede en placer y piensa que después de él el universo ha muerto. En cambio, nosotros, que creemos en el ahora y aquí de la muerte, estamos pensando que nuestra muerte no es individual. Lo que impide que nos entreguemos a la vida, puesto que para nosotros la muerte está ligada a la vida de los demás.
—¿Ha expuesto usted estos pensamientos en artículos de índole política?
—No soy político, sino esencialmente un ideólogo. El proletariado sin cabeza sí es un libro político, un ensayo sobre la situación del proletariado en México, pero resultó un atisbo de la situación del proletariado en América Latina y de la ausencia de verdaderos partidos marxista-leninistas. Porque esos partidos comunistas tienen poco que ver con el marxismo-leninismo: son partidos herméticos, sectarios, dogmáticos.
—Si se sitúa usted en contra de los partidos comunistas hispanoamericanos, ¿cuál es su reacción frente a la situación de Vietnam o ante el régimen cubano?
—Yo no difiero si se trata de propaganda pro Vietnam o a favor de Cuba, no puedo diferir. Difiero si se hace a favor del dogmatismo o de las prisiones de escritores en la Unión Soviética.
—Cuando aparecieron sus novelas, ¿tenía usted la autorización del partido comunista? En esas novelas se plantea una serie de interrogantes sobre la conducta sectaria de los dirigentes. ¿Cuál fue la reacción del partido ante esas novelas?
—La primera novela no era suficientemente ideológica o política, y por lo tanto no llamó mucho la atención. La segunda sí estaba muy cargada de contenido ideológico, o político, pero porque tuvo cierto éxito me fue perdonada por los del partido. Debido al contenido de esas obras, la izquierda toda –no sólo el partido comunista– empezó a ejercer fuerte presión sobre mí. Entonces, para aclarar mi posición escribí Los días terrenales y El Cuadrante de la Soledad. Como el ataque de los marxistas era muy violento, la reacción guardaba silencio, esperando que yo fuera a entregarme, puesto que me estaban considerando como suyo. Pero para mostrar que se confundían y evitar equívocos, retiré mis obras de la circulación. No abdiqué. El propósito que me hice fue el de estudiarme a mí mismo, lo cual me resultó muy bueno, porque me volví más antiestalinista y más antidogmático.
—Se pronuncia usted contra el dogmatismo dentro de la ideología marxista. ¿A qué se refiere exactamente?
—Yo soy marxista-leninista y, por ende, dialéctico-materialista, y lucho por la creación de verdaderos partidos de la clase obrera, ante la quiebra histórica de numerosos partidos. Siempre fui antiestalinista, fuera de un pequeño periodo, que [coincide]{13} con los juicios de Moscú, pero desgraciadamente no se contaba con la libertad de expresión dentro de los propios medios revolucionarios como para colocarse en contra definitivamente de los juicios de Moscú. A mí no me podían hacer comulgar con ruedas de molino, tales como que Bujarin era un espía que quería asesinar a Lenin desde 1923, ni que Kámenev y Rakovski eran unos traidores. Entendía yo que estas confesiones, hechas a mansalva, estaban dirigidas a los marxistas verdaderos para que entendiéramos que estaban contrainformando respecto a su propia posición y contra el fiscal. Diciendo: «todo esto es una farsa, ustedes no pueden creer que nosotros, viejos luchadores, desde antes de 1905, fundadores del partido junto con Lenin, seamos traidores a la clase obrera, si es posible de creer». Entonces ellos escogieron el método de contrainformación grotesca, pero la opinión obrera se lo creyó, como también se lo creyó la opinión comunista, porque creían religiosamente en Moscú y en las palabras de los líderes de Moscú.
La religiosidad es lo que ha perjudicado más al marxismo. Esa actitud fideísta y de que no se discutían las cosas. Así perdimos la revolución china –después la ganó Mao Tse-Tung– y la revolución alemana, y perdimos España, crímenes que son insalvables y que nos han constado tan caro hasta en la actualidad. De este modo se explican perfectamente las actuales luchas entre los partidos comunistas. Porque ya enfrentados con nuevos problemas, los partidos comunistas no han podido superar su dogmatismo. El primer dogma era la infalibilidad de los partidos comunistas; ahora se sabe que no son infalibles y que han de desencadenar una lucha crítica, ideológica, entre todos los comunistas del mundo y los nuevos marxistas, quienes comprenden el marxismo con mayor amplitud, sin dogma. A eso le he dedicado en los últimos once años no menos de mil quinientas cuartillas inéditas, que parece han de publicarse este año, finalmente, puesto que hasta ahora no ha habido quién las publique. (El proletariado sin cabeza se editó a base de colectas con amigos que daban cinco, diez o veinte pesos.)
—Se considera usted contra el régimen de Stalin, pero defiende el materialismo dialéctico. ¿Cuáles son las fuentes de su ideología?
—Yo no hago sino seguir los principios de Marx expuestos particularmente en los escritos filosóficos anteriores a 1844, que fueron olvidados durante treinta o treinta y cinco años, donde está expuesta la teoría de la alienación. Se trató de extirpar estos escritos filosóficos de Marx porque eran contrarios a la situación creada por Stalin. La alienación también existe en el mundo socialista. El socialismo no desenajena al hombre, eso es una mentira. El hombre soviético también ha sufrido la alienación y los estalinistas ocultaron por mucho tiempo estos documentos de Marx para que los comunistas no lucharan contra el régimen de Stalin. En México se editaron después de 1930, pero como fueron traducidos del alemán y editados por los trotskistas, los marxistas no los leían porque los consideraban falsificaciones; es más, decían que allí estaba la introducción, de contrabando, de sus propias ideas. En cambio, ese libro es el que más ha influido en mi vida ideológica. He considerado el problema de la enajenación y el de la libertad como problemas principales de toda mi problemática marxista.
—Si su pensamiento político se basa en los primeros escritos de Marx, cuando él todavía estaba dentro de la influencia de Hegel, también está usted influido por el gran filósofo. ¿Cómo compagina usted la idea de la libertad dentro de la sociedad marxista?
—Para atacar al joven Marx se lo acusa de hegeliano, pero él se había desprendido del hegelianismo casi desde su tesis sobre Demócrito, aunque seguía usando su lenguaje porque es un instrumento de trabajo maravilloso por su condensación y economía portentosa, como probablemente ningún filósofo antes de él lo tuvo. No es que Marx hubiese invertido la dialéctica hegeliana, había algo más que inversión. Reducir la dialéctica marxista a poner de pie la dialéctica hegeliana es una vulgaridad que se ha venido repitiendo por economía, pues para los militantes es muy fácil adueñarse de los eslóganes, de las frases hechas, para el trabajo político práctico, pero eso se convierte después en una superestructura ideológica dentro del propio movimiento marxista. Aunque Lenin usó esa expresión de poner en pie la dialéctica hegeliana, lo hizo por esa razón, porque ninguna de esas vulgaridades se cometen en los trabajos filosóficos.
Para mí, no es una puesta en pie, sino que la idea absoluta de Hegel en la dialéctica de Marx se traduce en la libertad absoluta del hombre. Ese proceso de la dialéctica encarnada en las contradicciones objetivas que señala Hegel no es sino la libertad absoluta. Luchas por la libertad absoluta. Que no se nos venga a decir que la libertad es relativa, porque el hombre es un ser absoluto. La libertad absoluta implica el grado más elevado de la conciencia colectiva, la ruptura entre lo negativo de la conciencia y la conciencia histórica más alta, más general. La sociedad comunista es un poco como la sociedad platónica: es una sociedad demasiado ideal; porque no vamos a admitir que el nivel total de las poblaciones sea de elevadísima cultura, como es la filosofía, ni que la gran minoría de pensadores o de ideólogos sea la de toda la sociedad y que el nivel del hombre del pueblo se eleve al mayor grado de inmediatez de su conciencia, es decir, que sepa ver lo más lejos posible dentro de las condiciones en que su inteligencia es desigual, puesto que el desarrollo objetivo de todo fenómeno es desigual. Así como se ve el feudalismo coexistiendo con el capitalismo dentro, así sucede en el terreno de la conciencia. Ésas son cosas que ya he escrito y otras que he de escribir para publicar más adelante.
—Cuando se trata de aplicar a la realidad los principios filosóficos marxistas, existe una disparidad entre la práctica y la ideología. ¿Cuál es más importante para usted? ¿Quiénes deben dominar, los ideólogos o los dirigentes prácticos?
—El proceso teórico se corrige en la práctica, desde luego, se enmienda, se ajusta. Ése es el proceso de la teoría del conocimiento, pero también hay un conocimiento abstracto indispensable para poder realizar una práctica. El proceso abstracto no ha sido realizado en México, porque no hemos tenido un ideólogo al nivel de un Mariátegui en el Perú. Pero a Mariátegui le volvieron las espaldas en su país. ¿Quién era Mariátegui? Un inválido sentado en una silla de la que no se movía para hacer trabajos prácticos, pero que hacía más con sus ensayos que los mítines a las puertas de las fábricas. Desde luego que fundó el partido comunista. Hay un proceso cognoscitivo e intelectual indispensable, por eso yo denomino a la teoría del partido que hemos de fundar y sobre la base en la cual se debe fundar: democracia cognoscitiva, en vez del viejo centralismo democrático dictatorial. La democracia cognoscitiva es la democracia de los ideólogos que discuten hasta morirse, hasta precisar un problema. Las palabras en filosofía son más importantes que en poesía. Se puede utilizar una palabra anfibiológica en un poema, pero no en un postulado filosófico. Y la primera batalla se da a nivel de la conciencia sin descuidar la práctica; lo único malo es hacer práctica errónea, como, por ejemplo, la práctica ferrocarrilera en México [en 1958-59]. Si se hubiera comprendido que el proceso del sindicato ferrocarrilero no era sino la consecuencia de un impulso de la clase obrera mexicana y de los sindicatos de la pequeña burguesía hacia la independencia del Estado –si se comprende esa estrategia– la retirada práctica hubiera sido oportuna, porque lo importante no era ganar la huelga, porque ya estaba semiganada, sino conservar el sindicado en las manos. No puedo pensar que la práctica obtusa, la práctica frontal y, por lo tanto, las derrotas, son las que enseñan a la clase obrera.
—¿Cuál es su opinión sobre el movimiento literario actual de la novela en Hispanoamérica? ¿Qué opina de Cortázar, de Sábato, de Jorge Luis Borges?
—Estamos ya sacudiéndonos del provincianismo que siempre hemos padecido. Los grandes movimientos europeos al legar aquí adquieren vicios provincianistas de extravagancia artificial. El surrealismo se trasplanta a América y se da en gentes tan mañadas como Huidobro, por ejemplo, por otro lado gran poeta. El modernismo se da también en gentes muy menores, aunque sean grandes poetas en otros aspectos. Pero ya estamos saliendo de esa fase de gran aldea que somos el continente americano, aunque todavía no hemos llegado al nivel de la gran novela norteamericana o de la gran novela europea. ¿Qué gran novela mexicana hay comparable a Bajo el volcán, de Malcolm Lowry? Yo sería el más ferviente admirador y subordinado de un Malcolm Lowry mexicano. El que no se haya podido dar una novela sobre México indica hasta qué grado no sabemos ver, a través de un clima estrecho y muy falso, la realidad de nuestros países. Aunque cada vez que podemos meter una frase en inglés o en francés en estos libros nos sentimos eruditos: «sepan que sé francés»... Esto lo hace con frecuencia Cortázar, por ejemplo. A mí me gusta mucho Sábato, me parece un escritor extraordinario. Tiene mucho más contenido que Cortázar, quien se dispara un poco con la técnica, exagerando los recursos comunicativos cuando podían ser mucho más simples. Yo no estoy en contra de ninguna innovación técnica, pero sí estoy en contra de las actitudes no justificadas sobre la materia que se trata. El escritor no puede limitarse a una técnica única, puesto que cada material le da sus propios recursos de composición y de estructura. Si se me lee atentamente, tengo diferentes técnicas según la temática escogida. En «Dormir en tierra» y en «El lenguaje de nadie», me apego a una técnica completamente tradicional, mientras en «La palabra sagrada» la técnica es abrupta y el tiempo narrativo se interpenetra entre pasado, presente y futuro.
Sábato tiene un problema político, pero eso mismo me da más simpatías por él, aunque no sé qué tipo de problema sea. No hay cosa que más me indigne, que por situaciones políticas el escritor sea plantado o ignorado, como me ha sucedido a mí durante varios años. A Sábato lo tildaban de fascista por ser peronista y por eso he oído a mucha gente hablar mal de él. Pues estaba muy bien ser peronista si la corriente revolucionaria más importante de Argentina era el peronismo; y tan así lo comprobamos, que a la clase obrera ya no le interesa Perón, sino una doctrina social adecuada. La izquierda continental ha considerado el movimiento peronista como profascista cuando no era eso. El que la persona de Perón no nos gustara, no quiere decir que no creara un movimiento de masas sumamente importante y que ha calado tan hondo que es la ideología de la clase obrera argentina. Es más, por maniobras internacionales lograron que no invitáramos a Sábato al Congreso Internacional de Escritores que se celebró en México recientemente. La mafia que existe en todos los países es la de los intelectuales de partido que, aunque mediocres, tienen una caja de resonancia tan extraordinaria que su obra parece superior a lo que en realidad es. En este sentido, un artículo de Arias sobre Borges me pareció muy justo. El mérito de su gran obra no lo podemos aceptar sin que nos repugne su actitud política: elogiar la guerra de Vietnam es una cosa que no tiene límites.
—Entre los recursos técnicos que ha utilizado usted se encuentra el suspenso: ¿no están demasiado entrelazados algunos de sus cuentos y novelas con asuntos policíacos?
—Ésa es parte de una técnica novelística que usan los grandes novelistas. EnLos días terrenales [y sobre todo en Los errores] la trama policíaca es la base para introducir el problema filosófico o sicofilosófico –como hicieron Tolstoi o Dostoievski–, lo cual demuestra que no es ilegítimo. Lo ilegítimo hubiera sido desarrollar la trama sola, porque la trama policíaca no tiene contenido.
—En Los errores inventa usted un personaje: el tuberculoso, que en la realidad no existió, y rechaza otros hechos que sí existieron. ¿Por qué?
—Porque no era material novelístico. El tuberculoso aparece en el segundo o tercer capítulo y luego en el final, pues está conectado con el personaje «negativo», digámoslo así, que es Mario Cobián. Es asunto de técnica. Tenía que enlazar la intriga proletaria con la socialista revolucionaria.
—¿Cómo se aplica la dialéctica en la novela?
—La novela es una forma particular del movimiento real, percibido, representado e imaginado por medio de los recursos de la literatura. La novela se mueve en dos campos: a) la dirección o tendencia intrínseca, dirección que toman los materiales elegidos, y b) la estructura constituida por componentes cuantitativos que son la acción y la circunstancias de los personajes, o sea la trama, y los componentes cualitativos que son los productos y que producen a su vez las situaciones. Las tensiones sobre los personajes y los elementos, entre la necesidad y la libertad, originan el conflicto en la novela.
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