EL ESPEJO LATINOAMERICANO
Si hago hincapié en los matices y paradojas, si llamo la atención del lector sobre el peligro de incurrir en categorizaciones demasiado rápidas, no es por el gusto de formular precisiones florentinas, sino porque sé que América del Sur -y América Latina en general- es por excelencia el campo de proyección de todo tipo de fantasías. Chávez suscita pasiones, Cuba divide, el subcomandante Marcos seduce, Lula interpela y Kirchner intriga; en cambio, casi nadie en Francia o en Europa se inmuta ante la suerte de la democracia en Tailandia o de Camerún, ni se preocupa mucho del futuro de los maoístas nepalíes, de las luchas de las facciones de la ANC sudafricana o del combate de los Tigres tamiles.
Por razones históricas relativas a la temprana colonización, no cabe duda de que América Latina es, en muchos aspectos, la región del mundo más parecida a Europa y a América del Norte. Suele olvidarse que la escisión derecha-/-izquierda en el fondo es minoritaria a escala del planeta: ni Rusia ni China ni la mayoría de los países de África la conocen verdaderamente; tampoco en Estados Unidos ni en India existe bajo su forma clásica. Sin embargo está muy generalizada en el continente sudamericano, pese a que desapareció de modo traumático en Perú y ha quedado difuminada en Argentina por la importancia y versatilidad político-ideológica del bloque peronista. Hay quien plantea la hipótesis de que esta distinción entre una izquierda y una derecha relativamente discernibles tiene sentido en lo esencial en los países de matriz cultural cristiana y de tamaño mediano o medio-grande. Es indudablemente una conjetura que merecería explorarse, pero podría explicar al menos una parte de la afinidad entre Europa y América Latina.
Para los europeos, sin ser plenamente conscientes de ello, el extremo occidente latinoamericano es el lugar donde el encuentro traumático con el Otro (el indio, el negro), pese a su violencia depredadora, se produce tempranamente y a través de un medio cultural latino y católico que permite identificaciones engañosas, incluso pasando por las exaltaciones de una alteridad compensadora y consoladora. En este sentido América Latina es el escenario de un exotismo extrañamente familiar y el espacio de proyección privilegiado de todas las pulsaciones utópicas de la izquierda europea. La popularidad desproporcionada de la que gozó el subcomandante Marcos hace unos años es un buen ejemplo. Podríamos recordar asimismo el contraste entre el relativo confort cultural que suponía Porto Alegre y la desubicación de los contingentes altermundialistas europeos en el Foro Mundial de Mumbai, en India, donde se vieron ante un mosaico confuso de indescifrables identidades étnicas y de casta, y de impenetrables distingos religiosos y regionales. Al menos en América Latina, términos como "sindicato", "partido", "movimiento social", "democracia" o "revolución" parecería que significan lo mismo que en Europa. Incluso la polémica estéril de las supuestas "dos izquierdas" latinoamericanas sirve a menudo para saldar viejos arreglos de cuentas en la política europea.
Es esta una familiaridad real y engañosa a la vez. Los sindicalismos peronista o mexicano poseen características y funciones sociológicas y políticas a veces sorprendentes. La organización de los campesinos sin tierra de Brasil es un movimiento social que, en ciertos aspectos, recuerda a un partido leninista. El comportamiento de algunas organizaciones piqueteras argentinas difumina la frontera entre un movimiento social y una red clientelista. El auge geopolítico y económico de Brasil probablemente tiene más que ver con el ascenso de países-continentes como India o China, e incluso Sudáfrica que con una problemática exclusivamente latinoamericana. Y si el régimen castrista gobernase un país de Asia Central o del Sahel -en lugar de una fascinante isla caribeña, cargada con intensas connotaciones eróticas y dueña de una cultura ampliamente latina y occidental aunque mestiza-, estoy seguro de que su crítica y su defensa no desatarían tantas pasiones.
De manera que es difícil encontrar la distancia correcta y no dejarse cegar por los juegos de los espejos de una aparente continuidad cultural. Sin embargo, la ilusión de proximidad no es enteramente ilusoria: culturalmente, el Partido de los Trabajadores brasileño (sobre todo en sus bastiones de Sao Paulo y del sur del país) mantiene un extraño parecido con un Partido Comunista italiano prosoviético que no se hubiera escindido entre Rifondazione (PRC) y los Democratici di Sinistra (Demócratas de Izquierda, DS). Los socialistas chilenos combinan rasgos familiares de las socialdemocracias francesa y alemana. Y aunque están ligados a una realidad social mucho más violenta y desigual, los dilemas del multiculturalismo y de la desigualdad republicana en América Latina recuerdan más los debates franceses o británicos que la complejidad de los conflictos comunitarios del subcontinente indio. Introducción págs 19-21
Luis Anamaría
Marc Saint-Upéry
, El sueño de Bolívar. Editorial PAIDÓS, España, 2008. 402 págs., 16 x 23 cmsNota
.- Material para el análisis de la izquierda en nuestra América. (1-2) <4div>Ragarro / 30.03.09
Luis Anamaría
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