martes, 24 de marzo de 2009

PERCY GIBSON, JUGADOR DE BOLERO...

Exteriormente, Percy Gibson da la impresión perfecta de un pastor anglicano. Vestido, por lo pronto, de riguroso luto; tocada la cabeza, de cabello tabaco, con chapeo de paño; algo místicamente arqueado el dorso, enjuto el cuerpo, largo el rostro encendido y sajón, la naríz afilada y los ojillos, claros, completamente chuzos, pero llenos de una luminosidad maliciosa y cazurra, que desmiente todo su porte inglés, para asomar su agudeza fina de criollo arequipeño y serrano dilecto... Así se le puede ver a menudo por allí... Satírico tremendo cuando vale la pena, comprensión infinita para los mil aspectos de las cosas, cuando ellas lo merecen, gran señor y bohemio incomparable a un mismo tiempo o a su turno, conversador sutil, amenísimo, agudo; inteligencia fresca y corazón agreste, a veces la nevada lejana del terruño, no obstante, vuelve hasta él y lo obscurece, pero sólo un segundo... Poeta a gran metraje, nadie como él cantara en lengua nuestra la emoción virgiliana de la vida campestre. Gibson viviera en égloga largos años de su vida y dejara impresiones eternas de ese lapso en versos claros. Ha sentido la emoción del terruño campesino hondamente. Yanahuara, la mística con huertos de Judea, como suele llamarla, tuvo para un grupo de muchachos, tiempo atrás, en los versos de Gibson, todo el prestigio noble de los bellos rincones cantados por Horacio. Gibson era el Horacio Flaco de Yanahuara... Desde los claros tiempos del Arcipreste Juan, acaso el castellano no volviera a servir como instrumento eglógico apreciable, hasta que el poeta mistiano dejó salir el son sencillo de sus churumbelas de carrizo... Las campiñas, la dulce paz profunda de los campos, el asno nazareno y paciente, el gañán y su hembra, la emoción infinita del ángelus poblado, los trigales dorados y el autóctono poncho y aún los piojos eternos de su tierra, surgieron en sus cantos vernáculos... Pero asoman allí, auténticamente, tales cual son, sin retóricas, vivos de verdad y de fuerza... Gibson guarda, además, una de las tres o dos almas alegres de nuestra literatura. Es un artista sonriente, en su intensa emoción. Cuando satiriza es de una fuerza temible, por la gracia y finísimo tono tolerante y mortal que imprime a su alta pluma. Todos recuerdan todavía, de fijo, como uno de los pocos placeres mentales que se pudieron disfrutar hace tres o cuatro años, su epístola definitiva acerca de las aventuras financistas en el extenso campo de las vanidades criollas que hiciera mister Belmont Parker, a beneficio propio y de una Sociedad Hispanista niuyorquina.. Y las fuertes verdades que en discursos y versos lanzara con frecuencia sobre la ilustre pantorrilla de sus co-provincianos... Percy fué el alma de la inquietud florecida en su tierra por entonces. Y cuando salieron esa especie letrada de bardos matasietes, él los inmortalizó en el tipo biográfico ya célebre de Froilán Gómez y Ochoa... Desde entonces se le fué encima esa manada fierabraza...

Cierta vez uno de ellos acercóse al poeta y, en aire desafiante. le aventuró este aserto:

-Yo tengo mucho talento!...

Entonces Percy, con unción apostólica, interrogóle rápido:

-¨Sí, y a donde?

El corrillo coreó a grandes carcajadas el sabroso incidente, y el odio de los otros aumentó, generoso... Un día vino a Lima Percy Gibson, porque la juventud universitaria promoviera un concurso poético y quería romper con la manía de entregar a los almidonados jurados sempiternos la suerte del certamen... Nombrara, con criterio higienista, a Eguren y Gibson entre ellos. Gibson se vino a Lima. Ese hecho, que pudo ser un acontecimiento intelectual, no pasó de suceso agradable para algunos muchachos que, asfixiados con la obsesión literatesca, habían desde tiempo mejor descubierto en la pluma de Gibson un grato respiradero con visión hacia el campo... Le conocí, con tal motivo, recitando sus versos, una tarde lejana, en el Teatro Forero. Sus poemas cayeron con sorpresa en el público que apenas conocía esa manera limpia de decir emociones, pero el aplauso vino espontáneo y el bardo recitó hasta que su mala memoria puso freno a la lengua... Después, Gibson vivió en Lima al margen de la literatura oficialesca. Pocos conocen, quizás, su obra completa, que él mismo ignora por dónde anda. Siempre, sin embargo, le acompañan en su gira por la ciudad, muchachos entusiastas de las cosas honestas en las letras, y el bardo ilumina aquellas giras con ingenio y malicia, tomándoles amablemente el pelo a alta frecuencia...

Una vez, en Arequipa, cierto mozo limeño de leyenda peleona y expedito en trompeas, cayera por allí, bebióse con exceso el sujeto y desafió a pelear a los presentes, molesto del ingenio volante que había en la tertulia. Gibson estaba en ella y conjuró la crisis de esta suerte:

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