domingo, 13 de febrero de 2011

ANDRES V. SOLARI : ANECDOTAS


Anécdota 1

Creo que fui el último que vio con vida y conciencia a José María. Sucedió esa misma tarde, cuando redactábamos un comunicado con el “charapa” Julio Ernesto Cárdenas en la oficina de Rosita Malca, que por las tardes nos prestaba las máquinas de escribir, aquellas de bolita que picaban muy bien los stencils.
            Eran como las 5 de la tarde. Entonces José María hizo varias llamadas por teléfono desde esa oficina porque al parecer el suyo no funcionaba. Nos vio y me dijo, en ese tono siempre amable aunque esta vez más resuelto: “Solari quiero hablar contigo, te espero en mi oficina”. Le dije que en un minuto lo iría a ver. Pero mientras nos poníamos de acuerdo sobre cómo terminar ese comunicado pasaron hasta cuatro o cinco minutos. En eso sonaron los estruendos de los dos disparos. Nos parecieron como unas láminas de calamina que se habían caído, de las que se estaban usando en la construcción para ampliar el local de la Facultad. Justo ese día las habían estado bajando de un camión y su caída sonaba de manera semejante.
         No pasaron más de tres minutos y llegó Rolando, un trabajador que hacía la limpieza de la Facultad. Él nos dijo que José María estaba herido en el piso del baño. Avisamos a quien pudimos desesperadamente. Vinieron el Rector, el médico, el policía de La Molina y lo levantamos hasta una camioneta de la Universidad. Fuimos Julio, el chofer y yo, con José María agonizando hasta la Av. Grau, al policlínico de emergencias al costado del Hospital Obrero frente a lo que era entonces el taller de Víctor Delfín. No recuerdo qué pasó con el Rector, si nos siguió o no. Teníamos las manos y la ropa ensangrentadas. De un teléfono público hablé a la Librería El Sótano, de Paco Moncloa, donde trabajaba Sybila y le dije que José María había sufrido un accidente. “Ya lo sabía” me dijo y dejó el teléfono. Regresé al policlínico pero era imposible poder verlo. Caminé durante varias horas por el Centro de Lima sin rumbo, aturdido, hasta que el cansancio me venció.
         El “Solari, quiero hablar contigo, te espero en mi oficina” me ha acompañado, sin saber cómo descifrarlo.

 Anécdota 2
Pude percibir que José María tenía un sentido del asombro intelectual más vasto y profundo de lo que normalmente se le atribuye. Normalmente se piensa más en un Arguedas escritor, de altísima sensibilidad artística y cultural, y quizás por las bipolaridades de la cultura occidental, menos en un Arguedas que buscaba entender el mundo de modo racional. Digo esto porque me tocó hablar varias veces con José María de temas que él llevaba hacia un plano de análisis minucioso.
         Habíamos llegado en 1966 de Colombia con Carlos Zárate después de varios meses de estar envueltos en diversos cursos sobre metodología de la ciencia, matemáticas, psicología y antropología que patrocinaban los hermanos Zabala Cubillos en Bogotá con varios profesores de la Universidad Nacional entre ellos Carlo Federicci Caza. Tuve una primera conversación con José María sobre lo que habíamos estado estudiando. Él preguntaba y sorprendía por la atención que ponía en las respuestas. Esa conversación quedó trunca porque fue en un momento previo a una reunión del Consejo de Facultad. Pensé primero que le habría pasado un poco desapercibido el contenido de lo conversado, que era algo así como los correlatos matemáticos de la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo cognoscitivo y su aplicación en la investigación en ciencias sociales. Pero había tenido una percepción muy equivocada porque no bien me crucé con José María a los pocos días en la Facultad me dijo que le interesaba seguir la conversación que habíamos empezado días antes.
         Nos reunimos en su oficina, la que compartía con Alfredo Torero, contigua a la de Francisco Carrillo. Me hizo ver que recordaba con precisión lo que le había estado explicando y el punto en donde había quedado la conversación. Retomé lo hablado y continué. José María escuchaba, tomaba algunas notas y pedía precisiones. Era evidente el gran interés y entusiasmo que desbordaba su mirada, por cada cosa nueva que escuchaba y que quería hacer suya.
         Dijo que había observado que ahora los estudiantes sabían más que sus maestros y que eso lo llenaba de satisfacción porque le hacía ver que el futuro del Perú estaba asegurado. Pero también expresaba, creo, un profundo amor y respeto por lo nuevo y diferente.


Anécdota 3
Había encargado una cama de dos cuerpos con el carpintero de la Universidad, un señor mayor, de unos cuarenta y cinco años, sumamente amable. La carpintería quedaba a pocos metros de la Facultad de Ciencias Sociales y era un paso obligado para ir a unos puestitos donde se vendía comida criolla y otras cosas.
         Un día estaba con el carpintero viendo cómo quedaría la cama y si estaría lista para la fecha de mi matrimonio, cuando apareció José María que iba a visitar al carpintero. Me sorprendió gratamente el cariño con que se saludaron, el trato finalmente fino entre ellos y la conversación tan amable que hicieron.

Anécdota 4
En dos oportunidades, José María me preguntó por qué habían estudiantes tan agresivos y violentos, que él no podía comprender por qué sucedía esto, porque finalmente el ideal común era el de un mundo de generosidad y comprensión. Tampoco podía comprender por qué se usaban tan fácilmente palabras altisonantes para herir a la gente con “formas petulantes”.

Andrés Solari V.



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