Anécdota 1
Creo que fui el
último que vio con vida y conciencia a José María. Sucedió esa misma tarde,
cuando redactábamos un comunicado con el “charapa” Julio Ernesto Cárdenas en la
oficina de Rosita Malca, que por las tardes nos prestaba las máquinas de
escribir, aquellas de bolita que picaban muy bien los stencils.
Eran como las 5 de la tarde. Entonces
José María hizo varias llamadas por teléfono desde esa oficina porque al
parecer el suyo no funcionaba. Nos vio y me dijo, en ese tono siempre amable aunque
esta vez más resuelto: “Solari quiero hablar contigo, te espero en mi oficina”.
Le dije que en un minuto lo iría a ver. Pero mientras nos poníamos de acuerdo sobre
cómo terminar ese comunicado pasaron hasta cuatro o cinco minutos. En eso sonaron
los estruendos de los dos disparos. Nos parecieron como unas láminas de
calamina que se habían caído, de las que se estaban usando en la construcción
para ampliar el local de la Facultad. Justo ese día las habían estado bajando
de un camión y su caída sonaba de manera semejante.
No pasaron más de tres minutos y llegó
Rolando, un trabajador que hacía la limpieza de la Facultad. Él nos dijo que
José María estaba herido en el piso del baño. Avisamos a quien pudimos desesperadamente.
Vinieron el Rector, el médico, el policía de La Molina y lo levantamos hasta
una camioneta de la Universidad. Fuimos Julio, el chofer y yo, con José María
agonizando hasta la Av. Grau, al policlínico de emergencias al costado del
Hospital Obrero frente a lo que era entonces el taller de Víctor Delfín. No
recuerdo qué pasó con el Rector, si nos siguió o no. Teníamos las manos y la
ropa ensangrentadas. De un teléfono público hablé a la Librería El Sótano, de
Paco Moncloa, donde trabajaba Sybila y le dije que José María había sufrido un
accidente. “Ya lo sabía” me dijo y dejó el teléfono. Regresé al policlínico
pero era imposible poder verlo. Caminé durante varias horas por el Centro de
Lima sin rumbo, aturdido, hasta que el cansancio me venció.
El “Solari, quiero hablar contigo, te
espero en mi oficina” me ha acompañado, sin saber cómo descifrarlo.
Anécdota 2
Pude percibir que
José María tenía un sentido del asombro intelectual más vasto y profundo de lo
que normalmente se le atribuye. Normalmente se piensa más en un Arguedas
escritor, de altísima sensibilidad artística y cultural, y quizás por las
bipolaridades de la cultura occidental, menos en un Arguedas que buscaba entender
el mundo de modo racional. Digo esto porque me tocó hablar varias veces con
José María de temas que él llevaba hacia un plano de análisis minucioso.
Habíamos llegado en 1966 de Colombia
con Carlos Zárate después de varios meses de estar envueltos en diversos cursos
sobre metodología de la ciencia, matemáticas, psicología y antropología que
patrocinaban los hermanos Zabala Cubillos en Bogotá con varios profesores de la
Universidad Nacional entre ellos Carlo Federicci Caza. Tuve una primera
conversación con José María sobre lo que habíamos estado estudiando. Él
preguntaba y sorprendía por la atención que ponía en las respuestas. Esa
conversación quedó trunca porque fue en un momento previo a una reunión del
Consejo de Facultad. Pensé primero que le habría pasado un poco desapercibido
el contenido de lo conversado, que era algo así como los correlatos matemáticos
de la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo cognoscitivo y su aplicación en
la investigación en ciencias sociales. Pero había tenido una percepción muy
equivocada porque no bien me crucé con José María a los pocos días en la Facultad
me dijo que le interesaba seguir la conversación que habíamos empezado días
antes.
Nos reunimos en su oficina, la que
compartía con Alfredo Torero, contigua a la de Francisco Carrillo. Me hizo ver
que recordaba con precisión lo que le había estado explicando y el punto en
donde había quedado la conversación. Retomé lo hablado y continué. José María escuchaba,
tomaba algunas notas y pedía precisiones. Era evidente el gran interés y
entusiasmo que desbordaba su mirada, por cada cosa nueva que escuchaba y que
quería hacer suya.
Dijo que había observado que ahora los
estudiantes sabían más que sus maestros y que eso lo llenaba de satisfacción
porque le hacía ver que el futuro del Perú estaba asegurado. Pero también
expresaba, creo, un profundo amor y respeto por lo nuevo y diferente.
Anécdota 3
Había encargado
una cama de dos cuerpos con el carpintero de la Universidad, un señor mayor, de
unos cuarenta y cinco años, sumamente amable. La carpintería quedaba a pocos
metros de la Facultad de Ciencias Sociales y era un paso obligado para ir a
unos puestitos donde se vendía comida criolla y otras cosas.
Un día estaba con el carpintero viendo
cómo quedaría la cama y si estaría lista para la fecha de mi matrimonio, cuando
apareció José María que iba a visitar al carpintero. Me sorprendió gratamente
el cariño con que se saludaron, el trato finalmente fino entre ellos y la
conversación tan amable que hicieron.
Anécdota 4
En dos
oportunidades, José María me preguntó por qué habían estudiantes tan agresivos y
violentos, que él no podía comprender por qué sucedía esto, porque finalmente
el ideal común era el de un mundo de generosidad y comprensión. Tampoco podía
comprender por qué se usaban tan fácilmente palabras altisonantes para herir a
la gente con “formas petulantes”.
Andrés Solari V.
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