ENTRE
EL PESIMISMO OLIGÁRQUICO Y LA ESPERANZA
DEL
PERU MESTIZO Y PLURICULTURAL
“considerar siempre el Perú como una fuente
Infinita para la creación…”
JMA
La década del 60 ha sido crucial en el siglo XX peruano. Se
forman las grandes tendencias socio-político y culturales que se tornan
predominantes en el siglo que transitamos; se hacen más intensas las oleadas de
migraciones andinas, se redefinen los lazos con el capital extranjero; hace
crisis la industrialización de sustitución de importaciones y se produce el
reformismo militar velasquista. El partido aprista consolida su viraje
conservador y se forman los partidos de la nueva izquierda. En otras palabras, germinan
los factores que van a definir el perfil
del Perú actual
Esta década tiene dos testigos privilegiados: Mario
Vargas Llosa y José María Arguedas, los dos grandes narradores peruanos del
siglo XX. Sus obras, particularmente las que mencionamos en este artículo
(Conversación en la catedral y el Zorro de arriba y el zorro de abajo),
reflejan como ningún análisis político o
estudio académico, los aspectos
más profundos, complejos y diversos que
encerraba la evolución de la sociedad peruana a lo largo de la fenecida
centuria.
A contracorriente de las críticas que lo
encasillaban, y en algunos casos pretendían descalificarlo, como indigenista y
arcaico, José María Arguedas ha terminado siendo el escritor más moderno y
vigente del Perú contemporáneo. Las controversias y críticas que sus obras
suscitan (el memorable debate de la Mesa
Redonda del Instituto de Estudios Peruanos-IEP, sobre la novela Todas las
sangres), antes que observaciones de carácter estrictamente literario o lingüístico
constituyen diferencias de enfoques
culturales y epistémicos, de cosmovisiones. Así en el fondo, la pugna era entre
la visión criolla euro-céntrica del Perú y su historia (razón colonial, al
decir de algunos intelectuales) y una visión de la evolución del Perú desde sus
ríos subterráneos, desde una mirada alternativa a la historia oficial, que el
autor elabora desde sus lecturas mariateguianas y leninistas (confesión de
parte en el discurso al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968).
Mientras la gran mayoría de intelectuales, académicos y críticos miraba la
piel, Arguedas veía el corazón y los huesos del país.
1.-VARGAS LLOSA,
ADALID DE LA MODERNIDAD O ESCRITOR DE LA DESESPERNZA Y ANACRONISMO?
Desde que en 1971 se publicara “Conversación en la catedral”, y su
personaje central Santiago Zavala (“zavalita”), expresara la frase: ¿“cuando se
jodió el Perú”?, ésta ha sido convertida en una especie de interrogante
metafísica nacional, quinta esencia de la duda angustiosa que atraviesa la
existencia de la sociedad peruana moderna. En realidad esta frase, más bien
patética y quejumbrosa, expresa la actitud profundamente pesimista de la clase
oligárquica, criolla-costeña, que ve derrumbarse el sistema socio-político que
había sustentado su dominio durante 150 años de vida republicana. En este
sentido, la temblequeante pregunta no representa la angustia de toda la
sociedad peruana, sino a un pequeño segmento de ella que presentía su
irremediable final. Una vez más, los artistas e intelectuales criollos se
asumen como voceros de oficio de “nuestra” cultura y estado psicológico, un
reputado intelectual representante de esta
cultura, habla a través de uno de sus personajes y dice lo que los
individuos más sensibles del mundo criollo agonizante percibían: Que “su” Perú
se había jodido. El apacible y confortable mundo en el que unos cuantos miles
de terratenientes, mineros y burócratas herederos del poder colonial, vivían cómodamente
de la sangre y sudor de millones de indígenas y cientos de miles de coolies y
esclavos de origen africano, se perdía irremediablemente.
Desde antes de la reforma agraria de Velasco (año 1970), los cholos
habían empezado a “igualarse”, los afro-peruano se cimarroneaban y los descendientes
de japoneses y chinos asediaban sus pequeñas ciudades, (otrora bastiones de su
cómoda y cortesana vida) asumiendo el control
de los comercios minoristas y de parcelas agrícolas productoras de pan
llevar. De otro lado, la inversión extranjera, predominantemente americana
finalizada la II guerra mundial, y el
dinamismo económico de los inmigrantes italianos, alemanes y árabes que se
asentaban en otras áreas de comercio y la
manufactura moderna, condenaban a los criollos rentistas y parasitarios
al empobrecimiento y a la paulatina e inexorable
pérdida del poder económico y al debilitamiento de su poder político.
2.-EL LLANTO POR EL BIEN PERDIDO
Ni la recurrencia a dictadores militares, en la década del 50 en que
transcurre la novela, podía salvarlos de la debacle. Antes de que finalice el
siguiente decenio un cholo costeño “pata en el suelo”, Juan Velasco Alvarado,
al mando de un gobierno militar les dio el puntapié final. Los cholos y el ejército
se resistían a seguir cumpliendo el rol servil de pongos y guardianes. El
sistema político oligárquico fue
desestructurado y dejó de ser hegemónico.
Este mundo que empieza a
perderse irreversiblemente es el que
añora zavalita. Como en el relato de Arguedas, El Sueño del Pongo, el mundo se estaba poniendo al revés.
Es característica de todo artista percibir determinados
acontecimientos sociales antes que el común de los mortales. Vargas Llosa es un
literato, un artista de la pluma y la imaginación, por eso percató estos
cambios antes que la gran mayoría de criollos que repiten esta lastimera frase
sin darse cuenta de que están hablando de la biografía, de su clase social, no
de todo el Perú.
“...y restos de comida que circulan tibiamente por el aire macizo de
“La catedral”, y de pronto son absorbidos por una invencible pestilencia superior:
ni tú ni yo teníamos razón papá, es el dolor de la derrota papá...”, monólogo
de zavalita, mientras bebe y conversa con
Ambrosio en el bar “La Catedral”,* En la página anterior, Ambrosio también
ha dado su cuota de inquietudes metafísicas: “...La vida no trataba bien a la
gente en este país, niño, desde que salió de su casa había vivido unas
aventuras de película. A el tampoco lo había tratado bien la vida, Ambrosio...”
La letanía de lamentaciones continúa: “...Así que en Pucallpa y por
culpa de ese Hilario Morales, así que sabes cuándo y por qué te jodiste-dice
Santiago-. Yo haría cualquier cosa por saber en qué momento me jodí...”*
Y en páginas posteriores: “...Santiago dice, porque gracias a San
Marcos me jodí. Y en este país el que no se jode, jode a los demás...”**, aquí
zavalita agrega otro rasgo esencial de la cultura criolla de raigambre oligárquica: la envidia
y la mezquindad del fracasado. Es lo que muchos han venido a llamar el “deporte”
nacional del palo encebado. Como sabemos, este no es un deporte nacional, es
criollo, costeño y particularmente limeño. La gente de procedencia andina no cultiva este deporte. Villa el Salvador,
Unicachi, Ollaraya, Los Olivos y el emergente poblador de los conos de Lima dan
fe de que sí hay una cultura de éxito, de prosperidad, sin tener que
despellejar o acuchillar al que avanza en el camino de la realización personal
y familiar.
3.- COMO EL CID, ARGUEDAS SIGUE GANANDO SUS BATALLAS DESPUÉS DE MUERTO
La novela póstuma de Arguedas: El
Zorro de arriba y el zorro de abajo,
se escribió en la misma época que Conversación
en la catedral, y se publicaron con un año de diferencia: en 1971 la
primera y en 1970 la segunda. Coincidentes en el tiempo, difieren completamente
en la lectura del Perú de ese momento.
Con todo el desgarramiento y angustia que encierra “El zorro...”, es sin embargo la novela
de la esperanza, de la apuesta por el Perú moderno, mestizo, andino y de todas
las sangres. Atento y profundo observador de la evolución del país que tanto
amó, y en particular del pueblo indígena del que se sentía parte y vocero,
Arguedas vivió y comprendió en Chimbote que la modernización del Perú había
tomado ya un curso irreversible, que éste se nutría de hervores que implicaban
una fusión cultural y étnica, caótica y magmática en la que no estaba definido
el rol ni la jerarquía que iba a asumir la cultura andina.
*Conversación
en la catedral, ediciones Seix Barral, 1970, página 27
**Capítulo IV, pág. 74, obra citada
* **
pág. 166
Sus primeras reacciones a los hibrideces que percibió en la humilde caleta de pescadores, convertida en pujante y
dinámica ciudad pesquera gracias al boom de la pesca industrial de la
anchoveta, fueran desfavorables. Las
expresiones grotescas y caricaturescas, que asumía el proceso de mestizaje y
acriollamiento forzado, al que se sometían los migrantes de origen serrano,
para poder asimilarse al mundo criollo-costeño, que era el que lideraba el
oficio de pescador, causó en Arguedas una sensación penosa y desagradable. De
ahí que acuñara la palabra “mamarracho” para designar este mestizaje que
producía como resultado una especie de “Frankestein”. Pues el fruto obtenido no
era parte de la estética criolla ni de la andina, era un verdadero híbrido, sin
perfil definido. Primeras expresiones de lo que posteriormente ha sido denominado
cultura “chicha”.
Los tallarines con papa a la huancaína, el ceviche con arroz y cancha;
el arroz con leche combinado con mazamorra morada, en la culinaria y
repostería; la mezcla musical de huayno
y cumbia, la vestimenta de moda occidental con colores intensos de la estética
andina, los nombres anglosajones con apellidos quechuas y aymaras, etc. Toda
esta abigarrada y potente mezcolanza se
produjo en chimbote en menos de una década. Este fue el primer gran proceso de
mestizaje violento, brutal y acelerado, que dejó abierto el cauce de lo que sería el proceso de
modernización del Perú contemporáneo. Cuarenta años después todo el Perú es un
chimbote gigantesco y lo que Arguedas entrevió, en lo que se iba a convertir el
país, se ha cumplido.
Vislumbrar este futuro poco amigable para su amado mundo andino, el
cariz que adoptaba la formación de la
nación peruana, la configuración del Perú moderno, proceso para el cual carecía
de respuestas y orientaciones, no le impidió reconocer que este era un
proceso irreversible. De ahí que se
aferrase a mundos como el de Viet Nam, sin renunciar a lo mágico de su
cosmovisión andina. Su dolor es el dolor del alumbramiento, del nacimiento de
lo nuevo, del Perú mestizo y pluricultural.
“...hay en mis huesos muchas de las apariencias del serrano antiguo
por angas y mangas, convertido por sus madres y padres, malos y buenos, en
vehemente, asolemnado y alegre trabajador social: invulnerable a la amargura
aun estando ya descuajado. Dispénsenme la inocente y segura convicción:
invulnerable como todo aquel que ha vivido el odio y la ternura de los
runas...”, Son las palabras cargadas de optimismo
y fe en el futuro, pronunciadas un mes antes de su suicidio. De marcada diferencia
con las expresiones quejumbrosas de Zavalita, que siente que su fracaso
individual está ligado a la declinación del Perú oligárquico, de un mundo que
se pierde en el ocaso.
4.-DE LA CALANDRIA CONSOLADORA A LA CALANDRIA DE FUEGO, DEL PERU
OLIGÁRQUICO AL PERU MODERNO DE TODAS LAS SANGRES
En su último diario escrito un mes antes de su muerte, dice lo
siguiente: “...Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el
Perú y lo que él representa: “...se cierra el de la calandria consoladora, del
azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres “alzamientos”, del
temor a Dios...”. A este ciclo corresponden expresiones como: “...En las punas,
sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos los hombres están llorando, más
triste, más tristemente que los niños. Bajo la sombra de algún árbol, todavía
llora el hombre...”, de su himno canción al Dios Padre creador Túpac Amaru.
En el mismo párrafo de este diario dice que se abre el ciclo de la
calandria de fuego: “... el de la luz
y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Viet Nam, el de la calandria
de fuego, el del dios liberador. Aquel que se reintegra...”. Igualmente, en el
poema a Túpac Amaru, está la respuesta al nuevo ciclo, cuando dice: “...Estoy
en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la Pampa de
Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre,
cantando, edifiqué una casa...Somos miles, aquí ahora. Estamos juntos; nos
hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a
esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de
caballo. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de
cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz...”
Su vida, uncida férreamente al palpitar vital del Perú, se acaba junto
con el Perú semi-feudal, “...de la
calandria consoladora, del azote, del arrieraje...”, pero renace con el Perú contemporáneo: “...el de
la calandria de fuego, el del Dios liberador. Aquel que se reintegra...”.
Todo esto y mucho más es el Perú de nuestros días. El que se reintegra
al sonido de la cumbia del Grupo Cinco, de los Hermanos Yaipén, del huayno Rock
de Uschpa, del canto de Dina Paucar y
Margot Palomino; de platos de ceviches con cancha y tallarines.
La eclosión gastronómica impulsada por la fusión que alcanza
dimensiones mundiales, de vestimentas llenos de colorido, diseños y estilos de
la estética andina que avanza en la ruta exitosa de la comida novoandina; del
estilo emprendedor y agresivo de los aymaras y quechuas de Puno, Cusco y de
toda la serranía, de los empresarios de Gamarra, Villa El Salvador, Unicachi,
Cono Norte. De los millones de peruanos
mestizos y cholos que empiezan a sentirse orgullosos de su identidad y de los
gigantescos logros en la recuperación de su territorio, de su canto y su
destino.
5.-KACHQANIRAKMI (¡SOMOS AÚN, VIVIMOS!), LAS PODEROSAS RAZONES DE LA ESPERANZA
Dice José María Arguedas que cuando quiso expresar de manera rotunda y
definitiva la persistencia de la cultura andina, eligió la palabra
Kachqanirakmi, que es vocablo del quechua Chanka porque ni el quechua cusqueño
o huanca tenían una expresión que tradujera con plenitud y potencia la
pervivencia del mundo andino, que él sentía. La percepción que la gran mayoría de
intelectuales y estudiosos tenía sobre el mundo andino era que se trataba de un
fenómeno decadente, en extinción irremediable. Arguedas seleccionó
cuidadosamente el Kachqanirakmi para afirmar que se trataba de un pueblo y una cultura
que mantenían intactas las posibilidades
de su reintegración, de su reconstitución.
La vida y el tiempo le han dado la razón. La experiencia cotidiana es
la mejor demostración de que la cultura andina, que se manifiesta en vigorosos
lazos de parentesco, relaciones de reciprocidad, espíritu comunitario (existen
más siete mil clubs provincianos en Lima), su laboriosidad y sentido del
ahorro, su planificación de largo plazo,
para no reiterar su rica y diversa manifestación culinaria, su variada
expresión musical y dancística, que siguen operantes. Mantienen vigencia y
siguen jugando un rol sustancial en el desarrollo del actual proceso de
afirmación económico-social, de mestizaje y fusión cultural que vivimos. La
cultura andina está más vigente que nunca.
La cultura pre hispánica y sus
altas expresiones civilizatorias y culturales no se reducen a Macchu Pichu o al
señor de Sipán solamente, se expresan de manera viva y operante en los
proyectos vitales que los herederos de nuestro gran pueblo llevan adelante.
Aquí y ahora, en el tercer milenio.
Por eso afirmamos, junto con Arguedas, que hay poderosas razones para
el optimismo y la esperanza.
Solamente aquellos que nunca entendieron que el Perú era y es plural y
diverso, de los serranos, mestizos y cholos, criollos, andino por mandato de la
naturaleza, pueden pensar que el ocaso del mundo oligárquico significa el fin
del Perú, que el Perú se jodió. Una civilización que hunde sus raíces en
cinco mil años de antigüedad no se va a
“joder” por que un pequeño grupo de oligarcas y criollos de vida muelle y
parasitaria, con solo 200 años de existencia, sienten que su vida fue
cancelada, que colapsaron porque nunca fueron capaces de entender esta
naturaleza ni supieron organizar apropiadamente la sociedad que sojuzgaron y explotaron.
Lo más importante está por hacer: terminar de darle perfiles definidos
a la nación de todas las patrias, construir el proyecto hegemónico pluricultural,
descentralizado y democrático. Es el reto de esta hora, cohesionar a los
millones de empresarios emprendedores, a los cientos de miles de profesionales
y técnicos que han sido aculturados y desconfían o desconocen la fuerza y el
valor de la tradición andina; de intelectuales, músicos y artistas que
mayoritarios y dominantes en el Perú actual no son conscientes de su fuerza,
del rol hegemónico que pueden y deben asumir.
Es esta la tarea de los peruanos continuadores de Túpac Amaru,
Mariátegui y Arguedas. En esta hora, la figura de Arguedas y la vigencia de la
cultura andina se agigantan. Como la claridad de la aurora cuando amanece el
nuevo día.
Vicente Otta R.
Febrero del 2011
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