domingo, 13 de febrero de 2011

VICENTE OTTA : ENTRE EL PESIMISMO OLIGÁRQUICO Y LA ESPERANZA DEL PERU MESTIZO Y PLURICULTURAL


                             
                       ENTRE EL PESIMISMO OLIGÁRQUICO Y LA ESPERANZA                                        
                                 DEL PERU MESTIZO Y PLURICULTURAL

                                                              considerar siempre el Perú como una fuente
                                                                      Infinita para la creación…”
                                                                                                                       JMA

La década del 60 ha sido crucial en el siglo XX peruano. Se forman las grandes tendencias socio-político y culturales que se tornan predominantes en el siglo que transitamos; se hacen más intensas las oleadas de migraciones andinas, se redefinen los lazos con el capital extranjero; hace crisis la industrialización de sustitución de importaciones y se produce el reformismo militar velasquista. El partido aprista consolida su viraje conservador y se forman los partidos de la nueva izquierda. En otras palabras, germinan los factores que van a definir  el perfil del Perú actual

Esta década tiene dos testigos privilegiados: Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, los dos grandes narradores peruanos del siglo XX. Sus obras, particularmente las que mencionamos en este artículo (Conversación en la catedral y el Zorro de arriba y el zorro de abajo), reflejan como ningún análisis político o  estudio académico,  los aspectos más profundos, complejos  y diversos que encerraba la evolución de la sociedad peruana a lo largo de la fenecida centuria.

A contracorriente de las críticas que lo encasillaban, y en algunos casos pretendían descalificarlo, como indigenista y arcaico, José María Arguedas ha terminado siendo el escritor más moderno y vigente del Perú contemporáneo. Las controversias y críticas que sus obras suscitan (el memorable  debate de la Mesa Redonda del Instituto de Estudios Peruanos-IEP, sobre la novela Todas las sangres), antes que observaciones de carácter estrictamente literario o lingüístico constituyen  diferencias de enfoques culturales y epistémicos, de cosmovisiones. Así en el fondo, la pugna era entre la visión criolla euro-céntrica del Perú y su historia (razón colonial, al decir de algunos intelectuales) y una visión de la evolución del Perú desde sus ríos subterráneos, desde una mirada alternativa a la historia oficial, que el autor elabora desde sus lecturas mariateguianas y leninistas (confesión de parte en el discurso al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968). Mientras la gran mayoría de intelectuales, académicos y críticos miraba la piel, Arguedas veía el corazón y los huesos del país.

1.-VARGAS LLOSA,  ADALID DE LA MODERNIDAD O ESCRITOR DE LA DESESPERNZA Y ANACRONISMO?

Desde que en 1971 se publicara “Conversación en la catedral”, y su personaje central Santiago Zavala (“zavalita”), expresara la frase: ¿“cuando se jodió el Perú”?, ésta ha sido convertida en una especie de interrogante metafísica nacional, quinta esencia de la duda angustiosa que atraviesa la existencia de la sociedad peruana moderna. En realidad esta frase, más bien patética y quejumbrosa, expresa la actitud profundamente pesimista de la clase oligárquica, criolla-costeña, que ve derrumbarse el sistema socio-político que había sustentado su dominio durante 150 años de vida republicana. En este sentido, la temblequeante pregunta no representa la angustia de toda la sociedad peruana, sino a un pequeño segmento de ella que presentía su irremediable final. Una vez más, los artistas e intelectuales criollos se asumen como voceros de oficio de “nuestra” cultura y estado psicológico, un reputado intelectual representante de esta  cultura, habla a través de uno de sus personajes y dice lo que los individuos más sensibles del mundo criollo agonizante percibían: Que “su” Perú se había jodido. El apacible y confortable mundo en el que unos cuantos miles de terratenientes, mineros y burócratas herederos del poder colonial, vivían cómodamente de la sangre y sudor de millones de indígenas y cientos de miles de coolies y esclavos de origen africano, se perdía irremediablemente.

Desde antes de la reforma agraria de Velasco (año 1970), los cholos habían empezado a “igualarse”, los afro-peruano se cimarroneaban y los descendientes de japoneses y chinos asediaban sus pequeñas ciudades, (otrora bastiones de su cómoda y cortesana vida) asumiendo el control  de los comercios minoristas y de parcelas agrícolas productoras de pan llevar. De otro lado, la inversión extranjera, predominantemente americana finalizada  la II guerra mundial, y el dinamismo económico de los inmigrantes italianos, alemanes y árabes que se asentaban en otras áreas de comercio y la  manufactura moderna, condenaban a los criollos rentistas y parasitarios al empobrecimiento y a la  paulatina e inexorable pérdida del poder económico y al debilitamiento de su poder político.

2.-EL LLANTO POR EL BIEN PERDIDO
Ni la recurrencia a dictadores militares, en la década del 50 en que transcurre la novela, podía salvarlos de la debacle. Antes de que finalice el siguiente decenio un cholo costeño “pata en el suelo”, Juan Velasco Alvarado, al mando de un gobierno militar les dio el puntapié final. Los cholos y el ejército se resistían a seguir cumpliendo el rol servil de pongos y guardianes. El sistema político  oligárquico fue desestructurado y dejó de ser hegemónico.

Este  mundo que empieza a perderse irreversiblemente es el  que añora zavalita. Como en el relato de Arguedas, El Sueño del Pongo, el mundo se estaba poniendo al revés.

Es característica de todo artista percibir determinados acontecimientos sociales antes que el común de los mortales. Vargas Llosa es un literato, un artista de la pluma y la imaginación, por eso percató estos cambios antes que la gran mayoría de criollos que repiten esta lastimera frase sin darse cuenta de que están hablando de la biografía, de su clase social, no de todo el Perú.

“...y restos de comida que circulan tibiamente por el aire macizo de “La catedral”, y de pronto son absorbidos por una invencible pestilencia superior: ni tú ni yo teníamos razón papá, es el dolor de la derrota papá...”, monólogo de zavalita, mientras bebe y conversa con  Ambrosio en el bar “La Catedral”,* En la página anterior, Ambrosio también ha dado su cuota de inquietudes metafísicas: “...La vida no trataba bien a la gente en este país, niño, desde que salió de su casa había vivido unas aventuras de película. A el tampoco lo había tratado bien la vida, Ambrosio...”

La letanía de lamentaciones continúa: “...Así que en Pucallpa y por culpa de ese Hilario Morales, así que sabes cuándo y por qué te jodiste-dice Santiago-. Yo haría cualquier cosa por saber en qué momento me jodí...”*

Y en páginas posteriores: “...Santiago dice, porque gracias a San Marcos me jodí. Y en este país el que no se jode, jode a los demás...”**, aquí zavalita agrega otro rasgo esencial de la cultura  criolla de raigambre oligárquica: la envidia y la mezquindad del fracasado. Es lo que muchos han venido a llamar el “deporte” nacional del palo encebado. Como sabemos, este no es un deporte nacional, es criollo, costeño y particularmente limeño. La gente de procedencia andina  no cultiva este deporte. Villa el Salvador, Unicachi, Ollaraya, Los Olivos y el emergente poblador de los conos de Lima dan fe de que sí hay una cultura de éxito, de prosperidad, sin tener que despellejar o acuchillar al que avanza en el camino de la realización personal y familiar.

3.- COMO EL CID, ARGUEDAS SIGUE GANANDO SUS BATALLAS DESPUÉS   DE MUERTO
La novela póstuma de Arguedas: El Zorro de arriba y el zorro de abajo,  se escribió en la misma época que Conversación en la catedral, y se publicaron con un año de diferencia: en 1971 la primera y en 1970 la segunda. Coincidentes en el tiempo, difieren completamente en la lectura del Perú de ese momento.

Con todo el desgarramiento y angustia que encierra “El zorro...”, es sin embargo la novela de la esperanza, de la apuesta por el Perú moderno, mestizo, andino y de todas las sangres. Atento y profundo observador de la evolución del país que tanto amó, y en particular del pueblo indígena del que se sentía parte y vocero, Arguedas vivió y comprendió en Chimbote que la modernización del Perú había tomado ya un curso irreversible, que éste se nutría de hervores que implicaban una fusión cultural y étnica, caótica y magmática en la que no estaba definido el rol ni la jerarquía que iba a asumir la cultura andina.
      
      *Conversación en la catedral, ediciones Seix Barral, 1970, página 27
         **Capítulo IV, pág. 74, obra citada
         * **  pág. 166



Sus primeras reacciones a los hibrideces que  percibió en la humilde caleta  de pescadores, convertida en pujante y dinámica ciudad pesquera gracias al boom de la pesca industrial de la anchoveta, fueran  desfavorables. Las expresiones grotescas y caricaturescas, que asumía el proceso de mestizaje y acriollamiento forzado, al que se sometían los migrantes de origen serrano, para poder asimilarse al mundo criollo-costeño, que era el que lideraba el oficio de pescador, causó en Arguedas una sensación penosa y desagradable. De ahí que acuñara la palabra “mamarracho” para designar este mestizaje que producía como resultado una especie de “Frankestein”. Pues el fruto obtenido no era parte de la estética criolla ni de la andina, era un verdadero híbrido, sin perfil definido. Primeras expresiones de lo que posteriormente ha sido  denominado   cultura “chicha”.

Los tallarines con papa a la huancaína, el ceviche con arroz y cancha; el arroz con leche combinado con mazamorra morada, en la culinaria y repostería; la mezcla  musical de huayno y cumbia, la vestimenta de moda occidental con colores intensos de la estética andina, los nombres anglosajones con apellidos quechuas y aymaras, etc. Toda esta abigarrada y potente mezcolanza  se produjo en chimbote en menos de una década. Este fue el primer gran proceso de mestizaje violento, brutal y acelerado, que dejó abierto el  cauce de lo que sería el proceso de modernización del Perú contemporáneo. Cuarenta años después todo el Perú es un chimbote gigantesco y lo que Arguedas entrevió, en lo que se iba a convertir el país, se ha cumplido.

Vislumbrar este futuro poco amigable para su amado mundo andino, el cariz  que adoptaba la formación de la nación peruana, la configuración del Perú moderno, proceso para el cual carecía de respuestas y orientaciones, no le impidió reconocer que este era un proceso  irreversible. De ahí que se aferrase a mundos como el de Viet Nam, sin renunciar a lo mágico de su cosmovisión andina. Su dolor es el dolor del alumbramiento, del nacimiento de lo nuevo, del Perú mestizo y pluricultural.

“...hay en mis huesos muchas de las apariencias del serrano antiguo por angas y mangas, convertido por sus madres y padres, malos y buenos, en vehemente, asolemnado y alegre trabajador social: invulnerable a la amargura aun estando ya descuajado. Dispénsenme la inocente y segura convicción: invulnerable como todo aquel que ha vivido el odio y la ternura de los runas...”, Son las palabras cargadas  de optimismo y fe en el futuro, pronunciadas un mes antes de su suicidio. De marcada diferencia con las expresiones quejumbrosas de Zavalita, que siente que su fracaso individual está ligado a la declinación del Perú oligárquico, de un mundo que se pierde en el ocaso.



4.-DE LA CALANDRIA CONSOLADORA A LA CALANDRIA DE FUEGO, DEL PERU OLIGÁRQUICO AL PERU MODERNO DE TODAS LAS SANGRES

En su último diario escrito un mes antes de su muerte, dice lo siguiente: “...Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el Perú y lo que él representa: “...se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres “alzamientos”, del temor a Dios...”. A este ciclo corresponden expresiones como: “...En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos los hombres están llorando, más triste, más tristemente que los niños. Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre...”, de su himno canción al Dios Padre creador Túpac Amaru.

En el mismo párrafo de este diario dice que se abre el ciclo de la calandria de fuego:     “... el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre de Viet Nam, el de la calandria de fuego, el del dios liberador. Aquel que se reintegra...”. Igualmente, en el poema a Túpac Amaru, está la respuesta al nuevo ciclo, cuando dice: “...Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi sangre, cantando, edifiqué una casa...Somos miles, aquí ahora. Estamos juntos; nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballo. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que entonen los himnos de cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz...”

Su vida, uncida férreamente al palpitar vital del Perú, se acaba junto con el Perú semi-feudal,  “...de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje...”, pero  renace con el Perú contemporáneo: “...el de la calandria de fuego, el del Dios liberador. Aquel que se reintegra...”.

Todo esto y mucho más es el Perú de nuestros días. El que se reintegra al sonido de la cumbia del Grupo Cinco, de los Hermanos Yaipén, del huayno Rock de Uschpa, del canto de  Dina Paucar y Margot Palomino; de platos de ceviches con cancha y tallarines.

La eclosión gastronómica impulsada por la fusión que alcanza dimensiones mundiales, de vestimentas llenos de colorido, diseños y estilos de la estética andina que avanza en la ruta exitosa de la comida novoandina; del estilo emprendedor y agresivo de los aymaras y quechuas de Puno, Cusco y de toda la serranía, de los empresarios de Gamarra, Villa El Salvador, Unicachi, Cono Norte. De los millones  de peruanos mestizos y cholos que empiezan a sentirse orgullosos de su identidad y de los gigantescos logros en la recuperación de su territorio, de su canto y su destino.




5.-KACHQANIRAKMI (¡SOMOS AÚN, VIVIMOS!), LAS PODEROSAS RAZONES  DE LA ESPERANZA

Dice José María Arguedas que cuando quiso expresar de manera rotunda y definitiva la persistencia de la cultura andina, eligió la palabra Kachqanirakmi, que es vocablo del quechua Chanka porque ni el quechua cusqueño o huanca tenían una expresión que tradujera con plenitud y potencia la pervivencia del mundo andino, que él  sentía. La percepción que la gran mayoría de intelectuales y estudiosos tenía sobre el mundo andino era que se trataba de un fenómeno decadente, en extinción irremediable. Arguedas seleccionó cuidadosamente el Kachqanirakmi para afirmar que se trataba de un pueblo y una cultura que mantenían intactas las posibilidades  de su reintegración, de su reconstitución.

La vida y el tiempo le han dado la razón. La experiencia cotidiana es la mejor demostración de que la cultura andina, que se manifiesta en vigorosos lazos de parentesco, relaciones de reciprocidad, espíritu comunitario (existen más siete mil clubs provincianos en Lima), su laboriosidad y sentido del ahorro, su planificación de largo plazo,  para no reiterar su rica y diversa manifestación culinaria, su variada expresión musical y dancística, que siguen operantes. Mantienen vigencia y siguen jugando un rol sustancial en el desarrollo del actual proceso de afirmación económico-social, de mestizaje y fusión cultural que vivimos. La cultura andina está más vigente que nunca.

La cultura pre hispánica  y sus altas expresiones civilizatorias y culturales no se reducen a Macchu Pichu o al señor de Sipán solamente, se expresan de manera viva y operante en los proyectos vitales que los herederos de nuestro gran pueblo llevan adelante. Aquí y ahora, en el tercer milenio.

Por eso afirmamos, junto con Arguedas, que hay poderosas razones para el optimismo y la esperanza.

Solamente aquellos que nunca entendieron que el Perú era y es plural y diverso, de los serranos, mestizos y cholos, criollos, andino por mandato de la naturaleza, pueden pensar que el ocaso del mundo oligárquico significa el fin del Perú, que el Perú se jodió. Una civilización que hunde sus raíces en cinco  mil años de antigüedad no se va a “joder” por que un pequeño grupo de oligarcas y criollos de vida muelle y parasitaria, con solo 200 años de existencia, sienten que su vida fue cancelada, que colapsaron porque nunca fueron capaces de entender esta naturaleza ni supieron organizar apropiadamente la sociedad que  sojuzgaron y explotaron.  


Lo más importante está por hacer: terminar de darle perfiles definidos a la nación de todas las patrias, construir el proyecto hegemónico pluricultural, descentralizado y democrático. Es el reto de esta hora, cohesionar a los millones de empresarios emprendedores, a los cientos de miles de profesionales y técnicos que han sido aculturados y desconfían o desconocen la fuerza y el valor de la tradición andina; de intelectuales, músicos y artistas que mayoritarios y dominantes en el Perú actual no son conscientes de su fuerza, del rol hegemónico que pueden y deben asumir. 

Es esta la tarea de los peruanos continuadores de Túpac Amaru, Mariátegui y Arguedas. En esta hora, la figura de Arguedas y la vigencia de la cultura andina se agigantan. Como la claridad de la aurora cuando amanece el nuevo día.

Vicente Otta R.   

Febrero del 2011




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