El mañana kafkiano del poeta Juan
Cristóbal
Maynor
Freyre
Ha empezado la
segunda década del tercer milenio y el mundo nos depara sorpresas inimaginables
en cuanto a ciencia, tecnología y permisibilidad. La condición humana ha pasado
de la búsqueda de la libertad al libertinaje en medio de paradójicas y absurdas
normas como arrancadas del Medioevo. Los viejos sueños abrigados en las décadas
del sesenta y setenta del pasado siglo por construir un mundo mejor, resultaron frustrantes y frustrados.
Juan Cristóbal,
Premio Nacional de Poesía 1971 en el Perú, se comprometió con dichos sueños en
cuerpo y alma, padeciendo cárcel y destierro. Su alma
la enlazó a la poesía a partir de El osario de los inocentes y
continuó con una permanente y múltiple creación, construyendo un rico ámbito
poético bastante sui generis, en el cual todos los temas tenían cabida, desde
los eternos como la aventura, el amor, la muerte y el misterio.
Juan Cristóbal construye sus imágenes líricas a
partir de lo onírico, emparentándose con el surrealismo tal como el militante
del movimiento César Moro --quien incluso publicara en francés--, como
Westphalen, pero es especial como ese fino y comprometido poeta Manuel Moreno
Jimeno, usuario de un surrealismo social, al decir del investigador literario
Manuel Miguel de Priego.
Ya en sus últimas
producciones Juan Cristóbal mezcla el lenguaje de los sueños con el de la
calle, recordándonos las innovaciones de los beatniks norteamericanos y los
aportes del Movimiento Hora Zero surgido a principios de los setentas en el
Perú. Esta experimentación nos da excelentes resultados que arriban a una
madurez irrefutable en su última creación poética compuesta por dos pequeños
tomos: I Horridas mañanas y II Kafka.
En esta su
reciente publicación el poeta culmina una fuerte crisis de desencantos,
desengaños y frustraciones. Se siente agobiado por no haber podido construir el
mundo con que soñamos y más bien regaña de encontrase en una situación que lo
ha empujado a esta confesión autobiográfica: …”y no sé descifrar los rostros que me miran / las palabras que me
hablan / los silencios que me quieren / por eso creo que la vida es una mierda
/ un pedazo de locura atravesando los
desiertos…”.
Es decir, el escepticismo se ha incrustado muy a fondo, la esperanza va perdiendo sus tonalidades y la fe
apenas es una bruma telarañosa: “la muerte llameó así / infinidad de veces /
como una luna en el cielo / en esa noche fatal de la memoria / cuando los pasos
no llegaron a ningún muro de lamentos / a ningún gallo que cantó tres veces en el
alba / y mintió-mintió y mintió / hasta las vísceras más atroces de las celdas
/ enredándose en las propias telarañas de su angustia / en aquellas ruinas
persistentes y heladas del camino…”.
El
mundo ha fracasado y ha cambiado para peor. La desesperanza conduce al vate por
las sendas kafkianas Del absurdo y la
desesperanza, título que vincula a la obra del gran escritor checo del
siglo XX, cuyos libros de cuentos La
metamorfosis y La condena publicó
aún en vida, pero cuyas novelas El
proceso, El castillo y América América (novela inconclusa) fueran editadas gracias a la desobediencia de
Max Broad, amigo albacea de Franz Kafka quien no acató su último deseo de
incinerarlas. Como se conoce, la obra del escritor checo que escribía en alemán
y en perpetuo conflicto con su padre, desdeñado de amores y afectado por la
tuberculosis que lo condujo a la muerte viviendo sus últimos días en un
nosocomio para tebecianos, es una obra que nos enfrenta a la búsqueda absurda
de nuestra conciencia del pecado original, al sentimiento de culpa y a la
búsqueda permanente de los caminos de la justicia para el hombre, de los
inaccesibles caminos de la justicia. No olvidemos que Kafka fue judío en una
época de desdén y persecución para los de dicha etnia.
Juan
Cristóbal también padeció persecución y segregación por sus ideas y hasta hora
es víctima de una irremediable marginación de lo que se ha dado en llamar el
canon cultural del país, elaborado por un cenáculo de mediocres que piensan que
van a sobrevivir en la historia borrando de un plumazo a valiosos creadores y
levantando su propio parnaso de falsos dioses de pacotilla.
Espero
haber coadyuvado en el rescate de una de las voces más valiosas de la poesía
peruana contemporánea, para ello sumo el testimonio del poeta fundador del
Movimiento Hora Zero, Jorge Pimentel, quien apenas terminó de leer la obra
materia de esta nota, me expresó su beneplácito por ella considerando que Juan
Cristóbal había alcanzado una indudable madurez poética. No me queda sino
recomendar la pronta recopilación de sus obras completas por parte de algún
acucioso editor, para así poder realizar un sesudo estudio sobre este
importante poeta peruano. Además de recordarle que no podemos quedarnos en la
quinta puerta del infierno del Dante, donde se decía: aquí se perdió toda
esperanza.
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