martes, 4 de junio de 2013

DANIEL MATHEWS CARMELINO : LAS MUJERES DE GUATEMALA

Por: Daniel Mathews Carmelino
En este recorrido indoamericano que me ha pedido Quemanta quiero ir hoy a Guatemala. Guatemala duele. En un continente donde el título de genocida se lo disputan tantos, donde Pinochet o Videla son símbolos de muerte. Donde Sendero Luminoso asesinó comunidades campesinas enteras. Nadie llego, como Ríos Montt a la espantosa suma de un cuarto de millón de muertos: 250,000. Y ahí estuvieron las mujeres. Fueron en su mayoría mujeres las que llenaron la sala del tribunal cuando sentenciaron a Ríos Montt por genocida. Las que cantaron “Aquí no lloró nadie. Aquí solo queremos ser humanos, comer, reír, enamorarse, vivir, vivir la vida y no morirla” . Y es natural. Ellas habían sido víctimas, pero también habían sido quienes denunciaron.
Testimonio de mujer: Así me nació la conciencia
Rigoberta Menchu es quizá la lideresa indígena más conocida. En 1982 saco a la luz su testimonio, ella puso la palabra y Elizabeth Burgos la letra. Rigoberta tenía apenas 23 años pero con lo que había vivido tenía suficiente que contar. Fue la denuncia más fuerte contra el genocidio que Ríos Montt estaba realizando en ese mismo momento. Pero fue algo más. El testimonio ha sido desde siempre una de las formas de expresión de las fuerzas sociales emergentes. Con el testimonio de Menchu así como con el de Domitila Chungara se muestra dos cosas: que la voz potente del continente no está en los intelectuales sino en los pueblos indígenas o, como dirían Alice Brittin y Kenya Dworkin “los intelectuales nos quedamos como bichos aislados, inmunes desde hace 500 años. No, nosotros hemos sido protagonistas de la historia” y que entre los indígenas la mujer tiene un papel de primera línea. Papel que nace ya en la guerra contra el dominio español. Mientras que en los ejércitos criollos la mujer iba a satisfacer los deseos masculinos, en los indígenas Micaela Bastidas o Bartolina Sisa eran lideresas de primera línea.
Por su popularidad, pasó a ser para la crítica literaria una especie de paradigma para conceptualizar el género testimonial. Aunque no fue concebido con fines literarios, Me llamo Rigoberta Menchú llegó a ser el texto narrativo más difundido y más discutido de la literatura latinoamericana de finales del siglo xx. En algunas antologías de lectura, ya forma parte del canon de la literatura latinoamericana. El texto narra en su propia voz la historia de vida de Menchú –es una especie de novela de aprendizaje– y cómo su propia formación coincide con la época de la lucha armada y la guerra contrainsurgente en Guatemala, a finales de la década de 1970 y comienzos de la de 1980. Las escenas son de terror:
“Entonces los pusieron en orden y les echaron gasolina. Y el ejército se encargó de prenderles fuego a cada uno de ellos. Muchos pedían auxilio. Parecían que estaban medio muertos cuando estaban allí colocados, pero cuando empezaron a arder los cuerpos, empezaron a pedir auxilio. Unos gritaron todavía, muchos brincaron pero no les salía la voz. Claro, inmediatamente se les tapó la respiración. Pero, para mí era increíble que el pueblo, allí muchos tenían armas, sus machetes, los que iban en camino del trabajo, otros no tenían nada en la mano, pero el pueblo, inmediatamente cuando vio que el ejército prendió fuego, todo el mundo quería pegar, exponer su vida, a pesar de todas las armas Ante la cobardía, el mismo ejército se dio cuenta que todo el pueblo estaba agresivo. Hasta en los niños se veía una cólera, pero esa cólera no sabían cómo demostrarla. Entonces, inmediatamente el oficial dio orden a la tropa que se retirara. Todos se retiraron con las armas en la mano y gritando consignas como que si hubiera habido una fiesta. Estaban felices. Echaban grandes carcajadas y decían: ¡Viva la patria! ¡Viva Guatemala! ¡Viva nuestro presidente! ¡Viva el ejército!”
Tejidos que lleva el alma
Hacia el año 2009 y ante las dificultades para acceder a la justicia, UNAMG, ECAP, y una organización de abogadas feministas que se acababa de crear, Mujeres Transformando el Mundo (MTM), iniciaron la organización de un Tribunal de Conciencia contra la Violencia Sexual hacia las Mujeres durante el Conflicto Armado en Guatemala. A este esfuerzo se sumaron luego la Coordinadora de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA) y la asociación feminista La Cuerda. De ahí nació un segundo testimonio. Se trata del libro Tejidos que lleva el alma .
Lo que prueba el libro es que la violencia sexual no fue un efecto colateral de la guerra sino una acción planificada para dañar a las mujeres en tanto actoras sociales y políticas, así como para romper el tejido social comunitario. La violencia sexual en la guerra, aunque cumplió el objetivo de aterrorizar en todas las comunidades donde fue ejecutada por el ejército, tuvo diferentes modalidades y formas. En el área quekchí fue la esclavitud sexual. Las mujeres de la aldea Sepur Zarco, Puerto Barrios, sufrieron la detención y desaparición de sus esposos y la muerte de sus hijas e hijos por hambre. Luego fueron obligadas a acudir planificadamente al destacamento militar construido en su comunidad para el “descanso” de la tropa, y ahí lavar, dar de comer a los soldados y ser violadas por estos de manera continua a lo largo de entre dos y seis años.
Fueron estas mujeres las primeras que lograron poner sus casos ante la justicia. Del 24 al 28 de septiembre 2012, el Juzgado B de mayor riesgo de Guatemala, ha conocido, en anticipo de prueba, los testimonios de quince mujeres quekchís de la aldea Segur Zarco. Muchas de ellas fueron las que cantaron “Vivir la vida y no morirla” cuando se sentenció a Ríos Montt. La palabra de las mujeres está en el centro de este proceso que abre camino para la justicia no sólo de casos del pasado sino también del presente. A pesar del riesgo que estas luchas implican, una de las sobrevivientes señaló: “No me importa morir. Tenía que decir esto para que no se repita”. He aquí su sentir y el sentido transformador de la justicia.
Y la lucha continúa: Yolanda Oqueli
Ya la dictadura terminó. Pero la lucha de la mujer indígena no. La pelea por el territorio continúa. A corta distancia al noreste de la bulliciosa Ciudad de Guatemala, las montañas que rodean la mina de oro de El Tambor se han convertido en un campo de batalla.
Desde marzo, activistas y miembros de la comunidad local mantienen activa una protesta contra el desarrollo de la mina por parte de Radius Gold, empresa con sede en Vancouver, Canadá, y su filial en propiedad absoluta Exploración Mineras de Guatemala (EXMIGUA). Aseguran que no fueron consultados sobre la apertura de la mina y temen que contamine el suministro de agua y dañe las tierras de los municipios de San José del Golfo y San Pedro Ayampuc. Al frente de esto, nuevamente una mujer: Yolanda Oqueli.
El pueblo ha organizado campamentos para asegurarse que no entre la mina. Son 12 grupos de 20 a 30 miembros quienes custodian la entrada a Progreso VII, en turnos de 24 horas desde el 2 de marzo del año pasado. Son hombres, mujeres, niños y adultos mayores que parecen haberse enraizado en el camino, como los árboles llenos de largas espinas a los cuales se debe el nombre del lugar: La Puya. El campamento parece una suerte de nuevo asentamiento con cuatro cuartos de lámina y tablas, una planta eléctrica, un altar religioso con imágenes (de la virgen de Guadalupe, la Medalla Milagrosa y una réplica pequeña del Cristo Negro) y una tarima con materiales comprados con la remesa de familiares viviendo en Estados Unidos. Todos en el pueblo tienen un hermano, esposo o hijo migrante.
El 13 de junio del 2012 le dispararon a Yolanda. Pero no la mataron. No le pudieron sacar la bala que está al lado de la columna en un espacio peligroso de operar. Pero no la callaron. Minutos atrás, había salido de La Puya hacia la única gasolinera del pueblo. Pocas personas permanecían de guardia esa tarde; la mayoría asistió a una reunión con el alcalde de San Pedro Ayampuc. Conducía un vehículo de cuatro puertas cuando dos motoristas vestidos de negro se le acercaron a dispararle: tres balazos contra el automóvil y uno perforó su cuerpo rozando el estómago, un pulmón, hígado y un riñón. El hecho engrosaba la lista a 305 ataques contra defensores de derechos humanos perpetrados en 2012 (incluyen intimidación, amenazas, allanamientos), según datos de Udefegua.
Miembros del colectivo Madre Selva la escondieron durante su recuperación, en un lugar donde solo recibía la visita de algunos compañeros, personas de algunas organizaciones. A pesar de su fractura física y emocional se respiraba una atmósfera de paz y serenidad junto a ella, la misma que ha sabido transmitir a los demás. Personas de La Puya cuentan que no por eso dejó la estrategia de resistencia pacífica: “después del ataque nos hizo llegar un mensaje: No reaccionen de forma violenta”, cuentan Ángela Ochoa, José Ángel Llamas, Dora y Susana Reyes, miembros del plantón.
Una líder –Oquelí no recuerda su nombre– de Ixcán, Quiché, cambió la estrategia de lucha contra los antimotines: “que sean las mujeres quienes vayan al frente, son más sensatas y se controlan más que los hombres”. Oquelí escuchó y propuso esta forma de resistir a los otros líderes del grupo. “Las personas de los pueblos no son tontas. Aplican estas estrategias y a la fecha nos han funcionado muy bien”, dice. En décadas anteriores las mujeres iban al frente como escudo, su participación, ahora ocurre en un contexto de debate internacional en torno a los derechos de género y esto beneficia en las negociaciones
Las mujeres no son para nada el sexo débil en Guatemala. Y vencerán.
[1] Revista Nuevo texto crítico Año 6, N° 11, 1er  semestre 1993, pp. 207-220
[1] E. Burgos-Debray (con R. Menchú): Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, Siglo
xxi, México, DF, 1988, pp. 204-205
[1] Amandine Fulchiron; Olga Alicia Paz; y Angélica López: Tejidos que lleva el alma: Memoria de mujeres mayas sobrevivientes de violencia sexual en Guatemala, ECAP-UNAMG, F&G Editores, Guatemala, 2009.

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