De: Ricardo Melgar <melgarr@gmail.com>
Fecha: 6 de junio de 2013 21:37
Asunto: El periodismo mercenario argentino y el Caso Lanata
Para:
   
Fecha: 6 de junio de 2013 21:37
Asunto: El periodismo mercenario argentino y el Caso Lanata
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El periodismo mercenario argentino y el Caso Lanata
Después de la muerte de aquel ejemplo de mentira sistemática y mercenaria,  llamado Bernardo Neustadt, hubo la esperanza (de parte de quienes buscamos algo  que se llama "verdad", esa abstracta y escurridiza meta para alumbrar esa  comarca incierta llamada "realidad") de que no se reiterara a breve plazo una  figura tan dañina en el periodismo argentino. ¡Vana ilusión! Ya tenemos otra,  corregida y aumentada. Pero este caso es notoriamente más espinoso, porque el  protagonista no se formó en la escuela de su antecesor, o sea en los cuadros de  la derecha fascista; no. Desde aproximadamente 1981, cuando empezó a emitir por  radio sus primeros zezeos de periodista de investigación, hasta 2010, cuando se  produjo el misterioso (aunque deducible) hecho que lo convirtió en lo que es  hoy, Jorge Lanata guardó una línea progresista, defensora de los derechos  humanos, crítica del orden social tradicional y opuesta a la acción de las  corporaciones económicas dueñas del poder real. Una sola característica se le  pudo señalar, no muy a tono con el resto de las indicadas: cierto vedettismo,  cierta inclinación al estrellato, que lo hacía chocar algunas veces con sus  colaboradores (y que lo hizo actuar en la vidriera de la revista musical boba,  el teatro Maipo). En el período anterior a 2010 hizo uno de los mejores  informes estructurales de la corporación mediática Clarín. En ese famoso cuadro  sinóptico, los brazos increíblemente vastos del grupo encabezado por el diario  de Ernestina Herrera de Noble quedaron expuestos con una claridad difícil de  superar. Al poco tiempo, Lanata comenzó a experimentar una metamorfosis muy  llamativa. Abandonó la defensa de los derechos humanos, se olvidó de la  existencia de los dueños del poder real (y en especial de Clarín) y se dedicó a  atacar al gobierno de Cristina Fernández y a cada uno de sus funcionarios,  colaboradores y simpatizantes.
El motivo de ese cambio sigue y seguirá en las  sombras, ya que es imposible indagar en los terrenos que hacen a lo íntimo de  su protagonista; sin embargo, no es imposible mirar por el catalejo de las  probabilidades. La mejor táctica para deducir la raíz de algo es vigilar hacia  dónde va ese algo: el desarrollo del tronco y de los gajos permite calcular el  volumen subterráneo del árbol. Por supuesto, las especulaciones ya han volado  por todo el territorio argentino y más allá, y relacionan el golpe de timón del  grueso periodista con una no menos gruesa pila de dinero. Lo cierto es que el  giro de Lanata coincide con la agudización del conflicto que enfrenta al  gobierno de Cristina Fernández con Clarín. No voy a decir aquí lo que sólo una  fotografía ya dice largamente respecto de este conglomerado de medios: el  brindis de su dueña y del dueño de La Nación, Mitre, con el genocida Videla, en  los tiempos en que ninguno de los columnistas que ahora se encargan de anunciar  el advenimiento de un nuevo nazismo abría la boca para denunciar la  criminalidad de la dictadura encabezada por el flaco psicópata de uniforme.
Lanata ha hecho un increíble borrón con los argumentos  que desarrollaba antes del 2010. Y eso, que es motivo suficiente para  reprocharle su falta de coherencia y para hacer altamente sospechoso el viraje,  no es lo único que va distinguiéndolo. Su habla se vuelve cada vez más procaz e  hiriente; su catarata de guano verbal no perdona edad, situación, trayectoria o  sexo de los elegidos a la hora de propinarle el golpe. Las denuncias que  desparrama a diestra y siniestra no resisten verificaciones, pero cumplen con  el fin de impactar, no de esclarecer. El daño principal que origina  es, precisamente, la distorsión del criterio de su audiencia; induce a dar por  real lo que él informa, quitando cualquier margen de investigación posterior.  Si se comprueba la mentira de lo que él afirma, eso no altera el objetivo que  se le dio, porque sucede fuera del ámbito de impacto (los medios de Clarín se  esmeran en coordinar los silencios y los chillidos) y fuera del tiempo indicado  para que sucediera (al día siguiente ya habrá otra noticia de la misma calaña).
Para que el mecanismo usado por Lanata funcione,  requiere de una audiencia específica. Su cloaca teatral va dirigida a dos  grupos: los que toman al pie de la letra los argumentos y los que al escucharlo  escuchan lo que deseaban escuchar. El primer grupo acepta lo que se le dice y  asume una posición acorde con lo que oye (se horroriza del supuesto desorden,  de la supuesta corrupción, de las supuestas grandes canalladas  gubernamentales) luego de recibir la información  incuestionada; es el grupo en el que más daño hace; el segundo grupo tiene  posición tomadaantes de recibir la información, ésta le afirma sus  convicciones y le alimenta el rencor. Al primer grupo lo adoctrina;  al segundo, lo halaga. El método lanatiano posee una ventaja en sí  mismo: puede tirar sobre la mesa cualquier afirmación, por absurda que sea.  Así, por ejemplo, que el Vicepresidente de la República se habría comprado un  traje de cuatrocientos mil pesos a fin de asistir a la coronación de los nuevos  reyes de Holanda (¿qué traje vale cuatrocientos mil pesos en este año 2013?  ¿Tiene hilos de oro y botones de diamantes? ¡Un poco pesado y ridículo!); o que  la ex secretaria de Néstor Kirchner afirmó haber oído hablar de  idas de funcionarios desde la Casa de Gobierno a la Residencia Presidencial de  Olivos, cargados con bolsos de dinero (¡en la era de las transferencias  electrónicas, suena a serie de la década de los '60!); o que en la casa  particular de la Presidenta Cristina Fernández habría una bóveda secreta en  donde se guardarían millones de euros, dólares y quién sabe cuántas monedas  valiosas más (¡eso también es de serie mala y antigua, en una época con  sistemas de cuentas cifradas en bancos extranjeros!);o anunciar, con cara  fúnebre y música idem, una inminente irrupción del estado para acallarlo (y al  no producirse, afirmar que los "periodistas libres" le torcieron el brazo al  "totalitarismo"); o -¡la máxima!– que el dinero manejado en las supuestas  transacciones de funcionarios corruptos ya no se cuenta, ¡se pesa! (como si un  billete de dos pesos no tuviera el mismo gramaje que uno de cien); o insultar  indirectamente al Presidente del Uruguay, diciendo que permite o –en el mejor  de los casos– ignora la incontrolable fluencia de millones de dólares a su  territorio de parte de los funcionarios argentinos.
Hay que reconocer que Jorge Lanata, a través de su  programa televisivo, cumplió finalmente con el sueño que sus berrinches con  colegas de cámara o micrófono y sus paquidérmicos bailes sobre el escenario del  teatro Maipo delataron: ser una completa vedette. Amén de los imaginables  buenos ingresos, el hecho de que una masa de espectadores aguarde sus insultos  y sus acusaciones ha de proporcionarle un bienestar concreto. Pero es sabido  que las vedettes a menudo llegan a serlo a cambio de ciertas concesiones.  Lanata, evidentemente, concedió la ética. Eso que se mueve ante las cámaras,  eso que abre la boca para zezear escatologías, no es un periodista, ni siquiera  un mal publicista; es un actor de varieté, ajeno a cualquier noción de respeto  o de lealtad a lo que no sea el origen de sus ingresos. Su futuro, en cuanto  hombre de los medios, queda preso de esta figura agresiva, prepotente y  burlona.
Y el análisis del trabajo de Lanata no debe quedar en  la anécdota que él mismo proporciona, sino trascender a un contexto más amplio.  La última elección venezolana en donde Hugo Chávez fue candidato –enfermo,  ausente, o quizá más presente que nunca– reveló una arista nada bufonesca en  las idas y venidas del grueso animador argentino. Su comedia de la detención al  entrar en Venezuela (provocó un incidente con las fuerzas de seguridad y se  hizo demorar), con el eco previsible en los medios clarinistas argentinos y  derechistas de toda América, permitió comprobar que es una herramienta de la  selecta casta interamericana de los empresarios manejadores de información, ese  grupo funcional a la alta política estadounidense, que se encarga de  disciplinar a América Latina para que siga siendo el manso patio trasero de la  potencia norteña. 
A Lanata no le toca ser, a ese nivel, un vocero tan  prestigioso como Mario Vargas Llosa o como José María Aznar; no le alcanza ni  la preparación ni el talento; se le asigna el papel de segundón. Pero no es  menos peligroso en dicho lugar. Al tener el respaldo de semejante red, el daño  que hace adquiere otro volumen, sus espaldas tienen otros cuidadores. La  contraofensiva de Estados Unidos para anular la rebeldía de la Unasur, del  Alba, del Mercosur y de cuantos intentos surjan en el mismo derrotero, ya se  inició. Como sucediera en la década de los '70, el argumento es la defensa de  la "libertad de expresión", el peligro de los gobiernos "populistas", la  "corrupción", la "inseguridad". Los Lanatas se encargan del trabajo chico de  piqueta en sus respectivos países; hay que sembrar el miedo, la zozobra, la  sensación caótica. Del río revuelto siempre los pescadores sacan ganancias, y  la primera es que una sociedad atiborrada de angustia acepta cualquier cadena,  siempre que le dé la ficción de tranquilidad. 
(*)Juan José Oppizzi  es escritor argentino.
Rebelión ha publicado este artículo con  el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su  libertad para publicarlo en otras fuentes.
Recibido: 5.jun.2013
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