Política | Mayo 22, 2013
César Hildebrandt:
“García es un maestro de la coima sin huellas. Y que me enjuicie si se atreve"
Por: Luis García Rojas
-Hace poco falleció el dictador argentino Rafael
Videla. Murió en prisión, sin jamás arrepentirse de nada. Aquí Alberto Fujimori
tampoco se arrepiente de nada, pero exige su libertad. ¿Perdonarán a Ollanta
Humala sus electores, la historia, si lo indulta ahora?
Videla ha tenido el mérito de morir en su ley. Ha
muerto como lo que es, un fascista sin arrepentimiento y un jefe de asesinos
que creyó que estaba cumpliendo un deber patriótico exterminando gente. Pero no
pidió perdón, ni tampoco estuvo merodeando la figura de la amnistía, ni del
indulto, ni del sobreseimiento, ni de la conmutación de penas. Murió arrogante,
como lo que es. Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y
exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo
ha podido construir. Si Humala se lo da, cometerá una ofensa gravísima a las
víctimas, a sí mismo, a sus promesas y al honor del cargo.
-Una lectura de la salida de Eda Rivas de Justicia es
que ella era un obstáculo para el indulto. Usted, además, no descarta una
alianza de Humala y el fujimorismo. ¿No sería esto un suicidio político?
Cuando uno olvida sus promesas y cuando arroja al
tacho su propio programa, ya nada sorprende. Cuando uno cruza la línea de lo
que puede ser permitido, nada puede ser excesivo, ni atroz, ni sorprendente. Me
puedo imaginar una alianza, si no inmediata, mediata, entre el nacionalismo y
el fujimorismo, alrededor de tres o cuatro ideas. Yo de Humala no espero casi
nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo.
-Mientras todos hablan de una reelección conyugal,
usted descarta la postulación de Nadine. ¿Realmente cree que no lo hará?
Creo que no podrá, no digo que no quiera, pero hay
demasiadas restricciones formales y políticas que no podrá vencer. Además, el
ejercicio casi pleno de autoridad que hace ahora la va a fatigar; al 2016 ella
va a llegar un poquito cansada de gobernar.
-Esa idea se ha asentado en muchos tras el intento de
compra de Repsol. Si ella es “el sentido común de la derecha”, ¿qué sentido
común representa Humala?
El del Ejército, probablemente; no velasquista, sino
uno replegado, lleno de culpas, de infamias, lleno de merecimientos también,
pero que ya no es fuente de doctrina ni de ideología. Humala es el intérprete
de una cierta autoridad arbitral dentro del sistema liberal, que es el papel
que le asigna al Ejército. Sus horizontes terminan ahí; él no tiene otra
perspectiva ni personal ni programática. El nacionalismo de Humala es un
cascarón vacío de ideas.
-Si Humala representa eso, y Nadine no postulará,
¿cuál es el horizonte del nacionalismo entonces?
Breve. Es un fenómeno episódico y minúsculo. No
hablamos de un partido con fundamentos o que pertenezca a una organización
internacional. Es una anécdota personal que tuvo su apogeo en 2011 al ganar las
elecciones, azarosamente, con votos prestados, y terminará en tanto Humala
termine como presencia política. Muere el nacionalismo y se acabó, como murió
el odriismo, el pradismo, todos los ismos y los caudillismos por más que se
disfrazaran. El pierolismo se disfrazó de partido demócrata, el cacerismo de
partido nacional. Pero estamos hablando de caudillos del tamaño de Piérola,
Cáceres, Odría, y ahora hablamos del cositismo; este es el cositismo.
-¿Ve posible que Alejandro Toledo pueda ser el
candidato aliado del nacionalismo en 2016?
Pero esa es una alianza entre dos medianías en trance
de disolverse. ¿Qué es el partido de Toledo? Él tampoco es una alternativa. El
2016, pase lo que pase, fuese cual fuese el anecdotario, la derecha va a ganar.
Gana la derecha con candidato propio o con uno prestado que ofrezca un programa
de centro que luego traicionará.
-Steven Levitsky ha dicho que el ‘Consenso de Lima’,
que está más vigente que el de Washington, logró doblar las intenciones de
cambio de Toledo, García y Humala.
Nada puede evitar que la derecha gane excepto que la izquierda
sea una alternativa que encandile, que entusiasme al pueblo, y no lo está
haciendo. No tienen posibilidad, ni programa, ni liderazgo, ni modernización;
es una izquierda que no se ha aggiornado, que sigue pensando que en Cuba hay
una revolución, cuando en Cuba hay una gran decadencia, una ruina
fotografiable. Con una izquierda así, pensando que la dictadura del
proletariado está encarnada en Cuba, y quizá en Corea, ¿qué espera?
-¿Y no es posible que aparezca una alternativa de
centro?
Lo que tiende a aparecer es una izquierda
ambientalista, que considera que el problema es planetario, que el modelo de
desarrollo es insostenible, que lo que venden como crecimiento no es tal, lo
que venden como consumo no es felicidad, lo que venden como metas a seguir no
son metas, sino suicidios ecológicos. Esa izquierda está germinando. Tierra y
Libertad es una expresión de eso, todavía en semilla, pero está. Es una
esperanza.
-Hablando de la izquierda, hace poco murió Javier Diez
Canseco. ¿Qué significa su partida para el país?
La muerte de Javier es un vacío enorme, es de los
irremplazables. Javier no tiene recambio; nadie que pueda sustituirlo como
referente, como figura, con convocatoria personal. La izquierda ha descuidado
mucho sus cuadros, la construcción partidaria o frentista, y buena parte del
funcionariado liberal de hoy se nutre de las filas de exizquierdistas que han
pasado a vivir bien sirviendo al sistema. No olvide quién fue Favre; un
revolucionario, casi extremista, trotskista, apocalíptico, dueño de discurso de
incendio mundial del sistema, y mire dónde está.
-Diez Canseco fue un gran luchador contra la
corrupción. Se le impidió que dirigiera la Megacomisión y ahora este grupo pide
una acusación constitucional contra Alan García, quien parece asustado.
¿Prosperará?
Si viviéramos en un país decente, no tengo dudas de
que esto se convertiría en un proceso judicial formal, y eventualmente en la
cárcel del señor García, que es donde hace rato debía estar. Si no hubiese
prescripción ni sobreseimiento, tendría que estar en la cárcel. Espero que
ahora haya una reivindicación de la justicia y se pueda convertir en el proceso
que hace rato debió afrontar el señor García.
-Si, como dice, en 30 años Humala será recordado en
medio párrafo en las enciclopedias, ¿García cómo debería pasar a la historia?
Como el protagonista del segundo tomo de la corrupción
en el Perú. Si se trata de párrafos y libros, ahí está su papel, tapa y
contratapa. Es un maestro inigualable del confort mal habido, del dinero negro,
de la comisión indemostrable, de la coima sin huellas y del saqueo del erario
público. Y que me enjuicie si se atreve.
-Si Nadine no postulará, García llegará al 2016
manchado por las investigaciones, Toledo sigue en el lío de las propiedades de
su suegra, Keiko perdida con el indulto, y la izquierda no existe, ¿no es el
escenario perfecto para algún outsider, un Antauro?
¿Pero qué es un outsider en Perú? Fujimori, Kuczynski,
Humala lo eran… En realidad en la política peruana tan destruida, sin partidos,
o con estos tan corrompidos, ya todos son outsiders, transeúntes, repentistas.
Que pueda aparecer cualquiera, ajeno, sí, pero sería lo mismo. Mientras el
electorado tenga esa resignación, de aceptar los contrabandos, que un candidato
incumpla su programa, que la derecha gobierne ganando o perdiendo, estos
desarrollos electorales o jornadas cívicas serán rituales. Seguiremos en lo
mismo al margen de quien gane. La política peruana es una fiesta de carnaval
veneciano, con máscaras, donde nadie sabe quién es quién, con promiscuidad,
donde la señora sale encinta y no sabe de quién.
-¿Qué ha hecho más daño a la política, la corrupción o
este constante transfuguismo?
La destrucción de la vida partidaria. El Apra es un
club de amigos de Alan, el Partido Comunista es un cascarón vacío, el Partido
Socialista ya vemos, la democracia cristiana dejó de existir y dio paso al PPC,
que es un club aristocrático nacional con ciertas pretensiones, y los demás son
ismos de bolsillo. En un mundo sin partidos, la posibilidad del figuretismo
frívolo, de la anomia, y de lo anético, es una gran posibilidad. Chile tiene aún
en eso la ventaja de haber conservado partidos, y Colombia. Ecuador es un caso
especial, donde Corea sustituye al partido, con su personalidad que genera
ilusión. Evo es otro caudillo que no necesita de partidos. Pero son casos
atípicos. En Perú no hay ni uno ni lo otro. El drama del pueblo es que está
irrepresentado. La franquicia pueblo no está representada.
“Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar
rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su
cabeza lo ha podido construir”
“Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es
decir, de Humala espero todo”
“Nadine, al 2016, va a llegar un poquito cansada de
gobernar”
“Soy la versión más feliz de mí mismo en estos
momentos”
-Usted ha dicho que a la prensa, al periodismo, le
falta o ha perdido capacidad de indignación. ¿Cómo ve al periodismo peruano en tiempos
de esta aparente democracia, del piloto automático?
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de
la derecha es clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir
medios. La otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la
televisión informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio cuenta
de que no podía dar concesiones. Y ha terminado con esta monotonía, esta
cacofonía editorial que es la televisión. Todo está bien siempre que esté
dentro del sistema. Ningún cuestionamiento esencial, ningún debate sobre cosas
de verdad importantes. Se puede atacar a ministros, pero no al sistema. Eso
produce esta grisura unánime de la televisión.
-¿Y la radio?
La radio es patética; solo hay una y está en manos de
Alan, porque dos de sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató
bien a esa emisora en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar.
Son medios masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente forma
opinión con la televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero reconozco mis
limitaciones.
-Pero usted ha hecho televisión mucho tiempo.
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los
entrometidos, topos, detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
-¿Sigue sin extrañarla un poco?
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
-¿Aun si le ofrecieran un espacio libre?
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni
siquiera lo pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera
que hay libertad de expresión. “Ahí está Hildebrandt”, como alguna vez dijeron.
No quisiera volver a ser esa coartada.
-¿Sigue pensando sacar un libro sobre su paso por la
televisión?
Lo he parado porque el semanario es una dulce
esclavitud. No hago sino leer y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo
leo, y la mitad trabajo. No sé si lo terminaré.
-Y con la televisión, ¿ha tenido una relación de amor
y odio, o más odio que amor?
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella
amor. Tuve una relación pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo
que se podía hacer y me interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que
nunca me creí el hombre poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el
corrector de defectos, ni nada de lo que decían. Nunca me la creí. Siempre supe
que era fugaz e ilusoria. Entonces, cuando me fui, no me suicidé ni deprimí.
Cuando me fui echado, además. La televisión tiene un mérito, la intensidad, la
inmediatez y su influencia. Pero tiene un demérito peligrosísimo: exige un
nivel elemental del lenguaje y contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino.
La televisión exige lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina
con el léxico lesionado, elemental.
-¿Guarda rencor a alguien?
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al
que lo siente, no al destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo
que tampoco debería haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas,
perdido otras, he sido combatiente crónico, he tenido encontronazos y muchos
afectos y filiaciones. Así que para mí el saldo es magnífico. No recuerdo nada
que me avergüence y nada que me haya lesionado. He seguido mi camino
modestamente, obstinadamente, y nadie puede decir que me compró o alquiló. Y
ahora podría decir ni que me melló. De todas las guerras y heridas, estoy aquí,
más o menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la
misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones.
-En 2011 decía que “Hildebrandt en sus trece” es una
satisfacción porque se puede dar el lujo de escribir lo que le dé la gana sin
depender de la publicidad. ¿Es a lo que se debe aspirar?
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con
tener el medio donde no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las
restricciones de la responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me da la
gana, no es lo que me nazca del forro o de la ira o de un mal momento, sino lo
que razonablemente pueda decir con respaldo documental.
-Ahora que está casado con Rebeca, ¿siguen durmiendo
en casas separadas?
Es un arreglo a lo Woody Allen; ella vive al frente,
cruzamos y nos encontramos. En realidad vivimos juntos, pero en departamentos
separados, porque cada uno requiere de espacios y eventuales soledades,
aislamientos, que mutuamente respetamos. Es una buena solución. Somos dos
personalidades fuertes y a veces estas pequeñas lejanías nos hacen bien. Cuando
estamos juntos somos absolutamente felices.
-Entonces se define como una persona feliz.
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy
la versión más feliz de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es
una suerte de sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae
felicidad. Y con los años uno puede priorizar de una manera un poco más
prudente lo que vale la pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.
“De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o
menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma
energía. Y no tomo nada, solo decisiones”
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