lunes, 11 de abril de 2016

Fwd: 11 de abril. Nace Julio C. Tello. Día del Arqueólogo Peruano. Los cinco soles de la identidad. / Miércoles 13. Homenaje a César Vallejo.


---------- Mensaje reenviado ----------
De: <dsanchezlihon@aol.com>
Fecha: 11 de abril de 2016, 0:41
Asunto: 11 de abril. Nace Julio C. Tello. Día del Arqueólogo Peruano. Los cinco soles de la identidad. / Miércoles 13. Homenaje a César Vallejo.
Para:


 
 
 
 
 
 
 
 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2016 AÑO
CONSTRUCCIÓN DE CONCIENCIA
Y CONCRECIÓN DE SOLUCIONES
 
MARZO, MES DEL AGUA, DE LA MUJER,
LA POESÍA, EL TEATRO Y EL NACIMIENTO
DEL POETA UNIVERSAL CÉSAR VALLEJO
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO
 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 
*****
INVITACIÓN A IR JUNTOS
"Sueño con volver al Perú.
Yo que he amado la poesía de Vallejo,
ser nombrado «Hijo Adoptivo
de Santiago de Chuco» es algo
parecido a conseguir el Premio Nobel.
Y viajé a ese pueblo con la alegría
que cualquier persona codiciosa
puede tener al viajar a Estocolmo".
FÉLIX GRANDE
Poeta español
 
*****
 
PRÓXIMAS ACTIVIDADES
DE CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
VALLEJO VIVE
 
CELEBRACIÓN DE VALLEJO
EN EL MES DE SU INMORTALIDAD
 
CONDUCCIÓN GENERAL
MARITZA OLÓRTEGUI
 
PRIMERA PARTE
– Presentación de la actividad
– Declamación de poemas de alumnos
de la INSTITUCIÓN EDUCATIVA CRECER
– Participación de estudiantes
de la I.E. ANTENOR ORREGO
– Participación de estudiantes de la I.E.
JORDÁN DE JESÚS conducidos por
la profesora MARIBEL LÓPEZ
 
SEGUNDA PARTE
– César Vallejo poeta de la esperanza
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
– Declamación de poemas a cargo de
FREDERIK SOTOMAYOR
 
TERCERA PARTE
– Aspectos de organización del XVII
ENCUENTRO INTERNACIONAL ITINERANTE
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
CUARTA PARTE
– Cena de confraternidad
 
MIÉRCOLES 13 DE ABRIL, 5:00 PM.
INSTITUCIÓN EDUCATIVA CRECER
Jr. Acuario 900 / 947. Urb. Mercurio. Los Olivos.
A espaldas de Plaza Vea de Covida
 
*****
 
11 DE ABRIL
NACE JULIO C. TELLO
 
 
DÍA
DEL ARQUEÓLOGO
PERUANO
 
 
FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
 
LOS CINCO
SOLES DE LA
IDENTIDAD
 
 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Un sol
esplendente
 
– ¡Soy indio! –Exclamaba el sabio y eminente arqueólogo, antropólogo, historiador, geógrafo, etnólogo, lingüista y dibujante Julio C. Tello, al inicio de sus clases en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la Universidad Católica, en el Congreso de la República o donde fuera que disertara.
¿Por qué lo decía? ¿Por autoafirmación? ¿Por orgullo? ¿Por mecanismo de defensa? O, ¿por qué?
Muchos lo tomaron como una extravagancia innecesaria, pues bastaba con mirarlo para saber inmediatamente que nadie más típico que él para ser identificado con lo que en el Perú entendemos como el prototipo de lo que es ser ¡un indio!
La única rareza es que él era una eminencia, un sol esplendente en el firmamento de la ciencia y las humanidades, un cerebro que se hizo admirar en Harvard y Cambridge, donde obtuvo sus doctorados.
Le rindieron honores y pleitesía en Berlín donde sustentó ponencias. Se sacaron el sombrero ante él en Roma en donde desarrolló conferencias deslumbrantes sobre las culturas aborígenes del Perú.
 
2. Más
aún
 
Por algo desde niño le decían "Sharuco" que quiere decir "arrollador"; uno de los pocos hombres a quienes de manera natural se lo identifica como "El sabio Julio C. Tello".
Era cetrino, bajo de estatura y grueso de tórax. De rostro apiñado como un puño hecho de nuestras rocas y montañas; de nariz y pómulos salientes, frente amplia y prominente, ojos apretados y escondidos, como si salieran desde el fondo de una pirca de piedras.
Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía. Su vestir común y corriente, hasta se podría calificar como desaliñado en su indumentaria, como cabe en quien se siente estar en las alturas y habiendo superado ya toda apariencia.
Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como es en todo quechua-hablante, y más aún en quien afirmaba que pensaba en quechua y, para hablar, se traducía así mismo después de formular sus ideas en el idioma de los civilizadores incaicos: el Runa Sini.
Este hecho se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano. Y cuantas veces pudo profirió, igual que al iniciar sus clases en las aulas universitarias, aquella su exclamación y grito de guerra:
– ¡Soy indio!
 
3. Medalla
de Oro
 
Fundó el Museo de Arqueología y Antropología, en donde pidió que al morir fuera enterrado. Y este deseo fue acatado como una ley. Se le concedió ese insólito privilegio que a nadie se le otorga, salvo a los excelsos o muy eminentes y venerables, luego de morir el 3 de junio del año 1947.
Desposó a una mujer bellísima, leal y fervorosa de su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, identificada totalmente con su trabajo, y a quien conoció en Bradford, cuando estudiaba en Cambridge.
Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa cultura, que conmocionaron al mundo, tuvo reconocimientos no solo en los niveles de la educación, la ciencia y la cultura sino de la ciudadanía y de la opinión pública en general, como también del cariño y el civismo candoroso a nivel provincial.
De allí que el Concejo Municipal de Nazca, jurisdicción favorecida por sus descubrimientos, acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y una Resolución en que se le reconocía como Hijo Adoptivo y Predilecto de esa cálida, devota y agradecida ciudad costera, siendo que él había nacido en Huarochirí entre los contrafuertes andinos ceñudos y amenazantes, pero al final protectores y compasivos.
 
4. En la esquina
de la plaza
 
La decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio laudatorio, gesticulante y pleno de obsecuente respeto. Y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonia solemne en que se le impondría tales distinciones y títulos honoríficos.
Así Nazca quería expresar públicamente, mediante una ceremonia cívica apoteósica el merecido homenaje y tributo a quien hizo del desierto de Paracas un lugar de atracción mundial en lo que concierne a turismo cultural.
En Paracas se pueden apreciar los más extraordinarios fardos funerarios, apenas abiertos en las tumbas, constituyendo los vestigios arqueológicos más admirados de este lado del océano Pacífico. Y Paracas es entonces por ese motivo un lugar muy concurrido.
Para cumplir con la ceremonia y el acto programado el sabio tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad, a la vez fresca y añeja, transparente y vetusta, inocente y rancia.
En la esquina de la plaza de armas se detuvo al divisar a un emolientero. Y se le antojó tomarse un combinado de linaza con cola de caballo, boldo y cebada.
 
5. Soy
de Huarochirí
 
Estando allí, de pie y ya servido su vaso que sujetaba con las dos manos, soplándolo con sus labios en arco y amoratados, se acerca uno de los señorones del lugar, que era alto, blanco y de ojos verdeazulados, quien se queda mirándolo de arriba para abajo y le dice:
– ¡Oye indio! Ya que estás aquí desocupado, necesito que me traigas mi caballo de mi hacienda.
– ¿Qué, señor? –contestó don Julio, suspendiendo la delectación de su compuesto, y pasándose la mano por la comisura de los labios.
– Vas a ir y hablas con el mayordomo que se llama Joaquín. Te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo ya ensillado mi caballo, pero te vienes caminando, ¡cuidado de montarte! ¡Anda pronto!, que tengo que salir en la tarde para Acarí.
– ¿Y dónde es su hacienda, señor?
– ¿Y de dónde eres tú, indio, que no conoces cuál es mi hacienda? ¿No sabes quién soy?
– Discúlpeme señor. Es que yo no soy de aquí. Yo soy de Huarochirí.
 
6. ¿Qué?
¿A mí?
 
– ¡Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy! –Le dijo de modo indulgente–. Pero bueno, averigua bien el camino a Cantayo, y has lo que te mando. No te doy mi dirección porque no sabes leer, pero preguntas a este emolientero dónde vivo yo y así llegas
– Y, ¿a qué hora estaré de regreso con su caballo?
– De aquí a Cantayo te echará una hora de camino. A las once ya estarás de regreso.
– Entonces, ¡no puedo, señor!
– ¿Qué, indio? ¿Cómo te atreves a desobedecerme? Te voy a pagar dos soles para tu coca.
  No, no puedo, señor.
– ¿Cómo? –Le dijo mirándole, sin poder entender tal desacato. Pero sobreponiéndose transó compasivo:
– Tres soles te voy a dar, indio. Mira que nunca he pagado ese precio.
– No puedo. No me alcanza el tiempo, señor.
– ¿Qué? ¿A mí, vas a desobedecerme? –Se veía que luchaba consigo mismo. Y ya en el colmo del perdón y la clemencia propuso–. ¡Te voy a dar cinco soles, indio, porque estoy apurado!
 
7. Se fue
bufando
 
– No puedo.
– ¿Sabes qué es cinco soles, miserable? ¡Con cinco soles puedes comer todo el día!
– Pero tengo qué hacer.
– Y, ¿qué tienes que hacer, indio?, –le preguntó lleno de curiosidad e insolencia, mirándolo otra vez de arriba para abajo.
– Tengo que asistir a una reunión.
– ¿Qué? ¿Te estás burlando de mí, insolente? Agradece que no haya traído mi rebenque que te fueteo en este mismo instante. Agradece que no seas de aquí indio bruto. Pero sí te puedo hacer meter en un calabozo. –Y miró a todo lado para ver si había un policía. Pero no lo había.
Y lo miró con desprecio.
– ¡Por eso el Perú anda atrasado, carajo! –Masculló al final– ¡Es por culpa de estos indios que ya no obedecen!
Y se fue bufando.
 
8. El toldo
rojiblanco
 
El más asustado y que temblaba de miedo era el emolientero quien al principio se había encogido y después, temeroso como si estuviera lloviendo lava hirviente, se fue a parar temblando a la esquina de enfrente porque vio que ya iba a pegarle.
El hombre blanco se fue.
Y don Julio, sin decir nada, terminó de sorber calmadamente su emoliente. Únicamente se entrecerraron más sus ojos, hasta ser unas lucecitas inhallables en el abismo de los dos cuencos en que se revolvían sus pupilas.
A esa hora ya pasaban los estudiantes con sus uniformes de gala, las bandas escolares, las escoltas, los brigadieres algunos con bastones y estandartes para el desfile en honor al sabio Julio C. Tello.
 
A las 9 de la mañana empezaron a escucharse las bandas de músicos que iban detrás de las autoridades e invitados en traje de etiqueta a la ceremonia solemne que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio, que lucía todos sus emblemas, banderas y guirnaldas.
Y afuera estaba el toldo rojiblanco con las sillas encintadas. Y puestas las escarapelas a lo largo y alto de los parantes y travesaños para el desfile escolar y de las instituciones públicas y privadas de la localidad.
 
9. Mente
brillante
 
A las 9.30 las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna oficial alzada ante el Municipio Provincial. ¡Se homenajeaba a la Gloria de la Arqueología Peruana y erudito en tantas otras materias científicas!
Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo.
Se destacaron sus méritos de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica mundial.
Se refería que se graduó de médico cirujano.
 
Que junto al eximio escritor de las Tradiciones Peruanas, don Ricardo Palma, viajaron a Inglaterra en el mismo barco.
Que con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle la tesis autoctonista del origen del hombre de América.
 
10. Casi
se cae
 
Que construyó una explicación coherente de la civilización incaica y también de las culturas anteriores a los Incas.
Que no solo entendió y dio a conocer en ambos casos las bases de su organización social y económica sino de su cosmovisión del mundo.
Que hay una arqueología nacional y americana antes de Julio C. Tello y otra después de él.
Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que pasar adelante, arrimándose entre la mesa y las sillas de las autoridades para salir al estrado en donde ya esperaba don Rafael de la Borda, hacendado de horca y cuchillo de todo el litoral de Nazca.
Era el señor del caballo, quien si hubiera tenido su rebenque colgado al cinto, como lo dijo muy claro, hubiera fueteado en plena plaza al sabio de Harvard y Cambridge, por no traerle su acémila desde su hacienda en Cantayo.
Don Rafael casi se cae de espaldas del susto y sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado por la mañana.
 
11. Esos
cinco soles
 
Sintió vértigo y desmayo y se lo vio trastrabillar. Pero a ello acudió la mirada condescendiente de Don Julio, que lo repuso:
– ¡Calma! ¡Calma!
Pasado el peligro, para circunstancias como esta don Julio sabía pronunciar esas palabras y poner un rostro jocundo.
Ya repuesto el personaje se inclinó reverente y le rogó suplicante:
– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. ¡Si hubiera sabido que usted era don Julio C. Tello…! –Alcanzó a musitarle con voz quebrada, contrita al borde del llanto.
Y al inclinarse lo hizo de tal modo, por lo alto que era, que le pareció al público que se arrodillaba.
Le conmovió a don Julio la sincera humillación del hacendado y a modo de superar definitivamente la situación, le dijo:
– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle su caballo. Y ganarme esos cinco soles que tanto lo necesito y me hacen falta.
 
12. De todos
modos
 
Después empezó su discurso diciendo:
– ¡Soy indio!
Pero esta vez casi le había tocado probar, en la mañana de aquel día, el trago amargo y dulce de la identidad.
Y recibir los fuetazos en la cara, en los hombros y en la espalda, como lo han recibido siglo tras siglo sus hermanos de raza.
Y sin que nadie hubiera podido salvarle, menos el emolientero muerto de pánico.
¡Y no por la agresión a su improvisado cliente, sino por la cólera del señor Rafael de la Borda!
Tampoco hubiera tenido tiempo don Julio de repetir la otra frase que la pronunciaba cada vez que intervenía en el parlamento, cual es:
– ¡Pido la palabra para oponerme!
Y menos hubiera servido aquello de:
– ¡Calma! ¡Calma!
De todos modos le hubieran caído los latigazos en aquella esquina de la plaza aldeana, sin que hubiera ciencia ni sabiduría, ni títulos de Harvard o Cambridge, que pudieran salvarle.
 
 
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XVII ENCUENTRO INTERNACIONAL
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 
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