La preocupante onda política neoconservadora
en Nuestra América
Ricardo Melgar Bao
«Conserva»: liberticida y defensor
de la propiedad privada, el orden, la desigualdad y el legado neocolonial
«Progre»: estadofílico reformista,
cultor de una visión lineal de la historia y la civilización...
El proceso preelectoral en curso en
los Estados Unidos de Norteamérica tiene en Donald Trump y Hillary Clinton, dos
figuras muy reaccionarias en primera línea. Una y otra, son expresión de esta
onda o marejada neoconservadora, que más allá, de sus respectivas adscripciones
a las filas republicanas o demócratas, representan, peor de lo mismo no solo
para su país, sino para los países y pueblos del mundo, dentro y fuera de su
órbita de irradiación. México y Nuestra América, resentirán de parte de los Estados
Unidos un mayor injerencismo económico, diplomático, militar y de inteligencia.
Frente a ello, la lucha antiimperialista, se incorporará con mayor fuerza en
las agendas de las izquierdas y de algunos agrupamientos políticos defensores
de la soberanía nacional. La curva ascendente de las derechas, ha tenido un
revés inesperado con motivo de un escándalo financiero sin precedentes en la
historia mundial. Una revelación muy comprometedora de los quehaceres de
políticos y empresarios de derecha, que recurren subrepticiamente al traslado
de su capital dinero a paraísos fiscales. La banca Suiza tiene ahora fuertes
competidores. Dichas transferencias se realizan, vía empresas de fachada, gracias
a los servicios de la corporación jurídico-financiera Mussak─ Fonseca. Los
llamados «Panama Papers», son documentos confidenciales que fueron hackeados y
hechos de dominio público internacional. Jürgen Mossack y Ramón Fonseca, al
fusionar sus despachos jurídicos y proyectar sus servicios a nivel
internacional, a través de muchas de sus filiales, congregaron a una clientela
política y empresarial con mucho poder desde Panamá. Les ofrecían privacidad en
las operaciones y eficacia en la evasión fiscal, mediante el registro de
empresas fantasmas. El arte de evadir impuestos y realizar subregistros
patrimoniales, se agrava en varios casos, por presuntas asociaciones ilícitas:
lavado de dinero, comisiones especiales o favores, licitaciones públicas amañadas, etc., etc.
Días más tarde, cada vez es mayor el número de analistas que sostiene que los
auspiciadores de estas revelaciones, apuntan a golpear a Panamá como paraíso
fiscal y redirigir el movimiento de capitales hacia los Estados Unidos,
ofreciendo mayor protección y privacidad.
Sin embargo, dichas revelaciones
conmovieron al mundo financiero y político internacional. Han llevado a la
renuncia de Sigmundur David Gunnlaugsson, primer ministro de Islandia, y al
tambaleo de David Cameron, primer ministro británico, frente a las críticas y
movilizaciones de protesta ciudadana, por ocultar el trasiego de recursos
financieros a un paraíso fiscal. Cameron, aferrándose al cargo, concede que
cometió un error y que rectificará, pero el 60 por ciento de la ciudadanía
encuestada le ha retirado su confianza y lo repudia.
En América Latina la ciudadanía
observa desconcertada las revelaciones que involucran a sus políticos,
gobernantes y empresarios, pero dista de reaccionar adecuadamente, facilitando
su impunidad. Figuras prominentes de los sectores neoliberales e
inveteradamente neoconservadores se muestran ante la ciudadanía mundial,
carentes de probidad. En México, reaparece un empresario muy cercano al
presidente Enrique Peña Nieto, otro, al grupo Televisa, entre un abanico mayor.
La discutida entidad llamada Servicio de Administración Tributaria (SAT) afirma
que va a investigar los casos reportados. Todo indica que simulará hacerlo, en
concordancia con su política de seguir exonerando a los grandes empresarios en materia
tributaria, cargando sus acciones en los contribuyentes medianos y pequeños. Y
esta orientación se suma a otras expresiones reprobables de la procuración de
justicia y del encubrimiento gubernamental. Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa
seguirán sepultados por una maraña informes y contrainformes, hasta finales del
sexenio y quizás más. Las fuerzas armadas, son este caso, como en otros,
intocables.
En la Argentina, el presidente
Macri, ya está envuelto en el escándalo, siendo su defensa de que lo hizo
antaño era «legal». Es importante destacar el hecho de que en Brasil, los
funcionarios del Partido de los Trabajadores de Dilma Rousseff y Lula, no han
sido salpicados por tan comprometedores documentos. En cambio, líderes del
PMDB, con mayoría parlamentaria que rompió con la presidenta Dilma la semana
pasada, han salido embarrados y por si fuera poco, figuras prominentes del
opositor PSDB que busca el derrocamiento del gobierno petista, tiene la misma
cochambre en pleno rostro. Si de ética política se trata, este hecho,
representa un revés para quienes conspiran en aras de la «limpieza de la
gestión gubernamental», sin haber lavado el cuerpo previamente. En Brasil, un
nuevo golpe de estado, vía el Congreso, está en vísperas de consumarse. Su
impacto negativo en la región, multiplicará los riesgos para la soberanía
continental y los movimientos sociales, dentro y fuera de dicho país.
Si este es el curso ascendente de
las derechas, golpeadas en su imagen y legitimidad, por ciertas operaciones
dolosas, las izquierdas reformistas han sufrido tres derrotas en comicios
ciudadanos importantes: la parlamentaria en Venezuela, la presidencial y
parlamentaria en Argentina, y en el referéndum en Bolivia que le cerró el paso
a la tercera reelección presidencial al mandatario Evo Morales. El escándalo de
corrupción y saqueo de recursos del Fondo Indígena, le restó imagen y
aceptación ciudadana, sin lograr desgastar al MAS, el cual conserva importantes
cuadros de relevo. En el Uruguay, concluido el mandato de José Mujica con
elevada aceptación popular, pero con pocas reformas, entre ellas, la
legalización y regulación del consumo de la marihuana, se abrió un nuevo
escenario electoral. El Frente Amplio para garantizar la reelección lanzó a la
presidencia a su figura más conservadora: Tabaré Vásquez, poco amigo de la
unidad continental, comprometido con la idea de no realizar reformas de impacto
y de establecer lazos de convergencia con la derecha en el Congreso. Tabaré,
además, es un conocido opositor al
derecho del aborto. En Venezuela y la Argentina, fueron visibles los yerros de
gestión pública que impactaron negativamente en la mayoría de la población. La
base social ganada, se perdió y no hubo de parte de los partidos y equipos
gobernantes movimientos de autocrítica y rectificación. Algo parecido aunque
con menor intensidad, ha acaecido en el Ecuador de Rafael Correa y el Chile de
Michelle Bachelet, refrendado por la creciente desaprobación ciudadana. Uno y
otro régimen, favorecen el desarrollo de la minería a tajo abierto contra las
advertencias y oposiciones de grupos ambientalistas y comunitarios. Ambos
gobiernos exhiben una trama de desencuentro y conflicto con las organizaciones
y poblaciones indígenas, siendo mucho más grave en Chile. Correa resiente la
oposición conservadora que viene impulsando protestas contra el proyecto
tributario del gobierno de gravar con nuevos impuestos a los cigarrillos, el
alcohol y las bebidas azucaradas. Lo grave es que se sume a las manifestaciones
el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), la más importante central obrera,
contraria a la novísima «Ley de Promoción del Trabajo Juvenil, Regulación
Excepcional de la Jornada de Trabajo, Cesantía y Seguro de Desempleo» que
legaliza contratos que dejan abierta la posibilidad al capital de fijar la
jornada laboral, precarizando las condiciones de existencia de los más
necesitados. Sin embargo, dicha ley favorece a algunos sectores con un seguro
de desempleo, una licencia sin sueldo por nueve meses para madres y padres por
maternidad e incentivos para el empleo juvenil. La obra pública del gobierno de
Correa siendo relevante, no cuenta mucho
en tiempos de crisis: ocho hidroeléctricas, 7 mil kilómetros de
carreteras, mayor acceso a la educación superior. A los datos duros de la inflación, la escasez
y la especulación de bienes de demanda
cotidiana, se sumaron las promesas incumplidas y el ascenso de la criminalidad
urbana. A todo lo anterior, se suma los estragos del terremoto en la costa,
zona de concentración de la oposición política.
Las presiones estadounidenses se
fueron haciendo más explícitas en los países con gobiernos reformistas, a las
que se sumaron las provenientes de algunos de sus aliados europeos y
latinoamericanos. Esta marejada de acosos diplomáticos, financieros y de
inteligencia, no fueron las que definieron el curso de las derrotas
electorales. Fueron mucho más importantes las desvinculaciones político-gubernamentales
con sus pueblos, las que reorientaron
los votos en contra de sus proyectos de reelección. Brasil es un espejo
del desgaste e incompetencia administrativa de un gobierno reformista.
Perú, llegó rezagado a la primavera
reformista, le sigue pesando como plomo, el legado de la guerra interna, del
fujimontesinismo, del alanismo y de otros ismos. Sin embargo, ha emergido la
esperanza de las izquierdas y de un significativo sector popular, el cual se
concentra principalmente en la región sur andina bajo las banderas del Frente
Amplio. Se trata de un Frente y movimiento plural, el cual estrenará una
bancada parlamentaria integrada por 20 representantes. Tendrá que lidiar con un
Congreso con abrumadora mayoría reaccionaria y mafiosa. El renovado liderazgo
generacional del Frente Amplio, sigue sembrando expectativas, dentro y fuera
del Perú.
El florecimiento de gobiernos
reformistas, expresaba el agotamiento de las ofertas neoliberales que dejaron
saldos negativos: mayor desigualdad, inequidad en el manejo del erario,
renuncia discrecional de la soberanía sobre los recursos nacionales,
desregulación laboral al servicio del capital. Estas organizaciones políticas
en el poder, estos gobiernos que ponían el acento principal de su gestión en
solventar mayor número de obras sociales, contaron con bases sociales
considerables. Ninguno de ellos, parecía encajar en el término populismo o
neopopulismo. Compartieron en mayor o menor grado, un ideal y una política
unionista en América del Sur, sentían a México demasiado distante, cada vez más
próximo a Estados Unidos y al Canadá. Sus relaciones con América Central y el
Caribe fueron tenues y circunstanciadas. Su retórica socialista tenía
variaciones más que matices, ambigüedades ideológicas más que definiciones
doctrinarias.
Desde el campo popular, esta fase
de gobiernos reformistas, expresaron el repudio ciudadano a los elevados costos
generados por más de un cuarto de siglo de gobiernos neoliberales. La
celebración del «mercado» y la contracción de la función cautelar de estado,
fue vista por las élites (empresariales, políticas) así como por sectores
conservadores de las capas medias urbanas como un triunfo irrestricto de la
libertad y la democracia. En los hechos, fue la glorificación del capital, la
expansión de la corrupción y la impunidad de funcionarios y políticos en cargos
de gobierno.
Dicho proceso dibujó un clima favorable de
inversiones: las mineras, principalmente de tajo abierto; las de capitales en
el sector de la industria de la construcción y la especulación inmobiliaria, en
el sector terciario y en el financiero especulativo. Estos inversionistas
nacionales y extranjeros recibieron de parte de los gobiernos neoliberales,
según los casos, beneficios fiscales,
tolerancia frente a la depredación ambiental y la degradación de la calidad de
vida y la salud de las poblaciones adyacentes a sus zonas de operación. Durante
todos esos años se apoyó la introducción de cultivos transgénicos en el agro,
sin medir que afectarían a los campesinos, a la dieta popular urbana y a la
reproducción de las variedades criollas y por ende, de la biodiversidad.
Implicó, también, la renuncia en varios sentidos a la soberanía nacional
subordinándose a los dictados injerencistas de un número mayor de organismos
internacionales controlados por los intereses de las grandes potencias y las
corporaciones transnacionales. Todo ello, fue favorecido además, por nuevas
leyes del trabajo que flexibilizaron las condiciones de los trabajadores,
golpeando duramente, a los jóvenes y a los mayores de 45 años, precarizando su
existencia. Favoreció, sin lugar a dudas, la concentración de la riqueza en
pocas manos, al punto que la revista Forbes, puso en vitrina a los
latinoamericanos que se hicieron inmensamente ricos. Las políticas tributarias
acentuaron la desigualdad y descuidaron a los grandes evasores fiscales, que
trasladaban sus capitales a los paraísos fiscales.
Los nuevos gobiernos de orientación
popular y reformista, asumieron diversos grados de distancia y ensayaron
diferentes modos de rectificación frente a las políticas neoliberales en
desarrollo. Representaron para las mayorías, muchas expectativas de renovación
y apoyo. Una especie de freno al capital era necesario. Una reorientación del
gasto público dirigido a levantar los alicaídos servicios públicos de salud,
vivienda y educación recibió adhesiones y dotó de legitimidad a dichos
gobiernos. ¿Cómo llamarlos? Las corrientes ideológicas y políticas de los
sectores neoliberales y conservadores, acuñaron gastados marbetes:
«populistas», «neopopulistas», “estatolatras», «socialistas». Los más
recalcitrantes y reaccionarios, reprodujeron los estigmas de la Guerra Fría:
comunistas, totalitarios, liberticidas. Las derechas vieron con preocupación la
reanimación ciudadana de franjas amplias del pueblo que se movilizaban, con
bastante cercanía con estos gobiernos. Unos y otros coincidían en que las
empresas estatales o para-estatales probaban su fracaso a la luz de los hechos,
lo cual no era tan cierto. Las iniciativas del capital privado nativo, podrían
argüir que todo lo que hacen está rodeados de éxitos y beneficios para ellos y
para la nación. Pruebas hay muchas, muchas más que las que exhiben contra la
administración pública. Habría que ver las dos caras o aspectos de la
contradicción, las dos caras de la luna privada o pública. Los nuevos gobiernos
no reprodujeron las añejas lógicas de los gobiernos populistas que se gestaron
entre nuestro continente entre 1918 y 1955. Fueron menos autoritarios, dieron
mayor juego a la participación social a través de referéndums y consultas
abiertas. Manejaron de otra manera los proyectos y programas de servicios,
inversión y desarrollo de infraestructuras.
Más tarde, vendrían nuevos desencantos, la corrupción contaminó a parte
de sus equipos de gobierno y sus yerros, agravados, cuando vino la fase de desaceleración
de las exportaciones e ingresos de divisas.
¿Cómo llamar a estos gobiernos, a
sus representantes y adherentes desde el ángulo de intelectualidad crítica y de
izquierda. No había posibilidad de consenso y de debate alturado, los espacios
académicos se habían vuelto anémicos frente a la realidad nacional y
continental. Muchos intelectuales dejaron atrás el legado de la ética del
compromiso social y político. Los restantes, pusieron de moda, entre nuestros
afines y colegas, una noción ideológica que nos
resulta de mal gusto, equívoca y deprimente: «progresismo», un ismo al
vapor, un ismo disfraz. Le siguen sus derivados: progresista, progre...,
gobierno progresista, progresismo latinoamericano, progresismo andino. Un
término que reproduce una añeja y gastada concepción lineal de la historia. Sus
raíces nos remiten a la fraseología, los ideales y los programas burgueses,
cribados entre el iluminismo del siglo XVIII, el positivismo del siglo XIX y el
socialismo economicista y «civilizador».
En la actualidad, nos toca vivir
una nueva fase de despolitización de las academias, la cual coexiste con los
compromisos light de quienes gustan ser invitados por los gobiernos progres.
Hedonismo progre con retórica lábil y a la baja, lamentablemente afectado por
los desplomes y recambios electorales hacia la derecha. El google mágico:
reporta para la noche de hoy: 528,000 entradas en castellano para el término
progresismo.
En nuestro continente, los nacidos
durante la Segunda Guerra Mundial, y durante la primera década de la Guerra
Fría iniciada en 1947, y la generación precedente, tuvieron que lidiar con los
señuelos de la Alianza para el Progreso y su impacto «progre» en el terreno
intelectual y artístico: la galería Cultura y Libertad, las revistas Aportes (sociología)
y Mundo Nuevo (literatura). Progres panamericanistas y de derecha abundaban por
doquier. Progres que ofrecían progreso con crecimiento y despegue tipo Walth
Whitman Rostow en su conocido Etapas del Crecimiento Económico. Manifiesto no
comunista (1960). Rostow, bueno es
recordarlo, fue asesor de Kennedy desde su campaña presidencial, y a su
muerte, fue consejero de Seguridad
Nacional del Presidente Lyndon Johnson. Progres que ofrecían desarrollo local
siguiendo los lineamientos propuestos por la ONU en 1956 en su informe
«Desarrollo de la Comunidad y servicios conexos (1956) y que durante la década
de los setenta, movilizó a miles de jóvenes profesionales (agrónomos, biólogos,
antropólogos, sociólogos, educadores, médicos etc.,) a movilizar la fuerza de
trabajo comunitaria con apoyo gubernamental para hacer caminos, carreteras,
cisternas de uso público, construcción de postas sanitarias, canales de agua,
etc. Fue una especie de acumulación originaria inducida, que maquillaba las
imágenes gubernamentales y construía un pequeño dique de contención a la
propaganda comunista. Fue el más grande programa de antropología aplicada
realizado en América Latina en zonas rurales. La ideología del desarrollo de la
comunidad fue una retórica desde arriba, cara al programa de la Alianza para el
Progreso que logró amplia aceptación. Probó que a la derecha y al imperialismo no le es ajeno el arte de ganar
base social y movilizarla para diferentes fines. En estos tiempos, los progres,
se han encandilado con los señuelos de los programas de apoyo a los llamados
“micro empredimientos», créditos con cero o bajos intereses, para multiplicar
el capitalismo con base popular y en ensueño de que un micro empresario puede
ascender en el camino a otro círculo del cielo capitalista. En México,
lecciones grandes al respecto, nos legó el gobierno de Carlos Salinas de
Gortari, tan relevantes que los gobiernos de relevo, las mantuvieron o
barnizaron.
Frente a la moda insulsa Progre,
defendemos la adscripción del término izquierda. Su horizonte de sentido
permite cierta pluralidad, independientemente de algunos malentendidos acerca
de sus fronteras. A pesar de ello, la izquierda, la asumo. Los cultores del
denominado progresismo latinoamericano han sido seducidos por el lenguaje
ajeno. Decía el maestro Freud -que no se sentía de izquierda ni
"progre"- un aserto sin desperdicio: «quién comienza cediendo en las
palabras, termina claudicando en los hechos.» Reflexionemos acerca del valor
político de las reformas sociales y gubernamentales. Llamemos a las cosas y
orientaciones por sus nombres, sin rubores, sin sentimientos de culpa.
Reformismo o gobierno reformista no son en estos tiempos, mentadas de madre
ideológicas. Muchas reformas son necesarias, positivas y viables cuando saben atender
las urgencias o carencias de nuestros pueblos. Otras, nos saben a más de lo
mismo. Nuestra América necesita reformadores y reformas, más que «progres».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario