sábado, 26 de octubre de 2013

GLORIA MARIATEGUI : LA PRIMERA HIJA DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

José Carlos Mariátegui: Historia de un padre ejemplar

15 de junio de 2011 a la(s) 1:08

LA HIJA DEL AMAUTA
                        Publicado en El Dominical de El Comercio. 4 de Julio, 2004
Una exposición en la Biblioteca Nacional de cartas inéditas y fotos de José Carlos Mariátegui nos revela la existencia de Gloria María, su hija primogénita. Una presencia que a lo largo del tiempo ha sido injustamente ignorada por la mayoría de biógrafos del Amauta. La nieta de Mariátegui, Cecilia Ferrer, reconstruye la historia.
                     por  Cecilia Ferrer Mariátegui


    Corría el año de 1918. José Carlos Mariátegui y su inseparable amigo y colega, César Falcón, acudieron a una reunión en casa de la familia Ferrer. Ambos jóvenes quedaron prendados de dos hermanas, hijas de Juan Ferrer Morales y Beatriz Gonzáles Bustamante. El padre de las muchachas era un tipógrafo de origen catalán, que bien podría haber ejercido su oficio en los diarios  “El Comercio”, “La Prensa” o “El Tiempo”.
José Carlos se enamora de Victoria, de 19 años; y César, de Beatriz, dos años mayor. Las hermanas Ferrer eran jóvenes muy agraciadas. La familia estaba compuesta por siete hermanos, cuatro varones y tres mujeres, todos jóvenes contagiados por la efervescencia política y social de la época.
El Mariátegui de entonces ya no era Juan Croniqueur, sino un aguerrido periodista de la revista “Nuestra Epoca” y del diario “La Razón”, cuyos ideales socialistas estaban bastante definidos.
Victoria se sintió atraída por las inquietudes intelectuales de José Carlos, por su fino humor y su chispa criolla. Según contaba Margarita Ferrer, hermana menor de Victoria, “era el alma de las reuniones y tertulias. Le encantaba conversar, hacer bromas, reír.”
José Carlos y Victoria formalizaron su relación sentimental y rentaron una casa en el distrito de La Victoria. “La fuerza del león y la astucia de la zorra”, escribió el joven José Carlos en una de las paredes de su nuevo hogar.
Para los carnavales de 1919 ambos jóvenes ya estaban juntos. José Carlos disfrutó plenamente de esos festejos. En su casa había un pozo de donde sacaba agua para mojar a todas las muchachas que osaban acercársele. Pero los meses siguientes serían difíciles para la joven pareja. Él dirigía el diario “La Razón” y por entonces su salud era muy frágil. Victoria insistía en que descansara. Las cosas se agravaron en agosto cuando el presidente Leguía clausura el periódico, y prácticamente fuerza al joven director a partir a Europa.
NACIMIENTO DE GLORIA
Cuando José Carlos parte al viejo continente, en octubre de 1919, Victoria tenía 8 meses de embarazo. Gloria María, la hija de ambos, nació el 17 de noviembre de 1919, cuando su padre navegaba rumbo a Francia.
El viaje precipitado marcaría el fin de la relación sentimental, pero esto no impidió que ambos mantuvieran una comunicación epistolar que duraría muchos años, la cual giraba en  torno al bienestar de la madre y de la niña.
“La carta que te adjunto te advertirá que estoy en posesión de la noticia de la venida al mundo de la Srta. Gloria María a quien me apresuro a enviar por intermedio tuyo, mi primer beso” (Roma, 24 de enero de 1920).
Meses después le pregunta a la madre de la niña sobre el bautizo y otros detalles: “¿Has hecho bautizar ya a la pequeña? ¿la quieres mucho? ¿es simpática? ¡imparcialmente! ¿ah?” (Roma, 4 de abril de 1920).
Las cartas muestran a un José Carlos preocupado por cubrir las necesidades económicas de su hija. Enviaba giros en libras esterlinas y daba recomendaciones a Victoria para evitar que fuera víctima de un robo o estafa.
GLORIA Y JOSÉ CARLOS
La comunicación epistolar se interrumpe al retornar José Carlos al Perú en marzo de 1923. Padre e hija se conocen en un encuentro muy emotivo. La niña tenía 3 años 5 meses de edad.
En mayo de 1924 José Carlos enferma gravemente y sufre la amputación de una de sus piernas. Convalece en Miraflores por un largo periodo y en ese tiempo reinicia la comunicación con Victoria. Se advierte un cambio en el tono de las misivas. Es más afectuoso. Como si el hecho de conocer a su hija hubiese incrementado el amor hacia ella.    “Dale muchos besos en mi nombre. Dile que pienso en ella y en su porvenir”, escribe en la carta del 4 de diciembre de 1924.
La noche de Navidad de 1925, José Carlos comunica a Victoria su nueva dirección: Washington 335.
El intercambio epistolar entrará a una tercera etapa, hasta 1927. José Carlos escribe en papeles con el membrete de la revista Amauta y, por lo general, utiliza máquina de escribir. Sus líneas son breves y se limitan a detalles de orden económico, pero sus demandas por ver a su hija se hacen más constantes.
A partir de 1928 la niña Gloria María lo visitará con frecuencia. Tiene 9 años y en ocasiones va por su cuenta a la casa Washington; la distancia es corta y el camino directo.
Ella recuerda con especial cariño esos momentos. Él le hacía preguntas y se reía muchísimo, y a ella le gustaba mucho verlo reír. Incluso en cierta ocasión pasó unos días junto a él, quien siempre trató de integrarla a su familia.
José Carlos nunca estableció diferencias entre su única hija mujer y sus cuatro hijos varones. Los atendía el mismo médico, el doctor Goicochea. La niña estudiaba en el Colegio Angloamericano, que su padre eligió por la enseñanza intensiva del idioma inglés y también porque la educación era mixta. “Me parece bastante adecuado a los primeros años de educación elemental de Gloria el colegio cuyo prospecto me envías…matricula a Gloria sin tardanza…”, escribe en su carta del 24 de marzo de 1925.
LA RISA COMO RECUERDO
Gloria María visitaba a su padre por las tardes, en las mañanas él trabajaba y era muy disciplinado con sus horarios. Una tarde de marzo de 1930 tocó la puerta y le dijeron que estaba enfermo. Ella lo vio en cama, pero él se reanimó y la recibió como siempre, con mucha ternura y afecto. La niña no podía imaginar que su padre estaba grave y que su larga agonía había comenzado.
En abril de ese mismo año, cuando José Carlos estuvo internado en la Clínica Villarán, Beatriz  –hermana de Victoria– fue a verlo. Él tenía bajo su almohada el dinero de la mesada de su hija y se lo entregó. Beatriz regresó muy conmovida y contó a la familia lo sucedido. Ese gesto retrataba la calidad moral de José Carlos, quien aun en su lecho de muerte veló por el bienestar de su hija.
El 16 de abril llegó la infausta noticia. Gloria María recuerda que la vistieron de luto y un día después la llevaron al sepelio. Había una multitud en la calle Washington. A ella le produjo estupor llegar a una casa tan familiar y no encontrar a su padre, y después sintió una terrible sensación de desamparo.
Alguien quiso que lo bese, pero ella se rehusó. En sus cortos diez años eligió quedarse con el recuerdo de su risa jubilosa, que llenaba cada rincón de aquella casa donde se sintió amada, acogida y amparada. La risa de su padre  no permitía el acceso al desaliento ni a la tristeza.

LA EXPOSICIÓN
Con motivo del 110 aniversario del nacimiento de José Carlos Mariátegui se inauguró en la Biblioteca Nacional la exposición “Mariátegui: Nuevas Luces”. Se exhiben por primera vez cartas y fotografías pertenecientes a Gloria María Mariátegui Ferrer, hija primogénita del Amauta. Ella ha querido compartir con el público estas cartas que evidencian el profundo afecto que le profesó su padre y que revelan, entre otras cosas, la incuestionable calidad moral de Mariátegui, y la absoluta coherencia entre su vida y obra.

                                           
Gloria María en uniforme escolar (1925).
Gloria María en uniforme escolar (1925).

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