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From: Gustavo Pérez Hinojosa <gperezhinojosa@gmail.com>
Date: Sun, 5 Feb 2012 07:45:56 -0500
Subject: Prólogo al libro Primera y Segunda de "La Segunda Declaración
de La Habana" por Atilio A. Boron
To:
05-02-2012
"Prólogo" al libro Primera y Segunda Declaración de La Habana
El 4 de Febrero "La segunda Declaración de La Habana"
Atilio A. Boron<http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Atilio%20A.%20Boron&inicio=0>
Rebelión <http://www.rebelion.org/>
El día cuatro de febrero se cumplen 50 años de vida de uno de los
documentos políticos más importantes en la historia del movimiento
revolucionario latinoamericano y caribeño: la *Segunda Declaración de La
Habana*. Sus palabras tuvieron -y aún tienen- un valor profético de alcance
sólo comparable a las volcadas por Marx y Engels en el *Manifiesto Comunista
*. Pero no sólo profético: también como palabras que despertaron la
conciencia de nuestros pueblos e inspiraron, en lo concreto e inmediato, el
comienzo de grandes luchas por la justicia, la dignidad, la democracia;
palabras que movilizaron masas y que, de una forma u otra, por los más
diversos (y a veces impensables) caminos cambiaron la fisonomía de Nuestra
América. Si hoy esta región no es la misma que hace medio siglo atrás; si
aquí se ha derrotado al ALCA, si hay gobiernos y pueblos que resisten y
luchan contra el imperialismo, si el centro de gravedad de la política
latinoamericana se ha corrido hacia la izquierda todo eso se lo debemos, en
una medida mucho mayor de lo que habitualmente se reconoce, a ese grito
lanzado por Fidel desde La Habana, plantando una semilla que germinaría en
mil flores. Un texto de enorme valor histórico y de también rigurosa
actualidad que las nuevas generaciones de luchadores anti-imperialistas y
anticapitalistas deben leer, estudiar y, lo más importante, llevarlo a la
práctica. Las líneas que siguen a continuación pretenden ser una breve
guía, y a la vez una enfática invitación, para recorrer las venerables
páginas de ese documento.
*
*
*Introducción*
El presente volumen compila dos documentos de gran importancia: las
"Declaraciones de la Habana", producidas en septiembre de 1960 y febrero de
1962. En realidad, si bien la Primera Declaración es un texto notable, el
paso del tiempo ha consagrado, con justas razones, a la Segunda Declaración
de la Habana como un documento histórico de excepcional trascendencia. Por
eso debemos celebrar la decisión de volver a publicarlo, facilitando que
las jóvenes generaciones latinoamericanas puedan encontrar en su lectura
renovadas fuentes de inspiración para su imaginación y su praxis política.
*Las coordenadas históricas*
Decíamos, pues, que se trata de un documento histórico. Sin embargo, tal
calificación sería apenas una media ver dad. La Segunda Declaración de la
Habana es mucho más que eso. Diríamos que es un texto viviente, histórico y
actual a la vez; reflejo fidelísimo de una época, de una coyuntura
internacional, los comienzos de los años sesenta, pero al mismo tiempo
diagnóstico certero de los males que todavía hoy nos aquejan y de nuestras
asignaturas pendientes. La época en que aparece, 4 de Febrero de 1962, no
podía ser más significativa. Todo el intenso dramatismo de ese tiempo, en
donde América Latina se encontraba en una encrucijada, en un punto de
viraje en el cual sólo Cuba supo tomar la dirección correcta, se recrea en
sus páginas, brillantemente escritas, con una fuerza extraordinaria. Es un
texto que surge pasados tres años de la Revolución Cubana, cuando ya no
quedaba un solo analfabeto en la isla y cuando se habían plasmado las
grandes medidas que consolidarían la transformación revolucionaria de la
economía cubana. Pero también es un texto que aparece luego de dos grandes
acontecimientos que marcarían indeleblemente la historia de las relaciones
de nuestra América con el imperialismo: la Conferencia de Punta del Este,
en donde la Administración Kennedy lanzara la mal nacida y peor fallecida
Alianza para el Progreso, y la invasión mercenaria a Playa Girón,
orquestada, financiada y promovida por Washington y que fuera ejemplarmente
rechazada y derrotada por el pueblo cubano en heroicas jornadas de lucha.
En la Conferencia de Punta del Este se había consumado, como artera moneda
de pago ante la "generosidad" del imperio por el obsequio de la Alianza, la
expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos y, de hecho, su
ostracismo regional. Pensaban que de esa manera iban a doblegar a un pueblo
que llevaba un siglo luchando por su liberación; su ignorancia era tan
supina y su cretinismo juridicista tan grande que creían que bastaría una
resolución final de tan ilustres conferencistas reunidos en Punta del Este
para poner de rodillas al pueblo y al gobierno cubanos, aterrorizados ante
las iras del imperio y sus correveidiles, obligándolos a desandar la marcha
de la revolución. En perfecta secuencia, los gobiernos "democráticos" del
continente procedieron, para su eterno deshonor, a romper relaciones
diplomáticas con Cuba. Afortunadamente, el impulso todavía vivo de la
Revolución Mexicana hizo que hubiera una excepción ante tanta infamia, y
México se negó a plegarse al edicto norteamericano. Es difícil transmitir
hoy, cuando la OEA es un cadáver maloliente a la espera de un alma
caritativa que le ofrezca piadosa sepultura, la indignación que causara en
ese tiempo ver a esos personajes de opereta apresurarse rastreramente a
cumplir con las órdenes de la Roma americana, como dijera José Martí,
procurando cada uno de ellos obedecer de la manera más genuflexa posible el
mandato imperial. Indignación no exenta de su lado cómico, pues no otra
cosa podía ocurrir cuando uno veía que en el bando de los demócratas y los
amantes de la libertad prohijado por la Casa Blanca se encontraban figuras
tan excelsas como "Papa Doc" Duvallier, amo y señor de Haití; Anastasio
Somoza, el gendarme de quien Franklin Delano Roosevelt dijera "es un hijo
de puta pero, ¡señores!, es nuestro hijo de puta"; el general Alfredo
Strossner, heraldo de la democracia hemisférica y otros peleles de
semejante calaña cuyos nombres hace años ya fueron a parar al basurero de
la historia. En efecto, ¿quién podría recordar sólo uno de esos personajes
que, arrodillados, condenaron a Cuba? En cambio, ¿quién podría olvidar la
estatura olímpica del delegado que la isla enviara ante dicha asamblea,
nada menos que Ernesto "Che" Guevara, un personaje histórico-universal,
como diría Hegel, y cuyo discurso fue una verdadera pieza maestra de la
literatura política latinoamericana?
La Segunda Declaración expresa pues la indignación cubana ante la traición
de los gobiernos latinoamericanos que la expulsaron de la comunidad
hemisférica. El país agredido, invadido, bloqueado fue puesto en el
banquillo de los acusados, y el agresor logró que la víctima fuera
condenada, con la complicidad de los representantes de la libertad y la
democracia en la región. Pero no sólo hay indignación en ese texto. También
hay dolor, mucho dolor, al ver más allá de la capitulación de los
dirigentes la persistencia del drama humano y social en que se debatían –y
todavía se debaten– las sociedades latinoamericanas. Y también hay un
certero diagnóstico sobre la realidad de la época y un pronóstico sobre los
difíciles tiempos que se avecinaban. Más allá de los desacuerdos que hoy
podrían suscitar tal o cual frase, o de algunos errores de apreciación y de
previsión, estamos ante un documento excepcional, comparable en ciertos
aspectos, por su precisión analítica, carácter pedagógico y elocuencia
discursiva, al *Manifiesto Comunista*. Sus fuentes político-intelectuales
son principalmente dos: una se hunde profundamente en la historia cubana y
latinoamericana y viene de muy lejos, notablemente de José Martí pero
también de Simón Bolívar; la otra fuente remite al marxismo clásico, a la
obra de Marx, Engels y Lenin.
*Los ejes temáticos*
Conviene repasar, a guisa de introducción, algunos de los temas principales
abordados en la Segunda Declaración. Comienza reivindicando la exactitud
del diagnóstico martiano, "que llamó al imperialismo por su nombre" y la
caracterización de la Roma americana, "ese Norte revuelto y brutal que nos
desprecia". No hace falta ser demasiado perspicaz para comprender la
vigencia de tales afirmaciones. En primer lugar, por eso de llamar al
imperialismo por su nombre, en momentos en que proliferan interpretaciones
antojadizas que nos hablan de un "Imperio" virtual, sin centro ni
periferia, sin hegemonías nacionales en juego y, colmo de los colmos, sin
relaciones imperialistas de
dominación2<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote2sym>.
Por otro lado, ante los denodados esfuerzos por asimilamos a la cultura
imperial dominante, presentada por los artífices de la globalización
neoliberal como la "única" congruente con la lógica competitiva de los
mercados, es oportuno recordar el racismo del centro imperial, manifestado
de mil y una maneras, algunas sutiles, otras burdas, pero todas igualmente
despreciativas de nuestra gente, nuestra cultura y de nuestros valores. A
tal punto ha llegado este proceso de colonización cultural que un teórico
conservador como Samuel P. Huntington le dijo a un encumbrado gobernante
latinoamericano a quien estaba entrevistando: "¡Pero Uds. quieren ser como
nosotros!", y ante lo cual el sujeto en cuestión respondiera: "Sí. De eso
se trata. Queremos ser iguales a Uds.". Precisamente, de eso se trata: de
ser nosotros y no de procurar, estúpidamente, de ser como ellos. Una de las
precondiciones para la liberación nacional en América Latina, para la
soberanía y para poner fin a toda forma de explotación y opresión es la
ruptura del vasallaje colonial existente en los más diversos órdenes de
nuestra vida social. Esta colonialidad ha tenido, como lo demuestra la
brillante obra de Roberto Fernández Retamar, consecuencias gravísimas para
las sociedades latinoamericanas. Remito al lector a dicho texto para una
profunda elaboración sobre esta temática
3<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote3sym>
.
El texto prosigue con una apretada síntesis en torno al proceso del
desarrollo capitalista y su expansión internacional, preguntándose por los
móviles subyacentes a tan extraordinaria difusión. Obviamente, que no se
trató de razones de índole moral, como tantas veces se adujera, o mucho
menos a la "misión civilizadora del hombre blanco" sino, tal como lo
expresa la Segunda Declaración, a "1a sed de oro" o al "afán de ganancia".
Y el mismo principio está por detrás de las políticas del imperialismo, en
su fase actual, en la América Latina. Esta sección culmina con un
planteamiento en tomo al surgimiento de las nuevas ideas de la ilustración
y el liberalismo, el carácter revolucionario de las mismas por
contraposición a la estolidez del orden social feudal y la identificación,
por parte de los autores inscriptos en el nuevo universo discursivo, del
carácter histórico y, por lo tanto, pasajero del *ancien règime*. El remate
de este proceso, cuando ya la burguesía ha triunfado y establecido su
dominio, es la creciente concentración de los medios de producción y la
riqueza en muy pocas manos, y la conformación de cárteles, trusts y
consorcios que, progresivamente, van sustituyendo la libre competencia de
las fases pretéritas del desarrollo capitalista por la primacía de los
monopolios.
A consecuencia de lo anterior, la extraordinaria riqueza producida por el
trabajo de millones de hombres genera un excedente de capital que, para que
no se diluya, requiere de su colocación en los más apartados rincones del
planeta. Así comienza un febril proceso de "reparto del mundo". Esto
implica apoderarse de los mercados de los países más débiles y de sus
riquezas y recursos naturales. Pero la finitud del planeta es un obstáculo
para los afanes de los imperialistas, que más pronto que tarde dan comienzo
a pujas de todo tipo para redefinir, en mejores términos, las condiciones
de su participación en el despojo. A la luz de la Guerra de Irak se
comprende la ominosa actualidad de la Segunda Declaración de la Habana,
puesto que la aventura belicista de George W. Bush representa casi
paradigmáticamente toda la miseria y la crueldad de las políticas
imperialistas. En todo caso, retomando el hilo de nuestra argumentación,
las largas series de guerras coloniales culminaron en las dos guerras
mundiales del siglo XX o, como prefiere Immanuel Wallerstein, en una gran
guerra que comenzara en 1914, acordara un armisticio provisional que
estalló por los aires en 1939, para finalizar en medio de una matanza de
más de 80 millones de muertos en 1945. La declaración señala que llegado a
estos límites el sistema inicia su decadencia. "Desde entonces hasta
nuestros días, la crisis y la descomposición del sistema imperialista se
han acentuado incesantemente". Esta situación, unida a la irrupción de la
Revolución Rusa, la Revolución China y el despertar de los pueblo
coloniales "marca la crisis final del imperialismo", se dice,
equivocadamente a nuestro humilde saber y entender. Se trató de una crisis,
muy grave, es cierto. Pero no fue la crisis final porque, lamentablemente,
lo que la historia ha demostrado es que el imperialismo no es una condición
tan sencilla de erradicar.
A renglón seguido el texto se pregunta por las razones del "odio yanqui a
la Revolución Cubana". La respuesta que allí se proporciona es el miedo a
la revolución, a la insurrección de los pueblos en contra a sus opresores.
Pero más allá de la polémica que pueda suscitar la misma, esta
consideración abre la puerta para una reflexión muy interesante –y actual,
sobre todo actual– acerca de las condiciones del proceso revolucionario.
Siguiendo la tradición marxista la Declaración distingue entre las
condiciones objetivas y las subjetivas, y se plantea de manera muy taxativa
una tesis que desmiente toda imputación de subjetivismo o voluntarismo, y
que convendría recordar. En sus propias palabras, "las condiciones
subjetivas [...] es decir, el factor conciencia, organización, dirección
puede acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de
desarrollo, pero tarde o temprano en cada época histórica, cuando las
condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización
se logra, la dirección surge y la revolución se produce".
Seguramente que los redactores de la Declaración pensarían hoy dos veces
antes de reescribir esa frase. ¿Por qué? Porque si hay algo que nos ha
enseñado la historia reciente de América Latina es que el desfasaje entre
la maduración de las condiciones objetivas y las subjetivas ha llegado a
ser extremadamente pronunciado. La experiencia argentina de este último año
y medio demuestra la impresionante maduración de las llamadas condiciones
objetivas. Pero la agudización de las contradicciones sociales, la
movilización popular, la emergencia de nuevas formas de organización y
enfrentamiento no han tenido como resultado, lamentablemente, el
surgimiento de una conciencia socialista que identifique con claridad la
naturaleza estructural de los problemas que genera el capitalismo argentino
ni, mucho menos, una dirección a la altura de los desafíos que impone la
actual coyuntura.
La rígida articulación que el documento propone al vincular de ese modo las
condiciones objetivas y las subjetivas explica, asimismo, el excesivo
optimismo que se trasunta en algunos pasajes del texto. Así, por ejemplo,
se dice que "en muchos países de América Latina la revolución es hoy
inevitable". Y este diagnóstico se funda en el juego de cuatro factores:
"las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano,
el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis
mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos
subyugados". Hay que aclarar, sin embargo, que allí no se decía que la
revolución fuera inevitable en todos los países sino en muchos, lo cual fue
así sólo en algunos casos. El golpe militar en Brasil, en 1964, tuvo una
naturaleza preventiva ante el creciente desborde popular que atribulaba a
la derecha brasileña y sus socios imperialistas. En la Argentina en 1966 y
sobre todo en 1976, con el terrorismo de estado, se procuró poner coto a
una situación en donde la movilización popular combinada, en la década de
los setenta, con el auge de una guerrilla urbana, ponía en jaque, pese a su
inorganicidad, los fundamentos del orden burgués. Pero en otras latitudes
la situación adquiría tonalidades más definidas. La tentativa
revolucionaria liderada por Francisco Caamaño Deñó en República Dominicana,
en 1965, fue derrotada por obra y gracia del baño de sangre generado por la
invasión norteamericana, en una típica maniobra imperialista que implicó el
desembarco de unos cuarenta mil marines para restaurar el orden subvertido
por los revolucionarios dominicanos. En Chile llegaba al poder, en 1970, el
gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende a la cabeza. Y esto
representaba una canalización por las vías de la institucionalidad burguesa
del ascenso impresionante de la lucha de masas que si bien no llegó a
concretarse en el formato clásico de una revolución contenía un potencial
que no pasó desapercibido por la Casa Blanca, que de inmediato ordenó la
puesta en marcha de un programa de desestabilización que culminaría, en
1973, con el sangriento golpe militar de Pinochet. Poco después, el ascenso
del movimiento social y los avances de la lucha armada provocaría, en 1979,
la derrota militar y política de una de las dictaduras más tenebrosas de
América Latina, la de Anastasio Somoza hijo, en Nicaragua, mientras que en
El Salvador y Guatemala la situación no pintaba con colores más optimistas
para las clases dominantes. En otras latitudes, mientras tanto, procesos
similares confirmaban de cierta manera las previsiones de la Segunda
Declaración. Mencionemos apenas los más importantes: el Mayo francés de
1968, el "otoño caliente" italiano en 1969 y la frustrada "revolución de
los claveles" que, en 1974 puso fin a la dictadura fascista de Oliveira
Salazar en Portugal. Por otra parte, y ya en Medio Oriente, en 1979 la
irrupción de las masas iraníes daba lugar, mediante una inesperada
combinación con el fundamentalismo chiíta, al destronamiento de uno de los
baluartes del imperialismo en la zona, tal vez su gendarme mejor armado y
entrenado: el Shá de Irán.
Pero si el pronóstico contenía ciertos elementos excesivamente optimistas,
no lo era a la hora de advertir sobre los peligros que se cernían sobre
nuestra región. En efecto, el documento señala con acierto que la
"intervención del gobierno de los Estados Unidos en la política interna de
los países de América Latina ha ido siendo cada vez más abierta y
desenfrenada", cosa que efectivamente ha acontecido. Y también la asiste la
razón cuando se afirma que "la Junta Interamericana de Defensa [...] ha
sido y es el nido donde se incuban los oficiales más reaccionarios y pro
yanquis de los ejércitos latinoamericanos, utilizados después como
instrumentos golpistas al servicio de los monopolios". El papel de las
misiones militares norteamericanas asignadas en nuestras capitales, el de
los cursos de actualización organizados principalmente en la Zona del Canal
de Panamá y sus similares organizados por la CIA son adecuadamente
descriptos en el documento, y el veredicto de la historia en los años
subsiguientes no puede menos que concederle la razón. Esos instrumentos
actuaron tal cual se pronosticara en 1962, como lo atestigua hasta las
náuseas la triste galería de los dictadores que asolaron América Latina
durante décadas.
¿Era razonable esperar algo de la Alianza para el Progreso? La Declaración
insiste en señalar el carácter ilusorio de la ayuda prometida, habida
cuenta la historia del imperialismo en esta parte del mundo y sus intereses
actuales. Además, no deja de apuntar a un fenómeno muy importante como el
fracaso moral de sus agentes en la Conferencia de Punta del Este. Poco
podía esperarse de quienes debieron urdir los más inescrupulosos argumentos
y apelar a una descarada compra de votos para prevalecer en el cónclave. Su
inmoralidad era una lápida que sepultaba, para siempre, la verosimilitud de
sus altruistas promesas. En Punta del Este, dice el documento, se libró una
gran batalla ideológica entre el imperialismo y la Revolución Cubana, el
primero representando a los monopolios, el intervencionismo, el capital
foráneo, el latifundio y la ignorancia, mientras Cuba representaba a los
pueblos, la autodeterminación nacional, la soberanía económica, la reforma
agraria y la alfabetización universal, amén de muchas otras cosas.
La Conferencia fue el certificado de defunción para la OEA, convertida en
infame "ministerio de colonias yanquis, una alianza militar, un aparato de
represión contra el movimiento de liberación de los pueblos
latinoamericanos". Una organización que hacía caso omiso del continuo
hostigamiento a que era sometida Cuba, a los innumerables actos de sabotaje
de todo tipo y los ataques armados contra la revolución. Impasibles e
indiferentes ante la descarada agresión, los ministros de relaciones
exteriores de la región se reunieron en Punta del Este y con la bendición
de la OEA expulsan a la víctima sin siquiera amonestar verbalmente a los
agresores. Mientras que "los Estados Unidos tiene pactos militares con
países de todos los continentes, [...] con cuanto gobierno fascista,
militarista y reaccionario haya en el mundo, la OTAN, la SEATO, y la CENTO,
a los cuales hay que agregar ahora la OEA [...] los cancilleres expulsan a
Cuba, que no tiene pactos militares con ningún país. Así, el gobierno que
organiza la subversión en todo el mundo y forma alianzas militares en
cuatro continentes, hace expulsar a Cuba, acusándola nada menos que de
subversión y de vinculaciones extracontinentales". Una vez más, el
veredicto inapelable de la historia le otorga toda la razón a la Segunda
Declaración de La Habana. ¿Cambió en algo la política del imperialismo?
¿Qué es lo que no se le perdona a Cuba? ¿Por qué se la acusa de
"subversiva"? El documento elabora algunos argumentos más específicos:
porque hizo realidad el reparto agrario, acabó con el analfabetismo,
expandió los servicios médicos, nacionalizó a los monopolios, armó al
pueblo, recuperó la soberanía nacional y concretó reivindicaciones
largamente sentidas por los cubanos. Frente a esto, ¿qué podía ofrecer el
imperialismo? ¿Qué podían esperar los pobres, los indios, los negros y los
campesinos del imperialismo, si este era la causa principal de sus pesares?
El texto se interroga, por ejemplo, en qué "alianza […] van a creer estas
razas indígenas, apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar sus
tierras, muertas a palos por miles por no trabajar más rápido?". ¿Y al
negro? ¿Qué le pueden ofrecer quienes en su propio país practican el más
desenfrenado racismo, impidiendo que compartan siquiera un autobús con los
blancos, para no mencionar la segregación en escuelas y hospitales? El
análisis aquí se extiende meticulosamente, demostrando la incongruencia
entre las promesas imperialistas y su registro histórico. Este balance, que
por momentos adquiere una contundencia abrumadora, culmina con un verdadero
final wagneriano, cuando afirma que "en este continente de semicolonias,
mueren de hambre, de enfermedades curables o vejez prematura, alrededor de
4 personas por minuto, de 5.500 al día [...]. Las dos terceras partes de la
población latinoamericana viven poco, y vive bajo la permanente amenaza de
muerte [...]. Mientras tanto, de América Latina fluye hacia los Estados
Unidos un torrente continuo de dinero: unos 4.000 dólares por minuto, cinco
millones por día [...] Por cada 1.000 dólares que se nos van, nos queda un
muerto [...] ¡Ese es el precio de lo que se llama imperialismo!".
Para desgracia de nuestros pueblos, este cuadro siniestro no ha hecho sino
agravarse desde su formulación original en 1962. Han pasado, desde
entonces, la Alianza para el Progreso, la "década del desarrollo" y, de
manera cada vez más acentuada, las políticas ortodoxas, neoliberales, del
Consenso de Washington con los resultados que están a la vista y que eximen
de mayores comentarios. La justeza del análisis contenido en la Segunda
Declaración, que en su tiempo no poca gente descalificó, acusándola de ser
la expresión resentida de la "derrota" sufrida en Punta del Este, se
potencia cuando se examinan algunas de sus previsiones. Una de ellas, la
que anticipaba que "los Estados Unidos preparan a la América un drama
sangriento" se convirtió en lacerante realidad al poco tiempo, cuando
nuestra región se convertiría en un conglomerado de regímenes militares que
hicieron del terrorismo de estado su principio constitutivo. Los
asesinatos, desapariciones, secuestro de personas, robo de niños, saqueos
de hogares de las víctimas, torturas, violaciones y campos de exterminio se
convirtieron en prácticas cotidianas, contando para ello con la
justificación de la Doctrina de la Seguridad Nacional elaborada por el
Pentágono y otras agencias del gobierno norteamericano. Estas, además,
colaboraron abiertamente en feroz labor represiva, desde el entrenamiento
de sus secuaces en algunas de las bases militares del Comando Sur, donde se
instruía a los verdugos en las más recientes técnicas de la tortura, hasta
el suministro de armas, equipos, cobertura internacional y dinero para
llevar a la práctica el llamado "combate a la subversión".
*Perspectivas de la revolución socialista*
Las últimas páginas de la Declaración culminan con un llamado a la
revolución. El diagnóstico ha sido lo suficientemente elocuente y preciso
como para desalentar cualquier expectativa en relación a la posibilidad de
que el capitalismo produzca otros frutos distintos a los ya conocidos. Si
bien en el texto no se descartan que se pudieran producir algunos avances
políticos en el marco de las instituciones establecidas, se señala
explícitamente que la situación de nuestros países sólo por excepción
ofrecería tales posibilidades. En cambio, se nos dice, "donde están
cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los obreros y
campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios
yanquis, [...] no es justo ni correcto entretener a los pueblos con la vana
y acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que ni existen ni
existirán, a las clases dominantes [...] un poder que los monopolios y las
oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de
sus ejércitos".
La afirmación es de una contundencia extraordinaria, dotada del rigor de un
silogismo inapelable. La cuestión central es, por supuesto, la
caracterización, en cada coyuntura particular, de las condiciones políticas
imperantes y, más particularmente, la existencia o no de caminos abiertos o
cerrados a las aspiraciones de los pueblos. El liberalismo y, en general,
todas las variantes del posmodernismo, sea de origen socialista o no,
coinciden en las ilimitadas posibilidades que, siempre y en todo lugar,
ofrecería el capitalismo contemporáneo. Los primeros por una convicción
tradicional y los segundos, los posmodernistas, por su reciente
capitulación, por su "conversión" a la ideología dominante. En virtud de
ello hay quienes –como Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y Ludolfo Paramio,
para citar apenas algunos de los más conocidos– proponen "profundizar la
democracia", obviando el hecho de que el capitalismo impone límites
infranqueables a la expansión de la democracia, tanto en sus aspectos
formales como en los contenidos sustantivos de la misma. Postulan, por
ello, una suerte de "democratización de la democracia capitalista", lo cual
equivaldría en la geometría a descubrir la cuadratura del círculo. Porque,
en realidad, no existe la democracia capitalista, o burguesa. Lo que hay,
en algunos países, es un capitalismo democrático, algo enteramente distinto
a lo anterior. Porque si la expresión "democracia capitalista" asume que lo
sustantivo es la democracia y que los rasgos capitalistas son apenas un
aditamento fácilmente removible, con la frase "capitalismo democrático" se
está señalando que, en la experiencia concreta de las democracias
"realmente existentes", lo sustancial es el capitalismo mientras que lo
democrático es una incrustación producida por las luchas populares a lo
largo de los siglos e impuesta por la fuerza a la dominación burguesa
4<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote4sym>
.
La Segunda Declaración de La Habana plantea pues un tema de excepcional
importancia, que exige un examen detallado de cada situación. No está demás
recordar en estas páginas la famosa sentencia de Lenin, cuando decía que
"el marxismo es el análisis concreto de una situación concreta". En efecto,
sólo un análisis concreto de cada coyuntura particular puede determinar la
existencia o no de vías por las cuales avanzar, y hasta dónde se puede
llegar por ese camino. En la caracterización que la Declaración hacía de la
coyuntura latinoamericana a comienzos de los sesenta se establecía
cuidadosamente, como una cláusula inicial, la necesidad de distinguir
situaciones que pese a no ser nombradas se perfilan con nitidez en los
silencios del texto. Por una parte, aquellas que demostraban
concluyentemente que los caminos populares estaban cerrados, y que
constituían por así decirlo la norma predominante en la región. Pero había
otras situaciones, entre las cuales sobresalían Chile y México, que
representaban un caso marginal en donde tal vez podrían esperarse ciertos
progresos significativos trabajando en el marco de una institucionalidad
burguesa pero profundamente modificada por la eficacia de largos años de
luchas populares. Se planteaba así el dilema de "reforma o revolución". El
texto se decide por la segunda, porque no ve demasiadas posibilidades a la
primera, salvo en situaciones muy pero muy especiales. Y, una vez más, el
veredicto de la historia parece asignarle la razón. Porque, la vía
reformista, ensayada principalmente en el Chile de Salvador Allende,
terminó con un baño de sangre y la entronización de una de las más salvajes
dictaduras conocidas en América Latina. Otros ensayos, más heterodoxos,
también fueron ahogados en su cuna. Por ejemplo, la tentativa presidida por
el General Juan José Torres en Bolivia a comienzos de los años setenta.
Pero lo cierto es que la vía revolucionaria tampoco llegó a triunfar. Ya
nos hemos referido al caso de la República Dominicana, proyecto
trágicamente frustrado y que culminó con la ocupación militar de la isla
por parte de las tropas norteamericanas. La revolución también tuvo su
oportunidad en Nicaragua, pero fue tronchada de raíz ante la reiteración de
la más absoluta determinación del imperialismo en impedir, a cualquier
precio, la consolidación del sandinismo y el triunfo de la revolución. La
tuvo también en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional debió luchar, al igual que los sandinistas, no sólo contra las
clases dominantes locales sino también en contra de la formidable
resistencia que le oponía la mayor superpotencia jamás aparecida en la
historia de la humanidad, los Estados Unidos.
Las lecciones que podemos sacar de esta historia es que, en nuestro
continente, las reformas son sofocadas con toda la fuerza de la
contrarrevolución y con la omnipresente colaboración del imperialismo. Que
las más tímidas expresiones de reformismo ensayadas por algunos gobiernos
de la región fueron agredidas con sanguinaria ferocidad por los elementos
conservadores de nuestras sociedades. ¿Cuáles son los caminos que hoy se
encuentran abiertos en América Latina, y especialmente en la Argentina? Han
pasado más de cuarenta años desde que se diera a luz el descarnado
diagnóstico que hiciera la Segunda Declaración. ¿Cómo avanzar en un
proyecto encaminado a lograr la abolición de toda forma de explotación del
hombre por el hombre? ¿Cómo avanzar hacia una nueva sociedad, emancipada de
todas las lacras que a lo largo de los siglos produjera el capitalismo?
Obviamente que la Declaración no puede dar respuesta a este tipo de
interrogantes en relación a cada país y cada situación en particular. Pero
ofrece una guía muy sugerente, de especial relevancia para los argentinos,
habida cuenta de nuestra secular incapacidad de construir una alternativa
progresista capaz de poner fin a la disolución nacional. Y esa guía es un
llamamiento enérgico a la unidad de todos quienes luchan por una sociedad
mejor. Así, se nos dice que "el divisionismo, producto de toda clase de
ideas falsas y mentiras; el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud
para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos,
organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible
entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos". Unidad
de acción que no hemos podido construir y que se manifestó, en toda su
insensatez, en las elecciones presidenciales de 2003, cuando el país
reclamaba a gritos una alternativa ante el continuismo de las fórmulas
políticas tradicionales y el campo progresista se fragmentó en mil pedazos,
como un espejo roto que, en su desintegración reflejaba la tragedia de
nuestra propia decadencia como nación. Y prosigue la Segunda Declaración
diciendo que "en la lucha antiimperialista [...] es posible vertebrar la
inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación [...] En ese amplio
movimiento pueden y deben luchar juntos por el bien de sus naciones, por el
bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante
marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los
monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra". Ojalá que la
publicación de este luminoso documento, producto de una extraordinaria
dirigencia política que supo aunar su lucidez para analizar lo existente
con una gran dosis de coraje y vocación utópica para transformarlo, sirva
para estimular un debate más que nunca necesario en nuestros países y para
la elaboración de políticas de izquierda capaces de poner fin al holocausto
social que se ha abatido sobre nuestra América.
*Notas*
1 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote1anc> Este texto
es el "Prólogo" al libro *Primera y Segunda Declaración de La Habana* (Buenos
Aires: Ediciones Nuestra América,
2003).<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote1sym>
* www.atilioboron.com.ar*
2 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote2anc> Hemos
examinado críticamente la teorización de Michael Hardt y Antonio Negri en
nuestro *Imperio & Imperialismo* (Buenos Aires: CLACSO, 2002).
3 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote3anc> Roberto
Fernández Retamar, *Todo Caliban *(La Habana: Casa de las Américas, 2001).
4 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote4anc> Hemos
examinado este asunto in extenso en nuestro *Tras el Búho de Minerva.
Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo* (Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica, 2000) y en *Estado, Capitalismo y Democracia en
América Latina* (Buenos Aires: CLACSO, 2003).
--
Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
http://centenariogeorgettevallejo.blogspot.com/
http://socialismoperuano.blog.terra.com.pe/
cel 993754274
From: Gustavo Pérez Hinojosa <gperezhinojosa@gmail.com>
Date: Sun, 5 Feb 2012 07:45:56 -0500
Subject: Prólogo al libro Primera y Segunda de "La Segunda Declaración
de La Habana" por Atilio A. Boron
To:
05-02-2012
"Prólogo" al libro Primera y Segunda Declaración de La Habana
El 4 de Febrero "La segunda Declaración de La Habana"
Atilio A. Boron<http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Atilio%20A.%20Boron&inicio=0>
Rebelión <http://www.rebelion.org/>
El día cuatro de febrero se cumplen 50 años de vida de uno de los
documentos políticos más importantes en la historia del movimiento
revolucionario latinoamericano y caribeño: la *Segunda Declaración de La
Habana*. Sus palabras tuvieron -y aún tienen- un valor profético de alcance
sólo comparable a las volcadas por Marx y Engels en el *Manifiesto Comunista
*. Pero no sólo profético: también como palabras que despertaron la
conciencia de nuestros pueblos e inspiraron, en lo concreto e inmediato, el
comienzo de grandes luchas por la justicia, la dignidad, la democracia;
palabras que movilizaron masas y que, de una forma u otra, por los más
diversos (y a veces impensables) caminos cambiaron la fisonomía de Nuestra
América. Si hoy esta región no es la misma que hace medio siglo atrás; si
aquí se ha derrotado al ALCA, si hay gobiernos y pueblos que resisten y
luchan contra el imperialismo, si el centro de gravedad de la política
latinoamericana se ha corrido hacia la izquierda todo eso se lo debemos, en
una medida mucho mayor de lo que habitualmente se reconoce, a ese grito
lanzado por Fidel desde La Habana, plantando una semilla que germinaría en
mil flores. Un texto de enorme valor histórico y de también rigurosa
actualidad que las nuevas generaciones de luchadores anti-imperialistas y
anticapitalistas deben leer, estudiar y, lo más importante, llevarlo a la
práctica. Las líneas que siguen a continuación pretenden ser una breve
guía, y a la vez una enfática invitación, para recorrer las venerables
páginas de ese documento.
*
*
*Introducción*
El presente volumen compila dos documentos de gran importancia: las
"Declaraciones de la Habana", producidas en septiembre de 1960 y febrero de
1962. En realidad, si bien la Primera Declaración es un texto notable, el
paso del tiempo ha consagrado, con justas razones, a la Segunda Declaración
de la Habana como un documento histórico de excepcional trascendencia. Por
eso debemos celebrar la decisión de volver a publicarlo, facilitando que
las jóvenes generaciones latinoamericanas puedan encontrar en su lectura
renovadas fuentes de inspiración para su imaginación y su praxis política.
*Las coordenadas históricas*
Decíamos, pues, que se trata de un documento histórico. Sin embargo, tal
calificación sería apenas una media ver dad. La Segunda Declaración de la
Habana es mucho más que eso. Diríamos que es un texto viviente, histórico y
actual a la vez; reflejo fidelísimo de una época, de una coyuntura
internacional, los comienzos de los años sesenta, pero al mismo tiempo
diagnóstico certero de los males que todavía hoy nos aquejan y de nuestras
asignaturas pendientes. La época en que aparece, 4 de Febrero de 1962, no
podía ser más significativa. Todo el intenso dramatismo de ese tiempo, en
donde América Latina se encontraba en una encrucijada, en un punto de
viraje en el cual sólo Cuba supo tomar la dirección correcta, se recrea en
sus páginas, brillantemente escritas, con una fuerza extraordinaria. Es un
texto que surge pasados tres años de la Revolución Cubana, cuando ya no
quedaba un solo analfabeto en la isla y cuando se habían plasmado las
grandes medidas que consolidarían la transformación revolucionaria de la
economía cubana. Pero también es un texto que aparece luego de dos grandes
acontecimientos que marcarían indeleblemente la historia de las relaciones
de nuestra América con el imperialismo: la Conferencia de Punta del Este,
en donde la Administración Kennedy lanzara la mal nacida y peor fallecida
Alianza para el Progreso, y la invasión mercenaria a Playa Girón,
orquestada, financiada y promovida por Washington y que fuera ejemplarmente
rechazada y derrotada por el pueblo cubano en heroicas jornadas de lucha.
En la Conferencia de Punta del Este se había consumado, como artera moneda
de pago ante la "generosidad" del imperio por el obsequio de la Alianza, la
expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos y, de hecho, su
ostracismo regional. Pensaban que de esa manera iban a doblegar a un pueblo
que llevaba un siglo luchando por su liberación; su ignorancia era tan
supina y su cretinismo juridicista tan grande que creían que bastaría una
resolución final de tan ilustres conferencistas reunidos en Punta del Este
para poner de rodillas al pueblo y al gobierno cubanos, aterrorizados ante
las iras del imperio y sus correveidiles, obligándolos a desandar la marcha
de la revolución. En perfecta secuencia, los gobiernos "democráticos" del
continente procedieron, para su eterno deshonor, a romper relaciones
diplomáticas con Cuba. Afortunadamente, el impulso todavía vivo de la
Revolución Mexicana hizo que hubiera una excepción ante tanta infamia, y
México se negó a plegarse al edicto norteamericano. Es difícil transmitir
hoy, cuando la OEA es un cadáver maloliente a la espera de un alma
caritativa que le ofrezca piadosa sepultura, la indignación que causara en
ese tiempo ver a esos personajes de opereta apresurarse rastreramente a
cumplir con las órdenes de la Roma americana, como dijera José Martí,
procurando cada uno de ellos obedecer de la manera más genuflexa posible el
mandato imperial. Indignación no exenta de su lado cómico, pues no otra
cosa podía ocurrir cuando uno veía que en el bando de los demócratas y los
amantes de la libertad prohijado por la Casa Blanca se encontraban figuras
tan excelsas como "Papa Doc" Duvallier, amo y señor de Haití; Anastasio
Somoza, el gendarme de quien Franklin Delano Roosevelt dijera "es un hijo
de puta pero, ¡señores!, es nuestro hijo de puta"; el general Alfredo
Strossner, heraldo de la democracia hemisférica y otros peleles de
semejante calaña cuyos nombres hace años ya fueron a parar al basurero de
la historia. En efecto, ¿quién podría recordar sólo uno de esos personajes
que, arrodillados, condenaron a Cuba? En cambio, ¿quién podría olvidar la
estatura olímpica del delegado que la isla enviara ante dicha asamblea,
nada menos que Ernesto "Che" Guevara, un personaje histórico-universal,
como diría Hegel, y cuyo discurso fue una verdadera pieza maestra de la
literatura política latinoamericana?
La Segunda Declaración expresa pues la indignación cubana ante la traición
de los gobiernos latinoamericanos que la expulsaron de la comunidad
hemisférica. El país agredido, invadido, bloqueado fue puesto en el
banquillo de los acusados, y el agresor logró que la víctima fuera
condenada, con la complicidad de los representantes de la libertad y la
democracia en la región. Pero no sólo hay indignación en ese texto. También
hay dolor, mucho dolor, al ver más allá de la capitulación de los
dirigentes la persistencia del drama humano y social en que se debatían –y
todavía se debaten– las sociedades latinoamericanas. Y también hay un
certero diagnóstico sobre la realidad de la época y un pronóstico sobre los
difíciles tiempos que se avecinaban. Más allá de los desacuerdos que hoy
podrían suscitar tal o cual frase, o de algunos errores de apreciación y de
previsión, estamos ante un documento excepcional, comparable en ciertos
aspectos, por su precisión analítica, carácter pedagógico y elocuencia
discursiva, al *Manifiesto Comunista*. Sus fuentes político-intelectuales
son principalmente dos: una se hunde profundamente en la historia cubana y
latinoamericana y viene de muy lejos, notablemente de José Martí pero
también de Simón Bolívar; la otra fuente remite al marxismo clásico, a la
obra de Marx, Engels y Lenin.
*Los ejes temáticos*
Conviene repasar, a guisa de introducción, algunos de los temas principales
abordados en la Segunda Declaración. Comienza reivindicando la exactitud
del diagnóstico martiano, "que llamó al imperialismo por su nombre" y la
caracterización de la Roma americana, "ese Norte revuelto y brutal que nos
desprecia". No hace falta ser demasiado perspicaz para comprender la
vigencia de tales afirmaciones. En primer lugar, por eso de llamar al
imperialismo por su nombre, en momentos en que proliferan interpretaciones
antojadizas que nos hablan de un "Imperio" virtual, sin centro ni
periferia, sin hegemonías nacionales en juego y, colmo de los colmos, sin
relaciones imperialistas de
dominación2<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote2sym>.
Por otro lado, ante los denodados esfuerzos por asimilamos a la cultura
imperial dominante, presentada por los artífices de la globalización
neoliberal como la "única" congruente con la lógica competitiva de los
mercados, es oportuno recordar el racismo del centro imperial, manifestado
de mil y una maneras, algunas sutiles, otras burdas, pero todas igualmente
despreciativas de nuestra gente, nuestra cultura y de nuestros valores. A
tal punto ha llegado este proceso de colonización cultural que un teórico
conservador como Samuel P. Huntington le dijo a un encumbrado gobernante
latinoamericano a quien estaba entrevistando: "¡Pero Uds. quieren ser como
nosotros!", y ante lo cual el sujeto en cuestión respondiera: "Sí. De eso
se trata. Queremos ser iguales a Uds.". Precisamente, de eso se trata: de
ser nosotros y no de procurar, estúpidamente, de ser como ellos. Una de las
precondiciones para la liberación nacional en América Latina, para la
soberanía y para poner fin a toda forma de explotación y opresión es la
ruptura del vasallaje colonial existente en los más diversos órdenes de
nuestra vida social. Esta colonialidad ha tenido, como lo demuestra la
brillante obra de Roberto Fernández Retamar, consecuencias gravísimas para
las sociedades latinoamericanas. Remito al lector a dicho texto para una
profunda elaboración sobre esta temática
3<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote3sym>
.
El texto prosigue con una apretada síntesis en torno al proceso del
desarrollo capitalista y su expansión internacional, preguntándose por los
móviles subyacentes a tan extraordinaria difusión. Obviamente, que no se
trató de razones de índole moral, como tantas veces se adujera, o mucho
menos a la "misión civilizadora del hombre blanco" sino, tal como lo
expresa la Segunda Declaración, a "1a sed de oro" o al "afán de ganancia".
Y el mismo principio está por detrás de las políticas del imperialismo, en
su fase actual, en la América Latina. Esta sección culmina con un
planteamiento en tomo al surgimiento de las nuevas ideas de la ilustración
y el liberalismo, el carácter revolucionario de las mismas por
contraposición a la estolidez del orden social feudal y la identificación,
por parte de los autores inscriptos en el nuevo universo discursivo, del
carácter histórico y, por lo tanto, pasajero del *ancien règime*. El remate
de este proceso, cuando ya la burguesía ha triunfado y establecido su
dominio, es la creciente concentración de los medios de producción y la
riqueza en muy pocas manos, y la conformación de cárteles, trusts y
consorcios que, progresivamente, van sustituyendo la libre competencia de
las fases pretéritas del desarrollo capitalista por la primacía de los
monopolios.
A consecuencia de lo anterior, la extraordinaria riqueza producida por el
trabajo de millones de hombres genera un excedente de capital que, para que
no se diluya, requiere de su colocación en los más apartados rincones del
planeta. Así comienza un febril proceso de "reparto del mundo". Esto
implica apoderarse de los mercados de los países más débiles y de sus
riquezas y recursos naturales. Pero la finitud del planeta es un obstáculo
para los afanes de los imperialistas, que más pronto que tarde dan comienzo
a pujas de todo tipo para redefinir, en mejores términos, las condiciones
de su participación en el despojo. A la luz de la Guerra de Irak se
comprende la ominosa actualidad de la Segunda Declaración de la Habana,
puesto que la aventura belicista de George W. Bush representa casi
paradigmáticamente toda la miseria y la crueldad de las políticas
imperialistas. En todo caso, retomando el hilo de nuestra argumentación,
las largas series de guerras coloniales culminaron en las dos guerras
mundiales del siglo XX o, como prefiere Immanuel Wallerstein, en una gran
guerra que comenzara en 1914, acordara un armisticio provisional que
estalló por los aires en 1939, para finalizar en medio de una matanza de
más de 80 millones de muertos en 1945. La declaración señala que llegado a
estos límites el sistema inicia su decadencia. "Desde entonces hasta
nuestros días, la crisis y la descomposición del sistema imperialista se
han acentuado incesantemente". Esta situación, unida a la irrupción de la
Revolución Rusa, la Revolución China y el despertar de los pueblo
coloniales "marca la crisis final del imperialismo", se dice,
equivocadamente a nuestro humilde saber y entender. Se trató de una crisis,
muy grave, es cierto. Pero no fue la crisis final porque, lamentablemente,
lo que la historia ha demostrado es que el imperialismo no es una condición
tan sencilla de erradicar.
A renglón seguido el texto se pregunta por las razones del "odio yanqui a
la Revolución Cubana". La respuesta que allí se proporciona es el miedo a
la revolución, a la insurrección de los pueblos en contra a sus opresores.
Pero más allá de la polémica que pueda suscitar la misma, esta
consideración abre la puerta para una reflexión muy interesante –y actual,
sobre todo actual– acerca de las condiciones del proceso revolucionario.
Siguiendo la tradición marxista la Declaración distingue entre las
condiciones objetivas y las subjetivas, y se plantea de manera muy taxativa
una tesis que desmiente toda imputación de subjetivismo o voluntarismo, y
que convendría recordar. En sus propias palabras, "las condiciones
subjetivas [...] es decir, el factor conciencia, organización, dirección
puede acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de
desarrollo, pero tarde o temprano en cada época histórica, cuando las
condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización
se logra, la dirección surge y la revolución se produce".
Seguramente que los redactores de la Declaración pensarían hoy dos veces
antes de reescribir esa frase. ¿Por qué? Porque si hay algo que nos ha
enseñado la historia reciente de América Latina es que el desfasaje entre
la maduración de las condiciones objetivas y las subjetivas ha llegado a
ser extremadamente pronunciado. La experiencia argentina de este último año
y medio demuestra la impresionante maduración de las llamadas condiciones
objetivas. Pero la agudización de las contradicciones sociales, la
movilización popular, la emergencia de nuevas formas de organización y
enfrentamiento no han tenido como resultado, lamentablemente, el
surgimiento de una conciencia socialista que identifique con claridad la
naturaleza estructural de los problemas que genera el capitalismo argentino
ni, mucho menos, una dirección a la altura de los desafíos que impone la
actual coyuntura.
La rígida articulación que el documento propone al vincular de ese modo las
condiciones objetivas y las subjetivas explica, asimismo, el excesivo
optimismo que se trasunta en algunos pasajes del texto. Así, por ejemplo,
se dice que "en muchos países de América Latina la revolución es hoy
inevitable". Y este diagnóstico se funda en el juego de cuatro factores:
"las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano,
el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis
mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos
subyugados". Hay que aclarar, sin embargo, que allí no se decía que la
revolución fuera inevitable en todos los países sino en muchos, lo cual fue
así sólo en algunos casos. El golpe militar en Brasil, en 1964, tuvo una
naturaleza preventiva ante el creciente desborde popular que atribulaba a
la derecha brasileña y sus socios imperialistas. En la Argentina en 1966 y
sobre todo en 1976, con el terrorismo de estado, se procuró poner coto a
una situación en donde la movilización popular combinada, en la década de
los setenta, con el auge de una guerrilla urbana, ponía en jaque, pese a su
inorganicidad, los fundamentos del orden burgués. Pero en otras latitudes
la situación adquiría tonalidades más definidas. La tentativa
revolucionaria liderada por Francisco Caamaño Deñó en República Dominicana,
en 1965, fue derrotada por obra y gracia del baño de sangre generado por la
invasión norteamericana, en una típica maniobra imperialista que implicó el
desembarco de unos cuarenta mil marines para restaurar el orden subvertido
por los revolucionarios dominicanos. En Chile llegaba al poder, en 1970, el
gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende a la cabeza. Y esto
representaba una canalización por las vías de la institucionalidad burguesa
del ascenso impresionante de la lucha de masas que si bien no llegó a
concretarse en el formato clásico de una revolución contenía un potencial
que no pasó desapercibido por la Casa Blanca, que de inmediato ordenó la
puesta en marcha de un programa de desestabilización que culminaría, en
1973, con el sangriento golpe militar de Pinochet. Poco después, el ascenso
del movimiento social y los avances de la lucha armada provocaría, en 1979,
la derrota militar y política de una de las dictaduras más tenebrosas de
América Latina, la de Anastasio Somoza hijo, en Nicaragua, mientras que en
El Salvador y Guatemala la situación no pintaba con colores más optimistas
para las clases dominantes. En otras latitudes, mientras tanto, procesos
similares confirmaban de cierta manera las previsiones de la Segunda
Declaración. Mencionemos apenas los más importantes: el Mayo francés de
1968, el "otoño caliente" italiano en 1969 y la frustrada "revolución de
los claveles" que, en 1974 puso fin a la dictadura fascista de Oliveira
Salazar en Portugal. Por otra parte, y ya en Medio Oriente, en 1979 la
irrupción de las masas iraníes daba lugar, mediante una inesperada
combinación con el fundamentalismo chiíta, al destronamiento de uno de los
baluartes del imperialismo en la zona, tal vez su gendarme mejor armado y
entrenado: el Shá de Irán.
Pero si el pronóstico contenía ciertos elementos excesivamente optimistas,
no lo era a la hora de advertir sobre los peligros que se cernían sobre
nuestra región. En efecto, el documento señala con acierto que la
"intervención del gobierno de los Estados Unidos en la política interna de
los países de América Latina ha ido siendo cada vez más abierta y
desenfrenada", cosa que efectivamente ha acontecido. Y también la asiste la
razón cuando se afirma que "la Junta Interamericana de Defensa [...] ha
sido y es el nido donde se incuban los oficiales más reaccionarios y pro
yanquis de los ejércitos latinoamericanos, utilizados después como
instrumentos golpistas al servicio de los monopolios". El papel de las
misiones militares norteamericanas asignadas en nuestras capitales, el de
los cursos de actualización organizados principalmente en la Zona del Canal
de Panamá y sus similares organizados por la CIA son adecuadamente
descriptos en el documento, y el veredicto de la historia en los años
subsiguientes no puede menos que concederle la razón. Esos instrumentos
actuaron tal cual se pronosticara en 1962, como lo atestigua hasta las
náuseas la triste galería de los dictadores que asolaron América Latina
durante décadas.
¿Era razonable esperar algo de la Alianza para el Progreso? La Declaración
insiste en señalar el carácter ilusorio de la ayuda prometida, habida
cuenta la historia del imperialismo en esta parte del mundo y sus intereses
actuales. Además, no deja de apuntar a un fenómeno muy importante como el
fracaso moral de sus agentes en la Conferencia de Punta del Este. Poco
podía esperarse de quienes debieron urdir los más inescrupulosos argumentos
y apelar a una descarada compra de votos para prevalecer en el cónclave. Su
inmoralidad era una lápida que sepultaba, para siempre, la verosimilitud de
sus altruistas promesas. En Punta del Este, dice el documento, se libró una
gran batalla ideológica entre el imperialismo y la Revolución Cubana, el
primero representando a los monopolios, el intervencionismo, el capital
foráneo, el latifundio y la ignorancia, mientras Cuba representaba a los
pueblos, la autodeterminación nacional, la soberanía económica, la reforma
agraria y la alfabetización universal, amén de muchas otras cosas.
La Conferencia fue el certificado de defunción para la OEA, convertida en
infame "ministerio de colonias yanquis, una alianza militar, un aparato de
represión contra el movimiento de liberación de los pueblos
latinoamericanos". Una organización que hacía caso omiso del continuo
hostigamiento a que era sometida Cuba, a los innumerables actos de sabotaje
de todo tipo y los ataques armados contra la revolución. Impasibles e
indiferentes ante la descarada agresión, los ministros de relaciones
exteriores de la región se reunieron en Punta del Este y con la bendición
de la OEA expulsan a la víctima sin siquiera amonestar verbalmente a los
agresores. Mientras que "los Estados Unidos tiene pactos militares con
países de todos los continentes, [...] con cuanto gobierno fascista,
militarista y reaccionario haya en el mundo, la OTAN, la SEATO, y la CENTO,
a los cuales hay que agregar ahora la OEA [...] los cancilleres expulsan a
Cuba, que no tiene pactos militares con ningún país. Así, el gobierno que
organiza la subversión en todo el mundo y forma alianzas militares en
cuatro continentes, hace expulsar a Cuba, acusándola nada menos que de
subversión y de vinculaciones extracontinentales". Una vez más, el
veredicto inapelable de la historia le otorga toda la razón a la Segunda
Declaración de La Habana. ¿Cambió en algo la política del imperialismo?
¿Qué es lo que no se le perdona a Cuba? ¿Por qué se la acusa de
"subversiva"? El documento elabora algunos argumentos más específicos:
porque hizo realidad el reparto agrario, acabó con el analfabetismo,
expandió los servicios médicos, nacionalizó a los monopolios, armó al
pueblo, recuperó la soberanía nacional y concretó reivindicaciones
largamente sentidas por los cubanos. Frente a esto, ¿qué podía ofrecer el
imperialismo? ¿Qué podían esperar los pobres, los indios, los negros y los
campesinos del imperialismo, si este era la causa principal de sus pesares?
El texto se interroga, por ejemplo, en qué "alianza […] van a creer estas
razas indígenas, apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar sus
tierras, muertas a palos por miles por no trabajar más rápido?". ¿Y al
negro? ¿Qué le pueden ofrecer quienes en su propio país practican el más
desenfrenado racismo, impidiendo que compartan siquiera un autobús con los
blancos, para no mencionar la segregación en escuelas y hospitales? El
análisis aquí se extiende meticulosamente, demostrando la incongruencia
entre las promesas imperialistas y su registro histórico. Este balance, que
por momentos adquiere una contundencia abrumadora, culmina con un verdadero
final wagneriano, cuando afirma que "en este continente de semicolonias,
mueren de hambre, de enfermedades curables o vejez prematura, alrededor de
4 personas por minuto, de 5.500 al día [...]. Las dos terceras partes de la
población latinoamericana viven poco, y vive bajo la permanente amenaza de
muerte [...]. Mientras tanto, de América Latina fluye hacia los Estados
Unidos un torrente continuo de dinero: unos 4.000 dólares por minuto, cinco
millones por día [...] Por cada 1.000 dólares que se nos van, nos queda un
muerto [...] ¡Ese es el precio de lo que se llama imperialismo!".
Para desgracia de nuestros pueblos, este cuadro siniestro no ha hecho sino
agravarse desde su formulación original en 1962. Han pasado, desde
entonces, la Alianza para el Progreso, la "década del desarrollo" y, de
manera cada vez más acentuada, las políticas ortodoxas, neoliberales, del
Consenso de Washington con los resultados que están a la vista y que eximen
de mayores comentarios. La justeza del análisis contenido en la Segunda
Declaración, que en su tiempo no poca gente descalificó, acusándola de ser
la expresión resentida de la "derrota" sufrida en Punta del Este, se
potencia cuando se examinan algunas de sus previsiones. Una de ellas, la
que anticipaba que "los Estados Unidos preparan a la América un drama
sangriento" se convirtió en lacerante realidad al poco tiempo, cuando
nuestra región se convertiría en un conglomerado de regímenes militares que
hicieron del terrorismo de estado su principio constitutivo. Los
asesinatos, desapariciones, secuestro de personas, robo de niños, saqueos
de hogares de las víctimas, torturas, violaciones y campos de exterminio se
convirtieron en prácticas cotidianas, contando para ello con la
justificación de la Doctrina de la Seguridad Nacional elaborada por el
Pentágono y otras agencias del gobierno norteamericano. Estas, además,
colaboraron abiertamente en feroz labor represiva, desde el entrenamiento
de sus secuaces en algunas de las bases militares del Comando Sur, donde se
instruía a los verdugos en las más recientes técnicas de la tortura, hasta
el suministro de armas, equipos, cobertura internacional y dinero para
llevar a la práctica el llamado "combate a la subversión".
*Perspectivas de la revolución socialista*
Las últimas páginas de la Declaración culminan con un llamado a la
revolución. El diagnóstico ha sido lo suficientemente elocuente y preciso
como para desalentar cualquier expectativa en relación a la posibilidad de
que el capitalismo produzca otros frutos distintos a los ya conocidos. Si
bien en el texto no se descartan que se pudieran producir algunos avances
políticos en el marco de las instituciones establecidas, se señala
explícitamente que la situación de nuestros países sólo por excepción
ofrecería tales posibilidades. En cambio, se nos dice, "donde están
cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los obreros y
campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios
yanquis, [...] no es justo ni correcto entretener a los pueblos con la vana
y acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que ni existen ni
existirán, a las clases dominantes [...] un poder que los monopolios y las
oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de
sus ejércitos".
La afirmación es de una contundencia extraordinaria, dotada del rigor de un
silogismo inapelable. La cuestión central es, por supuesto, la
caracterización, en cada coyuntura particular, de las condiciones políticas
imperantes y, más particularmente, la existencia o no de caminos abiertos o
cerrados a las aspiraciones de los pueblos. El liberalismo y, en general,
todas las variantes del posmodernismo, sea de origen socialista o no,
coinciden en las ilimitadas posibilidades que, siempre y en todo lugar,
ofrecería el capitalismo contemporáneo. Los primeros por una convicción
tradicional y los segundos, los posmodernistas, por su reciente
capitulación, por su "conversión" a la ideología dominante. En virtud de
ello hay quienes –como Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y Ludolfo Paramio,
para citar apenas algunos de los más conocidos– proponen "profundizar la
democracia", obviando el hecho de que el capitalismo impone límites
infranqueables a la expansión de la democracia, tanto en sus aspectos
formales como en los contenidos sustantivos de la misma. Postulan, por
ello, una suerte de "democratización de la democracia capitalista", lo cual
equivaldría en la geometría a descubrir la cuadratura del círculo. Porque,
en realidad, no existe la democracia capitalista, o burguesa. Lo que hay,
en algunos países, es un capitalismo democrático, algo enteramente distinto
a lo anterior. Porque si la expresión "democracia capitalista" asume que lo
sustantivo es la democracia y que los rasgos capitalistas son apenas un
aditamento fácilmente removible, con la frase "capitalismo democrático" se
está señalando que, en la experiencia concreta de las democracias
"realmente existentes", lo sustancial es el capitalismo mientras que lo
democrático es una incrustación producida por las luchas populares a lo
largo de los siglos e impuesta por la fuerza a la dominación burguesa
4<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote4sym>
.
La Segunda Declaración de La Habana plantea pues un tema de excepcional
importancia, que exige un examen detallado de cada situación. No está demás
recordar en estas páginas la famosa sentencia de Lenin, cuando decía que
"el marxismo es el análisis concreto de una situación concreta". En efecto,
sólo un análisis concreto de cada coyuntura particular puede determinar la
existencia o no de vías por las cuales avanzar, y hasta dónde se puede
llegar por ese camino. En la caracterización que la Declaración hacía de la
coyuntura latinoamericana a comienzos de los sesenta se establecía
cuidadosamente, como una cláusula inicial, la necesidad de distinguir
situaciones que pese a no ser nombradas se perfilan con nitidez en los
silencios del texto. Por una parte, aquellas que demostraban
concluyentemente que los caminos populares estaban cerrados, y que
constituían por así decirlo la norma predominante en la región. Pero había
otras situaciones, entre las cuales sobresalían Chile y México, que
representaban un caso marginal en donde tal vez podrían esperarse ciertos
progresos significativos trabajando en el marco de una institucionalidad
burguesa pero profundamente modificada por la eficacia de largos años de
luchas populares. Se planteaba así el dilema de "reforma o revolución". El
texto se decide por la segunda, porque no ve demasiadas posibilidades a la
primera, salvo en situaciones muy pero muy especiales. Y, una vez más, el
veredicto de la historia parece asignarle la razón. Porque, la vía
reformista, ensayada principalmente en el Chile de Salvador Allende,
terminó con un baño de sangre y la entronización de una de las más salvajes
dictaduras conocidas en América Latina. Otros ensayos, más heterodoxos,
también fueron ahogados en su cuna. Por ejemplo, la tentativa presidida por
el General Juan José Torres en Bolivia a comienzos de los años setenta.
Pero lo cierto es que la vía revolucionaria tampoco llegó a triunfar. Ya
nos hemos referido al caso de la República Dominicana, proyecto
trágicamente frustrado y que culminó con la ocupación militar de la isla
por parte de las tropas norteamericanas. La revolución también tuvo su
oportunidad en Nicaragua, pero fue tronchada de raíz ante la reiteración de
la más absoluta determinación del imperialismo en impedir, a cualquier
precio, la consolidación del sandinismo y el triunfo de la revolución. La
tuvo también en El Salvador, donde el Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional debió luchar, al igual que los sandinistas, no sólo contra las
clases dominantes locales sino también en contra de la formidable
resistencia que le oponía la mayor superpotencia jamás aparecida en la
historia de la humanidad, los Estados Unidos.
Las lecciones que podemos sacar de esta historia es que, en nuestro
continente, las reformas son sofocadas con toda la fuerza de la
contrarrevolución y con la omnipresente colaboración del imperialismo. Que
las más tímidas expresiones de reformismo ensayadas por algunos gobiernos
de la región fueron agredidas con sanguinaria ferocidad por los elementos
conservadores de nuestras sociedades. ¿Cuáles son los caminos que hoy se
encuentran abiertos en América Latina, y especialmente en la Argentina? Han
pasado más de cuarenta años desde que se diera a luz el descarnado
diagnóstico que hiciera la Segunda Declaración. ¿Cómo avanzar en un
proyecto encaminado a lograr la abolición de toda forma de explotación del
hombre por el hombre? ¿Cómo avanzar hacia una nueva sociedad, emancipada de
todas las lacras que a lo largo de los siglos produjera el capitalismo?
Obviamente que la Declaración no puede dar respuesta a este tipo de
interrogantes en relación a cada país y cada situación en particular. Pero
ofrece una guía muy sugerente, de especial relevancia para los argentinos,
habida cuenta de nuestra secular incapacidad de construir una alternativa
progresista capaz de poner fin a la disolución nacional. Y esa guía es un
llamamiento enérgico a la unidad de todos quienes luchan por una sociedad
mejor. Así, se nos dice que "el divisionismo, producto de toda clase de
ideas falsas y mentiras; el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud
para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos,
organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible
entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos". Unidad
de acción que no hemos podido construir y que se manifestó, en toda su
insensatez, en las elecciones presidenciales de 2003, cuando el país
reclamaba a gritos una alternativa ante el continuismo de las fórmulas
políticas tradicionales y el campo progresista se fragmentó en mil pedazos,
como un espejo roto que, en su desintegración reflejaba la tragedia de
nuestra propia decadencia como nación. Y prosigue la Segunda Declaración
diciendo que "en la lucha antiimperialista [...] es posible vertebrar la
inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación [...] En ese amplio
movimiento pueden y deben luchar juntos por el bien de sus naciones, por el
bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante
marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los
monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra". Ojalá que la
publicación de este luminoso documento, producto de una extraordinaria
dirigencia política que supo aunar su lucidez para analizar lo existente
con una gran dosis de coraje y vocación utópica para transformarlo, sirva
para estimular un debate más que nunca necesario en nuestros países y para
la elaboración de políticas de izquierda capaces de poner fin al holocausto
social que se ha abatido sobre nuestra América.
*Notas*
1 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote1anc> Este texto
es el "Prólogo" al libro *Primera y Segunda Declaración de La Habana* (Buenos
Aires: Ediciones Nuestra América,
2003).<http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote1sym>
* www.atilioboron.com.ar*
2 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote2anc> Hemos
examinado críticamente la teorización de Michael Hardt y Antonio Negri en
nuestro *Imperio & Imperialismo* (Buenos Aires: CLACSO, 2002).
3 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote3anc> Roberto
Fernández Retamar, *Todo Caliban *(La Habana: Casa de las Américas, 2001).
4 <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144173#sdfootnote4anc> Hemos
examinado este asunto in extenso en nuestro *Tras el Búho de Minerva.
Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo* (Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica, 2000) y en *Estado, Capitalismo y Democracia en
América Latina* (Buenos Aires: CLACSO, 2003).
--
Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
http://centenariogeorgettevallejo.blogspot.com/
http://socialismoperuano.blog.terra.com.pe/
cel 993754274
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