miércoles, 9 de julio de 2008

Rv: FRAGMENTO. Conversaciones con Miguel Gutiérrez. Dante Dávila Morey.



--- El mié, 9/7/08, Abanto Aragon David Antonio <dabanto@norma.com.pe> escribió:
De: Abanto Aragon David Antonio <dabanto@norma.com.pe>
Asunto: FRAGMENTO. Conversaciones con Miguel Gutiérrez. Dante Dávila Morey.
Para: "Abanto Aragon David Antonio" <dabanto@norma.com.pe>
Fecha: miércoles, 9 julio, 2008 9:44

FRAGMENTO


 

Conversaciones con Miguel Gutiérrez


 

Dante Dávila Morey*

[...]

 

Literatura, sociedad y política

 

En el Perú, la Universidad suele mutilar o adormecer a los espíritus creadores. En efecto, nuestros más grandes creadores, González Prada, Mariátegui, Eguren, Vallejo, Martín Adán, Vargas Llosa... han forjado sus obras ajenos a la Universidad o, por lo menos, alejados de ella, alejados de la terrible absorción docente y su consecuente burocracia. Me llama la atención una cosa: ¿cómo es que, dedicándote a la docencia hasta jubilarte, has podido, al mismo tiempo, crear una obra significativa e importante tanto en calidad como en extensión.

 

 

 

La independencia intelectual «es el bien más preciado del escritor que se respete» afirma Gutiérrez.

 

MG - Trabajé como profesor en diferentes universidades: en San Marcos, la UNI, la Cantuta, San Cristóbal de Huamanga, San Luis Gonzaga de Ica, además de haber pasado por la experiencia de ser profesor de colegios de secundaria y academias. Después de abandonar el periodismo, necesitaba ganarme la vida en una actividad que estuviera de acuerdo con mi manera de pensar, y la Universidad me pareció la institución menos enajenante en la medida que yo podría preservar mis ideas. Si como estudiante solo me mantuve en los bordes de la vida universitaria, también como profesor mantuve distancia de los engranajes del mundo académico, de las burocracias y de las luchas por el poder. De modo que no hice lo que se llama una carrera y jamás estuvo en mis sueños ser Decano o Rector. Recuerdo que una vez no pude evitar ser Jefe de Departamento por 24 horas ya que yo era el único miembro del mismo. Al cubrirse la plaza al día siguiente, yo presenté mi renuncia ante el nuevo profesor, cosa que este aceptó con la mayor alegría. Así, desde el principio, limité mi vida académica a ser un profesor por lo menos decoroso que no engaña a sus estudiantes y a promover la investigación en el campo de la literatura. Pasé los años de servicio hasta que pedí mi cesantía (no la jubilación), seguí preparando clases hasta la madrugada con el exclusivo fin de iniciar a los estudiantes en el placer de la lectura y en la reflexión sobre la creación literaria. Aunque perdí beneficios económicos, no me arrepiento de esta línea de conducta, pues, a cambio, pude mantener mi independencia intelectual que es el bien más preciado que posee el escritor que se respete. Lejos de las angustias que acarrea la búsqueda de poder y de honores académicos, pude dedicarme con energía y libertad a mi actividad de escritor. Esta suerte de proyecto de vida que me formulé desde muchacho, no lo hubiera podido cumplir (por lo menos en sus líneas sustanciales) sin el apoyo de la mujer espléndida que fue mi esposa, quien no solo se solidarizó con mis ideas, sino que formó a nuestros dos hijos de acuerdo a las mismas. Sin caer en esos horripilantes elogios de la pobreza, llevo una vida austera entregado a mi trabajo, aunque de ninguna manera desdeño los placeres terrenales.

 

Hablemos de tu obra más polémica. Cuando escribiste La generación del 50 ¿hubo imposición de algún tipo?, ¿qué clase de convicción te llevó a escribir este libro?

 

Cubierta de la primera edición, publicada en 1988 por Sétimo ensayo

 

MG - No, no hubo ninguna clase de imposición, como por ahí se ha insinuado. En todo caso fue una imposición que nació de mi mismo, como una suerte de imperativo. Empezó como una introducción a una investigación académica sobre la Generación del 50, pero poco a poco la escritura se fue desbordando y el texto dejó de ser un texto académico y terminó por convertirse en un ensayo de interpretación de la misma dentro del contexto de la dramática guerra interna que vivía el país, pero todo esto desde la perspectiva de alguien que, habiendo sido formado (por lo menos en parte) por esa generación, se siente estremecido en sus convicciones por la dureza de los acontecimientos.

 

¿Cómo evalúas este libro después de casi 15 años de haberlo escrito?, ¿consideras que hubo excesos?

MG - Es un libro vehemente, controversial, muy subjetivo, y problemático como era mi propia conciencia al momento de escribirlo. Por supuesto, incurrí en algunos excesos verbales, pero no injurié a nadie ni me dejé llevar por pasiones mezquinas y menos por fobias personales. Cuidé mucho en no mezclar los juicios estéticos con los juicios ideológico-políticos. Así, en el libro no descalifico a ninguna obra por las ideas políticas de sus autores, tanto que no faltaron intelectuales de izquierda que criticaron mis apreciaciones literarias. Según ellos, por ejemplo, al considerar a Eielson como el mejor poeta de la Generación del 50 es desmedro de los poetas social realistas, yo había capitulado ante la derecha y la reacción. D.H. Lawrence decía que hay que creer en la obra, no en el artista. Sin embargo, cuando, el poeta, el narrador, el intelectual interviene en la política y en los asuntos públicos pueden e, incluso, deben ser objetos de crítica. En el caso concreto de los escritores de la Generación del 50, puse atención sobre todo en la relación entre el ser y el pensar, en si hay o no coherencia entre su pensamiento y sus actos...

 

Por ejemplo Ribeyro...

MG - En efecto, el hecho de que en un capítulo de mi libro le dedicase un estudio muy elogioso a su obra narrativa, no me inhibió de criticar a Ribeyro por haber recibido la Orden del Sol de manos del gobierno de Alan García, que acababa de perpetrar las masacres del Frontón y Lurigancho.

 

Con respecto a los que podríamos llamar los intelectuales de izquierda ¿qué ha habido, en este contexto, después de Mariátegui?

MG - Pues, pienso que la izquierda, después de Mariátegui, no ha tenido intelectuales importantes, en el sentido de intelectuales creativos y renovadores y que unen el pensamiento y la acción. La falencia fue tan traumática que desesperadamente trató de llenar esa carencia...

 

Con Macera, por ejemplo...

MG - Años atrás pensaba que Macera era una suerte de anarquista de derecha. Pero acaso, por principio, ¿los anarquistas no están contra el poder y desprecian los placeres y prebendas que procura?... En fin ya dije todo lo que tenía que decir sobre Macera.

 

¿Y Flores Galindo?

MG - No conocí a Flores Galindo y lo poco que leí de él, sobre todo los trabajos de su última etapa, me pareció fundamental. Sé que además de brillante y lúcido, era un hombre (en realidad, un joven, un muchacho) con las cualidades humanas necesarias para reunir a los intelectuales peruanos. No lo conocí, es verdad, pero sentí mucho su muerte, que fue una pérdida para el desarrollo del pensamiento democrático en el Perú.

 

¿Y Abimael Guzmán...? En La generación del 50 lo consideras un intelectual...

MG - A ciertos intelectuales de derecha y de izquierda, pero en especial de izquierda, les resultó ofensivo el que yo confiriese en mi libro un estatus de intelectual a Guzmán. No puedo retractarme. Guzmán pertenece a esa categoría de intelectuales que dentro del marxismo se le conoce como intelectual de partido. A diferencia de otros intelectuales marxistas —como los marxistas académicos— que se mantienen en la periferia de los movimientos revolucionarios, los intelectuales de partido trabajan dentro de las organizaciones partidarias para construir las líneas ideológico-políticas, y para elaborar la estrategias y tácticas y alcanzar los objetivos que el partido postula... Desde luego, otra cosa es que pensamiento, estrategias y tácticas sean correctas o incorrectas, y otra si estos cuadros intelectuales, convertidos en líderes llegan a estar o no a la altura de los acontecimientos. En cuanto a Guzmán, no conozco su tesis sobre Kant y supongo que su actividad de intelectual debe haberse concretado en informes de partido, artículos de análisis políticos, directivas y panfletos de propaganda... Si, como postula el marxismo, la práctica es el único criterio de verdad, entonces la derrota de Sendero demostró la terrible defectividad del pensamiento de Guzmán. ¿Estuvo a la altura de los acontecimientos? A gente común y corriente, incluso de los sectores más pobres de la población, le he escuchado decir que no tuvo derecho a caer en la forma que cayó.

 

Con respecto a estos temas, ¿cómo enjuicias ahora políticamente a Mao Tse-Tung?

MG - Como cualquier líder cometió errores y tuvo defectos humanos mayores y menores (por ejemplo, se ufanaba de no haberse lavado jamás los dientes, pues según afirmó —o dicen que afirmó— «los tigres no se lavan los dientes»). Sin embargo cualquier enjuiciamiento que se haga de él no puede s}dejar de tener en cuenta que fue el forjador de la China moderna, que libró a su país de la dominación imperialista, de la humillación nacional y del desprecio racista que tenían por los chinos «aquellos demonios extranjeros, de piel pálida y enormes narices»... Pero, a propósito de Mao, permíteme decirte algo más general. Fíjate: los líderes pueden claudicar o no estar a la altura de su papel en la historia, los partidos a menudo fracasan, las sociedades socialistas pueden pervertirse, pero eso no son razones para abandonar la causa popular, pues en los que a mí respecta mi adhesión al socialismo ha sido anterior al conocimiento de cualquier teoría o filosofía política, de modo que desde niño supe de lado de quienes estaba y eso en mí no cambiará...

 

Volviendo a Mao, se olvida que era un buen poeta y escritor...

MG - Amigos que conocen el chino me dijeron que en efecto Mao es un buen poeta. Su pensamiento no es sencillo ni mucho menos simple, pero su estilo es de una gran claridad y elegancia. Una de las cosas que más admire en sus escritos fue la libertad con que citaba a muy diversos y distintos autores. Por ejemplo, sin inhibiciones y con espléndida soberanía, si los consideraba necesario para su argumentación, junto a Marx o a Lenin, citaba a poetas o pensadores chinos de la época esclavista o feudal. De acuerdo con la tradición china fue un pensador, un guerrero y un poeta; aunque combatió a Confucio, había en él algo del moralista confuciano y sospecho que en su pensamiento había elementos arcaicos que recogió de la cultura campesina china.

 

[...]

 

Para terminar, ¿cuál ha de ser el vínculo entre el escritor y el poder?

MG - Cuanto más alejado se encuentre el escritor del poder, tanto mejor será para él y su obra. Esto no quiere decir que necesariamente debe convertirse en un ermitaño o en un marginal como los personajes de Beckett; como cualquier ciudadano, y de acuerdo a su propio temperamento, el escritor puede participar en procesos políticos en los que cree, pero sin renunciar en su independencia y su derecho a la crítica, lo cual exige una alta solvencia moral. La cuestión del poder, el tema del poder, remite a una de las realidades humanas más complejas y misteriosas cuya representación artística siempre será una tentación para los novelistas dispuestos a correr el riesgo y puede dar lugar a realizaciones superiores en el arte de la novela. En cuanto a mí, la gran tristeza de mi vida es que, lejos de las certezas de mi juventud, me iré sin tener la esperanza de que algún día se instaure en el mundo una sociedad justa e igualitaria sin jerarcas ni caudillos, sin militares y policías, sin burócratas y sin curas.

 

(Conversaciones realizadas en casa del escritor - Lima, noviembre de 2001).

 

 

* Dante Dávila Morey (Lima, 1964)

Licenciado en filosofía por la Pontifica Universidad Católica del Perú, se doctoró en Literatura latinoamericana por la Universidad de Texas, en Austin. Trabajó como periodista en diversos medios de prensa como El Caballo Rojo, El Observador y La República, y como docente, dictando cursos de su especialidad en la Universidad Católica. Ha publicado diversos ensayos y relatos en Hueso Húmero, Márgenes y otras revistas, además de libros de ensayos y una novela. Desde 1986 reside en los Estados Unidos y actualmente se desempeña como profesor de la Universidad de Colorado.

 

De: Del Viento, el Poder y la Memoria. Materiales para una lectura crítica de Miguel Gutiérrez. Cecilia Monteagudo y Víctor Vich (editores). Pontifica Universidad Católica del Perú. Lima. Fondo Editorial, 2002.

 

(La entrevista completa abarca las pp. 309-333 del volumen)


 

 

 

 

   

 

 

 



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