El día sábado 27 en la mañana, de este mes de marzo que está ya dejándonos, caminábamos, Luis Anamaría y yo (Walter Saavedra) cerca a la calle Huiracocha, en Jesús María. Veníamos de realizar algunas diligencias.
Mi acompañante se acordó que estábamos cerca de la casa de José Luis Ayala, prestigioso intelectual puneño. Entonces, se le ocurrió que podíamos entrevistarlo y, claro, resultaba muy interesante entrevistar a una persona procedente de Huancané, cuya historia de lucha era por demás conocida.
Resultaba curioso que este escritor -que luego conocimos que era también yatiri (chamán)-, procedente de aquella región, que se asienta en ese hermoso e inmenso lago situado en las alturas sureñas de nuestro país, viviera en una calle llamada Huiracocha.
Luis no recordaba exactamente dónde vivía Ayala. Sabía que estábamos cerca porque la arquitectura de las casas así se lo decía, pero no tenía ninguna certeza de a qué distancia podríamos encontrarnos de su domicilio.
Optamos pues por llamarlo por teléfono, porque lo cierto es que estábamos perdidos, aunque no quisiéramos confesarlo.
José Luis nos respondió de inmediato y diligentemente aceptó que le hagamos una entrevista no premeditada, surgida así, al amparo del momento y la cercanía que nos encontrábamos de su hogar. Quedamos en visitarlo de inmediato… Le dijimos que llegaríamos pronto. Lo que no le dijimos es que estaríamos en su casa cuando dejásemos de estar perdidos.
Las personas que encontrábamos a nuestro paso, no nos daban razón alguna de dónde se encontraba la calle Huiracocha. Curiosamente, todos no eran de la zona, sino que estaban de paso. Uno de ellos llegó incluso a decirnos que dicha calle estaba como a diez cuadras de donde nos estábamos. Casi tomamos carro para llegar rápidamente. Sólo que tampoco pasaban carros de servicio público por donde estábamos parados.
Pero a Luis no se le cocinaba que estuviera tan lejos esa calle. Él recordaba que anteriormente había estado por donde nos encontrábamos, recordaba que había caminado por estas calles y visto estas casas, cuando había ido a visitar a José Luis Ayala. Las casas son realmente de un estilo muy armónico, quizás se tratase de construcciones de las primeras décadas de siglo XX.
Huiracocha está cerca, me dijo Luis Miguel. Caminemos. Fuimos caminando como quien no quiere la cosa. Sin dirección fija. Simplemente comenzamos a caminar porque, además, no teníamos noción exacta de dónde estábamos... aunque parezca increíble. Habíamos entrado por esta calle donde estábamos buscando cómo llegar a algún lugar donde tomar un carro para Lima. Pero lo que él sí sabía es que estábamos cerca de Huiracocha, de la casa de José Luis.
Luego de caminar una cuadra, nos dimos cuenta que en la otra cuadra estaba pues Huiracocha, efectivamente. Y no sólo habíamos llegado a la misma calle, sino que estábamos en la misma cuadra donde vivía el yatiri a quien íbamos a visitar (y que no sabíamos que era yatiri hasta que él mismo nos lo dijo).
Llegamos con una prontitud no esperada porque, como ya dijimos, cuando lo llamamos ni nosotros sabíamos cuán cerca nos encontrábamos.
Entramos al pasaje que formaba el primer piso del edificio. Íbamos al segundo piso. Llegamos. Tocamos la puerta. José Luis no se sorprendió al vernos llegar. Allí estaba, como esperándonos. Nos hizo pasar a su cálida sala.
Casi de inmediato comenzamos con la entrevista. Aunque la visita fue sorpresiva, también sorpresiva fue esta conversación que se desarrolló muy fluidamente y en donde salieron temas de mucho interés para nuestros lectores y escuchas, porque publicamos el audio.
El ambiente de familiaridad que encontramos en José Luis Ayala y la calidez de su hogar con todos esos cuadros colgando de las paredes, con los diferentes productos de arte popular llenando los anaqueles… nos sentíamos en un lugar adonde habíamos estado siempre. Cuando menos yo, así me sentía porque era mi primera vez, no así para Luis Miguel que ya había estado antes.
Durante la entrevista, estuvimos tomando fotos, como es una costumbre nuestra.
Pero al contemplar el rostro de este aymara, no pudimos menos de pensar en todos aquellos luchadores de su pueblo que han destacado en la historia. No está solamente el gran luchador del pueblo aymara Túpac Katari, sino los muchos otros que han luchado por sus reivindicaciones, por sus derechos, por sus tradiciones, por su tierra, por su vida, en fin.
Los gestos de José Luis, su mirada, el corte de su rostro así como el vigor y la fortaleza de su forma de hablar, nos hacían ver en esos escasos instantes en que estuvimos conversando –y que parecieron todo un siglo por la cantidad de cosas que nos contó-, nos hacían ver la historia de las luchas por las que ha pasado su pueblo y también podíamos ver a los diferentes personajes que él iba mencionando, muchos de los cuales fueron familiares suyos.
Su versatilidad para tratar temas de tanta diversidad es realmente increíble. José Luis pasa de un tema a otro con mucha facilidad y tiene mucho conocimiento de los temas que trata.
Tuvo el enorme gesto de regalarnos algunos libros, que –desde que hemos llegado a casa- hemos estado paladeando gota a gota, página a página, con ese placer inmoderado de quien sabe sorber los conocimientos que realmente valen.
Como podrán apreciar nuestros amigos, nuestro sistema de hacer entrevistas no es contraponiendo nuestras ideas a las de aquellas personas que entrevistamos, sino que los dejamos hablar libremente, expresarse sin sentir ataduras o presiones.
No importa si discrepamos, nuestra idea es dejarlos hablar, permitirles que se expresen, que nos dejen conocer sus ideas, sus pensamientos. Las ideas propias ya se podrán expresar en el lugar pertinente, pero la entrevista es para que hablen los entrevistados, no quien hace la entrevista. Nos basta con hacer las preguntas lo más escuetamente posibles. Así transcurrió toda la entrevista.
El audio que les entregamos, lo hemos tenido que editar bastante, con la finalidad de sacar los silencios enormes que se dejaban sentir cuando nos sentamos a tomar un riquísimo café que José Luis Ayala nos invitara, cuando estuvo dedicándonos los libros que nos había obsequiado o cuando hablábamos de temas que no tenían nada que ver con la entrevista en sí misma por tratarse de aspectos técnicos relacionados con el uso de su computadora, etc. Hemos tratado de respetar íntegramente lo que nuestro entrevistado dijera y creo que lo hemos logrado.
Ahora los dejamos pues, con la entrevista y esperamos que gocen, escuchándola, tanto como hemos gozado nosotros haciéndola.
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