Después de algo más de una hora de haber desarrollado la entrevista, ya nos estábamos despidiendo Vicente Otta y yo.
Hacía bastante tiempo –más de un mes según me hizo recordar Vicente- que habíamos quedado, a través de nuestro común amigo Luis Miguel Anamaría, que lo iría a visitar para entrevistarlo sobre su relación investigativa con José María Arguedas, relación fructífera de muchas décadas. No pudo producirse entonces ese encuentro. Siempre ocurría algo que me impedía ir. Al fin y al cabo, el había manifestado que yo podía ir cuando me pareciera conveniente.
Vicente Otta y yo fuimos compañeros de estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a inicios de los años setenta. Tiempos de gran volición estudiantil eran esos. El levantisco estudiante sanmarquino hacía honor a su tradición luchadora.
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Mucho fue lo que interactuamos juntos. Fuimos amigos pero también contendientes. La vida estudiantil nos unía compactamente a quienes vivíamos prácticamente dentro del ambiente universitario. Muchos estudiantes pensaban que eran diferentes, pensaban que tenían ideas diferentes, mas no se daban cuenta que tenían mucho más de semejantes que de diferentes. Yo fui uno de aquellos que me di cuenta de estas semejanzas.
Ahora nos encontrarnos, después de mucho tiempo de no vernos. Fue todo un acontecimiento, que no precisó de nada más que el calor que dos condiscípulos saben darse cuando se encuentran. La alegría se expresaba en cada instante entre nosotros, sin que se tuviera que recurrir a expresiones externas que lo hicieran patente.
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Aunque, debo ser franco: nosotros nos hemos encontrado en una ocasión, así, casualmente. Hemos conversado cálidamente, pero no se podía conversar más porque las circunstancias no lo permitían. Pero he aquí que estamos sentados el uno frente al otro porque nos une en esta ocasión la figura, el recuerdo y, sobre todo, la presencia de José María Arguedas.
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Bueno, el día 12 le escribí a Vicente Otta un mensaje diciéndole que me gustaría que la entrevista fuese cuanto antes, y si era posible ese mismo día. No pasaron ni dos minutos cuando recibí la respuesta de Vicente diciéndome que estaba bien, que podía ir a verlo a las 4:30 pm. al parlamento, donde trabaja, en el local Víctor Raúl Haya de la Torre, que se encuentra en la Plaza Simón Bolívar, al costado del local tradicional del Congreso de la República.
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La cuestión es que llegué y llamé a Vicente a su celular para anunciarle que estaba allí, en el local de marras. Me dijo que me anuncie con la operadora del teléfono, ella se lo comunicaría para hacerme pasar, una vez que él lo autorizara. Dos veces la empleada llamó y nada, no había respuesta. Volví a llamar y Vicente se apersonó presuroso, haciéndome pasar. Subimos al ambiente de la Comisión de Educación y Cultura, donde él estaba dando asesoría. Entramos a una oficina y allí, con la mayor tranquilidad y abundante luz, se desarrolló la entrevista que ahora escucharán ustedes.
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