viernes, 22 de marzo de 2013

ERIC HOSBAWN : MARX HOY ( PRIMERA PARTE)


Eric Hobsbawm,

Marx hoy
Por ERIC HOBSBAWM
En 2007, menos de dos semanas antes del aniversario de la muerte de Karl Marx (14 de marzo) y a pocos pasos de distancia del lugar
con el que está más estrechamente asociado en Londres, la Round Reading Room del Museo Británico, se celebró la Semana del Libro Judío. Dos socialistas muy diferentes, Jacques Attali y yo, estábamos allí para presentarle nuestro respeto póstumo. Sin embargo, si tenemos en cuenta la ocasión y la fecha, aquello era doblemente inesperado. No podemos decir que Marx muriera habiendo fracasado en 1883, porque sus obras habían empezado a hacer mella en Alemania y especialmente entre los intelectuales de Rusia, y un movimiento dirigido por sus discípulos estaba ya captando al movimiento obrero alemán. Pero en 1883, aunque poco, había ya suficiente para mostrar la obra de su vida. Había escrito algunos panfletos extraordinarios y el tronco de un importante volumen incompleto, Das Kapital, obra en la que apenas avanzó durante la última década de su vida. «¿Qué obras?», inquiría amargamente cuando un visitante le preguntaba acerca de sus obras. Su principal esfuerzo político desde el fracaso de la revolución de 1848, la llamada Primera Internacional de 1864-1873, se había ido a pique. No ocupó ningún lugar destacado en la política ni en la vida intelectual de Gran Bretaña, donde vivió durante más de la mitad de su vida en calidad de exiliado.
Y sin embargo, ¡qué extraordinario éxito póstumo! Al cabo de veinticinco años de su muerte, los partidos políticos de la clase obrera
europea fundados en su nombre, o que reconocían estar inspirados en él, tenían entre el 15 y el 47 % del voto en los países con elecciones democráticas; Gran Bretaña era la única excepción. Después de 1918 muchos de ellos fueron partidos de gobierno, no sólo de la oposición, y siguieron siéndolo hasta el final del fascismo, pero entonces la mayoría de ellos se apresuraron a desdeñar su inspiración original. Todos ellos existen todavía. Entretanto, los discípulos de Marx crearon grupos revolucionarios en países no democráticos y del tercer mundo. Setenta años después de la muerte de Marx, una tercera parte de la raza humana vivía bajo regímenes gobernados por partidos comunistas que presumían de representar sus ideas y de hacer realidad sus aspiraciones. Bastante más de un 20 % aún siguen en el poder a pesar de que sus partidos en el gobierno, con pocas excepciones, han cambiado drásticamente sus políticas. Resumiendo, si algún pensador dejó una importante e indeleble huella en el siglo xx, ése fue él. Entremos en el cementerio de Highgate, donde están enterrados los decimonónicos Marx y Spencer —Karl Marx y Herbert Spencer—, cuyas tumbas están curiosamente una a la vista de la otra. Cuando ambos vivían, Herbert estaba reconocido como el Aristóteles de la época, y Karl era un tipo que vivía en la parte baja de la ladera de Hampstead del dinero de su amigo. Hoy nadie sabe siquiera que Spencer está allí, mientras que ancianos peregrinos de Japón y la India visitan la tumba de Karl Marx, y los comunistas iraníes e iraquíes exiliados insisten en ser enterrados a su sombra.
La era de los regímenes comunistas y partidos comunistas de masas tocó a su fin con la caída de la URSS, y allí donde aún sobreviven, como en China y la India, en la práctica han abandonado el viejo proyecto del marxismo leninista. Cuando esto ocurrió, Karl Marx volvió a encontrarse en tierra de nadie. El comunismo se había jactado de ser su verdadero y único heredero, y sus ideas se habían identificado ampliamente con él. Incluso las tendencias marxistas o marxistas-leninistas disidentes que establecieron unos cuantos puntos de apoyo aquí y allí después de que Khrushchev denunciase a Stalin en 1956 eran casi con toda certeza excomunistas escindidos. Por consiguiente, durante gran parte de los primeros veinte años después de su muerte, se convirtió estrictamente en un hombre del pasado del que no valía la pena ocuparse. Algún que otro periodista ha llegado incluso a sugerir que el debate de esta noche trata de rescatarlo de «la papelera de la historia». Sin embargo, hoy en día Marx es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI.
No creo que deba hacerse demasiado caso de un sondeo realizado por la BBC en el que, según los votos de los radioyentes británicos, Marx fue el más grande de todos los filósofos, pero si escribimos su nombre en Google, comprobamos que sigue siendo la mayor de las
grandes presencias intelectuales, superado sólo por Darwin y Einstein, pero muy por encima de Adam Smith y Freud.
En mi opinión, hay dos razones para ello. La primera es que el fin del marxismo oficial de la URSS liberó a Marx de la identificación pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas en la práctica. Quedó muy claro que todavía había muchas y buenas razones para tener en cuenta lo que Marx tenía que decir acerca del mundo. Sobre todo porque, y ésta es la segunda razón, el mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era en aspectos cruciales asombrosamente parecido al mundo anticipado por Marx en el Manifiesto comunista. Esto quedó patente con la reacción pública en el 150 aniversario de este extraordinario panfleto en 1998, año de intensa agitación de la economía global. Paradójicamente, esta vez fueron los capitalistas, no los socialistas, quienes lo redescubrieron: los socialistas estaban demasiado desalentados para conceder demasiada importancia a este aniversario. Recuerdo mi asombro cuando se me acercó el editor de la revista de vuelo de United Airlines, de la que el 80 % de lectores debían de ser americanos en viaje de negocios. Yo había escrito un artículo sobre el Manifiesto, y él pensaba que sus lectores podían estar interesados en un debate acerca del mismo; ¿podía utilizar fragmentos de mi artículo? Todavía quedé más sorprendido cuando, en una comida, a finales de siglo o a principios del nuevo, George Soros me preguntó qué pensaba yo de Marx. Sabiendo lo mucho que divergían nuestras opiniones, quise evitar una discusión y le di una respuesta ambigua. «Hace 150 años este hombre», dijo Soros, «descubrió algo sobre el capitalismo que hemos de tener en cuenta». Y era cierto. Poco después, escritores que nunca, por lo que yo sé, habían sido comunistas, empezaron a considerarlo con seriedad, como en la nueva biografía y estudio de Marx de Jacques Attali. Éste piensa también que Karl Marx tiene mucho que decir a aquellos que quieren que el mundo sea una sociedad diferente y mejor de la que tenemos hoy en día. Es bueno que nos recuerden que incluso desde este punto de vista hemos de tener en cuenta a Marx en la actualidad.
En octubre de 2008, cuando el Financial Times londinense publicó el titular «Capitalismo en convulsión», ya no podía haber ninguna duda de que había vuelto a la escena pública. Mientras el capitalismo global siga experimentando su mayor conmoción y crisis desde
comienzos de los años treinta, no es probable que abandone dicho escenario. Además, el Marx del siglo xxi sin lugar a dudas será muy distinto del Marx del siglo xx.
Lo que la gente pensaba de Marx el siglo pasado estaba dominado por tres hechos. El primero era la división entre países en cuya agenda se encontraba la revolución, y los que no, es decir, a grandes rasgos, los países de capitalismo desarrollado del Atlántico Norte y regiones del Pacífico y el resto. El segundo hecho se desprende del primero: la herencia de Marx se bifurcó de forma natural en una herencia socialdemócrata y reformista y una herencia revolucionaria, dominada abrumadoramente por la revolución rusa. Esto se puso de manifiesto después de 1917 a causa del tercer hecho: el derrumbe del capitalismo decimonónico y de la sociedad burguesa del siglo xix en lo que he denominado la «era de la catástrofe», entre, aproximadamente, 1914 y finales de los años cuarenta. Aquella crisis iba a servir para que muchos dudasen de si el capitalismo podría recuperarse. ¿Acaso no estaba destinado a ser reemplazado por una economía socialista tal como predijo el para nada marxista Joseph Schumpeter en la década de 1940? De hecho, el capitalismo se recuperó, pero no en su antigua forma. Al mismo tiempo, en la URSS la alternativa socialista parecía ser inmune al colapso. Entre 1929 y 1960 no parecía descabellado, ni siquiera para los numerosos no socialistas que no estaban de acuerdo con la parte política de estos regímenes, creer que el capitalismo estaba perdiendo fuelle y que la URSS estaba demostrando que podía superarlo. En el año del Sputnik esto no sonaba absurdo. Que sí lo era, se hizo harto evidente después de 1960.
Estos acontecimientos y sus implicaciones en la política y la teoría pertenecen al período posterior a la muerte de Marx y Engels. Se encuentran más allá del alcance de la propia experiencia y valoraciones de Marx. Nuestro juicio del marxismo del siglo xx no se sustenta en el pensamiento de Marx, sino en interpretaciones o revisiones póstumas de sus obras. Como mucho, podemos alegar que a finales de la década de 1890, durante lo que constituyó la primera crisis intelectual del marxismo, la primera generación de marxistas, aquellos que habían tenido contacto personal con Marx, o más probablemente con Frederick Engels, empezaban ya a debatir algunos de los temas que serían relevantes en el siglo xx, especialmente el revisionismo, el imperialismo y el nacionalismo. Gran parte de los debates marxistas posteriores son específicos del siglo xx y no se encuentran en Karl Marx, en particular la disputa sobre cómo podía o debería ser en realidad una economía socialista, que surgió en gran medida de la experiencia de las economías de guerra de 1914-1918 y de las casi revolucionarias o revolucionarias crisis de posguerra.
Así pues, la afirmación de que el socialismo era superior al capitalismo como modo de asegurar el rápido desarrollo de las fuerzas de producción no pudo haber sido pronunciada por Marx. Pertenece a la era en que la crisis capitalista de entreguerras se encaraba a la URSS de los planes quinquenales. En realidad, lo que decía Karl Marx no era que el capitalismo hubiera alcanzado los límites de su capacidad para aumentar las fuerzas de producción, sino que el ritmo irregular del crecimiento capitalista provocaba crisis periódicas de superpoblación que, tarde o temprano, se revelarían incompatibles con el modo capitalista de llevar la economía y generaría conflictos sociales a los que no sobreviviría. El capitalismo era, por naturaleza, incapaz de conformar la economía resultante de la producción social. Ésta, suponía, sería necesariamente socialista.
Por consiguiente, no es de extrañar que el «socialismo» estuviera en el centro de los debates y las valoraciones de Karl Marx del siglo xx. La razón de ello no era porque el proyecto de una economía socialista sea específicamente marxista, que no lo es, sino porque todos los partidos inspirados en el marxismo compartían este proyecto y los comunistas incluso se arrogaban el haberlo instituido. Dicho proyecto, en su forma del siglo xx, está muerto. El «socialismo», tal como se aplicó en la URSS y las otras «economías centralmente planificadas», es decir, economías dirigidas teóricamente sin mercado, propiedad del Estado y controladas por el mismo, han desaparecido y no resurgirán. Las aspiraciones socialdemócratas de construir economías socialistas habían sido siempre ideales de futuro, pero incluso como aspiraciones formales fueron abandonadas a finales de siglo.
¿Hasta qué punto era marxiano el modelo de socialismo que tenían en mente los socialdemócratas y el socialismo establecido por los regímenes comunistas? En este aspecto, es fundamental destacar que el propio Marx se abstuvo deliberadamente de hacer declaraciones específicas acerca de las economías e instituciones económicas del socialismo y no dijo nada sobre la forma concreta de la sociedad comunista, excepto que no podía ser construida ni programada, sino que evolucionaría a partir de una sociedad socialista. Estas observaciones generales que hizo sobre el tema, como las de la Crítica del programa de Gotha de los socialdemócratas alemanes, apenas proporcionaron una guía específica a sus sucesores, y éstos no se tomaron en serio lo que consideraron que era un problema académico o un ejercicio utópico hasta después de la revolución. Bastaba con saber que estaría basada, para citar la famosa «cláusula IV» de la constitución del Partido Laborista, «en la propiedad común de los medios de producción», alcanzable, según interpretación general, mediante la nacionalización de las industrias del país.
Curiosamente, la primera teoría de una economía socialista centralizada no fue elaborada por socialistas, sino por un economista italiano no socialista, Enrico Barone, en 1908. Nadie más pensó en ella antes de que la cuestión de nacionalizar las industrias privadas saltara a la agenda de la política práctica al final de la primera guerra mundial. En aquel momento, los socialistas se enfrentaron a sus problemas sin estar preparados y sin guía alguna del pasado ni de ningún tipo.
La «planificación» está implícita en cualquier clase de economía socialmente gestionada, pero Marx no dijo nada concreto al respecto, y cuando se puso en práctica en la Rusia soviética después de la revolución, tuvo que ser en gran parte improvisada. Teóricamente se hizo ideando conceptos (como el análisis de entrada-salida de Leontiev)* [Análisis input-output. (N. de la t.)] y proporcionando estadísticas relevantes. Estos mecanismos serían más tarde ampliamente asumidos por economías no socialistas. En la práctica se llevó a cabo imitando las igualmente improvisadas economías de guerra de la primera guerra mundial, especialmente la alemana, quizá prestando especial atención a la industria eléctrica sobre la que Lenin fue informado por simpatizantes políticos entre los ejecutivos de las empresas eléctricas alemanas y americanas. La economía de guerra constituyó el modelo básico de la economía soviética planificada, es decir, una economía que se propone a priori ciertos objetivos —industrialización ultrarrápida, ganar una guerra, fabricar una bomba atómica o llevar al hombre a la luna— y después planifica cómo alcanzarlos destinando recursos sea cual fuere el coste a corto plazo. No hay nada exclusivamente socialista en ello. Trabajar para objetivos establecidos a priori puede hacerse con más o menos sofisticación, pero la economía soviética nunca fue más allá de esto. Y a pesar de que lo intentó a partir de 1960, nunca pudo salir del círculo vicioso implícito de tratar de ajustar los mercados a una estructura burocrática dirigida.
La socialdemocracia modificó el marxismo de modo distinto, bien posponiendo la construcción de una economía socialista, bien, de modo más positivo, concibiendo diferentes formas de una economía mixta. El hecho de que los partidos socialdemócratas se comprometieran a crear una economía totalmente socialista implicaba cierta reflexión sobre el tema. El pensamiento más interesante provino de pensadores no marxianos como los fabianos Sidney y Beatrice Webb, que pronosticaron una transformación gradual del capitalismo hacia el socialismo a través de una serie de reformas irreversibles y acumulativas, dotando así de pensamiento político a la forma institucional del socialismo, aunque no a sus operaciones económicas. El principal «revisionista» marxiano, Eduard Bernstein, afinó el problema insistiendo en que el movimiento reformista lo era todo y que el objetivo final no tenía realidad práctica. De hecho, la mayoría de los partidos socialdemócratas que se convirtieron en partidos de gobierno después de la primera guerra mundial se conformaron con la política revisionista, dejando que la economía capitalista operase para satisfacer las exigencias del trabajo. El locus clasicus de esta actitud fue El futuro del socialismo de Anthony Crosland (1956), que esgrimía que ya que el capitalismo posterior a 1945 había solucionado el problema de producir una sociedad de la abundancia, la empresa pública (en la forma clásica de nacionalización o de otro modo) no era necesaria y la única tarea de los socialistas era la de garantizar una distribución equitativa de la riqueza nacional. Todo esto estaba muy alejado de Marx, y por supuesto de los objetivos tradicionales de los socialistas hacia un socialismo como sociedad básicamente no mercantil, que probablemente también Karl Marx compartía.
Permítanme añadir solamente que el reciente debate entre neoliberales económicos y sus críticos sobre el papel de las empresas públicas y del Estado, en principio, no es un debate específicamente marxista y ni siquiera socialista. Descansa en el intento desde la década de 1970 de trasladar una degeneración patológica del principio de laissez-faire a la realidad económica mediante el repliegue sistemático de los estados ante cualquier regulación o control de las actividades de empresas lucrativas. Este intento de transferir la sociedad humana al mercado (supuestamente) autocontrolado que maximiza la riqueza e incluso el bienestar, poblado (supuestamente) por actores en busca de sus propios intereses, no tenía precedente en ninguna fase anterior del desarrollo capitalista en ninguna economía desarrollada, ni siquiera en EE.UU. Era una reductio ad absurdum de lo que sus ideólogos leyeron en Adam Smith, igual que lo era la equivalente economía dirigida extremista de la URSS planificada al cien por cien por el Estado de lo que los bolcheviques leyeron en Marx. No es de sorprender que este «fundamentalismo de mercado», más cercano a la ideología que a la realidad económica, también fracasase.
La desaparición de las economías estatales de planificación centralizada y la práctica desaparición de una sociedad fundamentalmente transformada de las aspiraciones de los desmoralizados partidos socialdemócratas han eliminado muchos de los debates del siglo xx sobre el socialismo. Estaban en cierto modo alejados del pensamiento del propio Karl Marx, aunque en gran medida inspirados en él y llevados a cabo en su nombre. Por otro lado, a través de sus obras Marx continuó siendo una enorme fuerza en tres aspectos: como pensador económico, como historiador y analista, y como el reconocido padre fundador (con Durkheim y Max Weber) del pensamiento moderno sobre la sociedad. No estoy cualificado para expresar una opinión acerca de su duradera, pero sin duda seria, trascendencia como filósofo. Indudablemente, lo que nunca perdió importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo como una modalidad históricamente temporal de la economía humana y su análisis del modus operandi de éste, siempre en expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose.

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Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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cel 993754274

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