JAVIER HERAUD
(Perú, Miraflores, 9 de enero de 1942 – Madre de Dios, 15 de mayo de 1963)
(Perú, Miraflores, 9 de enero de 1942 – Madre de Dios, 15 de mayo de 1963)
Te mataron cuando los pájaros volaban de los ríos
Y tus sueños descubrían la felicidad de las naranjas
y la ternura de las canoas en la aldea
Mientras tus amigos bailaban con sus enamoradas en los parques
recordando películas que olían a cerezas
Porque no quisiste vivir como el aire de las playas
Respirando el olor de las azucenas y el alba serena de las lluvias
Y porque creíste en los caminos llenos de semillas
y en las amapolas milagrosas de los días
Porque respiraste todo el tiempo como un grillo
La soledad espantosa de la dicha
Y el cielo fatigado de los niños
Porque jamás traicionaste los recuerdos del mendigo
Ni la memoria del geranio hundida como un carbón
en los sueños memorables de tu madre
Porque siempre pronunciaste las palabras más sencillas del camino
Y porque comprendiste como nadie las mentiras de las rosas
y los cuentos de hadas volando por la infancia
Y cómo el increíble rumor de las enredaderas de las casas
Se incendiaban al igual que un poco de maleza
En el silencio más oscuro y abominable de la tierra
Y tus sueños descubrían la felicidad de las naranjas
y la ternura de las canoas en la aldea
Mientras tus amigos bailaban con sus enamoradas en los parques
recordando películas que olían a cerezas
Porque no quisiste vivir como el aire de las playas
Respirando el olor de las azucenas y el alba serena de las lluvias
Y porque creíste en los caminos llenos de semillas
y en las amapolas milagrosas de los días
Porque respiraste todo el tiempo como un grillo
La soledad espantosa de la dicha
Y el cielo fatigado de los niños
Porque jamás traicionaste los recuerdos del mendigo
Ni la memoria del geranio hundida como un carbón
en los sueños memorables de tu madre
Porque siempre pronunciaste las palabras más sencillas del camino
Y porque comprendiste como nadie las mentiras de las rosas
y los cuentos de hadas volando por la infancia
Y cómo el increíble rumor de las enredaderas de las casas
Se incendiaban al igual que un poco de maleza
En el silencio más oscuro y abominable de la tierra
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