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De: Blogger <no-reply@blogger.com>
Fecha: 11 de julio de 2016, 9:05
Asunto: [TacnaComunitaria] CAMPAÑA DE LA BREÑA: HUAMACHUCO 10-7-1883
Para: luismiguel1952@gmail.com
      
      
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
        
        
    
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Publicado por Blogger para TacnaComunitaria el 7/11/2016 09:05:00 a. m.
De: Blogger <no-reply@blogger.com>
Fecha: 11 de julio de 2016, 9:05
Asunto: [TacnaComunitaria] CAMPAÑA DE LA BREÑA: HUAMACHUCO 10-7-1883
Para: luismiguel1952@gmail.com
  Capitàn Eloy Villacrez
    Preàmbulo
    La Campaña de la Breña llevaba casi  tres años, prácticamente todo el año 1881, 1882 y más de medio año de 1883,  había cansancio en la opinión chilena  sobre, observaban que los cadáveres  de sus soldados eran una rutina y no encontraban una solución, esto es la paz  con cesión territorial, tema que fue rechazado de plano por Cáceres.
    El cuadro político era muy complejo,  con el retiro de la escena del Presidente Piérola, que abandona el país luego  de la caída de Lima y según èl, se dirige a Bolivia a revitalizar la alianza y  buscar armas y apoyo, lo cual no fue cierto. 
    En la práctica quedaron dos  presidentes, en la Sierra Central  Cáceres y en el Sur, Arequipa-Puno,  Lizardo Montero. Cada uno actuaba de acuerdo a su libre pensar y parecer.
    Lo real y concreto, era que se requería  paciencia para observar el panorama, la única manera de mantener la integridad  territorial era mediante la sucesión de cientos de batallas, casi todas tenían  como consecuencia el arrasamiento de poblaciones civiles, tal como ocurrió con  Huamachuco, ese fue el precio que nuestro pueblo pagó por mantener la unidad  territrial. 
    La Batalla, 
    Fue una demostración de arrojo y valor  de nuestros hombres, la escases de parque hizo que estando en retirada los  chilenos, al observar que nuestro ataque languidecía, volvieron grupas para  atacar a unas fuerzas sin recursos para seguir actuando.    
    Si bien nuestro ejército fue vencido,  Cáceres y Albarracín lograron, fugar, hay la narración de un subteniente  chileno, que logró perseguir a Cáceres cuando ya todo estaba perdido, indicando  que realmente era un brujo y por eso se escapó. Momentos previos los oficiales  le dicen a Cáceres que abandone el campo de batalla, para mantener la  resistencia, sólo él podía reagrupar nuevas fuerzas, como realmente ocurrió al  constituirse  a Andahuaylas y formas el cuarto ejercito de la Breña.
    La Bajeza humana
    Luego de la derrota,  Iglesias  quedó libre  con su camarilla, llegó incluso a brindar por el triunfo  chileno, al respecto  el  historiador  Comandante Guerrero dice  (pag.187, sus memorias):
    "A raíz de la derrota de Cáceres  en Huamachuco, los partidarios de Montàn (Miguel Iglesias), dieron el  incalificable espectáculo de celebrar, en Cajamarca, el triunfo chileno.
    Iglesias disponía de agentes montados  en diferentes sitios de Huamachuco a Cajamarca. Uno de ellos galopó a mata  caballo hasta esta ciudad trayendo la noticia de la derrota de Cáceres. Las  autoridades iglesistas festejaron jubilosas la victoria de los chilenos.  Iglesias mandó una comisión especial a Huamachuco para felicitar en su nombre a  Gorostiaga, sabía que Lynch (Jefe de la ocupación chilena) lo había condenado a  muerte por lo ocurrido en San Pablo (1882) cuando la guarnición chilena de  Cajamaraca fue diezmada y se culpabilizò a Iglesias de ese acto..
    Chile tenía más recursos, por eso fue  un error enfrentarse de aparato a aparato en una gran batalla, la única forma  de vencer era realizar mil ataque en todos los lugares donde era débiles los  chilenos para mantener el espíritu de combate.
    Gorostiaga  dio las órdenes de no  dejar a un solo peruano con vida y, en forma sistemática, los chilenos se  dedicaron al "repase" de cuanto herido encontraron y aquel que caía  con vida, era ejecutado en forma inmediata. La caballería chilena salió en  persecución de los soldados en retirada y aquel que alcanzaron, lo ejecutaron  en el lugar.
    Leoncio Prado, quien recién el día 14,  a cuatro días de la contienda, las patrullas enemigas en busca de peruanos, lo  encontraron gravemente herido en una pierna, en la casa de José Camón, por vil  delación del propietario, en el lugar denominado Cushuro, a 15 kilómetros del  campo de batalla. Preso fue llevado a Huamachuco junto con sus ayudantes. No se  le permitió comunicación alguna y al día siguiente fue fusilado alevosamente en  su lecho de herido, luego fueron ejecutados sus ayudantes.
    En esa forma murieron cerca de 700 a  1300 soldados, de un ejército que al entrar en batalla no contaba con más de  1800 hombres. Enfrentamiento que tiene una particularidad: que no hubo un solo  prisionero ni tampoco heridos, todos murieron.
    La soldadesca de Gorostiaga, después de  la batalla se dedicó a depredar y destruir la ciudad de Huamachuco, utilizando  el derecho a saqueo, que sus jefes les prometieron. Para mostrar lo que  sucedió, copiamos algunos párrafos de la obra "La batalla de Huamachuco y  sus desastres", escrita por Abelardo M. Gamarra "el Tunante",  obra presentada por el editor en las "Memorias de Cáceres": (188) ...
    "Para pintar los horrores de la  implacable crueldad de los chilenos nos bastará citar las siguientes palabras  textuales de don Raimundo Valenzuela, chileno, autor de un libro titulado  "La batalla de Huamachuco" (Santiago, Imprenta Gutemberg, 1885), que  dice, hablando de la persecución de los fugitivos: "Duró esta como hasta  las nueve de la noche. En el delirio de la persecución no perdonaban a nadie:  enemigo alcanzado era enemigo muerto". Lo que quiere decir que repasaron a  los que heridos habían quedado en el campo, que ultimaron despiadadamente a los  que se rendían y que fusilaron a jefes y oficiales, dignos por mil títulos de  respeto de quienes en verdad fueran hidalgos; pero no es esa carnicería  espantosa la menor de las manchas, que eternamente llevarán sobre sí los  chilenos que pelearon en Huamachuco, sino las escenas que pasamos a describir,  y de cuya autenticidad a Dios ponemos por testigo. La hora del infortunio había  sonado.
    Una a dos de la tarde del 10 de julio  de mil ochocientos ochenta y tres. Durante los tres días del sangrante reñir,  casi todas las familias principales, y no pocas de las del pueblo, habían, como  hemos dicho, abandonado la población: dos o tres, a lo más, de las primeras,  vieron llegar el terrible momento, y no tuvieron ni tiempo para huir, ni  encontraron un lugar donde refugiarse. Como volcán que estalla y derrama su  lava sobre la campiña, desde la cumbre del Sazón se lanzó sobre la ciudad la soldadesca  desenfrenada, semejante a los bárbaros del siglo V, en los pueblos que  conquistaban; aullando como jauría de perros, más que dando gritos de triunfo,  en grupos armados se esparcieron los chilenos por toda la ciudad y sus  suburbios, rompiendo a culatazos cuanta puerta encontraban cerrada, después de  descerrajar tiros de rifles en las chapas.
    Olvidando todo sentimiento humanitario,  solo hablaba en aquellos feroces y crueles hombres el instinto del bruto; sus  rostros mismos, bañados por el sudor, embadurnados con el polvo de la refriega  y muchos salpicados con la sangre peruana, presentaban, según refieren testigos  presenciales, aquel aspecto patibulario de los descamisados del 93, o de los  salvajes compañeros de Atila. Ebrios por el licor, por lujuria y la codicia,  acuchillando moribundos, "repasando" a los heridos, lanzando gritos,  destrozando cuanto encontraban; era aquello como danza infernal, en la que el  horror del asesinato, las imprecaciones del asesino y el clamor de las víctimas,  se mezclaba la algaraza de la lubricidad.
    —"¿Dónde está la plata?" era  la primera pregunta, de aquellos criminales autorizados.
    —Señor, soy una pobre, respondía alguna  infeliz anciana. —"Mientes, vieja bruja, entrégame la plata si no quieres  morir" y la boca del rifle tocaba el pecho de la desventurada. — ¡Por el  amor de Dios!
    —"Muere vieja ladrona", y el  soldado arrojándola por el suelo, penetraba hasta el último rincón de la  casucha; rompía los baúles, tomaba todo lo que era de valor, pasando a otra  casa a repetir la misma escena, y así no hubo una sola de la ciudad que se  librara del saqueo.
    Indescriptible era el cuadro que  presentaba cada casa: puertas hechas pedazos, baúles destrozados; objetos que  no eran de valor rodando por el suelo en fragmentos; manchas de sangre en las  paredes; cadáveres de infelices ancianos, de indefensos inválidos, tendidos en  los corredores o en medio de las habitaciones; mujeres desmayadas o  semimuertas, víctimas de horribles violaciones en actitudes vergonzosas.
    Las infelices subían a los tejados a  ocultarse, las seguían los soldados: se arrojaban al suelo desde lo alto,  prefiriendo la muerte a la deshonra, y sobre caídas y exánimes, como sobre  cadáveres, se lanzaban los que no habían subido tras ellas, y las violaban.
    Ebria la mayor parte de aquella infame  soldadesca asesinaban por placer, robaban y cometían violaciones lanzando  carcajadas bestiales. Ni el templo se libró del ultraje: rompieron a balazos las  cerraduras, de igual modo las de los Tabernáculos, despojaron de sus alhajas a  los altares y las imágenes, dejando pisoteados y por el suelo las vestiduras de  los santos...
    Todas las casas, desde la de Dios,  hasta la del último ciudadano, fueron profanadas en tan criminal feria; unos  entraban y otros salían, para facilitar su robo llevaban a los indios con  alforjas al hombro en las que conducían a sus cuarteles cuantos objetos  juzgaban de valor, y así, la población quedó barrida
    Los siete pecados capitales, en traje  militar, celebraron su fiesta durante cinco días consecutivos. Nada fue  perdonado, ni la criatura de once años, ni la anciana de ochenta: muchas  desgraciadas murieron a consecuencia del acto criminal en ellas cometido; y por  lo que hace a sangre fue vertida entre la de muchos, tomados caprichosamente  por montoneros, la de setenta y dos ancianos, inválidos la mayor parte de  ellos, por sus achaques, algunos miserablemente degollados.
    De entre esos infelices recordamos a  los siguientes... (sigue la relación de múltiples nombres).
    Todos estos fueron victimados con una  alevosía inexplicable, y nada clamará más al cielo, eternamente, como el  asesinato de esos setenta y dos desventurados, que en vano levantaron sus manos  juntas implorando misericordia. La casa del rico y la casucha del más pobre,  todo cayó bajo el saqueo de los insaciables chilenos. Tal y tan grande fue esto  que multitud de familias quedaron en la mendicidad, muchas sin más camisa que  la que llevaban en el cuerpo, sin un plato en qué comer, ni menos un mal  pellejo que pudiera servirles de cama. Casas hubo después del saqueo, que  parecían no haber sido habitadas jamás; 
    A la llegada de la noche era Huamachuco  semejante al cadáver de un mendigo, y avaluando "tan solo" lo que en  dinero, alhajas y especies de valor se perdió en el saqueo, se calcula un  millón de soles de plata. Todas las tiendas de comercio quedaron completamente  escuetas: sin más que el entablado de sus pavimentos y destrozadas por completo  sus puertas, parecían, vistas a la distancia, bocaminas; entre tanto, cada  cuartel era una aduana". Anexo 56
    Enseñanza:
    La Guerra es un acto político, una  decisión de medir las armas con el enemigo se hace luego de observar el  objetivo por alcanzar, en el presente caso no había razón de enfrentar a Chile  de aparato a aparato, el enfrentamiento debió seguir siendo mil combates  diarios, en una hostilización permanente, con una unidad de comando y no con  intereses de grupo. Probablemente los oficiales que acompañaban a Cáceres, querían  demostrar a Iglesias que podían imponer condiciones para la Paz y se jugaron  "todos sus ases" en una sola partida, eso nos costó Tarapacá y Arica.  Aprendamos siempre
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    Enviado por: Eloy Villacrez   
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Publicado por Blogger para TacnaComunitaria el 7/11/2016 09:05:00 a. m.

 
 
 
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