SINDICATO, MULTITUD Y COMUNIDAD
Movimientos sociales y formas de autonomía
política en Bolivia
Movimientos sociales y formas de autonomía
política en Bolivia
La multitud
    
No vamos a detenernos  aquí en las circunstancias particulares que permitieron la emergencia de la forma multitud en las jornadas de movilización  social de enero a septiembre de 2000, existen trabajos detallados al respecto.[1] Lo que vamos a  intentar es hacer un análisis más estructural de esta forma de acción  colectiva, que se presenta de manera recurrente en la historia social  boliviana, aunque con características diferentes en cada contexto.
    
1) Modo de unificación territorial y flexible. En la medida en que  gran parte de las unificaciones por centro de trabajo han sido atacadas por las  políticas de flexibilización laboral, libre contratación y fragmentación  productiva, formas preexistentes de organización territorial, como las juntas  vecinales, los sindicatos por jurisdicción (campesinos y gremiales), o  asociaciones por rama de oficio, han adquirido una relevancia de primer orden.  Anteriormente opacadas por el sindicalismo de empresa, el debilitamiento de  éste ha dado paso a un mayor protagonismo de estas estructuras unificadoras. Se  pensó que, tras el desmantelamiento de las estructuras de unificación nacional  como la COB, se asistiría a un largo proceso de desorganización social, susceptible  de ser disciplinada y capturada por instituciones clientelistas como partidos,  organizaciones no gubernamentales (ONG) o la Iglesia. Sin embargo, el desmoronamiento de  las antiguas estructuras de movilización nacional con efecto estatal ha  mostrado una multifacética, compleja y generalizada urdimbre organizativa de la  sociedad subalterna, enraizada en ámbitos locales de preocupación.
    
Pero además, en tanto uno de los ejes de la estrategia neoliberal de  reconfiguración de la generación de excedente económico es el que se refiere a  la subsunción de valores de uso por la lógica del valor de cambio o, lo que es  lo mismo, la mercantilización de las condiciones de reproducción social básica  (agua, tierra, servicios), anteriormente reguladas por lógicas de utilidad  pública (local o estatal), las riquezas sociales directamente involucradas en  esta expropiación son precisamente las que tienen una función territorial, como  la tierra y el agua, creándose así las condiciones de posibilidad material para  la reactivación práctica de nuevas estructuras de unificación, emergentes de  los nuevos peligros. Este es el caso de las Asociaciones de Regantes que, asentándose en  muchos casos en conocimientos y habilidades organizativas tradicionales  practicadas desde hace siglos,[2] pero adecuadas a las  nuevas necesidades, han creado medios de agolpamiento y de filiación modernos,  para defender la gestión del agua según "usos y costumbres".
    
Por lo general, estos núcleos de agrupamiento tienen una vida activa  en términos locales, por su corta edad, o han sido arrinconados a un estrecho  marco, a raíz de la creciente proscripción estatal de la lógica política  corporativa, que guio la relación entre Estado y sociedad desde los años  cuarenta del siglo XX. Sin embargo, la persistencia, la amplitud, la propia  herencia colectiva e individualizada de acción general, y la propia generalidad  de la agresión localmente soportada han ayudado a que estos nodos puedan crear  una extensa red de movilización y acción común, primero regional, luego provincial  y, por último, departamental.
    
La Coordinadora del Agua y de la Vida, nombre regional y temporal de  una de las maneras de manifestación de la forma multitud, es una red, primero de  acción comunicativa —en un sentido parecido al propuesto por Habermas—,[3] de tipo horizontal, en  la medida en que es el resultado de la formación, de manera práctica, de un  espacio social de encuentro entre "iguales"; los afectados por la  problemática del agua, con iguales derechos prácticos de opinión, intervención  y acción, y que a través de complejos y variados flujos comunicacionales  internos van creando un discurso unificador, unas demandas, unas metas y unos  compromisos, para lograrlos de manera conjunta. En segundo lugar, es una red de  acción práctica con capacidad de movilización autónoma respecto al Estado, la  Iglesia, los partidos políticos y las ONG.
    
Lo decisivo de esta multitud es que, a diferencia de la muchedumbre,  que permite agregar individualidades sin filiación o dependencia alguna además  de la euforia de la acción inmediata, ésta es mayoritariamente la agregación de  individuos colectivos, es decir, una asociación de asociaciones, donde cada  persona que está presente en el acto público de encuentro no habla por sí mismo,  sino por una entidad colectiva local ante la cual tiene que rendir cuentas de  sus acciones, de sus decisiones, de sus palabras.
    
Es muy importante tener esto en cuenta pues, a diferencia de lo que  cree Habermas, el poder de intervención en el espacio público nunca está  equitativamente repartido; hay personas e instituciones portadoras de una mayor  experiencia discursiva, de una mayor habilidad organizativa (el llamado  ''capital militante" propuesto por Poupeau), que les puede permitir  influir en una asamblea, un cabildo o una reunión, e inclinar las decisiones a favor  de una postura y acallar otras. Esto se puede apreciar, por ejemplo, en las  intervenciones estridentes y en los "amarres" asamblearios mediante  los cuales planifican sus intervenciones algunos partidarios de estructuras  políticas de la antigua izquierda. Sin embargo, estas intervenciones de  "profesionales del discurso" y de pseudorradicalismo fácil, pues no  responden ante nadie por sus actos, tienen como muralla de su influencia la  responsabilidad que tiene cada participante en una asamblea, en sus palabras,  sus decisiones y compromisos con su distrito, con sus mandantes de barrio,  comité o comunidad, que son los que, en última instancia, aceptan o rechazan  las acuerdos adoptados en las asambleas. Y estas asociaciones, bajo cuya identidad  actúan los individuos, son ante todo organizaciones territoriales en las que  reposa una buena parte de la infraestructura comunicacional (radios y  periódicos con públicos locales, locales de reunión, zonas de bloqueo, etc.) y,  ante todo, la fuerza y la amplitud de la movilización. La multitud no es un  arremolinamiento de desorganizados, sino, por el contrario, una acción  organizada de personas organizadas previamente, como en su tiempo lo fue la COB, sólo que ahora contando como nudos de reunión a  estructuras territoriales.
    
Pero además, y esta es una virtud respecto a la forma sindicato, si bien, tal como las hemos  descrito al inicio, las organizaciones de tipo territorial son la columna  vertebral que sostiene la acción pública, las movilizaciones y la  presión social de la multitud, éstas no crean una frontera entre afiliados y desafiliados,  como anteriormente lo hacía el sindicato. Tanto en sus reuniones locales, departamentales,  en las acciones de masas, en las asambleas y cabildos,  en las movilizaciones, bloqueos o enfrentamientos, otras personas, carentes de  filiación grupal (individuos) o representantes de otras formas de organización  (sindicatos obreros, ayllus), también  pueden intervenir, opinar, participar, etc., ampliándose enormemente la base  social de acción y legitimidad.
    
En este sentido, la multitud es una red organizativa bastante flexible, hasta  cierto punto laxa que, presentando un eje de aglutinación bastante sólido y permanente,  es capaz no sólo de convocar, dirigir y "arrastrar", como lo  hacía la COB, a otras formas organizativas y a una  inmensa cantidad de ciudadanos "sueltos", que por su precariedad  laboral, por los procesos de modernización e individualización carecen de  fidelidades tradicionales, sino que además es una estructura de movilización  capaz de integrar a sus propias redes a la dinámica interna de deliberación,  resolución y acción, a individualidades y asociaciones,  a fin de emprender la búsqueda de un objetivo, de manera inmediata o a largo  plazo.
    
2) Tipo de reivindicaciones y base organizacional. Las  principales demandas en torno a las cuales han comenzado a articularse estos  centros locales de asociación han sido las de gestión del agua, el acceso a la  tierra y el precio de los servicios básicos que, en  conjunto, delimitan el espacio de riquezas vitales y primarias  que sostienen materialmente la reproducción social.
    
En el caso de los trabajadores del campo, la  defensa de la gestión del agua, la tierra y la  cultura de complejas redes sociales vinculadas a esta gestión, le hace frente a  los intentos de sustituir el significado concreto de la riqueza (satisfacción  de necesidades) y sus formas de regulación directas (filiación  familiar-comunal), por un significado abstracto de la riqueza (la ganancia  empresarial) y otros modos de regulación alejados del control de  los usufructuarios (legislación estatal). Lo novedoso y lo agresivo de esta reconfiguración  del uso de la riqueza social no radica tanto en la mercantilización, que es  frecuente en comunidades campesinas y en ayllus, sino en  que, pese a evidentes desigualdades y jerarquías internas en la gestión de  estos recursos, el valor mercantil se convierta en sustancia y medida, tanto de  la propia riqueza, como de su control y regulación.
    
En las comunidades campesinas, la mercantilización  de recursos está normada, no sólo por acuerdos de adhesión a la estructura comunal  y al cumplimiento de responsabilidades políticas y festivas, sino que además  son normas que, en mayor o menor medida, se hallan supeditadas a convenciones y  acuerdos colectivos, que subordinan el mercadeo de bienes a necesidades de  reproducción de la entidad comunitaria, fundada en otra lógica económica.
    
En el caso de los trabajadores y pobladores urbanos  y periurbanos, la lucha en contra de la elevación del valor de los servicios  (agua potable, electricidad, transporte) tiene que ver con la defensa de lo que  se podría denominar un salario social indirecto, que se manifiesta a través de  las tarifas de los servicios básicos. A diferencia del salario de empresa, que  el trabajador recibe a través de remuneración o seguridad social, este salario  social tiene que ver con la manera en que el Estado regula la provisión de servicios  indispensables para la reproducción. El primer tipo de salario es el que más ha  sido afectado en los últimos veinte años por las reformas estructurales y el  deterioro laboral, en tanto que el segundo es el que ahora comienza a ser  objeto de disputa social y que, al afectar a las personas sin importar si  trabajan en una gran fábrica o en un taller artesanal, crea la posibilidad  estructural de una interunificación global de las fuerzas del trabajo  fragmentado.
    
En ambos casos estamos, en primer lugar, ante la  reivindicación de demandas territorialmente asentadas, pues la condición directa  de usufructo de estas riquezas viene dada por la ocupación de un espacio de  territorio. En segundo lugar, estamos ante objetivos de movilización que buscan  detener el avance de la lógica mercantil y las reglas de la acumulación  capitalista en áreas de riqueza social anteriormente gestionadas por otra  racionalidad económica.
    
En ese sentido, utilizando la clasificación dada  por Tilly en su trabajo sobre el tránsito de las estructuras de poder local  tradicionales hacia estructuras de poder nacionales y modernas,[4] por este  carácter defensivo de las necesidades y tradiciones locales por parte del  movimiento social generado en Cochabamba, se podría decir que estamos ante un  tipo de acción colectiva "reactiva", similar a aquellas que él estudió  en el siglo XVIII europeo. La preexistencia de "comunidades solidarias  locales" como base de la movilización, y el que la gran fuerza de  agregación de los regantes recoja la vigorosa tradición de la cultura y  experiencia organizativa del movimiento campesino, formadas entre los años 1930-1960,[5] tiende  a reforzar esta mirada. Sin embargo, como ya explicamos en el anterior punto,  la forma multitud no sólo presenta redes de asociación con base  comunal o tradicional; también contiene, y de una manera creciente, grupos de  base asociativa y electiva emergentes de los intermitentes y mutilados procesos  de modernización social.
    
Precisemos esta última idea. La Coordinadora, si  bien tiene como punto de partida corpuscular formas organizativas —muchas de las  cuales pueden ser clasificadas como de tipo tradicional, porque están fundadas  en lógicas pre o no mercantiles de acceso a la tierra, el agua o servicios  públicos—, la adherencia al movimiento, tanto personal como grupal, es de tipo  electivo, propio de los movimientos sociales modernos. En las llamadas formas  tradicionales de asociación, en tanto la individualidad es un resultado de la  colectividad,[6] en su  interior se ejercitan mecanismos de deliberación, consenso deliberativo y obligatoriedad participativa esto  sucede en una buena parte de la vida interna de las organizaciones locales de  la Coordinadora. Pero, en las acciones conjuntas emprendidas bajo la forma de  multitud actuante, el acoplamiento de sindicatos, asociaciones de regantes,  barrios populares nominalmente integrantes de su estructura organizativa, ha  sido fruto de una libre elección al margen de cualquier coacción, sanción o  presión. La Coordinadora no tiene un mecanismo de vigilancia, control y sanción  de sus integrantes, y sostiene su convocatoria en la autoridad moral de sus  representantes, en los acuerdos y convencimientos llevados adelante en las  asambleas regionales, y la adhesión voluntaria a la acción colectiva. A diferencia  de la forma sindicato, portadora de conductas "modernas", que creó  una estructura estable de control y movilización de sus miembros, la  Coordinadora carece de ello y apela, ante todo, a la justeza y convencimiento  de la causa emprendida, como garantía de la contundencia de la movilización.  Así que la diferenciación entre moderno y tradicional resulta sumamente ambigua  y a veces arbitraria, pues parecería que, en general, los movimientos sociales  fueran simultáneamente "modernos" y "tradicionales", "defensivos"  y ofensivos", etcétera.
    
Por otra parte, las movilizaciones de septiembre y  abril, tanto en el Altiplano como en Cochabamba, han hecho uso, han ampliado y  han creado, espacios públicos para buscar legitimidad regional y nacional a sus  demandas. A través de tradicionales, pero también modernas, técnicas de  comunicación, han influido notablemente en la opinión pública para ampliar su  base de adherentes y, circunstancialmente, persuadir u obligar a las elites gobernantes  a modificar las leyes. Han hecho uso de las libertades de asociación, reunión,  deliberación y manifestación para hacer conocer sus necesidades, para reclutar  adherentes, para neutralizar al Estado, etcétera. En otras palabras, los  movimientos sociales de abril y septiembre han usado y ampliado los componentes  institucionales y democráticos de lo que se denomina la "sociedad civil  moderna", que son derechos civiles y políticos que no sólo están asociados  a los sistemas multipartidistas, como señalan Jean Arato y Andrew Cohen,[7] sino  que, ante todo, son derechos de ciudadanía conquistados por los propios  movimientos sociales, en particular por el movimiento obrero durante los siglos  XIX y XX tanto en Europa[8] y  Estados Unidos[9] como  en Bolivia.[10] Por  último, la forma multitud también ha puesto en escena demandas y acciones de  tipo "proactivo",[11] pues a  medida que se fue consolidando, ampliando y radicalizando el movimiento social,  la base movilizada de la Coordinadora comenzó a buscar reconocimiento a sus  formas de democracia asamblearia como técnica de gestión de demandas civiles;  la institucionalización de otras maneras de ejercer los derechos democráticos,  como el referéndum llevado a cabo en marzo de 2000, o la convocatoria a una  Asamblea Constituyente; el control directo del poder político a nivel  departamental durante las jornadas de movilización, o la propuesta de la  implementación de una forma autogestionaria de la provisión de agua potable.  Tenemos así una combinación de defensa de recursos anteriormente poseídos (el  agua), y la demanda de recursos que anteriormente no existían, en este caso  derechos democráticos y poder político, que hacen a la multitud una forma de  movilización profundamente tradicional y radicalmente moderna, por una parte y,  por otra, defensiva y ofensiva a la vez.
    
• Identidad. El hecho de que sean formaciones  territoriales y demandas de reproducción vital las que sostengan el movimiento social  de la Coordinadora y, paulatinamente, las movilizaciones en la ciudad de El  Alto contra el aumento de las tarifas de luz y agua y por la creación de una  universidad pública, habilita un abanico de posibilidades de autoidentificación  diferentes a las que hasta ahora habían prevalecido. No es el acceso a la  tierra lo que las agrupa, por lo que el sindicalismo agrario no es centro de  agregación, aunque puede participar; tampoco es la remuneración salarial la que  los convoca, por lo que no es la identidad obrera la que los engloba, aunque  también ella está involucrada. Son el agua y los servicios lo que atraviesa a  campesinos, obreros fijos, obreros y obreras temporarias, pequeños  comerciantes, talleristas, artesanos, desocupados, estudiantes, dueñas de casa,  etc., quienes, a pesar de la diversidad de sus ocupaciones y prácticas culturales,  tienen una necesidad en común: el acceso al agua y a los servicios públicos,  como componentes esenciales y mayoritarios de su reproducción (poseedores de  escasos recursos), el hecho de tener acceso a esos bienes bajo modalidades  tradicionales o modernas en cuanto "valores de uso" ("usos y  costumbres"/ servicios públicos), pero además, se trata de personas que,  por lo general, "no viven del trabajo ajeno".[12]
    
Estos tres componentes constitutivos y comunes de  todos los sectores partícipes de la movilización son los que han quedado agrupados  como "pueblo sencillo y trabajador", que vendrían a jugar el papel  del lugar discursivo del autorreconocimiento entre iguales, de irradiación  hacia otros segmentos sociales, y el punto de partida para la sedimentación de  una narrativa colectiva del grupo que, al hacerlo, existe precisamente como  grupo, como identidad social.
    
Es cierto que las formaciones de identidad son, ante  todo, enunciaciones de significación que demarcan fronteras sociales, que  inventan un sentido de autenticidad y alteridad con efecto práctico en el  desenvolvimiento del sujeto así construido, pero son construcciones discursivas  que trabajan sobre soportes materiales, sobre hechos, sobre huellas de la  acción práctica. Esto significa que no hay una identidad exclusiva para unos  agentes sociales involucrados en unos hechos sociales, pero tampoco hay todas  las identidades posibles; hay un espacio amplio, pero claramente delimitado, de  posibles conformaciones identitarias correspondientes a la cualidad diversa,  compleja, pero delimitada, de los agentes y sus interrelaciones, que dan lugar  a los sucesos. En el caso de la Coordinadora como movimiento social, es claro  que esta identidad plebeya y laboriosa que hoy la caracteriza, bien podría ser  sustituida por otras identidades, dependiendo de la actividad de los sujetos y  grupos que actúan en su interior. Sin embargo, la identidad que con mayor vigor  ha comenzado a consolidarse es ésta del "pueblo sencillo y  trabajador", que ha sido capaz de integrar identidades locales urbanas y  rurales, y, al tiempo, de heredar la antigua identidad nacional del movimiento obrero,  centrada en la virtud del trabajo.
    
• Ascendencia obrera y capital de solidaridad. Se ha  dicho reiteradas veces que la fuerza de la movilización y que los sujetos colectivos  que constituyen la columna vertebral de la acción colectiva han sido y son las  Organizaciones de Regantes[13] y que,  en términos prácticos, el mundo obrero precarizado, y lo que queda de la  antigua forma sindical, en  términos de movilización y fuerza de masas, ha actuado diluida en las  estructuras territoriales de los barrios, los regantes y las asambleas  regionales.
    
Sin embargo, hay una fuerte presencia de los  dirigentes obreros en el espacio público; entre los nuevos núcleos de dirección  obrera hay un discurso crítico y un conocimiento más elaborado respecto de las  redes de poder y dominio del capitalismo contemporáneo; hay una experiencia  organizativa y militante entre los núcleos obreros sindicalmente organizados,[14]  heredada de la larga trayectoria de la forma  sindicato, y hay una estructura material de organización  obrera compuesta por edificios, publicaciones, vínculos orgánicos con otros  sectores laborales (juntas vecinales, comerciantes, transportistas, federaciones  campesinas, universitarios, profesionales, etc.), que en conjunto han sido  incorporadas, como fuerza productiva técnica y como fuerza productiva organizativa,  al nuevo movimiento social de la multitud.
    
Este aporte ha sido decisivo en el momento de  articular fuerzas de descontento y demandas sociales dispersas, ha permitido  unir reivindicaciones regionalizadas y esfuerzos aislados en un gran torrente  de querella globalizada, y ha contribuido a la formación de unas estrategias de  movilización y de luchas simbólicas de una extensión y un impacto nunca antes visto  en la historia de los movimientos sociales en Bolivia.
    
Un elemento de dimensión subjetiva, pero gravitante  en el momento del tejido de las alianzas entre sectores tan diversos, ha sido  el liderazgo moral  del dirigente obrero regional, que ha permitido concentrar, en su persona y en  su trayectoria política, una ruptura con las prácticas clientelistas y de  prebendas de la vida política y sindical, que continuamente malogran las acciones  autónomas de las clases subalternas. El que este dirigente se haya mantenido al  margen de la incorporación partidaria y del mercado de fidelidades electorales  ha permitido crear un referente moral de compromiso social, capaz de despertar  sentimientos de creencia, adhesión y confianza en la autonomía de la acción  social, en la claridad de los objetivos y la honradez de los dirigentes. En el  fondo, nadie se moviliza si no cree en el efecto práctico de esa movilización,  o nadie pelea en asociación con otros y por el bienestar de los otros si previamente  no se ha generado un "capital de solidaridad", que convierte a la  acción asociada y desprendida en un bien social reconocido, gratificado,  buscado y acumulado por los agentes de la acción social. Este capital de solidaridad  sería un tipo de capital simbólico que, con el tiempo y su generalización, da  continuidad histórica a los movimientos sociales, pero, en momentos como los  actuales, donde prevalece una sospecha común de la utilización de la  solidaridad como plataforma político-partidaria, el hecho de que dirigentes y  organizaciones sociales de antiguo y nuevo prestigio social puedan refrendar  con su comportamiento la valoración de la solidaridad como un valor en sí mismo  ha contribuido  a la consolidación de redes dispersas de solidaridad y a la creciente formación  de este espacio de conversión de la solidaridad en riqueza reconocida y buscada  socialmente.
    
• Soberanía y democratización social. Resultante  de la ampliación a escala departamental de una serie de prácticas democráticas  locales, pero, además, de la necesidad de asumir responsabilidades a medida que  la movilización va erosionando la presencia  de la administración estatal, la actual forma multitud se ha comportado  básicamente como una forma de democracia y de soberanía política.
    
Teniendo como base a las estructuras territoriales,  donde la asamblea, la deliberación y la consulta  directa son prácticas cotidianas para atender asuntos particulares de linderos,  justicia, trabajo común, arbitrariedad policial, trámites o hasta vínculos clientelistas  con partidos políticos o el Estado, estas extendidas prácticas de democracia  directa comenzaron a convertirse en soporte para la consulta y elaboración de  estrategias de movilización, primero en el ámbito regional o provincial. Pero,  a medida que las redes de movilización centradas en una misma demanda crecieron  a nivel departamental, estos saberes democráticos y estas técnicas de  deliberación tuvieron que expandirse, y simultáneamente reconfigurarse, para  dar paso a una compleja y sistemática estructura de ejercicio democrático de  prerrogativas públicas, de asociación, de formación de una opinión pública y,  con el tiempo, de resolución y ejecución de la gestión de un bien público (el  agua), con lo que, sin necesidad de pensarlo o desearlo, se convirtieron en un  tipo de organización social que no reconocía más fuente de autoridad que a sí  misma; esto es, de gobierno asentado en un entramado de prácticas democráticas asamblearias,  deliberativas y representativas, que suplieron en los hechos al sistema de  partidos políticos, al poder legislativo y judicial y, a punto estuvieron de  hacerlo, al monopolio estatal de la fuerza pública.
    
Asambleas de barrio, comunidades campesinas, de  sindicato y de regantes, asambleas provinciales y regionales, asambleas departamentales  y cabildos dieron lugar a una estructura jerarquizada, que combinó democracia  asamblearia y deliberativa en cada uno de los niveles horizontales, con  democracia representativa y asamblearia entre los distintos niveles escalonados  que permitían
formar criterio público entre iguales en el ámbito local (asamblea territorial) y departamental (cabildo), y condensación ejecutiva de opiniones a nivel departamental (Asamblea de representantes locales, Portavoces de la Coordinadora).
    formar criterio público entre iguales en el ámbito local (asamblea territorial) y departamental (cabildo), y condensación ejecutiva de opiniones a nivel departamental (Asamblea de representantes locales, Portavoces de la Coordinadora).
Repetidas veces (febrero, abril, septiembre,  octubre), esta tupida red de asambleas y de prácticas democráticas plebeyas no sólo  se presentó como demandante de derechos ante el Estado con su sistema de  partidos y parlamento, sino que lo sustituyeron como mecanismo de gobierno,  como sistema de mediación política y como cultura de obediencia. De ahí que, a  diferencia de lo que propone Touraine[15] respecto  a los "nuevos movimientos sociales", que no serían movimientos  políticos dirigidos a la conquista del poder, la multitud de facto es una politización extrema de la  sociedad, poseedora de una fuerza organizativa capaz de poner en duda la pertinencia  de los sistemas de gobierno prevalecientes y el régimen de democracia liberal,  y de erigir, hasta ahora provisionalmente, sistemas alternativos de ejercicio del  poder político y de vida democrática legítima.
    
La virtud de este movimiento social es que ha  nacido y ha puesto en entredicho las relaciones de dominación vigentes y, en la  medida en que hay una fuerte cultura de autogobierno local, estas lógicas del  poder y de la democracia asamblearia pueden ser proyectadas a escala  departamental o nacional, poniendo en entredicho la manera de enunciar lo  público, la manera de gestionarlo; es decir, la forma de gobierno.
    
Esto, por supuesto, no elude la dificultad y  ambigüedad con la que se forma esta apetencia de poder político del movimiento social.  Partiendo de unas clases populares acostumbradas a una economía y resistencias  morales[16] de los  dominados, regidas por una lógica de demandas y concesiones con las elites,  refrendadas en esos actos como dominantes, la formación de un espíritu colectivo  de soberanía es permanentemente sustituido por los viejos hábitos de obediencia  a quienes se supone que están capacitados para gobernar o, por un repliegue a  la participación local desentendida de lo general, permitiendo que lo general  sea nuevamente asumido por las tradicionales elites gobernantes.
    
La historia de la conformación de una empresa  autogestionaria del agua en Cochabamba es un ejemplo de esta incesante  confrontación entre el siervo y el soberano en el interior del comportamiento  individual y colectivo de cada uno de los sujetos involucrados. Con todo, queda  claro que las clases subalternas han abierto, con su propia experiencia, un  campo de posibles ejercicios del poder, de democratización social y  transformación de las relaciones de dominación, que podrían guiar posteriores acciones.
    
• Institucionalidad y amplitud. A  diferencia del movimiento obrero, la forma  multitud carece de mecanismos duraderos de convocatoria y  consulta que permitan hacer rutinarios ámbitos de presencia de sus componentes.  Si bien los sujetos colectivos locales que la componen mantienen continuamente  prácticas de asamblea, la actuación mancomunada como multitud es siempre una  incertidumbre que sólo se resuelve en la práctica. De ahí que cada convocatoria  a la movilización sea a su vez un referéndum acerca de la vitalidad, la continuidad  o la debilidad de la Coordinadora, que permite entonces forjar una cultura  organizativa que asume la unidad como resultado de un paciente trabajo, y no  como un hecho dado que sólo basta con evocar para presenciarlo, tal como, por  ejemplo, comenzó a suceder con la COB en los  últimas décadas.
    
Sin embargo, esta virtud colectiva viene acompañada  de un déficit de presencia estructural y material de continuidad, de permanencia  organizacional, esto es, de institucionalización, que permita un seguimiento  continuo de las tareas acordadas, la consulta de nuevos objetivos, etcétera.  Así, en ciertos momentos, la Coordinadora es medio millón de habitantes,  mientras que en otros no pasa del centenar de miembros permanentes activos.  Quizá una forma de superar este déficit organizativo sea la consagración,  institucionalización y ritualización simbólica de las asambleas locales y  regionales existentes, como asambleas instituidas de la Coordinadora, la  regularización de una asamblea departamental con un mínimo de delegados seguros  a los que pudieran incorporarse otros en cualquier momento, y la implementación  de mecanismos de elección y revocabilidad de dirigentes en asambleas de  delegados. Igualmente, se requiere la formulación de dispositivos de aportes  económicos, que permitan que los representantes puedan desempeñar funciones de organización  permanente, pero también para que haya un mejor control de los dirigentes hacia  la base.
    
En este caso, hablaríamos de una forma de  institucionalización interna diferente a la propuesta por Claus Offe en su  modelo de etapas del movimiento social, según la cual la institucionalización  llevaría a los dirigentes de la movilización a su inclusión en el sistema  político dominante.[17] La  institucionalización interna, en cambio, no sólo articularía en un mismo  proceso social la función "expresiva" y la "instrumental",  sino que mantendría en pie la demanda inicial de la acción social de  modificación radical del campo político, de sus reglas y sujetos legítimos.  
    
Otra de las dificultades que enfrenta la forma multitud es su carácter regionalizado.  Después de la coordinadora del agua en Cochabamba, ha habido intentos de  construir instancias parecidas en la ciudad de El Alto, Santa Cruz, Tarija,  etc., que podrían darle un carácter nacional a esta forma de movilización  social. Las condiciones de posibilidad para ello están dadas por las propias  políticas neoliberales, que han socializado nacionalmente la escasez, la  precariedad y la agresión a las condiciones vitales de reproducción. El logro  de esta estructuración local de movimientos sociales de multitud, y la interconexión a escala nacional, permitiría  una gran capacidad de movilización y efecto estatal. Pero, mientras esto  sucede, en los siguientes años parece que la vitalidad de esta forma de  movimiento social ha de asentarse primero en el ámbito regional. La  constitución nacional de la multitud, en caso de darse, será resultado de un  largo y paciente trabajo de interunificación de confianzas, apoyos mutuos,  liderazgos y solidaridades pacientemente trabajadas a escala local.
Autor: Álvaro García Linera 
    
[1] Luis  Tapia, Raquel Gutiérrez, Raúl Prada y Álvaro García Linera, El retorno de la  Bolivia plebeya, La Paz, Comuna, 2000; Tom Kruse y Humberto Vargas,  '"Las victorias de abril: una historia que aún no  concluye", en Observatorio  Social de América Latina, No. 2, 2000
[2] O.  Fernández, "La relación tierra-agua en la economía campesina de  Tiquipaya", Tesis de Licenciatura en Economía, Universidad Mayor de San  Simón (UMSS), 1996; Gerben Gerbrandy y Paul Hoogendam, Aguas y acequias,  los derechos al agua y la gestión campesina de riego en los Andes  bolivianos. La Paz, Plural, 1998; Paul Hoogendam (ed), Aguas y municipios,  La Paz, Plural, 1999.
[3] Jürgen  Habermas, Teoría de la acción comunicativa. Tomo II, Barcelona, Taurus.  1992
[4] Charles Tilly, Louise Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, Cambridge, Harvard University  Press, 1975.
[5] José Gordillo, Campesinos  revolucionarios en Bolivia: identidad, territorio y sexualidad en el Valle Alto  de Cochabamba,  1952-1960, La Paz, Programa de Mejoramiento de la Formación en Economía (PROMEC), UMSS, Universidad de la Cordillera y Plural,  2000; véase también, José Gordillo (coord.), Arando  en la historia; la experiencia política campesina en Cochabamba, La Paz, Centro de Estudios  de la Realidad Económica y Social (CERES), UMSS y Plural, 1998
[6] Sobre estas formas de constitución de la  individualidad social, véase Karl Marx, "Formas que preceden a la  producción capitalista", en Grundrisse: elementos  fundamentales para la crítica de la economía política. Tomo 1, México, Fondo de Cultura  Económica, 1985
[7] Jean  Cohen y Andrew Arato, Sociedad civil y teoría política, México, Fondo de  Cultura Económica, 2000
[8] Anthony Giddens, Profiles  and Critiques in Social Theory, London,  Macmillan, 1982
[9] David  Montgomery, El ciudadano trabajador; democracia y mercado libre en el siglo  XIX norteamericano, México, Instituto Mora, 1997
[10] René  Zavaleta, Las masas en noviembre, op. cit.;Luis Tapia, Turbulencias  de fin de siglo; Estado-nación y democracia en perspectiva histórica, La  Paz, Instituto de Investigación en Ciencias Políticas (IINCIP) y UMSA,  1999; Álvaro García Linera, "Ciudadanía y democracia en  Bolivia", en Ciencia Política, No. 4, Segunda época, 1999.
[11] Charles Tilly, Louise  Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, op. cit.
[12] Sobre  el concepto de "personas que no viven del trabajo ajeno" y su  importancia en la conformación de identidades colectivas entre las clases  subalternas en la sociedad moderna, véase Karl Marx, La guerra civil en  Francia, Pekín, Lenguas Extranjeras, 1975 (incluidos sus dos borradores  editados).
[13] Luis  Tapia, Raquel Gutiérrez, Raúl Prada y Álvaro García Linera, El retorno de la  Bolivia plebeya, op. cit
[14] Pierre  Bourdieu, "Contre la politique de dépolitisation", en Contre-feux  2, Paris, Raisons d'Agir, 2001
[15] Alain  Touraine, Producción de la sociedad, op. cit
[16] Edward  Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase, Barcelona, Crítica,  1979; Claude Grignon y Jean-Claude Passeron, Lo culto y lo popular:  miserabilismo y populismo en sociología y literatura, Buenos Aires, Nueva  Visión, 1991
[17] Clauss  Offe, ″Reflexiones sobre la autotransformación institucional de la política de  los movimientos: un modelo experimental por etapas″, en La gestión política, op. cit.
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Publicado por Blogger para TacnaComunitaria el 7/15/2016 09:00:00 p. m.

 
 
 
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