---------- Mensaje reenviado ----------
De: Blogger <no-reply@blogger.com>
Fecha: 26 de noviembre de 2016, 11:55
Asunto: [TacnaComunitaria] EL FIDEL QUE CONOCÍ
Para: luismiguel1952@gmail.com
      
        
    
        
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
    
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Publicado por Blogger para TacnaComunitaria el 11/26/2016 11:55:00 a. m.
De: Blogger <no-reply@blogger.com>
Fecha: 26 de noviembre de 2016, 11:55
Asunto: [TacnaComunitaria] EL FIDEL QUE CONOCÍ
Para: luismiguel1952@gmail.com
  Ignacio Ramonet
    ALAI AMLATINA, 26/11/2016.-  Fidel ha muerto, pero es inmortal. Pocos hombres conocieron la gloria de  entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos. Perteneció  a esa generación de insurgentes míticos – Nelson Mandela, Patrice Lumumba,  Amilcar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres, Turcios Lima, Ahmed Ben Barka –  que, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron, en los años 1950, a la  acción política con la ambición y la esperanza de cambiar un mundo de  desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la guerra fría  entre la Unión Soviética y Estados Unidos. 
    En aquella época, en más de la  mitad del planeta, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos  oprimidos se sublevaban. La humanidad aún estaba entonces, en gran parte,  sometida a la infamia de la colonización. Casi toda África y buena porción de  Asia se encontraban todavía dominadas, avasalladas por los viejos imperios  occidentales. Mientras las naciones de América Latina, independientes en teoría  desde hacía siglo y medio, seguían explotadas por privilegiadas minorías,  sometidas a la discriminación social y étnica, y a menudo marcadas por  dictaduras cruentas, amparadas por Washington.
    Fidel soportó la embestida de  nada menos que diez presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson,  Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones  con los principales líderes que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra  mundial (Nehru, Nasser, Tito, Jrushov, Olaf Palme, Ben Bella, Boumedienne,  Arafat, Indira Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François  Mitterrand, Juan Pablo II, el rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los  principales intelectuales y artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de  Beauvoir, Arthur Miller, Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamín,  Cartier-Bresson, José Saramago, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Noam  Chomsky, etc.).
    Bajo su dirección, su pequeño  país (100 000 km2, 11 millones de habitantes) pudo conducir una política de  gran potencia a escala mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos  dirigentes no consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el  rumbo de la Revolución cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que  admitir el fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e  iniciar un proceso de normalización que implicaba el respeto del sistema  político cubano.
    En octubre de 1962, la Tercera  Guerra Mundial estuvo a punto de estallar a causa de la actitud del gobierno de  Estados Unidos que protestaba contra la instalación de misiles nucleares  soviéticos en Cuba. Cuya función era, sobre todo, impedir otro desembarco  militar como el de Playa Girón (bahía de Cochinos) u otro directamente  realizado por las fuerzas armadas estadounidenses para derrocar a la revolución  cubana. 
    Desde hace más de 50 años,  Washington (a pesar del restablecimiento de relaciones diplomáticas) le impone  a Cuba un devastador embargo comercial -reforzado en los años 1990 por las  leyes Helms-Burton y Torricelli- que obstaculiza su desarrollo económico  normal. Con consecuencias trágicas para sus habitantes. Washington sigue  conduciendo además una guerra ideológica y mediática permanente contra La  Habana a través de las potentes Radio "Martí" y TV "Martí", instaladas en La  Florida para inundar a Cuba de propaganda como en los peores tiempos de la  guerra fría. 
    Por otra parte, varias  organizaciones terroristas – Alpha 66 y Omega 7 – hostiles al régimen cubano,  tienen su sede en La Florida donde poseen campos de entrenamiento, y desde  donde enviaron regularmente, con la complicidad pasiva de las autoridades  estadounidenses, comandos armados para cometer atentados. Cuba es uno de los  países que más víctimas ha tenido (unos 3 500 muertos) y que más ha sufrido del  terrorismo en los últimos 60 años. 
    Ante tanto y tan permanente  ataque, las autoridades cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la  unión a ultranza. Y han aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de  Loyola: "En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición." Pero  nunca hubo, hasta la muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni  retrato oficial, ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni  monumento con el nombre o la figura de Fidel, ni de ninguno de los líderes  vivos de la Revolución.
    Cuba, pequeño país apegado a  su soberanía, obtuvo bajo la dirección de Fidel Castro, a pesar del  hostigamiento exterior permanente, resultados excepcionales en materia de  desarrollo humano: abolición del racismo, emancipación de la mujer,  erradicación del analfabetismo, reducción drástica de la mortalidad infantil,  elevación del nivel cultural general… En cuestión de educación, de salud, de  investigación médica y de deporte, Cuba ha obtenido niveles que la sitúan en el  grupo de naciones más eficientes. 
    Su diplomacia sigue siendo una  de las más activas del mundo. La Habana, en los años 1960 y 1970, apoyó el  combate de las guerrillas en muchos países de América Central (El Salvador,  Guatemala, Nicaragua) y del Sur (Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Las  fuerzas armadas cubanas han participado en campañas militares de gran  envergadura, en particular en las guerras de Etiopia y de Angola. Su  intervención en este último país se tradujo por la derrota de las divisiones de  élite de la Republica de África del Sur, lo cual aceleró de manera indiscutible  la caída del régimen racista del apartheid.
    La Revolución cubana, de la  cual Fidel Castro era el inspirador, el teórico y el líder, sigue siendo hoy,  gracias a sus éxitos y a pesar de sus carencias, una referencia importante para  millones de desheredados del planeta. Aquí o allá, en América Latina y en otras  partes del mundo, mujeres y hombres protestan, luchan y a veces mueren para  intentar establecer regímenes inspirados por el modelo cubano.
    La caída del muro de Berlín en  1989, la desaparición de la Unión Soviética en 1991 y el fracaso histórico del  socialismo de Estado no modificaron el sueño de Fidel Castro de instaurar en  Cuba una sociedad de nuevo tipo, más justa, más sana, mejor educada, sin  privatizaciones ni discriminaciones de ningún tipo, y con una cultura global  total. 
    Hasta la víspera de su  fallecimiento a los 90 años, seguía movilizado en defensa de la ecología y del  medio ambiente, y contra la globalización neoliberal, seguía en la trinchera,  en primera línea, conduciendo la batalla por las ideas en las que creía y a las  cuales nada ni nadie le hizo renunciar.
    En el panteón mundial  consagrado a aquellos que con más empeño lucharon por la justicia social y que  más solidaridad derrocharon en favor de los oprimidos de la Tierra, Fidel  Castro - le guste o no a sus detractores - tiene un lugar reservado.
    Lo conocí en 1975 y conversé  con él en múltiples ocasiones, pero, durante mucho tiempo, en circunstancias  siempre muy profesionales y muy precisas, con ocasión de reportajes en la isla  o la participación en algún congreso o algún evento. Cuando decidimos hacer el  libro "Fidel Castro. Biografía a dos voces" (o "Cien horas con Fidel"),  me invitó a acompañarlo durante días en diversos recorridos. Tanto por Cuba  (Santiago, Holguín, La Habana) como por el extranjero (Ecuador). En coche, en  avión, caminando, almorzando o cenando, conversamos largo. Sin grabadora. De  todos los temas posibles, de las noticias del día, de sus experiencias pasadas  y de sus preocupaciones presentes. Que yo reconstruía luego, de memoria, en mis  cuadernos. Luego, durante tres años, nos vimos muy frecuentemente, al menos  varios días, una vez por trimestre.
    Descubrí así un Fidel íntimo.  Casi tímido. Muy educado. Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre  atento a los demás, y en particular a sus colaboradores. Nunca le oí una  palabra más alta que la otra. Nunca una orden. Con modales y gestos de una  cortesía de antaño. Todo un caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que  vive, por lo que pude apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida  sana y frugal. Modo de vida de monje-soldado. 
    Su jornada de trabajo se solía  terminar a las seis o las siete de la madrugada, cuando despuntaba el día. Más  de una vez interrumpió nuestra conversación a las dos o las tres de la  madrugada porque aún debía participar en unas "reuniones importantes"…Dormía  sólo cuatro horas, más, de vez en cuando, una o dos horas en cualquier momento  del día.
    Pero era también un gran  madrugador. E incansable. Viajes, desplazamientos, reuniones se encadenaban sin  tregua. A un ritmo insólito. Sus asistentes – todos jóvenes y brillantes de  unos 30 años – estaban, al final del día, exhaustos. Se dormían de pie.  Agotados. Incapaces de seguir el ritmo de ese infatigable gigante.
    Fidel reclamaba notas,  informes, cables, noticias, estadísticas, resúmenes de emisiones de televisión  o de radio, llamadas telefónicas... No paraba de pensar, de cavilar. Siempre  alerta, siempre en acción, siempre a la cabeza de un pequeño Estado mayor – el  que constituían sus asistentes y ayudantes – librando una batalla nueva.  Siempre con ideas. Pensando lo impensable. Imaginando lo inimaginable. Con un  atrevimiento mental espectacular.
    Una vez definido un proyecto.  Ningún obstáculo lo detenía. Su realización iba de sí. "La intendencia  seguirá" decía Napoleón. Fidel igual. Su entusiasmo arrastraba la adhesión.  Levantaba las voluntades. Como un fenómeno casi de magia, se veían las ideas  materializarse, hacerse hechos palpables, cosas, acontecimientos. 
    Su capacidad retórica, tantas  veces descrita, era prodigiosa. Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos,  bien conocidos. Sino de una simple conversación de sobremesa. Fidel era un  torrente de palabras. Una avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad  de sus finas manos.
    La gustaba la precisión, la  exactitud, la puntualidad. Con él, nada de aproximaciones. Una memoria  portentosa, de una precisión insólita. Apabullante. Tan rica que hasta parecía  a veces impedirle pensar de manera sintética. Su pensamiento era arborescente.  Todo se encadenaba. Todo tenía que ver con todo. Digresiones constantes.  Paréntesis permanentes. El desarrollo de un tema le conducía, por asociación,  por recuerdo de tal detalle, de tal situación o de tal personaje, a evocar un  tema paralelo, y otro, y otro, y otro. Alejándose así del tema central. A tal  punto que el interlocutor temía, un instante, que hubiese perdido el hilo. Pero  desandaba luego lo andado, y volvía a retomar, con sorprendente soltura, la  idea principal. 
    En ningún momento, a lo largo  de más de cien horas de conversaciones, Fidel puso un límite cualquiera a las  cuestiones a abordar. Como intelectual que era, y de un calibre considerable,  no le temía al debate. Al contrario, lo requería, lo estimulaba. Siempre  dispuesto a litigar con quien sea. Con mucho respeto hacia el otro. Con mucho  cuidado. Y era un discutidor y un polemista temible. Con argumentos a  espuertas. A quien solo repugnaban la mala fe y el odio.
    - Ignacio Ramonet es Director de "Le Monde  diplomatique en español", autor de Fidel Castro: biografía a dos  voces.
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Publicado por Blogger para TacnaComunitaria el 11/26/2016 11:55:00 a. m.

 
 
 
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