sábado, 3 de abril de 2010

Gloria María Mariátegui Ferrer


“Gloria María visitaba a su padre por las tardes (…) Una tarde de marzo de 1930 (…) lo vio en cama, pero él se reanimó y la recibió como siempre, con mucha ternura y afecto. La niña no podía imaginar que su padre estaba grave y que su larga agonía había comenzado. // En abril (…) internado en la Clínica Villarán, Beatriz –hermana de Victoria– fue a verlo. Él tenía bajo su almohada el dinero de la mesada de su hija y se lo entregó (…) Aun en su lecho de muerte veló por el bienestar de su hija. // El 16 de abril (…) le produjo estupor (…) no encontrar a su padre, y después sintió una terrible sensación de desamparo. // (…) En sus cortos diez años eligió quedarse con el recuerdo de su risa jubilosa, que llenaba cada rincón de aquella casa donde se sintió amada, acogida y amparada. La risa de su padre no permitía el acceso al desaliento ni a la tristeza.” (Cecilia Ferrer Mariátegui).


Este hermoso y rutilante texto escrito por Cecilia Ferrer Mariátegui -nieta de José Carlos Mariátegui-, pareciera haber sido escrito con lágrimas abundantes en los ojos. ¡Tanta es su profundidad y su dimensión sentimental! Cada una de las cosas que Cecilia Ferrer Mariátegui nos dice, estalla en hilarantes risas y decae en insondable tristeza.
Este texto que Cecilia ha tenido la amabilidad de hacernos llegar para ser publicado en nuestra revista, nos muestra una faceta de su abuelo que ya hemos estado conociendo a través de algunos escritores que se han ocupado de Anna Chiappe (la primera esposa, por así decirlo pues la legalidad no impide ni, mucho menos niega, el amor que le tuviera José Carlos Mariátegui), que hemos publicado anteriormente.
¡Qué nudo se crea en la garganta, en el corazón, en los labios, en los ojos, en el alma toda cuando leemos este texto de Cecilia que es un pedazo de cielo en este mundo lleno de desazones infernalizadas! Conocer este primoroso texto -escrito con el mismo amor que su abuelo supo depararles tanto a su abuela Victoria Ferrer como a su madre Gloria María Mariátegui Ferrer-, es sumergirse en los laberintos ignotos –interesadamente dejados de lado- de una vida que influye decididamente en el espíritu de los peruanos y ha alcanzado dimensión internacional.
¿Quién puede dejar de conmoverse al contemplar estos dos rostros que habían sido injustamente olvidados por los pretendidos admiradores del pensamiento y la acción de José Carlos Mariátegui? ¿Qué mayor pensamiento y acción que el que se dedica a la hija amada? El amor que se da a la familia, es el mismo que se depara también a la sociedad por la cual se lucha cambiar para bien. ¿Quién puede explicar convincentemente la razón por la cual fueron relegadas Victoria Ferrer y Gloria María Mariátegui Ferrer…? Ellas fueron ignoradas por aquellos que se han llenado siempre la boca de elogios en favor de José Carlos Mariátegui, mientras dejaban de lado lo que él más quería.
Mariátegui dispensaba un trato especial a su hija Gloria María precisamente porque era su única hija. Él se nos revela así como un padre tradicionalmente amante de su hija mujer, y le da un cariño especial precisamente por ser la única entre tantos hombres.
Victoria Ferrer... ¿qué podemos decir de Victoria Ferrer si no la conocemos? ¿Podríamos hacer un intento de decir algo contemplando su fotografía? Haremos un ensayo de interpretación de la realidad de esta mujer, tan desconocida por los admiradores del hombre que amó. Podremos equivocarnos en lo que decimos, pero no podemos dejar de ser llevados por este incontenible deseo de especular sobre lo que quizás nunca fue como lo decimos.
Cuando contemplamos su rostro apacible, nos llama la atención la mirada. Esa mirada que está como encerrada en una tenue tristeza que, más que triste, es soñadora. Es una mirada que encierra, en su tranquilidad, una capacidad de observación profunda y meditativa.
Su sonrisa se esconde en una seriedad que no alcanza a ocultar ese ligero mohín que no vemos del todo, pero que basta para aprehender una particularidad interesante de su espíritu, que se nos muestra en toda su alegría y vitalidad.
Victoria tiene un peinado que, para la época, es realmente ecuánime –si así podemos decirlo-, sin tener la aparatosidad de aquellos peinados que caracterizan a la época. Por este rasgo, podemos inferir que es una mujer rebelde y lo que nos dice Cecilia aquí de ella, así nos la muestra efectivamente.
Las rosas blancas en que apoya su cabeza (sí, apoya la cabeza en las rosas), nos hablan de la diafanidad de su espíritu, de la cristalidad de su corazón, de la fuerza propia que la caracteriza.
Es evidentemente, dentro de este contexto, que estamos observando a una mujer astuta (en su sentido positivo, de sabia e inteligente) y se puede vislumbrar que tiene una fortaleza extraordinaria. Quizás esto nos muestra el porqué su esposo no legal la llamaba león y zorro a la vez.
En su tiempo había que ser fuerte y luchadora para desafiar los convencionalismos que tanta fuerza tenían, y para poder vivir con un hombre sin haberse casado con él y, más aún, para ser madre soltera y vivir con su hija sin esconderla, sino mostrándola con orgullo (en la medida en que su recato, que también se puede apreciar en la foto, permitía hacerlo, por supuesto).
El collar de perlas que lleva en su cuello pareciera, más bien, ser adornado por esa frágil garganta, que nos da la impresión de estar, sin embargo, tan dispuesta a explosionar, haciendo decir a sus labios todas sus verdades. Pero nos la muestra igualmente dispuesta a acariciar al ser querido con las palabras más dulces, apacibles, calmantes…
Victoria -según ya hemos dicho- no huele simplemente las rosas que tiene en sus manos, sino que se apoya en ellas. ¿Qué mujer es ésta, que hace semejante cosa tan desacostumbrada en las mujeres, no solamente de esa época, sino incluso de la nuestra? Con su mano izquierda acaricia el tallo de las rosas, pero no los agarra sino que los deja caer en la palma de su mano. Tampoco cierra los dedos en torno a los mismos. La mano está ahí, como acariciando esos tallos, como tomándolos suavemente para no lastimarlos.
Imaginamos que la mano derecha -que no se ve-, acaricia las rosas que se abren exuberantes a su propia felicidad, felicidad que es mostrada de una manera tan ecuánime, tan sobria.
Es evidente que Victoria Ferrer amó al padre y amó a la hija. Uno no puede dudar de esto cuando lee el vibrante testimonio de Cecilia Ferrer Mariátegui, esta nieta de José Carlos Mariátegui que nos enseña cómo ser nosotros mismos, dándonos a los demás cuando nos necesitan... que así es cómo la he conocido yo.
Me he quedado completamente cautivado: Victoria Ferrer, es una mujer de otro tiempo que se nos muestra superior a las mujeres actuales, mujeres que pugnan por ser superiores a los hombres exhibiendo fuerza física, mal genio, desdén y muchas otras cosas que ellas creen necesarias para construir una sociedad nueva, pero que nada tiene que envidiar a las sociedades medievales… Lo antiguo se muestra claramente en lo que ellas consideran nuevo (y los hombres no escapan de estas concepciones medievales que creen no tener en absoluto).
Y de la pequeña Gloria María ¿qué podemos decir? Tiene todo el corte de cara de su padre. Los ojos, teniendo más la forma de los de la madre, muestran la mirada fuerte y penetrante del padre. Aunque, quizás, en el preciso instante en que le tomaron la foto haya estado de malhumor, seguramente porque no quería que le tomaran la foto.
Gloria María tiene, en el peinado, una copia algo estilizada del peinado que siempre caracterizara a su padre. Por supuesto que ha de haber sido la madre quien la ha de haber comenzado a peinar así y Gloria siguió haciéndolo por costumbre. Se ve muy similar a su padre en esa caída de cabello que adorna su rostro y que suele tener José Carlos Mariátegui en sus fotos.
No podemos ver bien el corte de cara de Victoria. Gloria parece tener el rostro algo más llenito que el de José Carlos (que quizás por su enfermedad era delgado). Aunque en ella puede uno vislumbrar la faz de su padre, comenzando por su barbilla. Si comparamos el rostro del padre cuando tenía la misma edad que tiene Gloria en la foto, entonces las similitudes son mucho más evidentes. Hasta el corte de cara deja de ser una preocupación. Por eso, cuando uno coloca los rostros de los tres juntos, observamos que ella se parece más a su padre que a su madre en muchas cosas, especialmente en la fortaleza de la voluntad que su expresión exhibe.
Su padre tiene que haber tenido una voluntad de acero, no solamente para dirigir una revista como “Amauta”, que podría haber naufragado pronto si no era dirigida con el pulso firme, con el conocimiento de la labor periodistica y del manejo de impresión de periódicos y revistas que tenía José Carlos Mariátegui por haberse prácticamente educado en una imprenta desde joven. Es decir, por haberse educado en el trabajo como acostumbra hacerse en los países capitalistas, especialmente en Estados Unidos. Eso nos dice el porqué quiere que su hija se eduque en el colegio Angloamericano.
Sí pues, ella muestra en su gesto, la fortaleza del gran pensador peruano, aquella fortaleza que nos revelara en la lucha librada contra su enfermedad, ganando la batalla e imponiéndose a todas las dificultades... Ese esfuerzo que debe hacer José Carlos, se nota en los artículos que escribe en sus periodos de crisis mayores.
Nadie pone atención a las circunstancias en que escribe sus artículos, solamente se sienten complacidos leyéndolos sin darse cuenta que, lo que dice, está también dictado por la necesidad de luchar contra la enfermedad y contra quienes querían arrebatarle el control de la empresa que formara así como al Partido que dio vida.
No es solamente contra Haya de la Torre que parece escribir en su pugna contra la conversión en partido del APRA, parece escribir contra aquellos que, estando a su lado, le hacían una oposición soterrada para quedarse con la dirección creyéndose más capaces en su incapacidad. La reunión del Salto del Fraile, algún tiempo antes de la fundación formal del partido, así como la pugna por el control del partido en que cayeron quienes se decían sus herederos, así lo dan a entender.
Gloria María -que hoy en día conserva toda su esplendida lucidez-, no quiere hablar con nadie. No quiere sus recuerdos sino para ella. No quiere a su padre sino para ella. Gloria María quiere un padre vivo, aquel padre que ella conoce y que la quiere tanto y tanto. Quiere un padre que no ha muerto aunque se haya ido. Quiere un padre que sabe diferente de aquel que loan todos aquellos que no lo conocen como ella lo ha conocido. Nunca se ha relacionado mucho con sus medio hermanos… no interesan ya los motivos. Quizás Sandro fue la excepción, si no recordamos mal.
Sólo basta saber que se ha recluido en sí misma y en sus recuerdos. No es difícil darnos cuenta que el padre que ella conoce, es un hombre que no conoce sino ella. ¿Por qué habría de compartirlo Gloria María con otros, que buscan fama, dinero, etc., a costa de lo que ella tanto atesora? ¡No, ella no lo permitirá jamás! Su padre es sólo suyo. Ese padre que ella conoce, no lo conocen ni sus otros hijos. Todos sus medio hermanos eran hombres. Ella fue la única mujer que José Carlos Mariátegui tuvo. Ni sus hermanos lo conocen como ella. José Carlos fue diferente con sus hijos varones precisamente porque fueron hombres, aunque no los amara menos.
El cuidado y el amor que le brindaba a Gloria María en todos los aspectos, hasta el instante mismo en que se fuera, nos lo muestra como un hombre realmente íntegro. José Carlos Mariátegui en el trato con su hija, se revela como aquel que busca una nueva sociedad porque rescata los valores más importantes de la vida.
¡Qué hermosa es esta niña en ese gesto desafiante que no caracteriza –o no parecer caracterizar- a su madre sino a su padre! Esta vestida con su uniforme escolar. Su corbatita y el maletín para sus cuadernos así nos lo indican. La han cogido para la foto seguramente en el mismo momento en que tiene que irse al colegio. Por eso tiene su maletín en la mano. Si hubiera llegado de la escuelita, lo primero que habría hecho -como hacen todos los niños-, sería dejar el maletín apenas entrando a la casa. O, cuando menos, no lo tendría en la mano. Y hasta es posible que su madre le pudiera haber pedido el maletín, sin resultado alguno. ¿Podría ser que hubiera ya llegado de la escuela y la obligaron -amorosamente por cierto- a tener el maletín en la mano para la foto? También es posible. Pero aún así, queda la pregunta en el aire: ¿habrá eso originado su malestar?
Se nota tan claramente en su mirada y en su rostro desafiante, ligeramente echado hacía abajo. A veces queremos sonreír recordando tantas ocasiones en que, siendo niño, uno mismo se ha sentido así. ¡Es tan común en los niños ser originales y libres para expresar lo que quieren! Lo son siempre… salvo que los maltratos los obliguen a ocultar sus naturales reacciones pueriles, por así decirlo.
El bracito que descansa en la mesita que tiene al lado, está como para apoyar no su debilidad, sino sus ganas de estallar en una explosión de malestar. ¡Qué hermosa es esta niña!

Walter Saavedra
Decano

Colegio Profesional de Antropólogos de Lima.




LA HIJA DEL AMAUTA
Publicado en El Comercio. 4 de Julio, 2004

Una exposición en la Biblioteca Nacional de cartas inéditas y fotos de José Carlos Mariátegui nos revela la existencia de Gloria María, su hija primogénita. Una presencia que a lo largo del tiempo ha sido injustamente ignorada por la mayoría de biógrafos del Amauta. La nieta de Mariátegui, Cecilia Ferrer, reconstruye la historia. Por Cecilia Ferrer Mariátegui. Corría el año de 1918. José Carlos Mariátegui y su inseparable amigo y colega, César Falcón, acudieron a una reunión en casa de la familia Ferrer. Ambos jóvenes quedaron prendados de dos hermanas, hijas de Juan Ferrer Morales y Beatriz Gonzáles Bustamante. El padre de las muchachas era un tipógrafo de origen catalán, que bien podría haber ejercido su oficio en los diarios “El Comercio”, “La Prensa” o “El Tiempo”.
 José Carlos se enamora de Victoria, de 19 años; y César, de Beatriz, dos años mayor.
Las hermanas Ferrer eran jóvenes muy agraciadas. La familia estaba compuesta por siete hermanos, cuatro varones y tres mujeres, todos jóvenes contagiados por la efervescencia política y social de la época.
 El Mariátegui de entonces ya no era Juan Croniqueur, sino un aguerrido periodista de la revista “Nuestra Epoca” y del diario “La Razón”, cuyos ideales socialistas estaban bastante definidos.
Victoria se sintió atraída por las inquietudes intelectuales de José Carlos, por su fino humor y su chispa criolla. Según contaba Margarita Ferrer, hermana menor de Victoria, “era el alma de las reuniones y tertulias. Le encantaba conversar, hacer bromas, reír.”
José Carlos y Victoria formalizaron su relación sentimental y rentaron una casa en el distrito de La Victoria. “La fuerza del león y la astucia de la zorra”, escribió el joven José Carlos en una de las paredes de su nuevo hogar.
Para los carnavales de 1919 ambos jóvenes ya estaban juntos. José Carlos disfrutó plenamente de esos festejos. En su casa había un pozo de donde sacaba agua para mojar a todas las muchachas que osaban acercársele. Pero los meses siguientes serían difíciles para la joven pareja. Él dirigía el diario “La Razón” y por entonces su salud era muy frágil. Victoria insistía en que descansara. Las cosas se agravaron en agosto cuando el presidente Leguía clausura el periódico, y prácticamente fuerza al joven director a partir a Europa.

NACIMIENTO DE GLORIA

Cuando José Carlos parte al viejo continente, en octubre de 1919, Victoria tenía 8 meses de embarazo. Gloria María, la hija de ambos, nació el 17 de noviembre de 1919, cuando su padre navegaba rumbo a Francia.
El viaje abrupto y precipitado marcaría el fin de la relación sentimental, pero esto no impidió que ambos mantuvieran una comunicación epistolar que duraría muchos años, la cual giraba en torno al bienestar de la madre y de la niña.
“La carta que te adjunto te advertirá que estoy en posesión de la noticia de la venida al mundo de la Srta. Gloria María a quien me apresuro a enviar por intermedio tuyo, mi primer beso” (Roma, 24 de enero de 1920).
 Meses después le pregunta a la madre de la niña sobre el bautizo y otros detalles: “¿Has hecho bautizar ya a la pequeña? ¿la quieres mucho? ¿es simpática? ¡imparcialmente! ¿ah?” (Roma, 4 de abril de 1920).
Las cartas muestran a un José Carlos preocupado por cubrir las necesidades económicas de su hija. Enviaba giros en libras esterlinas y daba recomendaciones a Victoria para evitar que fuera víctima de un robo o estafa.

GLORIA Y JOSÉ CARLOS

La comunicación epistolar se interrumpe al retornar José Carlos al Perú en marzo de 1923. Padre e hija se conocen en un encuentro muy emotivo. La niña tenía 3 años 5 meses de edad. En mayo de 1924 José Carlos enferma gravemente y sufre la amputación de una de sus piernas. Convalece en Miraflores por un largo periodo y en ese tiempo reinicia la comunicación con Victoria. Se advierte un cambio en el tono de las misivas. Es más afectuoso. Como si el hecho de conocer a su hija hubiese incrementado el amor hacia ella. “Dale muchos besos en mi nombre. Dile que pienso en ella y en su porvenir”, escribe en la carta del 4 de diciembre de 1924.
La noche de Navidad de 1925, José Carlos comunica a Victoria su nueva dirección: Washington 335.
El intercambio epistolar entrará a una tercera etapa, hasta 1927. José Carlos escribe en papeles con el membrete de la revista Amauta y, por lo general, utiliza máquina de escribir. Sus líneas son breves y se limitan a detalles de orden económico, pero sus demandas por ver a su hija se hacen más constantes.
A partir de 1928 la niña Gloria María lo visitará con frecuencia. Tiene 9 años y en ocasiones va por su cuenta a la casa Washington; la distancia es corta y el camino directo. Ella recuerda con especial cariño esos momentos. Él le hacía preguntas y se reía muchísimo, y a ella le gustaba mucho verlo reír. Incluso en cierta ocasión pasó unos días junto a él, quien siempre trató de integrarla a su familia.
José Carlos nunca estableció diferencias entre su única hija mujer y sus cuatro hijos varones. Los atendía el mismo médico, el doctor Goicochea. La niña estudiaba en el Colegio Angloamericano, que su padre eligió por la enseñanza intensiva del idioma inglés y también porque la educación era mixta. “Me parece bastante adecuado a los primeros años de educación elemental de Gloria el colegio cuyo prospecto me envías…matricula a Gloria sin tardanza…”, escribe en su carta del 24 de marzo de 1925.

LA RISA COMO RECUERDO

Gloria María visitaba a su padre por las tardes, en las mañanas él trabajaba y era muy disciplinado con sus horarios. Una tarde de marzo de 1930 tocó la puerta y le dijeron que estaba enfermo. Ella lo vio en cama, pero él se reanimó y la recibió como siempre, con mucha ternura y afecto. La niña no podía imaginar que su padre estaba grave y que su larga agonía había comenzado.
En abril de ese mismo año, cuando José Carlos estuvo internado en la Clínica Villarán, Beatriz –hermana de Victoria– fue a verlo. Él tenía bajo su almohada el dinero de la mesada de su hija y se lo entregó. Beatriz regresó muy conmovida y contó a la familia lo sucedido. Ese gesto retrataba la calidad moral de José Carlos, quien aun en su lecho de muerte veló por el bienestar de su hija.
El 16 de abril llegó la infausta noticia. Gloria María recuerda que la vistieron de luto y un día después la llevaron al sepelio. Había una multitud en la calle Washington. A ella le produjo estupor llegar a una casa tan familiar y no encontrar a su padre, y después sintió una terrible sensación de desamparo.
Alguien quiso que lo bese, pero ella se rehusó. En sus cortos diez años eligió quedarse con el recuerdo de su risa jubilosa, que llenaba cada rincón de aquella casa donde se sintió amada, acogida y amparada. La risa de su padre no permitía el acceso al desaliento ni a la tristeza.

LA EXPOSICIÓN

Con motivo del 110 aniversario del nacimiento de José Carlos Mariátegui se inauguró en la Biblioteca Nacional la exposición “Mariátegui: Nuevas Luces”. Se exhiben por primera vez cartas y fotografías pertenecientes a Gloria María Mariátegui Ferrer, hija primogénita del Amauta. Ella ha querido compartir con el público estas cartas que evidencian el profundo afecto que le profesó su padre y que revelan, entre otras cosas, la incuestionable calidad moral de Mariátegui, y la absoluta coherencia entre su vida y obra.


Cecilia Ferrer Mariátegui
Comunicadora Dirección de Bibliotecas Académicas y Especializadas - DEBAE
Biblioteca Nacional del Perú
http://www.bnp.gob.pe/

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