miércoles, 7 de septiembre de 2016

JUAN GONZALO ROSE MUESTRA DE POESIA

CARTA A MARIA TERESA
Para ti debo ser, pequeña hermana,
el hombre malo que hace llorar a mamá.

Yo me interrogo ahora
¿por qué no he amado sólo
las rosas repentinas,
las mareas de junio,
las lunas sobre el mar?

¿Por qué he debido amar
la rosa y la justicia
el mar y la justicia,
la justicia y la luz?

Fui un niño como todos.
También mi infancia
la atravezaba un río
y tenía una hora misteriosa
en la cual las palomas
a mi alma obedecían.

Pero me preguntaba
¿por qué en mi calle
la alegría es un viento
fugaz e inesperado?,
¿Por qué no siembran trigo
también sobre mi pecho,
si aquí en mi corazón,
todas las noches
se desbordan los ríos?

Por eso fue la noche
el rostro de mi madre,
astro de cera y llanto
en el cielo apagado de mi celda;
por eso me negaron
el Perú en mi desvelo,
y vanamente grito:
devolvedme mi patria,
devolvedme mi escuela de palomas,
mi casa frente al mar,
devolvedme su calle más pequeña;
su lámpara más rota,
su más ciego lugar.

A pesar de todo esto,
para ti debo ser, pequeña hermana,
el fantasma que vuelca
la sal sobre la mesa,
el mal hado que rompe
las puntas de los días:
y es que a ti te hace daño
ver llorar a mamá.

Mas una tarde, hermana,
te han de herir en la calle
los juguetes ajenos;
la risa de los pobres
ceñirá tu cintura
y andando de puntillas
llegará tu perdón.
Cuando esa hora suene
es que amarás las rosas,
las mareas de junio,
el jardín de diciembre
donde los niños van;
es que amarás mis sueños
y mis cosas,

¡Sabrás por qué se rompe
fácilmente
por la mitad el pan!

Cuando esa hora suene
y se empadrine en mi padre mi orfandad,
iremos de la mano
por las calles de Lima,
en trinidad de gozo:
la risa de mamá.

LAS CARTAS SECUESTRADAS

Tengo en el alma una baranda en sombra.
A ella, diariamente me asomo, matutino,
a preguntar si no ha llegado carta;
y cuantas veces
la tristeza celebra con mi rostro
sus óperas de nada.

Una carta.
Que me escriba una carta la que me hizo
los ojos negros y la letra gótica,
que me escriba una carta aquella amiga
analfabeta de pasión cristiana;
duraznos de mi tierra: que me escriban,
y redacte una carta pequeñita
mi hermana abecedaria y pensativa.

Muertos los de mi infancia
que se fueron
dormidos entre el humo de las flores,
novias que se marcharon
bajo un farol diciendo eternidades,
amigos hasta el vino torturado:
¿No hay una carta para Juan Gonzalo?

Si no fuera poeta, expresidiario,
extranjero hasta el colmo de la gracia,
descubridor de calles en la noche,
coleccionista de apellidos pálidos:
quisiera ser cartero de los tristes
para que ellos bendigan mis zapatos.

Que los cojos me narren su muleta,
y el enfermo me cuente de su almohada,
y me pidan prestada mi sonrisa,
pero en carta de amor certificada.

El día que me muera: ¿en una piedra?
el día que me duerma: ¿en una cama?
que me llenen de cartas la camisa
para asfixiarme de palomas blancas.

También de palomar se muere un hombre,
cuando sabe vivir por una carta.
Juan Gonzalo Rose

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