sábado, 3 de septiembre de 2016

EDUARDO GONZÀLES VIAÑA : ACCOMARCA ESTÁ ENTRE NOSOTROS

Por Eduardo González Viana
Accomarca está entre nosotros
En el momento en que usted comienza a leer este artículo, yo estoy terminando de escribir una novela. Se llama “El camino de Santiago” y se inspira en la infame masacre de Accomarca.
En vista de que, luego de 31 años de retrasos se ha dictado la sentencia, ya no tengo nada que escribir
El fallo judicial muestra al mundo que la muerte de 69 personas ocurrida en una paupérrima comunidad del Perú no fue un “exceso” ni un “hecho aislado” ni el producto de una neurosis. Fue, en cambio, uno de una serie de crímenes perpetrados de manera sistemática por el ejército y justificados por las más altas instancias del gobierno nacional. Recuérdese que Telmo Hurtado recibió, en principio, una sentencia por simple “negligencia” y que luego Fujimori lo amnistió. Peor aún, que más tarde fue ascendido y, por último, huyó a los Estados Unidos en un viaje que no se explica sin el apoyo oficial.. Y por fin, se debe a las autoridades norteamericanas su regreso a Lima en un vuelo al que se resistió varias veces el gobierno de turno.
Y, más todavía, en el Perú de entonces y en el de ahora ha prevalecido la idea de que esas bestialidades deberían quedar impunes porque, supuestamente, nos libraron del terrorismo.
No es justificable que un individuo empuñe las armas contra el Estado cuando existen instituciones y caminos legales para hacer escuchar su propuesta de cambios. Sin embargo, no lo es tampoco que el Estado responda con la matanza indiscriminada e ilegal de individuos y comunidades ajenas al conflicto.
Lo he dicho antes y lo repito. Eso ocurrió en los días de Fujimori. La ejecución sumaria pobló de sepulcros nuestros campos. Nuestras cárceles se colmaron de calabozos perpetuos para enterrar a hombres vivos. Eso no lo ha cambiado ningún gobierno. La desdichada actuación del señor Humala, en cambio, lo ha recrudecido. En un momento, pretendió imponer los una ley contra el “negacionsmo” que estaba dirigida a aplastar cualquier crítica de
la actuación del Estado en el pasado conflicto. Peor todavía mientras en Colombia el presidente Santos buscaba la paz y la conseguía, en el Perú la esquizofrenia desatada por el hombre o acaso la mujer de palacio empujaba a la cárcel a un grupo de ancianos que ya habían rendido sus banderas.
Santos tiene grandeza. No la tuvo el capitán o comandante de Lima. En vez de buscar la reinserción en la sociedad de los rendidos y de los derrotados, estuvo siempre empeñado en exterminar a sus antiguos contendores. Aquella es una vieja práctica de caníbales.
En mi novela, Santiago es hijo de la maestra del pueblo-también asesinada en la masacre-y años más tarde está ingresando ilegalmente los Estados Unidos. Será apresado por los paramilitares “Patriots” que voluntariamente cuidan las fronteras y la pureza racial de ese país. Sin embargo, el mismo y un capitán latinoamericano llamado Telmo Colina avanzarán juntos sobre las calientes arenas del desierto de Arizona. No sabe el uno quién es el otro. Ambos guardan el recuerdo que cada uno de ellos tiene de lo que ocurrió en Accomarca..
“”Allí, afuera, los han llevado a Roberto Vásquez, el carpintero, a su mujer y a sus tres hijas.
Los invasores arrastraban a las mujeres para violarlas y, cuando aquéllas se resistían demasiado, las acuchillaban. Cuatro tipos pasaron sobre Rafaela, la menor que apenas tenía nueve años. Tal vez, antes de que consumaran su tarea, ya estaba muerta.
-¡Que se ponga de pie!
Tal vez eso fue lo que gritó el alférez Rivera, a quien le encantaba espiar.
-Creo que ya está muerta, mi alférez.
-¡Entonces, ponla de pie que quiero verla entera… ahora sí, remátala…!
De inmediato silbó el balazo. Siguió silbando después de atravesar el pequeño cuerpo y se fue silbando a perderse en las lejanías.”

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