--- El mar, 7/4/09, Abanto Aragon David Antonio <dabanto@norma.com.pe> escribió: De: Abanto Aragon David Antonio <dabanto@norma.com.pe> Asunto: Philip Roth: Retrato del escritor indignado. Entrevista de Robert McCrum. Revista Ñ Para: "Abanto Aragon David Antonio" <dabanto@norma.com.pe> Fecha: martes, 7 abril, 2009 7:07
Literatura Tamaño de textoEnviarImprimirComentar Philip Roth: Retrato del escritor indignado A los 75 años, el autor de El lamento de Portnoy, que lo convirtió en una celebridad de las letras estadounidenses, vive en una antigua casa de madera en una colina en Connecticut. El novelista que supo ser un rey en Manhattan, rodeado de admiradores y adulones, se dedica aún a lo que ha llamado "terrible ambigüedad del yo". Habla de su reciente novela, Indignación, en la que narra los recuerdos inducidos por la morfina. Junto con esta nota, el enfoque de Luis Chitarroni sobre su obra. Por: Robert McCrum 1 de 1 Era el último fin de semana del verano cuando viajé hasta el noroeste de Connecticut para reunirme con Philip Roth. La apartada casa de madera gris del novelista, construida en la época de la revolución, se encuentra sobre una colina, al final de un tranquilo camino rural, a varios kilómetros del pueblo más cercano.
La alta figura que sale de entre los manzanos a saludarme lleva buzo y pantalón de jogging gris. Mi primera impresión es que Philip Roth se parece tanto a un juez de la Suprema Corte de licencia como a uno de los escritores más admirados del país.
Según sus propias palabras al comienzo de El escritor fantasma, uno podía "empezar a comprender por qué esconderse a 400 metros de altura en las montañas con la única compañía de los pájaros y los árboles quizá no era tan mala idea para un escritor, judío o no... Pureza. Serenidad. Simplicidad. Aislamiento. Toda la concentración y la extravagancia y la originalidad reservadas para la vocación agotadora, enaltecida y trascendente". Como su personaje principal Zuckerman, Roth parece haber pensado: "Así es como voy a vivir".
Caminamos por la fresca hierba hasta una especie de tienda de gasa con sillas en su interior donde Roth y sus invitados pueden disfrutar de la conversación a salvo de los insectos. Entrar a esta burbuja es como ingresar en el sector de puertas afuera de la mente del escritor.
"Empecemos a trabajar", dice Roth, recostándose en su reposera para indicar que la entrevista ha comenzado. Esto suena informal pero la verdad es que todas las conversaciones con el autor de El lamento de Portnoy están sumamente controladas: las preguntas deben enviarse por adelantado; la transcripción es luego revisada; todo bajo la mirada vigilante de agentes y publicistas.
En la espesura de la literatura norteamericana, Philip Roth es una gran bestia tan fabulosa como el hipogrifo, rara vez avistada, nombrada con respeto y motivo de chismes disparatados y a veces indignados. Desde Portnoy, ha soportado el tipo de atención que podría llevar a alguien a buscar la soledad o a la paranoia: incesantes chistes autocríticos, una persistente lluvia de hostilidad y la mirada escrutadora y envidiosa de escritores menores. Ahora, cincuenta años después de comenzar a escribir, el autor de La contravida y Pastoral americana podría estar de acuerdo con Peter De Vries, quien observó sobre la vida literaria estadounidense que "uno sueña con la diosa Fama... y termina con la puta Publicidad".
Esta casa de Connecticut representa al Roth íntimo y contemplativo. Su departamento de Nueva York auspicia algo más público. Allí, como ha escrito su biógrafa literaria Hermione Lee, "salir con Philip Roth en Manhattan es como salir con Luis XIV en Versalles: el rey está en su reino". El escritor mismo dice que su deseo de exposición se encuentra en algún punto intermedio entre la reclusión de J. D. Salinger y la auto-publicidad del último Norman Mailer.
Oscilando entre lo público y lo privado, Roth es hoy una celebridad literaria tan grande como cualquiera de estos dos contemporáneos. Comparada con la de sus pares, y con la de casi cualquier escritor estadounidense de importancia, la producción de Roth es asombrosa para un hombre de más de 70 y con 29 libros en su haber. "Paso la mayor parte del día en mi estudio", dice. "Vuelvo a casa cada noche como volvería un obrero de la fábrica de ficción: 'Ya llegué, querida'". Salvo que ahora no hay ninguna "querida" en casa. Divorciado de su segunda mujer, Claire Bloom, en 1993, Roth vive totalmente solo.
En otra época, vivía aquí todo el año pero, con la edad, los inviernos le resultan demasiado brutales. Pero, ya sea en la ciudad o en el campo, se apega al horario de trabajo que siempre ha observado, mañana, tarde y noche, 365 días al año.
Ahora está más solo que nunca. "Todos mis amigos de por aquí han muerto", dice. "¿Richard Widmark? Dick murió hace dos meses. Arthur Miller murió; vivía a media hora de aquí. Y también Bill Styron." La muerte, señaló una vez W. H. Auden, es como el retumbar de truenos lejanos en un picnic. La lista de amigos de Roth le dice que el picnic está llegando a su fin, que la muerte anda rondando, esperando. "Parece colarse en un libro tras otro", expresa. "Creo que nadie salió vivo de mis últimos cinco libros." "Tengo 75 años, un número extraño," dice. "Es un extraño descubrimiento, para mí, al menos. Cuando uno es joven no va a un entierro cada seis meses."
El lugar de Roth en las letras estadounidenses no es sólo una cuestión de antigüedad o productividad. La secuencia de novelas, hábiles exploraciones del pasado reciente de su país, que comenzó en 1997 cuando Roth promediaba los 60 –edad en que muchos escritores se contentarían con descansar en sus laureles– constituye un inusual retrato que ha sido aclamado por los críticos a ambos lados del Atlántico: Pastoral americana, elegía sobre la vida familiar estadounidense ambientada en la era de la guerra de Vietnam; su duro retrato de Eve Frame en Me casé con un comunista (1998); La mancha humana (2000); El animal moribundo (2001); La conjura contra América (2004); Everyman (2006) y finalmente su despedida de Zuckerman, Sale el espectro (2007).
Y esto no es todo. Su último libro, Indignación, acaba de salir. Roth sabe que es corto, y posiblemente algo ligero. Con sus 230 páginas, Indignación narra los recuerdos, inducidos por la morfina, del joven Marcus Messner, un conscripto herido de muerte en la guerra de Corea. Messner morirá en las últimas páginas de la novela y no es claro en qué medida la evocación es póstuma o febrilmente imaginada al borde de la muerte. Con humor, Roth dice que el libro está entre una novela corta y, "una palabra peor", una novelita. "La editorial la llamó novela. Me dijeron que era mejor usar la palabra 'novela'." En reposo, la expresión de Roth puede ser severa, incluso intimidante. Cuando sonríe, todo se ilumina y, por un momento, el mundo parece un lugar más amable.
En la literatura estadounidense, la "novela póstuma" es un recurso poco frecuente. Roth se apresura a reconocer que no es original y señala que Memorias póstumas de Bráz Cubas del escritor brasileño del siglo XIX Joaquim Maria Machado de Assis, emplea el mismo punto de vista narrativo. La verdad es que no es del todo exitoso, aunque la prosa parece intacta. Pero a Roth no le preocupa. "En el sueño que le produce la morfina, no sabe dónde está e imagina que está muerto... Si eso es ambiguo, también está bien."
De todos modos, la verdadera preocupación de Roth en Indignación es explorar el mundo de un chico judío, nacido y criado en Newark en los 30 y los 40, un joven que huye de sus padres sobreprotectores para inscribirse en una facultad de artes liberales lejos de su casa y llegar a la mayoría de edad en los Estados Unidos de los 50, un joven curiosamente parecido, en su aspecto exterior, al mismo Roth.
A esta altura los lectores asiduos del escritor exclamarán con un suspiro "¡Otra vez!" ¿Pero qué esperaban? El problema de Roth es que él es la persona más interesante que conoce y con total desenfado reconoce su extraordinaria singularidad. Roth, como dice Martin Amis, "es de alguna manera excesivamente único. Es él, él, él". Sentado aquí, bajo el sol de la tarde, instintivamente se presenta como un personaje, casi en tercera persona. "Soy como un viejo," dice, como si no estuviera del todo dispuesto a aceptar que pudiera serlo. Sus amigos confirman que no hay nadie tan competitivo consigo mismo como Roth. Del mismo modo, si hay alguien que ha glorificado a Philip Roth y su leyenda es él mismo. Lo que le interesa, escribe en Decepción, "es la terrible ambigüedad del 'yo', la forma en que un escritor hace de sí un mito y, en particular, por qué". Un lugar donde se podría comenzar es el de sus orígenes.
Philip Roth nació en el seno de una familia de segunda generación de judíos, "antes de las medias con bombacha y la comida congelada", dice, en el año en que Hitler llegó al poder, 1933. Las sensibilidades de Roth siempre quedarán marcadas por los temas y el ritmo de la "década vil y deshonesta" en que nació, pero igualmente influyente fue su medio ambiente: una comunidad judía de clase media baja de Newark, Nueva Jersey, una ciudad suburbana.
Después de sí mismo, su tema es la gran república herida. En Los hechos, escribió: "Cuesta imaginar que alguien inteligente que hubiera crecido en los Estados Unidos después de la Guerra de Vietnam pueda haber tenido, como los jóvenes adolescentes inmediatamente después de la victoria sobre el fascismo nazi y el militarismo japonés, nuestro inequívoco sentimiento de pertenecer al país más grande de la tierra". Hoy, contemplando los 50 desde una perspectiva post-Bush, refuta esto diciendo: "Nunca hubo una edad de oro". Sin embargo, es un momento de la historia estadounidense que domina la breve narración de Indignación.
La Newark de la infancia de Roth era "aún mayormente blanca", pero ya estaba en decadencia, lo cual quizá podría explicar por qué sigue tan apegado a ella. Hoy la ciudad es casi totalmente negra, con un alcalde negro y las aflicciones ciudadanas de la criminalidad asociada a las drogas. Newark y su estilo de vida marcaron profundamente a Roth. Al escritor y a Paul Auster, también nacido allí, les gusta especular sobre la posibilidad de hacer una peregrinación literaria a sus raíces. Roth dice, medio en broma: "Tendríamos que ir acompañados de un policía. Es muy peligroso". Indignación comienza en Newark y exalta su vitalidad étnica con un atronador crescendo: "La Newark trabajadora, cruda, coimera, semi-xenófoba, irlandesa-italiana-alemana-eslava-judía-negra."
En la vejez, le disgusta el extremismo urbano, pero de joven lo disfrutaba. Roth ha dicho de su experiencia adolescente que tenía que ver con "nuestra agresión, nuestro salir de casa para adentrarnos en Newark, de a tres o cuatro, vagar por las calles de noche, las chicas, ir tras una cita a un lugar de reunión llamado Syd's en la avenida Chancellor y contar nuestras historias sexuales... Apetito. Quizá esa sea la palabra. Eran los apetitos los que eran agresivos".
En este invernadero verbal, frustrado y competitivo, el joven Roth incubó la voz desenfrenada y cómica que estallaría en la conciencia estadounidense con el "lamento" de Portnoy. El carácter judío de la vieja Newark también moldeó a Roth de otra manera. A través de las diferentes fases de su vida literaria, hay un hilo conductor que une a los personajes y que a muchos lectores les resulta intensamente atractivo. Quizá fue esta herencia psíquica la que lo llevó a jactarse de "mi buena suerte al haber nacido judío". "Es una experiencia complicada, interesante, moralmente exigente y muy singular," dice, "y eso me gusta."
El típico protagonista de Roth, que aparece nuevamente en Indignación, es dolorosamente inteligente y sobreprotegido. Esteta instintivo, está dividido entre la mente y el cuerpo, el sexo y la razón, la familia y el yo, el deseo y el deber. Mártir de la neurastenia, esta angustiada figura es atormentada por mujeres imposibles (incluso locas), padres arrogantes y, lo peor de todo, una conciencia culpable. A través de los años, Roth ha sido criticado por las feministas y ahora rechaza la sugerencia de que hay cierta veta de locura en todas sus mujeres de ficción.
"Veamos," dice con ecuanimidad. "En Sale el espectro, no hay ninguna. Allí hay dos mujeres cuerdas. En Everyman, las mujeres son todas cuerdas. Hay una que está loca en Cuando ella era buena (1967) y otra en Mi vida como hombre (1974). Creo que, proporcionalmente a la población, tengo el número correcto de locas."
Las novelas de Roth practican una brillante disección del enloquecido carrusel de las pasiones. En combinación con la química volátil de su temperamento, su judaísmo y una indefinible incomodidad de clase media baja frente a ese gran innombrable, las clases sociales estadounidenses, parecen haber engendrado bastante rabia, para usar un sinónimo menos elegante que "indignación". "Rabia", "venganza", "aspereza" son palabras que aparecen por todas partes en el paisaje de la obra de Roth. Ahora, quizá, promediando los 70, ha habido cierta dulcificación. La "indignación" de su nuevo libro quizá sea "la palabra más bella de la lengua inglesa", pero proviene del himno nacional chino. Como Marcus Messner, Roth tuvo en la escuela primaria profesores de izquierda que, además de canciones patrióticas, enseñaban a sus alumnos marciales cánticos de propaganda china.
En la obra del novelista siempre hubo cierta seriedad moral. Pero entonces descubrió el costo de explorar su condición de judío y quizá esta sea una de las fuentes de aquella rabia. En abril de 1959, un cuento publicado en The New Yorker, "Defensor de la fe", ofendió a tal punto a algunos lectores judíos al sugerir que un soldado judío podía aprovechar las sensibilidades judías de un comandante judío para asegurarse un trato preferencial que intervino la Liga Anti-Difamación de B'nai B'rith.
De repente "Philip Roth" era tema de habladurías en la sinagoga y motivo de discusión en los hogares. Durante gran parte de la década de 1960, se lo declaró traidor a su pueblo, se lo denostó y condenó por ser algo peor que un antisemita.
Claro está que todo este alboroto tribal no fue nada comparado con el escándalo que suscitó El lamento de Portnoy, publicado a fines de los 60. La novela, que lo convirtió en una celebridad, es un libro icónico que cambió todo, lanzándolo de cabeza a un mundo de curiosidad pública banal. Esta novela disfrazada de confesión fue un best-seller instantáneo. Tomada por miles de lectores estadounidenses como una confesión disfrazada de novela, colocó a su autor en el centro de la escena. Allí está desde entonces.
A mi insinuación de que quizá inconscientemente había buscado la indignación con El lamento de Portnoy, tras su experiencia con el complejo de persecución judeo-americano, responde: "No tengo ningún sentido del público, al menos cuando escribo. El público para el que escribo soy yo, y estoy tan ocupado tratando de dilucidar la maldita cosa y resolviendo el problema que lo último que pienso es: '¿Qué va a pensar X, Y o Z?'" Cualquiera fuera el motivo, no había retorno. "La literatura me metió en esto" dice su personaje Peter Tarnopol en La gran novela americana, "y la literatura me va a sacar".
Tal vez escribir ficción literaria no fuera la ruta de escape ideal, pero era la que él conocía. La obra de Roth de comienzos de los 70 parecía revelar lo que un crítico tachó de "los peligros de una mente excesivamente literaria". Después de la comedia salvaje de El lamento de Portnoy, Roth experimentó con la sátira (La pandilla), la fantasía satírica (El pecho), las fantasías caóticas de La gran novela americana y el "prodigioso lío" de Mi vida como hombre. Finalmente, en su joven madurez, se instaló en la exploración del yo, a través de Tarnopol, Kepesh (El profesor del deseo) y posteriormente Zuckerman (El escritor fantasma y Zuckerman desencadenado). Este fue el período intermedio de la carrera de Roth, y coincidió con su relación con Claire Bloom, quien decidió desde un principio que quería "pasar la vida con este hombre notable".
El profesor del deseo (1977) está dedicado a ella, y este fermento de media estación también produjo El escritor fantasma (1979), Zuckerman desencadenado (1981) y La contravida (1986), una de sus mejores y más originales novelas.
Para entonces, la relación Roth-Bloom estaba tan firmemente establecida a ambos lados del Atlántico que el autor pasaba la mitad del año en Londres. La íntima conexión de Roth con Inglaterra queda reflejada en Decepción, novela narrada enteramente en diálogo, que imagina la aventura de un literato con una mujer de clase media inglesa. La cruda inmediatez de este relato, con su rothiana declaración de que "en mi imaginación soy infiel a todo el mundo", provocó una crisis con Bloom, quien en sus memorias escribe sobre este episodio: "Ya no me importaba un bledo si esas novias eran fantasías eróticas. Lo que me dejó sin habla fue que me pintara como una esposa celosa que es engañada una y otra vez. Ese retrato me resultó desagradable e insultante".
Casi simultáneamente con esa ruptura, Roth sufrió un colapso nervioso (inducido por el Halcion que le habían recetado luego de una cirugía de rodilla) junto con un urgente anhelo de volver a su país. "Empecé a sentirme cada vez menos conectado con los Estados Unidos. Empecé a sentir que estaba perdiendo contacto con la vida estadounidense. Y en 1989 me di cuenta de que ya no podía hacer esto. Entonces volví. Fue un maravilloso regreso a casa porque redescubrí un viejo tema, que era este país, y comencé a escribir los libros sobre los Estados Unidos. Era la mejor de las situaciones. Encontré un tema nuevo que era un tema viejo que ya conocía."
En 1993, se divorció de Claire Bloom e ingresó en la fase que culminó con Sale el espectro e Indignación. "Libertad, se llama," dice, cargando la frase de una alegría casi tangible. Ahora estaba a campo abierto. Podía ir y venir a gusto. Podía trabajar donde, como y cuando quisiera, leer cuanto le gustara y deleitarse en la exploración de sus muchos yos. ¿Lee a sus contemporáneos?, le pregunto.
"No, no los leo, y no es por principio. Es que ya no leo mucha ficción. Me gusta mucho más leer no ficción. Leo todas las noches. Releo. El mes pasado releí a Camus." También últimamente ha releído a Turgenev y Conrad.
Lo que nos lleva a la relectura del mismo Roth. El lamento de Portnoy sigue siendo un tour de force desenfrenadamente gracioso pero es la obra de un hombre joven. Muchas novelas de la mediana edad de Roth, con su obsesión literaria por sí mismo, no soportan bien el paso del tiempo. Parecen artificiosas y algo carentes de humanidad. A esta altura del partido, quizá lo más que se puede decir es que todavía abriga una aspiración a la grandeza simple que, hasta ahora, parece habérsele escapado entre los dedos.
La prosa de Roth es famosa por desplegar el artificio del no artificio. En la página, logra una voz que es sencilla, natural y cercana a los ritmos cotidianos del habla. A lo largo de su obra, muestra una profunda admiración por dos escritores ingleses, Shakespeare y George Orwell. Creo que la claridad de Roth deriva en parte de Orwell, cuyos grandes libros, Rebelión en la granja y 1984, se publicaron en los años 40, una etapa impresionable de la adolescencia de Roth.
Pero cuando trato de acercarme a este hombre quisquilloso y solitario a través de sus libros las dificultades se multiplican. Las vidas que aparecen en sus novelas, sobrecargadas con "la terrible ambigüedad del 'yo'", carecen de la simplicidad de la prosa. Flotan, en cambio, en una tierra de nadie entre la imaginación y la realidad. Esto se debe a que el autor mismo es escurridizo e indiferente y está a la defensiva frente a los vulgares esfuerzos por ubicarlo. Como muchos escritores cómicos, parece perturbado, en particular por las atenciones del mundo exterior. Prefiere su solitaria reclusión y su biblioteca.
Al entrar al mundo de Roth, uno ingresa en una sala de espejos. Su crítica preferida, Hermione Lee, lo explica así: "Vidas en historias, historias en vidas: ese es el nombre del doble juego de Roth". Las travesuras, si eso es lo que son, no terminan allí. La artificiosa "autobiografía de un novelista" escrita por Roth, Los hechos, comienza con una carta a Nathan Zuckerman, su más famoso alter ego, en la que pide su veredicto sobre el libro, y termina con la "respuesta" de Zuckerman: "Estimado Roth, he leído el manuscrito dos veces. Aquí tiene la sinceridad que me pidió: No lo publique".
A Roth le molesta que le pregunten sobre sus muchos alter egos. Habla con desdén de los críticos que quedan entrampados en el alambre de púas de la tierra de nadie rothiana: "¿Soy Roth o Zuckerman? Escribo ficción y me dicen que es autobiografía; escribo autobiografía y me dicen que es ficción. Así que, como soy tan obtuso y ellos tan vivos, que decidan qué es o no es".
Lo que un crítico diga ahora no hará mella en Roth. No se molesta en leer reseñas. "Trato de leer tan pocas como puedo. No es muy gratificante, salvo en muy pocos casos, y depende de quién la haya escrito."
Novela corta o cuento largo, Indignación contiene material reciclado de libros anteriores. Pero, si bien hay indicios de cierta disminución de sus aptitudes, también hay un nuevo foco de atención: un yo que reconoce la cercanía del fin y otro que mira hacia el comienzo. Además de reflexionar sobre la mortalidad, Indignación habla de la llegada de un joven a la mayoría de edad.
¿No se sintió tentado, pregunto, de escribir una comedia para alejar las frías sombras de la mortalidad? "Me encantaría hacerlo, pero... creo que ya no sé cómo ser cómico."
Indignación refuta esta afirmación. Hay un episodio cómico en el centro de la narración en que la novia de Marcus Messner le practica sexo oral. "Lo que quería hacer en este libro," explica, "es pintar costumbres sexuales que han desaparecido a través de este pequeño incidente".
Cuando Roth publicó El animal moribundo (2001), le pregunté sobre su siguiente libro y contestó: "Espero que me lleve el resto de la vida. Ya no soporto empezar de cero". Pero la experiencia de la vida real contradice las imaginativas esperanzas del escritor. Acaba de terminar otro libro sobre otro tipo de muerte, un suicidio. Insiste en que este "no tiene valor terapéutico. Sólo me resulta un tema interesante. Quería ver si podía llevar a un personaje hasta el punto en que... Estoy tratando de volver loco a alguien," resume cortante.
La cinta se termina. Se acabó el tiempo. Caminamos bajo una cúpula de viejos robles hacia el estudio de Roth. El interior es espartano. Hay dos escritorios –uno para escribir y otro para "los asuntos comerciales"–, una radio y un atril, donde Roth, que tiene problemas de columna, trabaja de pie.
Cuando concluye nuestra recorrida, me firma un ejemplar de Indignación y nos despedimos. El hombre viejo y gris camina lentamente bajo los árboles hacia su estudio para su inevitable cita con su mesa de trabajo, un escritor feliz de estar solo con sus muchos yos, agotada toda pasión.
(c) The Observer Y Clarín TRAD.: Elisa Carnelli Roth Básico Newark (Nueva Jersey, EE.UU.) - 1933. Escritor
Se dio a conocer con Goodbye, Columbus (National Book Award de 1960), retrato del éxodo interno de los jóvenes judíos en EE.UU. Diez años y dos novelas después publicó El lamento de Portnoy, una grotesca comedia de educación sentimental que fue su primer gran éxito de público. Entre 1979 y 1983 lanzó Zuckerman encadenado, trilogía portagonizada por un novelista neurótico, libidinoso y cínico. Otra novela de Zuckerman, Pastoral Americana, ganó el Pulitzer en 1998. En novelas como La mancha humana (2000), El animal moribundo (2001) o Elegía (2006) revisita temas rothianos como la sexualidad vista como camino de liberación sin salida, el poder de la decadencia física y la idea de la identidad de las personas como una ficción caótica. Indignación (fragmento) El 25 de junio de 1950, unos dos meses y medio después de que las bien adiestradas divisiones de Corea del Norte, armadas por los soviéticos y los chinos comunistas, penetraran en Corea del Sur cruzando el paralelo 38 y se iniciaran los sufrimientos de la guerra de Corea, ingresé en Robert Treat, una pequeña universidad en el centro de Newark bautizada en honor al fundador de la ciudad en el siglo XVII. Era el primer miembro de nuestra familia que trataba de tener una educación superior. Ninguno de mis primos había llegado más allá del instituto, y ni mi padre ni sus tres hermanos habían finalizado la escuela primaria. "Trabajo para ganarme la vida desde que cumplí los diez años", me dijo mi padre. Era un carnicero de barrio para quien repartía los pedidos con mi bicicleta durante los años de instituto, excepto en la temporada de béisbol y las tardes en que debía asistir a los encuentros entre centros de docentes como miembro del equipo de debate. Casi desde el día en que abandoné la carnicería, donde había trabajado para él semanas de sesenta horas entre la época en que me gradué en el instituto en enero y el inicio de la universidad en septiembre, casi desde el día en que comencé las clases en Robert Treat, a mi padre empezó a aterrarle la posibilidad de mi muerte. Tal vez su miedo tuviera algo que ver con la guerra, en la que las fuerzas armadas de Estados Unidos, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, habían intervenido de inmediato para ayudar al ejército surcoreano, mal adiestrado y con un equipamiento insuficiente; tal vez tuviera algo que ver con el elevado número de bajas que nuestras fuerzas estaban sufriendo bajo el fuego comunista y su miedo a que, si el conflicto se prolongaba tanto como en la segunda guerra mundial, me llamaran a filas para luchar y morir en el campo de batalla coreano como mis primos Abe y Dave habían muerto durante la segunda guerra mundial. O tal vez su miedo tuviera que ver con sus preocupaciones financieras: el año anterior se había inaugurado el primer supermercado del barrio, a solo unas pocas calles de la carnicería kosher de nuestra familia, y se había iniciado un continuo declive de las ventas, debido en parte a que las secciones de carne y volatería del supermercado vendían más barato que mi padre, y en parte al descenso general durante la posguerra del número de familias que se molestaban en mantener los preceptos kosher en su vida domética y compraban carne y pollos kosher en una tienda certificada por un rabino cuyo propietario pertenecía a la Federación de Carniceros Kosher de Nueva Jersey. O quizá su miedo por mí originase en el miedo por sí mismo, pues a los cincuenta años, tras haber de excelente salud durante toda su vida, aquel hombre bajo y robusto había empezado a sufrir unos accesos de tos convulsiva que, por molesta que fuese para mi madre, no le impedía tener todo el día un cigarrillo encendido en la comisura de la boca. Fuera cual fuese la causa o la mezcla de causas que alimentaban el abrupto cambio en su conducta, hasta entonces benévolamente paternal, manifestaba su miedo acosándome día y noche acerca de mi paradero. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no estabas en casa? ¿Cómo sé dónde estás cuando sales? Eres un chico con un magnífico futuro ante ti... ¿cómo sé que no vas a sitios donde podrían matarte?
Las preguntas eran ridículas, puesto que en la época de la secundaria fui un alumno prudente, responsable, diligente, que trabajaba con ahínco y sacaba sobresalientes, que solo salía con las chicas buenas (...) y era un versátil jugador de cuadro en el equipo de béisbol del instituto.
Indignación de Philip Roth (Mondadori, págs. 15-16) http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/04/04/_-01889956.htm
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