domingo, 31 de mayo de 2009

Fwd: Dujovne La muneca rusa en Montevideo y America Latina 1928-1960



---------- Mensaje reenviado ----------
De: Ricardo Melgar <melgarr@gmail.com>
Fecha: 31 de mayo de 2009 8:23
Asunto: Dujovne La muneca rusa en Montevideo y America Latina 1928-1960
Para:


La Guerra Fría en Montevideo

La novela "La muñeca rusa" cuenta una historia inverosímil pero real: el romance entre el escritor Felisberto Hernández y una espía de la KGB.

Cruza de realidad y ficción, Alicia Dujovne Ortiz acaba de publicar La muñeca rusa, un libro dedicado al romance entre la espía española de la KGB Africa de las Heras y Gavilán y el escritor uruguayo Felisberto Hernández, figura de culto en su país. En el límite de lo verosímil, la autora disfruta contando la intimidad de la relación. Una hermosa espía ceutí, que al servicio del estalinismo se ha disfrazado de secretaria de Trotsky, ahora debe enfrascarse en una causa poco menos que absurda: viajar a París para enamorar a Felisberto, casarse con él y así entrar al Uruguay con papeles. Se trata del mismo Felisberto a quien Italo Calvino y Julio Cortázar entre otros subieron al podio de los grandes escritores latinoamericanos. ¿Por qué la NKVD, el servicio de información soviético precursor de la KGB, se fijo justo en él?

El final se parece más a una historia de amor que a un relato de espionaje en plena Guerra Fría, ¿es así?
Al final se ve que ella sí sentía algo por Felisberto. Hace un ritual, el ritual de "La casa inundada", del cuento de Felisberto, y tira el diario de Oleg. Ahora está deshecha por dentro y lo demuestra.

Entre personajes reales, aparece Oleg, el titiritero que guía a Africa desde Moscú y que escribe ese diario...
Lo inventé yo como necesidad del relato. Es el único que sabe todo. Y es natural que no quede nada de él: en realidad no existió.

¿Entonces el mismo Oleg tal vez pueda explicar por qué espió la KGB a Felisberto, un Don nadie?
Es una historia que no se le podría ocurrir a nadie. Cuando me la contaron en Montevideo salté hasta el techo. Y dije "esta historia es para mí", porque adoro a Felisberto desde siempre y porque el tema soviético lo tengo en las vísceras. Además, me divirtió pensar en lo que podía ser la vida cotidiana de estos dos personajes que no tenían nada que ver y que se juntaron porque un titiritero lo quiso.

Pese a su estancia parisina y a su buena imagen entre los escritores, Felisberto nunca alcanzó la fórmula del éxito, ¿por qué?
Felisberto tuvo la desgracia de ser demasiado extraño como escritor. Otros, que hicieron el mismo recorrido que él, y hablo sólo de escritores de talento, llegaron a públicos mucho más amplios. Y Felisberto fue uno de los grandes escritores latinoamericanos y no lo digo yo, lo dijo Cortázar, Calvino. En Uruguay es objeto de culto, pero tiene una mirada sobre la realidad tan extraña y oblicua, por ejemplo con la erotización de los objetos, que se hace necesario entrar en su mirada y eso a muchos lectores les resulta difícil.

Y le mandaron a una espía...
La KGB tenía que mandar a Africa de Las Heras, heroína de la Guerra Civil Española, a conquistar a este "pelele", anticomunista declarado. Justo a ella, que había sido secretaria de Trotsky. Necesitan mandarla a Montevideo para organizar un centro de espionaje desde allí. Va para conquistar a Felisberto, casarse con él y entrar a Uruguay como su esposa.–––

¿Tanto les importaba Montevideo a los soviéticos?
Montevideo fue un centro soviético desde 1928, cuando mandaron a mi padre no para el espionaje si no para la agitación sindical. La llamaban la "capital roja". Era el paraíso de las actividades ilegales. La policía tomaba mate. Entonces a alguien en la KGB se le ocurre esta idea y es tan genial que yo a ese alguien lo convierto en personaje de mi novela, Oleg.

¿Dónde terminaba la misión?
La misión consistía en conseguir verdaderos pasaportes uruguayos para los espías que iban a los Estados Unidos, previendo un sabotaje atómico en la Guerra Fría. Ella llega a Montevideo como la señora de Hernández y dos años después se divorcia, porque ya no lo necesita. Trabajó desde el 49 hasta los años 60. Y Felisberto muere 20 años después de la separación sin enterarse de que ha sido espiado por los soviéticos.

¿Hay en la novela una reivindicación de la figura de Trotsky?
–Por supuesto que es mucho más simpático que Stalin, aunque no quiero pensar en un régimen liderado por él, porque también era un fanático. Pero hay algo en su cara que me cae bien, y hay en muchas de sus posiciones cosas que me caen bien. No llega a ser una reivindicación. Pero la propia Africa responde que le parece una persona de bien, porque tiene cara de tío con lecturas. Hay en él una profundidad que el georgiano guarango de Stalin nunca tuvo.

¿Sus novelas se están volviendo más históricas, más políticas?
El hecho es que necesito partir de la realidad. O bien son autobiografías, o biografías como la de Eva Perón, o novelas en las que siempre parto de un elemento de la realidad. Me resulta mucho más divertido; el periodismo me lleva a eso. Hurgar detrás los hechos es para mí un gran placer. La política rusa era una presencia en mi vida: nací en eso. Yo venía con una decepción tan fuerte, mamada desde la cuna, que no pude compartir la utopía de mi generación. Ni la decepción que le siguió.

El llanto de Africa, ¿es el llanto de los partidos comunistas latinoamericanos por haber obedecido el mandato soviético, especialmente al del estalinismo?
Es el llanto de mi padre, en todo caso. Mi padre se fue del Partido Comunista en 1947. Estuvo preso en la cárcel de Neuquén entre el 43 y el 45. Allí, en prisión, entendió lo que era el estalinismo y se fue, también por disidencia con la dirigencia del PCA. Se fue, se encerró en su casa y cerró la boca hasta el fin de sus días, en 1973. Y guardó fidelidad a un juramento pronunciado frente a un orden de cosas en el que ya no creía. Por eso el llanto.





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Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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