De: Ricardo Melgar <melgarr@gmail.com>
Fecha: 31 de mayo de 2009 22:14
Asunto: La carcajada del viejo guerrillero
Para:
Carlos Ramírez (*)
Pasajes de la guerra civil salvadoreña desde el lado izquierdo
WASHINGTON - En los frentes de guerra y, sobre todo en las zonas liberadas, las horas de la madrugada eran normalmente tranquilas
Pero esa madrugada Celia, la compa que hacía "posta" vio un bulto negro moverse maliciosamente quebrada abajo del hospital y de la cocina y, como era su deber, corrió hacia donde dormían los comandantes para darles el "parte".
Estos no le creyeron, o más bien le creyeron a medias, por el hecho de que la mujer tenía menos de una semana de haber entrado el frente –por el miedo podía haber visto un fantasma-- , y además, porque la quebrada pedregosa estaba plagada de minas.
Por si las moscas, difirieron la programación habitual del campamento: la formación militar, el informe político y el desayuno se llevaron a cabo una hora después.
Que equivocados estaban. Unos 30 guerrilleros desayunaban arroz con sopa Maggi y café de maíz cuando del lugar menos esperado (detrás de las lomas ubicadas al norte) apareció un helicóptero UH1H disparando, luego otro y otro y, tras ellos, "avispitas" (helicópteros Hughes 500). Desde estas últimas, además de balas, también caían granadas de humo.
Fue un desparpajo a todo dar. El personal del campamento de mando, de la seguridad circundante, de la cocina y del hospital y, más de alguna visita, fueron sorprendidos infraganti por la Fuerzas Aérea de modo que los comandantes guerrilleros no tuvieron tiempo ni para decir "sálvense quien pueda'. Unos corrieron para cualquier lado y, otros, también para cualquier lado.
El bulto que la mujer había visto era ni más ni menos que un "PRAL" quien, a juzgar por los resultados, había dado las ubicaciones guerrilleras con lujo de detalles (por PRAL se conocía a los miembros de las llamadas Patrullas de Reconocimiento de Largo Alcance).
El Positivo, el Viejo Simón y, al menos otros 10 compas, se deslizaron para abajo en aquella loma desnuda. Desnuda porque los comandantes recién habían mandado a quemar el zacate y algunos guayabos.
A todo esto, eran ya, al menos, aproximadamente ocho los helicópteros disparando rockets y balas. "Puta ya me jodieron", dijo con su voz ronca, Emilio, quien huía a la par del Positivo. Una esquirla le perforó un cachete a este joven de unos 16 años, conocido por su habilidad para arreglar las "cachas" de los fusiles M-16 traídos de Vietnam, así como por pescar chimbolos de un sopapo.
Los soldados disparaban a sus anchas, tanto que se veía claramente, como uno de ellos, subido en una avispita lo hacía a pocos metros de sus cabezas con su M-16 recortado, quizás porque a la ametralladora se les había acabado el parque.
El alboroto alcanzó tal magnitud que de pronto sólo quedaba Simón y el Positivo. Ellos decidieron continuar avanzando hacia abajo. Avanzaban un metro, dos metros, cuatro metros, hasta detenerse en los "mogotes" (troncos) de zacate quedados tras la quema con el propósito de simular que eran un mogote más para no ser identificados.
"Acurrucáte y encogéte para que piensen que sos un bulto más y no te vean", decía Simón... luego avanzaban acurrucados hacia el próximo tronco, entilados completamente y con la ropa rota por los chiriviscos.
De pronto, cuando a los soldados se les acabo la munición los pilotos alinearon los helicópteros y se retiraron, "Ya se van, ya se van,", decía Simón jubiloso.
El jubilo, empero, sólo duró escasos minutos. De súbito aparecieron tres aviones A- 37 con su estruendoso ruido, cuyos conductores tras dar un par de vueltas para afinar la puntería dejaron caer cuatro bombas de 500 libras: una en la cocina, otra donde la mujer había visto el bulto y la tercera entre ese lugar y el campamento. La otra quien sabe dónde. Una cayó entre 100 o 150 metros de Positivo y Simón.
Tras la onda expansiva cayeron sobre ellos un montón de piedras afortunadamente ninguna del tamaño que les quebrara la mollera. Una vez consumado el hecho los aviones, igual que previamente los helicópteros, se formaron en fila y se retiraron.
Los A-37 volaron despacio. Los pilotos iban viendo desde poca altura su obra. A partir de entonces al Simón no se le volvió a ver más.
¿Para dónde le daba, entonces el Positivo? No tuvo chance de hacerse la pregunta, porque de pronto apareció otra fila de helicópteros color verde oscuro, entre ellos, uno con una cruz roja pinta al costado. Los soldados, quienes venían disparando fueron botados justo donde cayó la bomba más cercana.
Se trataba de un desembarco en sus narices a pleno mediodía. Y un desembarco era de las acciones del enemigo más temidas porque se trataba simple y llanamente de tener a los "cuilios" "en el lomo" y para variar en desventaja.
El esperaba tenerlos enfrente en cuestión de minutos. Pero como la sicología humana es indescifrable, se apodero de él una cólera sin límites... En su mente había una determinación. "Ustedes también se van a morir h-i-jos- de- la -g-r-a-n p-u-t-a". Fue una rabia como nunca la tuvo y jamás volverá a tener.
Y es que él sabía que podía "tronarse" a más de alguno. Y podía hacerlo porque el fusil que portaba era uno de los mejores (recién le habían asignado el M-16 de uno de los jefes de pelotón Moris porque estaba herido y quien, por cierto, murió ese día a causa de las bombas). Asimismo, portaba tres cargadores y dos granadas.
Veía los bultos de los "parachutes" moverse a la distancia pero mientras ellos no lo vieran su meta era, retroceder.
Al mismo ritmo que llego hasta allí, matocho por matocho, logro avanzar hacia arriba. A eso de las 4 de la tarde, pasaba por lo que, hasta temprano fue el campamento de mando con el riesgo de encontrarse con los soldados o con algún compañero perdido que se equivocara y le disparara.
Una avioneta Push and Pull conocida por la guerrilla como "la carreta" daba vueltas por sobre la zona. No era extraño que fuera un jefe castrense haciendo cuentas.
Por fin logro llegar a un lugar donde habían estado desayunando algunos compas durante el despije que, tras la carrera, dejaron unos pedazos de tortillas mismas que devoró absolutamente.
Nunca jamás sintió un placer tan grande como acostarse en ese lugar durante una media hora. No obstante, el ambiente seguía siendo de incertidumbre. Cuando ya se vislumbraba el anochecer. ¿Para donde se dirigía?
Comenzó a buscar un lugar seguro encontrando un camino conocido. Eligio una intersección entre ese camino y una vereda y allí se enmontó. Fueron dos días y dos noches. Afortunadamente llovió un poco que le permitía abrir la boca para que le cayera agua.
Al siguiente día por la mañana, algunos helicópteros volaron bajito sobre la zona pero para él fue normal. El susto fue cuando escucho trajinar de botas en la vereda, a unos 50 metros. El creía que los soldados tenían la zona bajo control. Al siguiente día, a eso de las cinco de la tarde volvió a escuchar voces y pasos pero el lado de la camino...
A esas alturas ya había tomado la decisión de salir de allí lo cual hizo una vez oyó que las personas habían abandonado el lugar.
Salió, caminó por esa calle al oscurecer encontrando un bendito palo de mango y muchos mangos en el suelo comenzados por los pájaros. Ese día confirmó que no hay mejor fruta que los mangos: Tienen comida y agua.
Una vez enmangado decidió esconderse nuevamente. En esta oportunidad adentro de un complejo de piedras cuyos habitantes eran unos 20 murciélagos gordos y avispados. Así, románticamente acompañado, por esos animalejos de piel negra y brillante, paso la noche hasta que al filo de las seis de la mañana escucho voces de nuevo, algunas de mujeres.
En seguida vio a un grupo que avanzaban frente al complejo de piedras ubicados a unos 70 metros. Eran los compas encargados de la cocina.
"Hey soy Manuel", les gritó evidentemente feliz (Manuel Machado se llamaba allí)
Una vez identificado salió y se unió a la fila y los primero que preguntó a sus compañeros fue: --¿Cuántos muertos?
– Hubo 8 y cincos heridos. Fue "un masacre", respondió uno de ellos.
--¿Quienes fueron? Mencionaron los nombre de Walter, Moris, Sonia, el Surullo Macuyo, Susana….
Una vez regresó al campamento, fue recibido por el Comandante Cirilo. Este, con una amplia sonrisa cerró el puño de la mano derecha y haciendo un además victorioso con ella dijo: Vergón.
Al día siguiente regreso con Carbilio al lugar de los hechos. Lo primero que vio fue una bota nueva amarilla que salía de un grupo de piedras. Era Walter que no pudo ser enterrado y fue sepultado bajo un puñado de rocas que no lograban cubrirle una pierna. Luego, vio la zona tapizada de casquillos, el cráter dejado por las bombas y las piedras que levantó hasta un radio de, mínimo, 200 metros. Asimismo, encontró su libro preferido: Cien años de soledad, totalmente calcinado que había guardado en el interior de un cerco de piedras.
Un año después de firmada la Paz (1992) se disponía abordar un autobús frente a MOLSA, en el Boulevard del Ejército, cuando escuchó una sonora carcajada y un dedo que le apuntaba. Una carcajada mezcla de jodarria y un humanísimo homenaje a la vida. Era el viejo Simón.
"Puuuuuuuuuuuuuuta maishtro, quedamos vivos", dijo uno de los dos en alusión a aquel inolvidable y fatídico 10 de marzo de 1988.
Después de ese encuentro, Positivo nunca supo del viejo Simón, hasta que un día, leyendo los diarios vio su foto en cuya base se refería que era postulante a Concejal de Soyapango, cuando la ex guerrilla participó por primera vez en una contienda electoral.
(*) Periodista y colaborador de ContraPunto
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Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
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cel 993754274
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