De: UNIVERSIDAD SOCIALISTA JOSE CARLOS MARIATEGUI <uspjcm@gmail.com>
Fecha: 29 de mayo de 2009 9:00
Asunto: LA DIALECTICA DEL VASO DE AGUA O LOS VIAJES DE CESAR VALLEJO A RUSIA/POR: ALEJANDRO BRUZUAL
Para: "Univ.JC Mariategui" <universidad_socialista_jose_carlos_mariategui@yahoogroups.com>, amistad-peru-cuba@yahoogroups.com, generacion_resurgimiento@yahoogrupos.com.mx, comite_pro_80_aniversario_creacion_heroica_de_jcm@yahoogroups.com
Vol. 4, No. 1, Fall 2006, 23-39
www.ncsu.edu/project/acontracorriente
Los viajes de César Vallejo a la Unión Soviética:
La dialéctica del vaso de agua
Alejandro Bruzual
University of Pittsburgh
Rusia es triste. La tristeza de la fuerza.
Ante el Segundo Plan
César Vallejo visitó en tres oportunidades la Unión Soviética entre 1928 y 1931, aprovechando para escribir artículos sobre la Revolución bolchevique y apuntes de lo que serían sus dos libros de crónicas de viaje: Rusia en 1931: Reflexiones al pie del Kremlin,
aparecido en julio de 1931, y Rusia: Ante el Segundo Plan Quinquenal, terminado en 1932, pero editado de manera póstuma. La finalidad de sus escritos era ofrecer al mundo occidental
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impresiones como testigo presencial de los alcances de la Revolución: “Mi esfuerzo es, a la vez, de ensayo y de vulgarización” (Rusia en 1931 6). Vallejo pretendía poner en contacto “al gran público” de Europa y América con el “proletariado en Rusia”. Así, Rusia en 1931 fue el primer libro de reportajes sobre la Unión Soviética que se publicara en España (Meneses 1050) y, seguramente, en español.
En estos textos, Vallejo quería postular una “verdad” que pudiera oponerse a la visión sesgada de la prensa internacional, que todavía atacaba con virulencia a la revolución comunista. Entonces, hizo un marcado énfasis en su imparcialidad apoyándose en dos
recursos. El primero, multiplicando los puntos de enunciación por medio de entrevistas a un amplio conjunto de personas, de diversos orígenes y profesiones: artistas, intelectuales, profesores, funcionarios, soldados, miembros del partido comunista, obreros,
campesinos, gente común, sin excluir opositores y críticos al sistema. Y segundo, sustentando sus escritos con conocimientos de una supuesta objetividad, principalmente provenientes de las ciencias sociales, en particular, cifras estadísticas y datos económicos (aunque limitados y sin ofrecer las fuentes). Su intención era marcar distancia con otros viajeros occidentales (otros testigos), cuyos escritos le resultaban superficiales y sesgados, por lo que advertía que “[n]o basta haber estado en Rusia: menester es poseer un mínimun de cultura sociológica para entender, coordinar y explicar lo que se ha visto. No hace falta añadir aquí que los demás libros de ‘impresiones’ de viaje a Rusia no son más que pura literatura” (Rusia en 1931 6). Es decir, los suyos se alejaban tanto de la superficialidad turística como de la “libertad” de una literatura superficial, apelando a una rigurosidad metodológica –alcanzada o no– que diera cuenta de una realidad determinada por el evento revolucionario.
Pareciera que la angustia por demostrar su imparcialidad ante su objeto de estudio no respondía solamente a la confrontación con los otros viajeros o a motivos que pudieran verse como propiamente
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periodísticos, sino que estaba relacionado consigo mismo, una necesidad de darle sustento racional al impacto positivo recibido en su primer viaje, ya que, en realidad, había albergado dudas anteriores respecto a la “realidad social marxista” (Georgette Vallejo,
Apuntes 8). Entonces, también se pueden leer estos textos como un diálogo consigo mismo, una forma de racionalizar su propia experiencia. Y esta tensión entre razón y experiencia es ya evidente en la marcada enumeración de las condiciones de su independencia de criterio, cuando advierte no estar condicionado más que por su
propia voluntad, no estar inscrito en ninguna organización política,1 ni haber recibido financiamiento alguno para sus gastos.2 No obstante, Vallejo reconoce explícitamente que su visita era la de un escritor identificado con el proceso político-social que se llevaba a
cabo, un intelectual ideológicamente interesado, si bien se consideraba una suerte de marxista heterodoxo, que había evolucionado de la “anarquía intelectual” descrita en un texto publicado en Bolívar (España), poco tiempo antes:
Yo no pertenezco a ningún partido. No soy conservador ni
liberal. Ni burgués ni bolchevique. Ni nacionalista ni
socialista. Ni reaccionario ni revolucionario. Al menos no he
hecho de mis actitudes ningún sistema permanente y
definitivo de conducta. Sin embargo, tengo mi pasión, mi
entusiasmo y sinceridad vitales. Tengo una forma afirmativa
de pensamiento y de opinión, una función de juicio positiva.
Se me antoja que, a través de lo que en mi caso podría
conceptuarse como anarquía intelectual, caos ideológico, con
tradición de incoherencia de aptitudes, hay una orgánica y
subterránea unidad vital. (Citado en el prólogo de Ensayos y
reportajes XVII)3
1 Esto es cierto en cuanto a su primer libro, aunque desde 1925 pertenecía a la
célula francesa del APRA. Desde finales de diciembre de 1928 formó parte de la célula
“marxista-leninista peruana de París” del Partido Socialista Peruano, fundado por
Mariátegui, y, en 1931, se incorporaría al Partido Comunista Español.
2 Esto es también un tanto relativo, aunque no condicionara su libertad, porque
había costeado su primer viaje a la Unión Soviética con el dinero que le había dado la
embajada peruana para regresar a Perú, lo que cobra un interesante giro simbólico, pues fue
con la esperanza de fijarse en Moscú−según afirma su esposa Georgette.
3 Según Georgette, entre 1927 y 1928, Vallejo pasó por una crisis moral debido a
un cierto “alejamiento de los problemas que más atormentan a la humanidad avasallada”,
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Sin embargo, lo complejo de esta voluntad de objetividad se convierte en un emplazamiento de sí−como narrador, pero también como viajero−, una autovaloración que lo acerca y lo distancia, al mismo tiempo, de la realidad a la cual se dirige y de la cual habla. Es así que Vallejo se presenta a los entrevistados y a los lectores como un periodista burgués en misión profesional–un escritor free-lance diríamos ahora. No poco importante es esta alusión en medio de un mundo que exaltaba su extracción obrera, autodescribiéndose como algo ajeno, personaje supuestamente representante de un estadio superado, que sumado a la condición de extranjero, de proveniencia occidental, radicaliza su otredad frente a los obreros de todo el mundo que visitaban la URSS en ese mismo momento, quienes –según el mismo Vallejo–recibían ciudadanía automática. Si bien estos excesos le permitían explicar algunas de las complicaciones que confrontó en su viaje, como el verse obligado a pagar mucho más que los trabajadores (rusos o extranjeros) por todo lo que allí consumía (lo que le pareció justo y loable), al mismo tiempo, le permitía manejar esa misma heterodoxia ideológica, matizada de elementos de una humanidad no coercible. De allí que ante la disyuntiva de dar o no una limosna a un mendigo con quien se cruza en la calle, mientras su traductora se oponía con el criterio de que la piedad era contraria al espíritu revolucionario (vocera así de la teoría), Vallejo
apela a su “condición” burguesa para excusar su inclinación solidaria, y afirma: “Yeva es comunista, pero yo soy burgués. Le doy al vagabundo unos kopeks...” (Rusia en 1931 129).
Ya aquí, cambia el énfasis con que había definido su investigación, y en el segundo libro ya no era lo más importante el mayor o menor conocimiento sociológico y económico de la realidad,
que lo lleva no sólo al marxismo, sino a interesarse por la Unión Soviética, al ver en ella “un sistema enteramente nuevo, y no por azar unánimemente rechazado por los explotadores y los prepotentes, ha de implicar a la fuerza e ineluctablemente algún mejoramiento por primera vez palpable, para las masas trabajadoras” (Apuntes 7).
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ni las cifras o el manejo de las teorías y discusiones ideológicas (que sin embargo, seguirá utilizando), sino el contacto humano con sus entrevistados: “Mi reportaje concierne más a la manera de vivir el proletariado en Rusia, que el desenvolvimiento técnico de la
economía soviética” (Ante el Segundo Plan 276). El “periodista” sigue y describe paso a paso la cotidianidad de sus personajes, sus costumbres y circunstancias, hablando con ellos de política, trabajo, economía. Destaca, fuertemente, aspectos de una nueva constitución
de las relaciones humanas, los rasgos del hombre nuevo que se anunciaban (y que no siempre parece comprender o aceptar), la manera como se mostraban los afectos, se establecían las relaciones familiares, se definían las aspiraciones culturales de sus
interlocutores. El hecho de que en estos textos se desnaturalice la voz de sus entrevistados, uniformada en su propia voz de narrador –quizás hasta en exceso, como han hecho énfasis sus críticos–, es un aspecto insignificante dentro de los objetivos planteados, siendo
producto comprensible de la doble traducción a la que su experiencia se ve expuesta, la lingüística y la escrituraria.
Estos libros han sido considerados por algunos críticos (Coyné y Lambie entre muchos otros) como muestras de ingenuidad, ceguera, manipulación del partido, cuando no una tergiversación intencionada de la realidad, con fines panegiristas. Ejemplo de ello,
Teodorescu, con una pasión fanática equivalente a la que le reclama al escritor, afirma que:
[s]u actitud ante las cosas que ve en la URSS es de una
obstinada justificación hecha según las líneas directivas del
Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética […].
Justificar conforme al asesoramiento de la Sección de
Propaganda y Agitación del Comité Central (CC) del PC(b)US
se consideraba cónsono con la dialéctica marxista/leninista,
aunque esto significaba despojar al “propagandista” del libre
uso de su facultad de raciocinar. (765)
Sin embargo, más allá de las condicionantes ideológicas evidentes en dichas críticas, y de que sea posible o no verificar alguna
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realidad en ellas, estas críticas se producen como visiones anacrónicas de profetas del pasado, exigiéndole a Vallejo una conciencia de esa realidad que sólo sería evidenciada más tarde. No obstante, incluso aceptando una posible ingenuidad ante la discusión que se daba en el Partido,4 es obvio que la intención de Vallejo era ofrecer y apuntalar una visión de base, investigar la percepción que se tenía en el pueblo ruso, y hablar sobre el destino que el propio proletariado involucrado quería darse a sí mismo. Ese valor, entonces obviado por sus críticos, es el que hace de estos textos una fuente importante de una realidad que postulaba alternativas diversas a las que finalmente se impondrían (desde arriba).5
A estas descalificaciones, que podemos llamarlas internas, Lambie suma otras externas, la supuesta intervención de los editores, que estarían interesados en presentar “a su autor como viajero perceptivo y desinteresado, ansioso de comprender la realidad de la
vida diaria en la sociedad soviética...” (145). Es decir, según el crítico, su “objetividad” sería una apuesta comercial. Sin embargo, no vemos porqué no pueda ser aceptada como la posición real del autor, como algo cierto aunque ideológicamente condicionado, el que Vallejo quisiera ver la revolución desde abajo, y que su objetividad no fuera ni recurso retórico ni una trampa panfletaria, sino una disposición consciente hacia una experiencia, si bien limitada (como todas), real.
No sólo esto, sino que Lambie también cuestiona la recepción
4 Ya era más que conocido y público el enfrentamiento entre Stalin y Trotsky (en
febrero de 1929, éste se exila en Turquía, hasta octubre de 1930). En sus libros de viaje,
Vallejo evita tomar posición a este respecto, si bien está a favor de la orientación que se
estaba tomando en ese momento, en cuanto a la colectivización del campo, la educación
masiva, los planes quinquenales, etc. Según Lambie, Vallejo observa imperfecciones en
todo el proceso, pero ve que ese sufrimiento es casi necesario para la construcción del
socialismo, al compararlo con la situación del capitalismo. (148)
5 Habría que sumar esto al rechazo hecho a buena parte de su prosa y su teatro, en
buena medida todavía apenas conocidos, y, en particular, a El tungsteno. Pareciera no
aceptarse como un corpus de obras coherente en tiempo y temática, por su carácter político
y beligerante, siendo un volumen significativo en su catálogo, como enfatiza su esposa en
sus diatribas contra el mundo de críticos (en particular, con Larrea) que, actuando
propiamente como institución, ejerció su poder para apropiarse del poeta.
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positiva que tuvo el libro en España, interpretándolo, sorprendentemente, como un error colectivo, fruto de un cándido optimismo de la izquierda que hizo que “Rusia en 1931 fuera
considerada ‘imparcial’ por algunos críticos en el momento en que fue escrita” (145). Víctor Fuentes, en cambio, demuestra que España vivía una revolución cultural en los años veinte, producto de las expectativas de la misma Revolución rusa, y que esa situación
favoreció a Vallejo, quien ya era conocido antes de su llegada a España, precisamente, por sus artículos en Bolívar (la revista madrileña de su amigo Pablo Abril) y por la reedición española de Trilce, en manos de dos importantes poetas españoles, José Bergamín y Gerardo Diego. Es decir, el mismo Vallejo había abierto un espacio favorable para sus dos nuevos libros: Rusia en 1931 y El tungsteno (402 et passim).
Pudiéramos pensar que lo que estos críticos aspiraban es un énfasis sobre el análisis de la Revolución rusa hecha desde el punto de vista de la valoración del Estado, de sus líderes y de fuentes históricas escritas en diálogo con estos (a favor o en contra), mientras que Vallejo buscaba entender las fuerzas sociales que todavía estaban en movimiento, manifestándose en la cotidianidad, en la realidad vivida por la gente con la que tuvo contacto. Si por un lado, el discurso ideológico permitía todavía esconder las violentas
purgas y excesos de Stalin,6 la aún reciente y vigente conquista real de derechos civiles, económicos, educativos, había generado un optimismo, que hay que destacar aquí como una situación también real: los referentes a la mujer soviética, sus roles laboral y político
equivalentes e independientes a los de los hombres, la igualdad del
6 A partir de los noventa, diversos historiadores vienen dando otra visión del
“terror estalinista” en la Unión Soviética, ajustando el número de víctimas reales, y
estableciendo un campo de responsabilidades mayores que considera no sólo variados
excesos de burócratas locales y venganzas personales (que aprovecharon las
circunstancias), como también demostrando que los ataques e intrigas contra la
Revolución, externos e internos, eran en muchos casos ciertos.
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matrimonio frente al amor libre y no regularizado, las facilidades para el divorcio y el aborto, los derechos de los niños y los ancianos, de los inmigrantes, de los más necesitados; unificando sus posibilidades culturales, educativas, laborales, etc. La reversión inmediata posterior de muchos de estos logros no impide pensar que
fueran entonces considerados productos espontáneos de la revolución y de la manera en que una sociedad revolucionada se expresa, conquistas que sólo tarde y mal llegarían a otros países del mundo y, en muchos aspectos, como aspiraciones aún hoy incompletas.7 Fuentes lo resume así: “...lo que todavía resplandece en los dos libros del gran escritor peruano sobre Rusia –y en toda su obra de aquella época– es la celebración de dichos mitos de la revolución proletaria, opacando a su, en gran parte, caduca vertiente
cientifista y dogmática: las imágenes de un mundo mejor que pudo haber sido” (410, enf. nuestro).
En efecto, en sus libros sobre la Unión Soviética (en particular en el primero) se refleja una sociedad aún en debate, en tensión entre el pasado aparentemente derrotado y la esperanza de un futuro también aparentemente cada vez menos incierto. Vallejo lleva al
lector a concluir que si bien no es una realidad consolidada, a más de 10 años del triunfo revolucionario, tiene acumuladas grandes posibilidades de éxito. Por ello, no tiene temor de advertir que no es todavía igualitaria, que no se han vencido el miedo y mucho del
servilismo anterior (que se va desplazando hacia los miembros del Partido), que queda parte de la población por educar, que si hay ya una nueva generación surgida de la propia revolución, todavía están presentes lumpen, prostitutas, usureros (aunque para él
minoritarios), residuos de la vieja Rusia zarista, hechos que para otros fueron prueba fehaciente del fracaso tanto de la teoría como de
7 Piénsese sólo en las discusiones de los Estados Unidos de hoy, y de la
importancia que tuvo en las últimas elecciones presidenciales los temas del aborto, el
matrimonio gay, los derechos de los inmigrantes, etc.
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la praxis revolucionarias, contradicción y anticipo de un futuro inmediato. Vallejo advertía, además, que se esperaba mucho del Estado proveedor, redistribuidor y justiciero, y que era ya claro que la burocratización representaba el más grande peligro de la revolución: “La arbitrariedad, la rutina, la indolencia y el despotismo se han entronizado detrás de cada escritorio y de cada ventanilla” (Rusia en 1931 103). En su segundo libro, Rusia ante el Segundo Plan Quinquenal, transcribe las duras críticas de un joven escritor
bolchevique:
El poeta discurre entonces largamente sobre el funcionarismo subalterno ruso, atacándolo, a su turno. Habla de la responsabilidad de los burócratas, que casi siempre es ficticia.
Habla de ciertos sistemas de intrigas y arribismos y de la influencia nociva del espíritu y los métodos burocráticos en el seno de las masas laboriosas. (314)
Como era de esperarse, Vallejo necesitaba traductores del ruso,8 y los tuvo de diversas posiciones políticas, desde un miembro del partido hasta una “sobreviviente de la burguesía zarista, recalcitrante al régimen soviético” (Rusia en 1931 50). Es una
limitante asumida y una tensión fuertemente presente que también se revela en Walter Benjamín, quien entre 1926 y 1927 había viajado a Moscú, donde había escrito su famoso Diario.9 En ambos autores hay la incapacidad de comprender por sí solos el lenguaje de esa realidad con la que intentaban relacionarse, y que en tantas cosas les
8 Las dificultades con la lengua, al parecer y según Georgette, fueron la razón
principal para que desistiera de quedarse a vivir allí.
9 En este Diario, Benjamín definió los límites de su experiencia debido a sus
problemas lingüísticos. Se valdrá y dependerá, en buena medida, de Bernhard Reich, el
director de teatro austriaco, compañero de Asia Lacis. A diferencia de Vallejo, Benjamin
tendrá una visión pesimista, pero aparentemente favorable, de la realidad soviética: “Esta
mañana me sentía con muchas fuerzas, y así logré hablar franca y sosegadamente de mi
estancia en Moscú y de sus escasísimas posibilidades” (14.12.1926, Diario 29). Pero hay
que tener presente que la experiencia flaneurística de Benjamin en la Unión Soviética
quedó condicionada por la fluctuación emotiva, que marcó tanto el viaje del filósofo
alemán como su experiencia escrituraria.
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resultaba impenetrable. Esto los llevó a agudizar estrategias diversas que mediaban reflexión y experiencia, resituando la observación en un marco que, a veces, se escapaba de lo racional de una mera escritura descriptiva. Un ejemplo singular de esto, es el relato de una conferencia que en Moscú ofreció un comunista norteamericano –cuyo nombre no es citado en el texto–delegado ante el Komintern, a un espectro sorprendentemente amplio de asistentes, que incluía “todos los matices de la sociedad soviética” (Rusia en 1931 158). La variedad de orígenes y oficios de los asistentes presentaba en sí gran similitud con los entrevistados por el “periodista”, que habían sido ya descritos por el mismo narrador. El “yanqui” abordaba una discusión que era común a todos los partidos comunistas del mundo, “la independencia de tiempos con que se realizan las revoluciones política y económica”, tema que tenía particular importancia para Vallejo, al venir de un país pobre y campesino. Sin mayor novedad, el ponente afirmaba que nada era uniforme en una realidad en gestación, agregando […] que la revolución económica no siempre –y más aún– que casi nunca se efectúa en el mismo momento que la revolución política, y viceversa […] Pero con esto estoy lejos de negar la dependencia de causa a efecto que hay siempre entre los saltos político y económico. Una revolución económica trae siempre en sus entrañas los gérmenes de una revolución política y al revés. (ibíd. 159, énf. en el orig.)
Estas ideas produjeron de inmediato una discusión acalorada en torno a si había sido el momento apropiado para la revolución soviética o si debió esperarse a que se desarrollaran las fuerzas productivas. Aluden obviamente a Lenin, apoyando la tesis del aceleramiento de los procesos revolucionarios para crear las condiciones necesarias que produzcan una cultura revolucionaria.
Más allá de sus resultados posteriores, más que dogmatismo o ingenuidad, se respira en la discusión una voluntad generalizada de
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supervivencia, el deseo de que se mantuviesen los logros que, aunque conflictivos, ya habían sido alcanzados. Es la opción que en ese momento no ha sido desnaturalizada. La posición del conferencista norteamericano, de alguna manera, resume y justifica las marchas forzadas que se efectuaron durante el Primer Plan Quinquenal, y anticipa las que aún se tendrían que enfrentar durante mucho tiempo. Es casi una excusa, es casi propaganda, pero interesa recalcar el carácter colectivo de la discusión, el amplio espectro de participantes, el énfasis que hace Vallejo sobre su propia interpelación como espectador, desde su silencio testigo.
Como en muchos otros pasajes del libro, Vallejo lee en ese pueblo la aspiración de llevar adelante su proceso social: “Porque esta revolución—afirma el poeta periodista—como todas las revoluciones, no depende de la voluntad exclusiva de los Gobiernos,
sino principalmente de las condiciones sociales objetivas, favorables o contrarias a la revolución...” (ibíd. 165). La Unión Soviética (y la izquierda internacional), a finales de los años veinte, se veía a sí misma como alternativa política ante un capitalismo que hacía aguas, y no sólo en el terreno laboral, sino que también percibía que Occidente pasaba por una crisis moral y ética, que había conducido al abandono de los valores básicos de la solidaridad humana. El análisis, una vez más, era correcto, aunque la solución era prematura y optimista. En los Estados Unidos habían quedado en la calle millones de desempleados, sin seguro social, con un Estado desentendido de ellos; y en Europa, crecía cada vez más un fascismo agresivo y militarista. Por otro lado, el acoso enemigo a la Unión
Soviética no era un mero fantasma, sino fuerzas económicas, militares, intelectuales reales y concretas, que actuaban a diario. La defensa era inevitable aunque no unívoca (Stalin como alternativa), y ya era vista como una posible tergiversación del sentido originario de
la revolución, pero cuyas circunstancias no mostraban otra salida. No obstante las críticas, era imposible aún saber la magnitud del costo
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humano de esta opción, pero sí se tenía conciencia, se alababa y valoraba lo ya alcanzado. El conferencista agregaba:
Si se tienen en cuenta, además, las dificultades derivadas de la
intervención de los aliados en Rusia, del bloqueo económico
en que ha vivido y vive todavía el Soviet por parte de las
finanzas imperialistas, y derivadas, en fin, de las constantes
reacciones del zarismo caído, se comprenderá sin trabajo el
esfuerzo titánico e increíble que el estado proletario ha tenido
que desplegar para obtener los resultados y progresos
prácticos que empiezan a asombrar al mundo entero. (ibíd.
165)
Vallejo coincide en su conclusión: “No sólo ha logrado el Soviet sostenerse en el Poder, sino que ha realizado adelantos revolucionarios y constructivos tan grandes en todos los terrenos, que le colocan de golpe a la cabeza de la civilización universal” (ibíd.
165-6). Es entonces cuando, en medio de la discusión, se describe a un mujik que, lentamente, desde la zona más retirada de la sala, desciende hasta el estrado, ante la mirada respetuosa de todos los presentes. Al llegar allí, sin pedir permiso y sin preámbulos, se sirve un vaso de agua de la jarra que estaba dispuesta en la mesa del
ponente: “¿Qué va a hacer? Tiene sed”–dice el narrador, entre sorprendido y fascinado. A continuación, “dirigiéndose a quemarropa al conferencista, [el mujik] le pregunta con una
ingenuidad realmente rural:–Dime, compañero, ¿qué diferencia hay entre vivir en un país capitalista y vivir en el país del Soviet?” (ibíd. 166). Estas diferencias son el gran tema de fondo de los escritos de Vallejo en la Unión Soviética. Pero ya, en el proceder del campesino, en la horizontalidad descrita, en la sencillez con que satisfizo su sed,
está la respuesta que buscaba.
Es lo que hemos llamado “dialéctica”, forzando el término, porque sintetiza una tensión entre razón y experiencia, en cuanto, para Vallejo, la primera interviene en la comprensión de la discusión que tiene que serle traducida, mientras que la segunda no necesita
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intermediario para alcanzar la plenitud de su sentido. Al mismo tiempo, el mujik expresa también un encuentro entre lo dicho en esa conferencia y su propia experiencia en la revolución, pero no como un hecho estructurado en ideas (o no sólo), sino como algo vivido en lo inmediato. La sencillez del gesto reduce ambos términos a una
rebelión de las jerarquías, donde precisamente, ponente y espectador, intelectual y obrero, teoría y práctica, se funden en el hecho cotidiano—como dice el mismo Vallejo—de calmar una necesidad primaria, a la vez, expresando la calma de una sed de tantas otras cosas. Y ese gesto, sencillo y determinante, explica mucho de lo que el poeta-periodista encuentra en la Unión Soviética.
En efecto, esta dialéctica del vaso de agua concentra la experiencia de Vallejo en Rusia. La sucesión de pasajes que cambian las formas de la relación humana, donde una princesa se quita los zapatos para vendérselos a una “prostituta extranjera acaso”, que no se los compra; la pareja enamorada que se separa con un simple apretón de manos; la limosna que no puede evitar; la mujer que se viste frente a él para ir al trabajo, sin falso pudor; la puerta abierta, el gesto amistoso, el ofrecimiento franco. Es una perspectiva vivencial
que se tiene fuertes lazos con el resto de su obra, en la que hiere la precariedad de la vida, así como una materialidad en su sentido más primario, dramas mínimos de una cotidianidad todavía y por tanto tiempo insatisfecha.10 Son textos que aspiraban a ser escritos no desde, sino por ese mismo pueblo (ruso) revolucionado, del cual Vallejo era mero testigo de su esfuerzo. Y, como vemos, su visión era heterodoxa, apegada a la gente y a la experiencia que pudo
10 En una postura utópica ante las fuerzas del capitalismo, pero absolutamente
consistente con el elemental sentido humanitario, Vallejo cita al Secretario del Sindicato
Minero: “Un día vendrá en que se producirá más todavía, pero no para arrojarlo al mar,
mientras perecen de hambre millones de trabajadores y sus familias, sino para dejar
abiertos los depósitos al primer transeúnte que tiene hambre. Esa será la sociedad
socialista. Esa será la verdadera igualdad socialista, –igualdad ante el derecho a disponer de
los bienes universales. Esa será la meta final de la revolución proletaria, el socialismo
auténtico y definitivo”. (Ante el Segundo Plan 356)
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confrontar, lejos del planteamiento programático o teórico del Partido, o del interés en ese momento del comunismo internacional: La teoría de la revolución no ha hecho sino constatar la existencia y la tensión histórica de este hambre. La revolución no la hará, por eso, la doctrina, por muy brillante y maravillosa que ésta sea, sino el hambre. Y no podría ocurrir de otra manera. Una doctrina puede equivocarse. Lo que no se equivoca nunca es el apetito elemental, el hambre y la sed.
De aquí que la revolución no es cuestión de opiniones ni de gustos ideológicos y morales. Es ella un hecho, planteado y determinado objetivamente por otros hechos igualmente
objetivos y contra los que nada pueden las teorías en pro ni en contra según Marx, la historia la hacen los hombres, pero ella se realiza fuera de los hombres, independientemente de ellos.
(Rusia en 1931 127, énf. nuestro)
Vallejo habla de la gente y con la gente, dando testimonio del momento final de una transición que si en el terreno de lo político y del partido ya se había jugado su destino, como lo demuestra tanto la historiografía de izquierda como la de derecha, la sociedad todavía no lo asumía como tal, y resistía. Si no aceptamos la propuesta de que Vallejo simplemente va como instrumento del Partido y creemos en su honestidad comprometida, evidente también en su epistolario de esos días, vemos como más sorprendente que, aún en medio de las fuertes contradicciones del giro que se está dando en lo político, con
todas sus consecuencias, el testimonio de Rusia en 1931 demuestre una vitalidad social y humana esperanzadora que se le oponía desde dentro. La escritura de Vallejo da fe de esta potencialidad del abajo revolucionario.
Si todo lo hasta aquí expresado no fuera suficiente, habría que recordar que Rusia en 1931 alcanzó una notable difusión entre sus primeros lectores, con tres ediciones sucesivas, lo que debe ser mejor y más frecuentemente valorado. Desde allí, habría que confrontar la
crítica que ha entendido estos libros -junto a su novela El tungsteno (1931)−, como literatura de segunda, un Vallejo menor que escribió
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encomios de una teoría y una revolución comunistas, vistas como equívocos y fracasos. Su éxito editorial, entonces, hablaría de una relación positiva con los objetivos divulgativos expresados por su autor, en la línea de las luchas populares de su momento. Esto les
daría, entonces y ahora, una legitimidad quizás más profunda y coherente que la que les niega el campo literario, que expresando su propia dinámica ideológica, los ha mayoritariamente despreciado.
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777.
--
Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
http://centenariogeorgettevallejo.blogspot.com/
http://socialismoperuano.blog.terra.com.pe/
cel 993754274
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