martes, 23 de septiembre de 2008

El cinco y medio ya es historia

El legendario Cinco y Medio, explícito cobijadero de la infidelidad, imperio establecido por el zar Manuel Novella Trabanco, tapió su entrada a piedra y lodo.
Autor: Gregorio Martínez
PERU 21


Aunque el Cinco y Medio jamás fue prostíbulo, su nombre quedará imperecedero en la historia del amor venal junto con Huatica y Trocadero.
Quiebra un palito de fósforo como señal de lo que digo. Manuel Novella Trabanco, el orquestador del hospedaje Cinco y medio, creía en la 'kabbalah’, en la numerología, pero más en esa timba con cachito llamada “Callao cinco rayas”. Por esto fundó en Lima el Cinco y Medio y en el vecino puerto el Trocadero.

Manuel Novella Trabanco siempre sostuvo que conocía la índole del cineasta Federico Fellini y que en el título de la película Ocho y Medio había gato encerrado. Solo que en el apelativo Cinco y Medio, Manuel Novella Trabanco no se refería a pulgadas sino a palitos de fósforo marca Llama. La medida perfecta de una buena guasamaya (peje caribeño). Ni mucho ni poco.

Antes, la teoría política sostenía que ningún imperio duraba mil años. Ni siquiera los emporios de la carne estaban a salvo de tal fatalidad cronológica. ¿Acaso al centro rojo de Amsterdam, al cabo de cinco siglos, no lo han convertido hoy en saneado escaparate erótico turístico? Ahora, en la posmodernidad, después del desmoronamiento de la Unión Soviética, una centuria resulta demasiado lapso para el esplendor de cualquier hegemonía.

En concierto con los nuevos plazos de la historia, el legendario Cinco y Medio, explícito cobijadero de la infidelidad, imperio establecido por el zar Manuel Novella Trabanco, tapió su entrada a piedra y lodo el pasado mes de abril. A otra cosa mariposa.

Al Cinco y Medio apenas le faltaba un pelo para alcanzar el medio siglo. Aun así, casi cincuentón, el predio de 7,000 m2 que encerraba al Cinco y Medio, al borde de la Carretera Central, recuperó la virginidad inmobiliaria para ofrecerse, tierra promisoria, inolvidable sede del Edén, al mejor postor. Chileno, sin duda, tratándose de marmaja.

Sí, en efecto, el conglomerado farmacéutico chileno Medifarma adquirió el codiciado lote todavía con olor a pachuli. Quizás para elaborar allí, bajo licencia imperialista, la azulina Viagra, el albo Zoloft y otros barbitúricos dotados del prodigio para revivir a los muertos. Lázaro, levántate. De esta manera, Medifarma se asegura la leyenda y la fama, el mito urbano, en detrimento de las afrodisíacas conchas negras y otros potajes sustanciosos para cargar baterías.

Con respecto al predio, bien dice el analecto de Acarí: Donde camotes se asaron, cenizas quedan. O sea rescoldo. Lo que el buldózer arrasara.
Porque en el Cinco y Medio se asaron bien los tres tipos de camote que existen en el amor interesado, en el idilio infiel. Esto según la conjetura algebraica que el escritor Antonio Gálvez Ronceros carburó en Chincha, todavía en la adolescencia, para calibrar la pasión venal: Camote al vento, camote al boche y camote al cache. Una de las tres virtudes que podía tener un hombre para despertar la ilusión en la dama de las camelias.

Dicho pelo ausente y la prórroga en la atención me habrían permitido visitar el Cinco y Medio por última vez y marcar con la uña del dedo gordo, en la cabecera de la cama, cada sublime ascensión a la gloria eterna. Ella con aullidos de histeria y el suscrito con acecidos de can rijoso. Nunca es tarde para sacar los pies del plato.

Digo esto porque el Cinco y Medio no era un lenocinio. Nada comparable a Las Cucardas o al sórdido Botecito, preferido del lingüista Blas Puente. Tampoco era sitio apropiado para ir con la novia o la enamorada, pues el Cinco y Medio tenía una excitante atmósfera infame que no se podía disimular ni parafraseando a Borges. Infamia que, sin embargo, concordaba cabalito con los ostensibles cuernos y la reluciente falsía.

Hasta 1990, que yo sepa, en Lima y en el Perú entero no existían lugares donde pudieran alojarse los enamorados para un momento de dicha y perdición. Nada. Solo quedaban las sobajeadas paredes del Museo italiano, en lo que alguna vez había sido el Parque de los Garifos, mejor dicho de los misios. Toda la faena a pie firme, con ardor y entereza, ignorando los principios de la sana concupiscencia que recomienda Vatsiayana en el Kamasutra.

Valga la atingencia, en Miraflores había un parque nombrado La Pera del Amor. ¿Aludía dicha nominación a la fruta del paraíso? Eso sí, sostengo la hipótesis de que el punteo fue un invento peruano en los anales de la institución idílica. No hay indicios de tal escarceo en otros países. Y dicho afán romántico, tangible, jamás podría florecer en Cherburgo, donde las frases del amor se dicen cantando. Exactamente como aparece en la película Los paraguas de Cherburgo.

En cuanto al Museo italiano, recuerdo que por publicar una crónica con ese título, una periodista argentina me acusó, por escrito, de mirón furtivo. Depende. En Coyungo nosotros utilizamos el vocablo catalán “aguaitar”, palabra castiza, y dicho acto no se considera pecado capital, solo venial.

Sin embargo, se necesita una clave hermenéutica para determinar el carácter propio del Cinco y Medio. Lástima que los teóricos hablantines de la izquierda marxista peruana, tan empeñados antes en caracterizar cada fenómeno social, hoy ya fundieron motor o enterraron el pico en la ceniza. El único que aletea es José Ignacio López Soria, pero él es oriundo de España.

A calzón quitado se puede afirmar que, luego del análisis concreto de la situación concreta, queda en limpio que el Cinco y Medio no era accesible a la gente del común. Porque para ponerse bajo su buen recaudo había que disponer de movilidad. Entonces, era solo para los privilegiados. Esto lo había calculado con astrolabio Manuel Novella Trabanco. Quienes tenían coche podían conseguir amante y enrumbar hacia el naciente. Los desheredados de la tierra debían conformarse con una meretriz fugaz y con tal fin dirigirse hacia el poniente por la fatigada avenida Argentina, derechito al Trocadero. Manuel Novella Trabanco estableció las antípodas a sabiendas.
Sea como fuere, por su olfato histórico y experto en el árbol de la ciencia del mal, Manuel Novella Trabanco tiene, en el Perú, más méritos que Alberto Fujimori. Aun el presidente Alan García tendría que hilar fino y enmendar rumbos para quedar mejor pintado que el orquestador del Cinco y Medio.

Aquellos amantes que no tenían los recursos para llegar al Cinco y Medio se debían de contentar con el hotel Venezuela del líder político Luis Felipe Ricci, profesor de la Universidad de Ingeniería y heredero del hacendado acarino Alejandro Ricci. Al lado de Palacio de Gobierno había otro refugio, el cochambroso hotel Comercio, donde en 1953 se alojó William Burroughs y en 1960 el 'beatnik’ Allen Ginsberg. Solo que las paredes del hotel Comercio eran simple cartón. En Lince quedaba el hotel Yerovi. Y muy a la mano, en la esquina de Pachitea y Azángaro, el hotel Pachitea, cuyo cuartelero había perforado en los tabiques estratégicos aguaitaderos.

Cada quien con sus señas de identidad. El Cinco y Medio nunca tuvo registro de identidad y navegaba sin cuaderno de bitácora. En 1980 Luis Felipe Ricci le sacó tremendo provecho al registro del hotel Venezuela. Con un amanuense hizo copiar nombre, rúbrica y libreta electoral de la interminable lista, hombres y mujeres. Ese fue el padrón de firmas que le permitió inscribir su partido político para las elecciones de la Asamblea Constituyente.

Al final, el amanuense, descontento con el pago, se presentó en la revista Marka para denunciar el embuste. Pero quería vender caro las pruebas del delito. Me pareció un notición, pero el editor Francisco Landa no lo vio igual. Por lo poco que le dimos, el amanuense nos dio solo una muestra. Ojalá que no vaya donde Enrique Zileri, dije, porque él pondría esa noticia en la carátula. Y así ocurrió. Toda la dolosa operación de Luis Felipe Ricci quedó al descubierto.

Para que el Cinco y Medio no sea solo mito, sino también historia, habría que recuperar por lo menos el cuaderno de bitácora del yate de Manuel Novella Trabanco ancorado en el dique seco del Callao.

1 comentario:

  1. Sin ánimo de discrepar, el apelativo de "Cinco y medio" obedecía a que el lugar se encontraba precisamente en el Km. 5. de la Carretera Central... Saludos.

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