sábado, 4 de abril de 2009

José María Eguren

(Perú, 1874 – 1942). De más alto interés que muchos coetáneos suyos que en su tiempo gozaron de una extrema popularidad, la vida de este sin embargo menos conocido poeta no conoció de mayores accidentes notables y puede vérsela como el cumplimiento fiel, en apartamiento y soledad, de una rigurosa vocación poética y artística general. Por razones de su precaria salud (fue débil y enfermizo desde pequeño), de niño y adolescente pasó largas temporadas en el campo, en algunas haciendas de la familia; y esta experiencia inmediata de la naturaleza, que el inquieto muchacho apuraba con curiosidad y fruición, fue decisiva en el refinamiento de los sentidos que luego su poesía revelará. Más tarde se traslada a Barranco, una tranquila villa-balneario junto al mar y próxima a la capital del Perú, donde residirá en paz y sosiego absolutos durante más de treinta años. Por los mismos motivos de salud no había podido completar regularmente sus estudios y ahora, en Barranco, compensará esa deficiencia con la lectura voraz de decadentes y simbolistas europeos (principalmente franceses: Baudelaire, Verlaire, Mallarmé, Rimbaud, Octave Mirbeau, pero también D´Anunzio); de la literatura infantil de los nórdicos (Grimm, Andersen); y de los grandes maestros del prerrafaelismo y el esteticismo inglés (Ruskin, Rosetti, Wilde), todos los cuales dejaron una huella, pero muy asimilada y personal, en su obra de creación y en su pensamiento poético. Se dedicó también, intensa y continuadamente, a la pintura; y fue un artista plástico de gran interés que concluyó llevando a sus acuarelas y dibujos las figuras y los motivos enigmáticos en su misma poesía.

Por dificultades económicas que afectaron a la familia, se traslada en los últimos años de su vida a Lima, y allí ejerce el modesto puesto de bibliotecario del Ministerio de Educación. Parece que fue un hombre sencillo, afable, entrañable, de personalidad simpática y hasta candorosa, que se granjeó la admiración y el respeto de peruanos ilustres de su época (desde Manuel González Prada hasta Jose Carlos Mariátegui) y de sus amigos íntimos, que han dejado de él cálidas evocaciones de la devoción y el afecto que su persona despertaba. Se entretenía, casi infantilmente, con cosas pequeñas pero siempre relacionadas con el arte: se mostraba, por ejemplo, muy orgulloso de haber inventado una minúscula máquina fotográfica ("del tamaño aproximado de un corcho de botella", cuenta su biógrafo, crítico y amigo Estuardo Núñez) con la que tomaba fotos en miniatura del paisaje y de animales y plantas. Ya en su alta madurez logró en su país el justo reconocimiento público que, por la inercia habitual de la crítica, le había sido inicialmente negado. Pero vivió en un silencio y recogimiento cordial, nada hosco, en una suerte de correlato o metáfora existencial de su propia poesía, desligada sin acritud de la realidad material e histórica. Una declaración suya, emitida sólo dos años antes de su muerte, casi resume el sentido íntimo de todo su quehacer vital y creativo: "Vivo cercando el misterio de las palabras y de las cosas que nos rodean".

Hacia 1929, y cuando estrictamente poética (al menos, la de su lirismo en verso) parecía debilitada o extenuada, se dio al ejercicio de la prosa, que antes apenas había cultivado. (Curiosamente por esas mismas fechas, en un contemporáneo español de Eguren, Antonio Machado, se habría de producir un muy similar encauzamiento hacia la prosa de su tarea de escritor y aun rigurosamente de poeta). El peruano comenzó a publicar entonces (primero en Amauta, la importante revista que fundara y dirigiera Mariátegui, y después y más frecuentemente en La Revista Semanal de Lima y en otras publicaciones (unos fascinantes artículos en prosa, de temática diversa y de índole entre ensayística y poemático (algunos eran verdaderos poemas en prosa), que son de gran interés para adentrarnos en su personal visión de la naturaleza y el arte. Entre 1930 y 1931 dio a las prensas los más de ellos donde, según sus palabras, "No me produzco como filósofo sino siempre como poeta", pues al conocimiento, añade, se pude llegar "por el camino más vasto, desordenado y misterioso de los ensueños poéticos". Se sabe que intentaba recoger esos artículos en libro; pero esto no llegó a producirse sino póstumamente: en la edición que, bajo el título de Motivos estéticos, realizara Estuardo Núñez en 1959. Hoy pueden leerse también, con el rótulo simplificado de Motivos (que parece era el que el autor destinaba para el conjunto) en la más fidedigna edición suya con que al cabo contamos: la ejecutada, con gran rigor y abundante acopio de notas aclaratorias y material bibliográfico, por Ricardo Silva-Santisteban: las Obras completas (1974) de Eguren que se anota en la Bibliografia. De sentido y valor más que meramente ancilar, esos Motivos son un complemento indispensable para la apreciación del norte a que apuntaba su trabajo de creación lírica.

Y aquí viene la "rareza", de común señalada en este poeta. Anti-declamatorio, anti-retórico, anti-elocuente; nada explicativo, nada descriptivo, nada narrativo (en una palabra: felizmente antichocano, su contrapartida más notable en las letras de su país), Eguren se entra con pulso firme, desde su primer libro, en una poesía que descansa fuertemente sobre la incursión tenaz por los mundos del misterio y el sueño. Una poesía que, en su empeño de rehuir la réplica realista y aun la recreación parnasista, se apoya sólo en la sugerencia y la impresión, las correspondencias y las sinestesias, el símbolo con su poder de vinculación entre el fenómeno sensible y su significación transvisible, los colores tamizados y los matices imprecisos, la música fiel pero asordinada, y una querencia especial por los ambientes de niebla y nocturnidad. Todo ello alude, para resumirlo en una sola noción, al ámbito espiritual y estético del simbolismo. Por ello se ha podido llegar ha decir que "Eguren es el único poeta simbolista de la lengua castellana que merezca llamarse tal" (Ricardo Silva-Santisteban); y aun el libro Eguren, el obscuro, de Xavier Abril, pudo subtitularse adecuadamente El simbolismo en América.

Esta correcta adscripción del poeta a la estética simbolista, hoy unánimemente admitida con toda legitimidad, ha causado sin embargo algunas dificultades en cuanto a la recta ubicación de Eguren en la historia literaria. En efecto, suele afirmarse que éste trasciende o supera el modernismo porque fue a beber, precisamente, en las esencias más vivas del simbolismo. Y hay en esta valoración algo erróneo y precipitado: el hecho de enfrentar ambas modulaciones artísticas como totalmente opuestas e irreductibles. Ya reconocemos, al fin, que el simbolismo fue, entre las estéticas que confluyeron en el sincretismo modernista, la más alta y válida, en términos de pura poesía y de permanencia (si bien entonces no la más ostensiva, al estar nublada por orientaciones más deslumbrantes y luminosas, como las del parnasianismo y otras). Pero no se traiciona el modernismo si, como lo hizo Eguren, se intenta depurar la veta simbolista, liberándola de cualquier ingrediente adicional que a los efectos de tal depuración pudiera resultar espurio. No se considera razón válida, para expulsar a un poeta de la nómina modernista, el hecho de haber escrito una composición, o todo un libro, parnasianista. ¿Por qué proceder de contrario modo si lo que otro poeta tiene en su haber es una obra completamente simbolista? La cuestión está planteada mal desde su enfoque porque sigue operando sobre la identificación excluyente de modernismo y preciosismo superficial, que la crítica más seria y comprensiva de los últimos tiempos ha abolido definitivamente.

De todos modos, algo hay de verdad al asumir que el poeta peruano trasciende al modernismo. Lo trasciende, sí, en el sentido de acendrarlo, sutilizarlo; pero conservándose leal, en lo más hondo, a lo que fue esencial en la gestión modernista: el respeto de la palabra hermosa y la fe en la belleza (que en él resultaria en el gusto por un léxico selecto y aristocrático, libre aún de los prosaísmos y asperezas que el coloquio posterior consentirá); el acuerdo con la música y la armonía del mundo (y en uno de sus Motivos, el titulado "Sintonismo", anota: "La naturaleza es un surtidor de sones finos y temerosos, exhalados por miríadas de entes frágiles"); la búsqueda, a través de las correspondencias simbólicas, de la integración en una unidad suprema de todo lo que al espíritu se le presenta, en su inmediatez, como escindido, dual, dialéctico y contradictorio. Apenas si la ironía roza esta poesía: esbelta y delgada, pero fuerte torre interior que resiste (incólume) los embates descructivistas y antiformales que las vanguardias lanzarán contra el ideario estético de los modernistas en el lenguaje y en la forma, y su pasión por la música y la belleza (todo lo cual, en Eguren, es bastión intocado).

¿Otro modernismo el de este poeta, diferente por reacción (aunque no fuera único en su caso) al brillante y tantas veces exterior de muchos escritores del período? De acuerdo, entonces. Otro modernismo, más esencial y depurado que por eso parece ya también poesía nueva, con respecto a aquel y, por tanto y para nosotros, poesía más próxima. Sin atribuir un excesivo determinismo a la cronología en cuestiones estéticas, no es ocioso recordar que la fecha de nacimiento de Eguren (1874) cae exactamente entre las de Guillermo Valencia (1873), Leopoldo Lugones (1874) y Julio Herrera y Reissig (1875)- es decir, entre nombres mayores de la segunda generación modernista. Pero es, sobre todo, debido a las razones intrínsecas anteriormente aludidas, por lo que José María Eguren no puede estar ausente en una antología de la poesía modernista. Y no es tampoco ocasional que, entre los recién citados (si bien por muy diferentes caminos), también a Lugones y a Herrera y Reissig les corresponda esa misma y privilegiada situación dual: de un modo u otro, cuestionan ya al modernismo desde dentro y, al hacerlo, anuncian el advenimiento de nuevos derroteros (y en Eguren, particularmente, el de la poesía pura de entreguerras). La historia (el futuro, la dinámica del arte) ya estaba con ellos en marcha.

Pues en esos poetas el irracionalismo y la desrealización, mecanismos básicos de la estética que vendrá, van a hacerse capitales en la creación poética. En Eguren, cualquiera que sea el estímulo exterior del poema (un detalle del paisaje, un dato de cultura, un motivo medieval, un asunto infantil) acaba por transmutarse en visiones interiores y desmaterializadas, donde ráfagas oníricas y alucinatorias van conformando un cuerpo verbal de alusiones, señas y símbolos cuyo único referente auténticos la interpretación subjetiva del mundo (no la realidad de ese mundo) que se ha operado en el orbe de los sueños y ensueños del poeta. Por ello se le ha tildado de oscuro y difícil. Mayor razón lleva Américo Ferrari cuando asienta que "sería más adecuado decir que se trata de una poesía secreta, porque se empeña en revelar un modo oculto, un mundo que cuando más se manifiesta y se revela en el verbo, más se oculta y cierra su secreto". Y este modo interiorizante, esencial y ambiguo de su palabra poética, tan preñada de sugestiones y visiones sorpresivas (que más que entregársela al lector, le hieren, deslumbran e inquietan) es quien le ratifica su absoluta modernidad a este extraño y visionario poeta del Perú.



BIBLIOGRAFIA

Obra poética

Simbólicas (1911). La canción de las figuras (1916). Poesías: Simbólicas, La canción de las figuras, Sombra, Rondinelas (1929). Poesías completas, estudio de Manuel Beltroy (Barranco-Lima, Colegio Nacional "José Mª Eguren", 1952). Antología poética, ed. Julio Ortega (Lima, Editorial Universitaria, 1966). Poesías completas y Prosas selectas (ed. Estuardo Nuñez, 1970). Antología poética, ed. Américo Ferrari (Valencia, Venezuela, Universidad de Carabobo, 1972). Obra poética completa, pról. Luis Alberto Sánchez (Lima, Editorial Milla Batres, 1974). Obras completas ed., pról. y notas de Ricardo Silva-Santisteban (Lima, Mosca Azul editores, 1974).

ESTUDIOS CRÍTICOS

Abril, Xavier: Eguren, el obscuro (el simbolismo en América), Córdoba (Argentina), Universidad nacional de Córdoba, 1970.

Abril, Xavier: "J. M. E. o la poesía simbolista", Entregas de la Alicorne (Montevideo), 4 (1954-55)

Abril, Xavier: "J. M. E., poeta simbolista", Le Lingüe Straniere (Roma), 15, 1 (1966).

Armaza, Emilio: Eguren, Lima, Editorial Juan Mejía Baca, 1959.

Deustúa, Raúl: "La poesía de J. M. E.", Tres (Lima), 9 (1941).

Deustúa, Raúl: "Cualidades plásticas y líricas en la poesía de J. M. E.", Bronce (Lima), 2, 3 (1942)

Ferrari, Américo: "La función del símbolo en la obra de J.M.E.", El simbolismo, ed. J.O. Jiménez (véase Bibliografía General).

Mariátegui, José Carlos: "Eguren", Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Editorial Amauta, 1959.

Mariátegui, José Carlos: "Contribución a la crítica de Eguren", Amauta (Lima), 21 (1929).

Martín Adan: "Eguren", Mercurio Peruano, 17, 182 (1942).

Núñez, Estuardo: La poesía de Eguren, Lima, Cía de Impresiones y Publicidad, 1932.

Núñez, Estuardo: José María Eguren: Vida y Obra, Antología y Bibliografía, New York, Hispanic Institute, 1961.

Núñez, Estuardo: José María Eguren: Vida y Obra, Lima, Talleres Gráficos P. L. Villanueva, 1964.

Núñez Estuardo: "Silencio y sonido en la obra poética de J.M.E.", Cuadernos Americanos, 17, 3 (1958).

Ortega, Julio: "J.M.E.", Figuración de la persona, Madrid, EDHASA, 1971.

Sánchez, Luis Alberto: "J.M.E.", Escritores representativos de América, 1ª serie, Vol. 3 (Véase Bibliografía general).

Silva-Santisteban, Ricardo, ed.: J.M.E. , Aproximaciones y perspectivas, Lima, Universidad del Pacífico, 1977.

Rouillón Arrospide, José Luis: Las formas fugaces de José María Eguren. Lima, Ediciones Imágenes y Letras, 1974.

Westphalen, Emilio Adolfo: "Eguren y Vallejo: dos casos ejemplares", Diálogos (México), 84 (1978).



SELECCIÓN

De Simbólicas

Las bodas vienesas

En la casa de las bagatelas,

Vi un mágico verde de rostro cenceño,

Y las cincidelas

Vistosas le cubren la barba de sueño.

Dos infantes oblongos deliran

Y al cielo levantan sus rápidas manos,

Y dos rubias gigantes suspiran,

Y el coro preludian cretinos ancianos.

Que es la hora de la maravilla;

La música rompe de canes y leones

Y bajo chinesca pantalla amarilla

Se tuercen guineos con sus acordeones.

Y al compás de los címbalos suaves,

Del hijo del Rino comienzan las bodas;

Con sus basquiñas enormes y graves

Preséntase mustias las primeras beodas,

Y margraves de añeja Germania,

Y el rútilo extraño de blonda melena,

Y llega con flores azules de insania

La bárbara y dulce princesa de Viena.

Y al dulzor de las virgíneas camelias

Van pos del cortejo la banda macrobia,

Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;

Y luego cojeando, cojeando la novia,

La luz de Varsovia.

Y en la racha que sube a los techos

Se pierden, al punto, las mudas señales,

Y al compás alegre de enanos deshechos

Se elevan divinos los cantos nupciales.

Y en la bruma de la pesadilla

Se ahogan luceros azules y raros,

Y, al punto, se extiende como nubecilla

El mago misterio de los ojos claros.



Marcha fúnebre de una Marionnette

Suena trompa del infante con aguda melodía...

La farándula ha llegado a la reina Fantasía;

Y en las luces otoñales se levanta plañidera

La carroza plañidera.

Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos

Y con sus caparazones los acéfalos caballos;

Van azul melancolía

La muñeca. ¡No hagáis ruido!;

Se diría, se diría

Que la pobre se ha dormido.

Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones

Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.

Ya monótona en litera

Va la reina de madera;

Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,

Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;

Suena el pífano campestre con los aires de la danza.

¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!

Con silente poesía

Va un grotesco Rey de Hungría

Y los siguen los alanos;

Así toda la jauría

Con los viejos cortesanos.

Y en tristor a la distancia

Vuelan goces de la infancia,

Los amores incipientes, los que nunca han de durar.

¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!

Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,

La penumbra se difunde por el monte y la llanura,

Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana

Sepultura.

En la trocha aúlla el lobo

Cuando gime el melodioso paro bobo.

Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía

Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora

Con funesta poesía

Y Paquita danza y llora.

Los reyes rojos

Desde la aurora

Combaten los reyes rojos,

Con lanza de oro.

Por verde bosque

Y en los purpurinos cerros

Vibra su ceño.

Falcones reyes

Batallan en lejanías

De oro azulinas.

Por la luz cadmio,

Airadas se ven pequeñas

Sus formas negras.

Viene la noche

Y firmes combaten foscos

Los reyes rojos.

El dominó

Alumbraron en la mesa los candiles,

Moviéronse solos los aguamaniles,

Y un dominó vacío, pero animado,

Mientras ríe por la calle la verbena,

Se sienta iluminado,

Y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío

Da los espantos en derredor sombrío

Esta noche de insondables maravillas,

Y tiende vagas, lucifugas señales

A los vasos, las sillas

Los ausentes comensales.

Y luego en horror que nacarado flota,

Por la alta noche de voluptad ignota,

En la luz olvida manjares dorados,

Ronronea una oración culpable, llena

De acentos desolados,

Y abandona la cena.

La dama i

La dama i, vagorosa

En la niebla del lago,

Canto las finas trovas,

Va en su góndola encantada

De papel a la misa

Verde de la mañana.

Y en su ruta va cogiendo

Las dormidas umbelas

Y los papiros muertos.

Los sueños rubios de aroma

Despiertan blandamente

Su sardana en las hojas.

Y parte dulce, adormida,

A la borrasca iglesia

De la luz amarilla.

Lied III

En la costa brava

Suena la campana,

Llamando a los antiguos

Bajales sumergidos.

Y como tamiz celeste

Y el luminar de hielo,

Pasan tristemente

Los bajales muertos.

Carcomidos, flavos,

Se acercan bajando...

Y por las luces dejan

Oscuras estelas.

Con su lenguaje incierto,

Parece que sollozan,

A la voz de invierno,

Preterida historia.

En la costa brava

Suena la campana

Y se vuelven las naves

Al panteón de los mares.

De La canción de las figuras

La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso

Calcula mágico sueño de Estambul,

Su perfil presenta destelloso

La niña de la lampara azul.

Ágil y risueña se insinúa,

Y su llama seductora brilla,

Tiembla en su cabello la garúa

De la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa

el fresco aroma de abedul,

habla de una vida milagrosa

la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura

Y besos de amor matutino,

Me ofrece la bella criatura

Un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,

Hiende leda, vaporoso tul;

Y me guía a través de la noche

La niña de la lámpara azul.

Nocturno

De Occidente la luz matizada

Se borra, se borra;

En el fondo del valle se inclina

La pálido sombra.

Los insectos que pasan la bruma

se mecen y flotan,

y en su largo mareo golpean

las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube

La nítida tropa

De las larvas que, en ramas desnudas,

Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda

Que ciñen las rocas,

Bengalíes se mecen dormidos,

Soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos

Que en punas y costas,

Con sus besos las blancas mejillas

Abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta

Fanciulla reposa,

y muy grave su dulce, risueño

semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo

Sus causas ignotas;

Así envuelve con mística niebla

Las ánimas todas.

Y las cosas, los hombres domina

La parda señora,

De brumosos cabellos flotantes

Y negra corona.

Lied V

La canción del adormido cielo

Dejó dulces pesares;

Yo quisiera dar vida a esa canción

Que tiene tanto de ti.

Ha caído la tarde sobre el musgo

Del cerco inglés,

Con aire de otro tiempo musical.

El murmurio de la última fiesta

Ha dejado colores tristes y suaves

Cual de primaveras oscuras

Y listones perlinos.

Y las dolidas notas

Han traído la melancolía

De las sombras galantes

Al dar sus adioses sobre la playa.

La celestía de tus ojos dulces

Tiene un pesar de canto,

Que el alma nunca olvidará.

El ángel de los sueños te ha besado

Para dejarte amor sentido y musical

Y cuyos sones de tristeza

Llegan al alma mía,

Como celestes miradas

En esta niebla de profunda soledad.

¡Es la canción simbólica

como un jazmín de sueño,

que tuviera tus ojos y tu corazón!

¡Yo quisiera dar vida a esta canción!

Peregrín cazador de figuras

En el mirador de la fantasía,

Al brillar del perfume

tembloroso de armonía;

en la noche que llamas consume;

cuando duerme el ánade implume,

Los órficos insectos se abruman

y luciérnagas fuman;

cuando lucen los silfos galones, entorcho

y vuelan mariposas de corcho

o los rubios vampiros cecean,

o las firmes jorobas campean;

por la noche de los matices,

de ojos muertos y largas narices;

en el mirador distante,

por las llanuras;

Peregrín cazador de figuras

Con ojos de diamante

Mira desde las ciegas alturas.

De Sombra, en Poesías (1929)

La Pensativa

En los jardines otoñales,

bajo palmeras virginales,

miré pasar muda y esquiva

la Pensativa.

La vi en azul de la mañana,

Con su mirada tan lejana;

Que en el misterio se perdía

De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales

Donde lucía sus briales;

Y su faz bella vespertina

Era un pesar en la neblina...

Luego marchaba silenciosa

A la penumbra candorosa;

Y un triste orgullo la encendía,

¿Qué pensaría?

¡Oh su semblante nacarado

Con la inocencia y el pecado!

¡oh, sus miradas peregrinas

de las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;

Era el dolor que nunca llora;

¿Sin la virtud y la ironía

Qué sentiría?

En la serena madrugada,

La vi volver apesarada,

Rumbo al poniente, muda, esquiva

¡La Pensativa!

El bote viejo

Bajo brillante niebla,

de saladas actinias cubierto,

Amaneció en la playa,

Un bote viejo.

Con arena, se mira

La banda de sus bateleros,

Y en la quilla verdosos

Calafateos.

Bote triste, yacente,

Por los moluscos horadado;

Ha venido de ignotos

Muelles amargos.

Apareció en la bruma

Y en la armonía de la aurora;

Trajo de los rompientes

Doradas conchas.

A sus bancos remeros,

A sus amarillentas sogas,

Viene los cormoranes

Y las gaviotas.

Los pintorescos niños,

Cuando dormita la marea

Lo llenan de cordajes

Y de banderas.

Los novios, e la tarde,

En su alta quilla se recuestan;

Y a los vientos marinos,

De amor se besan.

Mas el bote ruinoso

De las arenas del estuario,

Ansía los distantes

Muelles dorados.

Y en la profunda noche,

En fino tumbo abrillantado,

Partió el bote muriente

A los botes lejanos.

El andarín de la noche

El oscuro andarín de la noche

Detiene el pasa junto a la torre,

Y al centinela

Le anuncia roja, cercana la guerra.

Le dice al viejo de la cabaña

Que hay batidores en la sabana;

Sordas linternas

En los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas

Va el pregonero de la desdicha;

Y en la tiniebla

Del extramuro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;

Siguieron ruinas, desolaciones;

Canes sombríos

Buscan los muertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trompetas

Y las picotas y las cadenas;

Y nadie ha visto, por el confín;

Nadie recuerda

Al andarín.

De Rondinelas, en Poesías (1929)

Favila

En la arena

Se ha bañado la sombra

Una, dos

Libélulas fantasmas...

Aves de humo

Van a la penumbra

Del bosque.

Medio siglo

Y en el límite blanco

Esperamos la noche.

El pórtico

Con perfume de algas,

El último mar.

En la sombra

Ríen los triángulos.

















Canción cubista

Alameda de rectángulos azules.

La torre alegre

Del dandy.

Vuelan

Mariposas fotos.

En el rascacielo

Un gallo negro de papel

Saluda la noche.

Más allá de Hollywood,

En tiniebla distante

La ciudad luminosa,

De los obeliscos

De nácar.

En la niebla

La garzona

Estrangula un fantasma.

La canción del regreso

Mañana violeta.

Voy por la pista alegre

Con el suave perfume

Del retamal distante.

En el cielo hay una

Guirnalda triste.

Lejana duerme

La ciudad encantada

Con amarillo sol.

Todavía cantan los grillos

Trovadores del campo

Tristes y dulces

Señales de la noche pasada;

Mariposas oscuras

Muertas junto a los faroles;

En la reja amable

Una cinta celeste;

Tal vez caída

En el flirteo de la noche.

Las tórtolas despiertan,

Tienden sus alas;

Las que entonaron en la tarde

La canción del regreso.

Pasó la velada alegre

Con sus danzas

Y el campo se despierta

Con el candor; un nuevo día.

Los aviones errantes,

Las libélulas locas

La esperanza destellan.

Por la quinta amanece

Dulce rondó de anhelos.

Voy por la senda blanca

Y como el ave entono,

Por mi tarde que viene

La canción del regreso.


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Página creada por Mª Carmen Pérez y Carlos Clausell, Universitat Jaume I.

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